BOLETIN DEL ORATORIO DE ALBACETE.
N.º 67. FEBRERO. 1968.
EL GRAN DOLOR
Hay un dolor de la Humanidad hecha Cristo, en el Calvario del mundo:
el dolor de los que mueren de hambre cada día 40.000), el dolor de los que
son destrozados por la guerra, el dolor de los oprimidos por la injusticia.
Es un dolor grande como el mundo, en la noche de todas las angustias, mientras
espera el amanecer del reino de Dios. Un dolor que no cabe en el corazón;
que hay que gritarlo. Un dolor que comprime la vida, un dolor que derriba al
hombre, un dolor que insulta su esperanza... Unos quieren el bien y no lo al-
canzan; otros pueden alcanzarlo y no lo quieren. Unos se mueren de no tener,
y otros del miedo de perder lo que tienen. ¡Hay un gran dolor en el mundo!
Es preciso entrar en ese mar amargo y bautizarse en su dolor, para que
no sea sólo lamento, sino limpieza de las almas y todas las ansias se hagan pu-
ras y seamos capaces de apasionarnos por la verdad, y la verdad nos haga
libres, y la libertad capaces de amor.
Hay un gran dolor en el mundo —hambre, guerras, injusticias, porque
no hay bastante amor. Dolor universal, estigmas de Cristo en el corazón de
todos los hombres, que se retuercen gritando, y aspiran y quieren y exigen el
bien y la paz y el amor. El mundo desfallece de falta de amor. Los hombres
gritan, pero no hablan; los hombres miran, pero no ven; los hombres cuentan,
pero no aman.
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Si el amor no nos convence, crujirá en llamas de dolor hasta quemar to-
dos los mitos que separan a los hombres.
Hay un mundo por hacer y no sólo una vida que vivir. El que vive su vida
solo, se atrofia. El que la vive en grupo, se hace sectario. Solamente el que la
vive con el mundo, se hace completo, universal; solamente vive el que se suma
a la vida de todos.
Hay un dolor en el mundo que los cristianos hemos de convertir en espe-
ranza: porque nosotros que fuimos bautizados en el dolor y la muerte de Cristo,
podemos comprender todos los dolores y asumirlos para que sean resurrec-
ción y vida.
TU CUARESMA:
– Ante todo, procura oír misa todos los días. Sé regular y pun-
tual: una misa recortada es un racimo de gracias resbaladas.
Ni el desorden ni la pereza disponen para nada santo.
Atiende a las lecturas del sacerdote: repásalas en la Biblia
antes o después, en tu casa. Intenta retener y aplicarte las
ideas de la homilía, si la hay.
Comulga. Una misa sin comulgar es un convite sin comida, no
salgas del templo en ayunas de Dios. El abrazo de la Eucaris-
tía te une el Señor y a su Iglesia. Descubrirás tesoros para tu
vida de cristiano.
Luego, acuérdate del Señor; pero trabaja y cánsate en el
mundo que EL te ha dado para que lo hagas mejor.
Ve al templo que te coja más cerca, o te sea más cómodo, o te sientas
más a gusto: el Señor es el mismo en todas partes Aquí en el Oratorio, los
días laborales, tenemos la celebración fija de la santa Misa a estas horas:
7'45 de la mañana, y 8 de la tarde,
siempre con una brevísima homilía, de modo que la celebración no dura
más de 25 minutos. Se puntual, si vienes, que nosotros también lo
somos pensado en la escasez de tu tiempo.
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OTRAS HAMBRES
La limosnería no puede resolver los males del mundo. No todo lo que se
entiende por "caridad" basta para hacernos cristianos; ni lo de "hacer caridad"
es suficiente para hacer el bien, el bien necesario, inaplazable.
Otras hambres más terribles que las de pan —con ser ésta tan grande—
Padece y consumen al mundo. La limosna apenas alcanza a cumplir la misión
de símbolo, sin llegar a remediar una parte solamente mínima de los males en
cuyo nombre se invoca: es más propaganda para despertar conciencias, que so-
lución de los males que padecemos. Tampoco basta adormecer con esperanzas
eternas la urgencia temporal de lo que la vida exige. Sería demasiado cómodo
y egoísta, además de despreciar estos dones recibidos de Dios: la vida y el mun-
do en que se contiene.
A propósito de la "Campaña del Hambre" ha escrito el cardenal primado,
doctor Pla y Daniel: "El objeto que se pretende cubrir no es el de la ayuda
momentánea y limosnera, que escasamente podría paliar la verdadera realidad
de un problema tan sobrecogedor, como el que el 60 por ciento de la Humani-
dad este deficientemente alimentada, mientras la riqueza se concentra en unos
pocos; sino en el promoverlos cristianamente para que ellos mismos, por sí
solos, ayudados con la caridad cristiana de todos los hermanos, puedan llegar
a encontrar la solución definitiva de su problema, que en la mayoría de los
casos no solamente es problema de hambre material, sino que existen otras
hambres más terribles y amenazadoras: hambre de verdad, de justicia, de cultu-
ra y de Dios".
No es necesario estar dotados de excesiva agudeza para poder adivinar,
en todas las agitaciones que conmueven a los hombres y, en especial, a la ju-
ventud de nuestro tiempo la exigencia consciente o inconsciente de una justicia
que falta, de una autenticidad que se esconde y prostituye entre enmascara-
mientos exhibidos como ideales que no resisten la menor dialéctica... Agitación
de los espíritus que Dios mismo despierta y conmueve, para que, más allá de
las caducas estrecheces y de moldes que ya no sirven, aceptamos como "signo
de los tiempos" la exigencia de ser más hermanos, todos los hombres de todos
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los pueblos, derribando cuantas barreras sea preciso para que, lo que Dios
nos ha dado para todos, sea realmente repartido entre todos.
Dice aún el cardenal: "Su Santidad Pablo VI en su reciente encíclica Po-
pulorum Progressio, ha hecho una vibrante llamada a todo el mundo urgiéndole
a procurar, sin dilación, el apremiante deber del desarrollo estable y perma-
nente de los pueblos pobres, no solamente con subsidios de emergencia, sino
con soluciones adecuadas al terrible problema del hambre en el mundo. Son
palabras de Pablo VI en la Populorum Progressio: "Vosotros todos los que
habéis oído la llamada de los pueblos que sufren; vosotros los que trabajáis por
darles una respuesta: vosotros sois los apóstoles del desarrollo auténtico y ver-
dadero, que no consiste en la riqueza egoísta y deseada por sí misma, sino en
la economía al servicio del hombre, el pan de cada día distribuido a todos, co-
mo fuente de fraternidad y signo de providencia.".
Resumiendo el pensamiento latente en esa encíclica papal, podríamos decir
que hay que repartir cultura, hay que instruir y promover ante todo los espí-
ritus; sólo así serán capaces de responsabilidades; sólo si son responsables po-
drán tener cuanto les falta. Sólo así, sabiendo, pudiendo y teniendo, podrán
ser hombres totalmente. Y entonces, esta Humanidad nueva, recibirá a Dios,
no como la razón de todo lo inexplicable, no como la bandera de un partido, no
como el refugio de las debilidades, ni como un premio añadido a los egoísmos
"lícito de la tierra, sino como la Vida, como la fuente de la vida, como el
Padre de muchos hermanos, de todos los hombres, nacidos de su amor, cre-
cidos en su amor.
SOBRE DIALOGO Y SILENCIO
«Para quien ama la verdad, la discusión siempre es posible. Pero obstáculos
de índole moral aumentan enormemente las dificultades por la falta
de suficiente libertad de juicio y de acción y por el abuso dialéctico
de la palabra, dirigida no ya a la búsqueda y expresión de la verdad
objetiva, sino puesta al servicio de fines utilitarios preestablecidos.
Por eso el diálogo callo. La Iglesia del silencio, por ejemplo, calla,
hablando sólo con su sufrimiento, y le acompaña el sufrimiento de
una sociedad oprimida y envilecida, donde los derechos del espíritu
se ven atropellados por los derechos de quien dispone de sus destinos».
(Ecclesiam suam, nn. 95, 96).
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PANCARTAS
"La pancarta del anticomunismo
para justificar la lucha vietnamita es
una argumentación bastante simplis-
ta", escribía, hace pocos días, Salvador
Pániker, desde "La Vanguardia".
No obstante, es innegable que, con
esta pancarta, los americanos han
montado una propaganda, dentro y
fuera de su casa, capaz de encandi-
lar a muchos, incluso a muchos cris-
tianos (?), sobre todo cuando se ha
tratado de éstos que son, antes que na-
da, anticomunistas y luego, si les que-
da espacio y si les puede servir para
algo, también cristianos...
Ha sido necesaria la propaganda
inevitable, sangrienta y gratuita —por
lo menos esta vez— de los desastres
americanos en aquella tierra quemada,
para que el coro de aduladores comen-
zara a desafinar, se redujera en segui-
da al silencio y recomenzara unos acor-
des discretos de crítica que le hagan
aparecer como desligado del posible
vencido; y el descuido de la censura
que ha dejado pasar a todo el mundo
asesinatos televisados de anticomunis-
tas, ha despertado las conciencias más
aletargadas para unirse al clamor de
acusación por el genocidio que allí se
perpetra.
El anticomunismo no justifica to-
do eso. El Cristianismo, en absoluto,
mucho menos.
Cuando, hace algo más de un año,
por nuestras latitudes aún habría sido
interpretado, en más de una ocasión,
como enemigo de Dios quien hubiese
osado anticipar afirmaciones tan ro-
tundas, ya en Estados Unidos, se pre-
guntaba la revista católica "Common-
weal" si "eso del anticomunismo no
era acaso un mito" para justificar cual-
quier forma de violencia de "los bue-
nos"... Concretamente hacía estas
afirmaciones: "Los Estados Unidos
deben marcharse del Vietnam, aun al
precio de una victoria comunista. La
guerra en Vietnam es una injusticia.
Lo que allí se está haciendo es un cri-
men y un pecado".
En defensa de lo más noble del
pueblo americano hemos de alabar que,
como éstas, muchas otras palabras se
dijeron en voz alta, protestando de la
violencia y de la injustica: bastaría co-
mo muestra el reciente alegato de la
célebre cantante de color Eartha Kitt a
la señora Johnson y el sermón del re-
verendo C. P. Lewis al mismísimo pre-
sidente, todo lo cual demuestra, ade-
más de las altas cualidades cívicas, hu-
manas y cristianas de sus actores, la
existencia de una fuerte corriente de
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censura contra la guerra vietnamita que
supera la pretendida extravagancia co-
lorista y el ardor juvenil de las protes-
tas "hippies" y estudiantiles no tan le-
janas y de sobra elocuentes.
Estados Unidos no está solo en su
pecado: sus amigos y sus aliados, por
temor o por egoísmo, tienen parte en
El. Los que quieren arrimarse a su po-
der, temen contristarle y perder así el
favor de participar en su grandeza; y
los que se saben demasiado pobres y
alejados, temen poner de manifiesto su
desaprobación por temor de no poder
sacarle tanto al país más rico del mun-
do... Y es así como, el país más rico
y poderoso del mundo, carece de con-
sejo desinteresado, en constante riesgo
con el error, y con el fracaso...
Así suben y bajan las grandezas y
las glorias de este mundo; así van a
menos los poderosos, entre orgullos y
pecados que traman las historias de los
pueblos, sucediéndose unos a otros en
la competencia y en el relevo de hege-
monías que no acaban de entender la
ley que Dios ha puesto para que los
hombres y los pueblos crezcan, se co-
nozcan y se amen como hermanos. Pe-
cados de cegueras, de egoísmos y de
orgullos colectivos que, a pesar de to-
do, no paralizan el progreso de la Hu-
manidad, pero que dificultan y retar-
dan su avance, penoso, doloroso, san-
griento, por los caminos del tiempo...
Pecados de muchos, pecados sociales
que, como diría Donoso Cortés filoso-
fando sobre la Historia, luego han de
expiar y hemos de expiar muchos, con
angustias y desastres que revisten la
forma de castigos colectivos Provi-
denciales, hasta que se acepte el dolor
y el desprendimiento como redención,
y hasta que el poder y la riqueza, si
viene por cauces justos, estén al ser-
vicio de la vocación de hermanos de to-
dos los hombres, y una más alta res-
ponsabilidad nos capacite para amar a
los que tienen menos y pueden menos,
en vez de esclavizarles más y sacarles
más...
...Porque este comunismo que se
dice combatir no es hijo del diablo, si-
no de la injusticia; o, por mejor decir,
del diablo de la injusticia. No será pues
destruyendo efectos, sino quitando las
causas. No hay que ir pues contra el
comunismo, sino a favor de la justicia;
una justicia inspirada por el amor, co-
mo entre hermanos. Que, ante Dios,
todos los hombres lo somos...
Y, tal como están las cosas, entre
hermanos, tendría que hacerse, por lo
menos, de esta manera: los comunistas
de Asia son gente hambrienta, mien-
tras que los americanos son gente
rica. Lógicamente, toca a éstos dar a
sus hermanos pobres lo que les falta
para redimirlos de su desesperada po-
breza, en lugar de condenarles, con el
cultivo de la guerra, a una mayor mise-
ria y a la extinción o contención numé-
rica, diezmados por la violencia. Du-
rante cinco años, los americanos, que
nunca han conocido los estragos béli-
cos en su propio territorio, han gasta-
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do al día para la guerra, más de 15.000
millones de pesetas, sin que estas ci-
fras les impidieran mantener, en priva-
do, el más alto nivel de vida y de con-
fort jamás conocidos. Pues bien: con
esta misma cantidad, o incluso algo
mejorada, ¿no se habría podido soco-
rrer, sobradamente, a tanta miseria
asiática, comunista, etcétera, etcéte-
ra...? ¿Es que no estaría mejor, gastar
por gastar, que tanto dinero se emplea-
ra, por ejemplo, en hacer carreteras,
fábricas, escuelas, hospitales, casas...
y no en armas y municiones? No por-
que sean ricos tienen derecho, los ame-
ricanos o quien sea, a hacer lo que
quieran con su dinero; y menos a man-
tener y atizar hogueras de muerte.
Aunque en nombre de Dios no pudié-
ramos invocar el deber de hermanos
unos con otros; basta ser hombres.
Claro: en Occidente, el dinero, aún
es una propiedad antes que una res-
ponsabilidad... Nuestro Cristianismo se
ha parado aquí.
Y seguirán las guerras con pancar-
tas nuevas.
Así las cosas, el anticomunismo, no
es solamente un mito, sino un dios fal-
so, contra el cual es necesario predicar
para no cometer el pecado de idolatría.
Con razón ha escrito Peter Steinfels, en
la moderna revista teológica Conci-
lium: "Elevar el anticomunismo a la
categoría de lo absoluto, en cuyo
nombre todo está permitido, es tanto
como ofrecer un sacrificio sangriento a
un ídolo".
ORATORIO SECULAR
DOMINGOS
MUSICALES
A las 8'15 de la tarde de
de todos los domingos, en
los locales del Oratorio,
una hora de audición mu-
sical comentada.
TEATRO
LEIDO
El domingo, día 25 de fe-
brero, a las 7'30 de la
tarde, sesión de teatro leí-
do para jóvenes.
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EL QUINTO EVANGELIO
Pues sí, es verdad: el QUINTO EVANGELIO existe. No gustó, ni ha gus-
tado del todo lo que escribieron San Mateo, San Marcos, San Lucas y San Juan,
y se ha confeccionado otro Evangelio más sensato, más prudente, más acorde con
lo que es la vida y lo que ésta puede dar de sí. Aunque San Juan sacara tantas
veces a relucir lo de la "vida", en realidad, igual que los demás, no pasaba de
ser un buen discípulo del Señor, pero sobre la vida seguía teniendo ideas poco
realistas. Por otra parte, además de que eran orientales, han pasado veinte
siglos...
Precisamente si el Evangelio se ha de cumplir, si no ha de quedar olvidado,
se ha de adaptar. El Evangelio es tan elemental que siempre necesita de
adaptación.
Partiendo de esto han surgido los "evangelistas" del QUINTO EVANGE-
LIO. El suyo ni es el de Cristo, ni lo custodia la Iglesia. Los cuatro Evangelios
genuinos tienen la inspiración del Espíritu Santo y la garantía de los sucesores
de los Apóstoles; el QUINTO EVANGELIO es nacido del espíritu del mundo,
humano y temporal. Aquéllos los escribieron los que oyeron y siguieron, dejándolo
todo, al Señor; éste lo han inventado los que, por principio, nunca quieren dejar
nada ni seguir a nadie más que a sí mismos, y son los sucesores de aquellos con-
temporáneos de Jesús que no le querían "oír", pero que le observaban para ver
en qué le podían acusar", y que una vez le dieron la espalda diciéndole con segu-
ridad tradicionalista: "A nosotros nos basta Moisés". Pero ni Moisés les bastaba,
porque "si hubiesen hecho caso de Moisés también habrían querido oír a Cristo".
De todos los modos los evangelistas del QUINTO EVANGELIO están con-
vencidos que hacen un bien a la causa de Cristo, porque disimulan los "años"
que tuvo y que los antiguos evangelistas no supieron ocultar. Es verdad que estos
fallos se deben más bien a excesos de expresión, como consecuencia de ciertos
orientalismos mal interpretados, que a fallos por defecto. Los orientales tienen
mucha fantasía; las parábolas eran poesías en prosa...
Por esta razón, en realidad, el QUINTO EVANGELIO está confeccionado
con retales: recortes de algunos detalles auténticos demasiado estridentes y si-
lencio de significados que comprometerían. Los huecos que quedan se llenan
luego de exageraciones falsamente espirituales, que sirven para tranquilizar las
protestas íntimas de las conciencias que se resisten a claudicar definitivamente, o
a ser hipócritas hasta por dentro.
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Pero hay que citar el QUINTO EVANGELIO como si fuese uno de los
cuatro, porque tiene de éstos lo "adaptable" a la propia conveniencia. No im-
porta que sea un Evangelio "censurado", o ¿es que el Evangelio también va
a tener privilegios? El Evangelio "sirve" para hacer el bien, pero no es el bien:
y ha de servir como todo lo que sirve: con docilidad y maleabilidad. De lo con-
trario "no sirve", y lo que no sirve, estorba. ¿O vamos a tener que decir un día
que el Evangelio también estorba?
EL QUINTO EVANGELIO, como todo Evangelio, se refiere a Cristo,
porque Cristo existió. Su figura es dulce y bondadosa, perdona siempre, mira
con benignidad, acaricia a los niños, serena los corazones, convierte a pecado-
ras, adivina los pensamientos, hace comparaciones bellísimas con las flores, las
plantas, las aves y los peces, y obra muchos milagros... Pero, eso sí, habla poco.
En realidad, las palabras, en Cristo y en todas las cosas, son lo menos importante.
Siempre, lo que importa son las obras. Por esto los "evangelistas" del QUINTO
EVANGELIO, si pudieran ser francos del todo y no pareciera que faltaban al
respeto a Cristo —¡hay tantos prejuicios aún! — dirían que Cristo casi no debía
de haber hablado, porque no estuvo acertado en eso de hablar: perdió tiempo
con los ignorantes, calló ante los poderosos, prescindió de los influyentes, hizo
milagros a los que no se lo agradecieron... Todo lo cual puede ser todo lo desin-
teresado que se quiera, pero no es práctico. Si Cristo quería traer una doctrina
nueva al mundo, para bien del mundo, lo que habría tenido que hacer es enten-
derse y no discutir con los sabios de entonces y no despreciar ni siquiera pres-
cindir de los poderosos. Con menos milagros de los que hizo para la chusma, ha-
bría convencido, quisieran o no, a Herodes, a Pilatos, al mismo Emperador... Y
éstos, sin demagogias, ni denuncias proféticas, ni juicios finales, habrían encon-
trado la manera. Con los viajes de San Pablo y los milagros de Cristo, homogé-
neamente repetidos, habría bastado para todo el mundo de entonces. ¿No tuvo
finalmente la Iglesia que claudicar, aceptando de algún modo la organización del
imperio romano? Los idealistas solamente retardan el logro práctico de los ob-
jetivos sensatos. Además de su muerte en la cruz, se habrían evitado casi todas
las persecuciones.
Con esto, los "evangelistas" del QUINTO EVANGELIO, no querrían de-
cir que el Evangelio original esté mal: solamente es más bien "imprudente",
porque sobran palabras. Más milagros y menos palabras es lo que hacía falta.
Los milagros siempre saben a poco. Salvo en el caso de un milagro, relacionado
con la palabra, precisamente, y que por esto mismo no acaban de comprender,
porque entraña cierta contradicción: es el milagro del sordo-mudo, y lo de que
el Señor le echó fuera el demonio "que era mudo"... ¿Mudo el demonio? ¿A
quién se le ocurre cuando lo que decimos es que sobran palabras, cuando harían
falta más milagros para hacer callar a la misma Iglesia, impenitente en el hablar
igual que Cristo y no bastante escarmentada aún, a la que no basta, por lo visto,
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la experiencia de Cristo...? ¿O es que quiere que le pase lo que le pasó a Él?
¿O es que no nos hace caso y quiere parecerse a Cristo, con no tener bastante con
rezar y decir misa, y empeñarse en decir lo que está bien y lo que está mal, lo que
es justo y lo que es injusto y todo lo que se cuela después de estas palabras?...
"¿A dónde va la Iglesia? ¿Quo vadis Pablo VI?" pregunta, alarmada, una publi-
cación católica (???) española. ¿Es que Cristo no lo hizo ya todo, ni lo "cumplió"
todo? ¿A dónde lleva ese impertinente decir siempre que todo vuelve a comen-
zar? ¿Qué más quiere?... ¿Y qué es eso de nueva "mentalidad y de conver-
sión? ¿Es que nos juzga? —¿a nosotros?..— ¿tontos o perversos? ¿Entender qué?
¿convertirse a qué y de qué? ¿O es que entiende por conversión alguna tontería
imprudente, romántica y cara? (Uno ya se ha convertido, si hacía falta, o más
bien desligado de esas pequeñas y humanas inmoralidades inelegantes, o de esos
pecados comprensibles que uno deja cuando le dejan a uno... ¿Qué más?...).
Por lo visto la Iglesia no se ha dado cuenta de que los buenos, a estas al-
turas, ya son buenos para siempre y que los malos, por desgracia, también son
malos para siempre. No hay que perder tiempo ni en diálogos" ni en estupideces,
sino aprovecharlo para reforzar las posiciones de los buenos y suprimir, o por lo
menos alejar, a los malos. Otra estrategia es estupidez.
¿… Que hay pobres? Siempre los ha habido y, además, lo profetizó Cristo:
"Siempre tendréis pobres entre vosotros". Esta vez Cristo habló bien y hasta fue
lógico porque, sin pobres ¿cómo podríamos "hacer caridad"?
Todo habría sido muy diferente, para Cristo y para el porvenir de la Iglesia,
si Cristo hubiera hablado bien, así de bien, o si hubiese callado más. Cristo ha-
bría sido para todos, lo que tenía que ser: un testimonio de dulzura divina, y un
gran recuerdo hermoso y emocionante. Un recuerdo mudo y consolador, como el
de las imágenes, mudas y siempre prudentes, precisamente por ser mudas. Ve-
lázquez hizo un Cristo al que no se le ven los ojos, y así cada cual puede imagi-
nar los ojos que quiera, y perderse en la meditación. En cambio, Pasolini, en su
película, precisamente por poner palabras a Cristo no importa que fuesen las
auténticas nos desfiguró la imagen de Cristo...
Un Cristo mudo; dulce y mudo. Y cada uno que medite. Una imagen que
se besa, y que calla y que no piensa; una imagen que no sea un hombre. Porque
los hombres que se parecen a Cristo o son pobres y sucios, o son libres y ha-
blan... y comprometen. Es decir, son hombres.
Ya que no tenemos milagros, hagamos más imágenes de madera que re-
presenten a Cristo, el Cristo del QUINTO EVANGELIO: dulce y mudo. Y le
haremos fiestas que serán Calvarios, y Calvarios que serán fiestas.
Seguirán los avaros con sus negocios, los mentirosos con sus calumnias, los
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viciosos con sus despilfarros, los insolentes con sus escándalos, los violentos con
sus crímenes, los blasfemos usando en vano el nombre y la imagen de Dios, los
ladrones con sus espolios, los poderosos con sus injusticias...
Y Cristo que calle.
Si un "imprudente" se atreviera a repetir su mensaje y lo dijera sin censu-
ra, sería inmediatamente atajado y le diríamos, seguramente —irónicamente
"en nombre de Cristo", y con más seguridad que la de aquellos a quienes "les
bastaba Moisés" y que dieron la espalda a Cristo de carne y hueso: "Oiga, haga
el favor y basta ya: hable del Evangelio, si quiere, y nada más".
Claro que, el increpado, podría preguntar serenamente: "Pero... ¿de qué
Evangelio dice usted? ¿DEL QUINTO EVANGELIO?.
Un párrafo del P. Arrupe
Nuestro esfuerzo y deseo ilimitado porque se ins-
taure un orden social justo y conforme al Evangelio,
no nos permite tomar partido con uno u otro bando
Litigante, como tal, nosotros somos partidarios exclusi-
vamente de la verdad, de la justicia, de la equidad, del
amor; y a sus leyes nos atenemos. Hemos de evitar el
ser hirientes, ásperos, demagogos, pero no vamos a ex-
trañarnos si la verdad no gusta a todos. Delicados sí;
pero firmes, sin respeto humano; esa es nuestra pos-
tura ante la verdad, que ciertamente desagradará a
más de uno y posiblemente repercutirá en alguna de
nuestras actuales relaciones con los poderosos. Nues-
tra roca y nuestro fuerte es sólo el Señor (Salmo 30,4),
por cuyo amor nos empeñamos en cooperar por un
mundo mejor que el que hemos recibido.
Con este párrafo el padre Arrupe
nos recuerda qué es un signo de con-
tradicción para el cristiano, uno de los
signos de contradicción más claramen-
te manifestado en la vida de Cristo y
a través de la historia de la Iglesia. "La
verdad no gusta a todos", viene a ser
casi como la comprobación de que la
verdad es la verdad. Si decimos la ver-
dad y, sobre todo, una verdad con sen-
tido histórico, topamos forzosamente
con los intereses y las estructuras que
intentan encadenar esta verdad. Cristo
no calló ciertas verdades por "respeto
humano" hacia aquéllos a los cuales
sabía que no gustarían. La prudencia
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jamás podrá ser el paliativo de la sin-
ceridad. Casi podríamos decir que
una palabra que, históricamente, no
provoque conflictos no es una palabra
verdadera y, en todo caso, no es una
palabra profética. Si el amor es impo-
sible sin la justicia y la verdad se pro-
nuncia en un mundo capitalista basado
en la injusticia, se está cerca de poder
decir que la única garantía de nuestra
veracidad es precisamente el conflicto
que aquella palabra provoca. Es decir,
si no se da el conflicto histórico, o sea,
si la palabra no choca con aquella in-
justicia estructural que intenta trans-
formar, acercándola a la justicia evan-
gélica, no hay amor verdadero.
Mayormente si se tiene cuenta de
que esta palabra no se pronuncia en el
aire, sino en una situación histórica
condicionada substancialmente por la
lucha de clases, sobre un conflicto so-
cial extraordinariamente grave, como
es el que plantean las sociedades capi-
talistas. La siembra de la palabra, la
siembra de la verdad, para que de fru-
to no puede hacerse en el hueco de
una roca o en medio de los abrojos
atormentados de la duda, sino que de-
be hacerse, para que fructifique, en la
buena tierra que es el reconocimiento
de la historia tal como es, con toda su
realidad social.
Por lo tanto, la repercusión de la
palabra en nuestras relaciones actua-
les con los más poderosos" es garantía
de que aquella palabra es veraz y es
signo de amor. Más de una vez hemos
recordado la famosa frase de Van der
Meersch: "La verdad, Pilatos, es ésta:
ponerse al lado de los humildes y de
los que sufren". Lo cual quiere decir
que la verdad que no toma partido es
inocua y carece de contenido. Las pa-
labras de Cristo adquieren poder histó-
rico porque nadie jamás puso en duda
su encarnación entre los oprimidos.
Precisamente el Cristo histórico se re-
vela a través de su presencia entre los
pobres, según la idea que tanto gusta-
ba a Bernanos. El pobre es la encarna-
ción de Cristo en la historia. La pará-
bola del juicio final es bastante expre-
siva en este punto, sin que nadie pue-
da elaborarse una exegesis evasiva.
"Lo que hicisteis con ellos, a mí me lo
hicisteis". Y hacer algo en favor de
los oprimidos históricamente hablan-
do, supone, de algún modo hacer al-
go contra los opresores. Cosa que, co-
mo es natural, desagrada a estos últi-
mos. El amor cristiano no es algo pre-
tendidamente angélico, sino que es un
amor combativo, un amor que rompe y
ultrapasa ciertas situaciones de desor-
den. Si somos coherederos del Espíri-
tu, significa que participamos del ar-
dor de un fuego que quema las relacio-
nes de injusticia. La identificación del
amor evangélico con el amor burgués,
que ha pretendido instaurar la caridad
sin justicia, es una concepción bastarda
de la doctrina cristiana. Los militantes
sindicales que sin abandonar —ni mu-
cho menos— su inspiración evangélica
luchan a través de la historia alimen-
tados precisamente por el fuego del
amor en la justicia, poseen una honda
experiencia de este signo de contradic-
ción. Su testimonio evangélico, preci-
samente, los conduce al enfrentamiento
inevitable con los poderosos. La cons-
tatación de este signo de amor, que
señala el padre Arrupe, la constatación
de este signo de la verdad, es una de
las grandes aportaciones doctrinales de
su carta y buena prueba de su profun-
da visión dialéctica de la historia
ALFONSO C. COMIN.
(En nº 15 de Editorial Nova Terra).
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EL CAMPO OFRECE SOCIALMENTE
UN PANORAMA SOMBRÍO
Instrucción Pastoral del Sr. Obispo de Cádiz,
publicada en el Boletín de aquella Diócesis, de 20 de
agosto de 1967 y que por su innegable interés repro-
ducimos íntegramente, convencidos de ofrecer una
buena información y un estímulo a todas las personas
preocupadas por elaborar un orden social cristiano.
LLAMAMIENTO A LA CONCIENCIA SOCIAL CRISTIANA
Acabo de recibir un informe, elaborado con juicio y ponderación, sobre pro-
blemas sociales planteados en cierta zona rural de nuestra Diócesis.
Por los datos que poseo, situaciones semejantes se repiten en otros lugares.
Los aspectos más calificados son los siguientes:
MODOS DE VIDA PRIMITIVOS
Dos notas características: Aislamiento que padecen entre sí las familias por
la distancia, caminos vecinales intransitables en largas épocas del año; numero-
sas familias viven permanentemente en chozas, y otras, durante la mayor parte
del año. Decir chozas es ofrecer un cuadro antihigiénico casi total; sin agua, sin
luz, sin servicios, con ventilación deficientísima, con frecuente peligro del fuego,
en condiciones de habitabilidad muy poco humanas.
DESPRECIADOS EN LO MAS INTIMO DE SU DIGNIDAD
DE PERSONAS
En general, no existe el diálogo entre los trabajadores del campo y la em-
presa agraria, y, por tanto, nada cuentan los obreros a la hora de planificar pro-
yectos, adoptar resoluciones, cambios en la estructuración de la empresa, mejoras
sociales, situación económica empresarial, participación en beneficios, promoción
humana, seguridad social, etcétera.
Por otra parte, en muchos casos, el trato humano que reciben, no alcanza
las elementales normas de cortesía, atención, preocupación sincera por sus pro-
blemas personales, familiares, de integración en la comunidad social. La vida
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entre rectores, funcionarios y trabajadores discurre con frecuencia en una línea
señorial; viven demasiado distanciados unos de otros.
LA PLAGA DEL EVENTUALISMO
En recorrido por zonas campesinas es lo más frecuente encontrarse con
trabajadores eventuales, que padecen las consecuencias de un trabajo inseguro,
de unas condiciones de vida deplorables; de ingresos proporcionales diarios muy
insuficientes, a veces, de desplazamientos agotadores.
LOS MINIFUNDIOS Y LATIFUNDIOS.
Abundan los pequeños propietarios con menos de cinco hectáreas. En al-
gunos campos la penuria es todavía más aguda. Hay que sobrevivir con el pro-
ducto de dos o tres fanegas de tierra.
Un régimen de cooperativas sería solución, pero antes es necesario atraer
la confianza de estos hombres del campo, que al golpe de su experiencia, ape-
nas creen en palabras y promesas.
Al lado de este cuadro minifundista, de economía ruinosa, aparecen los
grandes y medios latifundios. Algunos, los menos, en línea de intensa y estudiada
explotación, con proyección inicial hacia el bien común. La mayoría constituyen
un mosaico heterogéneo de grandes extensiones de tierra, organizadas con acu-
sadas miras individualistas y escasa atención a la colectividad. Fincas y más fin-
cas destinadas a la fácil explotación de la ganadería, no siempre justificada por
las condiciones de la tierra, o climatológicas, donde se emplean pocos brazos y
se ahorran muchas preocupaciones y ocupaciones de índole social.
Propietarios ausentes que arriendan sus tierras, desentendiéndose de verda-
deras obligaciones de justicia y pretendiendo descargar sus conciencias sobre
los arrendatarios. Obtienen una renta suficiente, a veces pingüe, para su prove-
cho particular.
ESCUELAS
Mucho se ha adelantado en la creación de escuelas por la campiña. Pero
aunque se llegue al total necesario en la multiplicación de centros de enseñanza,
quedarán siempre agudos problemas a resolver:
a) Por razones económicas muchos niños ayudan a sus padres en labo-
res agrícolas o complementarias.
b) Es difícil la permanencia de los maestros. Influyen motivos de higiene,
de distancia, de aislamiento, de tedio y soledad.
c) Abundan los maestros interinos que se relevan con demasiada frecuen-
cia, con el natural perjuicio para la continuidad de la enseñanza y ensamblamien-
to de educadores y alumnos.
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En estas condiciones, resulta difícil la elevación del nivel humano, cultural,
social y religioso.
AUSENCIA DE CONCIENCIA SOCIAL
Muchos obreros agrícolas, por temor al despido, a la antipatía de capata-
ces, administradores y propietarios, con la consiguiente eliminación de lista, a
pesar de verse privados de derechos elementales, reconocidos por las leyes, como
descanso dominical, seguridad social, etc., no son capaces de exigir esos derechos
ni encuentran el necesario apoyo para reclamarlos, sin sufrir el quebranto de
hábiles represalias.
APLICACION DE PRINCIPIOS CRISTIANOS
Reflexionando sobre estas elementales realidades, meramente señaladas,
la conclusión es demasiado evidente: el campo ofrece socialmente un panora-
ma sombrío.
¿Qué hacer? ¿Cómo eliminar las causas que producen efectos tan perni-
ciosos en orden al bien común, a la convivencia pacífica, fraterna, a la justicia,
a la caridad?
Ante todo hay que descubrir, fomentar los vínculos de solidaridad entre
las personas; estimular el cumplimiento de los graves deberes sociales.
Importan mucho las leyes que tratan de regular la justicia social, de elimi-
nar las injustas desigualdades, pero importa mucho más vivir y realizar las gra-
ves obligaciones de conciencia, que dimanan de la justicia social.
Se acusan testimonios de conciencia cristiana preferentemente ritualista o
moralizante. Esas mismas personas se muestran poco sensibles ante flagrantes
transgresiones sociales, verdaderos delitos contra la justicia y el bien común.
Y esto es grave, con profundas repercusiones de anti-testimonio cristiano, de
lacerante escándalo, sobre todo para los económicamente más débiles. Cumplir
con los dictados de la justicia social es un deber evidente, que nos responsabiliza
ante Dios y ante los hombres.
Siento la responsabilidad de iluminar con los principios doctrinales de la
Iglesia la conciencia de muchos cristianos, que no han parado mientes, no han
profundizado en el contenido obligante de los deberes sociales.
ANTE TODO, EL HOMBRE
Dice Pablo VI en la Encíclica "Populorum Progressio"; "Todo programa
concebido para aumentar la producción, al fin y al cabo, no tiene otra razón de
ser que el servicio de la persona. Si existe, es para reducir las desigualdades,
combatir las discriminaciones, librar al hombre de la esclavitud, hacerle capaz
de ser por sí mismo agente responsable de su progreso moral, de su mejora ma-
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terial, de su desarrollo espiritual... No basta aumentar la riqueza común, para
que sea repartida equitativamente" (P.P. núm. 34).
En cristiano no son admirables los desarrollos económicos para el pro-
vecho particular o de grupos de presión, sino para el bien común de las personas.
El Concilio, si cabe, es todavía más explícito: "Creyentes y no creyentes
están generalmente de acuerdo en este punto: Todos los bienes de la tierra de-
ben ordenarse en función del hombre, centro y clima de todos ellos".
"El orden social, pues, y su progresivo desarrollo deben en todo momento
subordinarse al bien de la persona, ya que el orden real debe someterse al orden
personal, y no al contrario".
Y la razón es obvia, "de forma que cada uno, sin excepción de nadie, debe
considerar al prójimo como otro yo, cuidando en primer lugar de su vida y de
los medios necesarios para vivirla dignamente" (Const. Iglesia - Mundo
núms. 12 y 27).
De no hacerlo así, la censura moral es clara: "El cristiano que falta a sus
obligaciones temporales, falta a sus deberes con el prójimo, falta, sobre todo, a
sus deberes para con Dios y pone en peligro su eterna salvación" (C. I. – M.
número 43).
Obligación que será tanto más estricta y grave cuanto más padezca la dig-
nidad y vida del hombre y de los suyos.
El deber social, por tanto, no es algo de supererogación a los preceptos
cristianos, sino que es parte muy importante de los mandamientos.
ESTIMULOS DE LA CONCIENCIA
¿Dónde hallar la clave que revitalice los estímulos de la conciencia?
Para un cristiano el amor de Dios es el primero y principal de los precep-
tos. Pues bien, la humanidad hallará el amor de Dios en la medida en que los
cristianos lo vivan amando a sus hermanos, a todos sus hermanos, a todos los
seres con el amor auténtico y verdadero de las obras.
Al deber moral se añade el del apostolado y conquista. Es mucho lo que
pone en juego el cristiano cuando no guarda la consideración debida al hom-
bre. Y es mucho lo que la Iglesia y el reino de Dios padecen de quienes pro-
fesan amplias y generosas opiniones, pero en realidad viven siempre como si
nunca tuvieran cuidado alguno de las necesidades sociales" (C.I. - M. núm. 30).
O si parece mejor, recordemos la profunda reflexión de Pablo VI: "El
mundo está enfermo. Su mal está menos en la esterilización de los recursos y en
su acaparamiento, por parte de algunos, que en la falta de fraternidad entre los
hombres y entre los pueblos" (P. P. núm. 66).
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LA FALTA DE TRABAJO PERMANENTE
Manifestación evidente de una sociedad carente de pulso cristiano es la
plaga del eventualismo.
Nos encontramos ante un derecho natural del hombre: el de trabajar. Y
ya que para la gran mayoría de los hombres el trabajo es la única fuente de la
que obtienen los medios de subsistencia, es lógico que reporte a los trabajadores
los medios suficientes para su vida personal y la de los suyos.
¿Al obrero eventual, víctima de la falta de trabajo, de los paros estaciona-
les, a veces de tres y cuatro meses, se le ofrecen las elementales posibilidades pa-
ra el ejercicio de su derecho natural?
¿Dispone de los exigentes medios de subsistencia?
¿Puede atender a las mínimas necesidades vitales personales y de su familia?
Las realidades conocidas inclinan fuertemente la balanza hacia una con-
clusión negativa. En cuyo caso, estamos ante graves quebrantos de derecho na-
tural, con implicaciones de serias responsabilidades.
¿Quiénes son los responsables? "El deber y derecho de organizar el trabajo
del pueblo pertenece ante todo a los inmediatos interesados: patronos y obre-
ros" (Pío XII, 1 junio 1941) ¿Y si éstos no logran la debida y justa organiza-
ción del trabajo?
"Es deber del Estado intervenir en el campo del trabajo y en su división
y distribución, según la forma y medida que requiere el bien común" (Ibíd.).
O lo que es lo mismo, "la sociedad y, por consiguiente, el Estado que la
rige, deben satisfacer ese derecho, en todo caso, proveer los medios necesarios
para que los trabajadores en paro puedan subsistir dignamente" (Breviario de
Pastoral Social).
Al obrero eventual es aplicable esta doctrina, por la inseguridad y el paro
que muchos de ellos padecen.
ANTE LOS MINIFUNDIOS
¿Qué es lo que la Iglesia propugna para los minifundistas?
1) La empresa de dimensiones familiares debe ser vital, esto es, "que
pueda obtenerse de ella una renta suficiente para el decoroso tenor de vida de
la respectiva familia" (M. et M.) De otro modo entra en juego el principio de
intervención del Estado expuesto en el apartado anterior.
2) "Es indispensable que los cultivadores sean instruidos, puestos al día
incesantemente y asistidos técnicamente en su profesión" (M. et M.) Son medios
eficaces para promocionar a los agricultores y alcanzar niveles de mejo-
res cultivos.
3) "Es también indispensable que establezcan una abundante red de
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cooperativas. Para beneficiarse en la producción con los progresos científico-téc-
nico. para contribuir eficazmente a la defensa de los precios de los productos,
para ponerse en un plano de igualdad frente a las categorías económico-profesio-
nales de los otros sectores productivos, ordinariamente organizados" (M. et M.).
Es perjudicial, muy perjudicial, el empeño de mantenerse en posturas indi-
vidualistas. La asociación es actualmente una exigencia vital; y lo es mucho
más cuando se trata de pequeñas empresas agrícolas.
4) "Es indispensable que estén profesionalmente organizados y activa-
mente presentes en la vida pública, tanto en los organismos de naturaleza admi-
nistrativa, como en los movimientos de finalidades políticas (M. et M.).
Es necesario que la voz de estos hombres pueda llegar a los organismos
de la política y de la administración. Juan XXIII hacía a este respecto una aguda
observación: "Las voces aisladas casi nunca tienen hoy posibilidades de hacerse
oír y mucho menos de ser acogidas".
ANTE LOS LATIFUNDIOS
La doctrina de la Iglesia es clara y contundente sobre los latifundios abu-
sivos, "que son obstáculo a la propiedad colectiva".
Ante todo, hay que tener en cuenta "que la propiedad privada no consti-
tuye para nadie un derecho incondicional y absoluto.
"El derecho de propiedad no debe jamás ejercitarse con detrimento de la
utilidad común" (P.P. 23).
"El Concilio enseña que son necesarias las reformas que tengan por fin…
hasta el reparto de las propiedades insuficientemente cultivadas a favor de quie-
nes sean capaces de hacerlas valer" (I. M. 7).
Y Pablo VI no ha dudado en afirmar: "El bien común exige, pues, algunas
veces la expropiación, si por el hecho de su extensión, de su explotación defi-
ciente o pula, de la miseria que de ello resulta a la población, del daño considera-
ble producido a los intereses del país, algunas posesiones sirven de obstáculo a
la prosperidad colectiva".
Ahora bien, velando por los intereses de la justicia, "siempre que el bien
común exige una expropiación debe valorarse la indemnización según equidad,
teniendo en cuenta todo el conjunto de las circunstancias". (I. M. 7).
ANTE LA CULTURA
Las obligaciones más urgentes de los cristianos respecto a la cultura pue-
den sintetizarse en estas determinaciones:
"Uno de los deberes más propios de nuestra época, sobre todo de los cris-
tianos, es trabajar con ahínco... para que se reconozca en todas partes y se haga
efectivo el derecho de todos a la cultura, exigido por la dignidad de la persona".
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"Esto se aplica de modo especial a los agricultores y a los obreros, a los
cuales es preciso procurar tales condiciones de trabajo, que, lejos de impedir
su cultura humana, la fomenten" (I. M. 60).
La Iglesia vive en el convencimiento de que "el hambre de instrucción no
es menos deprimente que el hambre de alimentos". (P.P., 35).
No es menos cierto que la educación básica debe ser el primer objetivo
de un plan de desarrollo. Todo crecimiento económico depende, en primer lugar,
del progreso social, y éste no existe al margen de la cultura suficiente.
En orden a la persona y a la sociedad, la cultura proporciona ciertos valores
de suma apreciación: "recobrar la confianza en sí mismos; descubrir que se pue-
de progresar al mismo tiempo que los demás" (P.P., 35); "evitar que un gran
número de hombres se vean impedidos, por su ignorancia y por su falta de ini-
ciativa, de prestar su cooperación auténticamente humana al bien co-
mún". (I. M. 60).
Como epílogo de esta reflexión sobre la cultura, conviene recordar las
palabras de Pablo VI, en el mensaje al Congreso de la Unesco de 1965: "La
alfabetización es para el hombre un factor primordial de integración social, no
menos que de enriquecimiento personal; para la sociedad un instrumento pri-
vilegiado de progreso económico, de desarrollo".
NUESTRA VOZ QUIERE SER:
Advertencia llena de caridad y amor a todos. La exposición de los hechos
es premisa imprescindible para el planteamiento de la cuestión. Atended, sobre
todo, al espíritu y a la letra de los principios doctrinales, cuyas consecuencias
son ineludibles. No os dejéis llevar por la fuerza, a veces aplastante, del amor
propio o de costumbres que no resisten elementales pruebas de virtualidad cris-
tiana. Abrid los ojos, el espíritu, la voluntad, a las orientaciones previsoras de
la Iglesia, siempre Madre para todos.
Todavía estamos a tiempo; se pueden superar los obstáculos de la ética in-
dividualista y acometer las reformas necesarias de responsabilidad, participa-
ción y comunitarismo. No dejemos pasar las horas trascendentales de paz exterior.
Más tarde, puede resultarnos demasiado tarde.
Son claras las aspiraciones del hombre de hoy: "Verse libre de la mise-
ria, hallar con más seguridad la propia subsistencia, la salud, una ocupación
estable; participar todavía más en las responsabilidades, fuera de toda opresión
y al abrigo de situaciones que ofenden su dignidad de hombres; ser más ins-
truídos; en una palabra: "hacer, conocer y tener más para ser más" (P. P. 6).
Todas estas justas y cristianas aspiraciones reclaman una respuesta frater-
na, generosa y al mismo tiempo urgente.
Muy de corazón os bendigo.
Cádiz, 1 de agosto de 1967.
† ANTONIO, Obispo.
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«El Papa, los Obispos y los Curas... ¡a decir misa!»
Lo primero que conviene destacar es seguramente la tendencia
que se atreve a reducir y limitar el poder de los obispos (sin omitir al
romano pontífice), en tanto que son pastores de la grey que les ha sido
confiada. Tendencia que limita su autoridad, su oficio y su vigilancia a fi-
nes precisos concernientes a las materias estrictamente religiosas, la pro-
mulgación de las verdades de la fe, la reglamentación de las prácticas de
piedad, la administración de los sacramentos de la Iglesia y la ejecución de
las funciones litúrgicas. Tendencia que pretende excluir a la Iglesia de
todas las empresas y de todos los asuntos que pertenecen a la vida real, a
esa realidad de la vida, porque, según dicen, están fuera del alcance de
su poder..."
Contra errores de este género es preciso mantener clara y firme-
mente que el poder de la Iglesia no se limita a las cosas estrictamente
religiosas", como dicen, sino que todo lo que es materia de la ley natural,
de sus principios de su interpretación de su aplicación, siempre que haga
referencia a su aspecto moral, están sometidos a su poder. De acuerdo
con la ordenación querida por Dios, existe, en efecto, una relación entre
la observancia de la ley natural, y el camino que el hombre ha de seguir
para atender a su fin sobrenatural. Ahora bien: la Iglesia es guía y guar-
diana de los hombres en el camino que conduce al fin sobrenatural. Los
apóstoles primero y luego, desde sus orígenes, la Iglesia, observaron siem-
pre, y observan aún hoy este modo de proceder, y no como quien hace
de guía o de consejero privado, sino por mandato del Señor y con su
misma autoridad. Pío XII (2. 11. 1954).
LAUS DEO
Director: P. Ramón Mas, C. O.
Edita: Congregación del Oratorio -Apartado 182.- Albacete.
Imprime: LA VOZ DE ALBACETE, S. López, 14 - 12-1-68.
Depósito Legal: AB-103-62.
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