BOLETIN DEL ORATORIO DE ALBACETE.
N.º 75. ENERO. 1969.
EVANGELIZAR LA PAZ
Lo mejor no se impone, no se establece por la fuerza: se anuncia, se ofre-
ce y se recibe. Lo mejor necesita, para serlo, ser acogido por el hombre con el
entusiasmo de su libertad, sumada generosamente al bien que recibe.
Por eso el Evangelio no es una imposición, sino un anuncio, anuncio paci-
fico de bien: anuncia la liberación del pecado y la obra de la santificación
del hombre, en Jesucristo.
La Iglesia, depositaria del Evangelio, tampoco impone nada, Renuncia a la
fuerza y al apoyo de la violencia —instalada o revolucionaria— como medio pa-
ra instaurar el bien que ha de comunicar a los hombres. Sabe que, en el mo-
mento en que cediera a su tentación, dejaría de ser fiel a lo mismo que
anuncia.
Pero la Iglesia no calla: el clamor de su voz es llama de profecía que nun-
ca se extingue, y exhorta, predica, trabaja y sufre, sin descanso, mientras si-
gue recordando a los hombres el mensaje evangélico, señalando abusos y pe-
cados, injusticias y desgracias que es preciso evitar y remediar.
La voz de la Iglesia se dirige al corazón y a la voluntad de los hombres,
para que sumen su libertad en el esfuerzo por ese bien —compendio de todos
los bienes— que anhelan, pero no aciertan a encontrar.
Tal vez porque, precisamente, quieren imponerlo, en vez de recibirlo, libres
y agradecidos.
Una vez más, la Iglesia, les evangeliza la Paz.
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CONVERSACIONES DEL ORATORIO
Con el tema general de
LOS DERECHOS HUMANOS Y LA DOCTRINA DE LA IGLESIA
El pasado día 10 de enero ha tenido lugar la «conversación» sobre
«DERECHOS HUMANOS PERSONALES», dirigida por don Pedro García
de Leániz. Tan interesante resultó que, a propuesta de varios asistentes,
estudiamos la posibilidad de proceder a la impresión de su base doctrinal.
El próximo viernes, día 24 de enero, a las 8:30 de la tarda, y con el tema:
«DERECHOS HUMANOS SOCIALES»
se tendrá otra «conversación» a cargo de
DON ENRIQUE VILLAMANAN VALVERDE
«La paz no se puede «establecer» por decreto»
A la paz le pasa lo que al amor; no se puede hablar de él sin sentirlo, sin
vivirlo, sin haber luchado y sufrido por él.
La paz no se puede "establecer" por decreto.
La paz, la alegría, y el amor se viven, y al vivirlos dan sabor, como la sal.
Y entonces en el mundo hay paz, amor y alegría, que van prendiendo de uno
en uno, en cada hombre.
La paz brota del corazón de cada hombre como brota de su alma la son-
risa. No es una maniobra, ni una técnica; no es una idea, ni un partido. Es
una actitud interior que se derrama y sorprende, contagia, crea, reparte feli-
cidad y perdón, estalla en mil detalles y servicios, se multiplica en la entrega
constante y repetida a las tareas pacificadoras de cada día en la familia, en
la profesión, en la sociedad.
Para lograrlo necesita algo más que hacer planes o dar el nombre a orga-
nizaciones. Se necesita tener un corazón abierto a todos los sacrificios, el de
la pureza interior, el de la humildad constructiva, el de la fe en la Providen-
cia de Dios.
Unos cuantos hombres reunidos en torno a una mesa, no harán nunca la
paz. Ellos solos no pueden producir la conversión del corazón. Necesitamos de
Dios.
MONS. MARCELO GONZALEZ,
Arzob. de Barcelona
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¿Qué espera de nosotros
el nuevo Obispo?
El 25 de este mes de enero, será consagrado obispo, en la Cate-
dral de Albacete, monseñor Ireneo García Alonso, para suceder, en es-
ta sede, a su primer obispo, el Padre Tabera. Nos parece oportuna la
ocasión para formularnos la pregunta que encabeza estas líneas: ¿Qué
espera de nosotros el nuevo obispo?
Y nos atrevemos, espontáneamente, a suponerlo.
En primer lugar, espera SINCERIDAD, llaneza transparente y res-
petuosa, sin necesidad de apoyar la manifestación de nuestra verdad
en la acusación, ni la referencia a los defectos de nadie. La sinceridad
es la primera forma de amar, porque el amor comienza siempre siendo
una verdad. Y una sinceridad sin amor sería una mentira del corazón.
En segundo lugar, COLABORACION: no se puede esperar todo del
obispo, ni lo puede hacer todo el obispo. Hay una forma de obedien-
cialismo, que consiste en relegar y cargar todo lo gravoso a quien os-
tenta un cargo, hasta sofocarle. Cada uno en su lugar, según la diver-
sidad que adorna y enriquece a la Iglesia, debe dar lo mejor que tiene.
Es un pecado contra la piedad no "compadecerse", también, de los
que ostentan más alta responsabilidad y se les abandona a sus solas
limitadas fuerzas, o se les abruma con problemas, sin ayudarles en las
soluciones.
Y; por fin, AMOR, que ya lo es todo y lo comprende todo. Pero hay
que amarle y ayudar a amarle. No hacer, no decir nada que impida
que sea amado de los demás, y no sólo de nosotros. No intentar se-
cuestrar su afecto, ni creernos objeto exclusivo de predilecciones que
mermarían el afecto de nuestros hermanos hacia él: porque también
necesitan amarle, y porque también necesita ser amado de ellos.
Nos parece que esto le ayudará a ser y sentirse Padre de la dió-
cesis, hermano mayor de los sacerdotes y amigo de todos.
Y que así se puede "hacer Iglesia".
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EL MENSAJE DE LA PAZ
De mensaje "histórico" ha sido calificado el del Papa, en esta II Jornada
de la Paz, por el profesor Luigi Bassani, miembro de la Comisión Pontífica
"Iustitia et Pax". Mensaje añade. "dirigido a todos los responsables del curso
de la Historia: llamamiento a toda la opinión pública, a la juventud deseosa
de una renovación mundial. Esta invitación mundial a la paz se dirige espe-
cialmente a los hijos de la Iglesia católica, a los que se les proporciona una
enseñanza en la última parte del documento. El texto está redactado en un
espíritu ecuménico y como un servicio que la Iglesia rinde al mundo, aportan-
do el mensaje de amor, de justicia y de paz de Cristo, exponiendo pública-
mente el ánimo que la comunidad eclesiástica leva a todos aquellos que hoy
militan por la paz.
En este mismo Boletín ofrecemos los párrafos más significativos de las
palabras pontificias. Aquí vamos a resumir los ocho puntos principales a los
que hace referencia el Papa: constituyen una válida síntesis Introductoria,
He aquí los ocho puntos principales del citado mensaje:
1.- La paz está intrínsecamente unida al reconocimiento ideal y a la
restauración efectiva de los derechos del hombre,
2.- La paz es un deber universal y perpetuo.
3.- La paz es un orden Justo y dinámico que debe construirse conti-
nuamente.
4.- Cualquiera que sea el sentido del hombre, no puede ser mas que
un artesano de la paz.
5.- La paz debe ser un resultado moral.
6.- La paz debe estar antes en las almas para poder estar presente
después en los acontecimientos.
7.- La paz exige revisión de los abusos y coincide con la causa de la
justicia
8.-La paz terrestre y temporal es el reflejo y el preludio de la paz
celestial y eterna, y Cristo, Príncipe de la paz, es el defensor de
todos los derechos humanos.
Con este título rotulamos los siguientes párrafos del mensaje
de Pablo VI, para la Jornada Mundial de la Paz, fechado en el
Vaticano, el 8 de diciembre último.
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EL DEBER DE LA PAZ
Con este título rotulamos los siguientes párrafos del mensaje de
Pablo VI, para la Jornada Mundial de la Paz, fechado en el Vaticano el
8 de diciembre último.
La paz está hoy intrínsecamente vinculada al reconocimiento teórico y a
la instauración efectiva de los derechos del hombre. A estos derechos fun-
damentales corresponde un deber fundamental; éste es precisamente el deber
de la paz.
SENTIDO Y VALOR DE LA PAZ
Todo lo que el mundo contemporáneo viene tratando sobre el desarrollo
de las relaciones internacionales, sobre la interdependencia de los intereses de
los pueblos, sobre el acceso de nuevos Estados a la libertad y a la independen-
cia, sobre los esfuerzos que la civilización va haciendo para procurarse una
organización jurídica unitaria y mundial, sobre los peligros de incalculables
catástrofes en la eventualidad de nuevos conflictos armados, sobre la psico-
logía del hombre moderno deseoso de prosperidad tranquila y de relaciones
humanas universales, sobre el progreso del ecumenismo y del recíproco respe-
to de las libertades personales y sociales, nos persuade que la paz es un bien
supremo de la vida del hombre sobre la tierra, un interés de primer grado,
una aspiración común, un ideal digno de la humanidad dueña de sí misma
y del mundo, una necesidad para mantener las conquistas alcanzadas y para
alcanzar otras nuevas, una ley fundamental para la circulación del pensa-
miento, de la cultura, de la economía, del arte, una exigencia actualmente
insuprimible en la visión de los destinos humanos. Un orden justo y diná-
mico que continuamente debe ser construido.
Sin la paz no existe confianza y sin confianza no existe progreso. Una con-
fianza fundada en la justicia y en la lealtad.
Solamente en el clima de la paz se reconoce el derecho, avanza la justicia,
respira la libertad.
Si éste es el sentido de la paz, si éste es el valor de la paz, la paz es un
deber.
Es un deber de la historia presente.
La razón, no la fuerza, debe decidir el destino de los pueblos. El entendi-
miento, las negociaciones, los arbitrajes, no el ultraje, la sangre o la escla-
vitud, deben medrar en las difíciles relaciones entre los hombres. Ni tam-
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poco una tregua precaria, un equilibrio inestable, un terror de represalia y
de venganza, un engaño bien conseguido, una prepotencia afortunada pue-
den ser garantía de paz digna de tal nombre,
Es necesario querer la paz. Es necesario amar la paz. Es necesario crear la
paz, Debe ser un resultado moral; debe brotar de espíritus libres y generosos.
La proclamamos como un deber. Un deber inderogable. Un deber de los
responsables de la suerte de los pueblos. Un deber de los ciudadanos del
mundo: porque todos deben amar la paz; todos deben contribuir para crear
aquella mentalidad pública, aquella conciencia común que la hace deseable
y posible.
La paz debe estar primero en los ánimos, para que después se traduzca en
los acontecimientos.
INVITACION A LOS JOVENES
Nos atrevemos a esperar que, entre todos, destacarán los jóvenes en reci-
bir esta invitación como una consigna capaz de interpretar cuanto de nuevo,
de vivo y de grande se agita en sus ánimos exacerbados, porque la paz exige
la revisión de los abusos y coincide con la causa de la justicia.
DERECHOS HUMANOS
Una circunstancia favorece nuestra respuesta: se acaba de celebrar el XX
aniversario de la proclamación de los Derechos del Hombre. Es un aconteci-
miento  que afecta a todos los hombres: individuos, familias, grupos, asocia-
ciones, naciones. Nadie lo debe olvidar, nadie lo debe descuidar, porque à to-
dos nos recuerda el fundamental reconocimiento de una digna y plena ciu-
dadanía de todos los hombres sobre la tierra. De este reconocimiento nace el
primigenio título de la Paz, expresado así: "La promoción de los derechos del
hombre, camino hacia la paz".
Para que al hombre se le garantice el derecho a la vida, a la libertad, a la
igualdad a la cultura, al disfrute de los bienes de la civilización, a la digni-
dad personal y social, es necesaria la paz, donde esta pierde su equilibrio,
el derecho pierde su aspecto humano. Donde no existe respeto, defensa, pro-
moción de los derechos del hombre, donde se comete violencia o se defraudan
sus libertades inalienables, donde se Ignora o se degrada su personalidad, don-
de se ejercitan la discriminación, la esclavitud, la intolerancia, no puede exis-
tir verdadera paz. Porque paz y derecho son recíprocamente causa y efecto
el uno del otro: la paz favorece el derecho, y, a su vez, el derecho ayuda &
la paz.
Queremos esperar que estas razones sean válidas para cada persona, para
cada grupo de personas, para cada nación, y que la trascendente importan-
cia de la causa de la paz difunda su reflexión y promueva su aplicación.
CONCEPTO CRISTIANO DE LA PAZ
La paz, para nosotros cristianos, no es solamente un equilibrio exterior, un
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orden jurídico, un conjunto de relaciones públicas ordenadas. Para nosotros
la paz es, ante todo, el resultado de la actuación del plan de la sabiduría y
del amor con el que Dios ha querido establecer relaciones sobrenaturales con
la humanidad. Es el primer efecto de lo que llamamos gracia: es un don de
Dios, que se convierte en estilo de vida cristiana; es una fase mesiánica, que
refleja su luz y su esperanza también sobre la ciudad temporal, y que confor-
ta con sus más altas razones los motivos sobre los que ésta funda su pro-
pia paz.
A la dignidad de los ciudadanos del mundo, la paz de Cristo añade la de
hijos del Padre celestial; a la igualdad natural de los hombres, añade la de
la fraternidad cristiana; a las contiendas humanas que comprometen siem-
pre y violan la paz, la paz de Cristo desvirtúa los pretextos y rebate los mo-
tivos, presentando las ventajas de un orden moral, ideal y superior, y mani-
fiesta la prodigiosa virtud religiosa y civil del perdón generoso; a la insufi-
ciencia de la habilidad humana para producir una paz sólida y estable, la
paz de Cristo le presta la ayuda de su inagotable optimismo; a la falacia de
la política del prestigio orgulloso y del interés material, la paz de Cristo pre-
senta la superior política de la caridad; a la justicia demasiadas veces cobar-
de e impaciente, que sostiene sus exigencias con el furor de las armas, la
paz de Cristo infunde la energía invicta del derecho derivado de las profun-
das razones de la naturaleza y del destino trascendente del hombre.
No es miedo a la fuerza y a la resistencia la paz de Cristo, que deriva su
espíritu del sacrificio que redime, y no es cobardía transigente con las des-
gracias y con las deficiencias de los hombres sin fortuna y sin defensa, por-
que la paz de Cristo tiene el sentido del dolor y de las necesidades humanas y
sabe encontrar amor y dádivas para los pequeños, para los pobres, para los
débiles, para los desheredados, para los que sufren, para los humillados, para
los vencidos. Es decir, la paz de Cristo es más que otra fórmula humanita-
ria, porque se preocupa de los derechos del hombre.
Esto es, queridos hermanos e hijos todos, lo que quisiéramos que recorda-
rais y anunciarais en la "Jornada de la paz", con cuyo augurio se abre el año
nuevo, en el nombre de Cristo, Rey de la paz, defensor de todos los auténticos
derechos humanos.
«Bienaventurados los pacíficos, porque ellos serán llamados hijos de
Dios», dice el Evangelio (Mt. 5, 9).
Bienaventurados no los que combaten valerosamente, ni los que ganan
la guerra, ni los héroes; sino bienaventurados los que hacen reinar la paz
en sí mismos y en torno a ellos; bienaventurados los que con su vida, im-
piden que llegue la guerra; bienaventurados los que, de tal modo aman a
los demás, que por su parte hacen imposible la guerra.
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HAY UNA ENCÍCLICA QUE LEER:
LA «PACEM IN TERRIS»
Muchos hombres de nuestra época, piensan que están a tono con ella, só-
lo porque atienden a las noticias que la salpican continuamente con mil cu-
riosidades y sorpresas; pero no se detienen, superficiales y distraídos o ávi-
dos de algo aún más nuevo, a meditar, a reflexionar sobre el sentido de lo
que se nos dice. Esto sucede, especialmente, con las noticias sobre la Iglesia y
las enseñanzas de su magisterio. No pensamos referirnos a los que, intencio-
nadamente, escamotean o mutilan las verdades que se contienen en las pala-
bras de los Papas o de los obispos, para que los incautos o prácticamente in-
capacitados para conseguir mejor información, interpreten de manera dirigida
y prefabricada los sucesos y las verdades religiosas; sino simplemente a la
gran masa, curiosa ciertamente, pero apresurada y superficial, que le es sufi-
ciente conocer el nombre de un tema o el título de un documento para ima-
ginarse que conoce, del mismo modo, su contenido.
Precisamente, en nuestra época, y a propósito del Concilio Vaticano II y
de los últimos documentos pontificios y episcopales, hemos tenido no pocas
confirmaciones de este vicio, tan próximo a la ignorancia y, más temible que
ésta, tal vez por cuanto pasa por sabedor el que no sabe, incluso cediendo a la
buena fe; a esa buena fe "sui generis", contaminada de prejuicios estáticos,
de anquilosamientos beatiles, o de conveniencias mentalmente suicidas y de
inhibiciones que han ido arrinconando la misma exigencia del buen sentido y
de la conciencia, apabullada por todos esos razonamientos que comienzan por
distinguir lo teórico de lo práctico, lo absoluto de lo relativo, lo humano de
lo divino, pero que acaban falseando la teoría, desvirtuando lo absoluto y so-
metiendo a las conveniencias y egoísmos humanos los mismos valores divinos.
Hay que leer y releer los Documentos del Concilio; hay que leer y estudiar
las encíclicas papales y los escritos de los obispos. Contienen, actualizada, la
doctrina y el pensamiento de la Iglesia, que necesitamos tener en cuenta y
aceptar profundamente convencidos, si es que decidimos seguir llamándonos
cristianos. Porque el cristianismo no puede ser solamente un nombre. Es una
vida y un compromiso, anterior a todo para quien lo profesa.
Se da, demasiadas veces, entre personas medianamente instruidas, un des-
equilibrio escandaloso y trágico entre el acopio de conocimientos profesiona-
les, por ejemplo, o simplemente mundanos y frívolos, y la escasa, incomple-
ta y deforme cultura media religiosa, Mientras lo que ellos llaman "religión",
"Cristianismo" o "Iglesia" no exceda de esos fosilizados y embotellados con-
ceptos inservibles, están en paz, pero apenas se vean precisados a cotejarlos
con otros más auténticos, vivos y comprometidos, es inevitable el desasosiego
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y la crisis de sus almas, en ese fondo de sinceridad profunda que hay en todo
hombre.
No hay que volver a la Universidad para "estudiar la carrera de cristiano";
pero sí que es preciso profundizar algo más, hasta donde consienta la capaci-
dad media de nuestra cultura personal, para no sólo tener noticia, sino cono-
cimiento, de la doctrina de la Iglesia. De ello depende nuestra personal tran-
quilidad y felicidad interior, y también el saludable influjo que podemos y de-
bemos ejercer en torno a nosotros mismos, en nuestra familia, en nuestra pro-
fesión, en todas nuestras responsabilidades de cristianos y ciudadanos.
A propósito de la paz —tema impuesto en este número de Laus— es indis-
pensable, por ejemplo, volver a leer la encíclica "Pacem in terris", de Juan
XXIII. Leerla y meditarla, párrafo tras párrafo. ¿Qué médico, qué abogado,
qué maestro o bachiller o persona medianamente instruida no lo ha hecho ya?..
No basta hablar de la paz o adherirse a la paz; ni basta vitorear a Cristo o
proclamarse "más papista que el Papa.". Hay que conocer y que asimilar el
pensamiento vivo y dinámico de la Iglesia, día a día.
No damos ningún resumen de la "Pacem in terris"; no hay espacio. Pero
sí insistimos en nuestro ruego. Y lo mismo de los Documentos del Concilio, y
así de todo lo que contenga la doctrina general de la Iglesia.
De lo contrario, reduciríamos nuestra religiosidad a "una simple supersti-
ción llamada cristianismo", pero no seríamos cristianos.
«CINCO GRANDES MENSAJES»
Con este título, en su colección de bolsillo, la B. A. C. ha
editado, en un solo volumen, estos cinco grandes documentos
que no puede desconocer todo cristiano instruido y consciente:
Encíclicas «Mater et magistra», «Pacem
in terris», «Ecclesiam suam», «Populorum
progressio» y constitución «Gaudium et
spes».
Contienen la respuesta que el humanismo cristiano da a los
problemas del hombre de hoy. Introducciones, sumarios e índices
la hacen sumamente manejable.
Cuesta 80 pesetas
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LA VERDADERA PAZ
El Papa ha repetido este año su
invitación sugiriendo que la segunda
jornada mundial de la paz, coinciden-
te casi con el vigésimo aniversario de
las Declaraciones de los Derechos del
Hombre, se celebre bajo el lema que
da título a esta exhortación: "La pro-
moción de los derechos del hombre
camino hacia la paz".
La palabra paz es una de las que
se emplean hoy más frecuentemente
cuando se habla de las relaciones en-
tre los individuos o entre los pueblos.
Pero no todos parecen entenderla de
la misma manera, Es necesario por
ello que reflexionemos sobre la verda-
dera naturaleza de la paz.
No hay paz completa sin orden pú-
blico. El orden público es un valor su-
mamente apreciable y contribuye a
fomentar el desarrollo social que, se-
gún su Santidad Pablo VI, es en nues-
tro  tiempo el verdadero nombre de la
paz. Pero no cualquier clase de orden
puede identificarse con la paz. La paz
verdadera supone el orden en el respe-
to teórico y práctico de los derechos
de la persona humana.
Hay una paz superficial y engaño-
sa que procede del endurecimiento de
la conciencia que nos hace insensibles
a la propia maldad y ciegos para los
desórdenes materiales y morales de la
sociedad en que vivimos. Y hay otra
paz profunda, auténtica, que brota de
la orientación de toda nuestra vida
hacia Dios en el servicio generoso y
desinteresado a nuestros hermanos,
Si la verdadera paz es fruto de la
justica, no puede haber paz donde no
hay justicia, o lo que es lo mismo, don-
de no es posible el disfrute de los dere-
chos de la persona humana.
Esta relación íntima entre la paz y
los derechos del hombre, subrayada
por el Papa ante la Segunda Jornada
Mundial de la Paz, es tan evidente que
no hay ningún ser civilizado que la
ponga en duda, al menos en teoría. Y
todos los Estados, con muy raras ex-
cepciones, sea cual fuere su naturale-
za, reconocen teóricamente los dere-
chos del hombre.
El camino de la paz supone una
auténtica conversión de nuestras vi-
das personales y una renovación de las
instituciones sociales, racionales e in-
ternacionales. Los gobernantes de las
naciones tienen por esto gravísimas
obligaciones en sus servicios a la cau-
sa de la paz, tanto en el interior de
sus pueblos como en la gestión de un
orden internacional más justo. Pero
todos, cualquiera que sea la situación
que ocupamos en la vida social, tene-
mos también nuestros deberes en este
orden de cosas. Todos, por ello, apar-
te de hablar de la paz, y orar por ella,
podemos y debemos hacer mucho en
nuestros propios ambientes, rectifican-
do conductas injustas para dar a to-
dos los hermanos lo que en justicia les
sea debido.
Es deber nuestro trabajar, en la
medida de nuestras posibilidades y se-
gún el puesto que cada uno ocupa en
la vida, para que desaparezcan todas
las desigualdades que sean injustas e
irritantes; para que llegue a todos
equitativamente lo que es fruto del
trabajo de todos, empresarios, técnicos
y obreros, y se ofrezca a todos una
participación activa y eficaz en el
planteamiento y ejecución de las res-
ponsabilidades comunes.
MONS. JOSE M. CIRARDA,
Ob. de Santander y A.A. de Bilbao
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NATURALEZA DE LA PAZ
SEGÚN EL CONCILIO
Al lector medianamente observador no le pasará desapercibida la descrip-
ción de la paz que, en la Constitución conciliar "GUADIUM ET SPES", y en
su bien meditado número 78, se hace yendo bastante más lejos del clásico
concepto de la "tranquillitas ordinis". A continuación reproducimos las pala-
bras del Concilio, que se aclaran en el comentario que luego añadiremos:
No es la paz la mera ausencia de la guerra, ni se reduce al solo equi-
librio  de las fuerzas adversarias, ni surge de una hegemonía despótica,
sino que con toda exactitud y propiedad de la llamada obra de la jus-
ticia (Isaías 32, 7). La paz es el fruto de un orden inscrito en la socie-
dad humana por su divino Fundador, y que los hombres, sedientos siem-
pre de una más perfecta justicia, han de llevar a cabo. Aunque, en efec-
to, el bien común del género humano se rige primariamente por la ley
eterna, está no obstante sometido a continuos cambios, en sus exigen-
cias concretas, a través del tiempo. Como además la voluntad humana
es frágil y herida por el pecado, el cuidado de la paz reclama de cada
uno constante dominio de las propias pasiones y la vigilancia de la
autoridad legítima.
Pero esto no es aún suficiente. Esta paz en la tierra no se puede lo-
grar si no se asegura el bien de las personas y la libre y confiada co-
municación entre los hombres de las riquezas de su espíritu y de sus fa-
cultades creadoras. Es absolutamente necesario el firme propósito de
respetar a los demás hombres y pueblos, así como su dignidad, y es ne-
cesario el apasionado ejercicio de la fraternidad en orden a construir
la paz. Así la paz es también fruto del amor, el cual sobrepasa todo lo
que la justicia pueda realizar.
La paz terrena, nacida del amor al prójimo, es imagen y efecto de la
paz de Cristo, que procede de Dios Padre. Porque el propio Hijo encar-
nado, Príncipe de la paz, ha reconciliado con Dios a todos los hombres
por medio de su sacrificio en la cruz, y, reconstituyendo en un solo
pueblo y en un solo cuerpo la unidad del género humano, ha dado
muerte al odio en su propia carne (Ver: Efesios 2, 16; Colosenses 1, 20-
22) y, después del triunfo de su resurrección, ha difundido el Espíritu de
amor en el corazón de los hombres.
Por esto se llama insistentemente la atención de todos los cristianos pa-
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ra que, "viviendo con sinceridad en la caridad" (Efesios 4, 15), se unan
con los hombres verdaderamente pacíficos para implorar y para instau-
rar la paz.
Llevados por este mismo espíritu, no podemos dejar de alabar a
aquellos que, renunciando a la acción violenta en la defensa de sus de-
rechos, recurren a los medios de defensa, que, por otra parte, están al
alcance incluso de los más débiles, con tal que esto pueda hacerse sin
lesión de los derechos y obligaciones de otros o de la comunidad.
En tanto que los hombres son pecadores, les amenaza el peligro de
la guerra, y será así hasta el retorno de Cristo; pero en la medida en
que los hombres, unidos por el amor, superen el pecado, pueden también
superar la violencia hasta que se cumpla aquella palabra: "Las naciones no levanta-
rán ya más la espada una contra otra y jamás se llevará a cabo la gue-
rra" (Isaías 2, 4).
Evidentemente, la "tranquilidad del orden" no puede ser una definición
completa de la paz. Esa definición la cogió San Agustín de los estoicos y la
transmitió al pensamiento medieval. Ha sido hasta aquí, una definición clá-
sica, pero no es suficientemente válida para expresar el necesario dinamismo
de la paz, que el Concilio, igual que los Papas modernos tiene decidido inte-
rés en destacar. .
Como dice la Constitución, la paz es algo más que "ausencia de guerra";
menos aún puede ser el orden impuesto por "una dominación despótica". El
Concilio expresa lo que es la paz como el fruto de la justicia y el fruto del
amor, todo a un mismo tiempo. No es difícil descubrir el equilibrio de los dos
párrafos consagrados a estos dos aspectos.
A través del curso cambiante de todo lo humano, la justicia constituye una
búsqueda jamás totalmente lograda, y tanto más si tenemos presente que
nuestra capacidad de pecar se une a lo precario de nuestras construcciones.
Esa exigencia de justicia puesta por Dios mismo en el corazón humano y en
los fundamentos de la sociedad, obliga, pues, incesantemente a cada indivi-
duo a un examen de conciencia y a un vencimiento de sí mismo, para evitar
la injusticia que se desencadena de las pasiones no dominadas. Y otro tanto
a la autoridad, puesto que las estructuras, cuando se hacen gravosas, ponen
inevitablemente la paz en peligro.
Pero el amor, es decir, la comunicación entre las personas, el intercambio
y participación de toda clase de bienes, el respeto recíproco, no es menos ne-
cesario. Porque no puede decirse que exista una verdadera "comunidad" allí
donde nos limitemos a dar a cada cual lo que le es debido —es decir lo "ju-
to"—, sin cuidar de que pase además, de unos a otros, una corriente de amis-
tad y de solidaridad, tanto si se trata de personas como de naciones enteras
entre sí.
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Al establecer la paz también sobre el amor, hay que hacer referencia a
Cristo, como lo hicieron ya Pío XII y Juan XXIII, aduciendo los célebres tex-
tos de las epístolas a los Efesios, a los Gálatas y a los Romanos: "Cristo es
nuestra paz". Una paz buscada incesantemente en el vencimiento de sí mis-
mo y en el acercamiento a los demás, según la abnegación y la generosidad,
cuya causa y cuyo ejemplo tenemos en Cristo. De donde, la contribución cris-
tiana a la causa de la paz consiste en convencer y llevar a los hombres y a los
pueblos hasta más allá de los simples equilibrios de fuerzas, de las contencio-
nes provisionales o de la dureza de la represión, Implorar y trabajar para es-
ta paz es el deber de los cristianos.
Si los cristianos viven sinceramente el amor y en el amor que les une a
Cristo, sabrán, no sólo entre ellos, sino entre los demás hombres, aún no cris-
tianos, pero deseosos sinceros de la paz, encontrar colaboradores para su em-
presa.
Mientras tanto, ese mismo amor les inspirará de qué medios no violentos
podrán valerse para defender pacíficamente el derecho atropellado. Estos
medios pacíficos, más de una vez, resultarán escandalosos a los ojos del mun-
do; pero el tiempo y, sobre todo, el juicio de Dios, los identificará, sin duda,
con el escándalo de la Cruz, de los mártires y de los profetas.
EL PADRE BEVILACQUA
entre dos guerras
Cuando Pablo VI elevó al cardenalato al Padre Julio Bevilacquia, del Ora-
torio de Brescia, le dijo: "Padre: elija entre venir a Roma y ayudarme en al-
go que le confié cerca de mí, o permanezca en Brescia y desde allí también ser
útil a la Iglesia". El Padre Bevilacqua, recordando seguramente el precedente
de Newman, en el Oratorio de Birmingham, eligió permanecer en Brescia, en
su Congregación, cerca del apostolado suburbial que le tenía absorbido en estos
últimos años, aunque ello le obligara a continuas idas y venidas, a las que,
por otra parte, ya estaba acostumbrado, en sus largos años de activísimo
apostolado, en los que se simultaneaba el ministerio más sencillo y humilde,
entre los pobres, los enfermos y los niños y jóvenes, y las tareas y responsa-
bilidades más arduas en el servicio fiel de la Iglesia y en la asistencia a la mis-
ma persona del Papa.
Pronto se cumplirán cuatro años de su muerte, pobre en aquel barrio de
gente también pobre: no cambió de cuarto, ni de cama, ni compró más libros,
ni necesito capilla privada, ni sede en el altar, ni dejó su sotana negra (la roja
usada en la ceremonia del Consistorio solemne, era vieja y prestada, por for-
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tuna bastante aproximada a su talla; otro tanto de la morada de obispo, usa-
da en su consagración episcopal...)
Pero el Padre Bevilacqua, sin orden pretendido, y a pesar de que era más
orador que escritor, ha dejado diseminados una gran cantidad de escritos,
además de los libros que había publicado en vida, cristalización del pensa-
miento en épocas de silencio impuesto, o efusión encendida de sus inquietu-
des cristianas ante las ansias, los problemas y las exigencias de su tiempo, que
él sabía iluminar con particular intuición. Su palabra sacudía las conciencias,
escribe G. L. Masetti Zannini, en el "Obsservatore Romano", del 11 del pasado di-
ciembre, "Bevilacqua, dice, no era para los indiferentes, aunque también sa-
bía atraerlos por medio del paciente conversar hasta despertar el fuego escon-
dido de una llama dormida; era hecho para los generosos, a los que descubría
sus conciencias, vivificaba los propósitos y decisiones, solicitando la belleza de
la coherencia", es decir, de la correspondencia práctica con los principios, de
la sinceridad cristiana profesada en los actos, de la mentalidad evangélica en-
carnada en la vida.
"Bevilacqua, dice el mismo escritor, era coherente, campeón de la libertad
que sabía afrontar el riesgo si era preciso, siempre abierto, siempre atento,
siempre persiguiendo, no quimeras, sino ideales, verdades. El sufrimiento, la
renuncia, la humildad, la obediencia, la misma tragedia conducen al puerto
de la alegría interior. El Padre Bevilacqua lo repetía incesantemente sin in-
ventar nada, sin añadir nada que no fuese el testimonio de su vida. Era un
corazón grande, que respetaba la conciencia de los demás, que respetaba al
hombre, la libertad. Como sacerdote supo hablar de verdad, de libertad, de
justicia; desafió los peligros de la guerra, las venganzas de los políticos, la im-
popularidad fabricada por los instigadores del mal".
Sus escritos, dispersos antes, acaban de aparecer en un grueso volumen, en
forma de antología, recogida y ordenada por el profesor Ennio Giammancheri,
que ha escrito una larga introducción en la que se destacan detalles históricos
interesantes relativos a la vida religiosa y civil de la ciudad de Brescia, mar-
co de la figura del Padre Bevilacqua, de quien nos ayuda a admirar aún más
el tesoro de su cultura, los dones de su ingenio, y que nos conmueve incluso
con los vuelos inesperados de la elevación mística, al tiempo que aplaca el co-
razón herido y doliente con la fuerza misteriosa y granítica de una fe que, en
cualquier momento de la vida del hombre, da testimonio de la verdad y de la
palabra de Dios.
Son los escritos del Padre Bevilacqua comprendidos entre las dos guerras
últimas que ha sufrido Italia y que, en tantos detalles, marcaron la vida del
célebre y humilde oratoriano de Brescia.
El mundo actual no es un mundo que se descristianiza, sino, por el contra-
rio, un mundo que, por caminos dolorosos y misteriosos, se está
haciendo más cristiano.
Card. Julio Bevilacqua, C. O.
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LA CRISIS DE LA IGLESIA
"Por rotunda convicción, fundada en la experiencia y en la fe, cree-
mos, con el Papa, que en la Iglesia de hoy hay muchas más cosas dig-
nas de admiración que de reproche y caminamos hacia una realidad re-
ligiosa indiscutiblemente mejor que la que, tranquilamente, eso sí, here-
damos de nuestros mayores". Con estas palabras cerraba su editorial
VIDA NUEVA, en su número del 28 de diciembre último, al ofrecernos
un balance de la Iglesia en el año 1968. A nosotros nos parecen muy
apropiadas como introducción a las más extensas que ofrecemos a con-
tinuación, y que son del padre dominico Yves M, Congar, uno de los
teólogos más destacados del mundo, cuya idea sobre "la crisis actual de
la Iglesia católica", se publicaba en el diario francés "Le monde", el día
2 de este mes de enero. Resumimos así:
El padre Congar se detiene en la palabra "crisis" y opina que, aplicada a la
vida actual de la Iglesia, no puede parecer demasiado fuerte si se tienen en
cuenta los conflictos, revisiones diseminadas a lo largo del año, "contestacio-
nes"... Valores que se tienen por universales y radicales se discuten o se revisan.
Un hombre de mi formación y de mis convicciones, dice el padre Congar,
se encuentra como un náufrago en el océano: apenas ha logrado sacar la ca-
beza para respirar, que una nueva ola de agua salada se abate sobre él. Inclu-
so se tiene la impresión de ahogarse. Todo, hoy, adquiere un ritmo de violen-
cia y un cariz de agresividad. Parece como si nadie estuviese a gusto en su piel.
¿Será por la urgencia de los problemas? Ya no se quiere esperar más, y se pa-
sa, con gran facilidad, a la solución de los hechos consumados.
LAS FUERZAS JOVENES
¿Todo esto justifica que hablemos de "crisis"?, se pregunta el célebre
teólogo.
Creo que sí, ya que los problemas que son fundamentalmente los mismos en
todas partes, son de una tal profundidad, que ponen en cuestión las estructu-
ras consideradas hasta el presente tradicionales e incluso esenciales.
Se trata de un cambio de civilización que interpela a la conciencia que el
hombre tiene de sí mismo y de las condiciones sociales de su vida. No hay nin-
guna necesidad de acusar a los sacerdotes de haberse convertido al mundo,
aunque el riesgo exista, ni hay que hablar de adoración de lo temporal. La
aguda conciencia de las condiciones reales en las cuales la Iglesia debe ejer-
cer eficazmente su misión —conciencia que cada vez se ha hecho más intensa
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y más precisa— basta para explicar muchos de los más radicales planteamien-
tos de hoy. Porque el problema es siempre este: ¿Cómo llegar a los hombres
para darles a Cristo?
Intentarlo permaneciendo en los moldes heredados de una situación dis-
tinta de la actual requiere, en opinión de muchos, integrar las fuerzas jóvenes,
que pertenecen a un nuevo mundo cultural y que respiran a su ritmo. En este
nivel y en esta línea hay que buscar el común denominador de las contesta-
ciones", de las búsquedas e incidentes que nos ha ofrecido la crónica religiosa
del año.
VISION DE PROFUNDIDAD
¿Dan todos estos hechos una visión real de lo que la Iglesia es y vive?
La vida de la Iglesia, responde el padre Congar, es mucho más que todo
esto. Tomando como punto de partida unas palabras de Pablo VI, al abrir la
cuarta sesión del Concilio ("¿Qué hacia la Iglesia en este momento?, se pre-
guntará el historiador. La respuesta será: la Iglesia amaba, con un corazón
pastoral, misionero, ecuménico..."), el padre Congar prosigue: Si; mientras
un grupo protestario ocupaba una catedral, mientras crecía la "contestación"
de la "Humanae vitae", mientras se añadían firmas a este o aquel manifies-
to, mientras se desarrollaba el conflicto entre una parroquia y su obispo, la
Iglesia amaba.
La Eucaristía era celebrada en todas partes, la Palabra de Dios anunciada,
los pecadores reconciliados, los cursos de teología profesados en escuelas y
facultades. Y, al mismo tiempo, en todas partes se iniciaban libremente expe-
riencias positivas y, con admirables ejemplos de generosidad, se buscaba una
forma de vida más verdaderamente evangélica; y ocurría así en todos los
continentes.
Pero esto no es aún suficiente, porque: ¿quién se atrevería a afirmar que,
en los hechos evocados sólo a título de ejemplo, aún dentro de modos des-
concertantes y que pueden inspirar reservas, no está presente también la Igle-
sia que ama?
LA INFORMACION RELIGIOSA
Lo que ocurre es que todo esto es nuevo, que todo esto impresiona, que es,
por lo tanto, materia de información. Si yo escribiera un artículo contra el
celibato sacerdotal, por ejemplo, tendría derecho a dos columnas en los perió-
dicos: mi fidelidad mantenida, día tras día, en cambio, no les interesa, porque
es normal y, por esto mismo, no constituye materia de información. Ahora
bien: este hecho merece reflexión, porque plantea los límites y las condiciones
de la información religiosa. En cuanto a los límites son bastante claros. Por
esto insistiré sobre un aspecto, al menos, de las condiciones.
En su alocución de la audiencia general del 18 de septiembre de 1968, Pablo
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VI denunció y deploró un hecho: "Hay periódicos y revistas que parecen no
tener otra función que la de insertar noticias desagradables acerca de hechos
o personas del ámbito eclesiástico..."
El informador no se siente responsable más que de los hechos o ideas que
comunica. Su regla es la del historiador: decir sólo lo verdadero, pero todo lo
verdadero. El informador, ciertamente, no es un moralista, pero no deja de
estar sujeto, en su función, a una moral. La tentación del informador consis-
te en no tener en cuenta ningún peligro derivado de su información, servida en
nombre de la objetividad, pero sin liberarse de esa preferencia hacia lo más
excitante, privilegiando lo picante, lo sensacional, hasta más allá de su misma
importancia real.
Es natural que, en este caso, el pastor se inquiete y se preocupe por los
comportamientos que seguirán a tal información, y los efectos que provocará.
Su experiencia le ha instruido y no puede dejar de tenerla en cuenta.
Hace alusión también, el padre Congar, al sensacional desarrollo que ad-
quieren, en nuestro tiempo, las "ciencias humanas": psicología, psicoanálisis,
análisis estructural, etc. Son técnicas para un mejor conocimiento de la reali-
dad, que tienen su parte entre los factores que liberan al individuo de ciertas
subordinaciones empobrecedoras. Pero, como simples técnicas, no ofrecen nor-
mas; con sus análisis pueden ser, igualmente, medios de subversión, y no so-
lamente contribuir a desmitificar ciertas realidades religiosas, sino hacerlas es
tallar y volatizarlas. Porque no hay fe, ni puede haber vida religiosa sin normas,
es decir sin un apoyo en la tradición y en la obediencia. Por esto se comprende
que el pastor se inquiete.
Por lo demás, el papa se limita a denunciar el gusto por lo sensacional, la
complacencia deliberada en aguzar todo lo que perturba o agita a la autoridad
o las posiciones tradicionales y, de esta suerte, disemina la inquietud y la in-
docilidad.
Hijo de un periodista, el Papa, ama la información. En Brescia, junto al pa-
dre  Bevilacqua fue educado en el coraje y no rehúsa el planteamiento de pro-
blemas. Pero opina que ello debe hacerse con un gran sentido de la responsabi-
lidad y en un cierto clima de amor hacia aquello de lo que se trata. Porque és-
tas son, & su juicio, las condiciones de la verdad.
Porque la verdad debe ser servida en el tono adecuado, respetando sus mis-
mas proporciones, más integra, más lúcida y menos trucada. Cuando así se hace,
debemos un inmenso reconocimiento a los que nos aseguran una información a
la medida de la vitalidad que, incluso en sus desbordamientos, muestra la vida
religiosa actualmente allí donde goza de libertad.
Cada vez que no amamos a uno de nuestros hermanos,
le declaramos la guerra.
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Sí, somos pobres...
No se trata de fomentar la avaricia, pero sí, por lo menos, de revisar los
gastos innecesarios, los vicios, pequeños o grandes, que nada tienen que ver
con la virtud, que perjudican la salud, que nos esclavizan a gastar en cosas
inútiles y perjudiciales lo que, nosotros o los demás, necesitarían para cosas
indispensables, tal vez urgentes.
Y puesto que somos más fáciles a criticar y murmurar que a examinar-
nos y corregirnos, por vía de ejemplo, y para de este modo aplicar el ejerci-
cio a otras materias, vamos a referirnos a un par de cosas:
Primeramente: ¿Sabe usted que España es el país del mundo que más pu-
ros habanos consume? ¿Y sabe usted que en 1967 quemamos puros importa-
dos de La Habana por valor de 1.200.000.000 —¡mil doscientos millones!— de
pesetas? ¿Sabe usted que, como cada año gastamos aproximadamente un 15
por ciento más, en 1968 habremos gastado en puros habanos solamente, unos
1.380.000.000 de pesetas? En las otras clases de tabaco, elaborado o producido
por la industria española, hemos gastado, en 1968, cerca de 11.000.000.000 de
pesetas. Una pira en tabaco, por lo tanto de 12.380.000.000 pesetas.
En segundo lugar, el whisky, que cada día se consume más en España, al
ritmo de un aumento del 11 al 13 por ciento anual: en los nueve primeros
meses de 1968 entraron en España 2.408.005 litros de esa bebida extranjera,
que costaron 232.400.000 pesetas. Además, hay el whisky español....
Y más cosas.
Después decimos que somos pobres. Y somos pobres: los ricos gastan lo que
no deben gastar; los pobres gastan lo que no pueden gastar.
¿Queréis mayor pobreza que ésta, que ya no es de dinero?
No ser amado es sólo mala suerte; pero no amar es una
desgracia. La sangre y los odios descarnan el corazón; la larga
reivindicación de la justicia agota el amor que, no obstante, fue
quien le dio la vida.
ALBERT CAMUS
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UNA
PROTESTA
Es verdad que esta Navidad nos ha
deparado la maravillosa felicitación
de los astronautas Anders, Lovell y
Borman, mientras volaban sobre los
cráteres de la Lura. Nos han deseado
"una feliz Navidad y que Dios os ben-
diga a todos vosotros en la Tierra".
Estas palabras augurales del coman-
dante Borman habían sido precedidas
por la lectura alternada de los diez
primeros versículos del Génesis, que
comenzó Anders: "En el principio
creó Dios los cielos y la Tierra..."
Grandioso, consolador, ejemplar.
Pero mientras nos llegaba la no-
ticia de este gesto hermoso, serenísi-
mo, valiente y espiritual, veíamos, no
lejos de nosotros, otros gestos y acti-
tudes, conocidísimos, reiterados, tris-
temente "clásicos" en nuestra Navi-
dad ciudadana: disfraces, borracheras
y desmanes carnavalescos, consenti-
dos en plena calle, como cada año;
profanación insultante y escandalosa
de lo que debiera ser una fiesta cristia-
na.
Este lamentable y canceroso espec-
táculo junto al evidente despilfarro de
tantos otros a los que cualquier fecha,
religiosa o profana, les va siempre bien
para quemar dinero en comilonas, vi-
cios y vanidades, estragado todo gozo
legítimo, lejos del calor del hogar, que
es el único marco decoroso de la ale-
gría limpia y cristiana de Navidad,
nos ha causado, una vez más, profun-
da tristeza.
AVISO
Con motivo de la consagra-
ción episcopal de Monseñor
Ireneo García Alonso, que ha
de tener lugar en la tarde
del sábado, día 25, en la
santa iglesia Catedral de
Albacete, suprimiremos, en
este día, la misa vespertina
de las ocho de la tarde, en
esta iglesia del Oratorio
de San Felipe Neri
Por un momento hemos compren-
dido el significado de aquellas pan-
cartas airadas con las que se echaron
a la calle unos jóvenes de Helsinki,
que habían escrito en ellas: "¡Abajo
Navidad!".
Nosotros, ante el espectáculo que
contemplamos, también diríamos co-
piando a los jóvenes finlandeses y con-
denando el carnaval y el despilfarro
pagano que lamentamos: "¡Abajo
nuestra Navidad!".
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¡ALERTA!
La presentación de determinadas noticias, hechos, circunstan-
cias y supuestos religiosos de dentro y de fuera de nuestro país, se
hace no pocas veces con un matiz demoledor, si no escandaloso para
las gentes que no están en condiciones de calibrar el sentido e inten-
ción de la información recogida. Parece como si se tuviese interés en
suscitar la desconfianza hacia personas e instituciones eclesiales v
poner de relieve sus fallos humanos que descorazonen a la vez que
asombren.
Todo ello entraña, llamando a las cosas por su nombre, un
anticlericalismo más o menos solapado contra el que convendrá estar
y poner en guardia al pueblo fiel.
ECCLESIA, Órgano de la A. C.,
5.10.68
Le conviene suscribirse a una revista cristiana que le ponga
a salvo de malas informaciones y le ayude a seguir, día
tras día, la vida de la Iglesia, nosotros le recomendamos
VUA NUEVA
Mande sus señas al apartado 19.049 - MADRID
La recibirá semanalmente. Su precio: 150 pts. cada semestre
o 300 anuales.
LAUS DEO
Director: P. Ramón Mas, C. O.
Edita: Congregación del Oratorio - Apartado 182.- Albacete.
Imprime: LA VOZ DE ALBACETE, S. López, 14-17-1. 69.
Depósito Legal: AB. 103-62.
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