BOLETIN DEL ORATORIO DE ALBACETE.
N.º 39. ENERO. 1964.
LA IGLESIA DE LOS POBRES
En Nazaret, no hace mucho, un sacerdote europeo, ha
iniciado, tomando como punto de partida elementos simplicí-
simos, un apostolado para la evangelización de los pobres. Su
experiencia, aunque interesantísima, no puede ser relatada en
la corta dimensión de estas páginas; pero nos parece justo
señalarla para que, una vez más, se vea como, en la Iglesia, el
Espíritu de Dios sopla donde quiere.
Ya en el aula conciliar o en torno a ella, las voces de los
cardenales Lercaro y Gerlier y de otros pastores y sacerdotes
insignes, se han referido, con sobrenatural y apostólica exigen-
cia, a la Iglesia y a los pobres del mundo de hoy, haciéndose
eco de la voz de este sacerdote. Pero en agosto pasado, éste
humilde peón del ejército pacifico del evangelio, escribió una
carta a Paulo VI, en la que le invitaba «a ir en peregrinación a
Belén, donde Jesús nació pobre, a Nazaret donde vivió como
obrero, a Jerusalén donde murió crucificado». Y concluía: «Todo
el mundo comprendería este gesto».
Pablo VI lo ha entendido también así.
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EL SUELO BENDITO...
Palestina es una franja de tierra, situada en
un rincón del Mediterráneo, como puesta para
ser frontera que divida Occidente de Oriente:
nombres con los que designamos, a bulto, los
países de la abundancia y de la miseria, respec-
tivamente. Allí el contraste entre la opulencia,
y la escasez es patente; y la forzada desigual-
dad de razas, y la triste contradicción de las
religiones, y esa paz siempre precaria, como
impuesta por cualquier motivo, menos por el
amor. Esa franja de tierra debiera haber sido
respetada íntegramente, y venerada como sa-
grada reliquia geográfica; pero, según los tiem-
pos, o bien ha sido sorteada como la túnica
inconsútil del Salvador, o lacerada por las am-
biciones, siempre mezquinas, de los hombres.
Ahora mismo, es un mosaico roto por codicias
políticas, por rivalidades raciales y antagonis-
mos religiosos. Esta suerte, para el Cristianis-
mo, es una humillación, para la humanidad una
vergüenza y para los infieles un escándalo. En
esta contradicción, permitida por Dios, en el
lugar más santo de tierra, se encierra una
permanente lección, para fieles o infieles: esa
contradicción política, religiosa y racial, consti-
tuye un eco de la misma contradicción que fue
Cristo, en sus días de predicación y de dolor, y
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que sigue siendo aún hoy, en el cuerpo de su
Iglesia.
Ayer y hoy, para todos, Cristo es piedra so-
bre la que se edifica, o con la que se tropieza;
luz que aclara el camino, o que ciega; santidad
que arrebata, o que compromete. Y el mundo
y los cristianos y la Iglesia, tenemos necesidad
de esta lección, constantemente, para no creer
jamás que, con tal de dar nuestra adhesión a
Entre el reducido séquito que acompaña a
Paulo VI, en el avión que le lleva a Tierra Santa,
está el P. Giulio Bevilacqua, padre espiritual del
Pontífice, desde hace más de cincuenta años,
cuando el joven Montini, miembro del Oratorio
secular de Brescia, encontró el camino del sacer-
docio y del servicio de la Iglesia, bajo la guía de
aquellos Padres y, singularmente, del P. Bevi-
lacqua. ¡Que S. Felipe les acompañe en la bús-
queda de las huellas de Cristo y por los caminos
evangélicos de la renovación de la Iglesia.
Cristo, ya estamos libres de todo esfuerzo o
humillación y que, puesto que poseemos la
verdad, tenemos derecho a dejarnos llevar de
la euforia triunfalista que comunica la victoria
o, si ésta se retrasa, a juzgar y condenar a
cuantos no sean o no piensen como nosotros.
Todo esto sería paganizar la religión, descen-
trarla de Cristo: nosotros seríamos la piedra
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angular, y no El; nosotros la luz y el camino, y
no El; nosotros, en fin, la santidad y la justicia,
y no solamente El. El habría sido, solamente,
un nombre.
La Iglesia se ha esforzado siempre en salvar
a sus hijos de tal desviación; sobre todo, el
mismo Espíritu Santo, aun por encima de lo
que fuesen capaces de hacer o implorar pasto-
res y grey, ha mantenido su aliento vivificante
y ha suscitado, con vigor sobrenatural, decisio-
nes y sucesos que la renuevan y reaniman in-
cesantemente, y la hacen fiel a su misión que,
aun después de tantos siglos, mantiene incólu-
me ante todas las contradicciones, de fuera o
de dentro.
El actual Concilio ecuménico es una prueba
de ello, y otra, de igual o superior elocuencia,
ese viaje del Papa a la tierra donde nació, vivió
y murió Jesucristo. Revolviendo el polvo de
tantas contradicciones, el sucesor de Pedro re-
cogerá, otra vez, con espíritu penitente, la sim-
plicidad original del mensaje cristiano, que el
mundo de hoy espera y necesita, y se lo sabrá
transmitir de modo que lo entienda y lo reciba,
auténtico, genuino, incontaminado.
Esta Congregación del Oratorio, no per-
cibe ninguna clase de subvención del
Estado, ni de ningún otro organismo.
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LA HORA DE LA IGLESIA
Desde que partió S. Pedro de Palestina, nin-
gún sucesor suyo ha vuelto más allí. Y, si alguno
pensó hacerlo, fue con el espíritu de Pedro, que
desenvaina la espada para defender al Señor.
Pero, si hubiese logrado, de este modo, llegar
algún papa a Tierra Santa, al entrar en el
Huerto, uno habría percibido, como una acusa-
ción, las palabras del Señor a Pedro: «quita la
espada, el que a hierro mata a hierro muere»?...
Ciertamente, los tiempos cambian, y cambian
los hombres y, en lo humano, también cambia
la Iglesia. ¡Qué lejos está ya la mentalidad de
las cruzadas, de la conquista bélica de los luga-
res santos! Como lejos están las contexturas
históricas que provocaron aquellos frustrados
arranques...
No: las huellas del Señor son reliquias santí-
simas, pero sabemos que Cristo no murió por
aquellas piedras o por aquellos caminos —si
acaso, lloró. Cristo murió por los hombres. No
hay pues que conquistar la tierra, sino conven-
cer a los hombres del amor que Cristo les tuvo
y convencerles de que mantenemos, en la Igle-
sia, el estilo de Dios.
Antes de ser Papa, había dicho Paulo VI: «La
Iglesia va a esforzarse en hacerse hermana y
madre de los hombres; se hará pobre, sencilla,
humilde y amable en su lenguaje y en su porte...
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Se despojará, si es preciso, de los viejos restos
del manto real aun prendido a sus hombros».
Y también: «el apostolado es más bien un ser-
vicio, que una conquista».
San Pedro ha vuelto la espada a la vaina
porque, si fuera necesario, bastaría la sola mi-
rada serena de Jesús o su voz pacifica para de-
rribar a cualquier enemigo. Mas no es la hora
de abatir enemigos. Es la hora de la Iglesia y
de decirles a los hombres que les es madre y
hermana.
Si entre las causas de la separación, se nos
puede imputar una falla, nosotros pedimos
humildemente perdón a Dios, y suplicamos
también la indulgencia de los hermanos que
se hayan sentido ofendidos por nosotros. Del
mismo modo, en lo que nos corresponde, esta-
mos dispuestos a perdonar las ofensas de que
la Iglesia católica ha sido objeto y a olvidar los
dolores que ha sufrido en el transcurso de esta
larga serie de disensiones y separaciones.
Paulo VI, discurso del
29 de septiembre de 1963.
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EL PAPA PEREGRINO
Reproducimos la parte del discurso de Paulo Vi, del 4 de
diciembre de 1963, en la que declara su propósito de ir pere-
grino a Tierra Santa:
Estamos tan convencidos que, para la feliz
conclusión del Concilio, es necesario que in-
tensifiquemos nuestras oraciones y nuestras
obras, que hemos decidido, después de madura
reflexión y no pocas plegarias, ir Nos mismo,
como peregrino, a la tierra de Jesús Nuestro
Señor.
Queremos efectivamente ir a Palestina, si
Dios nos asiste, en el próximo mes de enero,
para honrar personalmente, en los lugares
santos, donde Cristo nació, vivió, murió y resu-
citado subió a los cielos, los primeros miste-
rios de nuestra salvación: la Encarnación y la
Redención.
Veremos el suelo bendito, desde donde
Pedro partió y a donde no ha vuelto jamás
ninguno de sus sucesores: Nos, humildemente
y brevísimamente, volveremos allí con espíritu
de oración, de penitencia y de renovación, pa-
ra ofrecer a Cristo su Iglesia, para llamar a ella,
que es única y santa, a los hermanos separados,
para implorar la misericordia divina en favor
de la paz entre los hombres, la cual, aun hoy,
se muestra tan débil y vacilante, para pedir a
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Cristo por la salvación de toda la humanidad.
Que la Virgen Santísima guíe nuestros pasos,
que los Apóstoles Pedro y Pablo y todos los
Santos nos asistan, benignos, desde el cielo.
Y como os tendremos a todos presentes en
nuestro espíritu durante este piadoso viaje, así
también vosotros, hermanos venerados, acom-
pañarnos con vuestras oraciones, para que este
Concilio pueda llegar a feliz conclusión, por la
gloria de Cristo y el bien de su Iglesia.
Estas palabras del Papa, trascendentales, sinceras y santas, nos
comprometen a acompañarle con el pensamiento y con el cora-
zón, porque lleva en el suyo el peso espiritual de todo el mundo.
Y quisiéramos que, ya en la tierra del Señor, le fuesen ahorra-
dos, lo más posible, la teatralidad inútil de los honores, los
discursos y las recepciones, para que, ya que ha señalado que
va con espíritu humilde, de oración y penitencia y su visita ha
de ser muy breve, le dejen encontrarse a solas con Dios, en
Getsemaní y en Belén, en el lago de Tiberiades y en Nazaret, y
en el Tabor y en el Templo, y en el Gólgota...
LAUS DEO
(Con las debidas licencias)
AB. 103-62.
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