BOLETIN DEL ORATORIO DE ALBACETE.
N.º 66. ENERO. 1968.
«¡JAMÁS LA GUERRA!»
La paz no se construye solamente por medio de la política y del equilibrio
de las fuerzas y de los intereses. La paz se construye con el espíritu, con las
ideas y con las obras de la paz.
Pero... ¿el mundo llegará algún día a cambiar la mentalidad particula-
rista y belicosa que ha tejido hasta ahora una gran parte de su historia?
Preverlo es difícil; pero es fácil afirmar que es preciso ponerse decididamen-
te en ruta hacia la nueva historia, la historia pacífica, la que será verdadera-
mente y plenamente humana, la misma que Dios ha prometido a los hombres
de buena voluntad.
Los caminos están delante de vosotros: el primero es el del desarme.
Si queréis ser hermanos, dejad caer las armas de vuestras manos. Es im-
posible amar mientras se empuñan las armas ofensivas. Las armas, sobre todo
las terribles armas que os ha dado la ciencia moderna, aún antes de causar
víctimas y ruinas, engendran malos sueños, alimentan sentimientos perver-
sos, crean angustias, desconfianzas, resoluciones tétricas; exigen gastos enor-
mes; paralizan los proyectos de solidaridad y de trabajo útil; falsean la psi-
cología de los pueblos.
... No uséis ya más las prodigiosas energías terrestres y las magníficas in-
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venciones de la ciencia, para que sean instrumento de muerte, sino de vida
para la nueva era de la humanidad.
...Hemos de acostumbrarnos a pensar en el hombre de una manera to-
talmente nueva; también nueva la vida de los hombres en común, nuevos
en fin los caminos de la historia y los destinos del mundo, según la palabra
de San Pablo: "Revestíos del hombre nuevo, creado según Dios, en la justicia
y santidad de la verdad" (Eph 4, 24).
PABLO VI
4-10-85
EL PRECIO DE LA GUERRA
¿Sabe Vd. lo que cuesta la guerra del Vietnam?... Ahora que los americanos
vienen a Europa para «defender el dólar» O, según algunos, para que
los europeos les paguemos la guerra de allá, muchos se han preocupa-
do del aspecto económico.
Según cifras «revelables», a Estados Unidos, en dinero, la guerra del Viet-
nam les cuesta, a estas fechas, la suma de
15.000.000.000.000 de pesetas.
Es decir que si cada ciudadano español, rico o pobre, chico o grande,
sin privilegios ni distinciones, tuviera que contribuir a tan enorme gas-
to, deberíamos dar, cada uno, medio millón de pesetas.
Pero hay un capítulo que debería impresionarnos más: el de las lágrimas,
de los dolores, de las muertes y de los pecados.
¿No es estúpido quemar dinero de esta manera cuando, con el mismo, y
con menos, se podrían remediar las causas reales de la guerra: igno-
rancia, pobreza, injusticias...?
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Para construir la Paz
En el semanario católico italiano IL NOSTRO TEMPO, se ha
publicado hace poco el siguiente interesante artículo, que
reproducimos.
Servicio civil en los países subdesarrollados y objeción de conciencia con-
tra la prestación del servicio militar, son dos problemas típicos del mundo con-
temporáneo, que sienten de modo particular los jóvenes, y sobre los cuales
piden a la sociedad compromisos más claros y decididos.
Este clamor, casi universal, de los jóvenes de nuestro tiempo, ha encon-
trado eco en la legislación de muchos estados contemporáneos que han con-
siderado la racionabilidad de sus peticiones.
En Italia, concretamente, ha sido aprobada, el pasado mes de octubre, la
llamada Ley Pedini, en virtud de la cual, en el próximo año, cien jóvenes se-
rán dispensados del "servicio militar" y autorizados para sustituirlo por un
servicio, de dos años por lo menos, de asistencia técnica en los países subdes-
arrollados. Si tenemos en cuenta las grandes necesidades del Tercer Mundo,
es un número ciertamente pequeño; pero se ha comenzado así con el fin de ir
formando paulatinamente en los jóvenes la conciencia de servicio, la única
capaz de contribuir eficazmente a la construcción de la paz. Este trabajo for-
mativo es importantísimo e indispensable, a fin de que el servicio de asisten-
cia técnica en favor de estos países no se convierta en una astuta escapa-
toria para evitar el servicio militar, sino que responda en verdad a profun-
dos deseos de solidaridad.
No se trata, pues, de una supresión del servicio militar, sino, más bien, de
una sustitución voluntaria, en determinados casos, por un servicio social de
asistencia técnica.
Se presume, asimismo, que se habrá evitado el posible riesgo de que las
casas comerciales, que trabajan en los países subdesarrollados, recurran a
la Ley Pedini para retener en aquellos países a los jóvenes, una vez presentes
allí, mas por motivos técnicos que por una verdadera conciencia de solidaridad.
Salvados éste y otros riesgos posibles, y si se consigue en los jóvenes la
conciencia de servicio, no cabe duda que esta ley ofrece a los católicos la po-
sibilidad de responder al llamamiento de Pablo VI en su reciente encíclica
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"Populorum progressio", donde dice textualmente: "Sentimos viva satisfac-
ción al saber que en ciertas naciones el servicio militar puede convertirse, en
parte, en un servicio social, un simple servicio. Bendecimos estas iniciativas y
la buena voluntad de los que las secundan" (núm. 74).
En relación con la llamada "objeción de conciencia" —periódicamente re-
petida en los cada vez más frecuentes procesos que se suceden en Italia y otros
países, por jóvenes reacios al servicio militar, que alegan motivos religiosos o
de conciencia pacífica—, no puede ni debe menospreciarse. Es un problema
que se planteó también a los primeros cristianos. Y es preciso que se tome en
consideración el hecho de que, sobre todo en la juventud, se está produciendo
una profunda maduración de conciencia, que tiene su origen en motivos de
solidaridad humana o, más típicamente, en imperativos de naturaleza religiosa.
Rinaldo Bertolino, profesor universitario italiano, en un amplio y deteni-
do estudio sobre este tema ("La objeción de conciencia en los ordenamientos
jurídicos contemporáneos"), ha afirmado recientemente que la "objeción de
conciencia" con relación al servicio militar, está apoyada en la libertad de
conciencia, o libertad religiosa. La libertad moral del hombre, su conciencia
—viene a decir—son bienes tan grandes y fundamentales, que no pueden ser
oprimidos precisamente en nombre del derecho; sino, por el contrario, en nom-
bre del derecho, defendidos y amparados.
Si consideramos las grandes necesidades del Tercer Mundo, no puede me-
nos de alegrarnos este anhelo de solidaridad —verdadero signo de nuestro
tiempo—  por parte de los jóvenes, y ver en esta mirada amplia y universal, el
camino mejor para lograr la paz y la construcción de un mundo mejor.
A los responsables de la cosa pública quisiéramos repetirles la invi-
tación dirigida por los padres conciliares en su mensaje a los
gobernantes: «La Iglesia sólo os pide la libertad. La libertad de
creer y predicar su fe, la libertad de amar a su Dios y de servir-
lo, la libertad de vivir y de llevar a los hombres su mensaje
de vida. No tengáis miedo a la Iglesia: está hecha a imagen de
su Maestro, cuya misteriosa acción no usurpa vuestras prerro-
gativas, sino que defiende lo humano de su fatal caducidad, lo
transfigura, lo llena de esperanza, de verdad y de belleza».
Pablo VI 28-12-67
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Predicación, Política y Moral
Una Agencia Informativa ha di-
fundido la noticia de que se ha im-
puesto una multa gubernativa a un
sacerdote por conceptos expresados
durante la homilía ante sus feligreses,
con ocasión de la celebración de la
Santa Misa en un día de precepto.
No queremos entrar en la casuística
de este hecho entre otras cosas por-
que desconocemos los detalles pero
si contemplar el ejercicio de una fa-
cultad gubernativa que incide en el
apostolado de la palabra, de forma que
puede coartar en lo sucesivo la im-
prescindible libertad de expresión de
otros ministros de la Religión.
La Iglesia, a través de sus minis-
tros, tiene derecho y obligación de en-
señar su doctrina (canon 1.322), la
cual no sólo afecta al Dogma, sino
también a la Moral.
En la sociedad humana se produ-
cen constantemente hechos que pue-
den ser analizados en bus aspectos
morales, y cuando han tenido relevan-
cia en una parroquia, es obvio que los
encargados de la misma los enjuicien
moralmente, evitando cualquier alusión
a personas, incompatible con los de-
beres de la Caridad; pero lo que no
pueden es omitir esta labor pastoral
por temor a una autoridad ajena, ya
que de ese modo habría el grave pe-
ligro de convertirse en "instrumen-
tum regnis" o de dar la sensación de
Una aprobación tácita. No quiera verse
en esto una "patente de corso" que
diese ocasión a que se aprovechasen
las homilías dominicales para dar
rienda suelta a ideas y deseos, ya que
la organización jurídica de la Iglesia
prevé la jurisdicción sancionadora de
las posibles transgresiones de esta na-
turaleza (canon 1.553).
Lo que no debemos de perder de
vista es que la Moral debe inspirar j
corregir la norma jurídica. Es decir,
que hay dos momentos distintos en el
tiempo en la relación principios mora-
les-norma jurídica, uno anterior en el
que debe inspirarse el legislador para
dictar la norma, y otro posterior para
modificarla cuando, por defectos o co-
rruptelas, no cumple con su fin ético.
Todos los hechos ajustados a Derecho
deben ser morales, pero es evidente
que hay algunos en que —revistiendo
y cumpliendo los fines legales— no se
ajustan a la ética; para comprobar lo
anterior piénsese en las "obligaciones
meramente civiles", los abusos de si-
tuaciones, el ejercicio de "derechos"
obtenidos por una violencia Indemos-
trable, etc.; y siendo esto así, ¿cómo
vamos a pedir a los ministros de la
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Iglesia que no clamen contra estos
desafueros?
La libertad de expresión es absolu-
tamente necesaria para el magisterio
(tanto desde el Altar, como desde la
Cátedra y de la Prensa), de otro modo
el miedo a una sanción, procedente
de otro Poder, puede provocar una
"autocensura" que, en algunos casos,
puede ser más rigurosa que la "previa
censura". Esta idea se recoge en el
Concordato de 1.851 al decirse que "no
se pondrá impedimento a los ministros
de la Iglesia en el ejercicio de sus fun-
ciones, ni les molestará nadie bajo
ningún pretexto, en cuanto se refiere
a los deberes de su cargo"; articulado
que se adiciona al Concordato vigente
a través de su protocolo final.
(Editorial de "CUADERNOS
PARA EL DIALOGO", Diciembre de 1967).
LOCALES DEL ORATORIO
El pasado día 8 de diciembre, fiesta de la Inmaculada Concepción de
María, se bendecían los locales del Oratorio, destinados al apostolado. A
pesar de que no se pretendía dar una excesiva solemnidad al aconteci-
miento, toda vez que no alcanzaba, dicha inauguración, la totalidad de de-
pendencias que se están preparando, fue acompañada del entusiasmo
juvenil de los más adictos al Oratorio. Queda por terminar (amueblar,
decorar, proveer de instalaciones convenientes) la sala de actos, que
representa la futura etapa de nuestros esfuerzos, en el deseo de disponer
de todos los medios propios del apostolado que el Oratorio dedica, espe-
cialmente, a la juventud.
Podemos llamar a ésta que reseñamos, la inauguración parcial de
nuestros locales. Supone ya una ventaja y comodidad relevante para
nuestras reuniones de formación, destinadas a los seglares.
Mientras nos disponemos esperanzadamente, para épocas más den-
sas aun en actividades formativas y apostólicas, de momento podemos
anunciar que estos locales inaugurados, están regularmente abiertos a los
hermanos y amigos del Oratorio, todos los martes, miércoles, jueves y
domingos, desde las 8 hasta las 945 de la tarde, además de los horarios
especiales que se anuncien para otras actividades o acontecimientos del
Oratorio secular.
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HERODES
El miedo es malo en los buenos, porque les deforma la óptica de la real-
dad y puede llegar a causarles un estado habitual y patológico de vértigo
espiritual, que les inutilice para todo lo positivo.
Pero cuando el miedo es el humo de ideales corrompidos, ennegrecidos por
la maldad, entonces es capaz de sugerir las peores atrocidades y los crímenes
más horrendos. Tal es el caso del rey Herodes.
Herodes era un ser mezquino, cobarde, astuto, rastrero y cruel Quiso ser,
tal como nos lo presenta el relato evangélico, tan radical en su ambición, que
ni le dio tiempo para comprender que "no venía a quitar las cosas que mue-
ren, Aquel que daba el reino de los cielos", como canta la Iglesia en uno de
sus himnos.
Le bastó, en el caso del Mesías esperado, oír las palabras "rey" o "reino",
para desasosegarse presa de la inquietud: con los romanos —los señores, los
"grandes" del mundo de entonces— había encontrado o tenido que aceptar
una fórmula que le permitía seguir siendo o pareciendo un "rey" ante los de-
más; pero aquí era distinto, porque un misterio indescifrable rodeaba la au-
reola de ese Mesías, que respondía sin duda al anuncio de las profecías y que,
llegado el momento, se presentaba con una puntualidad ya inevitable. Com-
prendió que con un poder así, con un "rey" y un "reino" de tal naturaleza,
era más difícil componer sus ambiciones con fórmulas parecidas a la intere-
sada tolerancia romana, en la que, a fin de cuentas, se amparaba. Comprendió
a su modo, pero no entendió. Antes, pues, de que ese nuevo rey creciera y
fuese poderoso —cualquiera que fuese la naturaleza de su poder— había que
eliminarlo.
Por lo demás, los detalles y las descripciones de los Profetas, eran cierta-
mente una señal que hacían cierta la esperanza de otros. Para él eran sim-
plemente unos datos utilísimos que no debía despreciar, antes de que fuese
demasiado tarde. Como todo soberbio y ambicioso, no creía en signos espiri-
tuales: los juzgaba inútiles si no se le sometían previamente. Y Cristo hacía
su entrada sin tenerle en cuenta a él; a él de quien ni siquiera habían decidido
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prescindir del todo los romanos, amos del mundo. Decididamente: lo
que no se podía o no se dejaba dominar, le parecía más que simplemente In-
útil: era un estorbo. Y más que un estorbo: era un rival, y un rival hay que
exterminarlo cuanto antes. Como sea.
Lo que nos cuenta el Evangelio es fácil de comprender, y queda como una
·lección siempre oportuna para todos los poderosos del mundo, a quienes su
ambición o la prolongada costumbre de dominar les puede llevar a la suges-
tión y al erróneo convencimiento de que su derecho al dominio es absoluto,
aun en casos parecidos como en el de Herodes, tan precario e hipotecado. Y,
entonces, incluso cuando tropiezan con Dios, no pueden librarse de concebirlo,
tanto Él como su reino espiritual, como algo que ha de ser también domina-
ble. Si a pesar de sus intentos absorbentes y de la falsa prudencia de sus pla-
nes, Dios se les escapa "por los caminos", fácilmente les invade el miedo
herodiano, y los dedos se les hacen huéspedes y las sombras gigantes y la fan-
tasía se excita sin razón, víctima de pavorosos e inútiles temores, que les con-
ducen a desatinadas y desesperadas tácticas y defensas, incapaces de darse
cuenta que el verdadero motivo de temor debían de haberlo buscado como
hubiera de haber hecho Herodes en sí mismos, porque Dios nunca viene a
derribar ningún trono de este mundo. Estos, como todo lo humano, pueden ser
asiento de la justicia o de la injusticia: los justos nada han de temer, y los
injustos se derriban por sí solos, tarde o temprano, lo mismo que el trono ficti-
cio de Herodes.
Como un aplauso de pureza, como lirios encendidos de rojo, como estre-
llas doradas con llamas de sangre, las almas de los inocentes, segados por la
espada del rey cruel, hacían de corona de luz, vía láctea y palio luminoso so-
bre los caminos del Señor que huía a Egipto. Mientras, una estrella más gran-
de conducía a los Magos hacia Oriente. Y Herodes, ahogando su rabia en el
clamor de las madres betlemitas, se hundía en el pozo verde y horrible de un
miedo mayor y desesperado, hasta acabar en la locura.
Que cese toda especie de violencia... Como meta final no se bus-
que la victoria que oprime, sino la seguridad, la paz y la
libertad para todos.
PABLO VI 28-12-67.
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SER PADRE
Hay una existencia difícil de ser
y que siempre está en peligro de no
ser: la existencia del hombre que es,
Además, padre. O que es, también, pa-
dre. Más concretamente: del hombre
que, después de la urgencia de las le-
yes físicas de la paternidad, resulta
padre. No se pensaba en ello... Es pro-
bablemente una de las situaciones
humanas dotadas de más relatividad,
con temblor: porque resulta que todo
esto desemboca, no en el padre, sino
en el hijo. Es en el hijo que el padre
queda o no realizado como tal... El
hijo es el juez visible del padre.
El problema se abre por esta bre-
cha: se puede ser padre del engen-
dramiento, y no serlo ni siquiera del
nacimiento del hijo. O ser padre del
engendramiento y del nacimiento,
porque se reconoce y acepta el naci-
miento, pero a continuación, no ser
padre del crecimiento, de la infancia,
de la adolescencia, de la juventud del
hijo. En la realidad verdadera, es pa-
dre de un hijo el que hace de padre a
un hijo. Lo que, de un hombre, hace
justamente un padre es la continua
acción de padre después del engendra-
miento y el nacimiento. La fisura que,
en este tiempo, se ha abierto en una
mayoría de familias, concretamente
entre el padre y el hijo, procede de es-
te hecho: el padre del engendramien-
to no resulta ser padre del crecimien-
to. Y el hijo, como es natural, no cre-
ce como hijo, sino como hombre. Ha-
cer de hijo no existe.
Al escribir su obra teatral "Padre",
Strinberg planteó, en burgués exaspe-
rado, la tragedia de resultar ser pa-
dre. El misteriado ser de padre. Strin-
berg atornilló el drama de la paterni-
dad en la imposibilidad de saber uno,
el varón, si es el padre de su hijo. Ni
tan sólo por el parecido. Esto, cientí-
fica y biológicamente, es cierto. Lo
que no resulta cierto, ni siquiera visto,
es el drama. Porque se es padre del
hijo, si se hace de padre al hijo. Y, en
cualquier caso, donde recaen el drama
o el hecho positivo de la filiación es
en el hijo.
Una luz latidora de poder indicati-
vo sobre el verdadero ser del padre
aparece en la situación, tan clara co-
mo malentendida, incluso ironizada,
que describe Mateo, cobrador de con-
tribuciones y evangelista: la situación
profunda de José con María y su hi-
jo... A ese malentendido e ironía so-
bre la paternidad de José, ha contri-
buido mucho la nomenclatura piado-
sa y tradicional de "padre adoptivo".
Es esta una municipal expresión de
emergencia, una salida por donde sea.
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Porque este carpintero e el padre más
profunda y completamente varón, que
se ha dado en la historia del hombre
padre sobre la tierra, ¿Por qué?.
En principio, y en José, se descubre
una inaudita formación del hombre
varón existencial y teológico: no fue
determinante físico del engendrar
Liento de Cristo, pero se hizo respon-
sable y quiso ser padre, que significa
algo más que la simple aceptación del
prodigio maravilloso obrado en su
mujer por quien había depositado en
el agua salobre del mar la célula aque-
lla, que tenía el suficiente poder in-
trínseco y desde arriba para desarro-
llarse y evolucionar hacia la "apari-
ción de la libertad en la Naturaleza":
el hombre.
BLAI BONET.
Atended al espíritu y a la letra de los principios doctrinales, cuyas conse-
cuencias son ineludibles ... Abrid los ojos, el espíritu, la voluntad,
a las orientaciones previsoras de la Iglesia, siempre Madre para todos.
Todavía estamos a tiempo; se pueden superar los obstáculos de la ética
individualista y acometer las reformas necesarias de responsabilidad,
participación y comunitarismo. No dejemos pasar las horas trascenden-
tales de paz exterior. Más tarde puede resultarnos demasiado tarde.
Son claras las aspiraciones del hombre de hoy: «Verse libre de la mise-
ria, hallar con más seguridad la propia subsistencia, la salud, una ocu-
pación estable; participar todavía más en las responsabilidades, fuera
de toda opresión y al abrigo de situaciones que ofenden su dignidad de
hombres; ser más instruídos; en una palabra: hacer, conocer y tener
más para ser más» (P.P. 6).
Todas estas justos y cristianas aspiraciones reclaman una respuesta fra-
terna, generosa y al mismo tiempo urgente.
Mons, ANTONIO AÑOVEROS
obispo de Cádiz.
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EL IDEAL
Un adulto, frente a un joven no puede, muchas veces, aprobarlo todo, y
no por falta de comprensión de la madurez frente a la juventud, sino porque
es verdad, con harta frecuencia, que al empuje de la juventud suele faltarle
La perspectiva que sólo da la experiencia de la vida, superior y más exacta
que las simples intuiciones geniales, o la teoría bien aprendida de los más
perspicaces e inteligentes. Pero esta experiencia práctica que falta al joven,
él mismo nos la solicita, si es honesto, porque es el primero en darse cuenta
—¡la lleva dentro!— de su pobreza, en este sentido. Cuando un adulto ayuda
a un joven, él mismo evita hacerse viejo de corazón, mientras convierte en
hombre a su discípulo, encauzando su ímpetu, sin comprimirlo, en el campo
de la vida.
Esa juventud alocada, de la que tanto se habla hoy en día, o no ha quería
do aceptar la guía de sus mayores, o éstos no se la han querido dar o, sim-
plemente, nadie se ha preocupado de ellos, después de ser puestos al mundo
por unos padres que se han limitado a satisfacer su hambre o su glotonería
y han pensado que les "preparaban para la vida" con cuatro consejos egoís-
tas, disimulados o envueltos en prudencias retrógradas, que muy pronto se-
ría totalmente inútiles a los menos tontos y mezquinos. Esa juventud es la
que luego ha ido a parar a manos de los que les han explotado para hacerles
consumidores de artículos estrafalarios, o compradores de discos, o fanáticos
de novelerías inútiles, o clientes del vicio o soldados de las guerras...
Y también por los que parecen muy interesados en apasionar a la opinión
pública con "problemas de la juventud", para distraer incluso a los adultos de
los verdaderos y más importantes problemas de la vida. Un eminente peda-
gogo, el Padre Octavio Fullat, Sch. P., ha hablado de esta innoble explotación
de la juventud actual...
Pero aun en medio de todas las agitaciones típicas o circunstanciales de
nuestros jóvenes, nadie que tenga algún trato con ellos, podrá dejar de reco-
nocer que es característica normal en esa edad la aparición de los ideales y
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un singular ardor para abrazarlos. Un ardor y un entusiasmo radicales, In-
conformistas, a pesar de la falta de madurez personal y compatible con ella,
y por esto causa de tantas luchas interiores, de tanto sufrimiento del alma:
luchas y angustias que los adultos olvidamos demasiado pronto, y, por ello,
causa frecuente de nuestras incomprensiones ante los jóvenes y del mal que
algunas veces les hacemos...
De los jóvenes los adultos solemos admirar su docilidad; pero menos la
exigencia de sus ideales, que despiertan, con demasiada frecuencia, temores
a nuestras seguridades, y por eso buscamos en seguida "razones" para cen-
surarlos o, por lo menos, para recortarlos.
Es claro que no se trata de aceptar como ideal cualquier botaratada de
mala crianza o cualquier pretexto estúpido y, en el fondo, desagradecido y
perezoso, siempre posible. Pero lo que no puede hacerse sin asesinar lo más
noble de la profundidad del hombre —¡precisamente en los momentos en que
está cristalizando su personalidad!— es echar cenizas y agua sobre la llama
nobilísima del Ideal que surge, y que puede llamarse verdad que tío se quiere
ocultar, justicia que no admite soborno, libertad que se define, solidaridad hu-
mana. Todo esto son valores que Dios ha puesto en el hombre y que se mani-
fiestan y encarnan en evidencias concretas y urgentes que conmueven a toda
conciencia humana normal.
Cuando un joven se levanta y alza, sinceramente, la llama de esa luz, 720
es lícito burlarse de él, ni con razones bautizadas de falsa e interesada pru-
dencia, ni con promesas de cielo terreno. Cansados de vivir, muchos adultos,
pretenden buscar más gusto en la vida, precisamente rastreando más en ella,
sin elevarse jamás a lo que supera a la simple poesía y es más que adorno de
palabras: sin elevarse a lo que son las razones para vivir. Ellos tienen también
sus razones, unas razones terrenas, que valen menos, mucho menos que la
vida: razones estomacales, digestivas, pasionales, vanidosas, confortables a
costa de los demás (¡no quieren pensar en los demás, si se extienden hasta
más allá del "clan" familiar, que convierten en tribal!). Estas razones no va-
len para vivir, porque son menos que la vida.
Y un joven no corrompido aún, comprende fácilmente que las razones para
vivir, valen más que la vida. Son el ideal.
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INTEGRISMO
El padre agustino Robert Adolfs, en su libro Die Kirche ist Anders (que
pronto podremos leer en su versión castellana y cuyo título podría ser La
Iglesia es otra cosa, o La Iglesia es algo más...) se ocupa del fenómeno del
integrismo, como contrario a la catolicidad dimensional y profunda de la Igle-
sia de Cristo, y su análisis nos sirve admirablemente para desbrozar ese en-
madejamiento de las llamadas "tensiones" postconciliares, imposible de valo-
rar con más o menos acierto, sin una visión total de la Iglesia, liberada, ade-
más, de supeditaciones culturales, raciales, sociales, nacionales o políticas. Por-
que la Iglesia es otra cosa, es más que eso...
Con la palabra integrismo, el padre Adolfs designa a una concepción del
Cristianismo saturada por la convicción absoluta, o por lo menos muy profun-
da, de poseer la exclusiva de la verdad. Lo cual le aísla, cada vez con más
fuerza, del conjunto social a que pertenece, porque, por sistema, tiende a ig-
norar a "los demás", o los desprecia y los excluye, por lo menos, o, más fre-
cuentemente, los combate e intenta someterlos por los medios que sea.
El integrismo no es un fenómeno nuevo: un breve repaso a la Historia de
la Iglesia bastaría para ver cómo, en sus hitos más altos, se ha manifestado la
actitud integrista, empeñada en tomar, sin misión para ello, el cargo de la
prudencia, creando obstáculos a toda renovación, mutilando la verdad, mano-
seando y comprimiendo la libertad de la Iglesia, abalanzándose siempre sobre
Ella para frenar, sofocar o destruir el impulso de cualquier afirmación evan-
gélica, hasta extinguir, si hubiese sido posible, la llama vivificante del Espí-
ritu, cada vez que su ardor prendía en las almas o renovaba la pureza del im-
pulso de Dios en el mundo.
En nuestra época, difícil y hermosa, en que también sopla fuerte, otra vez,
el Espíritu, es frecuente tropezar, acá y allá, con esa actitud negativa del inte-
grismo. Cuando esta actitud procede de temores invencibles, de contagios re-
celosos no buscados, de la buena fe mal informada o deformada, con el tiempo
y la caridad, finalmente, se obra la conversión o el despertar a la lucidez; por-
que no ha sido más que otra evidencia de las limitaciones humanas. Pero cuan-
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do esa actitud de freno surge de, o se alía con los intereses terrenos de insta-
laciones egoístas, enquistadas cancerosamente en el cuerpo de la sociedad y por
lo tanto capaces de comprometer cualquier otro ideal humano, cultural, social
o político, que pueden ser muy nobles en sí mismos...—entonces, el dicen que
defienden a la Iglesia es que pretenden mantenerse a costa de Ella y ésta de-
fensa la aprisiona, si le dan un subsidio es que la compran y si la abrazan la
corrompen... Existe una frase clarividente del cardenal Ottaviani, quien dijo:
"Una cosa es servir a la Iglesia, y otra muy diferente, servirse de la Iglesia..."
La Iglesia es madre y "servidora" de los hombres; pero todo intento de ser
"utilizada", constituye, más allá del simple equivoco, una profanación inno-
ble y hasta sacrílega. La forma de integrismo que más dolores ha causado a la
Iglesia y más ha retardado y falseado su misión entre los hombres, ha sido la
de estas "utilizaciones". Porque le impiden ser católica, es decir, ser de todos,
ser de siempre, ser de todas partes y acabar de hacerse a sí misma.
LA CLERICALIZACION DE LA POLITICA
DEGENERA EN ANTICLERICALISMO
Ha dicho el cardenal M. Conçalves Cerejeira, Patriarca de
Lisboa: «No se puede hablar del obispo defensor de la
ciudad. Lo es siempre, iluminando, restaurando y elevando
a las fuentes divinas de la fe y de la gracia de Cristo todo
orden temporal. Ya no es, como en la infancia de Europa, y
también, hasta cierto punto, en el régimen feudal, el sustituto
o participante de la autoridad pública asumiendo tareas te-
rrenas. En la sociedad actual, consciente de la autonomía de
lo profano, por un lado, y de la independencia, pureza reli-
giosa y moral del poder espiritual, por otro, la clericaliza-
ción de la política, como la participación en ella de la jerar-
quía, trae consigo, tarde o temprano, el anticlericalismo, con
perjuicio de aquel al que no se quiere servir».
«Ecclesia». —30-12-67.
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DILEMAS
El doctor Strigfellow, en un folleto
titulado Hagámonos parte de la raza
humana, propone que para entender
lo que ocurre en gran parte del mun-
do nos hagamos cuenta que vamos a
nacer hoy, al mismo tiempo que otras
200.000 personas. ¿Dónde? No lo sabe-
mos, pero oigámoslo:
"Probablemente nacerá usted de co-
lor"; probablemente será en un país
que recientemente se ha rebelado y ex-
pulsado a los blancos o que está a
punto de hacerlo. Si nace en África, es
probable que aprenda la máxima:
"Nunca te fíes de un blanco". Tiene
solo una probabilidad contra cuatro
de nacer cristiano. Es mucho más pro-
bable que nazca confuciano, budista o
mahometano. Si nace usted en la In-
dia, tiene apenas una probabilidad
contra cuatro de vivir más de un año,
y si logra pasar de la infancia, tiene
un cincuenta por ciento de oportuni-
dad de llegar a la edad adulta. Si na-
ce de color, lo más probable es que es-
te enfermo toda la vida; de paludismo,
parálisis intestinales, tuberculosis o
aun de lepra, Es probable que el ham-
bre le cause debilidad y a veces tendrá
tanta que no vacilará en comer corte-
zas de árboles. Y si usted nace de co-
lor, existe una probabilidad contra
cuatro de que jamás aprenda a leer.
Es casi seguro que ha de trabajar la
tierra, y la mayor parte de lo que cul-
tive irá a manos del amo. Además, lo
probable es que viva usted muy endeu-
dado no sólo con el amo, sino con el
usurero del pueblo, cuya tasa de inte-
rés podrá ser entre el 30 y el 100 por
ciento".
Estos datos desoladores se contienen
en cualquier hoja impresa al alcance
del hombre de la calle. Hoy la raza
humana va adquiriendo una fuerte
conciencia de la solidaridad universal.
Hoy no podemos vivir en la torre de
marfil de un aislado provincianismo
Ideológico, político, social, religioso, en
una palabra, humano.
El dolor humano se nos entra de ron-
dón en nuestra cámara intima, sin ne-
cesidad de que vayamos a buscarlo en
aquellos rincones pudorosos en los que
Sc escondía antaño, lleno de vergüen-
za.
La nueva generación ha nacido ya
en este clima de absoluta intercomu-
nión humana, y ha adquirido, por ello,
una tremenda sensibilidad al dolor hu-
mano.
Esto la ha hecho más seria y más
profunda. Pero al mismo tiempo la ha
sumergido en un ancho mar de an-
gustia. La angustia ha llegado a con-
15
vertirse en una palabra de moda, y los
que ya no somos jóvenes no tenemos
derecho a burlarnos bonitamente de un
hecho real y vital que lacera a esta ju-
ventud deslumbrada por la visión trá-
gica del dolor humano.
Muchos de nosotros aprendimos en
nuestra juventud la táctica del aves-
truz: meter la cabeza, en un hoyo pa-
ra ignorar la existencia de lo desagra-
dable. Se nos hablaba de los "pobres"
come de una abstracción mítica, pues-
ta casi en el mismo plano que las bru-
jas, las hadas y los enanos del bosque.
Naturalmente este encuentro facial
de la Juventud con el dolor humano
en su concreta realidad existencial
puede tener consecuencias fatales pa-
ra los jóvenes. Ellos intentarán lan-
zarse a una tarea inmediata de re-
dención.
Históricamente se les presentan dos
maneras de redimir: marxismo y cris-
tianismo. El marxismo se empeña en
suprimir espectacularmente las gran-
des alienaciones humanas, sobre todo
la gran alienación moderna de la es-
clavitud proletaria de los pueblos sub-
desarrollados.
El cristianismo puede hacer una vá-
lida competencia al marxismo, pero só-
lo si se presenta como un sistema efi-
caz e inmediato de redención plena de
todo el hombre. El precepto del Amor
fraterno, vértebra capital del Mensaje
cristiano, una vez instalado en una so-
ciedad, suprimiría automáticamente al
menos el 75 por ciento del dolor hu-
mano, ya que este 75 por ciento de do-
lor está producido por el egoísmo que
rige las relaciones humanas de una so-
ciedad cuyos miembros sufren igno-
rados, despreciados y desatendidos por
los que viven bajo el mismo cielo y res-
piran en la misma atmósfera.
Y si ninguna de estas dos tareas
—marxista o cristiana— se ofrece a los
jóvenes para luchar contra el dolor,
caerán fácilmente en una postura ne-
gativa de un nihilismo irreparable.
J. María González Ruiz
Esta función organizadora (del Estado) exige la creación de unas condiciones
públicas tales, que permitan a las personas y a las sociedades menores
—entre las cuales la primera es la familia— el ejercicio de los pro-
pios derechos y perseguir los propios fines. Es preciso, pues, que el
bien común del Estado esté determinado, básicamente, en orden a los
bienes comunes humanos. Por lo tanto, el Estado no debe ser totalita-
rio, absorbiéndolo todo y sujetándolo todo: la persona es un valor
anterior al Estado.
A. G. Cardenal Cicognani, Secretario de Estado. 6.12.67.
16
PRENSA CATÓLICA
La celebración, en este mes, de la Conversión del apóstol San Pablo, nos
evoca su colosal figura cristiana —"Platón de Cristo", se le ha llamado…–,
que tantas veces se ha querido comparar, en la dimensión de su celo, a la del
periodista más universal, a pesar de los veinte siglos que nos separan de él. De
haber vivido en nuestro tiempo, celo, apostolado y periodismo se habrían fun-
dido, en San Pablo, porque solamente así, en esa conjunción, habría encontra-
do cauce humano adecuado el gran impulso de su ardor por difundir la ver-
dad evangélica. Los periodistas católicos, los escritores y todos los que comuni-
quen a los demás las cosas de Dios y de la Iglesia, si no se resignan a ser sim-
ples técnicos o profesionales de la palabra escrita o hablada, tendrán siem-
pre, en San Pablo, un ejemplo de dinamismo, de valentía y de fidelidad in-
sobornable e invencible al transmitir al mundo, "desatada" de servidumbres
—como diría el Apóstol— la palabra de Dios.
Existen hombres admirables que le siguen, al frente de una prensa au-
ténticamente católica y militante: son ellos los que, en nuestra época, han
contribuido mayormente a despertar esa atención mundial puesta sobre la
Iglesia, en particular desde que, proféticamente, el Papa Juan XXIII Le se-
ñalaba nuevos rumbos... Gracias a ellos, creyentes e incrédulos, se han fijado
en el rostro rejuvenecido de la Esposa de Cristo y muchos indiferentes han
despertado de su letargo, cautivados por la autenticidad evangélica con que
quiere realizar su misión, en el mundo de hoy.
Pero los medios de difusión con que cuenta la Iglesia, para dar noticia
de su mensaje y de su vida, no han alcanzado neutralizar el silencio hostil
que respecto a Ella se observa en amplias zonas del globo, ni vencer la des-
confianza con que, en muchas partes, se censura y recorta o deforma la rec-
ta información, con grave daño para la Iglesia y lesión de los derechos de los
hombres a la verdad, y a la verdad entera, a los que se pretende hacerles lle-
gar como noticias sobre Catolicismo ciertas informaciones tan mediatizadas
y tendenciosas, que constituyen una ofensa tanto más grave cuanto que, cí-
nicamente, en más de una ocasión, se presentan por "defensores" —no sabe-
mos con que investidura— de la Iglesia.
17
En tales casos sería de desear que tales periodistas o agencias de noti-
cias, se abstuvieran de hacer alusión a ningún hecho, ni a ninguna perso-
na relacionada con la Iglesia. Vale más callar que morder; sobre todo cuan-
do, el que muerde, dice que besa...
En el caso concreto de nuestro país, y después de las explícitas y conoci-
das declaraciones de monseñor Cantero, presidente de la Comisión episco-
pal española para los Medios de Comunicación Social, podemos bien decir
que carecemos de una verdadera y suficiente Información católica, porque,
en rigor, ésta se reduce a muy poco más que a los solos Boletines Oficiales de
Los Obispados españoles, que no pueden ser, a pesar de las garantías que po-
seen, medios suficientes de información para formar y mantener una opi-
nión católica popular. Las pocas y esforzadas revistas católicas de España, lle-
van adelante la no fácil misión de suplir, de alguna manera, ese vacío inmenso.
Por esta razón nos parece un deber recomendar, como sacerdotes, que cier-
tas noticias relativas a la Iglesia, o a militantes de sus organizaciones o a mi-
nistros de la misma, sean sometidas a atenta y prudente critica personal, es-
pecialmente en aquellos casos en los que se publican hechos o palabras de sa-
cerdotes y hasta de obispos de la jerarquía católica, y que se presentan co-
mo responsables o sospechosos de delitos o infidelidades.
Tal reserva en el juicio constituye una precaución elemental cuando la
Iglesia no dispone de una propia agencia de noticias y los medios de informa-
ción a su alcance resultan incomparablemente exiguos en relación con los ge-
nerales. Hemos podido observar, en alguna prensa, la referencia irrespetuosa
a personas y la deformación de hechos relativos a la Iglesia, que nos conven-
cen, como sacerdotes, de la urgencia de este consejo.
Positivamente, recomendamos que las personas que puedan y, en especial,
las familias, se suscriban a alguna de las buenas revistas católicas que, sin
excluir a otras, recomendamos desinteresadamente en otra parte de este mis-
mo Boletín.
… Y que San Pablo interceda para que, todos los periodistas católicos del
mundo, jamás renieguen de su bautismo, en pecados profesionales de pala-
bra, obra u omisión. ¡o que dejen de decir que son cristianos, o que no hagan
de periodistas!
18
COMIENZA EL AÑO! …
es una oportunidad para iniciar una
SUSCRIPCION
a una buena revista católica
Por ejemplo a
«MENSAJERO DEL CORAZON DEL JESUS», mensual
Avenida de las Universidades, 13
Apartado 73 - BILBAO
Precio: 100 ptas. anuales
«HECHOS Y DICHOS», mensual
Paseo M. Agustín, 2
ZARAGOZA
Precio: 125 ptas. anuales
VIDA NUEVA, semanal
P. P. C.
Apartado especial n.146 F. D.
MADRID
Precio: 150 ptas., semestre o
300 anuales
«FETES ET SAISONS», mensual
(en francés o en castellano)
P. P. C.
Acebo 54
Apartado 19049
MADRID-16
Precio: 6 números, 90 ptas.
¡Se gasta el dinero en tantas cosas inútiles!... ¡Y en tanto papel
impreso que no dice nada!
Vd. y los suyos necesitan estar al corriente de la vida de la
Iglesia y cultivar su mentalidad católica actual por cauces que les puedan
merecer confianza, competentes y cristianos.
Si se suscribe, luego nos agradecerá el consejo.
19
La paz no puede estar basada sobre una falsa retórica de palabras, bien re-
cibidas porque responden a las profundas y genuinas aspiraciones
de los hombres, pero que pueden también servir y han servido a
veces, por desgracia, para esconder el vacío del verdadero espíritu
y de reales intenciones de paz, si no directamente para cubrir sen-
timientos y acciones de prepotencia o intereses de parte. Ni se
puede hablar legítimamente de paz donde no se reconocen y no
se respetan los sólidos fundamentos de la paz: la sinceridad, es
decir, la justicia y el amor en las relaciones entre los Estados y,
en el ámbito de cada una de las naciones de los ciudadanos entre
sí y con sus gobernantes; la libertad de los individuos y de los
pueblos en todas sus expresiones cívicas, culturales, morales, reli-
giosas; de otro modo no se tendrá la paz —aun cuando la opre-
sión sea capaz de crear un aspecto exterior de orden y de lega-
lidad—, sino el brotar continuo e insofocable de revueltas y de
guerras.
PABLO VI.— Mensaje para el Día de la Paz,
LAUS DEO
Director: P. Ramón Mas, C. O.
Edita: Congregación del Oratorio - Apartado 182.-Albacete.
Imprime: LA VOZ DE ALBACETE, S. López, 14 - 12-1-68.
Depósito Legal: AB-103-62.
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