BOLETIN DEL ORATORIO DE ALBACETE.
N.º 10. OCTUBRE. 1960.
LAS MISIONES
Octubre recuerda, cada año, las misiones, porque en este
mes se celebra la mayor jornada misional del mundo.
El espíritu misionero es consubstancial a la Iglesia. Su fun-
dador, Jesucristo, fue el enviado —missus— del Padre al mundo,
Y su misión consistió en manifestar Dios a los hombres, descu-
briendo su personal carácter divino y hablando del Padre a los
hombres.
Luego Cristo envió a los Apóstoles y éstos se esparcieron
por la tierra, y la Iglesia, por voluntad de Cristo, ha perpetuado
fa difusión del conocimiento de Dios entre los hombres, hasta
que también a nosotros nos lo ha participado. Este impulso
difusivo de luz y de vida, de fe y de Gracia, no se detiene,
constituye el latir, el caminar de la Iglesia por el mundo. Nos-
otros, todos los bautizados, somos parte de esta Iglesia y de la
luz que la ilumina y de la vida que la mueve. Nuestra propia
vida, la caridad, el resplandor de nuestro ejemplo, han de ex-
tender a los demás et bien de la Fe que nos enriquece.
No hay luz sin resplandor, ni vida sin calor. Todos somos
enviados a alguien, para algo. Sólo se excluyen los apagados,
los espiritualmente muertos.
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UN DESEO CUMPLIDO
Cuando Dios siembra deseos santos en un alma, tarde o
temprano, decía S. Felipe, estos deseos se hacen realidad.
Aquel deseo misionero que temporalmente, inflamó el corazón
de nuestro Santo Padre, también tuvo un cumplimiento, que él
pudo contemplar desde el cielo cuando, en tierras que habla
pisado San Francisco Javier, el Ven. P. José Vaz, C. O., conver-
tía en fruto de consolación para la Iglesia de Dios, el deseo que
el propio Felipe había sentido florecer generosamente en su
corazón, al alborear en Roma los primeros fulgores de su celo
sacerdotal
Mientras las antiguas Órdenes Religiosas que tanto habían
contribuido a la difusión del mensaje evangélico en Oriente,
eran suprimidas u obstaculizadas en su obra de evangelización,
la Providencia suscita un nuevo instrumento —la Congregación
del Oratorio de Goa— que durante más de un siglo tendrá que
mantener viva la llama de la Fe en la costa del Malabar y en la
Isla de Ceilán.
El P. José Vaz, anticipándose a las apremiantes directrices
de los más modernos Papas, formaba una fuerza misionera In-
tegrada por sacerdotes indígenas, para así poder más eficazmen-
te convertirse en apóstoles de sus hermanos de raza, sumidos
aun en las tinieblas de la incredulidad La Empresa del P. Vaz,
Iniciada a últimos del siglo XVII, constituye el primer esfuerzo
y el primer logro histórico, por constituir un grupo organizado
de misioneros connaturales con los moradores de la tierra de
misión. El inició, con sobrenatural intuición, esta táctica apos-
tólica, que la Iglesia de nuestros días prefiere sobre todas, y es
consolador comprobar cómo, a pesar de todas las adversidades,
aun es hoy, la India que vio nacer el P. José Vaz, la tierra de
misión que mayor número de sacerdotes indígenas cuenta.
La obra y el estilo del P. Vaz coincidían con el uso nor-
mal de las Congregaciones del Oratorio de S. Felipe Neri,
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cuyos miembros son inamovibles en cada Congregación, para
mejor poder realizar el apostolado del propio lugar, según la
costumbre impuesta por San Felipe.
Es posible que muy pronto veamos en los altares al Vene-
rable P. José Vaz, fundador del Oratorio de Goa, ya que su
causa de Beatificación está bastante adelantada, y se mira en
Roma como particularmente interesante por lo ejemplar, singu-
lar y precoz de su empresa misionera, en la que gastó su vida
santa y heroica.
«TUS INDIAS SON ROMA»
Era el año 1556, cinco justos que S. Felipe había sido or-
denado sacerdote. Ya su celo apostólico era conocido por Roma
entera, que iba acudiendo, poco a poco, a las reuniones de la
tarde —«el Oratorio del Padre Felipe...»— para oírle y dejarse
guiar por él. La espontaneidad, la sencillez y el fervor cristiano
eran las cualidades del estilo con que S. Felipe trataba allí los
temas de doctrina y de piedad, tomando como base algún
hecho Interesante o la lectura de algún libro bueno o algún
documento edificante.
En cierta ocasión fueron leídas y comentadas allí unas
cartas llegadas de Indias, donde S. Francisco Javier y otros mi-
sioneros acababan de descubrir una mies Inmensa de almas que
reclamaban mayor número de operarios evangélicos. San Felipe
creyó sentir el grito misionero y pensó ir allá, acompañado de
sus más adictos seguidores; pero no quiso partir sin antes so-
meter sus planes al consejo de un prudente sacerdote, y acudió
a la abadía de San Pablo Extramuros para exponer sus proyec-
tos y pedir luz a un monje benedictino que le remitió a un
santo varón, el P. Vicente Chettini, que era a la sazón el Prior
del monasterio de Tre Fontane. San Felipe desahogó su cora-
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zón con toda la Ilusionada generosidad de sus ansias misione-
ras. El virtuoso monje le oyó y pidióle luego un tiempo para
pensar, sin darle una respuesta inmediata. Pasados unos días
Felipe volvió al monasterio de Tre Fontane, y el santo Prior le
dijo: «Hijo mío: tus Indias son Roma».
San Felipe recibió esta respuesta como un oráculo, y nun-
ca más pensó en abandonar Roma: harto había en ella que
hacer. Verdaderamente, en Roma encontró cuanto su celo nece-
sitaba: almas, muchas almas que salvaría y que santificaría con
su oración, con sus palabras, con su ministerio. No le hacia
falta ir lejos cuando cerca tenía tanto que hacer. Estuvo en
Roma trabajando para Dios sin cesar, y la faz de Roma cambió.
Gracias a su perseverante apostolado, la Roma corrompida por
la disipación del Renacimiento, reconquistó el fervor cristiano
de sus mejores tiempos. Roma fueron sus Indias.
LAUS DEO
(Con las debidas licencias)
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