BOLETIN
DEL ORATORIO DE ALBACETE. |
N.º 102. FEBRERO. 1972. |
SUMARIO |
ESPIRITUAL, pura,
generosa, la luz es uno de los |
símbolos predilectos del
Cristianismo. Los hombres |
Caminan sedientos de la
verdad que ella simboliza: los |
cristianos acrisolan sus
vidas en la diafanidad sobrenatu- |
ral que les renueva,
mientras se hacen, en el seno de la |
Iglesia, constelación de
los hijos de Dios hacia la casa |
del Padre. |
LUZ DE CRISTO |
LA IGLESIA VIVA |
BIEN Y DINERO |
UNA CONVERSIÓN A LA LUZ:
NEWMAN |
FALTA COMUNIDAD |
NI ESCÁNDALO NI DESALIENTO |
UN POCO MÁS CERCA DEL
SEÑOR |
1 (17) |
Luz de Cristo |
EN todas las iglesias de
Oriente se encienden luces cuando ha de leerse |
el Evangelio; y se
encienden aunque brille el sol. Naturalmente no |
se hace esto para disipar
la oscuridad, sino para expresar alegría, de- |
cía ya san Jerónimo a
finales del siglo IV. |
Luz y alegría. Alegría
porque simboliza a Cristo «luz del mundo», no sola- |
mente porque él mismo se
llamó así (Juan 8, 12), sino porque de esta manera |
fue anunciado (Isaías 49,
6; 60, 1: Lucas 1, 79); porque de todas las cosas |
sensibles la luz es la que
ha preferido la Escritura para simbolizar a Dios (1° Juan |
1,5), que es fuente de luz
(Salmo 35, 10), que habita en claridades inaccesibles |
(1" Timoteo 6, 16).
Pensando en la misión que les encomendaba para que |
esparcieran su verdad por
el mundo, Cristo llama a los apóstoles «luz del mundo» |
(Mateo 5, 14). San Juan lo
resume de esta manera: «En él ―en Cristo― estaba |
la vida, y la vida era la
luz de los hombres» (1, 4). |
En cualquier rito sagrado,
aunque no fuese cristiano, encontraremos siempre |
el recurso simbólico de la
luz relacionado con la divinidad. En el Cristianismo |
la simbología de la luz
acompaña todas las celebraciones. El cirio pascual es |
símbolo de Cristo, y cada
vela encendida junto al altar o en el templo, simboliza |
a los cristianos que, en
el gran templo sin paredes del mundo, debemos ser luz, |
peregrinos luminosos que
abren caminos de claridades en la ruta sobrenatural |
que conduce todas las
cosas a su fuente: Dios. Camino de luz y de alegría, por- |
que sólo es triste el
caminar entre tinieblas; la luz, en cambio, hermosea todo |
lo que toca, da vida a
todo lo que envuelve y resplandor a todo lo que se ofrece |
limpio a su contacto, como
una bendición que convierte en celestiales las cosas |
terrenas. |
Dentro del simbolismo de
la luz, la Virgen María participa como primera |
iluminada, como candelabro
de oro que la porta y la ofrece al mundo, gozosa y |
generosa; primera
iluminada, primera cristiana, primera abeja, de cuya cera |
virgen surge la Llama,
Cristo. |
Como una reverberación de
las claridades navideñas y de la Epifanía, la |
celebración de la
Presentación del Señor en el Templo, ilumina la liturgia del |
invierno, en el pórtico de
este mes de febrero; esa fiesta en la que la Virgen |
aparece como lámpara
mística del sol de la Redención, que ha venido para ser |
«luz que ilumine a todas
las gentes». La luz es Cristo, y la Virgen es figuración |
de la Iglesia, y
figuración de cada cristiano, que debe comunicar a los demás |
la misma llama que ha
recibido, sin por ello perder la propia incandescencia, |
propagador de la verdad,
de la vida y del gozo: que eso es la «luz de Cristo». |
2 (18) |
LA IGLESIA VIVA |
LA soledad fría de los
campos, los árboles desnudos, los jardines ahora |
apagados de flores, la luz
escasa del invierno, la gelidez del aire que |
hace ingrata la
contemplación del paisaje monótono, como si hubiese |
cesado el movimiento, como
si los veranos jamás hubiesen existido, podrían |
ser la imagen de la
inmovilidad mental respecto al concepto de cosas grandiosas, |
solemnes, distantes,
imponentes e inmutables, que identificáramos con nuestra |
relación con Dios, y que
podríamos llamar religión. |
Para muchos la religión se
aproxima a esa idea monolítica, de contenido |
enorme, misterioso, lejano
y frío, con esa apariencia de inmutabilidad invernal. |
Dios no te mueve, Dios no
cambia; la religión tampoco puede cambiar: cambiar |
es destruir. El paisaje
invernal cambiará, porque el campo no es Dios, ni la flor |
era Dios, ni los árboles
tampoco. |
Cuando la palabra
"cambio", u otras equivalentes se aplican a la Iglesia, |
surge algo incomprensible,
que les impulsa a la huida o al replegamiento inte- |
rior reforzando su
"invierno mental", 0, si se sienten "cruzados creen deber |
controlar con energía
desde fuera y por la fuerza, a esa Iglesia fuera de sí, que |
quiere suicidarse. En su
actitud y procedimiento se hacen herejes inconscientes |
para combatir herejías
fantásticas, inexistentes. Estos ni estuvieron en el huerto |
cuando Cristo habló de las
espadas, ni en el sermón de la montaña, ni vieron |
la luz de la Resurrección.
Si hubiesen sido contemporáneos de Cristo, las cosas |
habrían sucedido de otro
modo, y Cristo habría hablado de otra manera y obra- |
do otra clase de milagros. |
Pero a la palabra
"cambio" aplicada a la Iglesia, se opone no solamente |
esta reacción violenta de
cruzados, sino la más filosófica y utilitarista de los |
que ven en ella, con
preferencia, una actitud aglutinadora al servicio del orden |
social. La religión es
buena, hace el bien, "ayuda"... Consiguientemente, cual- |
quier cambio despierta
sospechas, a veces fundadas, de que no seguirá "ayu- |
dando" un determinado
orden social o incluso que, por el mismo carácter |
profundo y popular de todo
fermento religioso, puede despertar o deducir de |
las premisas dogmáticas o
éticas que encierra, planteamientos críticos respecto |
a los errores y
limitaciones de un orden social determinado. En cuyo caso, |
3 (19) |
dicen, la religión pasa de
aglutinación a crítica. Como quiera que todo orden |
social históricamente
determinado contiene siempre imperfecciones y ambigüe- |
dades, éstas se ofrecen a
la vulnerabilidad de los planteamientos nuevos que |
puedan sobrevenir a causa
del cambio surgido al margen del control establecido |
anteriormente. |
En nuestro caso no
pretendemos poner ejemplos, por considerarlo innece- |
sario, ya que basta
señalar las motivaciones o prejuicios en los que puede |
fundarse el
conservadurismo inmovilista que, inevitablemente, se siente afec- |
tado en esta época en que
se hace más perceptible cada día el dinamismo de la |
Iglesia y su esfuerzo por
transmitir, también a nuestro tiempo, el mensaje |
evangélico con todas sus
exigencias. (No ha de tardarse mucho en publicarse |
en castellano la obra de
N. Bellah, The historical background of Unbelief, donde |
examina con detalle de
historiador y sociólogo la actitud reaccionaria que |
apuntamos). |
El "cambio", la
actitud de cambio es necesaria, sin embargo, al estadio |
temporal de la Iglesia.
Nunca tantas veces como ahora se ha venido repitiendo |
la frase de Newman: «Es
necesario que la Iglesia cambie, precisamente para |
poder seguir siendo
siempre la misma». El cambio no es un peligro, sino una |
exigencia vital y
funcional. No cambian los muertos. Se equivocan los que |
consideran las cosas de
Dios como un paisaje cristalizado de una vez para |
siempre. Se equivocan
igualmente los que pudieran haber interpretado el silen- |
cio de la Iglesia como un
sueño alejado del mundo, en su orilla, para consolación |
intermitente de los
fatigados, hasta alcanzar el esperado o temido gran descanso |
de la eternidad. |
Tampoco deberían de temer
los que, de buena fe, quisieran verla como |
fautora de equilibrio y
aglutinadora de la sociedad. Lo es. Pero de otra manera: |
no "utilizada",
como eslabón de un orden, sino libremente, como enviada de |
Dios. Y ello, no por
arrogancia, sino por pureza, por fidelidad a su genuina |
función, para poder ser lo
que debe ser y no otra cosa. Por eso ha de cambiar |
hacia su mayor fidelidad,
día a día, aun a trueque del escarnecimiento, de vez |
en cuando, de los mismos
que la harían corrompida y que la han corrompido, |
y que la desprecian cuando
ya no les "sirve". |
Pero sirve todavía. Ha
venido a servir precisamente: colabora en nuestra |
época al equilibrio y al
orden histórico porque estimula a la humanidad hacia |
un futuro comunitario
cualitativamente más humano; tal vez eso parezca nuevo. |
Por otra parte, solamente
puede ser aglutinante en la medida en que sea |
también fermento crítico,
o sea, en la medida en que convoque a los hombres |
para que se esfuercen en
hacer un futuro más justo. |
Ella no se arroga el
derecho de determinar las últimas fórmulas prácticas |
4 (20) |
de esta realización; pero
no puede silenciar su voz a la hora de señalar los |
puntos vulnerables o
injustos de los proyectos humanos, precisamente para |
seguir siendo servidora de
los hombres, antes que de los sistemas. |
La Iglesia es viva y para
la vida: como esos campos que encierran la semilla |
escondida germinada; como
los árboles que profundizan sus raíces, en el silen- |
cio invernal, para
sostener mejor las ramas y los frutos que se esperan. Así, en |
todo caso, hay que
interpretar los silencios de la Iglesia y de Dios por medio de |
ella. |
Y volverán más veranos;
veranos de fatiga, de trabajo, de cosecha y de prepa- |
ración de nuevas siembras,
para que el ciclo fecundo del bien en el mundo |
hacia Dios no se pierda. |
La Iglesia no puede
ofrecer, sin traicionarse, sin destruirse, un paisaje |
muerto y gélido, de
abstracciones decorativas, relegadas o inútiles. La Iglesia |
es para la vida. Cristo
también dijo: «He venido para que tengan vida, y la |
tengan en abundancia». No
vale hacerse el escurridizo ante las exigencias ya |
presentes ―«El reino
de Dios ya ha comenzado...»— y dividir la vida en |
demasiados apartados.
Dividir la vida es matar. La Iglesia no lo es de los |
muertos, sino de los
vivos. |
BIEN Y DINERO |
HA pasado la "crisis
de enero", ese tópico anual de cada invierno. En una |
vida organizada con
marcada preponderancia sobre presupuestos eco- |
nómicos, el problema del
dinero ha de aparecer en cada una de que |
encrucijadas, tanto
halagüeñas como dolorosas. Con Navidad en el centro, tene- |
mos sus vísperas con un
par o tres jornadas prácticamente invadidas por lo que |
He espera, por lo que
resulta y por lo que se comenta de la lotería navideña: |
felicidad es dinero, el
bien es dinero, Navidad es también dinero... Después, el |
frío es falta de dinero, y
las incomodidades de las escaseces son falta de dinero. |
Impresionados por los
símbolos, nos basta para creernos buenos saber que |
un connacional fue
canonizado y que su nombre figura en el calendario; nos |
basta para sentirnos
civilizados, recordar que Ramón y Cajal fue Premio Nobel; |
nos hasta para ser
deportistas haber comprado un campeón, y nos basta para |
5 (21) |
no acomplejamos de pobres
que uno, entre millones, de repente se haga rico |
gracias a la lotería.
Entre todo lo que nos puede impresionar tal vez sea esto |
último lo que más nos
afecta. Así lo parece porque, en adelante, por inercia, |
ya seguimos hablando y
―sobre todo― pensando que, si no hacemos más o |
mejores cosas, es por
falta de dinero: «si tuviéramos dinero...», «si me tocara |
la lotería...», «si
acertara en una quiniela...», «si...». Nos perdemos en esperan- |
zas pueblerinas, de
televidentes sugestionables. |
El primer elemento de todo
lo más grande que se ha realizado en el mundo, |
no ha sido precisamente el
dinero: por lo menos el primer elemento de las cosas |
buenas. No vamos, ahora, a
recordar todo lo que Cristo dijo del dinero... |
Nosotros hablamos del
dinero, incluso para emplearlo en cosas buenas, |
porque el dinero abrevia
expedientes, ahorra fatigas, acorta distancias entre el |
deseo y la realización;
porque el dinero hace más cómodo el bien que queremos |
hacer. Pero ese bien puede
hacerse siempre: con el trabajo, con el aprovecha- |
miento generoso y racional
del tiempo y de las fuerzas que Dios nos ha dado; |
con la capacitación
perseverante, con la apertura no interrumpida en el obrar; |
con el empleo y el gasto
de lo que ganamos honesta y diligentemente; con la |
dedicación inteligente y
atenta de fuerzas y posibilidades, sin perdernos en |
mariposeos inútiles, por
esa feria disipante y superficial de lo inútil, de lo mal |
gastado. |
La mayoría de los que no
hacen más bien porque, dicen, les faltan posibi- |
lidades para ello
―dinero, conocimientos, tiempo...— tampoco lo harían si |
dispusieran de ellas;
basta contemplar la hibridez en que se aburren, respecto |
al bien, la mayoría de los
que podrían hacerlo: el que dispone de tiempo, lo |
pierde en disipaciones y
paseos inútiles; el que tiene conocimientos, tal vez los |
presume, pero más
fácilmente los apunta a la conquista de ganancias cómodas; |
y, el que tiene dinero, lo
guarda (¡por eso lo tiene!...). En todo habrá algunos |
idealistas; pero pocos. |
El bien, para que lo sea,
necesita de pocas condiciones; su dinamismo es |
incontenible. Las
condiciones las ponen la pereza y el egoísmo. Sólo el que no |
le pone condiciones,
cuando tiene los medios, los emplea y sublima en la tarea |
sin reposo que hay siempre
por hacer y que nunca acaba. |
El bien cristiano, para
que lo sea, ha de ser el bien ganado": mi trabajo, |
mis logros, mi entrega...
Cristo "se" dio. San Pablo dice que «nos enriqueció», |
que «nos compró con su
entrega». Y también decía a los corintios: «así yo |
también me entrego y me
gasto gustosamente en beneficio de vuestras almas». |
«Dios ama al que da con
alegría»; pero la alegría de dar surge más bien de |
dar lo propio que dar lo
administrado. Muchos se nos ofrecen para administrar; |
pocos para amar. Por eso,
tantas veces, el dinero es el anti-amor, «la iniqui- |
dad» según dice el
Evangelio. |
6 (22) |
UNA |
CONVERSIÓN |
LA |
LUZ: |
NEWMAN |
TODO el que emprenda
seriamente un camino de sinceridad hacia Dios, |
tendrá que pasar por la
experiencia del esfuerzo honesto y doloroso de |
una búsqueda que será
marcada con intermitencias inefables y profundas |
de momentos en los que el
buscado ha sido él mismo. Estos momentos, general- |
mente decisivos, en los
que la fe y la oración están en el centro y en la actividad |
en plenitud del sujeto,
con lo que también pueden llamarse conversiones". |
John Henry Newman, el gran
convertido e insigne fundador del Oratorio |
en Inglaterra, decía que
"su" conversión había tenido lugar cuando contaba |
quince años. Seguramente
él quería decir que desde aquella edad, tomó seria- |
mente a Dios en su vida;
pero ésta tuvo más adelante ―sin duda como |
derivación que aquella
decidida y consciente seriedad inicial― varios de esos |
momentos que marcan, con
hitos de trascendencia, el caminar del hombre en |
busca de Dios, hasta la
muerte, "conversión" suprema. Sus escritos, sus notas |
autobiográficas, sus
poesías, nos permiten descubrirlo. Hoy queremos reprodu- |
cir una de estas poesías
que, para ser más fieles en la trascripción, traduciremos |
en versión arrítmica. Es
sin duda la más conocida de cuantas Newman escribió, |
incluida en los himnos
cantados tanto en las iglesias católicas, como protestan- |
7 (23) |
tes… excepto en el
mismo Oratorio de Birmingham, donde Newman, consciente |
mejor que nadie de su
carácter personal, no podía oírla sin profundo y |
ruborizante
estremecimiento. |
En diciembre de 1832
terminaba su primer libro The Arians of the fouth |
Century y se embarca para
un viaje hacia Italia y Sicilia. Aquí sufre una grave |
enfermedad que le lleva al
borde de la muerte. Coincide con ella una de las |
crisis más importantes del
camino espiritual de Newman hacia el catolicismo, |
aunque tardara doce años
más en entrar en la Iglesia (1845). Todo, los senti- |
mientos de Newman se
transparentan en sus palabras, compuestas durante su |
viaje de retorno, todavía
convaleciente, sobre la nave, cerca del estrecho de |
Bonifacio. Reflejan la
humildad serena y la pacífica confianza del abandono que |
asegura el camino hacia la
esperanza que aureola la meta: |
GUÍAME, LUZ BENIGNA |
Lead kindly light |
Llévame de la mano, luz,
benigna, cuando me envuelven las sombras, |
¡llévame de la mano! |
La noche está oscura y me
encuentro lejos del hogar, |
¡llévame de la mano! |
Vela sobre mi camino. No
pido poder ver |
el lejano horizonte; me
basta avanzar un poco. |
No ha sido siempre así; no
siempre te he pedido |
que tú me condujeras. |
Yo quería elegir y ver por
mí mismo el camino, pero ahora |
¡llévame de la mano! |
Prefería el día encendido
de sol, y a pesar de mis temores, |
el orgullo dominaba mi
voluntad: ¡olvida mis años pasados! |
III |
Tu poder me ha colmado de
bien hasta ahora, |
¡llévame todavía, |
a través de desiertos y
ciénagas, de piedras y torrentes, |
hasta que se acabe la
noche, |
y me sonrían, con la
mañana, los rostros de los Ángeles |
que tanto he amado, y he
perdido en un momento! |
8 (24) |
FALTA |
COMUNIDAD |
LO mínimo que debe
pretenderse, es hacer inteligible una celebración li- |
túrgica; si bien este
mínimo no basta, porque no basta para la vida, y la |
liturgia debe ser vivida,
y responder, por lo tanto, lo mejor posible, a las |
condiciones de la
existencia vital cristiana, para que la ilumine con su mensaje |
y la fecunde
sacramentalmente. Si esto no tuviera o no pudiera tener lugar, la |
liturgia se reduciría a un
espectáculo ―aunque para algunos devoto― al que |
se "asiste" o
"soporta", a un cumplimiento" impuesto, a una
"costumbre" tra- |
dicional; pero no sería el
encuentro fraternal del pueblo de Dios con Cristo, |
para alabanza del Padre al
participar y vivir la Redención. No sería liturgia, |
sino otra cosa. Otra cosa
que podría valorarse desde aquellos que de buena fe, |
pero con mentalidad
raquítica, no han dudado en clasificar la misa como "acto |
de piedad"
seguramente importante, hasta los que se han complacido en la esté- |
tica de su solemnización,
o en las etéreas complementaciones sentimentales que |
puede proporcionar, como
descanso para el espíritu, o como fuente automática |
de gracias y de
indulgencias, decoradoras de la espiritualidad individualista de |
cada creyente. |
Se ha podido comprobar
cómo, especialmente en las celebraciones eucarís- |
ticas, la versión en
lengua vernácula, de lecturas y formularios, ha puesto más |
en evidencia la necesidad
de la "participación", puesto que la inteligibilidad de |
gestos y palabras no
bloqueaba ya la "comunicación", más sensible ahora, más |
inmediata y a nivel
lingüístico de los mismos entre los que se establece. Y ha |
bastado comenzar para
descubrir que, con sólo "entender" tampoco se concluía |
todo el esfuerzo posible
para esa participación vital, aunque la primera forma, |
o primer grado de
participación, sea el entendimiento. |
Dos cuestiones se han
destacado, a las que pueden reducirse todas las |
demás y que sería siempre
preciso tener en cuenta antes de formular crítica |
alguna respecto a la
insuficiencia de las reformas o instauraciones más recien- |
tes, que tal vez hemos
calificado, como más trascendentales de lo que realmente |
eran, debido a
concepciones precedentes erróneamente estáticas y a otros pre- |
juicios ajenos al buen
sentido espiritual y cristiano. ¡Tanta falta hacía una reno- |
9 (25) |
vación, que lo poco
alcanzado ha parecido mucho! Mucho y demasiado a los |
retrógrados; todo y, por
lo tanto, poco, insuficiente, a los impacientes. |
CRISIS DE COMUNIDAD |
Lo poco hecho ha parecido
mucho en parte, por falta de receptividad de |
aquéllos ―no todos,
evidentemente― a quienes iba destinado. Intelectual- |
mente, el pueblo cristiano
estaba con seguridad más preparado para compren- |
der las renovaciones de lo
que era de suponer ante un previo análisis superfi- |
cial; pero este mismo
pueblo, como verdaderamente "cristiano" seguía ―s- |
igue― en amplísimos
sectores, con un cristianismo más sociológico que comu- |
nitario, y más individual
que personal. Y acentuamos las dos palabras comuni- |
tario y personal, que
consideramos términos clave. Lo sociológico supone más |
convergencia que
convivencia, más reunión que comunicación o comunión, |
más la
"presencia-con" que el "amor-a". Si contemplamos un
templo lleno de |
fieles con ocasión de una
misa dominical, no por ello, de manera espontánea, |
brota la relación de
fraternidad entre los presentes, y, si se expresa resulta |
inevitablemente fugaz y
forzada: ¿en qué ha venido a parar ese abrazo de paz |
aconsejado en las
celebraciones?... Reducir la mayoría de expresiones a simbó- |
licas, degeneraría en
teatralidad, de donde a veces surge, más espontánea, la |
simplificación. |
Los formularios renovados
suponen ―debían suponer― la comunidad |
del pueblo de Dios; pero
lo cierto es que esta comunidad como tal es muy débil |
todavía, de donde lo
forzado de suponerla o de imponerla. Hay que crearla. |
Pero: ¿es posible crearla
desde la misma celebración, a fuer de repetir fórmulas |
"comunitarias" o
ensayar gestos afectivos?... Por lo menos no se puede dar, a |
esta pregunta, una
respuesta positiva y exclusiva, porque no se puede ser cris- |
tiano sólo en el momento
de la celebración: sería un juego y un equívoco. |
Faltan comunidades: esa es
la realidad. Comunidades que no se crean por |
voluntad autoritaria y
positiva como se crean municipios o sociedades filantró- |
picas; sino comunidades
que se edifican en el dinamismo del bien, no desde el |
individuo, sino desde la
persona. El individuo se incomunica, se aprovecha, |
se asegura; la persona se
abre, se comunica, y crece y se define a fuer de |
aumentar en su
comunicación y apertura. Desde la celebración litúrgica se |
puede instruir, se puede
ensayar, se puede alentar hacia la comunidad; pero |
no jugar a comunidades.
Los más serios, ya lo vemos, no juegan: "cumplen" |
con preceptos o costumbres
en favor de sí mismos y nada o muy poco en favor |
de los demás, que tienen
al lado, cerrados, como ellos. |
La renovación iniciada,
preciso es reconocerlo, es buena, pero se queda |
corta. Buena hasta más
allá de lo que somos capaces de aprovechar; pero corta, |
10 (26) |
porque todavía debería
permitir mayor espontaneidad, más amplia acomoda- |
ción a lo que ha de ser
una asamblea litúrgica cristiana. |
En eso, no obstante, y
mientras hemos de desear y esperar una mayor |
amplitud, tenemos todo
mucho por hacer, y que ni las autoridades, ni los |
liturgistas, ni los
sociólogos pueden inventar en la Iglesia. No cuesta mucho |
"jugar" a
comunidades; lo que vale, sin embargo, es generarlas y mantenerlas, |
y esto tiene que ver más
con la gracia y la caridad verdadera, que con las legis- |
laciones u organizaciones:
e=to hemos de hacerlo cada cristiano, sea el que sea |
el lugar que ocupe en la
Iglesia. Inventar fórmulas para reunir personas no es |
tarea nueva; se viene
haciendo desde hace muchos siglos; incluso basta que |
algo se presente como
nuevo para conseguir algunos adeptos, en esa mezcla de |
interés y curiosidad
humanas propensa al cambio, si es fácil o si distingue. |
Hay cristianos que
necesitan cambiar de apostolado, o de reunión espiritual |
cada dos años, como si el
juguete se les hiciera viejo. Y van "jugando a comuni- |
dades" hasta dar
enteramente la vuelta por todas, o en espera de la última |
inventada. Pero olvidan
que la Iglesia no puede complacerles, honradamente, |
en ese proporcionarles
diversión o entretenimientos místico-apostólicos; la Igle- |
sia es comunidad, esfera
del amor, crecimiento fraternal en el bien y, por eso, |
transformación del mundo.
Esto es mucho y es difícil. Tal vez gusta oírlo, pero |
gusta menos seguir hasta
el compromiso a que lleva... Es el momento del cambio |
a otro apostolado, o el
borrarse, o de mantenerse más o menos encerrados en |
piedades y ascetismos
individuales, relamiéndose el alma en la propia sugestión |
beatil. Aquí la
perseverancia es menos ardua, a pesar de tener que vencerse y |
luchar por mantenerse...
individualmente. Estos cristianos seguirán concurrien- |
do a las celebraciones a
buscar un bien para ellos mismos y a sólo rogar por |
los demás, en realidad
alejados, desfraternizados, ajenos al valor comunitario |
sin el cual carece de
verdadera significación la eucaristía en que tal vez parti- |
cipan (?). Y ¡son los
"mejores"! |
No se han dado cuenta de
la insistencia de la Iglesia, especialmente a través |
de la liturgia, para que
se produzca una apertura comunitaria y se recobre el |
sentido cristiano de las
celebraciones que son más que un servicio espiritual |
repartido a cada uno de
los asistentes. |
CREATIVIDAD LITÚRGICA |
Para facilitar la
participación" observamos cómo la actual renovación |
litúrgica se aleja de la
exactitud uniforme precedente y ofrece fórmulas diver- |
sas para la celebración de
la Misa y para otros sacramentos y actos de culto, |
con objeto de una mejor
acomodación comunitaria y circunstancial de dichas |
celebraciones. Seguramente
que no sólo se ha pretendido obviar a esa conve- |
11 (27) |
niencia, sino proporcionar
un conto entrenamiento creativo, porque tener que |
elegir es ya, aunque
mínimo, un acto creativo. No se trata de resucitar un |
prurito inventivo para un
regreso romántico a la: primeras celebraciones |
improvisadas, sino de
abrir cauce al espíritu para que su espontaneidad no se |
oponga a la necesidad de
la convergencia del siglo comunitario. Son muchos |
los que miran a las
innovaciones estrenadas, no como un logro, sino como un |
principio de donde partir
hacia la creación de nuevas expresiones. En realidad, |
aun aceptando la totalidad
literaria de los libros recientemente aprobados, |
queda siempre una
posibilidad de acomodación reservada al que preside la |
asamblea, y pensamos que
sería todavía más amplia esta facultad —homilía, |
moniciones, oración de los
fieles...— si todos, fuésemos conscientes, como |
comunidad en y fuera del
templo, y no arrastráramos defectos e incapacidades |
espirituales y hasta
intelectuales y estéticas que nos situarían en peligro de |
trivializar las acciones
sacramentales. Es lástima que no sepamos hacer mejor |
las cosas, pero, si no
sabemos hacerlas, es mejor que no las hagamos, porque |
el ridículo no honra a
Dios ni evangeliza a los hombres. No obstante, hemos |
de pensar, y rogar y
estudiar y merecer esa superación necesaria y consecuente |
de la apuntada arriba,
cuando hemos hablado de la crisis de comunidad, para |
que, cuando se haga, no se
nos convierta, también 0, en un juego más, en |
novelería pasajera, o en
vulgaridad y singularidad sin sentido. Ni el genio ni |
el arte se improvisan, a
pesar de los atrevimientos de la ignorancia. Pero es |
conveniente, desde ahora,
que veamos en las celebraciones, esa posibilidad |
constantemente renovadora
y renovada a la que hemos de ir disponiéndonos, |
aunque contemos con un
bagaje tal vez poco rico espiritual y culturalmente y |
debamos considerarlo como
un acicate más para superarnos. |
LAUS |
se reparte gratuitamente |
a quien lo solicita |
Escriba al Apartado 182
ALBACETE |
12 (28) |
SIN ESCANDALO |
Y SIN |
DESALIENTO |
CADA vez son menos los que
se |
escandalizan por los
cambios |
del mundo y,
consiguientemen- |
te, por los cambios,
también, de la Igle- |
sia en el mundo; pero
también cada |
vez, los pocos que van
perseverando |
en esta reducida posición
radical, se |
endurecen más hasta
adquirir, aunque |
pretendan manifestar todo
lo contra- |
rio, un comportamiento
sectario. A su |
actitud intransigente y
hasta violenta |
se debe, en parte por lo
menos, la re- |
acción contraria de
desaliento en los |
que, impacientes,
precisamente aguar- |
daban y deseaban, todavía
más am- |
plias y explícitas, las
reformas y reno- |
vaciones que el
conservadurismo fre- |
naba, retardaba o, por lo
menos, con- |
tradecía u ocultaba. |
Pero, ¿de qué se
escandalizan? En |
realidad, hasta ahora, los
cambios o |
renovaciones habidas en la
Iglesia, |
han sido importantes más
bien por su |
significación que por su
dimensión. |
Nos referimos al
movimiento derivado |
de la celebración del
Concilio Vatica- |
no II. Este Concilio ha
sido importan- |
te, no ya por lo que ha
salido de él, |
sino por el movimiento que
ha origi- |
nado y que supera las
consecuencias |
más próximas de él
derivadas. Porque |
ya no puede ser limitarlas
a "cumplir" |
con el Concilio, a aplicar
solamente |
sus decretos o a proclamar
sus consti- |
tuciones, parte de lo cual
ya se estaba |
superando en el mismo
momento en |
que se publicaron. Muchos,
sin darse |
cuenta, adoptaron la
actitud de los |
judaizantes del primer
siglo cristiano, |
ajenos a la verdadera
renovación espi- |
ritual interior, a un
cambio de menta- |
lidad, o tomaban el
Concilio como un |
"añadido" a su
bagaje cultural cristia- |
no, o como el último
código a aplicar, |
para seguir
cumpliendo" siempre con |
la Iglesia, pero ajenos al
espíritu, sin |
abdicar de sus viejas
deformaciones |
cristianoides, por más que
usaran y |
gastaran la terminología
que el Conci- |
lio suscitaba
―diálogo, colegialidad, |
pastoral, estructuras,
carisma, etc....― |
El análisis de la
psicología propensa |
al modo de conducirse de
tales conser- |
vadurismos, más o menos
inconscien- |
tes, o más o menos
disimulados, exce- |
dería el espacio de que
disponemos, |
aunque sea cierto que ha
engrosado |
amplios sectores de
creyentes, a veces |
significados. Cuando ha
sido así lo |
13 (29) |
corriente era que tal
significación estu- |
viese marcada por factores
no estricta- |
mente religiosos,
cualesquiera que |
fueren las apariencias
externas. |
De todos modos, su
presencia no ha |
sido siempre perjudicial,
a pesar de |
haber alejado a buen
número de hom- |
bres de buena voluntad que
han con- |
fundido el falseamiento
del mal ejem- |
plo conservador con la
fisonomía de la |
verdadera Iglesia de
Cristo, no siempre |
coincidente con las
exterioridades más |
visibles. No ha sido del
todo perjudi- |
cial porque, merced a
ellos, los avan- |
zados han tenido que
profundizar sus |
razones y consolidar
criterios y no |
limitarse a seguir el
impulso instintivo |
de su arranque, ni
bastarse con sus |
intuiciones; sino que,
superada toda |
ligereza, con purificada
reflexión y |
tenacidad, han vigorizado
su dinámica |
renovadora. Sin este
esfuerzo surgido |
precisamente del
contraste, lo que te- |
nía que ser renovado
correría el riesgo |
de ser solamente cubierto
de novelerí- |
as superficiales y
engañosas, pobres |
de pensamiento y de
imaginación, con- |
virtiendo en otro
conservadurismo re- |
cién llegado, ese descanso
tras el solo |
mínimo esfuerzo, más allá
del cual |
falta el aliento y se
asusta el corazón. |
Para superar el riesgo de
las fosiliza- |
ciones, para ir más allá
de un mime- |
tismo evangélico, o de
meros gestos |
simbólico-renovadores
válidos única- |
mente para impresionar, es
providen- |
cial ese contraste, y
hasta contradic- |
ción que obliga al trabajo
reflexivo, |
profundo y leal, en esta
época bendita |
en la que se nos advierte,
más que en |
otras, de la conveniencia
y la necesi- |
dad de mantenernos en
constante acti- |
tud renovadora. |
Por otra parte, no todos
los conser- |
vadurismos han permanecido
como |
cristalizados en su
inmovilidad. Algu- |
nos de ellos procedían de
un instinto |
prudente todavía no
bastante desarro- |
llado, y las polémicas o
tensiones les |
han despertado a
realidades no sospe- |
chosas, obrando un paso
más en el |
proceso de
conversión" siempre |
abierto, que es toda vida
cristiana |
sincera, parta de donde
parta. Un |
cambio demasiado rápido no
habría |
permitido tales
recuperaciones. Por- |
que no siempre hay que
juzgar esos |
cambios que se observan en
ciertas |
valentías de última hora,
como opor- |
tunismos para no quedarse
en tierra |
cuando ya se liquidan, por
irremedia- |
blemente inservibles por
desplazados, |
los últimos
conservadurismos, |
Con un poco de visión
providencial |
no ha de ser difícil
vencer la crisis de |
desaliento. Basta no tomar
como sust- |
ancial lo que es solamente
accesorio, |
para evitar confusiones
desorientado- |
ras: cambia lo que debe
cambiar; |
cuando el cambio es
demasiado lento |
— aun en los frenazos
provocados - |
solamente ocurre que se
amplía hacia |
un más dilatado y profundo
influjo |
renovador. Son los caminos
de la |
Providencia. Caminos, de
todos mo- |
dos, no para sentarse a su
orilla y |
contemplarlos, sino
caminos para ser |
andados, sin remolonerías,
con alegría |
y alabando a Dios. |
14 (30) |
UN POCO |
MÁS CERCA |
DEL |
SEÑOR |
Si tuviéramos que reducir
al mínimo |
el programa cuaresmal de
un cristiano |
deseoso de que no
transcurriera inútil- |
mente por el calendario de
su vida ese |
tiempo de conversión"
que se nos ofre- |
ce, especialmente a través
de la liturgia, |
le aconsejaríamos que no
se perdiera la |
asistencia y participación
en las misas, |
tanto diarias como
dominicales, y que lo |
hiciera con regularidad y
puntualidad, |
para poder atender, con el
debido sosie- |
go, a todas sus partes. El
malogro que |
se hace de la liturgia de
la Palabra por |
los que mantienen su
costumbre o afición |
de rezagados, les impide
el beneficio de |
ese medio, prácticamente
indispensable, |
para la debida disposición
sacramental |
de la Eucaristía. |
(Naturalmente, no decimos
nada para |
esos que llegan al
ofertorio y se escapan |
apenas se inicia la
comunión... ¡Estarían |
mejor en sus casas, porque
se evitarían |
la raquítica molestia del
cumplimiento |
—"cumplo" y
"miento"—, y no darían mal |
ejemplo de cicatería
supersticiosa a los |
espíritus débiles que les
pueden ver!). |
Las Lecturas, la
Eucaristía, serán dos |
encuentros diarios con el
Señor": mentali- |
zación y vida cristiana.
Renovación, "re- |
conversión", a partir
de ese Bautismo |
recibido en edad
inconsciente y que, pa- |
ra hacerlo fructífero,
cuando la concien- |
cia se despierta, precisa
de una auténtica |
conversión personal, que
ha de renovar- |
15 (31) |
se sin cesar, si bien en
el tiempo de Cuaresma la Iglesia dis- |
pone para sus hijos toda
una pedagogía y unos medios sobre- |
naturales que la facilitan
más todavía que en otras ocasiones. |
La santa Misa, la
penitencia, la oración, la limosna, todo |
ello no entendido como un
conjunto de detalles simbólicos, |
sino arracimado a una
mayor compenetración con Cristo, ha |
de ayudar a esa
conversión" no acabada que hay que ir |
completando. |
Si además preparamos la
asistencia a las celebraciones |
con la lectura anticipada
de la Escritura que allí se ha de leer, |
y si procuramos
beneficiarnos de alguna de estas series de |
conferencias en las que se
nos ofrece una síntesis estimulan- |
te para la fe y la gracia,
llegaremos al portal de la Semana |
Santa, de la Pascua, un
poco más cerca del Señor. |
MIÉRCOLES DE CENIZA |
15 DE FEBRERO |
LITURGIA PROPIA DEL DIA. A
LAS 8 DE LA TNRDE |
CONFERENCIAS CUARESMALES |
EN EL MES DE MARZO |
JUVENTUD: DEL LUNES 13 AL
MIERCOLES 15. |
SUNORAS. DEL LUNES 20 AL
VIERNES 24. |
HOMBRES: DICL LUNES 27 AL
MIÉRCOLES 29. |
Las misas de los días
laborables se celebran en la |
capilla del Oratorio a los
8,45 de la mañana y a las |
8 de la tarde |
Luis de los días festivos,
en la iglesia, a las 10, 11 y 12 |
de la mañana ya las 8 de
la tarde. Sábados y víspe- |
ras de fiesta, a las 8 de
la tarde. |
LAUS |
Director: P. Ramón Mas,
C.O. - Edita e imprime: Congregación del Oratorio |
Placeta de S. Felipe Neri,
1 - Ap. 182 - Albacete - D. L. AB 10:162 - 3. 2. 72. |
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