BOLETIN DEL ORATORIO ALBACETE.
N.° 85. FEBRERO. 1970.
CUARESMA BAJA
Este año, podemos decir que estrenamos calendario. A consecuencia de lo
cual nos resulta más cercana la Cuaresma. Hemos llegado a ella casi sin darnos
cuenta. Pero está ahí, sin que el invierno haya dejado nuestra latitud; con el cu-
chillo del frío todavía en el cuerpo, con menos posibilidades de dispersión exter-
na; casi favorecida la concentración interior, para tomar más en serio, si cabe, la
verdad y la seriedad de este tiempo litúrgico, en el que se nos invita, una vez
más, a la renovación de las almas, no para reparar desgastes de rodaje —como so-
lemos a veces imaginar— sino para crecer en autenticidad de vida cristiana, co-
mo si otra vez comenzáramos a vivir de verdad, para que no falte ni generosidad ni
ilusión al esfuerzo y a la concentración responsable de la conciencia, que se
toma en serio eso de vivir, no ya según el querer de Cristo, buscando la norma de
su voluntad manifestada, sino de vivir su misma vida —¿qué otra cosa puede ser
la "gracia"?— recogiendo su aliento.
Hacer, o dejar de hacer que en nuestras vidas eso no sea solamente poesía
o pobreza de reglamentación convencional y despersonalizada, es la tarea que,
otra vez, nos hemos de proponer.
Tarea misteriosa, puente espiritual de comunicación consciente con Dios; con
un Dios personal, de corazón a corazón. No para "convertirlo" a nosotros, para
que complemente nuestras apetencias o legitime nuestros ideales o ambiciones,
sino para "convertirnos" a Él, para conocer mejor su plan generoso sobre nos-
otros y sobre todo el mundo, y entregarnos, entusiasmados, a la tarea divina de
seguir "haciendo" –todavía— el mundo, y hacerlo bueno.
Toda nuestra austeridad y entrega ha de culminar, espiritualizándonos y com-
penetrándonos con el Señor, hacia esta meta.
La última etapa ―la última cumbre— será la pascua del Ciclo.
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EL LENGUAJE MÁS UNIVERSAL
"La Biblia es, sobre todo, un libro vivo: es un mensaje vital para todo hom-
bre. Al encuentro de esta Biblia para todos los hombres hemos intentado dirigir
nuestro esfuerzo. En un mundo tan fragmentado y complejo, poblado de menta-
lidades tan diversas, la Biblia sigue siendo el lenguaje universal, que no acepta
ninguna frontera, que supera todo monopolio, que se identifica con las espe-
ranzas más profundas de la condición humana".
Estas palabras son del prólogo de "La Biblia para todos", que acaba de edi-
tarse por Santillana. Se trata de la conversión en libro de una especie de catecu-
menado bíblico que se llevaba a cabo en la parroquia madrileña de Moratalaz,
donde el admirable celo de su párroco Mariano Gamo, ha recogido la base bí-
blica y espiritual de sus interesantes experiencias apostólicas, secundado por un
equipo de colaboradores.
La principal trayectoria del libro ha sido la de intentar acercar los textos
sagrados al hombre de hoy, teniendo en cuenta la necesaria simplificación del
lenguaje y un oportuno paralelismo de la narración bíblica con momentos y si-
tuaciones actuales.
Un libro cálido, como estas palabras de Gandhi: "Si pudiera convencerme
de que encontraría a Dios en la cima del Himalaya, iría allá inmediatamente.
Pero sé que no puedo encontrarlo fuera de la humanidad...".
Un libro interesante que constituye una experiencia de la que se obtendrán,
sin duda, abundantes consecuencias, y que ha merecido comentarios muy favo-
rables dentro y fuera de España. Es una aportación encaminada a remediar, en la
medida de lo posible, ese catolicismo convencional que padecemos, a escala tan
general, y que es preciso regenerar volviendo a las fuentes de la palabra de Dios,
siempre vigente y siempre, también, demasiado olvidada.
CONFERENCIAS CUARESMALES
HOMBRES: El 23, 24 y 25 de marzo, a las 8'30 tarde.
Precede la Santa Misa, a las 8.
SEÑORAS: Del 9 al 13 de marzo, a las 4'30 de la
tarde. Se celebra la Santa Misa,
JUVENTUD: El 16, 17 y 18 de marzo, a las 8'30 de la
tarde. Misa a las 8.
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¿SOMOS AUSTEROS
LOS ESPAÑOLES?
A nivel personal es como, cada uno, debemos ocuparnos siempre, pero más
todavía en este tiempo cuaresmal, en la tarea de revisar nuestros hábitos y nues-
tras tendencias, fácilmente desviables a la glotonería de los sentidos y a las mil
formas, sutiles, del egoísmo y del orgullo. Pero es cierto que tanto nos influye el
ambiente que nos rodea, los modos y las costumbres de los demás, también es
práctico dar una ojeada de conjunto alrededor nuestro para no dejarnos llevar
de las desviaciones que descubramos. No todo lo que nos rodea es malo; pero
tampoco es todo bueno. Veamos, por ejemplo, algunos detalles que nos adviertan
respecto a la "austeridad".
Suponiendo que todos y cada uno de los españoles, chicos y grandes, dedicara
una misma cantidad de dinero a las diversiones, tendríamos que establecer una
suma igual para todos de 5.000 pesetas anuales, con muy poco error. Este dinero
se repartiría de la siguiente forma: el 57 por ciento para el cine, el 9 por ciento
para el teatro, el 11 por ciento para espectáculos deportivos, el 10 por ciento
para toros, el 5 por ciento para cabarets, el 7 por ciento para bailes y el mínimo
restante para diversiones indeterminadas. Es evidente que, por razones de la edad
y de diversa condición social, muchas personas gastan menos de las cinco mil y
otras mucho más.
El consumo de las bebidas alcohólicas es también un índice sintomático, pues-
to que, en todo el mundo, ocupamos el cuarto lugar entre los pueblos más al-
coholizados, con tendencia a aumentar. En este sentido es de alabar la reciente
disposición por la cual, cuando sea una mujer la que se emplea en el anuncio de
tales bebidas, no podrá, ella misma, aparecer en la acción de beberlas. Bien po-
co nos parece, cuando se da el caso de otros países, que blasonan menos de cris-
tianismo y moralidad pública que nosotros, pero en los que está totalmente su-
primida cualquier propaganda de bebidas alcohólicas, en la Radio y la Televisión,
como ocurre en Francia y en los mismos países comunistas.
En relación con nuestra tendencia al alcoholismo, existe, entre nosotros, el
error o el absurdo de confundirla con el machismo, como si no pudiera entender-
se la virilidad si no se empapara en el alcohol. La misma reciente disposición alu-
dida seguirá dejando a salvo, y casi confirmando, lo del slogan publicitario tan re-
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petido de que, beber tal licor... "es cosa de hombres". Lo que precisamente de-
genera al hombre, no debiera ser exhibido, ni comparado, capciosamente, con lo
que le ennoblece. No cabe duda de que se trata de justificar, como sea, lo que
no tiene justificación.
Las mismas celebraciones religiosas populares tienen, alguna vez, la desagra-
dable nota o el contrasentido del abuso del alcohol. La próxima Semana Santa no
dejará, una vez más, de ofrecernos ejemplos próximos y lejanos, que serán triste
exponente de esa mezcla de paganismo y superstición perviviente que, con alguna
frecuencia, aunque puedan resultar de interés turístico" (?) para los forasteros,
son de exceso etílico para los paisanos, nazarenos o simples espectadores. Sin
que ello impida que sean anunciadas tales Semanas Santas ―¿"santas"?...― como
manifestaciones populares de religiosidad. Puede ser que, con tales anuncios, los
hoteles, los bares o los vendedores de golosinas resulten más o menos beneficia-
dos; pero la invocada espiritualidad no pasa de desviación pseudo-religiosa, in-
comprensiblemente tolerada como tal, si se pretende relacionarla con el Cristia-
nismo. El Cristianismo, o el apodo de religiosidad, es nada más que un pretexto
para la diversión y exceso paganos. El origen cristiano que pudieran tener algu-
nas de estas celebraciones, queda muy diluido y, en gran parte, desviado de su
genuina motivación sobrenatural. Tiene poco más que el interés de una feria o de
un espectáculo folklórico, trabajosamente envuelto en pretextos o apariencias re-
ligiosas, que la ignorancia de los sencillos tal vez no acierta siempre a descubrir y
que la inteligencia de los capaces tolera o fomenta por razones que nada pueden
tener que ver con la religiosidad.
No es poco, también aquí, lo que podemos hacer con nuestro buen ejem-
plo y con nuestra sinceridad cristiana, tanto por no dejarnos llevar de la corriente,
como por señalar las contradicciones que encierra con el fin de que, quienes pue-
den poner remedio, lo hagan en beneficio, no solamente de la autenticidad de toda
manifestación religiosa, sino del decoro ciudadano.
Y, a propósito de espectáculos, somos, en el mundo, después de Italia, el
pueblo que tiene, proporcionalmente a su número de habitantes, mayor número
de localidades en las salas de proyección cinematográfica. También, sólo después
de Nueva Zelanda, el lugar del mundo donde, en proporción a las ganancias re-
lativas, se gasta más cantidad de dinero en diversiones y consumiciones superfluas.
El balance no es demasiado alentador. Pero una reflexión, siquiera sea breve,
v de carácter bastante general, nos permite tomar conciencia de lo urgente que
es proponernos una seria revisión con miras a lograr, privada y colectivamente
una mayor austeridad.
Sin duda alguna, y a pesar de sus mitigaciones preceptúales, la Cuaresma, con
su espíritu de renovación interior y sincera, nos brinda, a los cristianos, una opor-
tunidad para ello. Despreciarla o disimilarla sería un acto de fariseísmo y falta
de amor a nosotros mismos y a los demás.
Necesitamos ser más austeros.
4 (12)
ES NECESARIA LA FORTALEZA{T}
«ES NECESARIO VENCER LA INDOLENCIA QUE ASAL-
TA A MUCHOS CRISTIANOS Y EVITARAR, AL MISMO
TIEMPO, QUE SU DESPERTAR SE TRADUZCA EN UN
ESPIRITU CRITICO, CORROSIVO Y DEMOLEDOR».
Son palabras del Papa, dichas el 14 de este mes de enero, en audiencia ge-
neral, y que resumimos por su interés:
A nadie pasa desapercibido que esta hora de nuestra his-
toria está marcada por el vértigo de la incertidumbre. Vemos
cambiar demasiadas cosas alrededor nuestro, y el sentido de lo
cambiante pasa de las cosas a los espíritus.
Creemos ser libres porque nos deshacemos de lo que ha-
bíamos aprendido, porque nos sustraemos a la obediencia y a
a normalidad, parque depositamos nuestra confianza en lo
nuevo y desconocido, cuando a menudo no nos damos cuenta
que nos convertimos en seguidores de ideas ajenas, en imita-
dores de las modas impuestas por otros, en gregarios de los más
osados y alejados del sentido común.
Con palabras sencillas hay que reconocer que un fenómeno
de debilidad nos acosa, una inquietud habitual e interior nos
quita la seguridad, la satisfacción de lo que somos y de lo
que hacemos.
Es verdad que hoy tenemos, más que en el pasado, la ad-
vertencia de la gran cantidad de cosas injustas e imperfectas
que existen, que resisten, incluso, prosperan en torno a nos-
otros; y nos hacemos el deber de remediarlo y de inventar co-
sas mejores. Pero sumergidos en esta turbación, a menudo,
quedamos desorientados.
El Papa habla del reconocimiento que debemos a los que estudian, reflexio-
nan, miran, enseñan y guían a los demás, en tales circunstancias, y dice:
Todavía hay que añadir: debemos estimar y apoyar a los
que personalmente, o en el ejercicio de su propio deber, se
mantienen fuertes. Que la fortaleza no es hoy una virtud sufi-
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cientemente honrada: supone fidelidad a unos principios, supo-
ne lógica, supone libertad personal, supone también con fre-
cuencia, impopularidad y sacrificio, supone fidelidad o algún
compromiso irreversible, a alguna elección irrevocable, a alguna
ley indiscutible.
Se refiere al Concilio, criterio para hacer con fruto un examen de conciencia
respecto a las posiciones del cristiano ante el mundo de hoy y base para enfren-
tarse, con esperanza, en su visión providencial. Sin embargo:
El resurgir promovido por el Concilio tiende a debilitarse
en muchos cristianos y en muchas formas de vida cristiana, la
indolencia nos vence, la pereza quiere evitar o disolver cualquier
planteamiento serio, o bien se despierta traducida en espíritu
de critica corrosiva y demoledora.
Frente a equivocadas concepciones mundanas ajenas al carácter sobrenatural
de la Iglesia, ésta se nos ofrece como luz que nos acompaña en nuestro camino
por el tiempo:
Peregrinos en el tiempo, tenemos, no obstante, la luz que
ilumina nuestro andar. Quisiéramos infundiros el consuelo con-
fortador que viene de saber que estamos en el buen camino.
Lo decimos a vosotros, Sacerdotes... seguid adelante con-
fiadamente. valientemente. Lo decimos a vosotros, Religiosos,
heridos por las críticas a vuestra elección magnánima, que ca-
lifica vuestra vida: habéis elegido "la mejor parte... que nadie
os quitará si sois fieles y fuertes, no temáis.
Y extiende a los jóvenes, y a los jóvenes contestatarios, su exhortación a la
esperanza y a la fortaleza, con estas palabras:
p y a vosotros, jóvenes, empeñados en la contestación: las
razones de justicia y de libertad, que os hacen aspirar a una
nueva, más verdadera y fraterna vida social, no serán dejadas
les de lado ni se paralizarán, con tal que encaucéis el cumulo de
vuestras energías en el ámbito de la auténtica vida eclesial; no
temáis que la Iglesia no sepa acoger y comprender, y que la fir-
meza de sus principios pueda paralizar vuestra vivacidad, sus
principios son quicios, pernios que la sostienen en su movimien-
to, y no cadenas que la aprisionan, por eso ¡no tengáis miedo!...
Y concluye:
Vosotros todos, sois miembros vivos y santos de la Iglesia;
no temáis. Por encima del rumor que hoy se agita, prestad aten-
ción a la voz segura e infalible, porque es divina, de Cristo:
"Tened confianza, que Yo he vencido el mundo".
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LAS OVEJAS "DESNORTÁS"
Es una expresión manchega, del campo, de los pastores, cuando se les pierde,
desorientada, una res, o cuando la manada, que no ve al pastor o se siente sin
él, se dispersa espantada, por camino incierto, sin redil cercano donde recogerse.
"Desnortás" o desnortadas, es decir, sin Norte.
A muchos cristianos, a grupos de cristianos de nuestra época, les sucede algo
parecido cuando, en ese camino que habían crecido seguro, invariable, rectilíneo,
se alzan, de pronto, brumas que no les dejan ver al Pastor, o se desatan vientos
1 que silban más fuerte y se llevan su voz, antes perceptible. Saben que el Pastor
es Cristo, y su voz el Evangelio; Pastor que el ministerio de la Iglesia no cesa de
señalar, y voz que recuerda y reproduce a sus fieles, desde siempre.
¿No sería posible disipar estas brumas, acallar el silbido furioso de estos
vientos?
No es posible. Con un poco más de fe, lo que parece un obstáculo se con-
vierte en peldaño de superación; lo que parece dificultad es purificación. "No
tengáis miedo", dijo el Señor, dominador de las tempestades, triunfador de la
muerte: "No tengáis miedo". No se trata de ver, tal vez ni siquiera de seguir,
sino de vivir a Cristo. El miedo, el "desnortamiento", el pánico de la desorien-
tación, viene cuando prevalece la valoración de lo que se ve o se cuenta, por
encima de la profundidad de lo que se vive. El Cristianismo no puede ser un
espectáculo, cuya apoteosis triunfal precipitamos con nuestros medios, o cal-
culamos con nuestras medidas y datos computables, el Cristianismo no crece se-
gún un desfile creciente de adhesiones, más o menos externas y descomprometi-
das. El Cristianismo es una vida y un fermento que transforma, desde dentro, el
mundo que toca. Cuando no es así, no es Cristianismo, aunque lleve el nombre.
TH Comencemos, pues, por no impresionarnos por las cosas externas, que se
dicen y propagan, que tampoco son tantas ni tan graves, ni mucho menos tie-
nen el sentido que pretende darles un cierto sensacionalismo irresponsable y ten-
dencioso, incapaz de toda valoración sobrenatural. Y ahondemos en nuestra
fe, purificándola, porque, lo que sí es probable, es que esta época venturosa que
nos toca vivir, pone en más tensión nuestra fe; pero no para confundirla, sino
para elevarla, por encima de actitudes y errores que, la misma juventud del Cris-
tianismo ―2.000 años son nada para la Humanidad, aunque sean mucho para
un hombre— no ha podido eliminar totalmente del paganismo subyacente por
donde se extendió.
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¿COMO ENTENDEMOS LA FE?
En primer lugar la fe no es una seguridad para el más allá, una especie de
"seguro total" ultraterreno. No es extraño que el hombre, al sentirse tan peque-
ño, haya intentado, con prisas, edificarse un sistema de garantías de cara a un
Dios que teme. Pero es que una tal actitud desfigura al Dios verdadero. Si hay
que tener miedo no es de Dios, sino de nosotros mismos.
Ni para lo que pensemos que es un bien, ni para lo que nos parezca un
mal, la fe no es una seguridad que nos lo acerca o nos lo evita. La fe es, so-
lamente, una certeza en constante crecimiento, un devenir incesante de luz y de
exigencias deducidas del testimonio que Cristo nos dio y que nosotros queremos
dar al mundo, con la vida, para tomarlo como cosa suya y preparar su reino que
­―cierto― comienza aquí mismo, pero que no puede acabar aquí. Oscilamos,
por falta de verdadera fe, entre estos dos errores extremos: o aplazamos nuestra
entrega o queremos precipitar la consumación del reino de Dios confundiéndolo
―prostituyéndolo— con los reinos de este mundo.
No es la fuerza del mundo sobre los planes de Dios, sino la providencia de
Dios sobre la vida del mundo lo que prepara el reino de Dios.
Mientras, el mundo cambia sin cesar, y nuestra fe, al contemplarlo, ha de
esforzarse en comprender ese devenir incesante a la luz de Dios y secundarlo con
esta inspiración. Lo cual obliga a un profundo dinamismo que repugna, muchas
veces, a la "seguridad" inmovilista antes apuntada. Deseo de seguridad que
tiene, con la falta de visión providencialista, mucho de egoísmo y de pereza. En
caso de enorme apuro, por ejemplo, ante alternativas inaplazables respecto a
Dios, estaríamos más de acuerdo con hacer algo verdaderamente extraordinario
y costoso, pero breve, con tal de conseguir la anhelada seguridad, que no aceptar
o colaborar pronta y generosamente con esa espontánea y fluyente eventualidad
que no cesa, momento tras momento, de obligarnos a superar, sin pausas dema-
siado largas, el problema de ser coherentes con esa luz interior de la fe y apli-
carla, sin recurrir a la facilidad de moldes prefabricados, a la vida tal como fluye
y se nos presenta. Queremos una seguridad, un amparo, una protección, una de-
fensa, un premio; pero no queremos un compromiso que no se pueda medir, ni
una entrega sin reserva, ni una fidelidad que lo abarque todo y siempre todo y siempre.
Seguir, vivir a Cristo, es salir a campo abierto, fiados en Dios, en el Dios
que viste sus flores y alimenta las aves. Fiados en El, porque nos quiere. Y
andar, porque El está cerca, en cada cosa, cada momento, en nosotros mismos.
Y está "como trabajando", diría san Ignacio, para empujarlo todo a la madu-
rez de su reino. Y trabajar con El: "Mi Padre no cesa de trabajar, y yo trabajo
con El", dijo Cristo. Lo que en Cristo era misterio de comunión con el Padre,
en nosotros debe ser fe viva, actuosa, gracia y vida de Cristo.
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Otra cosa, aunque lleve nombre cristiano, es perder el tiempo en sucedá-
neos de la fe.
PERDER LA FE
Lo de perder la fe", es una frase corriente; pero la fe no se pierde, si real-
mente se tiene. Los que débiles o afariseados, nos dicen que "han perdido la fe,
o que "les han hecho perder la fe", no tenían idea de lo que era la fe ―y no di-
gamos experiencia— o han dado con algo que la fe auténtica les exigía y que ha
rebotado sobre sus egoísmos y pecados. En los que atribuyen al prójimo la pér-
dida de la fe propia o ajena, suele haber mucho de resentimientos inconfesables
y de justificaciones farisaicas que a nadie convencen.
A lo sumo, eso que dicen que pierden, tiene que ver muy poco con la fe,
salvo el nombre. Hay modos de tener fe" que no pasan de simple sustitución
al miedo mágico o a la esperanza supersticiosa de los paganos. Y otros modos
de tener fe que son herencia familiar, conveniencia de sociedad o etiqueta oficial.
Todo esto no es fe. Por eso, los que dicen que la pierden, si es verdad que pier-
den algo, pierden otra cosa. La fe no, porque no la tenían, aunque pudiera darse
el caso que hubiesen aprobado su "Religión" en el Bachillerato o incluso en la
Universidad...
LO MUTABLE, LO INMUTABLE
En general, cuando aplicamos estos dos conceptos a la Iglesia, solemos con-
fundir las atribuciones que hacemos en ambos sentidos, y más en particular, con-
sideramos inmutables cosas que realmente son cambiantes. Las en realidad muy
pequeñas variaciones iniciadas, en nuestra época, principalmente bajo la inspi-
ración del Concilio Vaticano II, han cobrado tan exagerada importancia porque
chocan con la disposición errónea de inmovilismo que la ha recibido; disposi-
ción mental que no tiene nada de evangélica.
Si no siempre para conocer mejor a la Iglesia, sí, por lo menos, para cono-
cer mejor a los que la juzgan desde estos prejuicios, y por lo tanto, sin cono-
cerla, sí, decimos, resulta curioso examinar lo pintorescos que resultan los jui-
cios emanados desde esa óptica deformada, en especial cuando procede de sec-
tores alineados a ideas que les privan más que la que tienen de su Dios, idea de
Dios meramente tradicional y "utilizable".
Se habla del mundo, de las turbulencias y agitaciones que lo conmueven, co-
mo de algo caminando hacia la catástrofe que escapa, rebelde, a los mismos de-
signios y control divinos. Este es un juicio "desnortado". Todo esto, repitiendo
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las palabras del Señor al anuncio de la grave enfermedad de Lázaro, "no es
para la muerte, sino para que ayude a la manifestación de la gloria de Dios".
Una visión cristiana y sobrenatural del mundo ha de reconocer los cambios,
ahora más rápidos, que va marcando su evolución. La progresiva aceleración con
que ésta se produce demuestra la fidelidad al curso de perfeccionamiento a que
está sometido, que no escapa a Dios, sino que es querido por El y puesto como
ley a su Creación.
Ese curso cambiante es admirable, si se observa con fe. Y es, además, en-
tusiasmador, si la fe nos suma a su devenir para darle relieve sobrenatural. Si
no es así, la fe no nos sirve para la vida, porque no nos compromete con la obra
de Dios, y por esto, mentalmente por lo menos, huimos de ella y la maldecimos
en lugar de bendecirla, olvidando que constituye, precisamente, el ambiente don-
de hemos de hacernos santos.
Por esto, la Iglesia, en su dimensión contextual con este mundo que se mue-
ve, evoluciona con objeto de poder ser fiel a su misión inalterada y original:
transmitir el mensaje evangélico a los hombres.
Una Iglesia estática no sería una Iglesia para este mundo, no sería la Igle-
sia de Cristo. Porque Cristo es más que un hito válido para introducir una nueva
serie numérica de años en la Historia; y la Iglesia es más que la meta de las
aspiraciones de la humanidad creyente, satisfecha de "haber llegado", superada
la oposición del tiempo, al reino teórico de Dios. Ni hito, ni meta; sino camino.
Y el camino siempre es nuevo.
Por eso la Iglesia camina; debe caminar. No caminan los muertos. La misión
de la Iglesia no es recordar a un muerto, aunque se trate de Cristo, sino de re-
cordar a un vivo que ya no muere, y que da vida nueva, abundante, a todos los
que acepten el injerto dinámico de la fe en El; a un vivo que nos precede en el
camino. Que El mismo ha dicho: "Yo soy el camino".
La Iglesia no nos distrae conmemorando y recordando; sino que nos incita
a movernos, a andar, a vivir. La inmovilidad es para los muertos. Y Dios es
Dios de vivos, no de muertos.
No es, por tanto, que Cristo, en la plenitud de los tiempos, apareció y nos
resolvió todo, dejando, depositada, esta solución, en la Iglesia, para que la
guarde y la custodie. La Iglesia no es un depósito, sino una fuente; la Iglesia no
es un horno, sino una luz que se pone en lo alto para que ilumine a todos. La
Iglesia no vive ni da vida de lo que guarda, sino de lo que da; lo mismo que
haría una madre, y por eso decimos que también es madre. La Iglesia no nos
puede dar nada guardado, hecho, cerrado, completo, definitivo, invariable, se-
guro, estático, con un automatismo que nos releva de iniciativas y cansancios. La
Iglesia camina con nosotros, aureolada con la luz de la fe en Cristo. La Iglesia
nos transmite, nos da esta fe y nos acompaña. No es un fin, ni fin es lo que ella
puede darnos: medios son los sacramentos, y medio es ella misma; también, fi-
nalmente, desaparecerá esa dimensión temporal suya que nos es inmediata. Y
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desaparecerá después de haber evolucionado según el ritmo grandioso a que to-
do lo dimensionable está sometido, cuando su aproximación al reino de Dios,
que es eterno, la amortice.
Aquí caen, pues, las seguridades talismánicas, paganas, resabio antiguo de
conversiones precipitadas, que dieron sumas de muchas adhesiones a Cristo,
sin haberle conocido, sin haber abandonado a los ídolos o habiéndolos sola-
mente sustituido por el Dios verdadero, pero achicado a la medida del gusto o
de las miras no divinas. Precipitación e inmadurez transmitida, implicitada,
en las generaciones sucesivas; todavía no superada, como demuestran ciertos
"desnortamientos".
La Iglesia fórmula, la Iglesia sólo estructura, la Iglesia complemento ideo-
lógico, es nada más que un resabio transformado de los cultos y divinidades
olímpicas, mitológicas, que Constantino no logró borrar a pesar de su conver-
sión, por lo demás retrasada y oportunista, porque no supo aclararse en la duda
de si la Iglesia le necesitaba a él, o, al revés, si él necesitaba de la Iglesia. Duda
que pasó, con los debidos matices, a los que le sucedieron y fueron grandes y
se llamaron cristianos, como Carlomagno, como Felipe II. Duda porque no te-
nían fe bastante y creyeron que Dios no podía bastarse. Al quererle ayudar, le
suplantaron, "se ayudaron", no purificados, todavía, de las tendencias paganas,
bárbaras o imperialistas que hacían, del trato con Dios, otra religión, y de la
religión un objeto.
Los objetos, lo "cosificado", no cambia, porque carece de vida. Los suje-
tos, lo que tiene vida, sí cambia, a impulsos del movimiento vital que le anima
y, de suyo, no es reducible, como lo cosificado.
No podemos rehacer la Historia, ni exigir, para el pasado la perspectiva po-
sible sólo en el presente con la visión acumulada de lo vivido que faltó a los
que nos precedieron; nosotros, en su lugar, es posible que no hubiésemos su-
perado los mismos errores. Pero menos, todavía, podemos pretender que el
presente sea un regreso a las imperfecciones pretéritas o una actitud inmovi-
lista que nos desconecte del ritmo evolutivo que alcanza a todo lo que no es
esencial, precisamente para defender esa esencia: "La Iglesia ha de seguir cam-
biando para poder mantenerse siendo siempre la misma", había afirmado el
oratoriano John Henry Newman, hace un siglo.
PRECAUCION
Ya lo hemos dicho otras veces, pero no es de más repetirlo, puesto que con
ello recordamos uno de los avisos, también repetido muchas veces por el Papa
y por algunos obispos: es preciso ser cautos para no ingerir las dosis de derro-
tismo que, una visión alejada, cuando no hostil, a los criterios sobrenaturales y
providencialistas, con que sólo pueden ser valorados los actos y sucesos de la
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Iglesia, propina y difunde de mil maneras. No basta que la Prensa se llame,
genéricamente, cristiana: si nos damos cuenta que, a pesar de su blasonar cris-
tianero, se complace en destacar noticias ―por lo general incompletas, con sólo
aparente objetividad― o comentarios que tienden a desedificar al lector de bue-
na fe, porque resaltan defectos o situaciones contrastantes de la Iglesia o de
sus ministros, no les demos crédito y sintámonos traicionados en nuestro dere-
cho a la información imparcial y honesta. Estas informaciones o comentarios
así destacados, obedecen a tácticas difamatorias "desnortadoras". La imperfec-
ción de la sociedad en que nos movemos las hace inevitables; procuremos, sin
embargo, andar precavidos. Los que abiertamente se proclaman incrédulos no
perjudican tanto a la Iglesia como los falsos cristianos que ―profesionales de
la desorientación— se complacen en sembrar la duda y alegrarse de todo lo que
pueda lastimar el cuerpo de Cristo, que es la Iglesia. Falsos cristianos porque
exhiben su fe, cuando ello les favorece en otros planos que nada tienen que ver
con lo espiritual, pero que arañan a la Iglesia cuando ésta se les escapa de su
control o manejo.
Pero no basta con la precaución de evitar malas y tendenciosas informa-
ciones. Sería una actitud solamente negativa. Es preciso estar informados, en lo
posible, y seguir, con toda la verdad, la vida de la Iglesia, por eso aconsejamos
utilizar, aunque escasos, aquellos medios que tenemos más a nuestro alcance
para disponer de una información competente y honesta respecto a todo lo que
se refiere a la Iglesia de nuestros días.
Entonces veremos que la promesa de Cristo a su Iglesia, no sólo se man-
tiene, sino que se produce en medio de este mundo, con perspectivas hermosí-
simas de un futuro de hermandad entre todos los hombres, superior a las fórmu-
las ensayadas hasta aquí por tantos procedimientos, algunos de los cuales más
que oponerse al verdadero Cristianismo, lo han imitado solamente de manera
fragmentaria, o la han purificado para que, el reino de Dios, paso a paso, se
vaya haciendo cercano.
La Iglesia se mueve, camina hacia ese reino, que no es como los reinos
del mundo.
LAUS DEO
Director: P. Ramón Mas C. O. Edita: Congregación del Oratorio - Apartado 182.-Albacete
Imprime: LA VOZ DE ALBACETE S. López, 24. 24-2.70 Depósito Legal: AB-103-62.
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