BOLETIN DEL ORATORIO DE ALBACETE.
N.º 63. OCTUBRE. 1967.
EL ORATORIO
La Congregación del Oratorio es una institución genial, no ciertamente
grandiosa, pero si, aún ahora, nueva y admirable, creada por el genio y la san-
tidad de San Felipe Neri que, sin pretenderlo, pero dejándose llevar por Dios,
intuyó y plasmó en su obra, un ideal de perfección y apostolado que muy pron-
to la Iglesia, sin que él lo solicitara, se preocupó de amparar y consagrar con su
aprobación.
Se caracteriza, en sus comienzos, por una despreocupación en cuanto a mé-
todos y procedimientos se refiere: todo surgía de la libertad del corazón, jamás
fruto del desorden, sino dócil holgura para las iluminaciones de la gracia, que
no se ciñe a moldes preconcebidos y conduce, en cambio, por ese camino siem-
pre nuevo, sorprendente y admirable de la fe sin trabas, que descubre, reconoce
y siente el contacto de Dios sobre las cosas y sobre las almas, en el mundo y en
la Iglesia.
Por todo esto el Oratorio nunca ha sido una entidad grandiosa, ni podía ser-
lo, sin desfigurarse, porque nació purificado, en su mismo origen, de la ampu-
losidad del Renacimiento, en pleno siglo XVI, de un hombre precisamente un
florentino —y en un lugar— la fastuosa Roma de entonces que bien habría po-
dido darnos, más o menos cristianizado, algo que también hubiese sido bueno.
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pero menos puro y evangélico, pero no ciertamente más fiel a la época vivida
al temperamento del hombre y santo que lo creaba y al marco histórico loca
que lo envolvía. Comparado con otros fundadores de entonces y de después
nos damos cuenta que San Felipe fue, entre todos, el que menos pretendió
fundar, el que menos se preocupó por reclutar miembros y el que más dificul-
tades puso para que su obra, comenzada en Roma, se extendiera a otros lugares.
Y no porque le faltara el celo para el bien, porque su corazón inflamado con-
tagiaba, sin tregua, el amor y el entusiasmo sobrenatural a todos y en todas
partes.
Además, en cuanto a los medios de santificación, presentó la novedad,
—después seguida por otros institutos— de prescindir de los votos que se hacían
en las religiones aprobadas, por aquello de que, en el cielo, "Dios no nos pre-
guntará qué votos hemos profesado, sino qué virtudes hemos practicado". Pe-
ro tuvo siempre y enseñó a tener en gran estima y veneración a cuantos los
habían emitido en las órdenes religiosas.
Y cuando observamos cómo hacia el apostolado, vemos que tampoco se valió
de técnicas o recursos sistematizados. Su estilo fue siempre sencillo: una un-
ción cristiana difundida en todas sus palabras y presente en todas sus acciones,
que humanizaba lo sobrenatural con lo más exquisito de su amor y sobrena-
turalizaba todo lo humano, porque sabía descubrir el relieve divino presente en
el mundo y en la vida. Todo con buen sentido, con alegría constante, mirando
a Dios y sonriendo a los hombres.
Su estilo y su obra, que se ha transmitido a través del Oratorio, sigue sien-
do nueva y admirable—es decir, genial, precisamente por esto, que le impidió
nacer envejecida o condenada a envejecer. No es hija de la esclavitud del
método y de las leyes, ni mide los quilates de su bondad y de su excelencia en
las cantidades. A todo esto, se le ha dado siempre escasa importancia, porque
a obra de San Felipe es hija de la libertad de la gracia; de una libertad que
se mantiene inmune del desorden, guardada celosamente como la condición
indispensable para el amor, que fue la única medida que aceptaba el Santo.
Que se pueda decir de los hijos, lo mismo que se decía de su
bienaventurado Padre: que lo hacen todo CON ALEGRIA.
(De las Reglas del Oratorio)
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EN LA CIUDAD
El Oratorio nació en Roma y, a imi-
tación del romano, surgió y prosperó en
otros lugares, como una institución ciu-
dadana. Es decir, como una obra apos-
tólica llamada a ejercer su benéfico in-
flujo a toda una ciudad, y no sólo a un
sector o parte limitada de la misma, co-
mo podría ser un distrito o barrio ciu-
dadano. Seria, por la misma razón, me-
nos propio del Oratorio el establecerse
en lugares demasiado pequeños: la ciu-
dad, entendida como un núcleo de po-
blación no limitado y generalmente
grande, es su lugar adecuado.
San Felipe Neri fue el apóstol de Ro-
ma, de la ciudad de Roma, de toda la
ciudad de Roma. No es posible imagi-
narlo de otra manera cuando reprodu-
cimos la memoria de los hechos; ni en
modo alguno podríamos considerar su
obra, el Oratorio, sólo como un aspecto
de su vida y de sus actividades, o un
testimonio parcial de sus ideales, o una
faceta de su apostolado: el Oratorio fue
toda su vida, y toda su vida la dedicó a
Roma desde el Oratorio.
Hubo entonces, en Roma, otros san-
tos contemporáneos y amigos suyos que
llevaron a cabo obras magníficas, de re-
percusión universal, fecundos de bien y
de gran consuelo de la Iglesia; pero
ninguno de aquellos santos fue más ro-
mano que San Felipe Neri, a pesar de
no haber nacido éste en Roma: ningu-
no conocía mejor que San Felipe los lu-
gares y las iglesias de Roma, ni cruzó
más veces sus plazas, ni camino más por
sus calles, ni trató con más gente, ni
oyó más confesiones, ni convirtió a más
pecadores, ni confortó a más almas, ni
fue más popular que San Felipe Neri.
Para él, en Roma, no había frontera en
ningún lugar, ni puerta en ninguna ca-
sa, ni secretos en los corazones. Era el
Santo de Roma: él y su obra eran ro-
manos, lo más romano que la Iglesia
vio surgir entonces en esta ciudad, que
era como su corazón.
La Iglesia ha querido asegurar por
medio de las leyes que ha dado al Ora-
torio, la permanencia de esta cualidad
ciudadana, es decir, no ceñida a un pe-
rímetro limitado, porque así quedaría
desfigurada su genuina finalidad y so-
focada su vida, en perjuicio del bien
propio del Oratorio y del bien general
de la Iglesia.
La misión del Oratorio es trabajar
para Dios sobre toda la ciudad y benefi-
ciar así, no solamente a las almas que
más de cerca le tratan, sino a las de-
más organizaciones y obras eclesiásti-
cas inscritas en la crisma ciudad, tanto
si éstas ejercen su labor en lugares de-
terminados o sobre definidas clases de
personas, como si la ejercen en forma
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más amplia, al estilo del Oratorio. Lue-
go, en el Cuerpo Místico, se opera esa
misteriosa Ósmosis sobrenatural, que
descubre y reconoce todo el que tiene
verdadero espíritu de fe, por medio de
cuya operación todo se equilibra y com-
pensa y apoya en la edificación del úni-
co Cristo total. Y la Iglesia de Dios,
"que se adorna con la variedad", co-
mo dicen nuestras Constituciones, tam-
bién necesita obras y apostolados del
estilo del Oratorio, como entre los seres
vivos los cuerpos necesitan músculos y
huesos de diferentes medidas, o les qui-
taría la vida el que intentara reducir-
los todos a una misma dimensión.
En una ciudad, el Oratorio, es ante
todo, una casa de Dios, donde sacerdo-
tes, clérigos y laicos hacen corona al-
rededor de su altar para alabarle y
bendecirle, y luego trabajan para ex-
tender su gracia y su gloria entre las
almas. Es una familia sacerdotal, her-
mana de los demás sacerdotes de Cris-
to; es un hogar donde se mantiene en-
cendida la llama de la oración para
que prenda en los que pasan su um-
bral; es un templo donde se reza y se
canta y se hace llegar ejemplarmente
la unción sobrenatural de los actos
litúrgicos al pueblo de Dios; es un cen-
tro de cultura y una escuela de forma-
ción religiosa donde se forman las al-
mas de todos los que buscan el reino
de Dios, su verdad, la fuerza de su pa-
labra y el sentido de Cristo, y a su
vera oyen y siguen la voz del Señor y
se despiertan vocaciones sacerdotales
y religiosas que benefician y consue-
lan a toda la Iglesia, y se preparan
para la vida corazones generosos y ale-
gres que van a rejuvenecer el cristia-
nismo en el mundo y a fundar fami-
lias cristianas.
En cada ciudad donde se estable-
ce, el Oratorio acaba integrándose tan
profundamente en ella que, aun cuan-
do la observancia de las mismas leyes
y la fidelidad a un mismo espíritu
mantiene los rasgos esenciales comu-
nes entre todos los Oratorios del mun-
do, como hermanos de una gran fa-
milia, cada uno adquiere, sin embargo,
los matices inconfundibles de la pro-
pia personalidad surgida de ese arrai-
go ciudadano o encarnación local que
le distingue.
Cada una de nuestras Congrega-
ciones del Oratorio de San Felipe Ne-
ri —que así se llaman— recibe, además,
el nombre de la ciudad donde tiene la
sede y, de ley ordinaria, en una misma
ciudad, no debe existir más de una
Congregación.
Cada diócesis es una Iglesia peque-
ña; cada ciudad nos recuerda Roma.
Nosotros quisiéramos siempre, donde
estamos, recordar a nuestro Padre San
Felipe y, aún más, hacer el bien que
él haría, si Roma estuviese aquí y si
San Felipe fuésemos nosotros.
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EL ORDEN DEL AMOR
Cuando las obras de los santos han llamado la atención de la Iglesia, por
su eficacia o por su significado en orden a la fidelidad al espíritu del Evan-
gelio, la Iglesia, maternalmente celosa, ha querido hacerlas suyas y darles una
forma de vida perdurable, proveyéndolas de leyes propias que aseguraran su
institución y se mantuvieran con el espíritu y la fisonomía que les plasmaron
sus santos fundadores. Así la Iglesia siente cómo se enriquece y se hace más
universal cuando ampara tal variedad de formas creadas bajo la inspiración
de la gracia, y reconoce en ellas la indefectible presencia de su divino Esposo,
Cristo, que es la vida de los santos y la fuerza de sus obras.
El Oratorio es una de estas obras que llamaron la atención de la Iglesia,
tal vez por su gran sencillez, por ese orden buscado casi exclusivamente en la
caridad y que, precisamente por esto, podía ser un buen testimonio de la efica-
cia de lo sobrenatural, que prevalece siempre sobre las previsiones humanas,
demasiado apoyadas en la complicación de las leyes y en la fuerza que sugiere
o se reconoce en la cantidad. El Oratorio será siempre más bien un "pusillus
grex" evangélico, definido y protegido por una breve legislación y depositario
de algunas prerrogativas que no tienen otra finalidad que asegurar precisamen-
te esta característica de su sencillez que, sin tal amparo, resultaría endeble y
más difícil de mantener.
En la fundación del Oratorio por San Felipe, el cálculo apenas intervino y,
esta mínima intervención fue, en todo caso, para suprimir un conjunto de ele-
mentos, comunes en otras obras santas, pero que San Felipe estimó que, para
él y los suyos, podían servir de tentación a la pereza para el esfuerzo cons-
tante que nos pide a cada momento la vida, o que hubieran constituido fácil-
mente un freno a la libre inspiración de la gracia. No le preocupaba que, para
mantener el fervor de ese fervoroso aliento nuevo y espontáneo y siempre man-
tenido y perseverante, hiciera falta luego una más generosa y celosa fidelidad:
el quería mantener constantemente, como brotando de un manantial ina-
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gotable, todo el auténtico frescor de los valores de la perfección evangélica
que le parecía difícil envasar en formas demasiado rígidas.
A San Felipe le bastaba que fuese el orden del amor el que vertebrara la
vida de su comunidad, y que fuese este mismo orden el alma de toda la fes-
tividad apostólica, enmarcada en "el celo por la casa de Dios" por medio de la
sagrada Liturgia, de la que los hijos de San Felipe nos esforzamos en ser ce-
losos cultivadores; animada por la vida de oración, que hace más consciente
él tesoro de los sacramentos en el alma cristiana, y extendida a los demás,
principalmente a través del Oratorio secular, verdadera razón de la existencia
de cada Congregación y síntesis de su vida y de su programa espiritual y
apostólico al servicio de la Iglesia.
Si tuviéramos que resumir este orden del amor, en la Congregación del
Oratorio de San Felipe Neri, seleccionaríamos estas palabras esenciales saca-
das de las mismas santas Reglas que nos ha dado la Iglesia:
FIN GENERAL de la Congregación del Oratorio: la santificación de sus miem-
bros, por estos medios principales:
10) observancia de los consejos evangélicos, sin votos;
20) Vida de comunidad, informada del espíritu de familia y de la más sua-
ve caridad;
30) oración, humildad, mortificación;
40) ministerio sacerdotal;
50) siempre y en todo serena paz y alegría interna y externa.
FIN ESPECIAL: cooperar a la salvación y santificación de las almas, princi-
palmente por:
10) la predicación evangélica en nuestras iglesias;
20) formación de las almas para una vida verdaderamente cristiana, en la
piedad sólida y filial hacia Dios y una activa caridad, todo principalmente &
través del Oratorio secular;
30) el asiduo ministerio de la confesión y dirección espiritual;
40) el culto litúrgico digna y ejemplarmente celebrado en las iglesias propias;
50) el apostolado de la juventud.
Con pocas palabras más, añadidas a este esquema, podría resumirse todo lo
que la Iglesia nos manda, para que permanezca garantizada nuestra fidelidad
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A la obra y al espíritu de nuestro Santo Padre Felipe. Algo más extenso es lo
que se nos dice en el capítulo reservado enteramente al Oratorio secular, para
que no olvidemos que:
Entre todas las formas de apostolado filipense, la primera y principa-
lísima, que dio origen y hasta nombre a la misma Congregación, es el
Oratorio. Para que se pueda distinguir de la Congregación del Oratorio
& éste, su principal instrumento de apostolado, se le ha llamado, apro-
piadamente, Oratorio secular.
El Oratorio secular, venerada forma del apostolado filipense, es una asocia-
ción canónica, en la que se ha procurado mantener la sencillez original que
le imprimiera nuestro Santo Padre. Funciona como obra propia y dependiente
de la Congregación, tal como está establecido, en las leyes de la Iglesia, para
las obras de apostolado de los institutos de perfección, para que puedan cum-
plir con su finalidad específica y así más eficazmente, sin confusión ni dis-
persión de energías, cooperar al bien general de la Iglesia.
El Oratorio secular, donde quiera que se ha establecido la Congregación,
ha dado copiosos frutos de vida cristiana entre los que se han beneficiado de
la filiación filipense que otorga a los que buscan en él la orientación y la for-
mación para su vida de hijos de Dios en el mundo. Estos buenos resultados se
han mostrado particularmente eficaces entre los jóvenes, que fueron los pre-
dilectos de San Felipe y que siguen siéndolo del Oratorio.
El secreto del apostolado en el Oratorio, está
en dar la preferencia a los jóvenes... Y no hay que
preocuparse demasiado porque son inconstantes, por-
que los jóvenes vuelven siempre ...
(Card. Bevilacqua, C. O.)
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LOS JÓVENES
Dicen de ahora, de esta época en
que vivimos, que es la era de la ju-
ventud, porque los que están en esta
edad, hacen valer sus derechos con
más insistencia que nunca, y porque
los que no lo son tanto, también quie-
ren disimularlo más que nunca. Esa
vocación a la vida que convierte en
impaciente a la juventud, no es nue-
va: los nuevos", en realidad, somos
nosotros. La verdad es que en cada
época, con más o menos vigor, se ha
manifestado la urgencia de los que
empujan hacia adelante, y que cada
hombre, en un momento de su vida,
ha experimentado ese crecer de fuer-
zas que el mundo que le rodea espe-
raba para ser dominado y mejorado
por ellas. Gozo y dolor; ilusión, espe-
ranza y angustia... Toda una suma y
confusión de sentimientos agitan al
hombre en esta crisis que le ha de ha-
cer crecer, que es providencial, pero
que no le ahorran en medio de algu-
nos no demasiados consuelos, los
riesgos que la aventura de la vida,
con ser maravillosa, representa para
el que ha de avanzar y desconoce el
camino.
Si en este trance aparece un hom-
bre que conoce el camino y conoce al
caminante, y además le ama...; y si
además, este hombre es santo y nos
acompaña en este camino hasta al-
canzar a Dios, no cabe mayor bendi-
ción para el inexperto y vacilante que
se asoma a la madurez de la vida y
que no sabía cómo alcanzarla, San Fe-
lipe Neri fue este hombre, este guía y
este santo.
No se propuso, en su apostolado,
hacer selección de personas sobre las
que consagrara una dedicación espe-
cial y, de hecho, una gran variedad de
almas recibieron, muy de cerca, el be-
neficio de su acción apostólica. Pero,
a pesar de ser esto verdad, no pudo
menos que dejarse llevar por ciertas
predilecciones que, de la misma forma,
luego han pasado y se han mantenido
en el programa apostólico del Orato-
rio. La predilección de San Felipe, eran
los jóvenes.
No disimulaba su desconfianza so-
bre los arrebatos fervorosos, aunque
pasajeros, de la juventud. "Fuochi di
Paglia", fuegos de paja, los llamaba.
Pero tampoco esperaba nada de bue-
no de los que, a pesar de contar po-
cos años, aparecían habitualmente de-
masiado formales o tristones y melan-
cólicos, como si todo esto pudiera ser el
síntoma de una lograda prudencia o
la precoz gravedad de la virtud. De los
tales, como de los que, aún en cosas de
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poca monta, solían mentir, afirmaba
que nada podrían hacer en el camino
de Dios, porque eran envejecidos de co-
razón, incapaces de ilusiones de bien
y de nada grande.
Él amaba a los jóvenes...
A éstos los comprendía y ellos se sen-
tía siempre comprendidos por el San-
to. Sus bromas, sus ironías y agudezas
que descubrían los pensamientos del
corazón, sus avisos raramente severos,
su tiempo y su amor siempre dispues-
tos, sobre todo, para ellos, les tenia
siempre pendientes de él, y muchos
llegaban a no poder pasar ni un día
sin verle, aunque fuese solamente un
entrar y salir y decirle y escucharle
una palabra, o agradecer una sonri-
sa... o recibir un estirón de orejas o
ser saludados con la agudeza chispean-
te de una broma que valía por un ser-
món, y recibir una bendición ancha y
cariñosa de aquella mano que besaban,
que les alejaba las tentaciones y disi-
paba las tristezas y hacía más nueva
y más bella aún la vida de cada día.
Una casa de San Felipe es, en todas
partes, una casa de la juventud, donde
siempre resuena el bullicio y la alegría
juvenil de los años primaverales, abier-
tos a la esperanza, de los que se inician
a vivir responsablemente los caminos
que les abre el mundo. Una casa de San
Felipe es una colmena de corazones
alegres, optimistas y enamorados de
Dios y de la vida, y el espíritu de San
Felipe atraviesa las paredes de estas ca-
sas y entra en las almas de los que allí
acuden y, sobre todo a los jóvenes, les
sigue sonriendo y bendiciendo. Y amán-
doles y guiándoles.
Jóvenes católicos: dad vuestra adhesión a las manifes-
taciones de desinterés, de valentía, de servicio, de
espíritu cristiano que a menudo brotan con esponta-
neidad y resplandor heroico y humano entre la ju-
ventud, y sabed conquistarlos y promoverlos vosotros
mismos, desafiando las dificultades y prescindiendo
de las críticas de los tímidos y de los perezosos, y que
sea vuestra limpieza moral, vuestra alegría, vuestra
comprensión y vuestra fe la que se encargue de dar
estilo y de representar la verdadera vida juvenil de
nuestro tiempo.
(Pablo VI).
9 (37)
LA LITURGIA Y EL ORATORIO
San Felipe Neri bien merece, con toda Justicia, ser contado entre los pio-
neros de la renovación litúrgica de su tempo. Fue un apóstol de la misa y
comunión frecuente y aún diaria (cosa rarísima entonces): apóstol de la
confesión, de la oración en común, de la lectura del Evangelio, de la predi-
cación sencilla y familiar, en contraste con la predicación ampulosa de su
tempo; a él se debe también un gran impulso dado a la música sagrada,
que quiso purificarla, renovando el estilo, de los resabios paganos que la pro-
fanaban, para que contribuyera mejor a la vivencia de la liturgia.
San Felipe ha pasado a la Historia como el apóstol de Roma. Y podríamos
decir que reformó y cambió Roma desde la Liturgia. Los que se acercaban a
él, se aficionaban en seguida a la recepción de los sacramentos y esto sólo ya
causaba en ellos la transformación total de sus vidas, renovadas con el sabor
sobrenatural de la gracia que nada de la sagrada liturgia.
Para él mismo, la santa misa y el oficio divino eran la fuente de donde sur-
gía todo el inmenso bien que hacía a los demás.
La preocupación del Santo por la Liturgia ha quedado luego reflejada en
varios lugares de las Constituciones del Oratorio, especialmente cuando se ocu-
pan del Oratorio secular, del que dicen que "debe promover en todos sus miem-
bros una piedad sincera y verdadera, así privada e individual, como pública,
que se manifieste en el amor y fiel ejercicio del culto litúrgico".
Fiel a sus fines, el Oratorio, donde quiera que se ha establecido, ha pro-
movido en los fieles la vida litúrgica en su línea más pura y auténtica, en la
línea que podríamos llamar pastoral o del espíritu.
Podríamos hacer un resumen de la beneficiosa influencia que las Congre-
gaciones del Oratorio han ejercido en los lugares donde se han establecido,
en lo que a apostolado litúrgico entre el pueblo de Dios se refiere; o hacer una
lista de las figuras cimeras que en libros o en Congresos internacionales so-
bre sagrada liturgia, han resumido en libros o importantes estudios que han
constituido preciosas aportaciones, sobre todo en estas últimas décadas, &
la renovación litúrgica que se experimenta por doquier. Sería igualmente de
destacar la colaboración de los oratorianos, en esta materia, en el reciente Con-
cilio Vaticano II. Pero bástenos por todo, una palabra del presidente del Con-
silium para la Liturgia, el cardenal Lercaro, al recordar la muerte reciente
de nuestro entrañable padre Julio Bevilacqua, del Oratorio de Brescia, y tam-
bién cardenal, al que no dudó en llamar "apóstol inolvidable de la renovación
litúrgica".
10 (38)
SAN FELIPE NERI, FUNDADOR DEL ORATORIO
Allá por el año 1590, se veía pasar por las calles de Roma, a aquel hombre
lleno de bondad, de frente clara, barba frondosa, alto, desgarbado, que se
movía con amplios gestos y hablaba y reía con todo el mundo. Se llama Fe-
lipe Neri. Nada le agrada tanto como decir una agudeza, mezcla chispeante
de inteligencia, picardía bondadosa, conocimiento de los hombres y optimis-
mo cristiano, que provoca la risa a quien le oye, pero que, a flor de un nivel
que parece simplemente humano, ofrece siempre una lección simpática de las
cosas del espíritu y un irresistible estímulo para el bien obrar. A veces se di-
ría que se propone no decir nada en serio. Pero no es más que una forma de
ejercitarse en la humildad; humildad y desenvoltura, mezcladas de gentileza,
que atraen irresistiblemente a las almas.
Camina por las calles, más bien deprisa: siempre le aguarda, más cerca o
más lejos, una obra de caridad o de celo apostólico. De todas maneras, si en-
cuentra a un conocido, no deja de saludarle y, en la mayoría de las ocasiones,
se une a él, deteniéndose si le sobra un poquito de tiempo, o arrastrándolo a
paso largo, y riendo, mientras dice algo que pueda ser beneficioso al acompa-
ñante, cautivado por las maneras del Padre Felipe, que se fija en todo y
habla y mira al interlocutor, no se sabe si en broma o leyendo en el alma lo
que Dios le revela. Siempre descubre algo de que reírse y algo bueno que de-
cir: envuelve las sentencias serias con una sonrisa y, cuando reprende, parece
que acaricia el corazón; pero no le gustan las dulzonerías pseudo-piadosas.
Es compasivo, eso sí, y muy humano, y sonríe siempre y, sin dejar de hacerlo,
alienta y empuja a todos en el cumplimiento sencillo y abnegado del deber de
cada día y de cada instante.
Tiene muchos adeptos, porque todos quieren ser amigos suyos. Sus discí-
pulos forman una alegre brigata, que toda Roma conoce. Parece como si en
ella sólo se buscase el jolgorio, y no pasa día sin que el Padre Felipe gaste
una broma a alguien o varios de los que se acercan. Su continua festividad de
espíritu es contagiosa, y el sentido del humor del que nunca se desprende, es
el punto de confluencia de la ternura con la ironía, del consejo moral y de la
broma: es la encrucijada donde la libertad del espíritu cristiano estalla en
alegría clara y limpia.
11 (39)
Pero, al mismo tiempo, este personaje tan curioso y desconcertante, es un
hombre de maravillosa pureza de espíritu y un gran místico, a quien el cielo
colma de gracias visibles y de carismas espirituales. Cuéntase que, el mismo
Jesucristo, lo ha marcado con una señal, en un misterioso cara a cara del cual
Felipe no habla jamás. También se dice que, en uno de sus largos ratos de
oración, fue tal la vehemencia de sus anhelos, que se sentía morir; sobre to-
do cuando, aun antes de ser sacerdote, en vísperas de la fiesta del Espíritu
Santo, vio descender un globo de fuego que le entró en el corazón, hinchán-
dolo hasta arquearle las costillas, que cedieron a la turgencia milagrosa del
órgano dilatado, Incapaz de contener la inmensidad de su amor sobrenatural.
La dulce angustia de aquel momento pasará, pero ya para siempre experi-
mentará un vivo calor sobrenatural y se repetirán las fuertes palpitaciones
que él teme porque le anuncian los frecuentes éxtasis que no puede evitar,
y que lucha inútilmente para disimularlos, hasta que le obligan a decir misa
en su habitación, porque ya le es imposible celebrarla sin estos arrobamientos
habituales, que le avergüenzan y confunden y que, ni las bromas ni las agude-
zas, de las que es pródigo su hablar, alcanzan a encubrir con el disimulo,
mientras mezcla sus sonrisas con lágrimas...
Su deseo de hacer el bien, no tiene límites, ni pretende fines especiales,
con tal que puedan inscribirse en la órbita inmensa de la caridad. No preten-
de apoyarse, ni establecer una espiritualidad propia; pero los que se acercan a
él y siguen sus consejos, se dan cuenta de que se les simplifica su vida espiri-
tual, que cada vez se parece más a la de los cristianos de la primera genera-
ción de la Iglesia. No inventa métodos, ni le preocupa demasiado la organiza-
ción, ni confía mucho en los sistemas. Dice siempre, cuando le hablan o pro-
ponen algo difícil, que, si le dejan un poco de tiempo para orar, no le preocu-
pa ni le asusta nada y se siente con fuerzas para todo.
Vive en una época convulsa, agitada, cuando el protestantismo ha causado
profundas heridas en el cuerpo de la Iglesia. En tal coyuntura no faltan los
que se preocupan organizando, estudiando, planificando obras y emprendien-
do santas batallas para el triunfo del bien. Todo esto Felipe lo aplaude y has-
ta lo secunda con generosidad; pero él se apoya y confía en motivos aún más
Si me dieran diez hombres verdaderamente desprendidos, me vería
en ánimo de cambiar el mundo.
(San Felipe).
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sobrenaturales y, por lo tanto, más sencillos, más universales también, y más
duraderos. Son la oración, los sacramentos, la liturgia, la caridad: esto es to-
do y todo está en esto.
Respeta la fisonomía espiritual de cada alma, y conduce a cada una según
el particular modo de ser de ella y lo especial que Dios le pide. Acuden a su
confesonario y recogen lecciones santas, más bien breves, pero siempre certe-
ras, que les orientan hacia el trato con Dios por la oración y los sacramentos,
y el ejercicio vivido de la caridad. Y todo hecho con alegría, con sinceridad,
con sencillez y constancia que, poco a poco, transforma la vida de la entera
ciudad de Roma, porque acuden a sus plantas los pobres y los ricos, los sen-
cillos y los sabios, los criados, los empleados, los médicos, los hombres de leyes,
los sacerdotes y religiosos, los obispos, los cardenales y el mismo Papa, en
demanda de luz y de oraciones.
A veces no es necesario que los penitentes abran sus corazones: el Padre
les adivina los pecados, especialmente aquellos que estaban tentados de no
declarar o que se les olvidaban... Si el penitente le pregunta, entonces, cómo
ha podido conocer el estado y los pecados de su alma, le responde con una
clara sonrisa y le dice: "Por el color de tu pelo". Y, dándole un tirón de ore-
jas, que sabe más a caricia que a reprensión, le impone la penitencia y lo
despide en paz.
Así era San Felipe, que Florencia había visto nacer en 1515—venturoso año
en que también había nacido Santa Teresa en Ávila— de una familia de la
burguesía, lindando con la nobleza, pero pobre; que de pequeño habíase mos-
trado tan encantador, hasta merecer el sobrenombre de "Pippo buono" —el
buen Felipín—, y que a los diecisiete años, en lugar de aprender los secretos
del negocio, junto a uno de sus tíos sin hijos, que quería hacerle rico, lo
había abandonado todo, súbitamente, para entregarse del todo al servicio de
Cristo.
APOSTOL SEGLAR
Durante años, viviendo a la buena de Dios, durmiendo en los pórticos de
las iglesias si, después de larga oración, se le echaba encima la noche, o en su
cuarto pobrísimo y limpísimo, que un amigo florentino le cedía a cambio de
cuidar de la instrucción de sus hijos, había sido el joven Felipe en Roma, uno
de aquellos apóstoles seglares, testimonios sencillos de la palabra de Cristo,
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eran tan extraños en aquellos tiempos y en aquella Roma. En todos los barrios,
aún en los de peor fama, predicaba al aire libre, a un auditorio benévolo, y
alcanzaba sorprendentes conversaciones.
Hacía excursiones por la campiña que rodea la Ciudad Santa y se detenía
en los lugares que favorecían la oración, por la vía Appia, o emprendía el pe-
regrinaje a las "siete iglesias", las más célebres y santas basílicas de Roma.
La Cofradía de la Caridad, que entonces contaba con miembros de todas
las clases sociales, no tenía servidor más abnegado que este raro seglar de
labios llenos de Dios, dispuesto siempre a ofrecerse al prójimo.
Poco a poco se constituye, en torno suyo, un grupo de fieles, reclutados en-
tre aquellas gentes que interpelaba por las calles, con su exclamación famo-
sa: "Y bien, hermano, ¿no es hoy que nos disponemos a practicar el bien?"
Es curioso ver cómo vivía totalmente entregado a Dios; pero sin que se le
ocurriera hacerse sacerdote, por más que había seguido los estudios de filoso-
fía y teología con laudable provecho. Pero solamente había estudiado para
mejor conocer a Dios, poder amarle más y poder hablar de Él en todo lugar y
ocasión. Se gozaba en su condición de seglar, que le permitía penetrar en to-
das partes donde se pudiera hacer el bien, llevando la luz de la verdad y el
calor del amor cristiano: calles, plazas, tiendas, bancos, amigos por todos los
sitios, a quienes el sacerdote habría retraído, pero que, en cambio, recibían con
simpatía las palabras de Felipe y hasta le seguían en sus buenas obras.
EN LA CELDA DEL SACERDOTE
No obstante, el sacerdote que le confesaba, Persiano Rosa, mitad padre
espiritual y mitad compañero de sus hazañas, le convenció, finalmente, de
que su total consagración al bien de las almas resultaría híbrida sin el sa-
cerdocio y, puesto que preparación no le faltaba, en poco tiempo se dispuso
para recibir las órdenes sagradas. Tenía entonces San Felipe treinta y seis
años. En su cuarto de san Girolamo della caritá, cuya iglesia servía junto con
otros sacerdotes, se reunían algunos de sus discípulos, sin are formal alguno,
para tratar de las cosas de Dios, tomando, tal vez, al comenzar, un pasaje de
Los jóvenes son la esperanza de la Iglesia.
(Gaudium et Spes, 2).
14 (42)
un buen libro y lanzándose en seguida al comentario familiar y espontáneo, en
el que participan todos, si bien el terminar, el Padre Felipe resume ya es
preciso corrige y puntualiza, en pocas palabras lo más importante.
Pronto el cuarto del Santo fue incapaz y se le unió la habitación conti-
gua: pero ni aún con el derribo de un tabique se resolvía la angostura del
lugar, por lo cual tuvieron que invadir el desván de la Iglesia, al que llamaron
el Oratorio, porque era menos que iglesia y más que cuarto... Allí, mayor nú-
mero de asistentes pueden participar en las reuniones, que siguen conservan-
do las mismas características con que se iniciaron, y terminan con un poco
de oración en común.
Más adelante se pasa a la iglesia, en busca de un espacio mayor; pero si-
gue llamándose Oratorio, Do ya por razón del lugar, sino de las prácticas que
integran las originales reuniones. Los que a ellas asisten son los hijos espi-
rituales del Padre Felipe, los del Oratorio.
Aun así siguen los seglares participando en los comentarios, que versan
sobre la vida de Cristo y de los Santos más imitables y sobre la historia de la
Iglesia, en especial de los primeros tiempos, sobre las virtudes cristianas, y
cabe también la música, de la que Felipe es un enamorado original y exigen-
te: no quiere que siga la costumbre de cantar en la iglesia melodías dulzonas
y afeminadas, por más que tal fuera el estilo de entonces, y encarga a alguno
de sus hijos espirituales, que son músicos, la composición de melodías en las
que se conjuguen la unción religiosa con la sencillez y la dignidad artística.
Estos músicos son Palestrina, Animuccia, Soto... Para ocasiones especiales les
encarga composiciones más largas, pero no tanto que la ejecución dure más
de una hora, en las que se glosa un paisaje bíblico, o se escenifica un miste-
rio cristiano, dando lugar a las piezas musicales conocidas con el nombre de
Oratorios, que más tarde cultivarán otros músicos, también famosos, como
Bach, Händel, Perosi...
Que los jóvenes sean castos, y que los mayores se libren
de la avaricia, y todos seremos santos.
(San Felipe).
15 (43)
CRECIMIENTO Y PRUEBAS
Aquellas peregrinaciones y visitas a lugares sagrados que, de seglar, reali-
zaba él solo, ahora las repite acompañado de esta pléyade de asistentes al
Oratorio, cada vez más numerosos,
No falta quien tilde a Felipe de innovador y que sospeche de sus buenas In-
tenciones; otros le censuran porque prescinde de ciertos formalismos tradi-
cionales que considera Inactuales y accidentales y, por lo tanto, un obstáculo
para el apostolado. Le echan en cara, en especial, el que admita a seglares pa-
re pronunciar los sermones que se hacen en la iglesia, durante el Oratorio. El
contesta que está siempre presente para evitar las posibles desviaciones de la
sana doctrina y hacer las correcciones, si llegara el caso, si bien tiene cuidado
de que los que hablen lo hagan con la debida preparación, si es que no se li-
mitan simplemente a interrogar para aprender, sino que exponen algún
punto de doctrina o de la vida de Cristo y de la Iglesia. Dice que así el au-
ditorio atiende más, especialmente si se evita que los sermones sean demasia-
do largos, para lo cual él ha decidido que los que allí se predican tengan una
cuarta parte de la extensión que habitualmente se les concede en otros lu-
gares. Las acusaciones llegan al mismo Papa, por boca de espíritus mezqui-
nos y envidiosos. A Felipe se le presenta una dolorosa prueba, que supera con
la gracia de Dios, y que al fin redunda en bien de su misma obra, que prospe-
ra y acoge a muchas más almas, hasta convertirse en el medio principal de
que se vale la Providencia para restaurar las costumbres y devolver el esplen-
dor de la virtud eclesiástica a la corrompida sociedad romana de aquellos
tiempos.
CONSOLIDACION E INFLUJO DEL ORATORIO
Entre los que participan cotidianamente en los ejercicios del Oratorio, ha
nacido una hermandad. Algunos toman en ella un papel relevante: el sastre-
cillo florentino Parigi, que sirve durante treinta años a Felipe en San Jeró-
nimo; el antiguo comerciante Cacciaguerra, que se ha convertido en un mís-
tico exaltado; el elegante Tarugi, camarero secreto del Papa, a quien sus be-
llas vestiduras de terciopelo no le impiden mezclarse con la fiel brigata; el
rústico estudiante de los Abruzzi, Baronio, que será un gran historiador y fi-
nalmente exaltado a la púrpura cardenalicia.
Desde ahora, el Oratorio celebra sus reuniones en la nueva iglesia, mas
vasta, de Santa María in Vallicella y multitudes enteras solicitan tomar par-
16 (44)
te en ellas. Pero el grupo que dirige todo eso sigue siendo pequeño, acaso no
llega a quince miembros. Cierto que, en otras partes, y a pesar de las dudas y
resistencias del Santo, surgen imitaciones de su apostolado. No obstante, el
sigue sin preocuparse por organizarlo, confiando más en la espontaneidad
progresiva de los sucesos, impulsados por el celo y la rectitud de intención,
que por el compromiso respaldado por las leyes.
No es hasta 1575, y bajo la orden expresa del Papa, que Felipe aceptará
que su libre movimiento se convierta jurídicamente en una nueva Congrega-
ción. Pero será una Congregación de tipo muy singular, en la que, sus miem-
bros, sometidos a una regla muy sencilla, vivirían en unión de plegaria y de
acción, donde la observancia se regiría más por el amor a la Casa y a los her-
manos, que por la rigidez de una reglamentación. Un discípulo del Santo no
tardaría en afirmar que aquello era, simplemente, "una república ordenada
por el amor"... El único lazo proclamado y reconocido que existe es "el que
nace del afecto recíproco, del trato cotidiano", y cuando se pide a San Felipe
el alfa y omega de su Regla, que consigue un orden tan admirable y tan efi-
ciente, responde sencillamente, grave y sonriente a la vez: "Solamente la
Caridad".
A pesar de todo, este primer Oratorio, tan original, tan rudimentario en
sus leyes, tan poco organizado, ejercerá una influencia considerable y formará
al servicio de la Iglesia, un grupo de selección que le prestará insignes servi-
cios. La idea proliferará más aún que la institución misma: tanto irradiaba
de ella el poder espiritual.
En cuanto al Santo fundador, recluido finalmente en su celda por la en-
fermedad y la vejez, tendrá un fin digno de su vida. Flaco, vuelto semejante
a un bello cirio que se consume ardiendo, estará siempre y hasta el fin abra-
sado por la misma fiebre gozosa, por la misma llama sobrenatural. A los que
acuden a visitarle, repetirá incansablemente el precepto que ha hecho suyo
desde su adolescencia: "Vivir siempre en Dios y morir asimismo"... Después,
en el momento en que los médicos, solemnes, anunciarán que su salud es
perfecta y que, octogenario, llegará a los noventa años, un día, como si hi-
ciera su última jugarreta, descansará dulcemente en el Señor, mientras ante
los escasos testigos de su tránsito, levanta, para bendecir, una mano muy pá-
lida, y un murmullo, apenas perceptible, fluye de sus labios. Era la Festividad
del Corpus Christi, el 26 de mayo de 1595.
DANIEL ROPS.
De la Academia Francesa.
17 (45)
EN FAMILIA
Todos los que se han acercado al
Oratorio con curiosidad, para estudiar
su estructura jurídica, o para anal-
izar su espíritu, a pesar de que todo
les hubiera sido muy sencillo, han so-
lido tropezar con el inevitable escollo
de la excesiva simplificación o de la
superficialidad. La existencia —sobre
todo después del Concilio de Trento,
y también en nuestra época— de gran-
des y beneméritas organizaciones apos-
tólicas, ha hecho más fácil la confu-
sión, hasta reducir, por inercia, todas
las obras de perfección y apostolado
A un común denominador, con poco
diferencia en los espíritus, pero con
mucho más parecido en las estructu-
raciones. Hay, también, en los que mi-
ran estas obras desde fuera, con pre-
juicios de inconsciente naturalismo,
una como obsesión por la eficiencia y
practicidad funcional de la entidad, a
costa del espíritu.
A las obras de apostolado que Dios
las ha llamado a ser grandes organi-
zaciones, Dios mismo las amparara pa-
ra liberarlas de este peligro; pero a
otras, ya las ha situado la Providencia
en el lugar donde la tentación, tam-
bién podría existir, pero tendría que
ser buscada. Entre estas obras está el
Oratorio.
Los que han juzgado el Oratorio
superficialmente, han dudado muchas
veces de su eficacia. No entienden que
cada casa o Congregación sea autóno-
ma; no entienden que no deba haber
un Superior General; no entienden,
por qué durante cuatro siglos, se ha
mantenido con leyes tan sencillas.
San Felipe no quiso edificar su
primera comunidad, sobre las leyes,
sino sobre el afecto fraternal, hasta
lograr un espíritu de familia, que to-
do lo informara. Si se prescinde de es-
te espíritu de familia es cuando no se
comprende por qué San Felipe no que-
ría la dispersión de muchas fundacio-
nes; no se entiende por qué él mismo
nunca abandonó Roma; no se entien-
de por qué dudaba tanto de los lazos
jurídicos. Incluso no se entiende por
qué la Iglesia ha dado algunos privi-
legios al Oratorio, si no es para que
pudieran serle de garantía que le ayu-
daran a mantener su peculiar espíritu,
precisamente de familia.
Cada casa nuestra es como una fa-
milia de hermanos, que vivirán siem-
pre más juntos bajo el mismo techo,
domésticamente, en el mismo lugar. El
superior que tendrán, no les será nom-
brado desde fuera, sino que ha de ser
elegido por los mismos de la casa. Es-
te superior tiene el nombre de Prepó-
sito, que sólo quiere decir "puesto de-
18 (46)
lante" en realidad, dentro de la misma, se
le nombra siempre por el Padre, sin ni
siquiera añadir el nombre, como en las
familias.
En las relaciones con las demás ca-
sas, existe el mismo amor de familia,
de hermanos. Todos se quieren, se tra-
tan, se ayudan; pero cada uno respeta
a la casa ajena, como entre los her-
manos de una misma familia, cuando
de un mismo tronco surgen varios ho-
gares, que se quieren y se auxilian,
pero que no se cambian los hijos unos
con otros...
Hay una base de naturaleza y de fi-
nalidad, que a todos nos hermana y que
la misma Santa Sede se encarga de
custodiar, pero Ella misma es la que
nos exhorta a la fidelidad en nuestro
peculiar modo de ser, porque lo con-
sidera útil a las almas.
Nuestros lazos legales son sencillos;
sólo existen los esenciales para man-
tener la estructura familiar. Nos carac-
teriza la falta de grandiosidad: los
Padres más antiguos, por ejemplo,
Aconsejaban que nuestras comunida-
des no fuesen demasiado grandes pa-
ra que no se perdiese el espíritu de
familia y se trocara por el de empresa;
y así surgieron otras fundaciones, ra-
mas de un mismo tronco, hijos que
parten a formar un hogar joven... que
mantendrá los lazos de amor con los
otros, pero que será independiente,
como todos los hogares deben ser, pa-
ra realizar su pequeña, pero necesaria
vocación social.
Todo esto es hermoso, pero difícil,
objetará alguno. Pero lo cierto es que
llevamos cuatro siglos así. Y hasta
creemos que, dentro de la Iglesia, la
falta de grandiosidad que nos carac-
teriza, cumple una misión, si nos ayu-
da a custodiar ese espíritu de familia
con un mínimo de leyes que exige un
máximo de amor, para que los que tie-
nen más leyes que nosotros y, sobre
todo nosotros, no nos olvidemos del
amor.
El amor de unos a otros, el amor al Oratorio como a
nuestro hogar doméstico, es una de las principales
características de nuestro espíritu y uno de nues-
tros lazos más fuertes. Cada una de nuestras casas
es una «familia», y el superior «el Padre».
(Car. Newman, C. O.)
19 (47)
HORARIOS
SERVICIOS RELIGIOSOS
DIAS LABORABLES
MISAS.— A las 7'15 y a las 745 de la mañana.
CONFESIONES.— De 7 a 8 de la mañana y de 1 a 8
de la tarde; los sábados por la tarde,
hasta las nueve menos cuarto
DIAS FESTIVOS
MISAS.— A las 9, 10, 11 y 12 de la mañana.
CONFESIONES.—Desde media hora antes de las misas;
pero es aconsejable no confesarse du-
rante la misa que se oye.
VISPERAS CANTADAS.— A las 7 de la tarde
ORATORIO SECULAR
HOMBRES.— Los jueves a las 8 de la tarde,
SENORAS.— Los primeros jueves de mes, a las 5'30
de la tarde, en la capilla.
SENORAS VIUDAS.— Los cuartos jueves de mes, a las
5'30 de la tarde, en la capilla.
JOVENES.— Los miércoles, a las 8'30 de la tarde.
SENORITAS.— Los martes a las 8 de la tarde.
ADOLESCENTES—Los viernes a las 8,30 de la tarde.
ORATORIO INFANTIL. —Los sábados a las 5'30 de la
tarde. No se admiten a los niños y niñas
de menos de 8 años.
LAUS DEO
Director: P. Ramón Más, C. O.
Edita: Congregación del Oratorio - Apartado 182.- Albacete.
Imprime: LA VOZ DE ALBACETE, S. López, 14. 9. 10- 67.
Depósito Legal: 103 AB 103-62.
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