BOLETIN DEL ORATORIO DE ALBACETE.
N.º 101. ENERO. 1972.
SUMARIO
La paz que está en la justicia ―en el respeto del
Hombre― y no en la fuerza ―en la imposición de un
Orden―, se desprende del misterio navideño, ese acerca-
miento de Dios a la humanidad con el anuncio de una
renovación iniciada con Cristo, pero todavía no acabada
V por eso urgente. Todo el esfuerzo de la Iglesia se centra
en la fidelidad a la transmisión de este mensaje, del Evan-
gelio. Siempre nuero, siempre necesario, coincide con las
aspiraciones más nobles y constantes de los hombres que
buscan, con mejor o peor acierto, conscientemente o sin
saberlo, lo que coincide con el ofrecimiento de Cristo.
Este número contiene:
FALSAS IMÁGENES DE LA PAZ
POR LA PAZ
BANALIZACIÓN DE LA NAVIDAD
IDEALES E IDEOLOGÍAS
ORACIÓN POR LA PAZ
"VIVIR SOBRIA, JUSTA, PIADOSAMENTE"
LA REFORMA LITÚRGICA
«JESUS CHRIST SUPERSTAR»
COINCIDENCIAS
1
FALSAS IMÁGENES DE LA PAZ
La paz no es una insidia. La paz no es
un engaño sistemático, mucho menos es una
tiranía totalitaria y despiadada, y de ningu-
na manera violencia, pero al menos la
violencia no osa apropiarse del nombre
augusto de la paz.
Pensamos que es sumamente importante tener una idea exacta
de la paz, despojándola de las seudo-concepciones, que muy a menudo
la revisten, deformándola y alterándola, lo diremos en primer lugar
a los jóvenes: la paz no es un estado de estancamiento de la vida, la
cual encontraría en ella, al mismo tiempo, su perfección y su muerte:
la vida es movimiento, es crecimiento, es trabajo, es esfuerzo, es con-
quista… ¿Lo es también la paz? Si, por la misma razón de que ella
coincide con el bien supremo del hombre peregrino en el tiempo y
este bien jamás es conquistado totalmente, porque está siempre en
trance de nueva e inagotable posesión: la paz es, por lo tanto, la idea
central y motora de la fogosidad más activa.
Pero esto no quiere decir que la paz coincide con la fuerza. Esto
lo decimos especialmente a los hombres con responsabilidades,
porque ellos, que tienen el interés y el deber de mantener una
normalidad de relaciones entre los miembros de un determinado
grupo ―familia, escuela, empresa, comunidad, clase social, ciudad,
estado― se ven constantemente tentados a imponer por la fuerza
tal normalidad de relaciones, que asume la figura de la paz, en ese
cano la ambigüedad de la convivencia humana se convierte en el
tormento y en la corrupción de los espíritus humanos: se convierte
en impostura vivida la atmósfera resultante unas veces de una victoria
sin gloria, otras de un despotismo irracional, de una represión opreso-
ra e incluso de un equilibrio de fuerzas en continuo contraste.
PABLO VI.
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POR LA PAZ
La estrategia de los poderosos según el mundo, suele ser la que permite
alcanzar éxitos a corto plazo; estrategia de la intrascendencia. Se justifican con
la aplicación inmediata del derecho (7) que se apoya en el realismo de los hechos
consumados. No se da tiempo a ninguna reflexión, a ninguna revisión o, si
alguna apariencia de esto se consiente, ha de ser para manipular dialécticas
que conduzcan rápidamente a la prevalencia formal de la razón del más fuerte,
no a reconocer la fuerza de la razón. La razón impoluta, estorbaría.
Deshilvanar la historia de los pueblos es, muchas veces, concatenar los
efectos de las mayores razones de fuerza y de las conculcaciones de la fuerza
de la razón. De donde el proverbial "si quieres la paz, prepara la guerra" ―de
los latinos, "si vis pacem, para bellum"―.  Libros de historia o páginas de
periódicos, muestran ejemplos continuos de este aserto, todavía válido entre los
hombres, porque todavía no hemos aceptado la paz que nos daba Cristo, que
no es como las paces ―precarias, ficticias, impuestas, aparentes...― que, sin
Dios, construimos los pobres hombres. La paz de Cristo no es una paz impuesta,
ni cristalizada en el éxtasis de ninguna satisfacción inmovilizante; no es una
paz que puede apoyarse en la fuerza. "La fuerza de este mundo, es debilidad
ante Dios": las fuerzas son expresión desorbitada y desorbitante del miedo del
que las exhibe, aunque pretenda causar miedo, porque siempre, quien más
teme, no es el que soporta la amenaza, sino el que la aplica. La garantía de la
paz cristiana está por encima de las fuerzas humanas.
De esta paz nos ha hablado el Papa cuando ha dado esta consigna para la
JORNADA DE LA PAZ de este año. El Papa dice: si quieres la paz, trabaja
por la justicia. Porque esta paz es la única paz segura y verdadera; todo lo
demás no es paz, no son paces, sino provisionalismos hueros o, sencillamente,
falsedades.
No hace muchas semanas, con ocasión de la audiencia concedida a un
grupo de hombres que habían sufrido muy de cerca la guerra ―antiguos
combatientes, luchadores de la resistencia, ex deportados y prisioneros, prove-
nientes de dieciocho países europeos―, el Papa les decía:
Vosotros no os resignáis a recordar las emociones que tan profundamente
marcaron vuestro destino; ni siquiera os basta proveer al socorro y a la
confortación necesarios a los supervivientes de esta historia dramática
que concluyó con el balance de tantos millones de víctimas. Lo cual sería
ciertamente digno de alabar. Esta desgraciada y trágica experiencia os
incita a promover un porvenir más pacífico.
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¿Pero quién, actualmente, se atrevería a decir que no desea la paz?... No
obstante ¡cuánta inconsciencia subsiste, todavía, en el mismo corazón de
muchas manifestaciones que quieren ser pacifistas! ¡Cuántas mentiras o
maniobras con afán de dominio se ocultan tras ciertas pretensiones de
paz!
Y el Papa alentaba a estos supervivientes de la última Guerra Mundial, a
que, no obstante haber pertenecido, entre ellos mismos, a campos contrarios
en la pasada contienda, dieran testimonio de verdadero y de humano y cristiano
pacifismo. Y señalaba algunos puntos que era preciso tener en cuenta y respe-
tar: El derecho de las personas y de los pueblos a ser considerados de acuerdo
con su dignidad, con su propia originalidad y soberanía y, por consiguien-
te, eliminando el recurso a la fuerza ofensiva, la renuncia a la escalada
ruinosa de armamentos cada día más mortales, el alejamiento del odio y
de las discriminaciones de cualquier clase que sean.
Pero, puntualizaba:
No obstante, esto no basta. SI QUEREIS LA PAZ, TRABAJAD POR LA
JUSTICIA. La piedra de toque para un mundo justo y fraternal.
Dirigiros a las nuevas generaciones. Conocéis la generosidad de gran
número de estos jóvenes, lo mismo que os dais cuenta de sus protestas y
de su impaciencia ante un mundo que no les puede satisfacer... Orientad
con el realismo que os da la experiencia estas fuerzas vivas hacia los
nobles ideales que tenéis en vuestro corazón: la justicia entre los pueblos,
la amistad, la paz.
Que el nuevo año, sea para los creyentes, un estímulo rejuvenecedor de los
mismos propósitos. La paz han de hacerla los grandes, los que presiden y rigen
los destinos de los pueblos; la paz también pueden malograrla o escarnecerla
ellos. Pero no desplacemos demasiado nuestras propias responsabilidades
cristianas, a nivel personal, familiar o social. Seamos justos. Si en la sociedad
donde nos integramos acudimos con las insaciables apetencias y egoísmos que
buscan estabilidades al margen de Dios, o con un Dios que nos sirva en vez de
servirle, tendremos que suplementar nuestra propia debilidad con apoyos de
fuerza, de amenaza, de coacciones y de estrategias mezquinas que nos llevarán
y encerrarán en un círculo cerrado de egoísmos, aunque, aparte de ello, nos
construyamos y cumplamos con un convencional y adornador código moral que
disimule provisionalmente nuestras grandes debilidades. La paz cristiana es
dinámica, es creciente, es trascendente, es espiritual: no es envasable ni puede
fingirse por el martilleo sugestivo de las propagandas. Cristo, la hermandad
universal, el respeto a los derechos ―al ser― de cada hombre y de cada comu-
nidad, sin prescripciones, sin atropellos, sin justificaciones fariseas de "hechos
consumados".
4
Cuando a nivel personal, la fe nos sirva para revisar las propias actitudes
y el enjuiciamiento, según Dios, del mundo en el cual estamos colocados, hare-
mos, entre todos, que sea posible —más posible— la paz, y que la veamos
crecer, como expansión libre y fecunda del bien.
BANALIZACIÓN
DE LA
NAVIDAD
Lo peor de las banalizaciones no es que ocurran, sino que pasen desaperci-
bidas. Toda banalización es el resultado de una presión o de una negligencia
corruptoras que destruyen la calidad de lo que tocan y lo vaporizan.
El concepto de la Navidad ha sufrido el contagio degenerador consumista,
explotado ―como tantas otras cosas santas― con miras propagandísticas que
lo convierten en un pretexto comercial más. Varios periódicos, por ejemplo,
nos han reproducido la fachada de unos grandes almacenes de Tokio ―donde
el catolicismo y las iglesias cristianas constituyen una exigua minoría― con
un soberbio y tebeesco "Papá Noel" y su saco a cuestas. Dentro, en los alma-
cenes, venden los regalos para la felicidad navideña. Es un detalle de estandar-
ización occidentalista, allí también admitida, como se digieren aquí los filmes
y los reclamos americanos.
En otros periódicos se nos exhibía ese colosal abeto de unos veinte metros
plantado en una céntrica vía madrileña donde constituía, decía una crónica, la
«apoteosis de este gran alarde navideño».
La celebración de la Navidad cristiana –por lo menos en países de bautiza-
dos— ni es una "apoteosis" ni un "alarde".
Es preciso descubrir y señalar estas banalizaciones. Si fuesen excesivamente
sutiles, pasarían desapercibidas y no provocarían reacción alguna. El contraste
evangélico de luz y tinieblas, de verdad y mentira, de lo que da vida y de lo que
conduce a la muerte, es ley de la existencia y del crecimiento de la fe. Creer
quiere decir elegir continuamente, seleccionar y crecer en la fe; no significa
llegar, situarse y permanecer, como algunos quisieran, en posiciones inmovi-
listas de logro cristalizado. La fe no es una seguridad, sino una luz para caminar,
y la vida todavía es camino.
No hace falta que citemos el delirio luminoso y tenderil de las ciudades: un
infarto colectivo de tránsito en las calles, y luz y ruidos y prisas y dinero que se
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gasta, tenido o esperado o sin tener —¡ay cuentas de enero!...— Alegría incons-
ciente, despilfarros, aunque también mezclado con el deseo de hacer felices a
los que se quiere. Pero no tantas veces.
Es obvio que no existe proporción entre la celebración gozosa y cristiana de
la Navidad y esa banalización ruidosa, comercial y pagana que toma pretexto
de cualquier conmemoración religiosa no sólo mitificándola, sino desplazando
más lejos incluso del simple sentimentalismo, olvidando y destruyendo valores
que no acierta ni siquiera a substituir reflexivamente por otros elegidos con
libertad, sino cediendo a la embriaguez que transforma el mundo en gran super-
mercado de todas las frivolidades enajenadoras y deshumanizadoras.
Cristo gozo y liberación de los hombres, Cristo bendición de los pobres, Cristo
bienaventuranza luminosa de los corazones limpios, es olvidado, relegado, co-
mo un pretérito decorativo de la historia del mundo.
Nosotros creemos, sin embargo, que esta banalización corrosiva, lo misino
que otras abdicaciones o reniegos, dejarán paso, finalmente, a una purificación
de la idea misma del cristianismo, porque esta banalización engañosa sólo puede
identificarse con el falso cristianismo, vaporizarlo y hundirlo, y que servirá
para forzar el contraste entre lo falso y lo genuino, haciendo a éste más recono-
cible, aunque de momento retrase su progreso e induzca a confusiones colecti-
vas lamentables.
La encrucijada del 1 de enero de 1972, tiene una importancia especialísima
como JORNADA DE LA PAZ. Se constata falta de paz en nuestras comunida-
des. Hay turbación en los espíritus. Queramos o no, son tiempos de tensión.
Lo lamentable es que las tensiones degeneren en conflictos en lugar de discer-
nir, con la ayuda del Espíritu Santo, en comunión con los Obispos respon-
sables, en diálogo con los demás hermanos cristianos y todos los hombres
de buena voluntad, las opciones y los compromisos que conviene asumir
(Oct. adv., 4). Los medios de información enturbian con frecuencia las tensio-
nes. Y las actitudes pasionales o irreflexivas impiden un entendimiento
constructivo y pacífico. Pidamos al Señor que, tanto los compromisos del año
1970 para luchar contra la pobreza, como las justas aspiraciones de la
Asamblea Conjunta en el presente año, cristalicen dentro de 1972 en frutos
de verdad, de libertad, de amor y de Paz.
IRENEO, Obispo de Albacete
(dic. 1971).
6
IDEALES
E IDEOLOGÍAS
No hace mucho, un teólogo peruano, de gran influencia intelectual en todo
el continente americano ―fue el principal redactor del famoso documento epis-
copal de Medellín―, decía que, por lo menos en América latina, no era ya el
caso de hablar de diálogo teórico entre marxistas y cristianos. Nos referimos a
Gustavo Gutiérrez, profesor de teología en la Universidad de Lima y profundo
conocedor de Marx.
«La nueva generación ―decía― rehúsa del mismo modo la ideología
marxista que las que pudieran venirle de la Iglesia. En todo caso, lo único que le
interesa, respecto al marxismo, es un método político y "na eficacia realizadora;
respecto a la Iglesia, le interesa solamente el Evangelio. Los cristianos de hoy
viven un riesgo y una búsqueda. Hoy la fe vuelve a ser nómada como en los
tiempos de Abraham: deberá atravesar desiertos antes de penetrar en una tierra
prometida, que será siempre algo provisional que se mueve entre las vicisitudes
temporales».
Los críticos más radicales de la sociedad actual ―Marx el primero― han
entendido por ideología las construcciones intelectuales posteriores a una deter-
minada situación humana, elaboradas para justificar, mediante la consiguiente
enajenación, las diferencias e injusticias mantenidas. Es evidente que las mismas
experiencias marxistas han caído en los males que pretendían desterrar, porque
han elaborado "otra" ideología. También es evidente que el cristianismo puede
ser tomado y manipulado como una ideología cualquiera; pero se resiste a ello
si se analiza con una referencia constante al Evangelio. Por esto es buena señal,
en esta época de crisis de las ideologías, que incluso las críticas de los que más
exigen de la Iglesia, invoquen siempre el Evangelio.
Buena señal, si lo hacen con honradez, si también buscan en él esa luz que
hay que levantar en el camino de los hombres; si lo enarbolan como un ideal
purificado y purificador de todas las ideologías. Porque el Evangelio es el ideal
para un camino, no un pretexto ideológico para perezas y egoísmos.
Si el Evangelio fuese reducible al solo anuncio de una forma de la grandeza
y del esplendor del hombre y de la historia, no pasaría de una ideología más,
diría Paul Tillich, que dejaría paso al cinismo y a la desesperación. El Evange-
lio es un ideal para un camino, una vertical de eternidad, de espíritu, sobre la
horizontalidad de lo secular y sensible, que no destruye, pero que trasciende.
7
ORACIÓN
POR
LA
PAZ
Señor, Dios de la paz,
Que has creado a los hombres, queriéndolos,
para que participen de la intimidad de tu gloria:
te bendecimos y te agradecemos
que nos hayas mandado a Jesús, tu hijo amado,
artífice de toda liberación,
manantial de la paz
y lazo fraternal entre los hombres.
Te agradecemos todos los deseos,
todos los esfuerzos
y todas las realizaciones
que su espíritu de paz
ha suscitado en nuestro tiempo,
porque es posible, si queremos,
sustituir el odio por el amor,
la desconfianza por la comprensión,
la indiferencia por la solidaridad.
Pero abre todavía más nuestro espíritu
a las exigencias concretas del amor
de todos nuestros hermanos,
para que podamos ser, con más acierto todavía,
los constructores de la paz en la tierra.
Padre de misericordia:
te encomendamos a todos los que padecen y trabajan
para el alumbramiento de un mundo más fraternal.
Que para todos los hombres,
cualquiera que sea su raza,
cualquiera que sea su lengua,
venga tu reino de justicia, de paz y de amor.
Y la tierra se llene del resplandor de tu gloria.
Amén.
PABLO VI.
8
"Vivir sobria, justa,
piadosamente"
Del libro de Jesús Aguirre, SERMONES EN
ESPAÑA, Edicusa, M. 1971. La cita de san Pablo
(Tito. 2. II) corresponde a la segunda lectura de
la misa de medianoche de Navidad.
A través de todas las humanas incertidumbres, que no desaparecen; a través
de todas las zozobras, que en modo alguno quedan aminoradas, el futuro cris-
tiano es siempre futuro de esperanza.
A su discípulo le dice el Apóstol: «Vive sobria, vive justa, vive piadosamente».
Piedad
Ante el adjetivo "piadosamente" reaccionamos con instintivo movimiento de
repulsa, porque a la piedad la hemos degradado a mojigatería, a beatería y, en
el mejor de los casos la hemos convertido nada más que en humanismo, en deseo
por nuestra parte de ser mejores. Está claro que vivir religiosamente implica
que el hombre busque a Dios, que escudriñemos nuestro corazón y en el cora-
zón del prójimo para ir levantando piedras enteras de la realidad por ver si Dios
está debajo. Pero primordialmente vivir en piedad es que el hombre se deje él
buscar por Dios mismo. Nosotros lo buscamos a él, y el sentido de esa búsqueda
es un ciego tanteo de quienes no tenemos ojos para un camino que es el de los
ojos de Dios buscándonos.
El humanismo ocupará un segundo lugar, un sitio de entretenimiento en
nuestra preocupación religiosa. Porque dejarse buscar por Dios es vivir esa fe
que no podemos administrar, ni podemos dominar por entero.
Sobriedad
Vivir sobriamente. La pobreza es una virtud evangélica dramáticamente
imposible en nuestro mundo de desarrollo y de miseria. No sabemos, hace ya
mucho tiempo que no sabemos que es pobreza. Sabemos lo que es desahucio,
9
lo que es tener que vivir miserablemente. Los otros, si nos ponemos a su alcan-
ce, nos lo enseñan muy bien. ¿Hay una distinción entre pobreza como virtud y
pobreza como situación? Empecemos modesta, burguesamente por ser sobrios,
como ejercicio que tal vez nos lleve al descubrimiento de la pobreza. Antes de
poseer debemos necesitar. A través de esa necesidad, medida a escala de todos
y no únicamente de la que sería la nuestra, haremos que las cosa, que poseemos
sean humanas. Nuestra misión es dominar la tierra, hacerla cercana al hombre,
porque en el hombre Dios ha dejado su imagen de preferencia. Poseer algo es
humanizarlo. Pero las cosas seguirán siendo nada más que cosas, enemigas
nuestras en su peso que se nos adhiere, si no tardamos en ir hacia ellas, si nos
apresuramos a apetecerlas sin haber antes calculado nuestra fuerza de dominio
sobre ellas. El servicio a los otros, nuestra comunicación con ellos, entrarán
también, por justicia, por caridad y por inteligencia, como elemento prepon-
derante en la medición de esa capacidad dominante y humanizadora.
Justicia y Amor
Vivir justamente en el amor y en la paz. La justicia en el amor consiste en
aceptar y comprender el duro hecho de que tenemos que desear amar siempre
más de lo que nos aman. Nos afanamos porque nos quieran, con esa seguridad
que depara saber que nos quieren más aventajadamente de lo que queremos
nosotros. Es nuestro egoísmo el que queda humillado por la mayor fidelidad
nuestra a nuestro amor. Porque nos equivocamos al pensar que nuestro amor
y el menor que nos tuvieran terminan en nosotros mismos. El amor de un
cristiano es un serio, denso, responsable juego para ir haciendo tiempo mien-
tras nos llega el otro amor definitivo, que alumbra lo que no somos todavía, lo
que nos hace capaces de desear perdernos en un misterio insondable, amor que
salva ―que condena― porque sí ama él mismo más: Dios.
Justicia y Paz
La justicia en la paz. La paz no es algo que se detenta, no es algo que se
ostenta; la paz es algo que se busca. Cuando la paz se detenta y se ostenta,
cuando se ha dejado de buscar, se ha convertido en guerra. Ha dejado de ser
el deseo de cobijar a más amplias y distintas comunidades para degradarse en
grito polémico de un grupo, en bandera electoral, legítima en sí tal vez ante-
riormente, pero ilícita a partir de tal momento, de los que siguen venciendo
porque no se transforman. No sabemos lo que es la paz, ni debemos jamás
llegar a saberlo. Cuando nos convencemos de haber llegado a adivinarlo, que-
remos siempre administrar nosotros esa paz y defenderla en contra de quienes
no creen en ella. Entonces comienza la guerra. Si se trata de una paz intima,
comenzará la guerra a asolar nuestros corazones. Si es de paz pública de la que
se trata, será una guerra sobre los corazones y los mapas.
10
LA REFORMA
LITÚRGICA
Problemas y esperanzas de su evolución
11
Desde siempre, los poderes centrales de la Iglesia han dedicado particular
atención a la vida litúrgica. A pesar de lo cual se había producido un anquilo-
samiento tal que la había sumido a rudimentarismos arcaicos. Se habían
subestimado los aspectos pastorales de la liturgia, mientras que el culto a las
rúbricas impedía nuevas experiencias y movimientos.
El paso decisivo lo dio el Concilio al hacer posible el uso de las lenguas
vernáculas en las celebraciones. De este modo las comunidades cristianas
pudieron, por primera vez, entrar en contacto con el tesoro de los textos de la
Iglesia y se hacía posible una mejor participación: se suprimía la separación
entre la lengua del pueblo y la del sacerdote, entre la lengua hablada y la reser-
vada al culto.
LA SAGRADA ESCRITURA
A pesar de esta evolución positiva ―que solamente es lamentada o encuentra
oposición entre los fanatismos tradicionalistas―, es ahora cuando han aparecido
los verdaderos problemas litúrgicos: el recurso multiplicado a la sagrada Es-
critura, que había permanecido discretamente desconocida por muchos fieles,
requiere una interpretación seria de los textos y suscita cuestiones críticas que
antes no se habían planteado; tampoco las oraciones antiguas satisfacen siempre
las exigencias comunitarias. La estructura de la misa, nacida en la antigüedad,
necesita nuevas adaptaciones para responder a las exigencias pastorales de hoy.
Falta todavía mucho para el logro de una reforma satisfactoria de la liturgia
solemne, en especial por lo que se refiere al aspecto musical. Por una parte, las
melodías tradicionales, sin perder su calidad, no siempre encajan con los textos
vertidos al lenguaje moderno; por otra parte, la formulación de los nuevos
textos tampoco resulta en todos los casos satisfactoria, unas veces debido a la
rapidez con que se procedió a las traducciones, otras por evidente pobreza
cualitativa que ha puesto en evidencia una inferioridad del concepto lingüístico.
11
LITURGIA Y MUNDO
Pero el problema esencial no parece que pueda ser el de las traducciones a
una lengua menos arcaica o el de introducir en la liturgia una teología más rica
en los textos, sino en conjugar un entrelazamiento entre la liturgia y la vida
familiar, profesional y política de los fieles. No puede satisfacer una liturgia
concebida como un enclave religioso en medio de un mundo secularizado. La
construcción de un mundo sagrado al lado de un mundo que se proclama pro-
fano conduce, inevitablemente, a una perniciosa duplicidad. Las relaciones
entre las obligaciones sociales del cristiano ―que son una forma de amor al
prójimo y por lo tanto de amor a Dios― y de la liturgia en sentido estricto,
precisan de una previa reflexión para ser luego traducidos en hechos. La separa-
ción de la vida cristiana en vida sagrada y en vida profana, en vida "natural"
y vida "sobrenatural' debe ser abandonada. La liturgia no puede ser ni justificar
una fuga del mundo, sino que ha de convertirse en fuente de inspiración para
una actividad social y fraterna del cristiano proyectado en él.
Un problema importante de la reforma litúrgica se refiere al abandono de
toda mentalidad arcaico-mágica a propósito de los sacramentos. Aunque el hom-
bre contemporáneo no es, en modo alguno, enemigo de los símbolos, como lo
prueba la importancia creciente que concede a las artes en la variada multitud
de sus manifestaciones.
LITURGIA Y COMUNIDAD
En el futuro la liturgia no puede ser concebida sino en relación con la vida
total de la comunidad. Lo que ocurre es que esta misma comunidad está en
crisis. Las tendencias técnicas y urbanizadas de la sociedad moderna provocan,
a consecuencia del crecimiento progresivo de las ciudades, un aumento territorial
y numérico de las comunidades. Estas comunidades carecen de dimensiones
humanas y también, en gran parte, de contactos sociales internos. El pueblo de
la Iglesia reunido en asamblea litúrgica, tiene poquísimos contactos sociales
fuera del lugar y de los actos de la misma celebración. No existe más contacto,
dentro de un acto litúrgico, que el que se establece entre el sacerdote y la
comunidad, y falta el debido entre los miembros que constituyen la total asam-
blea. Con frecuencia existe una verdadera separación entre la liturgia y la vida
de esta comunidad, y la mayor parte de los miembros no participan, de hecho,
en los actos litúrgicos (con una abstención que alcanza el 80 y el 90 %). La
liturgia no da vida a una comunidad permanente que subsiste más allá de la
misma celebración, y también existen grupos cuya comunión no encuentra, en
la liturgia, su expresión suprema.
Otto Mauer.
(En el IX Congreso mundial de UCIP, de Luxemburgo)
12
«Jesus Christ
Superstar»
Ha tenido cierta resonancia mundial la representación teatral que en New
York se ha montado y mantenido en cartel, con entusiástica afluencia de público
especialmente juvenil, con largas colas en la taquilla y aplausos rallantes en el
frenesí al final de los cuadros. Ha llamado la atención en diversos medios
informativos, americanos y europeos, porque esta vez no se polarizaba la aten-
ción en el mito catalizador de un cantante de moda o de un líder que lanza
proclamas calificables, desde algún punto de vista, como subversivas.
Esta vez se trataba de un grande y soberbio espectáculo con un argumento
sacado literalmente ―y puede decirse también que respetuosamente― del
Evangelio. El personaje central era Jesús, y se exponía el drama de su última
semana de vida.
No es posible relacionar dicho espectáculo con las representaciones de la
Pasión que se conocen, un poco por todas partes, y dignísimas algunas de ellas.
Muy brevemente puede decirse que se trata de una escenificación concebida
para jóvenes, y que éstos han comprendido y aceptado de un modo inmediato
con una respuesta calurosa, verdaderamente extraordinaria, y que ello se ha
producido sin que haya mediado, en dicha teatralización, ni irreverencias, ni
mutilaciones ideológicas, ni extorsiones del texto sagrado. Se ha conseguido
mantener, con integridad teológica, un espectáculo modernísimo en su montaje
y versión que, si algún defecto se le puede achacar, ha de ser únicamente técnico
teatral; pero sin daño cara al éxito global del espectáculo extraordinario y
fascinante.
Dos reflexiones se nos ocurren al interpretar este suceso y este éxito
innegable.
En primer lugar, nos parece que evidencia la necesidad de permanecer en
el esfuerzo por presentar a Cristo e interpretar su vida y sus palabras en rela-
ción más inmediata con la fluidez vital de cada época, de cada edad, de cada
momento: y ahora en el nuestro. Y decimos esto sin dejar de reconocer que
sea posible haber incurrido en la arcaización de su figura a tantos niveles del
sentimiento cristiano, en parte por el mismo "respeto*con que se le ha tratado:
por el temor de perder, deteriorándola con inseguridades interpretativas, la
integridad y validez redentora que en él se centra. No obstante, es preciso
recordar que el cristiano no puede serlo con solo guardar y conservar lo que
13
Cristo dijo y fue, sino que ha de conectarlo y extenderlo hasta meter su espíritu
en la plasticidad de la vida actual y actuante. Cristo ha de ser inteligible y vivido,
en tránsito continuamente superador y generoso. Gracia y mensaje, don y trans-
misión, aceptación y entrega, fe y encarnación. Lo cual no es posible sin la
generosidad pobre de seguridades, dinámica de esperanzas, limpia de intencio-
nes y liberadora y sobrenaturalizadora de la existencia tal como fluye.
En segundo lugar, cuando esa popularización de lo sagrado se realiza a
base de los recursos y de los medios "consumistas" y espectaculares, se nos
antoja detectar, más que un síntoma de hambre y sed de Cristo, un ansia menos
definida de algo grande e ideal, ciertamente, pero todavía no descubierto, ni
siquiera en Cristo, aunque se le aclame y vitoree al ritmo de la música nueva
y a la claridad de las luces artificiales del cielo eléctrico y centelleante de un
escenario que ha costado millones montar. Cristo no es un personaje estelar,
ni un famoso, ni un caudillo, ni un revolucionario. Hay en él una dimensión
superior cuya trascendencia y reconocimiento no se satisface con su proclama-
ción. Estos jóvenes que han aplaudido en el Manhattan neoyorquino al "Lamb
of God" y al "King of Kings" y al protagonista del fascinante Jesus Christ
Superstar, han aplaudido las coincidencias de su vida con la "forma" en que se
les ha presentado la de Cristo; pero es más probable que no hayan reconocido
en él una meta o un molde según los cuales debería configurarse. Han presen-
ciado y "consumido" una ración excelente de un producto consumista, de una
cultura vendible y, como tal, síntoma de un fideísmo decadente, tan criticable
como las caducas beaterías sonoras pero estériles, faltas de auténtica vida y
de creatividad. Ha sido un espectáculo, otro espectáculo, pero no un paso
adelante en el anuncio del Evangelio, cuya eficacia no puede descansar en el
soporte de unos costosísimos decorados ―aunque hayan sido diseñados por
el artista-comerciante Salvador Dalí―, ni en los mil reflectores o los sonidos
del "rock" musical compuesto con acierto, es verdad, por Andrew Lloyd
Webber sobre el libreto de Tim Rice.
Y conste que no apuntamos esta reflexión como una crítica despreciativa
sino, simplemente, porque demasiadas veces, cuando se ha pretendido hacer
asequible lo sagrado, o lo hemos convertido en un signo espectacular que ha
durado lo que el afán novelero nuestro o de las gentes superficiales ha tolerado,
o hemos descendido a vulgaridades triviales, igualmente beatas, o más beatas
que las que pretendíamos amortizar.
El mejor teatro o película o narración u obra de arte cristiana, no será,
necesariamente, la que tenga por protagonistas obligados a Cristo o a los
* santos, sino la que tome la realidad terrena y la impregne de sentido cristiano,
sin demasiadas candilejas, ni orquestaciones himnódicas.
Cristo no es un súper-astro, sino, todavía, el salvador, el libertador de
este mundo, de esta vida nuestra de ahora, si cuidamos de no elevar el pretexto
de su proclamación para sucesivas enajenaciones luminosas, pero estériles.
14
coincidencias
GANDHI NOS HABLA DE LA NAVIDAD
Los que no quieren la paz para todos los hom-
bres, tampoco la quieren para sí mismos, ya que no
es posible alcanzarla si, al mismo tiempo, no existe
por parte de todos el mismo intenso deseo de paz.
Entonces no pensaremos en la Navidad sola-
mente como en un aniversario, sino también como
en un acontecimiento que puede realizarse toda
nuestra vida.
Lo importante es vivir la vida que nunca se
para, que continuamente marcha hacia la paz.
Es posible, por cierto, sentir la paz incluso en
un ambiente de lucha, pero sólo a condición de
sacrificarse y crucificarse para que desaparezcan
las causas de los conflictos.
Así que, como el nacimiento de Cristo es un
acontecimiento, la cruz también es un aconteci-
miento en esta vida de lucha.
Por esta razón nosotros no tenemos derecho a
la Navidad, sin pensar también en la muerte de
cruz.
Cristo vivo, significa Cruz viva.
GANDHI (1932).
ATLAS DE LA LIBERTAD
Si consiguiéramos hacer resonar por toda la tierra
la pregunta: "Hombre: ¿quieres ser libre?", tendría-
mos grandes sorpresas.
En el tercer mundo las masas están sumidas en
una situación infrahumana y no podrían dar una
respuesta auténtica. Aplastados a un mismo tiempo
por el colonialismo interno y por el neocapitalismo,
una especie de subhombres han caído en el fatalismo,
en la falta de esperanza, en el miedo.
A la religión, tal vez, con su fuerza moral le gus-
taría amparar a estos oprimidos de los países desarro-
llados. ¿Pero no estamos viendo que, tanto en los
países pobres como en los países ricos, existe una
tendencia a utilizar la religión?... La religión gozará
de prestigio y de dinero en la medida en que ayude a
mantener la situación establecida. Será tolerada, in-
cluso alabada, en la medida en que interceda por los
pobres ante los poderosos y los ricos. Pero será invi-
tada a callar en la medida en que tenga la audacia de
reclamar derechos y de plantear el problema de las
relaciones sociales en términos de justicia y de exigen-
cia de cambio de estructuras.
En apariencia podríamos llegar a imaginar que
solamente los ricos y los poderosos son libres. Pero si
nos acercamos y penetramos en su interior, descubri-
remos fácilmente que son los esclavos de su egoísmo,
de su posición social, de su dinero y del miedo de per-
derlo todo.
Un atlas de la libertad es muy difícil de diseñar y
también muy triste. La penumbra de la esclavitud no
tiene límites.
Mons. HELDER CAMARA, arzobispo
de Olinda (17.7.71, Centenario de "Pax
Romana", Friburgo).
LA IGLESIA, TODAVÍA EN BELÉN
La Navidad es nuestra fiesta. Para nosotros la
encarnación de Cristo no es algo sucedido allá en el
fondo de los siglos; es algo que sigue sucediendo,
floreciendo en la Iglesia. Dios sigue viniendo, la
Iglesia sigue estando en Belén. Y todo huele aún a
recién nacido.
Nos gusta incluso imaginarnos a esta Iglesia, de
la que somos apasionados hijos, como un bebé que
crece y a quien al mismo tiempo amamantamos y
nos amamanta. Un bebé perseguido por todos los
Herodes, ignorado por todos los comerciantes, ama-
do por los sencillos de corazón, cuidado y protegido
por José y María.
Quizá por eso vivimos asustados, porque sabe-
mos que con el primer Niño no pudieron los fríos,
ni las mediocridades, ni las persecuciones. Esta Ni-
ña-Iglesia que hoy sigue su tarea tampoco acabará
pereciendo en esas trampas: crecerá, madurará,
infantil, juvenil. Y nosotros creceremos y madura-
remos con Ella.
Mas si no vivimos asustados, sí vivimos inquie-
tos. Sabemos bien que ―como decía el villancico―
"no la debemos dormir, la noche santa; no la debe-
mos dormir". Hoy también la Iglesia atraviesa ráfa-
gas de noche y zumban los vientos del peligro como
en los rincones oscuros de las fábulas. Pero sabemos
que esta noche que cruzamos es "noche santa" como
la primera. Y no nos gustaría estar dormidos cuando
tantas cosas enormes y magníficas nacen y crecen
a nuestro alrededor, en una Navidad permanente.
Por ello quisiéramos ser ―y quisiéramos que
nuestros lectores fuesen― inquietos, pero no amar-
gados; críticos, pero no derrotistas; descontentos,
pero siempre fieles; insatisfechos de corazón alegre.
Y dúctiles en todo, pero en la esperanza tercos.
VIDA NUEVA (18.12.71).
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