Boletín
del Oratorio de Albacete. |
Núm. 104. ABRIL. Año 1972. |
SUMARIO |
PASCUA es la primavera de
la Iglesia; la primavera |
I es la pascua de la
naturaleza. Finalmente, en la |
última Pascua —en el
último, definitivo "paso" de |
Cristo— todo convergerá en
Dios. Mientras tanto, en el |
tiempo, es hora de
secundar el impulso del constante |
amanecer de la vida,
siempre refloreciendo, prometedora |
de frutos que serán la
cosecha de Dios: unidad, paz, todo |
bien, hasta ser renovada
la faz de la tierra. En la Iglesia |
ya están los que viven y
anuncian la primavera de Dios. |
MÁS ALLÁ DEL PAN |
COMO UNA FLOR |
JUZGAR A LA IGLESIA |
UNA NUEVA PRIMAVERA |
HASTA QUE VUELVA |
LA PLENITUD DEL EVANGELIO |
¿CRISIS DE VOCACIONES? |
EL BUEN EJEMPLO Y EL MAL
EJEMPLO |
LA PAZ, SIN MIEDO |
EL MENDIGO, de
Rabindranath Tagore |
LA PAZ, del Mensaje
Pascual de Pablo |
1 (53) |
Más allá del pan... |
Son versos de Pablo
Neruda: |
...como en una tela |
las líneas ocultaron, |
con el color, la trama |
del tejido, |
yo borro los colores |
y busco hasta encontrar |
el tejido profundo: |
así también encuentro |
la unidad de los hombres. |
Y en el pan busco |
más allá de la forma: |
me gusta el pan, lo muerdo |
y entonces veo el trigo, |
los trigales tempranos, |
la verde forma |
de la primavera, |
las raíces, el agua, |
por eso |
más allá del pan, |
Veo la tierra, |
el agua, el hombre, |
y así todo lo pruebo |
buscándote en todo, |
ando, nado, navego |
hasta encontrarte, |
y entonces me pregunto |
cómo te llamas… |
Hoy, muchos de los que
"con sincero corazón" buscan al hombre en sus raíces más |
puras, no se dan cuenta
que están buscando a Dios; a un Dios amigo del hombre, |
al hombre-Dios, a
Jesucristo. Esas voces, para el que sepa recogerlas, anuncian |
una era nueva, más que el
tradicional voltear de las campanas, más que la pre- |
sentida música de los
ángeles: ángel es el mismo hombre para sus hermanos, y |
campanario su cuerpo y
campana su corazón cuando voltea y lanza el sonido |
hacia la luz de una
fraternidad universal tiempo ha anunciada, pero creída aun |
con timidez, como aquellos
caminantes de Emaús. |
Es Pascua. Siempre es
Pascua. ¡Enhorabuena, hermanos! Y caminemos volteando |
el corazón, hasta más allá
de las posadas terrenas, donde el partir el pan signifi- |
que la liberación de todo
temor, en el paso iluminado de la fe, al infinito, no |
dado todavía. |
En esperanza el trigo va
creciendo, "la verde forma de la primavera". |
2 (54) |
Como una flor |
EN la primavera del tiempo
y en |
el barranco del mundo,
como |
una flor que crece y
zarandea |
el viento mientras busca
altura, la |
Iglesia se hace y sube
purificándose, |
respirando cielo para
devolverlo en |
perfume de Dios a la
tierra que la |
entorna. |
Como una flor, con raíces
terrenas, |
profundizadas en el humus
provisio- |
nal de las humanas
limitaciones, es |
mecida por el aire
cambiante del |
mundo que deviene, glotón
y miedoso |
al mismo tiempo, exigente
y asustado, |
ávido de seguridad pero
esquivo a los |
compromisos, pronto a la
crítica y |
lento para el esfuerzo. |
Como una flor en el
barranco de |
codicias, miedos,
vanidades y mentiras |
que salpican o hieren su
tallo, la Igle- |
sia también deviene. La
Iglesia es tan- |
to una realidad como un
proyecto: y |
más que exigirle hay que
darle, más |
que admirarla hay que
hacerla. Se |
engaña el que le pide
rotundez acaba- |
da: ella crece todavía;
los cambios que |
le impone su crecimiento,
no son co- |
rrupción o regreso, sino
purificación |
y fidelidad. Fidelidad a
su origen y |
fidelidad al Espíritu que
sobre la |
plasticidad del tiempo, le
inspira la |
forma de anunciar la
verdad constante |
del Evangelio. |
De vez en cuando, si esta
verdad se |
hace incómoda a quien la
ignora o a |
quien la teme, como
disparo de resorte |
dormido de todas las
pasiones y fari- |
seísmos humanos, se
desatan ráfagas, |
silbidos de látigo que la
hostigan y |
abaten. Pero no pasa nada,
no puede |
morir: el sacudimiento del
dolor la |
limpia del polvo que le
pesaba y la |
desfiguraba, o le arranca
las telarañas |
de plata, disfraz
comparsero de la |
vanidad del mundo,
ataduras de la |
Palabra", diría san
Pablo, para que |
recortara o silenciara la
verdad. |
La Iglesia, como una flor,
así entre- |
vista ya por los profetas,
no es un |
adorno del mundo, sino el
perfume |
de Dios y el sagrario de
un fruto. |
Por temor algunos
quisieran ampa- |
rarla, defenderla,
encerrarla en cora- |
zas de prudencia humana,
sin darse |
cuenta que, a pesar de la
posible buena |
intención inicial —pero
falta de fe |
sobrenatural— fatalmente
habría que |
pagar algún precio por tal
prudencia |
3 (55) |
y no sería otro que el de
convertirla, |
finalmente, en corista de
adulaciones |
pagadas, en propagandista
de ideales |
ajenos al Evangelio, cuyo
error y |
falsedad recapituló san
Juan en la |
gran prostituta del
Apocalipsis. |
Pero la Iglesia es como
una flor. |
"Como una flor en los
campos" del |
mundo...; como las flores
que sirvieron |
a la parábola de su
Fundador, que ni |
para sí ni para los suyos
buscó más |
prudencias o amparos. Lo
fatal del |
dolor y del mal ya se
conjuró en Cris- |
to. Ya, a partir de él, no
hay mal ni |
muerte que pueda dañar a
los que le |
sigan con fe, con fe viva.
Y esos |
seguidores forman la
Iglesia, cuales- |
quiera que sean los
añadidos y la |
comparsería equivoca, en
este mundo |
ambiguo. |
Como a una flor le ha de
dar el |
viento, la lluvia y el
sol. Y "no será |
para muerte", sino
para que se limpie, |
para que crezca, para que
se agilice, |
por encima de las piedras
que puedan |
herir su tallo y por
encima del estiér- |
col que se pudre. No se
desprenderán |
sus pétalos; las uñas del
viento podrán |
arrancarle solamente las
costras que |
le han puesto los pecados
de los hom- |
bres, pero sin robarle
nada de lo que |
Dios le ha dado. Ella es
quien guarda |
el mensaje de libertad y
de vida, de |
amor, de perdón y de
gracia, en gran |
parte todavía inédito
porque nos falta |
fe para reconocerlo mejor;
pero ya, |
con su perfume, nos
anticipa el don. |
Un don para el mundo, para
cuantos |
creamos y para cuantos
crean, cerca o |
lejos de nosotros. |
Mientras tanto, hasta que
no llega |
el verano —la cosecha de
Dios— |
somos todos, en la
primavera del tiem- |
po, en esa Iglesia en la
que vivimos y |
estamos, en esa Iglesia
que formamos |
con nuestra fe vacilante y
nuestros |
pobres afanes, gozando y
sufriendo, |
esperando y amando, como
una flor. |
Lo ha dicho san Pablo:
«Somos, en el |
mundo, el buen olor de
Cristo». |
La vida de la Iglesia,
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4 (56) |
Juzgar a la Iglesia |
HABRÍA menos confusiones,
cuando se habla de la Iglesia si, en primer |
lugar, el que emita
juicios sobre ella, aclarara si es o no es cristiano. |
Ni hay que servir a dos
señores, ni hay que servirse de dos medidas, y |
confundirlas. |
Para un cristiano la
Iglesia es siempre, ante todo, una comunidad de fe y |
de vida en Cristo. Otros
conceptos que se le apliquen, u otros aspectos bajo |
los cuales se la
considere, son erróneos o incompletos, posibles en quien |
carezca o renuncie a la
fe, pero inadmisibles en quien diga honradamente que |
la profesa. La fe es
libre: se acepta o se rechaza, pero no es lícito blasonar de |
ella sin aceptar la
responsabilidad integral de su profesión. |
La Iglesia y la libertad |
La Iglesia ha de predicar
la fe, y de manera íntegra y lo más clara posible; |
pero no puede exigirla
contra la libertad de nadie. Precisamente el aspecto de |
la libertad es el que la
pone en contacto y servicio de todos, fieles o infieles. Y |
ha de reclamar siempre,
tanto para ella misma como para todos, esa libertad |
indispensable para el
respeto y desarrollo de la dignidad humana. Ella, sin |
mutilar su propio mensaje,
no puede aceptar una libertad solamente para sí |
—que tampoco sería
libertad—, donde al mismo tiempo no se reconociera a |
los demás, de cuya
opresión se haría cómplice; ni inversamente puede resig- |
narse a la postergación a
que libertades incompletas puedan reducirla. Donde |
haya libertad para todos,
también la hay para la Iglesia, que no necesita ni |
tiene nada más que pedir. |
Las discusiones sobre la
naturaleza de la misión de la Iglesia que ella no |
puede, sin pecado, hacer
prevalecer por la coerción de la fuerza, serían con |
facilidad evitables si
estos conceptos permanecieran claros en la teoría y reali- |
zables en la práctica. Y
los juicios no lo serían de la Iglesia, sino más bien de |
los mismos hombres que la
juzgan o de los que la componen. |
Pero aquí surge otra
necesidad de clarificación. En amplias zonas a las que |
podemos clasificar
genéricamente como de "cristianismo sociológico", surgen |
muchas voces
irresponsables, o maliciosas, o simplemente ignorantes. Basta |
pedir alguna aclaración
sobre lo que entienden por "Iglesia", para que con |
dificultad nos digan lo
que quieren significar: las más de las veces será la |
jerarquía, otras
determinada institución que estiman monopolizante, otras un |
partido que se declara o
apellida cristiano...y, puesto que formulan acusaciones, |
se excluyen lógicamente
ellos mismos del concepto de Iglesia. Tienen derecho |
a excluirse; pero con la
condición de que, para acusar, no hagan recurso al |
Evangelio, sino
simplemente al común denominador de los derechos humanos |
salvada la libertad de
todos. La mezcla es demagogia, o encubre resentimientos |
5 (57) |
difíciles de confesar. Es
evidente que, quien quiera que sea entre los que se de- |
claren cristianos y no
respete ese presupuesto elemental, es un falso cristiano. |
La inercia sociológica de
tantos seres de entrenados para la responsabilidad, |
sensibles únicamente a los
estímulos más primarios, acostumbrados a la cómoda |
proyección centrifugadora
de deberes, o de verdades que incluyen deberes |
inmediatos; un
cristianismo más o menos conocido como doctrina, vivido sólo |
a ratos como sentimiento,
soportado a veces como moral, adheridos a él como en |
bandería combativa, u
ostentado fanáticamente como color de clase, no es un |
cristianismo que
"hace Iglesia", no es Iglesia de Cristo. |
¿Sobran o faltan
cristianos? |
Entonces, ¿no hay
cristianos, o sobran cristianos?... |
Cristianos verdaderos —sin
exigir que desciendan del cielo—, cristianos |
que honradamente acepten y
se esfuercen en tomar la fe en el Evangelio como |
levadura de su vida, no
sobran. Pero sí sobran dominaciones y ostentaciones, |
por lo demás innecesarias
para la fe de todo creyente, que no responden a la |
verdad, y que hacen
sobrero y falso el apellido de cristiano o católico. Cristo |
se sentiría avergonzado
entre los que así, abusivamente blasonan de conocerle, |
que si sintieran cerca su
presencia, tal vez también le acusarían... otra vez. |
La Iglesia, que es el
rostro prolongado de Cristo en la Historia, discurre |
por su camino acumulando
el misterio de su Fundador, que fue y sigue siendo |
contradicción para el
mundo. Contradicción esclarecible solamente por la fe, |
que le descubre en el
rostro de la Iglesia. |
La Iglesia que buscaba y
encontró Newman |
Newman, en su inquietud
por descubrir ese rostro auténtico, cuando no |
podía, desde el
anglicanismo, admitir la identidad de Cristo en una organiza- |
ción eclesiástica que
juzgaba demasiado dependiente del Estado, pero que, por |
otro lado, recelaba de la
Iglesia de Roma como de una degeneración del |
Evangelio a través del
influjo y prejuicios subsiguientes del imperialismo |
romano, se asomó a la
Historia de los primeros siglos de la Iglesia de Cristo, y |
se detuvo en aquella gran
crisis del siglo IV, cuando, como una consecuencia |
de "una paz
excesiva", el mundo contempló el paso de la mayoría de obispos |
a la herejía, tras los
pactos temporales con los poderes seculares que así les |
repartían honores y
prebendaban sedes. La consideración de la crisis arriana, |
que ha sido, de todos los
tiempos, la mayor amenaza jamás sufrida, histórica- |
mente, por la Iglesia,
ante la gran defección jerárquica, temporalizada, politi- |
zada, despertó en él
todavía más vivo, el deseo de acercarse, dilucidando |
contradicciones, al rostro
de la verdadera Iglesia, y finalmente creyó encon- |
trarlo en el catolicismo. |
Ya en el catolicismo,
respecto del cual se sentía profundamente enamorado |
y evangélicamente crítico,
le pareció que la Iglesia de Cristo era como un ser |
que está en continuo
crecimiento, hasta de la verdad, que no monopoliza, sino |
que busca con datos
sobrenaturales. Su vida y sus obras, admiradas o discuti- |
das en su tiempo, son
ahora punto de convergencia entre cristianos, y Pío XII |
6 (58) |
pudo decir que a Newman
«no sólo le veríamos santo, sino doctor de la Iglesia». |
La Iglesia como simple
institución es manejable, montable y desmontable; |
pero no lo es como rostro
de Cristo, como hermandad de creyentes que, desde |
las sombras buscan la luz,
que desde el tiempo, y sin despreciar el tiempo, |
camina hacia la eternidad,
porque en su tiempo ya comienza la eternidad... |
La Iglesia camina en el
tiempo, aumenta y precisa su verdad, se purifica y |
busca cómo perfeccionar su
estructura, pero no puede impedir que el polvo del |
camino le salpique: ella
es para los hombres, y tiene una dimensión humana, |
con cuya debilidad no
pacta, pero siente y se esfuerza en ir superando. |
Los cristianos, todos,
somos Iglesia |
La Iglesia, para un
cristiano, para un creyente, no es algo fuera de sí mismo. |
Hay posiciones de
enjuiciamiento y de crítica como si quisieran decir: «Bien, |
yo creo, pero que la
Iglesia se perfeccione y, cuando sea lo que coincide con |
la perfección que espero,
ya me uniré a ella». Esa actitud es injusta, egoísta y |
de aprovechado. La Iglesia
no es como las sociedades de este mundo, y así la |
juzgamos muchas veces. La
Iglesia es, somos, los creyentes, que desde la |
pobreza de nuestras
fuerzas, caminamos y crecemos en la riqueza de la gracia |
de Dios. «Desde las
sombras a la luz», como decía Newman. |
La Iglesia se hace. Cuando
algo ocurre en ella, cuando de ella se hable, el |
fiel ha de observar lo que
la fe le descubre, y no las descripciones o señala- |
mientos interesados de los
que carecen de fe y otra cosa no pueden hacer que |
tratarla, en lo que tiene
de rostro de Cristo, a lo más como Pilatos trató al |
Señor. |
Sinceridad de la fe |
«Desde las sombras a la
luz», pero también, como Newman dijo de sí |
mismo, «sin pecar contra
la luz», en sinceridad, honradez y lógica. Que pueda |
ser sincera y que seamos
sinceros con ella. Sinceridad para proclamar la verdad, |
la justicia, la libertad y
el amor entre los hombres, pediría otra vez Juan XXIII; |
que no es poca tarea si se
lleva a cabo sin recortes. Fuera de esto, que le es |
esencial, sólo cabe
considerar equívocamente a la Iglesia como una organización |
humana, o poco más que
humana, que ejerce o se inhibe, que acompaña o se |
opone al poder, a la
riqueza, a la sabiduría y técnicas terrenas, lo cual sería |
una falsedad o sería
falsearla, porque nos daría una imagen suya contraria a la |
que recibe del Evangelio y
mutilaría, en la práctica, su mensaje. |
Hay que aclarar, una vez
más, que la Iglesia no es solamente la jerarquía, |
sino la comunidad de
bautizados que pasan por el mundo en el esfuerzo sincero |
por vivir la vida de
Cristo y proclamar, con palabras y la misma vida, su |
mensaje. Por eso, a la luz
de la fe, el cristiano, si acusa a la Iglesia, se acusa |
a sí mismo. Y la reforma,
en la medida en que él se supera y corresponde a la |
autenticidad de la fe que
abraza, con una coherencia vivida, y no como preocu- |
pación de
perfeccionamiento meramente individual, sino con ansias y trabajos |
de transformación del
mundo en el bien, y así es anuncio del Evangelio y de- |
nuncia de los males del
mundo, participando en la inacabada contradicción que |
7 (59) |
Cristo fue y sigue siendo
por la Iglesia, en la dimensión temporal y peregrinante |
que constituye nuestra
inmediatez. |
Una visión totalizadora |
Sobre todo, para emitir un
juicio sobre la Iglesia de Cristo, no puede pres- |
cindirse de un
sobrenatural esfuerzo de síntesis valorativo de su totalidad —lo |
reclama la misma nota de
"catolicidad" que le es propia—, porque juzgarla |
por sólo una o alguna de
sus partes en el espacio o en las personas, aunque |
fuesen éstas muy
significativas —por ejemplo de la misma jerarquía, como |
ocurrió con la crisis
arriana del siglo IV—, nos conduciría a lamentables erro- |
res en serie, tanto
prácticos como teóricos, falsamente atribuibles a la verdadera |
Iglesia de Cristo, que si
es indefectible en su conjunto, no lo es en cambio en |
sus partes ni en los
hombres que la componen. La Iglesia, cuya misión esencial |
es la de transmitirnos el
anuncio del Evangelio, no nos ahorra el ejercicio de |
la fe, que ha de superar
las incidencias falibles por humanas, mezcladas en esta |
transmisión. Lo cual,
precisamente, nos fuerza al ejercicio de esa virtud funda- |
mental, para que en verdad
libre y personalmente aceptemos el mensaje de |
Cristo por él mismo. Nada
puede ocurrir que haga imposible la fe, y basta tener |
un poquito de fe, 'pequeña
como una semilla", pero limpia y sincera, para que |
todo se nos traduzca en
ocasión purificadora y acrecentadora de esa visión |
sobrenatural que por
fuerza hemos de reconocer que la Iglesia ha transmitido, |
por encargo de Cristo,
también a nosotros |
Es con los datos que ella
nos suministra con los que vamos comprendiendo |
cómo hemos de edificar
nuestra vida cristiana y cómo hemos de perfeccionar |
y construir la misma
Iglesia, que somos todos los creyentes. |
El mundo es siempre
corrompido. Allí donde ha in- |
vadido a la Iglesia, ha
profanado la religión y se ha |
convertido en manantial de
actitudes blasfemas... |
Tal como ocurre en las
corrupciones y en las debili- |
dades que alcanzan aun a
los hombres buenos. |
Cuando estas debilidades
se emparejan con el ab- |
solutismo de la fe,
conducen a acciones faltas de |
lógica, a la superstición,
a la violencia. |
De una carta del cardenal
John H. Newman, C. O., |
conservada en el Oratorio
de Birmingham, 15.10. 1874 |
8 (60) |
UNA NUEVA PRIMAVERA |
EL cardenal Suenens,
primado de Bélgica, imagina la historia del pueblo de |
1. Dios como una sucesión
en la que se alternan o concurren, por estratos o |
épocas de su existencia,
situaciones parangonables con la sucesión o la |
alternancia de las
estaciones. Sucesiones o tránsitos no exentos de dolor, pero |
siempre finalmente
beneficiosos. La primera gran crisis cristiana —las demás |
son ondas concéntricas de
su impacto en el tiempo y en los hombres— fue el |
drama del propio Cristo,
que trajo el florecer inmediato de la primera genera- |
ción de la Iglesia. Otras
serían el arrianismo, desembocando en la fe del |
medioevo; el humanismo, el
renacimiento, de los que surge, a pesar de la |
profunda escisión
protestante, una mayor universalización; más tarde los |
progresos cada vez más
sorprendentes de la ciencia, la tecnificación y transfor- |
mación de la sociedad
moderna... Siempre con dolores, pero surgiendo de ellos |
signos esperanzados que
cuajan en frutos de purificación y de bien. |
También ahora estamos,
dice el cardenal, en una nueva primavera cristiana. |
Se fija en esas multitudes
de jóvenes que se interesan, de un modo nuevo y |
desgarbado, por la figura
de Cristo, el Jesus people, el movimiento Pentecostal, la |
inquietud y la búsqueda
renovadora en filosofía y en teología. Todo lo cual, |
aunque no siempre pueda
presentársenos con absoluto acierto, nos dice en |
nuestros días algo
parecido a lo que Juan Bautista decía en los suyos: «Mirad, |
se acerca el que nos quita
los pecados», los errores... Es una voz, y hemos de |
prestar oído a esta voz. |
En primer lugar, entre los
mismos que creemos en Cristo, el Espíritu de |
Dios se muestra activo en
todas partes, y quiere que los cristianos caminemos |
juntos, aunque
experimentemos la gran dificultad de preparar la unidad |
ecuménica que se aproxima. |
Frente a los no creyentes,
hemos de darnos cuenta, señala el cardenal, de |
que el mundo está
pendiente no ya de lo que decimos con nuestros labios, |
sino de lo que le decimos
con nuestra vida. Nos contemplan los que no tienen |
fe y, aunque no saben
decirlo, ellos desean ver a Jesús. |
Y he aquí la cuestión
vital para los cristianos de hoy: es la misma que puso |
a sus discípulos cuando
les preguntó: «Vosotros, ¿quién decís que soy yo?» |
Cuestión vital porque todo
depende de la respuesta. Y demasiados cristianos |
son solamente cristianos
sociológicos, producto de un ambiente más que de |
una convicción personal,
mientras que de hecho Cristo debe ser la gran |
decisión de mi vida, de
mis sufrimientos, de todo mi ser. |
Esa voz del mundo de hoy
clama para aceptar a Jesús de una manera |
personal. El cristianismo
de hoy ha de ser un compromiso personal con Cristo. |
9 (61) |
Hasta que vuelva |
NO predicamos el dolor,
sino |
la vida y el amor. Pero
hay |
un Mar Rojo de sufrimien- |
tos, de dolor y de muerte,
prefigu- |
rado en la angustia de
aquel pueblo |
itinerante que huía de la
persecu- |
ción poderosa de los
egipcios en |
busca esperanzada de la
Tierra Pro- |
metida. Aquel mar quedó
estrecho |
comparado con la anchura
del do- |
lor de Cristo. Sin
embargo, toda- |
vía queda dolor en el
mundo, como |
un complemento a la pasión
del |
Señor; pero es dolor que
ya no se |
pierde, unido al suyo, y
que, como |
el suyo, hace Iglesia. |
El cristiano, por el
bautismo, se |
sumerge en el misterio de
muerte y |
de vida del Señor, por el
cual |
todo es redimible en bien.
Ser bau- |
tizado no quiere decir
poseer una |
conexión talismánica con
la felicidad eterna, de un modo tan gratuito como |
mecánico. Ser bautizado
quiere decir abrazar la fe que da al camino del hombre |
en el tiempo, ya desde
aquí, una participación en el misterio de vida y de |
muerte del Señor Jesús,
que no es solamente una creencia, sino una experiencia |
personal, hermanando la
vida del cristiano con la de Cristo. Si la fe no es para |
la vida, la fe no es viva.
Pero si es para la vida, ya desde aquí comienza una |
anticipación de
bienaventuranza: está en esta Iglesia que surge del dolor cris- |
tiano, lavada
incesantemente en sacrificios, purificada con adversidades, pero |
incesantemente
rejuvenecida y radiante de la reverberación de Cristo Resuci- |
tado, vencedor de la
muerte y luz del mundo. |
Por esto la Pascua, la
fiesta de la Resurrección de Cristo, es la gran fiesta |
cristiana, centro de todos
los misterios del Señor y cima de todas las celebra- |
ciones, hasta el punto de
que éstas, a través del año, no constituyen otra cosa, |
en realidad, que una
cadena incesante de conmemoraciones pascuales, renova- |
das siempre en memoria del
Señor, "hasta que vuelva", y la presencia, la pose- |
sión y la vida hagan
innecesario el recuerdo. |
10 (62) |
La plenitud del Evangelio |
SI dijéramos que la
Iglesia fundada |
por Cristo, es solamente
un |
órgano de conservación, de |
transmisión y de
explicación de las |
enseñanzas del Evangelio,
nos olvida- |
ríamos de lo más
importante: la Iglesia |
es también, y sobre todo,
el cuerpo |
vivo de Cristo, es decir,
una encarna- |
ción de sus enseñanzas.
Ella predica a |
Cristo con la palabra,
pero su mensaje |
incluye la propia vivencia
del Evange- |
lio por quienes la
componen, sin |
renunciar a la aspiración
sincera de |
su total exigencia, de
acuerdo con el |
ejemplo del mismo Señor,
de Cristo. |
Pero la totalidad del
Evangelio, |
como anuncio de palabra y
de vida, se |
ha de descubrir en el
entero pueblo de |
Dios considerado en toda
la duración |
de la historia. En la
Iglesia, el Evan- |
gelio pertenece a todos y
todo cuanto |
hay en él contribuye a la
redención y |
santificación de todos.
Por eso es |
imposible mantener, según
el Evange- |
lio, cualquier clase de
discriminación |
en cuanto a la fuerza de
sus exigencias |
para los cristianos: su
radicalismo |
alcanza a todos. El
Evangelio tiene |
una única
"puerta", Jesucristo, que es |
tan grande como la
totalidad de la |
"estancia". San
Pablo recordará (Gál. |
3, 28): «Todos vosotros
sois uno en |
Cristo Jesús». |
Sin embargo, no podemos
olvidar |
que ningún cristiano,
considerado |
individualmente, ni ningún
grupo |
especial de cristianos es
capaz de |
encarnar en su totalidad
el Evangelio. |
Aun presuponiendo las
condiciones |
óptimas, no es posible ir
más allá de |
lo que pueda ser una
plenitud relativa: |
es el límite o el umbral
impuesto por |
los fallos, las
dificultades momentáne- |
as, las imprevisiones, las
oposiciones |
o las persecuciones,
inevitables y |
propias de la condición
humana tem- |
poral y finita. |
La plenitud del Evangelio
como |
realización expresada en
la vida del |
pueblo de Dios, solamente
ha de darse |
auténticamente en el todo
de su histo- |
ria, que va desde el
origen del mundo |
hasta su gloriosa
consumación final. |
Con la fe hay que abarcar
ese origen |
y este final. |
Pero en el seno de la
Iglesia que se |
dirige, purificándose,
hacia su eclosión |
gloriosa, en la
identificación con Cris- |
to, se encuentran muchos
hombres y |
mujeres que siguen más de
cerca al |
Señor y dan más evidente
testimonio |
de él con sus renuncias
que les hacen |
espiritualmente más ágiles
en la liber- |
tad de los hijos de Dios,
como dice el |
Concilio (L. G. 42). Estos
cristianos |
son los llamados por el
Espíritu para |
que se manifiesten mejor a
todos los |
bienes del cielo, la vida
nueva y eter- |
na que anuncia la
resurrección futura |
y la gloria del reino de
Cristo (L. G. |
43). Estos cristianos
hacen suyas las |
palabras del evangelista
san Lucas (20, |
34-36): «Los hijos de este
mundo toman |
mujer o marido; pero los
que alcanzan |
desde aquí el tener parte
en el otro |
mundo y en la resurrección
de entre |
los muertos, ni ellos
tomarán mujer, |
ni ellas marido, ni pueden
ya morir, |
11 (63) |
porque son como ángeles, y
son hijos |
de Dios, como hijos de la
resurrec- |
ción». |
Por eso Pablo VI,
refiriéndose a los |
que siguen el llamamiento
de Cristo a |
la vida evangélica, ha
dicho: «¿Quién |
se atrevería a sostener
que tal llamada |
no tiene hoy día el mismo
valor y |
vigor; que la Iglesia
podría prescindir |
de estos testigos
excepcionales de la |
trascendencia del amor de
Cristo, o |
que el mundo podría
indemnemente |
dejar apagarse estas
luces, las cuales |
anuncian el reino de Dios
con una |
libertad que no conoce
obstáculos y |
que es vivida diariamente
por millares |
de sus hijos e hijas?»
(Ev. test. 3). |
La vida evangélica así
afectada no |
forma parte, ciertamente,
de la estruc- |
tura jerárquica de la
Iglesia, pero si |
pertenece, de manera
indiscutible, a |
su vida y a su santidad
(L. G. 44). |
MATRIMONIO Y CELIBATO |
Ciertamente, matrimonio y
celibato son para los cris- |
tianos dos absolutos: un
Sí que exige la fidelidad de |
una vida entera. El uno y
el otro pueden ser vividos de |
manera puramente
sociológica, si prevalecen el egoís- |
mo, la instalación y los
conformismos. Para que el sí |
siga siendo un sí, y el no
un no, hacen falta una nueva |
creación y un
alumbramiento nuevo, día tras día, a |
causa de todas las
resistencias que se oponen en el |
hombre a una fidelidad
esencial por Cristo |
y sólo por Cristo. |
Para muchos hombres y
mujeres en el matrimonio lo |
mismo que en el celibato,
existen momentos en los que |
el amor ya no es posible
momentáneamente. Para |
guardar la fidelidad queda
entonces el lenguaje de |
este pedagogo que es la
ley. No me gusta esta expre- |
sión en lo que puede
evocar de represión y también de |
juridismo. Sin embargo, la
ley puede ser un pedagogo, |
como dice el Apóstol, con
tal que se haga de ella un |
uso provisional, hasta el
día en que el amor de Cristo |
brota de nuevo
espontáneamente, y permita recobrar |
una fuerza dinamizante y
el espíritu de fiesta. |
Roger Schutz, Prior de
Taizé |
12 (64) |
¿Crisis de vocaciones? |
EL domingo, día 23, de
este mes de abril, en pleno tiempo pascual, como |
en otros años, se va a
celebrar la IX JORNADA MUNDIAL DE LAS |
VOCACIONES. A diferencia
de otras de carácter más particular, aunque |
populares —como entre
nosotros la de san José, para el Seminario— esta |
Jornada es, por voluntad
del Papa, una manifestación espiritual y única de |
carácter universal, tanto
porque se extiende a todo el mundo, como porque |
comprende todas las
vocaciones de especial consagración. Ello nos mueve a un |
comentario sobre las
vocaciones, lo que, por otra parte, no es nuevo en estas |
páginas. |
Desnivel proporcional |
Estadísticamente es cierto
que al paso que aumenta el número de los bautiza- |
dos, disminuye, en
proporción, el de vocaciones, sea para la vida evangélica, o |
para el sacerdocio.
¿Debido a qué? No podemos entretenernos en un análisis, ni |
siquiera muy breve, de los
principales factores: atravesamos una crisis histórica |
que nos obligaría a
múltiples consideraciones que repercuten en todos los |
aspectos de la vida humana
—más problemas tiene, por ejemplo, la vida familiar |
que la sacerdotal o
religiosa, y más conflictos e incertidumbres la política, |
económica y social en
todas partes, que la estructura de la misma Iglesia—. |
Diremos, no obstante, una
palabra sobre la primera impresión que sacan los |
que han estudiado este
fenómeno: lo atribuyen en primer lugar, y principal- |
mente en ciertas zonas de
la Iglesia —por ejemplo la nuestra—, al hecho de la |
nueva y segura promoción
social y cultural que hoy se puede alcanzar en los |
medios rural o proletario
—de donde provenían la mayor parte de vocaciones— |
sin necesidad de acudir a
un seminario o a un convento. Es verdad que esto |
sería tanto como suponer
que buen número de vocaciones se habían logrado |
con el aliciente de una
mejora social y cultural, aunque con ello no lleguemos |
a afirmar que el móvil
último y determinante haya sido ese interés humano |
y temporal. El hecho que,
por lo común, más de las tres cuartas partes de los |
que habitualmente
ingresaban en seminarios y casas de formación, las abando- |
naran o fuesen despedidos
antes de asumir los compromisos definitivos, no |
debe olvidarse. Lo cual no
puede considerarse, sin más, como una acusación de |
"aprovechamiento"
de las clases más humildes —muchas veces precisamente |
todo lo contrario—, ni
menos una alabanza de los social o culturalmente más |
afortunados, que no han
sido los que más vocaciones han dado a la Iglesia. |
De todos modos, esta causa
de descenso —que ha sido la más decisiva—, |
nos permite concluir que
la facilidad social para promocionarse en campos aje- |
nos al seminario o casas
religiosas, se ha de traducir en un bien para el progreso |
de las verdaderas
vocaciones. Porque, en este aspecto, como diría san Ignacio, es |
más cierto que las
vocaciones serán "sin mixtión de carne ni de otra afección |
alguna desordenada".
La Iglesia saldrá ganando. |
13 (65) |
También es posible que
hayan podido influir, si no en la falta de vocaciones, |
sí por lo menos en la
desestima del sacerdocio y de la vida de profesión |
evangélica, en espíritus
culturalmente indefensos, la desorientación causada por |
ciertos medios
informativos, por la selección y deformación de noticias tenden- |
tes al desprestigio de la
Iglesia que, aunque presentadas con fingido celo por la |
misma, son parte de una
larvada campaña de resentimiento hacia ella por los |
que no están dispuestos a
admitir la evolución que, inspirada por el Evangelio, |
lleva a cabo, en especial
desde el Concilio, por lo que más de cerca nos afecta. |
Vocación sacerdotal |
y vocación a la vida
evangélica. |
La vocación sacerdotal no
se identifica necesariamente con la vocación |
evangélica o religiosa. La
primera está ligada a la dimensión ministerial y |
sacramental del pueblo de
Dios. La segunda, en cambio, brota de modo ines- |
perado e imprevisible al
soplo del Espíritu, entre el alma y Dios: existe para |
ésta una interpelación
misteriosa y experiencial del Señor, y la Iglesia jerár- |
quica se limita a
discernir, a probar, a regular y no asfixiar el impulso |
carismático de la vida de
consagración. |
En cambio, la vocación
sacerdotal nace de una necesidad eclesial, de la |
necesidad de tener
ministros de la comunión eclesial y, en realidad, es una |
llamada de la comunidad a
uno de sus miembros, de la Iglesia a un individuo |
para que le sirva. Hacer
demasiado hincapié en la escasez de sacerdotes, o en |
la penuria de vocaciones
para el sacerdocio, puede ser incluso un tanto ambiguo. |
No ha faltado quien ha
hecho notar que, en realidad no hay más problema de |
vocaciones sacerdotales
que el que la legislación de la Iglesia pueda crear con |
su ampliación o reducción
de condiciones para dicho llamamiento. Sabemos |
que en la actualidad las
leyes de la Iglesia están sometidas a revisión y que ésta |
se lleva a cabo con
rectitud de miras y bajo la providencial asistencia prometida |
por el Señor. Todo lo cual
debe infundirnos confianza ante el futuro, y desechar |
angustias que sólo pueden
venir de consideraciones o de intereses humanos. Sí, |
hay que pedirle a Dios que
en la comunidad de sus hijos, no sea sofocado el |
aliento de santidad, el
espíritu de profecía y de generosa disposición para el ser- |
vicio del Señor y de los
hermanos. Pero Dios vela por su Iglesia y tendremos |
siempre más de lo que
merecemos, porque es rico en bondad y misericordia. |
Procuremos, de todos
modos, merecerlo. Existe una manera que resume |
todo lo bueno que podamos
hacer para ello: trabajemos en la formación de |
verdaderas comunidades
cristianas, en la educación de la fe, en la apertura de |
las exigencias
evangélicas. La vocación entonces, profética o ministerial, |
surgirá espontáneamente
donde haya comunidad verdadera, o donde exista un |
corazón en el que
despierte este deseo de edificar la comunidad con vehemencia |
definitivamente
sobrenatural. |
Esta jornada que se
prepara debe ser una ocasión para que todos reflexio- |
nemos, en lo que a todos
somos, debemos ser "comunidad" en la Iglesia |
sin excepción, interesa:
ante nosotros mismos, ante Dios, ante el mundo y |
ante la misma Iglesia. |
14 (66) |
EL BUEN EJEMPLO |
Y EL MAL EJEMPLO |
O nos proponemos, por
supuesto, hacer la apología del mal ejemplo: es |
un escándalo para los
débiles, o les retrasa, por lo menos, para el bien, |
que viene a ser lo mismo.
Para quienes tengan la conciencia formada o |
capaz para discernir lo
bueno y lo malo, la cosa ya varía mucho más y se im- |
pone relativizar la
influencia tanto del "buen ejemplo" como del "mal
ejemplo". |
En esta época de tantas
críticas, favorecidas por el espíritu de sinceridad |
—ciertamente encomiable—
que abunda o se invoca por doquier, lo peor de las |
críticas no puede ser su
formulación: diagnosticar un mal, de manera seria y |
objetiva, es el primer
paso para poderlo remediar, y apuntar a un bien mejor |
es la primera condición
para ir a su encuentro. El peligro y el pecado estaría |
en que, a fuerza de
señalar el mal ajeno, descuidáramos de hacer el bien que |
está a nuestro alcance y,
sobre todo, que tomáramos la "falta de testimonio" |
—como ahora se dice— de
los demás, como razón de excusa propia. No hay |
que aprobar el mal,
quienquiera que sea su autor, pero siempre será cierto que, |
en la medida en que seamos
capaces de verlo —reconocido en nosotros o des- |
cubierto en los demás—
somos, por eso mismo, igualmente capaces de repararlo |
o de subsanarlo redoblando
nuestra entrega al bien, sin posibilidad de inhibir |
la responsabilidad ante su
malogro, o retraso, o incompletez. |
No puede admitirse, pues,
el achaque retrocesivo invocado como excusa |
propia por los que son
capaces de advertir cualquier mal ejemplo. Cuando |
alguien se da cuenta de
que el bien es despreciado o simplemente frustrado, ese |
alguien ya no puede
incluirse entre los bloqueados para el bien todavía posible: |
traicionaría la propia
clarividencia, pecaría contra la luz". La responsabilidad |
ajena no puede incidir
negativamente en la propia. Todo lo contrario: el espec- |
táculo del bien es un
incentivo gozoso para mantener y acelerar nuestra gene- |
rosidad; la contemplación
del mal, un acicate doloroso para doblarla, y acudir |
donde otros no acuden,
supliendo negligencias. En la concepción cristiana del |
mundo siempre es más
posible el bien que el mal, siempre es posible vencer |
el mal con la abundancia
del bien", como nos recordaría san Pablo, o, parafra- |
seando a san Juan de la
Cruz, "donde echéis de menos el bien que buscáis, |
poned vosotros mismos el
bien que falta". La crítica es buena si nos conduce a eso. |
En cambio, se ribetea de
fariseísmo la que, con falsa humildad, se ampara |
en el lamento del
escándalo, recargando las responsabilidades ajenas para |
relevo o alivio de las
propias. Es un fenómeno de proyección. Las profundidades |
15 (67) |
del ser humano, exagerando
o previniendo la propia defensa, posee mecanis- |
mos en los que se mezclan
borrosidades primarias subconscientes con clarida- |
des lúcidas y
responsables, que si no siempre se justifican, por lo menos |
explican la posibilidad de
muchas contradicciones en las actitudes y en los |
juicios frente a los
demás. Un simple, un mediocre, una personalidad débil |
puede reaccionar
inhibitoriamente tanto frente al bien como frente al mal; o al |
revés. Puede, por ejemplo,
decirse: «como los demás hacen el bien, ya no |
hace falta que lo haga
yo»; o también: «como los demás hacen el mal, ¿Por qué |
he de singularizarme yo
haciendo el bien?». Etcétera. |
Pero no así una conciencia
responsable y equilibrada, máxime si está |
iluminada por la fe: le
alegra ver el bien en los demás y le anima en la perse- |
verancia; le duele ver el
mal y reacciona redoblando su generosidad para reparar- |
lo sobreabundantemente.
Siempre será verdad evangélica que «los ojos limpios |
lo ven todo claramente, y
los tenebrosos todo oscurecido». Depende más de |
quien mira que de lo que
se mira. |
Idolatras, nos hacemos
falsos dioses que representen un bien lejano y no |
exigible: egoístas,
buscamos víctimas —válidas o ficticias— para acumular a |
sus culpas nuestras
inhibiciones. Ni en la adulación, ni en la exigencia somos |
justos. Adulamos para
poder exigir; exigimos para poder acusar, y acusamos |
para ocultar o diferir la
propia responsabilidad, para huir. |
Frente a lo que decimos
"mal ejemplo", agotadas otras razones, terminamos |
con la última: «es que
fulano, por su condición o por su cargo, tiene más |
obligación que otros». Es
posible; pero ello no nos exime y sigue reforzando |
nuestro subsidiario
esfuerzo, nuestra mayor obligación: ¿por qué no yo he de |
hacer lo que otros
olvidan, o no saben, o no pueden, o no quieren?... ¿Por qué |
no yo? Si me doy cuenta es
que soy capaz de hacerlo: si es un bien y soy capaz, |
peco contra el amor si no
lo hago. Dios jamás puede permitir un mal sin que |
pueda ser causa de bien,
de mayor bien. La fatalidad no existe. |
El buen o el mal ejemplo,
para una conciencia normal, equilibrada, no está |
en lo aparentemente
positivo o negativo de cuanto se contempla, sino en la |
respuesta siempre positiva
de nuestra propia reacción. Esto es lo razonable y |
lo cristiano. |
Nuestro mundo es un mundo
de luchas y de vicisitudes en la lucha. |
¿Qué es la historia de la
Iglesia sino el relato de las incidencias de |
una batalla espiritual que
aparece siempre incierta, aunque sepa- |
mos que el resultado no lo
será? Apenas hemos cantado el Te |
Deum, ya necesitamos
continuar nuestro Miserere. Apenas esta- |
mos en paz cuando se 108
persigue de nuevo. Nuestro avance se |
realiza en medio de
contratiempos, y las penas son nuestros |
consuelos: perdemos a
Esteban para ganar a Pablo, y Matías |
reemplaza al traidor
Judas. |
Así sucede en todas las
épocas. Así ocurre en el siglo XIX como |
sucedía en el IV, y así
sucederá hasta el fin... |
John H. Newman, C. O. |
16 (68) |
LA PAZ, SIN MIEDO |
PIO XII había dicho que
«la paz más que un bien, es la suma de todos los |
bienes». Es verdad que
todos los hombres quieren la paz: ella resume |
todas las aspiraciones
posibles del corazón humano, y a nadie puede |
pedirse ningún sacrificio
ni privación si no es con la promesa de algo que en la |
paz se contenga. No es muy
difícil estar de acuerdo con el deseo de la paz; la |
dificultad surge cuando
hay que definir por qué medios se ha de conseguir o |
cómo se ha de guardar. No
se trata solamente de una dificultad dialéctica, sino |
de poner en juego la
verdadera paz, fácilmente degenerable. |
Si el Evangelio es un
"anuncio de bien" y si este anuncio comenzaba a |
partir de la Resurrección
de Cristo, no puede sorprendernos que sus palabras |
a los apóstoles
sorprendidos de volverle a ver, después del miedo del Calvario, |
sean un mensaje de paz, el
más colmado. La paz no es solamente su saludo, |
sino su promesa, su don:
«No tengáis miedo: la paz sea con vosotros». |
Antes, del Cenáculo a
Getsemaní, ya les había hablado de su paz y de la |
paz según el mundo".
Eran paces diferentes. La suya excluía el miedo: no era |
la paz de la muerte, o de
la vuelta a la muerte, o de la amenaza de la muerte: |
ésas son las falsas paces
del mundo. El trae la paz de la vida, de la vida |
resucitada, invulnerable a
la muerte. Sin miedo. |
Las paces según el mundo,
son paces en función del miedo. Sus árbitros |
las imponen por la fuerza
que se hace temer —Napoleón decía: «No aspiro a |
ser amado; me basta ser
temido»—, o la ofrecen sin alternativa posible, como |
liberación de males reales
o supuestos, que dan miedo y se quieren evitar, sin |
tiempo para la reflexión.
Ninguna guerra es tan siniestra que no se encienda |
con promesas de paz; y ni
siquiera es posible culpar únicamente a los que |
fueran más grandes
protagonistas de sus males. Los egoístas que recortaban el |
valor universal de la paz,
para reservarse "paces pequeñas" para sí, vendían |
su silencio a Napoleón, a
Hitler..., con tal de mantener la seguridad de sus |
apegos terrenos —sin
importarles que fueran seguridades a corto plazo: ¡la |
vida también es breve!—, o
se avinieron a pactos de violencia ante la codicia |
de ventajas o recompensas
fáciles, es decir, injustas. Recompensas de riqueza, |
de prestigio o de
participación en el poder. |
En cuanto a las
multitudes, o se les da el pan y circo" de los romanos, o |
se las enardece para que
acudan a las batallas y mueran por defender ambicio- |
nes ajenas. La historia
está colmada de aberraciones y violencias colectivas, |
tintadas de falsas
promesas mesiánicas, tal vez posibles porque ese también |
colectivo deseo de
seguridad y de paz multitudinario, era explotado por la |
17 (69) |
artera lucidez de unos
pocos que dominaban el mundo, y le prometían la paz, |
pero después de la guerra:
o le asustaban con la amenaza de la guerra, después |
de la paz. La paz del
miedo. |
No tengáis miedo: la paz
sea con vosotros. Es una paz que no necesita |
de la fuerza, que no se
mantiene con la amenaza, que no se conquista con la |
guerra. Esas son las paces
de los hombres: falaces, precarias, ambiguas. La |
paz de los reinos del
mundo, no la paz del Reino de Dios, «reino de verdad, |
de vida, de justicia, de
amor y de paz», como canta la liturgia católica. En la |
medida en que los reinos
del mundo se acerquen a la verdad, a la justicia y |
hagan posible el bien,
dispondrán el camino de la paz entre los hombres. La |
paz de la verdad, es
decir, el respeto por la inteligencia ajena, sin engaños, |
sin manipulaciones
mentales: la paz de la justicia, es decir, el reconocimiento |
y la práctica de la
igualdad y libertad entre todos los hombres, y la paz del |
amor, es decir, de la
fraternidad universal con el estímulo y la comunicación |
del bien que se edifica en
busca de la coincidencia con Dios. Y los hombres, |
tengan o no tengan a Dios
como objeto de su fe o dato de su inteligencia, se |
acercarán al ideal del
Reino de Dios, que ya se prepara en esta vida, según |
sea su esfuerzo para
lograr esa verdad, esa justicia y, sobre todo, por vivir ese |
amor. Porque cuando el
deseo de bien se absolutiza, coincide con Dios, el |
único Absoluto, aunque no
sea nombrado. E inversamente, no basta el nom- |
brarlo, si este bien no se
busca. |
Napoleón, al final de su
vida, como para poner epílogo a su grandeza |
quemada, decía: «Sólo
existen dos poderes en el mundo: la espada y la inteli- |
gencia, y a la larga la
espada es siempre vencida por la inteligencia». Aunque |
era cierto que él mismo
había sido vencido por la espada. ¿Por la espada al |
servicio de la
inteligencia?... Es posible, porque la sabiduría de los hombres |
puede servirse de las
armas; la sabiduría de Dios jamás: es tributaria solamente |
del amor, del amor que
quita el miedo dirá san Juan en su primera Carta. |
Por eso el Señor decía a
sus apóstoles: «No tengáis miedo», porque les traía |
fuerza de amor, y no de
espadas: la de Pedro quedó envainada, para siempre, |
en Getsemaní. Y no le dijo
en el huerto —ya no daba tiempo— que cada vez |
que se le renovara a él o
a otros la tentación de la violencia, convirtiera su |
fuego a la vehemencia del
amor, al esfuerzo de la justicia, a la evidencia de la |
verdad. |
Si encontrara diez hombres
verdaderamente despren- |
didos, me vería en ánimo
de transformar el mundo. |
San Felipe Neri |
18 (70) |
el mendigo |
IBA yo mendigando, de
puerta en puerta, por |
el camino de la aldea,
cuando tu carroza de |
oro apareció a lo lejos,
como un sueño mag- |
nífico, y me pregunté,
maravillado, quién sería |
aquel Rey de reyes. |
Mis esperanzas volaron
hasta el cielo, y pensé |
que mis días malos se
habían acabado, y me |
detuve aguardando limosnas
caídas sin pedir, |
tesoros derramados por el
polvo. |
La carroza se detuvo junto
a mí. Me miraste |
y bajaste sonriendo. Sentí
que la felicidad de la |
vida me había llegado al
fin. Cuando de pronto, |
tú, me tendiste la diestra
y me decías: «¿Qué |
puedes darme?». |
¡Ah, qué ocurrencia la de
tu realeza! ¡Pedirle |
precisamente a un mendigo!
Yo permanecía con- |
fuso e indeciso. Luego
saqué de mis alforjas, |
casi avergonzado, un
granito de trigo que no |
fuese el más pequeño, y te
lo di. |
Pero que sorpresa la mía
cuando, por la tarde, |
al vaciar mi saco al
suelo, encontré un granito |
—el menos pequeño— de oro
en la miseria de |
mi montón. Lloré
amargamente de no haber |
tenido corazón para
dárteme todo. |
RABINDRANATH TAGORE |
19 (71) |
LA PAZ, MAS ALLÁ DE LO QUE
LOGRAN |
Y DE LO QUE SABEN HACER |
LOS HOMBRES |
NUESTRA paz va más allá y
quiere llegar |
allí donde todavía existen
conflictos |
de guerra, odio, sangre,
ruinas y armas |
cada vez más numerosas y
mortíferas. ¡Paz, |
paz! Los hombres que hoy
día tienen talento |
y medios para dar al mundo
espectáculos |
maravillosos de progreso y
organización, |
¿no tendrán sabiduría y
fuerza para defen- |
der y para restablecer la
paz, allá donde |
ella está herida? |
PABLO VI |
Mensaje de Pascua, 1972 |
LAUS |
Director: P. Ramón Mas,
C.O. - Edita e imprimid: Congregación del Oratorio |
Placeta de S. Felipe Neri,
1 - Ap. 182 - Albacete - D. L. AB 103/12 - 13. 4. 72. |
20 (72) |
|