BOLETIN DEL ORATORIO DE ALBACETE.
N.º 70. MAYO. 1968.
ANIVERSARIO
Pocas cosas son tan convencionales como los aniversarios: convenciona-
les como la división del tiempo y como el significado que le queramos dar.
Pero en nuestra vida y en nuestras obras los aniversarios marcan hitos que
miden caminos imaginarios sobre cosas reales, y hasta dan pie a organizar
la expresión de los sentimientos y a congregar para la alegría. Los padres
también cuentan primero los días y luego los meses y los años de sus hijos...
Y como todos somos padres de algo y nunca somos padres solos de nada, es
natural que miremos por la ventana del tiempo, codo a codo con los que han
condividido nuestro afán creador, y que dejemos que el amor contemple,
mientras parece crecer, la medida de lo que nos es hijo, porque la paternidad
siempre es algo en plural: todo calor de vida surge del rescoldo de muchas
brasas.
Por eso miramos esta iglesia que es nuestra y que es de todos, porque
ha sido ilusión, afán y esperanza nuestra y de muchos, y mientras el amor
se complace al contemplarla y parecerle hermosa—con este gozo que hay
que disculpar y permitir siempre a los padres—el mismo amor nos hermana a
todos los que tenemos cerca, también mirando y amando, porque nos senti-
mos unidos por lo que ha sido afán común.
Hace un año que se bendecía la iglesia y se consagraba su altar, y nos dá-
bamos cuenta que lo simplemente material y sensible se convertía en miste-
rio y signo: "piedras vivas, muro santo, casa de Dios", como nos decía el
señor Obispo. Nuestra iglesia no necesita imágenes, porque realiza la figura-
ción descrita por San Pablo. Y los "santos" simbolizados en esas piedras, so-
mos nosotros con los del cielo. Y la piedra —el Altar— es Cristo".
Pero hace un año que, en el Oratorio, ya había edificación de "santos",
más bella que la que los sentidos, por fin, contemplan. Eran y son los amigos
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de casa, los que habían venido a buscar a Dios: la paz de Dios, el perdón de
Dios, la verdad de Dios, la vida de Dios, el reino de Dios... Esos son los que
condividen nuestra paternidad, porque son padres con nosotros de todo lo visi-
ble, convertido en signo de lo espiritual, y que por esto lo tratan y lo miran
con amor y alegría como a un hijo que crece, y con gratitud y respeto como
hijos de Dios para quienes, esta Casa, es imagen del cielo.
Edificio visible, bien trabado, estático; pero que mientras estamos en el y
nos cobija, nos parece que se mueve y avanza, como una nave que nos lleva
cortando las olas de la vida, y levanta, en la esquina del mundo, un brazo
enorme —mástil de esperanzas— con una mano que toca el cielo, abierta, para
bendecir, mientras las golondrinas, cerca de los pinos, abren también las alas
y cortan el viento imitando otro signo de la cruz.
CONVERSACIONES
DEL ORATORIO
Marzo y Abril han sido meses particularmente activos, en el
Oratorio: además de las cuatro tandas de CONFERENCIAS CUARESMA-
LES y la preparación de la SEMANA SANTA, hemos tenido las CONVER-
SACIONES del Oratorio secular.
Antonio Barba y Pedro Mancebo, aun siendo «de Casa», supieron
despertar interés nuevo entre nosotros al hablarnos de la Mujer en el mun-
do de hoy, en su dimensión humana y cristiana.
El P. D. Gustavo Felten, C. O. nos descubrió lo que representa
para la Iglesia, en este momento, el continente americano.
D. Enrique Miret Magdalena nos dio una lección de optimismo y
seguridad cristiana, con la visión de un mundo y una Iglesia en renova-
ción evangélica.
Finalmente, D. José M. Ballestero, despertó el entusiasmo de la
mayoría de los jóvenes y alguna reserva en los mayores que tuvieron, en
el diálogo, ocasión para todas las aclaraciones deseables.
Muchas palabras de aliento hemos recibido de los buenos amigos
del Oratorio, y serán nuestro mejor estímulo para superarnos en la progra-
mación de las CONVERSACIONES para el próximo curso.
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26 de Mayo
El 26 de mayo a la fiesta, en el calen-
dario universal de San Felipe Neri, nues-
tro Padre y Fundador. En esta misma fe-
cha del año 1595, moría en Roma, rodea-
do de sus discípulos, los primeros que ha-
blan recibido el beneficio de su apostolado
y que se le habían unido, casi sin darse
cuenta de que iban a formar una nueva
familia espiritual. Ni siquiera se les habría
ocurrido, a no ser por la insistencia del
Papa, Gregorio XIII, que quiso librarles
de acusaciones y sospechas despertadas
por los envidiosos, que más de una mo-
lestia les habían causado con sus denuncias,
incapaces de comprender el bien que por el
Oratorio se hacía en medio de la Roma
paganizada de entonces, pomposa y corroída
a la que el espíritu aparentemente menos
ordenado, sencillo, espontáneo y sin de-
masiado aparato de organización de San
Felipe y sus discípulos, le iba restituyendo
a la autenticidad del Evangelio y del es-
píritu de los primeros cristianos. San Fe-
lipe moría cuando la faz de Roma ya ha-
bía cambiado y se hacía patente a todos
su resurgir cristiano. San Felipe, apóstol
de la ciudad de Roma, es venerado en la
Ciudad Eterna como el más popular de
los santos que la habitaron, a pesar de no
haber nacido allí, pero por haberla amado
tanto hasta gastar su vida, generosa y go-
zosamente y devolverle el sentido de Dios,
respetando todo lo humano y legítimo de
su esplendor; pero haciéndolo más senci-
llo, más auténticamente humano, compa-
tible con la alegría serena de los hijos de
Dios.
Cuando la Iglesia no solamente canoni-
za a sus Santos, sino que, a alguno de
ellos, le institucionaliza su obra —en San
Felipe es el Oratorio—, es que a ésta la ha-
ce depositaria y transmisora del espíritu y
del estilo del Santo, porque juzga que es
útil mantenerlo para bien general de to-
dos los fieles. Por esto, los hijos de San
Felipe, juntando nuestro gozo al de la
Iglesia es la celebración de la fiesta de
nuestro Santo, nos damos cuenta, además,
del compromiso de nuestra filiación, co-
mo de una urgencia especial a la que he-
mos  de dedicar toda la vida, esforzándo-
nos en amar a Albacete —nuestra peque-
ña Roma—, con el mismo amor que San
Felipe dedicó a la ciudad le los Papas.
Pero además de este estímulo para
nuestra vocación, el 26 de mayo de cada
año a nosotros, los oratorianos de la Con-
gregación de Albacete, nos viene recordan-
do, por amoroso designio de la Providen-
cia, los pasos de nuestra breve historia.
El 26 de mayo del año 1953 tenía lugar
el «nacimiento» de esta Congregación del
Oratorio de San Felipe Neri, mediante su
erección canónica por la Santa Sede. Ha-
bíamos llegado aquí en los angustiosos,
pero esperanzados momentos de la reciente
creación de la Diócesis, cuando su Pas-
tor iniciaba la ingente tarea de organizar,
desde la nada y con escasísimos elementos,
los primeros pasos de esta parcela de la
Iglesia de Dios. Nacíamos nosotros y todo
nacía en aquellos días difíciles, pero her-
mosos. Y aun cuando han cambiado tan-
tas cosas, están tan cerca de nosotros,
que todo es joven aún.
El 26 de mayo de 1957 se bendecía e
Inauguraba la capilla que, hasta hace un
año, era el lugar de nuestro culto: marco
modestísimo de nuestros primeros minis-
terios sacerdotales en la ciudad; nido que-
rido desde donde comenzó, en realidad,
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nuestro verdadero apostolado oratoriano
de formación de las almas, y alrededor de
cuyo altar germinaron, florecidos de espe-
ranza, los proyectos que se han ido suce-
diendo.
El 26 de mayo de 1959 inaugurábamos,
junto a la capilla, nuestra casa, morada
sencilla, donde además de la vivienda con:
seguíamos ese espacio, que llamábamos
la y que nos parecía grande en las
primeras reuniones apostólicas del Orato-
rio Secular, pero que pronto se nos achi-
co. Y fue entonces cuando, casi más los
de fuera hombres y jóvenes del Orato-
rio que los que componíamos la peque-
ña comunidad, comenzaron a pensar en
dilatar los espacios. Y se habló de locales,
y de iglesia mayor, y fueron ellos los que
nos empujaron, casi sin darnos cuenta nos-
otros...
Y llegamos al 26 de mayo de 1963,
cuando el señor Obispo venía a bendecir
aquella primera piedra, colocada como
semilla de esperanza. Esperanza que iba
cuajando, mezclando afanes y trabajos, en
las paredes que crecían. La iglesia era co-
mo un ideal que hacía buenos a los que
nos hacían el bien. Y propusimos no ha-
blar jamás de dinero en nuestra predica-
ción, pesar de las no pequeñas dificul-
tades: era como un homenaje de pureza a
la intención de nuestra empresa. Y mu-
chos, de cerca y de lejos, quisieron ayudar-
nos, y hasta pudimos ayudar... No porque
nos sobrara, sino como el que siembra pa-
ra que el Señor le dé más. Y el Señor da-
ba. Siempre pobres y siempre «ricos».
Y el 26 de mayo de 1967 venía el señor
Obispo y bendecía la iglesia y consagraba
su altar. Todo terminado, todo «casi» ter-
minado.
Y hace un año. Un año de esta «iglesia
nueva», y quince años de nuestro «nac-
imiento». Todo es joven aún: joven por
los inicios, por la vida, por las obras y
por las personas; joven por la Diócesis
que aún conserva —¡y que sea por muchos
años!— su primer Padre y Pastor. Joven,
sobre todo, por la hora de la Iglesia uni-
versal, en que da gusto sentirse nacer y
comenzar a crecer, cuando Ella renace y
se quita «mantos viejos» —como dijera el
Papa— y descubre vida suya en el mundo
y en los hombres que la miran y esperan
—sabiéndolo o no—, el fermento del Evan-
gelio, de amor, de justicia, de verdad, de
libertad y de paz, que renueve la faz de La
tierra con la juventud de la santidad.
«Quien ama otra cosa que no sea Dios, se engaña miserablemente».
«El que rehúsa una cruz ahora, encontrará otra más pesada luego».
«El que dice que no puede hacer oración,
es que no se mortifica en nada».
«Jamás he pedido nada a nadie y nunca me ha faltado
la ayuda de Dios».
«Un santo triste es un triste santo».
SAN FELIPE NERI.
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EL CARDENAL BEVILACQUA
Y SAN FELIPE
El 6 de mayo de 1965 murió el Padre Bevilac-
qua. Esta página quiere ser un homenaje a su recuer-
do, unido a San Felipe, en las siguientes palabras
de Jean Guitton:
Es raro que, a mi edad, surja una nueva amistad de las raíces de la
admiración. Durante el Concilio un amigo me presentó al Padre Julio Bevilac-
qua. Me dijo: "Es un hombre único en su género, desconocido, pero magní-
fico". Vi a un oratoriano con el cuello blanco y pensé enseguida en Bérulle,
Malebranche, Gratry, Newman; pero era diferente.
Bevilacqua me llevó al Oratorio de Roma (yo había dado allí una confe-
rencia sobre Newman); como recompensa me subió a visitar la capilla y las
reliquias de San Felipe Neri, su fundador. Cansado, se sentó en un banco
frente a la mascarilla, perfectísima, de San Felipe, humana, sacerdotal. Me
cogió de la mano y comenzó a decirme: "Ese Felipe que veis fue poco com-
prendido. Era el santo más original que se pueda imaginar. Nada tenía de
especial ni siquiera en la santidad. Ningún programa. Sólo el corazón lleno,
encendido del Espíritu Santo, y la inspiración del momento. Todo estaba ahí:
plenamente consciente y lanzado del todo al viento de Dios. Sin teatralizar, sin
hacer composiciones. Alegría, alegría, y lágrimas. Toda la vida asumida en
la Cruz y en la alegría. Y hablar todo el día con todo el mundo... Acoger a
todos, sublimar las cosas de todos. Un poco de fantasía, de imprevisible, de
burla y de broma, a veces, pero siempre divino. Tratando familiarmente con
el más alto y con el más bajo. Felipe fue el tipo más completo de italiano:
tenía la gallardía, la simpatía, el humor y el espíritu de independencia de los
florentinos, y tenía el sentido romano del buen pueblo de Roma: una noble
simplicidad abierta a todos los seres. Contemplad, contemplad este rostro
que la muerte no ha podido apagar".
Oía las palabras del Padre Bevilacqua y, por dentro, en silencio, iba
pensando que me daba dos pequeñas llaves de oro, una de las cuales me ser-
vía para conocerle precisamente a él.
5 (85)
¿DEJAR EL MUNDO?
Tendríamos que volver a escribir las vidas de muchos santos, porque, de-
masiadas veces, nos hemos complacido en presentar la santidad como una
huida del mundo. En parte se comprende que se haya caído en este fallo por
la falta de nobleza con que, demasiadas veces también, abusamos de la in-
mediatez del mundo sensible y, se comprende, que quien no sabe usar mo-
deradamente, no imagina como posible más salida que la huida. Pero los
Santos no han sido los que "han huido del mundo", sino los que han triun-
fado del mundo.
Ellos vivieron en su tiempo y captaron las circunstancias que les envol-
vían y, cuando nos parece que "se retiraron del mundo", no hicieron otra
cosa que alejarse, no como el que huye, sino como el que se sitúa en po-
sición que le permite tomar perspectiva del conjunto. Y, por eso, superan-
do lo impaciente y goloso de la inmediatez sensible, han sabido contemplar
englobadas todas las cosas y referirlas a Dios. El Santo siempre es un ser
proyectado especialmente hacia lo universal; si no, no sería santo.
Hoy diríamos que el Santo es un hombre que sabe dialogar con lo que
le rodea, con lo que le toca vivir. No maldice, no se asusta de la vida, no
desprecia la existencia, no se aleja de sus hermanos; sino que los ama y,
si por un momento parece que se distancia de las realidades que atan a
todos, no es para desentenderse de ellas, sino para comprenderlas y juzgar-
las mejor, y para volver a ellas y mejorarlas con la entrega de su vida.
No se cree en posesión definitiva de la verdad. La verdad es algo que
crece y se desarrolla. No es que la verdad sea variable para él, sino que es
"creciente". Y por esto dialoga. El que quiera ser santo tendrá que "santi-
ficar" su vida dialogando con este mundo que le toca vivir: abierto a todo
lo que aún le queda por añadir al bien comenzado de la propia vida. Por-
que el bien nunca se nos da en exclusiva.
Esos santos que contemplamos lejanos a nosotros, hicieron esto en su
tiempo, en su lugar, con su vida.
En nuestro tiempo, para santificarnos, para hacer "buena" nuestra vida,
hemos de abrirla al diálogo: tomar perspectiva y dialogar. Desde Dios a los
hombres; desde el alma a los demás.
Por eso decía San Felipe: "¿Yo dejar el mundo?.. Nunca lo he dejado".
6 (86)
NO DESTRUIR, SINO COMPLETAR
A muchos parecerá que los intentos,
libres o cuasi anárquicos, de las pequeñas
comunidades cristianas tienden a sustituir
a la macro-iglesia por la micro-iglesia. Es
posible que así sea en no pocos casos, Y
sería verdaderamente lamentable.
La macro-iglesia es —en lenguaje evan-
gélico y paulino— la «Ley», o, en lenguaje
moderno, la «estructura», el sistema,
Jesús declaró expresamente que el no ha-
bía venido a «destruir la Ley, sino a darle
su cumplimiento y plenitud» (Mt 5, 17).
No se trataba de sustituir a la Ley por la
ley o por las leyes. Lo interesante era
adoptar frente a la Ley una actitud de
libre, no de esclavo. Jesús infringió cons-
cientemente algunas prescripciones de la
Ley para demostrar gráficamente que la
Ley no tenía un poder tiranizador sobre
el hombre. Los cuatro evangelistas descri-
ben con profusión de detalles esta osadía
de Jesús, que tanto escandalizaba a los
«legalistas» escribas y fariseos. En Mc 2,
27 tenemos ya una formulación lapidaria
en boca del propio Jesús: «El sábado se
instituyó para el hombre, no el hombre
para el sábado».
Pablo siguió literalmente esta misma
línea de liberación legal. El procedía de
la más estricta observancia farisaica. Le-
yendo sus cartas, se tiene a primera vista
la impresión de que estamos ante un anar-
quista romántico, que desprecia el encor-
setamiento del sistema y camina a campo
traviesa a impulsos de una eventual ins-
piración carismática. Sin embargo, nada
más lejos de la realidad. A Pablo —como
a toda la Biblia—, hay que leerlo con cate-
gorías mentales dialécticas. Pablo, como
Jesús, no intenta sustituir la Ley —más o
menos judaica— por otra Ley evangélica.
«La Ley es santa... Bien sabemos que la
Ley es obra del Espíritu» (Rom 7, 12, 14).
«¿Es que destruimos la Ley para sustituir-
la por la fe? ¡De ninguna manera! Sino
que la confirmamos» (Rom 3, 31).
Lo que Pablo, como Jesús no tolera es
que frente a la Ley se adopte una actitud
de esclavo: el cristiano ano está sometido
a la Ley, sino a la Granda» (Rom 6, 14).
Y el propio «Dios envió a su hijo, nacido
de mujer y constituido súbdito de la Ley,
para rescatar a los que estaban bajo la
Ley y pudieran a obtener la adopción
filial» (Gal 4, 4-5).
Tampoco hoy nosotros, cristianos del
siglo XX, nada tenemos contra la Ley,
contra el sistema eclesial, contra la es-
tructura de la macro-iglesia. Ciertamente,
todos estamos de acuerdo en que la estruc-
tura necesita una profunda renovación, y
a eso ha venido, principalmente, el Con-
cilio Vaticano II y las consiguientes re-
formas que se van llevando a cabo. Como
miembros activos de la Iglesia, tenemos el
derecho y la obligación de criticar cons-
tructivamente el sesgo de esas reformas,
que no siempre satisfacen aspiraciones le-
gítimas de un pueblo de Dios que se adul-
tifica rápidamente.
Pero en todo caso nuestra actitud an-
te el sistema ha de ser, no de esclavos, si-
no de libres. Somos hijos y, como tales,
no podemos adoptar ante la macro-iglesia
una postura servil. Somos hijos, pero no
hijos pródigos. No queremos abandonar la
«casa del Padre» para construirnos en otra
parte un hogar que nos haga la ilusión de
sustituir la vieja casona que nos ha deja-
do de gustar. Por eso quedamos dentro y
exigimos un puesto en las deliberaciones
que se toman para reformar unas estruc-
turas que, a ojos vista, no nos satisfacen
a muchos de nosotros.
Recientemente, a los que hemos adop-
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tado esta actitud —libre y filial— de que
darnos dentro y expresar nuestra protesta
dentro de las fronteras de la macro-igle-
sia se nos ha acusado de «apostasía inma-
nente» (J. Maritain, Le Paysan de la Ga-
ronde, París 1966). Nos parece demasiado
fuerte la acusación. Yo creo que, por el
contrario, se trata de un caso extremo de
fidelidad. Nos quedamos dentro de una
Iglesia que no nos gusta, precisamente
porque creemos en ella.
JOSE MARIA GONZALEZ RUIZ,
en el prólogo de «HOLANDA ¿RIESGO INUTIL?», de la editorial NOVA TERRA
HELDER CAMARA,
PROFETA DE LA PAZ
La violencia es de todos los tiempos, pero en la actualidad está más ex-
tendida que nunca; podríamos decir que es masiva: se encuentra en todas
partes; es multiforme: brutal, racionalizada, abierta, sutil, ciega, insidiosa,
sinuosa, física, científica, consolidada, anónima, obstinada, irresponsable...
Es fácil hablar de la violencia cuando se trata de condenarla desde lejos y
en bloque, sin distinguir aspectos y sin profundizar en sus causas. Y también
es fácil incitar a ella cuando se siente vocación de "guerrillero de salón". Lo
difícil es hablar de la violencia cuando uno se encuentra mezclado, vecino y
como envuelto en ella; cuando se ve que a veces los más generosos y capaces
de entre los nuestros padecen la tentación de la violencia o se han dejado ya
arrebatar por ella.
Yo quiero decir lo siguiente: El mundo entero tiene necesidad de una
revolución estructural. En el mundo subdesarrollado esto es evidente. Hay que
hacer una revisión a fondo, hay que realizar un cambio rápido. ¿Quién no
sabe que en los mismos países subdesarrollados existe un colonialismo inter-
no, un grupo de privilegiados cuya riqueza es mantenida a costa de la mi-
seria de millones de conciudadanos? Se trata a veces de un régimen semi-
feudal en el que el pueblo se encuentra falto de derechos reconocidos, en
una situación infrahumana de verdadera esclavitud. Los trabajadores rurales
no tienen acceso a la propiedad de las tierras que grandes terratenientes man-
tienen casi improductivas.
Hoy el 85 por 100 de la población mundial se desliza hacia la miseria
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para que el 15 por 100 restante pueda disfrutar de un súper-confort. En el
mundo subdesarrollado, las masas en situación infrahumana están violen-
tadas por pequeños grupos de privilegiados poderosos... Si esas masas se or-
ganizan en sindicatos o cooperativas, sus líderes son acusados de subversivos o
comunistas y se les condena a desaparecer, "para que reine el orden", es
decir, el "orden-desorden".
El derecho es muchas veces un instrumento de violencia contra los dé-
biles o permanece como algo altisonante o hueco en el texto de declaraciones,
como la de los derechos fundamentales del hombre, cuyo vigésimo aniver-
sario se celebra ahora. Una buena manera de celebrarlo sería que la O.N.U
comprobase si alguno de esos derechos es tenido en cuenta y respetado en
los dos tercios de la humanidad.
La violencia existe también en el mundo desarrollado tanto en el co-
munista como en el capitalista. Millones de hombres temen la paz, porque
viven de la guerra, porque comen de la muerte. Hay "trusts" más poderosos
que los mismos Estados. Y cuando deciden eliminar a una persona que les
molesta, no hay manera de dar con el asesino...
Permítaseme tomar ahora, valientemente, posición como obispo de la
Iglesia para decir que yo respeto a los que en conciencia se han sentido obli-
gados a optar por la violencia... Acuso a los verdaderos fautores de la violen-
cia, a todos aquellos que por egoísmo conculcan la justicia o impiden la paz.
Pero proclamo que mi vocación personal es la de ser peregrino de la paz, si-
guiendo el ejemplo de Pablo VI. Prefiero mil veces ser muerto antes que
matar. Opto en absoluto por la no violencia, por el amor que nos enseña el
Evangelio. Y hago esta opción con profunda fe en el hombre y en sus posibi-
lidades de progreso a través de la paz.
Mons. HELDER CAMARA,
Arzobispo de Recife.
«Hay que entregarse a Dios enteramente, sin reserva».
«No tengo miedo de nada con tal que me dé tiempo para rogar».
San Felipe Neri.
9 (89)
LA FE NOS OBLIGA A LA PAZ
El mundo entero suspira por la paz. Las demostraciones diarias y las
manifestaciones públicas, que no deben desaprobarse por sistema, demues-
tran de qué forma la humanidad entera, y especialmente los jóvenes, están
preocupados por la paz mundial. La Iglesia de Cristo ha recibido una nueva
misión: la de predicar la paz y la de colaborar a la paz.
Es significativo que en el corto lapso de seis años hayan sido dirigidas al
mundo tres encíclicas papales dedicadas a la paz y a la renovación de la vida
social.
La paz no es algo marginal. La paz debe ser en nuestra vida y en nuestra
fe la idea central. Cree en Dios, meditar sobre Dios, está íntimamente ligado
al trabajo por un porvenir mejor, por un mundo mejor; un mundo de jus-
ticia, de caridad: un mundo de paz.
Por eso la teología debe mezclarse a la realidad social. Por eso, por su
orientación hacia el futuro, nuestra fe no puede resignarse a un determinado
orden y menos considerarlo como el único posible para conseguir la felicidad
del hombre. El compromiso del cristiano con la sociedad es, por definición,
un compromiso basado en un espíritu crítico para obtener del presente un
porvenir mejor.
Cuando se habla de compromiso político, muchas personas se muestran
temerosas o dubitativas, y se comprende; pero hay que decir que en esta
época mundial la Iglesia debe encontrarse siempre en la vanguardia de la
historia. En el sentido más profundo, la toma de posición crítica del cris-
tiano frente a las estructuras existentes se base en lo que el Evangelio llama
el amor. Amor que representa, desde el punto de vista de lo social, una vo-
luntad incondicional de equidad y de libertad en favor de los demás. Esta
incondicionalidad no exceptúa a nadie. La Iglesia no puede tener otra posi-
ción de poder que la que se desprende de su búsqueda de un reino de amor
y de justicia.
La paz no es la victoria de una ideología sobre otra, sino la capacidad de
vivir juntos y dialogar.
Cardenal BERNARD ALFRINK,
Primado de Holanda.
10 (90)
"JUVENTUD,
Esperanza de la Iglesia"
LA JUVENTUD ESPAÑOLA
DEBE ENCONTRAR EN LA
ESTRUCTURACION JURIDICA
DE LA VIDA NACIONAL LAS
CONDICIONES BASICAS PARA
SU PROMOCION INTEGRAL.
El cardenal secretario de Estado en su
carta a esta Semana Social (la XXVII es-
pañola), dos recordaba a este propósito un
texto de la «Gaudium et spes». Hay que
prestar gran atención a la educación cívi-
ca y política, que hoy día es particular-
mente necesaria para el pueblo y sobre to-
do para la juventud, a fin de que todos
los ciudadanos puedan cumplir su misión
en la vida de la comunidad política y
añadía por su cuenta: «Si, por una parte,
el deber de conciencia prohíbe romper el
ritmo de los tiempos, por otra, la anticipa-
da madurez que el hombre contemporáneo
adquiere... exige que la formación para el
futuro Impartida a los jóvenes, disponga
de cauces y estructuras que les consientan
un entrenamiento en el autogobierno dis-
ciplinado».
Las libertades básicas que los jóvenes
reclaman no solamente para su formación,
sino también para asegurar el porvenir del
país, son, sobre todo las de asociación y
reunión, la libertad de expresión y la po-
sibilidad de encuadrarse en sindicatos
verdaderamente representativos. De la
sociabilidad natural de los hombres se de-
riva el derecho de reunión y asociación;
el de dar a las asociaciones que creen, la
forma más idónea para obtener los fine
propuestos; el de actuar dentro de ellas
libremente y con propia responsabilidad y
el de conducirlas a los resultados previs-
tos», dice textualmente la «Pacem in t-
erris», y continúa: «Como ya advertimos
con gran insistencia en la «Mater et ma-
gistra», es absolutamente preciso que se
funden muchas asociaciones y organismos
intermedios, capaces de alcanzar los fines
que los particulares por sí solos no pueden
obtener eficazmente. Tales asociaciones y
organismos deben considerarse como ins-
trumentos  indispensables en grado sumo,
para defender la dignidad y la libertad de
la persona humana, dejando a salvo la
responsabilidad».
Hágase todo esto de forma —y ahora
hablo yo— que no produzca graves pertur-
baciones, hágase escalonadamente y con
los debidos asesoramientos, hágase con el
necesario control de la autoridad, enséñe-
se a los jóvenes a que el entrenamiento en
el uso de estos derechos vaya siempre
acompañando del cumplimiento de sus de-
beres, pero hágase clara y decididamente.
Los jóvenes no se forman tan sólo con
los libros y las lecciones; se forman tam-
bién partiendo de su misma vida y en su
propia acción, que orienta sus iniciativas
dándoles un sentido muy concreto de res-
ponsabilidad social que les ayudará, sin
duda alguna a descubrir simultáneamente
sus posibilidades y limitaciones y les ejer-
citará en las virtudes de la convivencia, el
diálogo y el respeto a las opiniones contra-
rias, tan necesario en un país como el
nuestro.
11 (91)
De lo contrario, la Juventud, desenten-
diéndose de los grandes deberes naciona-
les, desembocará en la frivolidad, o lo que
es peor, terminará en el gamberrismo o la
delincuencia.
NUESTRA COMUNIDAD ECLE-
SIAL, Y NO DIGO SOLAMENTE
LOS OBISPOS, TIENE QUE HA-
CER UN ESFUERZO SINCERO
DE ADAPTACION A LOS
TIEMPOS QUE VIVIMOS.
Es decir, todos tenemos que estar mu-
cho más en contacto con la realidad. Unos
vivimos demasiado absorbidos por la buro-
cracia; otros —las asociaciones y movi-
mientos apostólicos— demasiado dedica-
dos a sí mismos, a sus pocos o muchos
miembros, pero tantas veces vueltos de es-
paldas  a la gran masa; otros, demasiado
preocupados de fermentar en sus propias
masas, como ocurre con bastantes parro-
quias... Todos, el primero yo, tenemos que
hacer un serlo propósito de vivir más cer-
ca de nuestros hermanos y de sus proble-
mas, de compartir con ellos sus alegrías
y sus sufrimientos.
No podemos olvidar, por otra parte,
que el mundo que se construye ante nues-
tros  ojos necesita una inspiración evangé-
lica. No puede faltar en medio de él nues-
tro testimonio y nuestra palabra. Esto nos
obliga a todos, también a los obispos, a
pronunciarnos con claridad y caridad, an-
te todo lo que vaya contra la dignidad de
la persona o contra el marco básico en
que ésta tiene que realizar su compromiso
humano; ante todo lo que atente, directa
o indirectamente, contra la vocación so-
brenatural del hombre. No siempre serán
necesarias ni convenientes grandes decla-
raciones, pues aún en esto hay que tener
también la preocupación de ser humildes
y sencillos. Algunos obispos españoles nos
han dado en esta última temporada emo-
cionante  ejemplo de ello.
Mons. MAURO RUBIO RIPULLES.
Obispo de Salamanca, en la XXVII Semana Social de España.
«No busquéis nada fuera de la gloria de Dios, y tened confianza
que el que os ha dado fuerza para comenzar la obra os
la dará para terminarla».
Estad siempre alegres, y haced lo que queráis con tal que
no pequéis)
«Bienaventurados vosotros, los que sois jóvenes, porque tenéis
tiempo de haceros santos».
«El entusiasmo de los jóvenes es como el fuego de la paja,
dura poco».
De muchos es comenzar el bien; de santos el perseverar
hasta el fin.
SAN FELIPE NERI.
12 (92)
MÁS SOBRE
EL NOMBRAMIENTO DE LOS OBISPOS
No solamente por tratarse de los derechos de la Iglesia, sino por la ac-
tualidad que ha adquirido el tema en la Prensa nacional, donde ha hecho irrup-
ción con suma delicadeza por parte de los que defienden la doctrina conciliar,
nos parece interesante una vez más hacer referencia a esta materia que resulta
tan decisiva y vital en esta hora para el porvenir del catolicismo español. Pre-
via una consideración de carácter general, ofrecemos el texto de unas pala-
bras emitidas por la Radio Vaticana, con todas las aprobaciones, y el pare-
cer de un destacado seglar español, Enrique Miret Magdalena, ya conocido de
cerca por todos los amigos del Oratorio.
EL SIGNIFICADO DE UN RUEGO
El ruego del Decreto "Christus Dominus", por el que el Concilio Va-
ticano II pide a los Estados que lo poseen, la renuncia al privilegio de "elec-
ción, nombramiento, presentación o designación" de los obispos, no puede
ser interpretado de otro modo que como una delicada y urgente reclamación
para que se liquiden las últimas huellas legales o consuetudinarias de la in-
jerencia del poder civil en el gobierno y misión de la Iglesia.
La historia de la Iglesia está llena de dolores y desgracias padecidas
por este abuso. No hace falta remontarnos a la Edad Media, ni resucitar la
historia de las investiduras para que sea bien patente que el Concilio Va-
ticano II de nuestros días, no ha proclamado nada nuevo; sino que se ha
limitado a reclamar, una vez más, como hace siglos y como desde hace si-
glos, la devolución de una libertad a cuya limitación jurídica, envuelta en
la fórmula que sea, sólo con dolor y profunda repugnancia había accedido
cuando el poder civil ponía precio, de algún modo, al derecho divino de la
predicación evangélica, y fue siempre en los casos en que los príncipes no
tenían fe suficiente y consideraban como simple hecho histórico la realidad
de la Iglesia, o porque creían que una cierta sumisión de la Iglesia fevorecería
sus miras políticas. Luego, con enorme contrasentido, cada vez que la Igle-
sia hacía el menor gesto de independizarse de tal injerencia, era acusada,
sistemáticamente, de "política" o, como diríamos hoy, de temporalismo",
y no se daban cuenta que formulaban tal acusación precisamente en nombre
de una política y por mantener un temporalismo determinado con que, a
toda costa, pretendían comprometer la transparencia del mensaje cristia-
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no, que, como dice el mismo Concilio, "no se confunde en modo alguno con
la comunidad política ni está ligada a sistema político alguno" (G. S. núm 76).
En el "ruego" del Concilio que comentamos, la Iglesia ha tenido muy
en cuenta la debilidad de los hombres y por esta razón no ha formulado una
exigencia o una denuncia, sino que ha elegido la palabra "ruego", aunque
solemne y universal; por dos razones: primera, porque si los gobiernos afec-
tados no son creyentes, vean en la mansedumbre de la actitud de la Iglesia,
una razón más para no resistirse a devolverle lo que les reclama, y segunda,
porque si los gobiernos afectados son cristianos y católicos, tengan en este
solemne ruego maternal, la ocasión de una rápida y generosa reacción para
demostrar que son buenos hijos de la Iglesia, sin reticencias en su leal de-
voción y obediencia, porque los hijos buenos no precisan de mandatos...
Otras interpretaciones serían fruto de una crasa ignorancia sobre la na-
turaleza y misión de la Iglesia o estarían inspiradas en intereses que nada tie-
nen que ver con el bien de las almas.
«FUERTE PARADOJA»
En la noche del 25 de Abril último, la Radio Vaticana difundió las
siguientes palabras:
A continuación, vamos a leer unas
páginas sobre uno de los problemas más
graves que afectan hoy a la Iglesia en Es-
paña y que a nuestro entender explica, al
menos en parte, ese fenómeno que se ob-
serva  en España y que algunos han llama-
do antijerarquismo.
El panorama eclesiástico español pre-
senta en los últimos años una situación de
especial anomalía, que se va acentuando
progresivamente. En el momento actual,
seis diócesis españolas (Huesca, Tarazona,
Menorca, Valencia, Lérida y Santander)
—el 10 por ciento del total— están ju-
rídicamente vacantes.
Por otra parte, habiendo rogado enca-
recidamente el Papa a los obispos —si-
guiendo las prescripciones conciliares—
que renuncien al cargo del gobierno de su
diócesis a partir de los setenta y cinco
años, hay en España once obispos que, te-
niendo ya cumplida esa edad, siguen al
frente de sus diócesis sin que haya sido
aceptada su renuncia cuando ha sido pre-
sentada. Otra diócesis más entrará este
año en la misma situación. La edad me-
dia de esos once obispos es de ochenta
años y cinco meses.
Esto significa que casi el 30 por cien-
to de las diócesis españolas se encuentran
en situación anómala.
No olvidemos que el Concilio Vaticano
II ha proclamado claramente en la cons-
titución «Christus Dominus» que del de-
recho de nombrar o instituir a los obispos
es propio, peculiar y de por sí exclusivo
de la autoridad eclesiástica competente».
El mismo Concilio saca de este principio
dos consecuencias terminantes, una cara
al futuro, otra respecto a la situación ac-
tual: Por lo cual... desea el sagrado Con-
cilio que en lo sucesivo nunca más se
concedan a las autoridades civiles ni de-
rechos ni privilegios de elección, nombra-
miento, presentación o designación para
el ministerio episcopal; y a las autoridades
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civiles, cuya voluntad obediente a la Igle-
sia reconoce agradecido y tiene en gran
estima el Concilio, se les ruega con toda
delicadeza que tengan bien renunciar
por su propia voluntad, de acuerdo con la
Sede Apostólica, a los derechos o privile-
gios referidos de que disfruten actualmente
por convenio o por costumbres,
El Concilio no ha podido ser más ex-
plícito. Pablo VI remachaba ese deseo de
la magna asamblea en su discurso de clau-
sura del Concilio ante las naciones extran-
jeras presentes al acto: «La Iglesia pide a
los Gobiernos que consientan en recono-
cerle o restituirle su plena y entera libertad
en lo que concierne a la elección y el nom-
bramiento de sus pastores».
Estas palabras se pronunciaron en 1965.
¿Por qué en 1968 no ha aparecido toda-
vía ninguna indicación, que haya llegado
la conciencia pública, de que el Estado
español vaya a restituir a la Iglesia a
plena libertad que ella ha reclamado para
el nombramiento de sus pastores? ¡Fuerte
paradoja la de esa continua profesión de
catolicismo por parte del Estado español
en contraste con ese reiterado silencio!
Paradoja desconcertante para los que
creen en la sinceridad de esa profesión de
le y son puestos en la tentación de pen-
sar que su pureza puede estar en ocasiones
subordinada intereses políticos, que si
son genuinos no podrán estar nunca en
contradicción con ella).
OBISPOS ELEGIDOS POR EL PUEBLO
Pero no se trata de vindicar el derecho de la Iglesia, ni discutir situa-
ciones cuyo origen no atañe, a veces, a los contemporáneos, sino que hay que
dar soluciones, no solamente justas y prácticas, sino cristianas y evangélicas,
por grandes que sean las reformas que haya que emprender.
Enrique Miret Magdalena, desde "TRIUNFO", ha tratado el tema de la
elección de los obispos y señala hacia la solución total, "eclesiástica", que,
por lo menos, hay que preparar con urgencia y entusiasmo. Escribe:
Los primeros siglos —que tenían to-
davía cercano el recuerdo de la época
apostólica —fueron más sensibles a algo
que se ha perdido hoy completamente: la
intervención del pueblo en las cosas de
la Iglesia.
Historiadores de todas las tendencias
lo han reconocido así. Desde el agnóstico
profesor Ch. Guignebert, que afirma de
aquel tiempo: «El Obispo... es elegido por
el pueblo y ordenados por los Obispos
vecinos» («El Cristianismo Antiguo»). Co-
mo el teólogo X. Arnold ha repetido en
sus varios trabajos pastorales, o como el
historiador católico Vacandard señalaba
que «las elecciones episcopales se realiza-
ban —entonces— por el pueblo y el clero
de la ciudad».
Tres grandes Papas lo exigieron así.
San León Magno decía sin eufemismo algo
de sentido común: «Quien ha de mandar a
todos, sea elegido por todos», San Celesti-
no I exigía: «A nadie demos Obispo con-
tra su voluntad, y por eso debe requerir-
se el consentimiento y deseo del clero, del
pueblo y de los Obispos y cuando se per-
dió en plena Edad Media, esta costum-
bre, otro Papa —Gregorio VII— devolvió
al pueblo esta intervención, que algunos
consideraban peligrosa y que había pasado
abusivamente manos de cabildos ecle-
siásticos y gobernantes civiles».
Las normas de los primeros siglos son
tajantes «Que se consagre como Obispo al
que ha sido elegido por todo el pueblo»
(San Hipólito, «Tradición Apostólica»). Y
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el rígido Obispo de Cartago, San Cipriano,
«en el siglo III declara que la comunidad
tiene el poder de elegir su Obispo, o de
desecharlo cuando se le imponga» (A. Du-
mas, «Catholicicisme»).
...Tenemos pues que plantearnos dos
problemas: Uno, el de Independizar más
—como la Iglesia quiere— el poder ecle-
siástico del poder civil, y éste es cometi-
do urgente e inmediato. Y el otro, encon-
trar —poco a poco y pensándolo bien—
un sistema más popular de elección de las
personas, cosa no fácil, desde luego, pero
que d queremos ser conscientes de la tra-
dición católica más antigua y más ejem-
plar, deberíamos hacer lo imposible por
alcanzar esta meta sin tardar mucho.
...El primer paso a dar será, por tanto,
desligar el poder civil de esa Intervención
en el nombramiento de Obispos. Pero es-
ta renovación debía hacerse ampliando
además el criterio de selección y haciendo,
por tanto, intervenir decisivamente un
organismo más universal como la Secreta-
ría de Estado y la Nunciatura, en vez de
dejar la decisión en manos de un ora
mismo eclesiástico nacional. La interven-
ción eclesiástica nacional debía ceñirse, en
forma análoga a otros siglos cristiano
colaborar los Obispos de la región en la
simple sugerencia —sin limitación— de
posibles candidatos, pero dejando las ma-
nos totalmente libres a la Santa Sede.
Después —y deseamos que sea rápida-
mente una realidad— vendría la tan anhe-
lada colaboración del pueblo y clero a es-
ta propuesta de nombres, como ahora —a
veces— se hacía a título privado, pero sin
suficiente cauce institucional, que es lo
que hay que buscar y establecer.
ULTIMO COMENTARIO
Es natural que, como simples católicos y como ciudadanos, deseemos que
sea restituida la plena libertad a la Iglesia en lo que se refiere al nombramiento
de Obispos en España: por el bien de las almas y por el bien de los mismos
Obispos que son también más de una vez, víctimas de un sistema que ya no
funciona. La Radio Vaticana ha hecho clara alusión al antijerarquismo que,
por desgracia, cunde entre los católicos españoles y que se explica, en parte
por lo menos" por el modo como aquí se designa a los Obispos. Los Obispos
necesitan la confianza y el amor de su clero y de su pueblo, y los azares po-
líticos no pueden ser los encargados de fomentar esa confianza ni de garanti-
zar ese amor. Lo cual no sólo es causa de gran dolor en el corazón humano
de todo Obispo consciente y en comunión con todo el Colegio Episcopal y la
Sede Apostólica, sino que colapsa la eficacia de su apostolado, porque no se
puede exigir tanta fe a la gran masa del pueblo de Dios, hasta superar cual-
quier recelo de temporalismo o compromiso político en sus pastores, cuando
el poder civil interviene en su designación o nombramiento. Y esto es muy
grave, porque de esta desconfianza se derivan trágicas consecuencias para el
apostolado y para la Iglesia en general. Baste, por ejemplo, la parte que
corresponda como causa a esas 106 dimisiones de cargos nacionales de la
Acción Católica Española, ocurridos en los últimos 18 meses. Y, en otro as-
pecto, la poca simpatía con que muchos juzgarían que pasaran, los privilegios
del Estado, a la Conferencia Episcopal nacional, por suponerla emanada del
Concordato, por lo menos en gran parte de sus miembros. Lo cual, si por los
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fieles católicos españoles no puede significar inculpación en ninguno de los
Obispos componentes, víctimas de unas circunstancias que de seguro les de-
ben repugnar, sí en cambio que exigirá el paso de algunos años hasta purifi-
carse de todas suspicacias de remota influencia política, ya no deseada ni
por los buenos políticos.
Por esto nos chocaban las endebles razones que el diario "ARRIBA",
una vez más, exponía en su largo editorial del día 5 de mayo. Editorial re-
producido, en todo o en parte por algunas publicaciones y diarios españoles
menos leídos, y cuyas razones principales se desmontan con estas simples
observaciones:
1ª. No debe confundirse el concepto conciliar de "Iglesia local" por
el de "Iglesia política".
2ª. Es falsa la suposición de que la Iglesia, para ponerse en contacto
con sus hijos, debe hacerlo a través del Estado; ni que los fieles tengan de-
rechos, respecto a la Iglesia, que deban defender los Estados. Eso es cesarismo.
3ª. Todo buen católico es, al mismo tiempo, siempre, buen ciudada-
no. (No es preciso que todo buen ciudadano deba ser buen católico, ni si-
quiera católico...). El Estado es incompetente para calificar o depurar el
grado de catolicismo de los ciudadanos.
4ª. La Iglesia no necesita protecciones especiales. Le bastan las que
han de existir para todos los ciudadanos y que el poder civil tiene el deber
de fomentar.
Ello es suficiente. En realidad se trata de que, entre todos, superemos
muchos prejuicios para que lleguemos a la distinción evangélica original:
"Dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios".
Porque es preciso darse cuenta de esto: el régimen de Cristiandad ha
terminado.
La Iglesia, ni aún antes, jamás ha vendido nada; ni menos, ahora, tiene
nada que vender ni hipotecar, a pesar de la irrespetuosa y hasta insultante
referencia con que algunos han pretendido aludir a la compensación eco-
nómica, que todos podemos reconocer, leyendo las estipulaciones concorda-
tarias además de recordar la Historia, que no es más que una mínima, po-
brísima y nunca acabada restitución... Pero también a ello sabe renunciar
la Iglesia si puede interpretarse como contrasigno, en especial por el torcido
modo de comentarla.
La Iglesia no necesita ningún privilegio, ni amparo especial de ningún
poder de este mundo. Lo que Ella ha podido pedir y ha pedido en el pasado
y pide ahora y pedirá siempre, vale para Ella y para todos: unas condiciones
jurídicas de paz, de justicia y de libertad válidas para todos los hombres.
Esto le basta. Lo demás corre exclusivamente de su cuenta y es indelegable.
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No puede renunciar lo que ha recibido de Dios: quien la invade la man-
cilla. No tiene nada que vender: sólo tiene para dar, porque si se vendiera se
prostituiría. Su ideal es la fe, sus armas el Evangelio, su vida la gracia. No
busca ni quiere ser perseguida; pero cuenta con que lo pueda ser, porque se
lo anunció el Maestro. Pero si llega el caso de tenerse que defender, no sería con
los poderes, ni con las armas de los hombres —"¡No con la espada!", sino
con la virtud, con la fuerza del amor, a la luz de la fe. Otra cosa sería des-
cender al nivel de los reinos y de los príncipes de este mundo, o apuntarse
solamente los triunfos externos de la coacción. La Iglesia se respeta demasiado
para no respetar a los demás. Ella es libre y hace libres a los hombres; les
da la máxima libertad: los hace hijos de Dios
ESPAÑA Y EL CONCILIO
Pocas naciones tan poco preparadas para el Concilio como
España; pero también pocas naciones tan a punto para el poscon-
cilio. El Vaticano II, a los españoles, nos cogió de sorpresa, incluso
a los obispos. España era una nación un poco aislada del resto del
mundo.
La originalidad de la crisis de fe del catolicismo español,
se manifiesta por una ignorancia de la misma fe y su falta de
dinamismo. Fe más preocupada y más celosa de la ortodoxia que
de la caridad; más defensiva que vital.
Pero ahora está en nuestras manos llevar a cabo la reno-
vación profunda de nuestro catolicismo, o dejar perder la única
ocasión que nos brinda el Concilio.
Mons. José M.* CIRARDA, Ob, aux, de Sevilla
PRIMERAS COMUNIONES
De acuerdo con los deseos de nuestro Prelado, recomen-
damos a los padres interesados, que lleven a sus hijos a
hacer la primera comunión a las Parroquias respectivas.
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LENTITUD EXCESIVA
Hay una lentitud excesiva en la Iglesia. El Concilio ha lanzado en el seno
del Pueblo de Dios un fermento dinámico de cambio y de conversión radical.
Existen laicos y sacerdotes lúcidos y auténticos que luchan por lavar el rostro
de la Iglesia de sus pecados y de todo lo que la desfigura. En el fondo ellos
pretenden construir una Iglesia resurgida en Cristo y en la Palabra y al mis-
mo tiempo capaz de animar y servir al mundo de hoy. Sucede, a veces, que
nosotros, la jerarquía, nos sentimos llamados a ser defensores de "tradicio-
nes". En tal caso nosotros hacemos de freno y no de motor para esos laicos
y esos sacerdotes renovadores. No siempre aceptamos el diálogo con el clero
co-responsable y con el laicado adulto y creador.
Yo estimo que todo esto llevará a las más graves consecuencias. El can-
sancio y el desaliento de los más auténticos les llevará, tal vez, a la evasión o
la desesperación. Los "instalados", cierto, permanecen fieles; los "instalados"
no tienen dudas.
Es urgente que nos hagamos verdaderos hermanos de nuestros sacerdotes
y de los laicos que son los verdaderos servidores del pueblo y del mundo. Nues-
tra "conversión" ha de ser tomada en serio sobre nosotros mismos y para el
pueblo de Dios.
Estoy convencido de que existe ya un nuevo Pentecostés, un empuje re-
novador. Casi todos los episcopados del mundo hacen su examen, se reúnen,
elaboran planes pastorales, investigan... Pero, de todos modos, la lentitud me
parece excesiva y eso dará lugar a muy graves consecuencias. El tiempo nos
empuja. Para los que saben interpretar el tiempo a la luz de la fe purificada y
desmitizada, es el Señor mismo quien nos fuerza y nos empuja.
Monseñor ANTONIO B. FRAGOSO,
Obispo de Crateus (Brasil)
En el fondo de la renuncia o no renuncia al derecho de
presentación hay una confianza o una desconfianza en ese Papa
a quien rebozan de elogios a diario precisamente quienes, a la
hora de la verdad, prefieren no poner en sus manos nuestro
futuro religioso, no nos lo vaya a romper. Pero ¿en qué queda-
mos? Pablo VI es el Papa conservador que frena a los progresis-
tas según nos cuenta a diario la prensa, o es un peligroso
progresista que nos conduciría a la ruina a poco que confiáse-
mos en él. ¡Ah, obediencia, obediencia, cuánta hipocresía se
esconden detrás de tu nombre!
J. A. REVILLO — N.º 626 de VIDA NUEVA.
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Domingo, día 26 de Mayo
FIESTA
DE
NUESTRO SANTO PADRE
FELIPE NERI
Esperamos a todos nuestros hermanos y amigos
a la Misa de las 10 de la mañana.
LAUS DEO
Director: P. Ramón Mas, C. O.
Edita: Congregación del Oratorio. - Apartado 182.-Albacete.
Imprime: LA VOZ DE ALBACETE, S. López, 14- 18-5-68.
Depósito Legal: AB-103-62.
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