BOLETIN DEL ORATORIO DE ALBACETE.
N.º 102. FEBRERO. 1972.
SUMARIO
ESPIRITUAL, pura, generosa, la luz es uno de los
símbolos predilectos del Cristianismo. Los hombres
Caminan sedientos de la verdad que ella simboliza: los
cristianos acrisolan sus vidas en la diafanidad sobrenatu-
ral que les renueva, mientras se hacen, en el seno de la
Iglesia, constelación de los hijos de Dios hacia la casa
del Padre.
LUZ DE CRISTO
LA IGLESIA VIVA
BIEN Y DINERO
UNA CONVERSIÓN A LA LUZ: NEWMAN
FALTA COMUNIDAD
NI ESCÁNDALO NI DESALIENTO
UN POCO MÁS CERCA DEL SEÑOR
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Luz de Cristo
EN todas las iglesias de Oriente se encienden luces cuando ha de leerse
el Evangelio; y se encienden aunque brille el sol. Naturalmente no
se hace esto para disipar la oscuridad, sino para expresar alegría, de-
cía ya san Jerónimo a finales del siglo IV.
Luz y alegría. Alegría porque simboliza a Cristo «luz del mundo», no sola-
mente porque él mismo se llamó así (Juan 8, 12), sino porque de esta manera
fue anunciado (Isaías 49, 6; 60, 1: Lucas 1, 79); porque de todas las cosas
sensibles la luz es la que ha preferido la Escritura para simbolizar a Dios (1° Juan
1,5), que es fuente de luz (Salmo 35, 10), que habita en claridades inaccesibles
(1" Timoteo 6, 16). Pensando en la misión que les encomendaba para que
esparcieran su verdad por el mundo, Cristo llama a los apóstoles «luz del mundo»
(Mateo 5, 14). San Juan lo resume de esta manera: «En él ―en Cristo― estaba
la vida, y la vida era la luz de los hombres» (1, 4).
En cualquier rito sagrado, aunque no fuese cristiano, encontraremos siempre
el recurso simbólico de la luz relacionado con la divinidad. En el Cristianismo
la simbología de la luz acompaña todas las celebraciones. El cirio pascual es
símbolo de Cristo, y cada vela encendida junto al altar o en el templo, simboliza
a los cristianos que, en el gran templo sin paredes del mundo, debemos ser luz,
peregrinos luminosos que abren caminos de claridades en la ruta sobrenatural
que conduce todas las cosas a su fuente: Dios. Camino de luz y de alegría, por-
que sólo es triste el caminar entre tinieblas; la luz, en cambio, hermosea todo
lo que toca, da vida a todo lo que envuelve y resplandor a todo lo que se ofrece
limpio a su contacto, como una bendición que convierte en celestiales las cosas
terrenas.
Dentro del simbolismo de la luz, la Virgen María participa como primera
iluminada, como candelabro de oro que la porta y la ofrece al mundo, gozosa y
generosa; primera iluminada, primera cristiana, primera abeja, de cuya cera
virgen surge la Llama, Cristo.
Como una reverberación de las claridades navideñas y de la Epifanía, la
celebración de la Presentación del Señor en el Templo, ilumina la liturgia del
invierno, en el pórtico de este mes de febrero; esa fiesta en la que la Virgen
aparece como lámpara mística del sol de la Redención, que ha venido para ser
«luz que ilumine a todas las gentes». La luz es Cristo, y la Virgen es figuración
de la Iglesia, y figuración de cada cristiano, que debe comunicar a los demás
la misma llama que ha recibido, sin por ello perder la propia incandescencia,
propagador de la verdad, de la vida y del gozo: que eso es la «luz de Cristo».
2 (18)
LA IGLESIA VIVA
LA soledad fría de los campos, los árboles desnudos, los jardines ahora
apagados de flores, la luz escasa del invierno, la gelidez del aire que
hace ingrata la contemplación del paisaje monótono, como si hubiese
cesado el movimiento, como si los veranos jamás hubiesen existido, podrían
ser la imagen de la inmovilidad mental respecto al concepto de cosas grandiosas,
solemnes, distantes, imponentes e inmutables, que identificáramos con nuestra
relación con Dios, y que podríamos llamar religión.
Para muchos la religión se aproxima a esa idea monolítica, de contenido
enorme, misterioso, lejano y frío, con esa apariencia de inmutabilidad invernal.
Dios no te mueve, Dios no cambia; la religión tampoco puede cambiar: cambiar
es destruir. El paisaje invernal cambiará, porque el campo no es Dios, ni la flor
era Dios, ni los árboles tampoco.
Cuando la palabra "cambio", u otras equivalentes se aplican a la Iglesia,
surge algo incomprensible, que les impulsa a la huida o al replegamiento inte-
rior reforzando su "invierno mental", 0, si se sienten "cruzados creen deber
controlar con energía desde fuera y por la fuerza, a esa Iglesia fuera de sí, que
quiere suicidarse. En su actitud y procedimiento se hacen herejes inconscientes
para combatir herejías fantásticas, inexistentes. Estos ni estuvieron en el huerto
cuando Cristo habló de las espadas, ni en el sermón de la montaña, ni vieron
la luz de la Resurrección. Si hubiesen sido contemporáneos de Cristo, las cosas
habrían sucedido de otro modo, y Cristo habría hablado de otra manera y obra-
do otra clase de milagros.
Pero a la palabra "cambio" aplicada a la Iglesia, se opone no solamente
esta reacción violenta de cruzados, sino la más filosófica y utilitarista de los
que ven en ella, con preferencia, una actitud aglutinadora al servicio del orden
social. La religión es buena, hace el bien, "ayuda"... Consiguientemente, cual-
quier cambio despierta sospechas, a veces fundadas, de que no seguirá "ayu-
dando" un determinado orden social o incluso que, por el mismo carácter
profundo y popular de todo fermento religioso, puede despertar o deducir de
las premisas dogmáticas o éticas que encierra, planteamientos críticos respecto
a los errores y limitaciones de un orden social determinado. En cuyo caso,
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dicen, la religión pasa de aglutinación a crítica. Como quiera que todo orden
social históricamente determinado contiene siempre imperfecciones y ambigüe-
dades, éstas se ofrecen a la vulnerabilidad de los planteamientos nuevos que
puedan sobrevenir a causa del cambio surgido al margen del control establecido
anteriormente.
En nuestro caso no pretendemos poner ejemplos, por considerarlo innece-
sario, ya que basta señalar las motivaciones o prejuicios en los que puede
fundarse el conservadurismo inmovilista que, inevitablemente, se siente afec-
tado en esta época en que se hace más perceptible cada día el dinamismo de la
Iglesia y su esfuerzo por transmitir, también a nuestro tiempo, el mensaje
evangélico con todas sus exigencias. (No ha de tardarse mucho en publicarse
en castellano la obra de N. Bellah, The historical background of Unbelief, donde
examina con detalle de historiador y sociólogo la actitud reaccionaria que
apuntamos).
El "cambio", la actitud de cambio es necesaria, sin embargo, al estadio
temporal de la Iglesia. Nunca tantas veces como ahora se ha venido repitiendo
la frase de Newman: «Es necesario que la Iglesia cambie, precisamente para
poder seguir siendo siempre la misma». El cambio no es un peligro, sino una
exigencia vital y funcional. No cambian los muertos. Se equivocan los que
consideran las cosas de Dios como un paisaje cristalizado de una vez para
siempre. Se equivocan igualmente los que pudieran haber interpretado el silen-
cio de la Iglesia como un sueño alejado del mundo, en su orilla, para consolación
intermitente de los fatigados, hasta alcanzar el esperado o temido gran descanso
de la eternidad.
Tampoco deberían de temer los que, de buena fe, quisieran verla como
fautora de equilibrio y aglutinadora de la sociedad. Lo es. Pero de otra manera:
no "utilizada", como eslabón de un orden, sino libremente, como enviada de
Dios. Y ello, no por arrogancia, sino por pureza, por fidelidad a su genuina
función, para poder ser lo que debe ser y no otra cosa. Por eso ha de cambiar
hacia su mayor fidelidad, día a día, aun a trueque del escarnecimiento, de vez
en cuando, de los mismos que la harían corrompida y que la han corrompido,
y que la desprecian cuando ya no les "sirve".
Pero sirve todavía. Ha venido a servir precisamente: colabora en nuestra
época al equilibrio y al orden histórico porque estimula a la humanidad hacia
un futuro comunitario cualitativamente más humano; tal vez eso parezca nuevo.
Por otra parte, solamente puede ser aglutinante en la medida en que sea
también fermento crítico, o sea, en la medida en que convoque a los hombres
para que se esfuercen en hacer un futuro más justo.
Ella no se arroga el derecho de determinar las últimas fórmulas prácticas
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de esta realización; pero no puede silenciar su voz a la hora de señalar los
puntos vulnerables o injustos de los proyectos humanos, precisamente para
seguir siendo servidora de los hombres, antes que de los sistemas.
La Iglesia es viva y para la vida: como esos campos que encierran la semilla
escondida germinada; como los árboles que profundizan sus raíces, en el silen-
cio invernal, para sostener mejor las ramas y los frutos que se esperan. Así, en
todo caso, hay que interpretar los silencios de la Iglesia y de Dios por medio de
ella.
Y volverán más veranos; veranos de fatiga, de trabajo, de cosecha y de prepa-
ración de nuevas siembras, para que el ciclo fecundo del bien en el mundo
hacia Dios no se pierda.
La Iglesia no puede ofrecer, sin traicionarse, sin destruirse, un paisaje
muerto y gélido, de abstracciones decorativas, relegadas o inútiles. La Iglesia
es para la vida. Cristo también dijo: «He venido para que tengan vida, y la
tengan en abundancia». No vale hacerse el escurridizo ante las exigencias ya
presentes ―«El reino de Dios ya ha comenzado...»— y dividir la vida en
demasiados apartados. Dividir la vida es matar. La Iglesia no lo es de los
muertos, sino de los vivos.
BIEN Y DINERO
HA pasado la "crisis de enero", ese tópico anual de cada invierno. En una
vida organizada con marcada preponderancia sobre presupuestos eco-
nómicos, el problema del dinero ha de aparecer en cada una de que
encrucijadas, tanto halagüeñas como dolorosas. Con Navidad en el centro, tene-
mos sus vísperas con un par o tres jornadas prácticamente invadidas por lo que
He espera, por lo que resulta y por lo que se comenta de la lotería navideña:
felicidad es dinero, el bien es dinero, Navidad es también dinero... Después, el
frío es falta de dinero, y las incomodidades de las escaseces son falta de dinero.
Impresionados por los símbolos, nos basta para creernos buenos saber que
un connacional fue canonizado y que su nombre figura en el calendario; nos
basta para sentirnos civilizados, recordar que Ramón y Cajal fue Premio Nobel;
nos hasta para ser deportistas haber comprado un campeón, y nos basta para
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no acomplejamos de pobres que uno, entre millones, de repente se haga rico
gracias a la lotería. Entre todo lo que nos puede impresionar tal vez sea esto
último lo que más nos afecta. Así lo parece porque, en adelante, por inercia,
ya seguimos hablando y ―sobre todo― pensando que, si no hacemos más o
mejores cosas, es por falta de dinero: «si tuviéramos dinero...», «si me tocara
la lotería...», «si acertara en una quiniela...», «si...». Nos perdemos en esperan-
zas pueblerinas, de televidentes sugestionables.
El primer elemento de todo lo más grande que se ha realizado en el mundo,
no ha sido precisamente el dinero: por lo menos el primer elemento de las cosas
buenas. No vamos, ahora, a recordar todo lo que Cristo dijo del dinero...
Nosotros hablamos del dinero, incluso para emplearlo en cosas buenas,
porque el dinero abrevia expedientes, ahorra fatigas, acorta distancias entre el
deseo y la realización; porque el dinero hace más cómodo el bien que queremos
hacer. Pero ese bien puede hacerse siempre: con el trabajo, con el aprovecha-
miento generoso y racional del tiempo y de las fuerzas que Dios nos ha dado;
con la capacitación perseverante, con la apertura no interrumpida en el obrar;
con el empleo y el gasto de lo que ganamos honesta y diligentemente; con la
dedicación inteligente y atenta de fuerzas y posibilidades, sin perdernos en
mariposeos inútiles, por esa feria disipante y superficial de lo inútil, de lo mal
gastado.
La mayoría de los que no hacen más bien porque, dicen, les faltan posibi-
lidades para ello ―dinero, conocimientos, tiempo...— tampoco lo harían si
dispusieran de ellas; basta contemplar la hibridez en que se aburren, respecto
al bien, la mayoría de los que podrían hacerlo: el que dispone de tiempo, lo
pierde en disipaciones y paseos inútiles; el que tiene conocimientos, tal vez los
presume, pero más fácilmente los apunta a la conquista de ganancias cómodas;
y, el que tiene dinero, lo guarda (¡por eso lo tiene!...). En todo habrá algunos
idealistas; pero pocos.
El bien, para que lo sea, necesita de pocas condiciones; su dinamismo es
incontenible. Las condiciones las ponen la pereza y el egoísmo. Sólo el que no
le pone condiciones, cuando tiene los medios, los emplea y sublima en la tarea
sin reposo que hay siempre por hacer y que nunca acaba.
El bien cristiano, para que lo sea, ha de ser el bien ganado": mi trabajo,
mis logros, mi entrega... Cristo "se" dio. San Pablo dice que «nos enriqueció»,
que «nos compró con su entrega». Y también decía a los corintios: «así yo
también me entrego y me gasto gustosamente en beneficio de vuestras almas».
«Dios ama al que da con alegría»; pero la alegría de dar surge más bien de
dar lo propio que dar lo administrado. Muchos se nos ofrecen para administrar;
pocos para amar. Por eso, tantas veces, el dinero es el anti-amor, «la iniqui-
dad» según dice el Evangelio.
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UNA
CONVERSIÓN
LA
LUZ:
NEWMAN
TODO el que emprenda seriamente un camino de sinceridad hacia Dios,
tendrá que pasar por la experiencia del esfuerzo honesto y doloroso de
una búsqueda que será marcada con intermitencias inefables y profundas
de momentos en los que el buscado ha sido él mismo. Estos momentos, general-
mente decisivos, en los que la fe y la oración están en el centro y en la actividad
en plenitud del sujeto, con lo que también pueden llamarse conversiones".
John Henry Newman, el gran convertido e insigne fundador del Oratorio
en Inglaterra, decía que "su" conversión había tenido lugar cuando contaba
quince años. Seguramente él quería decir que desde aquella edad, tomó seria-
mente a Dios en su vida; pero ésta tuvo más adelante ―sin duda como
derivación que aquella decidida y consciente seriedad inicial― varios de esos
momentos que marcan, con hitos de trascendencia, el caminar del hombre en
busca de Dios, hasta la muerte, "conversión" suprema. Sus escritos, sus notas
autobiográficas, sus poesías, nos permiten descubrirlo. Hoy queremos reprodu-
cir una de estas poesías que, para ser más fieles en la trascripción, traduciremos
en versión arrítmica. Es sin duda la más conocida de cuantas Newman escribió,
incluida en los himnos cantados tanto en las iglesias católicas, como protestan-
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tes…  excepto en el mismo Oratorio de Birmingham, donde Newman, consciente
mejor que nadie de su carácter personal, no podía oírla sin profundo y
ruborizante estremecimiento.
En diciembre de 1832 terminaba su primer libro The Arians of the fouth
Century y se embarca para un viaje hacia Italia y Sicilia. Aquí sufre una grave
enfermedad que le lleva al borde de la muerte. Coincide con ella una de las
crisis más importantes del camino espiritual de Newman hacia el catolicismo,
aunque tardara doce años más en entrar en la Iglesia (1845). Todo, los senti-
mientos de Newman se transparentan en sus palabras, compuestas durante su
viaje de retorno, todavía convaleciente, sobre la nave, cerca del estrecho de
Bonifacio. Reflejan la humildad serena y la pacífica confianza del abandono que
asegura el camino hacia la esperanza que aureola la meta:
GUÍAME, LUZ BENIGNA
Lead kindly light
Llévame de la mano, luz, benigna, cuando me envuelven las sombras,
¡llévame de la mano!
La noche está oscura y me encuentro lejos del hogar,
¡llévame de la mano!
Vela sobre mi camino. No pido poder ver
el lejano horizonte; me basta avanzar un poco.
No ha sido siempre así; no siempre te he pedido
que tú me condujeras.
Yo quería elegir y ver por mí mismo el camino, pero ahora
¡llévame de la mano!
Prefería el día encendido de sol, y a pesar de mis temores,
el orgullo dominaba mi voluntad: ¡olvida mis años pasados!
III
Tu poder me ha colmado de bien hasta ahora,
¡llévame todavía,
a través de desiertos y ciénagas, de piedras y torrentes,
hasta que se acabe la noche,
y me sonrían, con la mañana, los rostros de los Ángeles
que tanto he amado, y he perdido en un momento!
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FALTA
COMUNIDAD
LO mínimo que debe pretenderse, es hacer inteligible una celebración li-
túrgica; si bien este mínimo no basta, porque no basta para la vida, y la
liturgia debe ser vivida, y responder, por lo tanto, lo mejor posible, a las
condiciones de la existencia vital cristiana, para que la ilumine con su mensaje
y la fecunde sacramentalmente. Si esto no tuviera o no pudiera tener lugar, la
liturgia se reduciría a un espectáculo ―aunque para algunos devoto― al que
se "asiste" o "soporta", a un cumplimiento" impuesto, a una "costumbre" tra-
dicional; pero no sería el encuentro fraternal del pueblo de Dios con Cristo,
para alabanza del Padre al participar y vivir la Redención. No sería liturgia,
sino otra cosa. Otra cosa que podría valorarse desde aquellos que de buena fe,
pero con mentalidad raquítica, no han dudado en clasificar la misa como "acto
de piedad" seguramente importante, hasta los que se han complacido en la esté-
tica de su solemnización, o en las etéreas complementaciones sentimentales que
puede proporcionar, como descanso para el espíritu, o como fuente automática
de gracias y de indulgencias, decoradoras de la espiritualidad individualista de
cada creyente.
Se ha podido comprobar cómo, especialmente en las celebraciones eucarís-
ticas, la versión en lengua vernácula, de lecturas y formularios, ha puesto más
en evidencia la necesidad de la "participación", puesto que la inteligibilidad de
gestos y palabras no bloqueaba ya la "comunicación", más sensible ahora, más
inmediata y a nivel lingüístico de los mismos entre los que se establece. Y ha
bastado comenzar para descubrir que, con sólo "entender" tampoco se concluía
todo el esfuerzo posible para esa participación vital, aunque la primera forma,
o primer grado de participación, sea el entendimiento.
Dos cuestiones se han destacado, a las que pueden reducirse todas las
demás y que sería siempre preciso tener en cuenta antes de formular crítica
alguna respecto a la insuficiencia de las reformas o instauraciones más recien-
tes, que tal vez hemos calificado, como más trascendentales de lo que realmente
eran, debido a concepciones precedentes erróneamente estáticas y a otros pre-
juicios ajenos al buen sentido espiritual y cristiano. ¡Tanta falta hacía una reno-
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vación, que lo poco alcanzado ha parecido mucho! Mucho y demasiado a los
retrógrados; todo y, por lo tanto, poco, insuficiente, a los impacientes.
CRISIS DE COMUNIDAD
Lo poco hecho ha parecido mucho en parte, por falta de receptividad de
aquéllos ―no todos, evidentemente― a quienes iba destinado. Intelectual-
mente, el pueblo cristiano estaba con seguridad más preparado para compren-
der las renovaciones de lo que era de suponer ante un previo análisis superfi-
cial; pero este mismo pueblo, como verdaderamente "cristiano" seguía ―s-
igue― en amplísimos sectores, con un cristianismo más sociológico que comu-
nitario, y más individual que personal. Y acentuamos las dos palabras comuni-
tario y personal, que consideramos términos clave. Lo sociológico supone más
convergencia que convivencia, más reunión que comunicación o comunión,
más la "presencia-con" que el "amor-a". Si contemplamos un templo lleno de
fieles con ocasión de una misa dominical, no por ello, de manera espontánea,
brota la relación de fraternidad entre los presentes, y, si se expresa resulta
inevitablemente fugaz y forzada: ¿en qué ha venido a parar ese abrazo de paz
aconsejado en las celebraciones?... Reducir la mayoría de expresiones a simbó-
licas, degeneraría en teatralidad, de donde a veces surge, más espontánea, la
simplificación.
Los formularios renovados suponen ―debían suponer― la comunidad
del pueblo de Dios; pero lo cierto es que esta comunidad como tal es muy débil
todavía, de donde lo forzado de suponerla o de imponerla. Hay que crearla.
Pero: ¿es posible crearla desde la misma celebración, a fuer de repetir fórmulas
"comunitarias" o ensayar gestos afectivos?... Por lo menos no se puede dar, a
esta pregunta, una respuesta positiva y exclusiva, porque no se puede ser cris-
tiano sólo en el momento de la celebración: sería un juego y un equívoco.
Faltan comunidades: esa es la realidad. Comunidades que no se crean por
voluntad autoritaria y positiva como se crean municipios o sociedades filantró-
picas; sino comunidades que se edifican en el dinamismo del bien, no desde el
individuo, sino desde la persona. El individuo se incomunica, se aprovecha,
se asegura; la persona se abre, se comunica, y crece y se define a fuer de
aumentar en su comunicación y apertura. Desde la celebración litúrgica se
puede instruir, se puede ensayar, se puede alentar hacia la comunidad; pero
no jugar a comunidades. Los más serios, ya lo vemos, no juegan: "cumplen"
con preceptos o costumbres en favor de sí mismos y nada o muy poco en favor
de los demás, que tienen al lado, cerrados, como ellos.
La renovación iniciada, preciso es reconocerlo, es buena, pero se queda
corta. Buena hasta más allá de lo que somos capaces de aprovechar; pero corta,
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porque todavía debería permitir mayor espontaneidad, más amplia acomoda-
ción a lo que ha de ser una asamblea litúrgica cristiana.
En eso, no obstante, y mientras hemos de desear y esperar una mayor
amplitud, tenemos todo mucho por hacer, y que ni las autoridades, ni los
liturgistas, ni los sociólogos pueden inventar en la Iglesia. No cuesta mucho
"jugar" a comunidades; lo que vale, sin embargo, es generarlas y mantenerlas,
y esto tiene que ver más con la gracia y la caridad verdadera, que con las legis-
laciones u organizaciones: e=to hemos de hacerlo cada cristiano, sea el que sea
el lugar que ocupe en la Iglesia. Inventar fórmulas para reunir personas no es
tarea nueva; se viene haciendo desde hace muchos siglos; incluso basta que
algo se presente como nuevo para conseguir algunos adeptos, en esa mezcla de
interés y curiosidad humanas propensa al cambio, si es fácil o si distingue.
Hay cristianos que necesitan cambiar de apostolado, o de reunión espiritual
cada dos años, como si el juguete se les hiciera viejo. Y van "jugando a comuni-
dades" hasta dar enteramente la vuelta por todas, o en espera de la última
inventada. Pero olvidan que la Iglesia no puede complacerles, honradamente,
en ese proporcionarles diversión o entretenimientos místico-apostólicos; la Igle-
sia es comunidad, esfera del amor, crecimiento fraternal en el bien y, por eso,
transformación del mundo. Esto es mucho y es difícil. Tal vez gusta oírlo, pero
gusta menos seguir hasta el compromiso a que lleva... Es el momento del cambio
a otro apostolado, o el borrarse, o de mantenerse más o menos encerrados en
piedades y ascetismos individuales, relamiéndose el alma en la propia sugestión
beatil. Aquí la perseverancia es menos ardua, a pesar de tener que vencerse y
luchar por mantenerse... individualmente. Estos cristianos seguirán concurrien-
do a las celebraciones a buscar un bien para ellos mismos y a sólo rogar por
los demás, en realidad alejados, desfraternizados, ajenos al valor comunitario
sin el cual carece de verdadera significación la eucaristía en que tal vez parti-
cipan (?). Y ¡son los "mejores"!
No se han dado cuenta de la insistencia de la Iglesia, especialmente a través
de la liturgia, para que se produzca una apertura comunitaria y se recobre el
sentido cristiano de las celebraciones que son más que un servicio espiritual
repartido a cada uno de los asistentes.
CREATIVIDAD LITÚRGICA
Para facilitar la participación" observamos cómo la actual renovación
litúrgica se aleja de la exactitud uniforme precedente y ofrece fórmulas diver-
sas para la celebración de la Misa y para otros sacramentos y actos de culto,
con objeto de una mejor acomodación comunitaria y circunstancial de dichas
celebraciones. Seguramente que no sólo se ha pretendido obviar a esa conve-
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niencia, sino proporcionar un conto entrenamiento creativo, porque tener que
elegir es ya, aunque mínimo, un acto creativo. No se trata de resucitar un
prurito inventivo para un regreso romántico a la: primeras celebraciones
improvisadas, sino de abrir cauce al espíritu para que su espontaneidad no se
oponga a la necesidad de la convergencia del siglo comunitario. Son muchos
los que miran a las innovaciones estrenadas, no como un logro, sino como un
principio de donde partir hacia la creación de nuevas expresiones. En realidad,
aun aceptando la totalidad literaria de los libros recientemente aprobados,
queda siempre una posibilidad de acomodación reservada al que preside la
asamblea, y pensamos que sería todavía más amplia esta facultad —homilía,
moniciones, oración de los fieles...— si todos, fuésemos conscientes, como
comunidad en y fuera del templo, y no arrastráramos defectos e incapacidades
espirituales y hasta intelectuales y estéticas que nos situarían en peligro de
trivializar las acciones sacramentales. Es lástima que no sepamos hacer mejor
las cosas, pero, si no sabemos hacerlas, es mejor que no las hagamos, porque
el ridículo no honra a Dios ni evangeliza a los hombres. No obstante, hemos
de pensar, y rogar y estudiar y merecer esa superación necesaria y consecuente
de la apuntada arriba, cuando hemos hablado de la crisis de comunidad, para
que, cuando se haga, no se nos convierta, también 0, en un juego más, en
novelería pasajera, o en vulgaridad y singularidad sin sentido. Ni el genio ni
el arte se improvisan, a pesar de los atrevimientos de la ignorancia. Pero es
conveniente, desde ahora, que veamos en las celebraciones, esa posibilidad
constantemente renovadora y renovada a la que hemos de ir disponiéndonos,
aunque contemos con un bagaje tal vez poco rico espiritual y culturalmente y
debamos considerarlo como un acicate más para superarnos.
LAUS
se reparte gratuitamente
a quien lo solicita
Escriba al Apartado 182 ALBACETE
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SIN ESCANDALO
Y SIN
DESALIENTO
CADA vez son menos los que se
escandalizan por los cambios
del mundo y, consiguientemen-
te, por los cambios, también, de la Igle-
sia en el mundo; pero también cada
vez, los pocos que van perseverando
en esta reducida posición radical, se
endurecen más hasta adquirir, aunque
pretendan manifestar todo lo contra-
rio, un comportamiento sectario. A su
actitud intransigente y hasta violenta
se debe, en parte por lo menos, la re-
acción contraria de desaliento en los
que, impacientes, precisamente aguar-
daban y deseaban, todavía más am-
plias y explícitas, las reformas y reno-
vaciones que el conservadurismo fre-
naba, retardaba o, por lo menos, con-
tradecía u ocultaba.
Pero, ¿de qué se escandalizan? En
realidad, hasta ahora, los cambios o
renovaciones habidas en la Iglesia,
han sido importantes más bien por su
significación que por su dimensión.
Nos referimos al movimiento derivado
de la celebración del Concilio Vatica-
no II. Este Concilio ha sido importan-
te, no ya por lo que ha salido de él,
sino por el movimiento que ha origi-
nado y que supera las consecuencias
más próximas de él derivadas. Porque
ya no puede ser limitarlas a "cumplir"
con el Concilio, a aplicar solamente
sus decretos o a proclamar sus consti-
tuciones, parte de lo cual ya se estaba
superando en el mismo momento en
que se publicaron. Muchos, sin darse
cuenta, adoptaron la actitud de los
judaizantes del primer siglo cristiano,
ajenos a la verdadera renovación espi-
ritual interior, a un cambio de menta-
lidad, o tomaban el Concilio como un
"añadido" a su bagaje cultural cristia-
no, o como el último código a aplicar,
para seguir cumpliendo" siempre con
la Iglesia, pero ajenos al espíritu, sin
abdicar de sus viejas deformaciones
cristianoides, por más que usaran y
gastaran la terminología que el Conci-
lio suscitaba ―diálogo, colegialidad,
pastoral, estructuras, carisma, etc....―
El análisis de la psicología propensa
al modo de conducirse de tales conser-
vadurismos, más o menos inconscien-
tes, o más o menos disimulados, exce-
dería el espacio de que disponemos,
aunque sea cierto que ha engrosado
amplios sectores de creyentes, a veces
significados. Cuando ha sido así lo
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corriente era que tal significación estu-
viese marcada por factores no estricta-
mente religiosos, cualesquiera que
fueren las apariencias externas.
De todos modos, su presencia no ha
sido siempre perjudicial, a pesar de
haber alejado a buen número de hom-
bres de buena voluntad que han con-
fundido el falseamiento del mal ejem-
plo conservador con la fisonomía de la
verdadera Iglesia de Cristo, no siempre
coincidente con las exterioridades más
visibles. No ha sido del todo perjudi-
cial porque, merced a ellos, los avan-
zados han tenido que profundizar sus
razones y consolidar criterios y no
limitarse a seguir el impulso instintivo
de su arranque, ni bastarse con sus
intuiciones; sino que, superada toda
ligereza, con purificada reflexión y
tenacidad, han vigorizado su dinámica
renovadora. Sin este esfuerzo surgido
precisamente del contraste, lo que te-
nía que ser renovado correría el riesgo
de ser solamente cubierto de novelerí-
as superficiales y engañosas, pobres
de pensamiento y de imaginación, con-
virtiendo en otro conservadurismo re-
cién llegado, ese descanso tras el solo
mínimo esfuerzo, más allá del cual
falta el aliento y se asusta el corazón.
Para superar el riesgo de las fosiliza-
ciones, para ir más allá de un mime-
tismo evangélico, o de meros gestos
simbólico-renovadores válidos única-
mente para impresionar, es providen-
cial ese contraste, y hasta contradic-
ción que obliga al trabajo reflexivo,
profundo y leal, en esta época bendita
en la que se nos advierte, más que en
otras, de la conveniencia y la necesi-
dad de mantenernos en constante acti-
tud renovadora.
Por otra parte, no todos los conser-
vadurismos han permanecido como
cristalizados en su inmovilidad. Algu-
nos de ellos procedían de un instinto
prudente todavía no bastante desarro-
llado, y las polémicas o tensiones les
han despertado a realidades no sospe-
chosas, obrando un paso más en el
proceso de conversión" siempre
abierto, que es toda vida cristiana
sincera, parta de donde parta. Un
cambio demasiado rápido no habría
permitido tales recuperaciones. Por-
que no siempre hay que juzgar esos
cambios que se observan en ciertas
valentías de última hora, como opor-
tunismos para no quedarse en tierra
cuando ya se liquidan, por irremedia-
blemente inservibles por desplazados,
los últimos conservadurismos,
Con un poco de visión providencial
no ha de ser difícil vencer la crisis de
desaliento. Basta no tomar como sust-
ancial lo que es solamente accesorio,
para evitar confusiones desorientado-
ras: cambia lo que debe cambiar;
cuando el cambio es demasiado lento
— aun en los frenazos provocados -
solamente ocurre que se amplía hacia
un más dilatado y profundo influjo
renovador. Son los caminos de la
Providencia. Caminos, de todos mo-
dos, no para sentarse a su orilla y
contemplarlos, sino caminos para ser
andados, sin remolonerías, con alegría
y alabando a Dios.
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UN POCO
MÁS CERCA
DEL
SEÑOR
Si tuviéramos que reducir al mínimo
el programa cuaresmal de un cristiano
deseoso de que no transcurriera inútil-
mente por el calendario de su vida ese
tiempo de conversión" que se nos ofre-
ce, especialmente a través de la liturgia,
le aconsejaríamos que no se perdiera la
asistencia y participación en las misas,
tanto diarias como dominicales, y que lo
hiciera con regularidad y puntualidad,
para poder atender, con el debido sosie-
go, a todas sus partes. El malogro que
se hace de la liturgia de la Palabra por
los que mantienen su costumbre o afición
de rezagados, les impide el beneficio de
ese medio, prácticamente indispensable,
para la debida disposición sacramental
de la Eucaristía.
(Naturalmente, no decimos nada para
esos que llegan al ofertorio y se escapan
apenas se inicia la comunión... ¡Estarían
mejor en sus casas, porque se evitarían
la raquítica molestia del cumplimiento
—"cumplo" y "miento"—, y no darían mal
ejemplo de cicatería supersticiosa a los
espíritus débiles que les pueden ver!).
Las Lecturas, la Eucaristía, serán dos
encuentros diarios con el Señor": mentali-
zación y vida cristiana. Renovación, "re-
conversión", a partir de ese Bautismo
recibido en edad inconsciente y que, pa-
ra hacerlo fructífero, cuando la concien-
cia se despierta, precisa de una auténtica
conversión personal, que ha de renovar-
15 (31)
se sin cesar, si bien en el tiempo de Cuaresma la Iglesia dis-
pone para sus hijos toda una pedagogía y unos medios sobre-
naturales que la facilitan más todavía que en otras ocasiones.
La santa Misa, la penitencia, la oración, la limosna, todo
ello no entendido como un conjunto de detalles simbólicos,
sino arracimado a una mayor compenetración con Cristo, ha
de ayudar a esa conversión" no acabada que hay que ir
completando.
Si además preparamos la asistencia a las celebraciones
con la lectura anticipada de la Escritura que allí se ha de leer,
y si procuramos beneficiarnos de alguna de estas series de
conferencias en las que se nos ofrece una síntesis estimulan-
te para la fe y la gracia, llegaremos al portal de la Semana
Santa, de la Pascua, un poco más cerca del Señor.
MIÉRCOLES DE CENIZA
15 DE FEBRERO
LITURGIA PROPIA DEL DIA. A LAS 8 DE LA TNRDE
CONFERENCIAS CUARESMALES
EN EL MES DE MARZO
JUVENTUD: DEL LUNES 13 AL MIERCOLES 15.
SUNORAS. DEL LUNES 20 AL VIERNES 24.
HOMBRES: DICL LUNES 27 AL MIÉRCOLES 29.
Las misas de los días laborables se celebran en la
capilla del Oratorio a los 8,45 de la mañana y a las
8 de la tarde
Luis de los días festivos, en la iglesia, a las 10, 11 y 12
de la mañana ya las 8 de la tarde. Sábados y víspe-
ras de fiesta, a las 8 de la tarde.
LAUS
Director: P. Ramón Mas, C.O. - Edita e imprime: Congregación del Oratorio
Placeta de S. Felipe Neri, 1 - Ap. 182 - Albacete - D. L. AB 10:162 - 3. 2. 72.
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