Boletín
del Oratorio de Albacete. |
Núm. 103. MARZO. Año 1972. |
SUMARIO |
CUARESMA, Semana Santa,
Pascua: tiempo de revi- |
sar nuestro Bautismo,
tiempo de purificación, de |
aproximación al misterio
de Cristo; tiempo de agra- |
decer su sacerdocio y
todas las formas de consa- |
gración que le siguen, de
cerca, en la vida, en el dolor y |
en la esperanza de su
Reino, como la Virgen, la primera |
cristiana. |
Este número contiene
además de los horarios de las Con- |
ferencias Cuaresmales y de
los cultos de Semana Santa. |
¿ENTRETENER EL OCIO, O
CONVERTIRSE? |
ESPÍRITU Y SENTIDO DE LA
PENITENCIA |
JUEVES SANTO |
LA IGLESIA EN EL MUNDO |
LOS MINISTERIOS DE LA
MUJER EN LA IGLESIA |
PROBLEMA CULTURAL, NO
DOGMÁTICO |
TAMBIÉN AQUÍ Y AHORA |
LA MUJER EN EL MUNDO Y EN
LA IGLESIA |
TIME, NEWSWEEK, LIFE,
PLAY-BOY... |
EN EL LLANTO, de León
Felipe |
1 (33) |
¿Entretener el ocio |
o convertirse? |
PARA entretener el ocio y
ofrecer descanso a los que nunca se cansan, las |
agencias de viajes se
cuidan de anunciar cruceros turísticos y excursio- |
nes, superando programas
de años pasados, para la próxima Semana |
Santa. Antes, a los
distraídos, ya les habían enterado de la inmediatez de la Cua- |
resma con la publicidad de
itinerarios y precios para acudir a los carnavales más |
famosos del mundo, por su
fasto o excentricidad —Niza, Livorno, Berlín, |
Rio...—. Es posible que
todo ello, más que como una profanación, deba ser |
entendido como una señal
de la elevación del nivel de vida generalizado, que |
ya no se resigna, en
muchos casos, para estas fechas, con cortejos folklórico-- |
religiosos, con
manifestaciones populares ambiguas, con ciertos aspectos alga- |
zariles que habían sido, a
bajo precio, una parte de la vertiente cuaresmal y |
semanasantera, en la que,
las celebraciones de los misterios pascuales, servían |
de vacaciones
primaverales. |
Pero, para un cristiano,
Cuaresma y Semana Santa, han de verse y han de |
vivirse de otra manera.
Son tiempos de gracia, por los que nos conduce la Iglesia |
para que, con alma limpia,
orientados especialmente por la liturgia, prestemos |
atención a la Palabra, y
la rumiemos en el corazón, y se haga tema de nuestro |
trato con Dios y se nos
convierta en vida, como si reestrenáramos el Bautismo. |
Fuera de esto, con
pretexto o sin él de cosas o fechas santas, seguirán los |
ruidos del carnaval del
mundo, que no acaba. Pero no puede interesarnos. |
CONFERENCIAS CUARESMALES |
EN EL MES DE MARZO |
JUVENTUD: del lunes 13 al
miércoles 15, a las 8,30 de |
la tarde, después de la
misa vespertina. |
SEÑORAS: del lunes 20 al
viernes 24, a las 4,30 de la |
tarde. |
HOMBRES: del lunes 27 al
miércoles 29, a las 8,30 de |
la tarde, después de la
misa. |
LA MISA VESPERTINA ES A
LAS 8 DE LA TARDE |
2 (34) |
Espíritu y sentido |
de la penitencia |
EL autor americano de una
versión |
teatral del evangelio de
san Ma- |
teo, no hace mucho, decía
que |
él había pretendido llevar
a la escena |
un cristianismo sin
mortificación, sin |
la obsesión de la
penitencia. Puede ser |
que alguna vez, o muchas
veces, los |
cristianos hayamos dado la
impresión |
de predicadores de
tristezas, pero el |
cristianismo no es una
escuela de pe- |
nitencia y de dolor, sino
de amor; el |
Dios cristiano es «un Dios
de vivos, no |
es un Dios de muertos». Lo
que ocurre |
es que igual que hay que
limpiar los |
huertos de maleza y podar
los árboles |
de ramas inútiles para que
den más |
fruto", también el
hombre ha de puri- |
ficarse el alma y ha de
arrancar de sí |
excrecencias inútiles —en
el Evangelio |
el mal y lo inútil
coinciden— para que |
no le resten vida, y hasta
para que no |
la sofoquen, como aquellos
abrojos |
que impidieron el
crecimiento de la |
semilla germinada, pero no
caída en |
tierra buena. |
La Iglesia nos habla de
penitencia, |
porque es realista. A
pesar de que su |
exhortación —por otro lado
como la |
de Cristo— pone el énfasis
en el modo |
y en el espíritu de la
penitencia. La |
penitencia cristiana no es
solamente |
observar esas pocas reglas
que, como |
símbolo recordatorio,
siguen vigentes |
entre el pueblo cristiano.
La peniten- |
cia cristiana es dilatar
la apertura del |
alma para la conversión;
es reconside- |
rar nuestra fe, revisar
nuestro Bautis- |
mo, arrepentirnos de
nuestro olvido |
y de nuestras
desviaciones, analizar, |
examinar nuestras
actitudes todavía |
más que nuestros actos, y
llegar hasta |
la raíz de nuestros
egoísmos, de nues- |
tra ligereza, de nuestra
trasposición |
de valores frente a Dios y
la vida. |
Inevitablemente, porque ni
todo lo |
bueno está terminado en
nosotros, ni |
limpios todavía de todo lo
malo, ni |
siquiera el que pueda
aparecer más |
santo se librará de tarea
después de |
una sincera autocrítica.
Inevitable- |
mente descubriremos que
estamos |
apegados a muchas
esclavitudes, que |
la sensualidad socava
nuestra volun- |
tad, que Dios nos parece
un ser dema- |
siado lejano, o le
tratamos como tal. Y |
entonces comprenderemos
por qué la |
Iglesia nos predica la
mortificación, el |
desprendimiento, el ayuno,
la limosna, |
la oración. |
Cuando es posible que a
nivel social |
y colectivo se cometan
despilfarros |
enormes, gastos
escandalosos, olvido |
3 (35) |
de valores esenciales, es
preciso admi- |
tir que ello se debe a que
los hombres, |
a nivel individual, son
capaces de |
hacer algo parecido
reducido a su |
escala. En el pasado
Sínodo, el carde- |
nal Kroll, declaraba a los
reunidos |
que el mundo había
gastado, en 1970, |
más de doscientos mil
millones de |
dólares en armas, y que
esta cifra |
representa el rédito de
media humani- |
dad, precisamente de la
mitad más |
pobre. Y añadía que los
Estados Uni- |
dos destinan anualmente
ochenta mil |
millones —la tercera parte
de la tota- |
lidad mundial— de dólares
a gastos |
militares; cuarenta mil
millones, a |
educación; veinte mil
millones, a la |
salud, y cuatro mil
millones a ayudar |
a los países poco
desarrollados, es |
decir, la veintava parte
de lo destina- |
do al presupuesto
militar... |
Estamos, por lo tanto, en
un mundo, |
en el que todo eso parece
a muchos |
normal, cuando en realidad
es un |
síntoma de la anormalidad,
de la falta |
de equilibrio moral de la
humanidad, |
porque en las alturas y en
los que |
rigen el mundo se refleja
el desajuste, |
Fumado, de todas las
aberraciones |
individuales. |
Nuestra humanidad es una
humani- |
dad pecadora, necesitada
de peniten- |
cia, de desprendimiento,
de justicia. |
No hay escasez de dinero,
sólo que se |
emplea mal: el hambre de
los pobres, |
la cultura de las jóvenes
generaciones, |
la atención de los
débiles, tiene menos |
importancia que la
defensa, por la |
fuerza, de las situaciones
privilegiadas |
y, por lo tanto, injustas.
Y es a partir |
del hombre, de cada
hombre, que se |
ha de proceder a la
reforma. Reforma |
que, en cristiano, se
llama conversión, |
penitencia, limosna,
justicia y amor. |
Reforma difícil,
imposible, sin podar |
las ramas de las pasiones,
sin quemar |
las zarzas sofocantes del
egoísmo que |
desafía a Dios, si es
preciso, y se con- |
vierte en soberbia que no
soporta su |
aviso. |
Pero Dios nos avisa y la
Iglesia abre |
otro tiempo de invitación
a la austeri- |
dad, para que purificada,
se renueve la |
vida de sus hijos, y en
los sacramentos |
y en la oración encuentren
la fuerza y |
la alegría de su amistad y
de su gracia. |
Ayudar, con
desprendimiento y generosidad, para |
que se perfeccionen y
difundan todos aquellos me- |
dios y estímulos que,
respetando la libertad de los |
hombres, les muestran el
deber y la posibilidad de |
realizarse en el bien, de
conocer a Dios, de trabajar |
por su Reino, es limosna. |
4 (36) |
Jueves Santo: |
recuerdo vivo |
del Señor |
LOS pintores más |
famosos que han |
llevado la figura |
de Cristo a sus lienzos, |
han iluminado de colores
su nacimiento, han rodeado de triste penumbra su |
muerte y han compuesto
este grupo, dulce y dramático al mismo tiempo, de |
la mesa de Jueves Santo,
donde Cristo se hace muerte y nacimiento, misterio |
y vida, pan y sacramento;
donde Cristo se despide y permanece, se va al |
Padre pero nos deja a los
Apóstoles, cierra el Antiguo Testamento y establece |
el sacerdocio del Nuevo. |
Jueves Santo es el día,
por encima de todo, del Sacerdocio. Y la Iglesia |
se viste de blanco para
partir el Pan, para dar el perdón y para recordar, |
recostada en su pecho, al
Señor. Que mientras parte el pan del cuerpo dice |
el de la Palabra, en un
discurso que oyen, emocionados y sin entender, los |
doce del Cenáculo, a los
que el Señor habla contemplando, en lontananza, a |
todos los que se han de
acercar a su Redención, con la esperanza abierta a |
los hombres, hasta que
todos se hagan uno con él, como él es uno con el |
Padre. Alimenta con la
gracia y manda lejos a éstos que tiene cerca, adictos, |
5 (37) |
aunque sin acabar de
entender todo su misterio: un misterio que se les reve- |
lará poco a poco, en la
comezón del alma, a la claridad creciente de la fe, |
caminando por el mundo,
anunciando a su Señor. |
Jueves Santo en el día del
Sacerdocio, era presencia de Cristo, esa luz |
en lámpara de barro, que
perdura, y se hace llama y lengua repitiendo sus |
palabras, recordando sus
gestos, reproduciéndolos y extendiendo su vida. |
Que no nos falten estos
sacerdotes. No para delegar en ellos, mitificán- |
dola, la santidad que no
tenemos o que todavía no nos interesa porque Dios |
nos parece lejano, sino
que no nos falten para que, voceros de la Palabra del |
Maestro, la hagan resonar
en nuestros oídos y se haga llama del pensamiento |
y fuerza y luz para
nuestro camino. |
Los mejores pintores del
mundo han pintado a Cristo partiendo el Pan |
en la mesa del Cenáculo;
pero solamente uno ha puesto en él, además de los |
apóstoles, a la Madre del
Señor, del Sacerdote de sacerdotes. Ese pintor era, |
a diferencia de los demás,
un hombre de claustro, un hombre de oración, |
consagrado a Dios en el
convento de San Marcos, de Florencia: era Fray |
Angélico. No es que se
tratara de un feminista; simplemente, era más cristiano |
que los otros pintores y,
por amor y por justicia, no pudo prescindir de la |
que dio la vida a Cristo y
le comprendió y siguió, con fidelidad única, com- |
penetrada en su misión y
su misterio, hasta la muerte y, por lo tanto, hasta |
su cima sacerdotal. |
VIERNES SANTO |
VIA |
CRUCIS |
8 de la mañana |
6 (38) |
La Iglesia en el mundo: |
cristianos • católicos •
vida evangélica |
EL número de cristianos en
el mundo representa algo más de una tercera |
parte del total de la
población del planeta; de estos cerca de mil millones |
de fieles bautizados en el
nombre de Cristo, son católicos seiscientos |
noventa millones (la cifra
es del año 1970). Por sí solas, estas cantidades, no |
pueden dejar de
impresionar, aun cuando no sirven para medir el grado de |
santidad y de auténtica
evangelización de la humanidad, porque éstas son |
realidades espirituales
difíciles de evidenciar a través de la ambigüedad de los |
cálculos humanos. Pero a
la Iglesia, inmediatamente, no le interesa compulsar |
tales medidas: el tiempo
es precioso porque es escaso, y su preocupación, más |
que por mirar lo hecho o
por registrar resultados, está en la fidelidad de cada |
día y de cada hora para
cumplir el anuncio del Evangelio a los hombres, en su |
contemporaneidad, e
interpretar, con su actitud, a través de la fe y de la gracia, |
la misión extensiva de
Cristo, prolongado en el tiempo por los que lo han |
incorporado en el
Bautismo. Por otra parte, incorporación siempre imperfecta, |
inacabada, que impone
continuas conversiones —un estado peregrinante de |
conversión— a la par que
se hace voz en el mundo para proclamar a Cristo a |
los que todavía no lo
conocen. Así el apostolado, purificado de intenciones por |
el reconocimiento de la
propia pobreza que impone la necesidad de la humildad, |
puede seguir llamando a
los "pobres de corazón", como algo que les llega de |
Dios y no de la
imperfección de los hombres, y todo apóstol, hasta por sus |
propias limitaciones, es
hermano de todos los hombres, además de que reco- |
nozca que Dios es Padre de
todos, tanto si le conocen como si no creen en Él. |
Reforzar el Bautismo |
Incorporar a Cristo y
anunciarlo a los demás, es la pasión y la acción, en |
la que se dilata, crece y
purifica la vida de todo cristiano. Pero algunos han |
querido reforzar, incluso
con la ordenación externa de esta vida, el propio |
Bautismo: es lo que
antiguamente se conocía con el nombre de vida apostólica", |
ese dejarlo todo para
seguir a Cristo, acentuando el reflejo de su pensamiento |
y de su voluntad, tal como
se desprende del Evangelio, hasta hacer de éste la |
sobrenatural
"profesión" de toda la existencia, a imitación de los apóstoles y |
de los primeros discípulos
que, incondicionalmente y desprendidos, se pusieron |
al servicio del Reino de
Dios, inaugurado por el Señor. |
7 (39) |
Los nombres que se han
aplicado a esta entrega, han variado y tienen en |
realidad un valor
convencional: *vida apostólica", "vida religiosa", "vida
de |
perfección",
"vida evangélica"... En la actualidad la Iglesia cuenta con algo
más |
de un millón y medio de
hombres y mujeres así consagrados al Reino de Dios |
(dos tercios de ellos son
mujeres; un tercio hombres). Repartidos en una gran |
variedad de Ordenes,
Congregaciones e Institutos, responden a diversas necesi- |
dades espirituales de los
cristianos que las integran y de las actividades apostó- |
licas de la Iglesia. |
El grupo evangélico |
En su vida de comunidad o
de grupo encuentran el estímulo y la moral |
para su desarrollo
personal en Cristo y el poder integrador y aglutinante que |
mantiene vivo el interés
por los proyectos y objetivos inspirados en la vida |
evangélica. No se trata de
ampararse en un simple "refugio" ante las condicio- |
nes neutras o adversas de
un ambiente social externo preocupado por otros |
intereses que los
primordialmente cristianos, sino de aplicar, por una parte, el |
principio sociológico de
la vida grupal, sin el cual la persona no puede alcanzar |
su propia madurez, como no
cesa de reconocer la Sociología moderna, y apor- |
tar la propia vida para
vivirla en "iglesia" —en comunidad—, como una |
anticipación escatológica
o de "signo" de cielo, en creciente aproximación a la |
santidad de la Iglesia, a
cuya esencia pertenece. |
El individuo, por sí solo,
no podría improvisar su formación ni su creci- |
miento, en el proceso
continuo hacia la madurez humana y sobrenatural, y por |
eso encuentra en el grupo
religioso donde se integra, los valores, las normas, |
las ideas y los criterios
que puede asimilar; encuentra la porción precisa de |
trabajo, el cobijo
afectivo y hasta una seguridad emocional que satisfacer sus |
anhelos espirituales y
apostólicos, medidos más como fidelidad de una entrega |
al Señor, que como una
eficacia terrena, sin que ello excluya la satisfacción |
pura y agradecida del bien
realizado. Veinte siglos de existencia de la Iglesia |
y de esa constelación
siempre creciente de hombres y mujeres más entregados |
y más disponibles a su
misión, demuestran que también han sido útiles al |
progreso de los pueblos,
al bien de la humanidad, además de haber ocupado |
siempre los puestos más
difíciles en el anuncio y el testimonio del Evangelio. |
El Cristianismo no es
reducible a simples consolaciones piadosas |
individuales, sino que
debe consistir, como dice Bonhoeffer, en |
participar en la pasión de
Dios en la vida del mundo.. |
8 (40) |
Los ministerios |
de la mujer |
en la Iglesia |
De la intervención del
cardenal George |
Bernard Flahiff, arzobispo
de Winnipeg, en el |
Sínodo de 1971. |
HACE una veintena de años,
cuando alguien ponía la cuestión de si los |
ministerios de la Iglesia
debían reservarse exclusivamente a los hom- |
bres, la respuesta clásica
era: |
a) Cristo fue un hombre,
no una mujer. |
b) Eligió a doce hombres
para que fueran sus primeros pastores, y a nin- |
guna mujer. |
c) San Pablo claramente
dijo que las mujeres deben guardar silencio en la |
Iglesia, y por lo tanto no
pueden ser ministros de la Palabra (1" Cor 14, |
31-35). |
d) Pablo también ha dicho
que fue la mujer quien primeramente pecó y |
por esto no podía tener
autoridad sobre el hombre (1" Tm 2, 12-15). |
e) Es verdad que la
Iglesia primitiva ha tenido ministros femeninos, en |
particular en Oriente y
especialmente hasta el s. VI; pero tales mujeres |
no habían sido ordenadas. |
La conclusión, pues, era
que el ministerio eclesiástico era oficio propio del |
hombre; que las mujeres
debían contentarse con ser fieles y devotas servidoras, |
a semejanza de la Virgen y
de otras piadosas mujeres que rodearon a Jesús. |
Pero esta demostración
histórica hoy no puede ya ser tenida por válida. |
Sabemos que el sacerdocio
del Antiguo Testamento era únicamente masculino |
por reacción contra los
cultos cananeos de la fertilidad, cuyos sacerdotes eran |
principalmente mujeres.
Sabemos que Jesús no podía cambiar tan radicalmente |
y tan rápidamente la
imagen social de la mujer en la sociedad en que vivía, a |
9 (41) |
pesar de que Pablo pudiera
proclamar que ya no hay diferencia entre hombre |
y mujer delante de Dios
(Gal 3, 28). Sabemos también que gran parte de las |
disposiciones
disciplinares de Pablo tienen solamente un alcance sociológico, y |
no doctrinal, como por
ejemplo cuando ordena que las mujeres se cubran el |
rostro en la asamblea
cristiana (1a Cor 11, 3-16). Creo, por lo tanto, que no |
existe ningún obstáculo
dogmático que pueda impedir la revisión de toda esta |
cuestión. |
La evolución de la
situación de la mujer en la sociedad moderna, que es un |
cambio debido en parte a
influencias cristianas, hace que nosotros debamos |
actuar sincera y
seriamente a este respecto... La cuestión que planteo es la de |
la posibilidad de un lugar
para la mujer en el ministerio, o mejor en los minis- |
terios, de la Iglesia. |
Si consideramos cuanto se
ha dicho sobre la creciente diversificación de |
tales ministerios, no veo
cómo podemos evitar el estudio del papel que en ellos |
corresponda a la mujer.
Faltaríamos a nuestro deber para con algo más de la |
mitad de los miembros que
componen la Iglesia si soslayáramos este punto |
concreto. |
Personalmente pienso que,
en la actualidad, es un asunto demasiado serio |
para que el Sínodo guarde
silencio respecto al mismo. Por otra parte, un estudio |
rápido y superficial sería
decepcionante, e incluso podría ser interpretado como |
una manifestación más de
la dominación de los hombres. |
Después de una consulta no
oficial de diversos meses, los obispos de Cana- |
dá, el pasado abril,
reunimos un grupo de representantes altamente cualificados |
de asociaciones de mujeres
católicas provenientes de diversas partes de nuestro |
país. Estas mujeres
expresaron de manera clara, firme y modesta sus anhelos. |
En la Asamblea general
subsiguiente, que tuvo lugar hace tres semanas, los |
obispos adoptaron casi por
unanimidad esta proposición que, en su nombre, |
someto a vuestro juicio: |
«Los representantes de la
conferencia católica canadiense piden a sus |
delegados que recomienden
al santo Padre la formación inmediata de |
una comisión mixta —es
decir, formada por obispos, sacerdotes, laicos |
de uno y otro sexo,
religiosas y religiosos— con objeto de estudiar |
fondo la cuestión de los
ministerios de la mujer en la Iglesia». |
No queremos prejuzgar la
cuestión... Pero, a pesar de una antigua tradición |
de muchos siglos contraria
a los ministerios femeninos, creemos que los signos |
de los tiempos —y no es el
más pequeño el hecho de que ya existen mujeres |
que ejercen con acierto
tareas apostólicas y pastorales— nos acucian para |
emprender con diligencia
el estudio de la situación actual y de las posibilida- |
des futuras. |
10 (42) |
Problema cultural |
antes que problema
dogmático |
CUANDO en el año 1967 se
suscitó, de manera abierta, en el III Congreso |
para el Apostolado de los
Laicos celebrado en Roma, que «se empren- |
diera, con toda seriedad,
un estudio doctrinal acerca del lugar que |
corresponde a la mujer en
el orden sacramental y en la Iglesia», muy diversas |
reacciones siguieron a
este voto. El hecho de que figurara entre las conclusiones, |
ya significa que la
mayoría más destacada del apostolado mundial seglar estaba |
en favor. En cuanto a las
oposiciones, silencios, reticencias o estratégicas |
ambigüedades, no pensamos
hacer comentario. Nos parece más constructivo |
un breve análisis de las
actitudes positivas, en particular de aquella que se |
funda, para dar
participación a la mujer en los ministerios de la Iglesia, en la |
actual escasez de
vocaciones masculinas. |
Es posible que obre más
convicciones la fuerza de las situaciones que la |
razón de los principios.
Pero, en nuestro caso, si esto ocurriera, significaría |
que los hombres, una vez
más, que han reservado para sí el dominio y la |
organización de la
sociedad, recurren a la mujer de manera supletoria. |
La enajenación de la mujer |
El hecho de que ella misma
se avenga, muchas veces, a la comodidad o |
inhibición en que le ha
colocado el fariseísmo humano por medio de la mística |
de la feminidad, no quiere
decir que no exista: precisamente la forma más |
profunda de enajenación es
la que se insinúa, se acepta y permanece incons- |
ciente. Un ser enajenado
se convierte en cosa, en objeto despersonalizado. |
Podría ser todo un
capítulo, y no breve, el de la cosificación de la mujer en la |
sociedad, que la ha
reducido a objeto erótico en favor del hombre, en círculo |
tan persistente y cerrado
que, la que no se resigna a ceder ni a costa de las |
gratificaciones que ello
le proporcione cómodamente, no puede emplear sus |
fuerzas y su talento en
realizarse a sí misma, sino en neutralizar, hasta donde |
11 (43) |
sea posible, la presión de
los obstáculos que se le oponen todavía. La mayoría |
se resignan a ser
"cosa", y cultivan, como recurso para conquistar seguridades, |
o mantenerlas, la propia
cosificación. |
Tardíamente, el estatuto
jurídico de la mujer se va nivelando con el del |
hombre; pero sigue todavía
en las alturas de la teoría, es cierto que cada vez |
menos combatida, aunque en
la realidad la mujer continúe ocupando un lugar |
secundario y supletorio en
la sociedad masculinizada. Masculinizada por falta |
de mayor evolución
racional del hombre arrastrado por los impulsos primarios |
de la fuerza física y de
su ingenio en utilizarla, que le ha llevado a fundamentar |
la prevalencia sobre el
universo y sobre la mujer. La antropólogo Margaret |
Mead ha podido demostrar
que, en grupos humanos no influenciados por |
conductas y
convencionalismos de otras civilizaciones, se observaban compor- |
tamientos en el hombre y
en la mujer, totalmente distintos de los que atribui- |
ríamos, en nuestra
sociedad, como rasgos de masculinidad en el hombre o de |
feminidad en la mujer.
Distintos y hasta contrarios. |
Pero no se trata ni de
masculinizar a la mujer, ni de feminizar al hombre, |
sino de humanizar la
sociedad. Cualquier desequilibrio la lleva a la deformación, |
y esa de la enajenación de
la mujer, es una parte solamente, de la falta de |
madurez de la humanidad. A
la que, ni humana, ni menos cristianamente, |
podemos resignarnos. |
¿Es llegado el momento? |
No se puede actuar sin
saber lo que se quiere, lo que se puede y lo que se |
debe hacer. El pensamiento
precede siempre a la acción humana; solamente |
que el hombre, para no ser
esclavo de sí mismo, ha de proceder con honradez |
y no demorar su obra con
el achaque de pensarla más de lo debido. Muchas |
veces la humanidad ha sido
poco honrada en este sentido, y han sido las |
presiones de los
acontecimientos las que la han forzado a proceder más racio- |
nalmente, en una suplencia
providencial —no milagrera— colaboradora del |
orden establecido por
Dios. Ya decíamos, más arriba, que la escasez de voca- |
ciones en los hombres,
inclinaba o convencía a algunos para la oportuna |
inclusión de la mujer en
los ministerios de la Iglesia. Pero hacerlo por sólo |
este motivo o
principalmente por él, sería cometer un abuso más. |
Hace unos meses, la M.
María Agudelo, de la Compañía de María, que está |
al frente de la Sección de
Religiosas de la Confederación Latinoamericana de |
Religiosos, decía: «Pienso
que teológicamente no hay nada que se oponga a la |
ordenación de las mujeres,
pero culturalmente me parece que falta mucho |
tiempo para que la mujer
pueda serlo de una manera eficaz y que el mundo |
acepte a la mujer
sacerdote». |
12 (44) |
Una cuestión cultural |
He aquí la clave
principal: motivos culturales, es decir, ideas y mentalidad |
que han de penetrar, para
transformarla, una sociedad todavía demasiado |
injusta. Cultura no quiere
decir solamente títulos académicos para selectos, |
sino madurez racional,
responsabilidad abierta, purificación de fariseísmos, |
liberación y respeto de
las personas, justicia en todas las relaciones, compren- |
sión del orden del mundo,
administración generosa para el bien de todo el |
acervo siempre fluyente de
la naturaleza, salida buena de las manos de Dios. |
Existen formas de
subdesarrollo mental y humano, compatible con apa- |
riencias convencionales de
madurez, que hacen imposible la adultez cristiana, |
y de ellas partirá siempre
la incomprensión o la reticencia para todo avance en |
el mundo y en la Iglesia.
A lo sumo, como en tantas otras ocasiones, se pactará |
con el símbolo exhibido,
decorador, pero ineficaz, aunque logre acallar urgen- |
cias comprometedoras,
pronto relegadas al olvido para ceder el paso a la |
presencia de otra novedad.
Es una tentación que la Iglesia quiere evitar. El |
sacerdocio de la mujer no
puede ser una novedad; no puede ser tratado ni |
como cesión oportunista,
ni como llegada tardía que pretende justificarse con |
símbolos que han de
apagarse más tarde. |
El cristianismo ha hecho
mucho para la liberación del hombre. El cristia- |
nismo es liberación, es
redención; ésa de la mujer es solamente un aspecto de |
todo lo que queda por
redimir en el mundo. Queda mucho por hacer. En la |
medida en que se avance
hacia esa liberación general, que ha de serlo de cada |
persona humana y de la
sociedad, irán cayendo barreras y oposiciones al |
clamor de esta justicia y
de otras. Y ello será cada vez más posible en la medida |
en que, en nuestras ideas
y conductas, en nuestros ambientes e influencias, |
trabajemos para comunicar
ideas, responsabilizar personas y liberalizar con- |
ciencias. |
Porque todavía existen
diferencias; todavía no se puede, de cuajo, prescin- |
dir de todas; todavía los
egoísmos se disfrazan de justicia, la debilidad de |
bondad, la astucia de
prudencia, el placer de amor, la altivez académica de |
cultura, las apariencias
de realidad... Pero nada de esto justifica la parálisis o |
el regreso, sino más bien
la insistencia, para lograr un mundo renovado, más |
digno de Dios. De Dios que
hizo, de hombre y mujer, «una sola cosa»; de |
Dios que promete "una
bienaventuranza en la que no se diferencian |
hombre y mujer"; de
Dios que hizo a una mujer Madre suya. |
«Había allí —junto a la
cruz de Jesús— varias mujeres... que cuando estaba |
en Galilea le seguían y le
asistían con sus bienes, y otras muchas que |
habían subido con él a
Jerusalén». |
Marcos, 15, 40-41 |
13 (45) |
También aquí, ahora |
LA evangelización es la
misión específica de la Iglesia, y todos aquellos que |
han atendido al
llamamiento de Cristo y le han consagrado las fuerzas y |
la vida, lo han hecho para
convertirse en voz de este Evangelio y para |
encarnarlo, hasta donde
consintiera la flaqueza humana, en su propia existen- |
cia. Además, la Iglesia ha
ejercido una misión cultural y benéfica, o para facilitar |
la proclamación del
Evangelio o como una derivación de la generosidad que |
inspira. Pero las
alabanzas que por ello se le tributaran en el pasado hoy ya no |
pueden ser exclusivas para
ella, porque la cultura ya no es privativa de los |
monasterios, como en el
Medioevo, ni la beneficencia, en nuestros tiempos, de |
la profesión evangélica.
Gracias, en parte, a la labor precedente de la Iglesia y |
de sus instituciones, el
mundo moderno está mejor organizado y evolucionado. |
Lo cual no anula el campo
específico de la misión evangelizadora que a la Iglesia |
corresponde: también aquí
y también ahora el mensaje de Cristo ha de seguir |
siendo transmitido a los
hombres; también aquí y también ahora el Señor sigue |
llamando a muchos para que
"dejándolo todo le sigan" y continúen el anuncio |
del Evangelio y se
esfuercen por encarnarlo en la propia vida, con el propósito |
de una fidelidad exclusiva
para el Señor. Y a nadie debe de extrañar que, el |
que tanto amo a la
humanidad, siga encontrando respuestas generosas a tal |
amor. San Juan escribía:
«Nosotros creemos en el amor»; hay hombres y |
mujeres que creen en este
amor y le entregan la vida. También hoy. |
Pero en nuestra época,
cada vez más, los que sigan este llamamiento "en |
espíritu y de
verdad", deberán purificar su intención respecto a gratificaciones |
de promoción humana, o de
aprobación y halago social, y disponerse a un |
mayor desprendimiento
porque el mundo —que nunca fue totalmente desinte- |
resado en los halagos o
consideraciones—, ya no prestará atención ni recono- |
cimiento por las
actividades —menos necesarias porque menos exclusivas— |
marginales o derivadas de
aquella misión. El seguimiento del Señor ganará en |
pureza. |
En adelante, todo hombre y
toda mujer que siga a Cristo hasta las últimas |
exigencias del Evangelio,
ha de saber que el Señor le espera en una Iglesia |
que parecerá menos
organizada, desprovista de privilegios, pobre, virgen, más |
ágil por lo tanto y
espiritualmente más fuerte, si bien en las apariencias huma- |
nas más débil e insegura
—según el concepto que el mundo tiene de la seguri- |
dad—, y será necesario
insistir en la referencia a los primeros seguidores de |
Cristo, como si el
Evangelio volviera a ser nuevo y comenzara otra vez su |
anuncio en la palabra y en
la vida de los que respondan con prontitud al |
llamamiento de Cristo,
cuya voz vuelve a resonar ahora y aquí, y dice: |
«¡Sígueme!». |
14 (46) |
El lugar de la mujer |
en el mundo |
y en la Iglesia |
Por el arzobispo Leo
Christopher Byrne, |
de Saint Paul y
Minneapolis. |
E propongo tratar de la
influencia que las mujeres pueden ejercer en la |
Iglesia y en el mundo
influencia sobre la justicia, la paz y el progreso |
en el mundo; influencia
sobre la misión eclesial de salvación, de |
santificación, de
transformación de la vida; influencia que, hasta ahora, ha sido |
dolorosamente olvidada y
despreciada. Tomo la palabra para pedir justicia en |
favor de esta mitad de la
humanidad, tanto en el mundo profano como en el |
mundo de la Iglesia. |
1. LOS DERECHOS DE LA
MUJER EN LA SOCIEDAD CIVIL. |
En la Pacem in terris, el
papa Juan XXIII, vio uno de los signos de los |
tiempos en el hecho que la
mujer tomara cada vez más conciencia de sí misma |
y en su aspiración a la
autonomía: «Cada vez más consciente de su dignidad, |
la mujer ya no admite ser
considerada como un instrumento; exige que se la |
trate como una persona,
tanto en el hogar como en la vida pública» (n. 41). |
En ciertos países la lucha
de la mujer por obtener el reconocimiento de |
sus derechos fundamentales
ha conseguido progresos considerables. Pero en |
otras sociedades, ya sea
por razón de las leyes o de las costumbres, la mujer |
sigue ocupando,
sistemáticamente, una situación de inferioridad. Aun teniendo |
en cuenta las divergencias
legítimas en las tradiciones sociales, es preciso insis- |
tir sobre el principio
fundamental cristiano: la mujer es igual al hombre, y |
toda ley o costumbre que
se oponga a ello es una injusticia. |
Incluso en países
"avanzados" que suscriben el principio de igualdad, la |
mujer ocupa de hecho un
lugar inferior: es explotada. No es raro, por ejemplo, |
que reciba un salario
inferior al del hombre a pesar de realizar un mismo tra- |
bajo. Del mismo modo, la
explotación sexual de la mujer por el hombre está |
muy extendida en muchos
países occidentales y hasta adquiere el aspecto de un |
comercio organizado. Fuera
de las consideraciones éticas, hay que protestar |
15 (47) |
contra este hecho, ya que
reduce a la mujer a la función de objeto utilizado y |
explotado por el hombre. |
Es con razón que la mujer
moderna rehúsa definirse como "inferior" con |
respecto a un hombre
"superior". Se define como "ser íntegramente humano", |
entero, como una única
persona humana, con derechos propios. Esta es una |
visión sana, eminentemente
cristiana. Es una "liberación" en el sentido autén- |
tico de la palabra. Leemos
en la Biblia: «Dios creó al hombre a imagen suya... |
Hombre y mujer los creo»
(Gn. 1, 27). |
Iguales, siendo una sola
cosa en la semejanza a Dios, hombre y mujer están |
destinados a ser hijos de
Dios, en plenitud de participación con su vida. Todas |
las diferencias humanas
han sido ya rebasadas en la igualdad en Jesucristo; |
esta igualdad que concede
los mismos medios y las mismas posibilidades para |
ir al encuentro del Señor
para vivir la plenitud de su vida, para responder a |
su llamamiento y vivir
como miembros de la Iglesia. |
Los recientes
descubrimientos psicológicos destacan las diferencias radica- |
les de actitudes entre el
hombre y la mujer. Pero aun así es preciso insistir, una |
vez más, que no se trata
de una cuestión de "inferioridad" o de "superioridad". |
La mujer debe afirmar el
valor irreemplazable de su feminidad; cometería un |
grave error si se
contentase con apropiarse de todos los aspectos, incluso de los |
peores, de la cultura y de
las normas masculinas. |
Es necesario desarraigar
todas las formas de injusticia, asentadas en el |
derecho o en la práctica,
que imponen a la mujer un lugar inferior. Es incon- |
testable que todos los
derechos contenidos en la Declaración universal de los |
derechos del hombre,
aprobada por las Naciones Unidas en el año 1949, han |
de ser reconocidos a la
mujer en todo el mundo: |
II. LOS DERECHOS DE LA
MUJER EN LA IGLESIA. |
¿Qué puede hacer la
Iglesia en la cuestión de los derechos de la mujer? |
Quisiera pasar
directamente a algunas proposiciones: |
1. Las Conferencias
episcopales deberían emprender estudios serios respecto |
a sus culturas nacionales,
así como sobre la ley y la práctica de la Iglesia, con |
el fin de eliminar
cualquier discriminación que afecte a la mujer en la vida |
civil y eclesial. |
Estos estudios deberían
profundizar la posibilidad de promover mujeres |
cualificadas en el
servicio de la Iglesia. Las mujeres no deben ser excluidas de |
ningún servicio, en la
Iglesia, siempre que tal exclusión se ampare en inter- |
pretaciones discutibles de
la Escritura, en prejuicios masculinos, o en un ciego |
apego a tradiciones
meramente humanas que tienen seguramente su origen en |
la situación social de las
mujeres en otras épocas. |
2. La Iglesia ha de velar
por reconocer la dignidad de la mujer y por la |
visión cristiana que ella
tiene de sí misma, cada vez que toma posición sobre |
la sexualidad, el
matrimonio, la familia, etc. |
3. La Iglesia —universal,
nacional, local— ha de buscar los medios que |
permitan a las mujeres una
representación y participación más importante y |
más efectiva en la
liturgia, en las actividades y en las organizaciones eclesiales. |
16 (48) |
TIME, NEWSWEEK, LIFE |
PLAY-BOY… |
EN Estados Unidos de
América la |
H, prensa tiene más
importancia |
que en muchos otros
países: |
después de Inglaterra, que
va a la |
cabeza del mundo, y unos
cuantos paí- |
ses más, ocupa el
duodécimo lugar |
entre aproximadamente unos
ciento y |
treinta de los que es
posible obtener |
cifras sobre ediciones
periódicas. Por |
esta razón no nos puede
extrañar de- |
masiado que, en las
páginas de su |
prensa, no sólo como
noticia, sino co- |
mo publicidad, aparezcan
mezclados, |
sin sorpresa para nadie
—allí—, o con |
menos sorpresa, temas
diversísimos. |
Hace muy poco, una
congregación |
religiosa —no hace al caso
su identifi- |
cación ahora—, preocupada
por el es- |
caso número de candidatos
al sacerdo- |
cio, publicó, a toda
plana, un anuncio |
en una de las revistas
mundiales más |
frívolas, dedicadas a la
juventud, Play |
Boy, recordando a sus
lectores la po- |
sibilidad de un
llamamiento sobrena- |
tural para entregarse
enteramente a |
Dios, al servicio de la
Iglesia y de las |
almas. Los resultados, al
decir del |
Padre encargado de recibir
las consul- |
tas y correspondencia
suscitada por el |
anuncio, han sido
"abrumadores", se |
estaban recibiendo
"infinidad de car- |
tas" y, a pesar de
las críticas que ha |
provocado el anuncio en
algunos me- |
dios católicos, "la
congregación estaba |
muy contenta del
experimento." |
Añadió que con
anterioridad, pero |
sin resultado, había hecho
idéntico |
anuncio en las también
famosas revis- |
tas Time, Newstveek, Life
y en los |
periódicos más
importantes. Estas |
revistas tienen,
respectivamente, una |
tirada de 4 millones, 2,3
millones y 8 |
millones de ejemplares;
Play Boy, 5,5 |
millones). Los anuncios en
estas revis- |
tas no fueron criticados,
aunque inefi- |
caces; si bien no hemos de
suponer |
que las censuras puedan
venir del |
pesar de la eficacia.
Millones de ojos |
pasearon por el anuncio su
mirada sin |
sorpresa o sin atención:
eran los ojos |
de los que ni buscan ni
necesitan ni |
apuestan nada en la vida,
más allá de |
lo que sirva estrictamente
para con- |
solidar su posición, su
"establishment" |
—como dirían allí—,
decorado tal vez |
por creencias de buen
acabado moral, |
pero sin riesgos. Ojos de
satisfechos y |
de egoístas, para quienes,
incluso Dios, |
puede ser considerado, en
último tér- |
mino, como una dimensión
más, ultra- |
terrena —por si acaso
existe "algo" |
más allá de la muerte...—
de egoísmo o |
de seguridad; un Dios que
no pida de- |
masiado. Un Dios del que
ya seremos |
partidarios, al que ya
ayudaremos … |
con tal que no pida lo
principal, que |
no profundice en sus
exigencias: el |
Evangelio, el dejarlo todo
y seguir a |
Dios, ya pasó; pasó
hermosamente, |
consoladoramente; se ha
convertido |
en evocación o recuerdo.
Solamente |
desde lejos parece
despedir un res- |
plandor acariciante; si se
acerca, si se |
comete la ingenuidad de
preguntarle, |
17 (49) |
se repite la escena —¡y la
tristeza!— |
del joven rico del
Evangelio, que per- |
dió, para siempre, la
ocasión de ser |
apóstol. Por eso no
preguntan nunca, |
no se preguntan nunca:
"¿Qué más he |
de hacer?. Esta pregunta,
cuando es |
simple cortesía y tropieza
con la Ver- |
dad, exige la conversión y
lo entrega |
todo, o se repliega en la
penumbra |
confusa de la tristeza.
Por eso vale |
más no preguntar, y
limitarse a sólo |
ser
"partidarios", pero desde lejos. |
Los jóvenes de Play Boy
que han |
abrumado con cartas y
preguntas a |
estos sacerdotes
temerarios en publi- |
cidad, también tienen sus
pecados; |
pecados incluso mejor
clasificados que |
los de Time, o los papás
que leen Time |
o Newsweek, aunque dudamos
que |
sean pecados más
profundos, porque |
son menos egoístas. Su
frivolidad, su |
inconformismo, seguramente
su rebel- |
día, en muchísimos de
ellos, frente a |
un mundo que no les gusta,
pero que |
desean renovado y que —lo
demues- |
tran— no descartan su
entrega para |
LIMOSNA |
VIVA. |
Se puede hacer limosna, |
y puede uno mismo |
convertirse en limosna |
y darse |
enteramente |
a Dios |
para el servicio |
de su Reino. |
Es una limosna |
viva. |
emplearse en esta
renovación, aunque |
esta entrega deba suponer
la purifica- |
ción de vicios y una
disciplina de |
energías para un trabajo
sacrificado, |
digan lo que digan los que
criticar a |
los consagrados a Dios,
pero no dan |
un paso para seguir a
Cristo... |
Sí, en muchos de ellos, a
pesar de |
un generoso arranque
inicial, o de |
una curiosidad hacia lo
absoluto y |
espiritual, seguirá el
agostamiento de |
un anhelo que no ha
encontrado, tal |
vez, tierra bastante
propicia para radi- |
carse y crecer
perseverantemente. Pero |
el solo hecho de mirar a
Cristo cara a |
cara, de preguntar con
sinceridad y no |
encubrir con falsa
cortesía su encuen- |
tro con Él, es algo que
forzosamente |
se ha de valorar y que
demuestra que |
la juventud, aun la
frívola y la incon- |
formista —tal vez por ser
inconformis- |
ta— es capaz de
contemplar, y en |
muchos casos seguir, un
ideal de bien |
en el mundo, no solamente
aunque |
cueste, sino precisamente
porque cues- |
ta, si adivina in
horizonte de esperan- |
za no solamente para él,
sino para los |
demás hombres. |
Muchos jóvenes disipan
energías, |
tiempo e ilusiones en
ideales vanos, |
en bondades ficticias, en
evasiones |
aplazadoras del gran
problema que |
tiene planeado todo hombre
para des- |
cubrir el sentido y el
valor de la vida, |
que se les oculta, unas
veces por el |
propia culpa, pero otras
porque tam- |
poco los demás les dejan
ver o se lo |
muestran. A un joven
egoísta es inútil |
hacerle ver: la
preocupación avarienta |
de sí mismo le impide
abrirse a la |
generosidad. Pero al que
es generoso, |
ni la frivolidad, ni los
pecados —si |
quiere— le han de impedir
el gran |
descubrimiento de un ideal
que pide |
toda la vida, pero que
vale más que |
la vida. |
18 (50) |
EN EL LLANTO |
NADIE ha pasado por aquí. |
Lo primero fue el llanto |
y estamos en el llanto. |
Porque aún no ha dicho el
Verbo: |
Que el llanto se haga luz. |
—¿Lo dirá? |
—Lo dirá, porque, si no, |
¿Para qué sirve el mar? |
(Nuestros llantos son los
ríos |
que van a dar a la mar...) |
no puede ser la vida
eternamente |
un lamento encerrado en
una cueva? |
Dios es el mar, |
Dios es el llanto de los
hombres. |
Y el Verbo se hizo llanto |
para levantar la vida. |
El Verbo está en la carne |
dolorida del mundo... |
¡Miradlo aquí en mis ojos! |
Mis ojos son las fuentes |
del llanto y de la luz... |
Y estamos en el llanto... |
Seguimos en la era de las
sombras. |
¿Quién ha ido más allá? |
¿Quién ha abierto otra
puerta? |
Toda la luz de la Tierra |
la verá un día el hombre |
por la ventana de una
lágrima... |
Pero aún no ha dicho el
Verbo... : |
¡Que el llanto se haga
luz! |
LEÓN FELIPE |
(México, 1989) |
19 (51) |
SEMANA SANTA |
DOMINGO DE RAMOS |
Mañana, a las 9.45,
BENDICION DE RAMOS, en el portal |
de la primitiva capilla:
Acto seguido PROCESION: Al regre- |
sar, SANTA MISA, en la
iglesia, que permanecerá cerrada |
hasta la entrada
procesional de los fieles. |
Las demás misas se
sucederán con el horario de costumbre: |
Il y 12 de la mañana y la
vespertina a las 8. |
JUEVES SANTO |
Tarde, a las 8. MISA DE LA
CENA DEL SEÑOR. |
Podrá visitarse el
Santísimo Sacramento sólo hasta la me- |
dianoche de este día. |
VIERNES SANTO |
Mañana. A las 8,
VIA-CRUCIS por el Parque. |
Tarde, a las 8,
CELEBRACIÓN DE LA PASIÓN DEL SEÑOR. |
VIGILIA PASCUAL |
A las 11 de la noche del
sábado. La Misa de esta noche es ya |
la de Pascua, cuya
celebración se completa con la partici- |
pación en la liturgia del
DOMINGO. |
La iglesia se abre siempre
media hora antes de comenzar |
los cultos. |
LAUS |
Director: P. Ramón Mas,
C.O. - Edita e imprime: Congregación del Oratorio |
Placeta de S. Felipe Neri,
1 - Ap. 142 - Albacete - D.L. AB 103/62 - 7. 3. 72. |
20 (52) |
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