Boletín
del Oratorio de Albacete. |
Núm. 107. OCTUBRE. Año
1972. |
SUMARIO |
DEL trigo el pan, de la
uva el vino, el verano ha dado |
al hombre el premio de su
trabajo. Cultivar lo creado |
Y ―para el
creyente― elevar lo natural es tarea. Y |
esperanza que convierte en
obra de gracia el trabajo, el |
conocimiento y el
perfeccionamiento de los hombres y de |
las cosas. Tarea y
esperanza que no se acaba y que otoño |
señala otra vez. |
OTRA VEZ, A SEMBRAR |
DE GRECIA A NOSOTROS |
CULTURA Y PRETEXTOS
INMORALES |
ESTE TIEMPO QUE ES LA HORA
DE |
NUESTRA VIDA |
RECIBIR, SOSTENER,
CULTIVAR Y |
TRANSMITIR EL TESORO DE LA
VIDA |
«LA UNIVERSIDAD NOS HA
HECHO |
CATÓLICOS» |
LA PALABRA
"CULTURA" EN EL CONCILIO |
UN DESAFÍO AL HOMBRE |
1 (113) |
Otra vez, |
a sembrar |
OTRA vez, a sembrar, a
hacer un acto de fe en la vida de cada hombre, |
además de hacerlo en Dios
y en nosotros mismos; a creer que es un |
campo parecido al de la
esperanza que dan los surcos abiertos de la |
tierra generosa
―siempre más constante, a la gratitud, que los hombres―, que |
guarda y devuelve
multiplicada la semilla que le damos. |
A sembrar el bien,
principalmente la verdad. Verdad del trabajo y de las |
ideas; verdad que
custodia, aumenta y transmite el acervo ―otros dirán la |
cultura― en materia
y en espíritu transfigurador de lo sensible, mientras nos |
desarrolla como personas y
como hijos de Dios, y lo pasamos a los demás, |
mejorado. Solamente
guardado se nos pudriría. |
Es tarea y es deber de
siempre; pero cuando llega el fin del verano, cuando |
la fuerza del calor
estival cede al primer aire fresco de otoño y se hace oblicua |
la luz, las energías se
interiorizan para organizar su proyección reactivadora y |
los impulsos se vuelven
rítmicos y generosos, como la esperanza del labrado, |
que abre nuevos surcos a
la tierra, como la del joven estudiante que comienza |
el curso, como en las
demás actividades humanas que concentran fuerzas ―se |
acabaron las ferias y las
fiestas― en lo bueno y lo útil que las determina y ocupa, |
para custodiarlo o
transformarlo, y mejorarlo, multiplicarlo, distribuirlo, darlo. |
En realidad es el ritmo de
lo bueno, o el ritmo del bien, al que guarda fidelidad |
ciega la tierra, como
racionalmente debiera también observarla el hombre |
respecto al tesoro de
vida, experiencias y valores que Dios le ha dado, por |
medio de otros, para que
los comparta con los demás hombres. |
Recomencemos otra vez, en
el campo que es nuestra vida y la vida de todos. |
Otra vez, a sembrar. No
nos falta el ejemplo de estos hombres austeros y senci- |
llos, de tez enjuta,
pegados a la tierra en la que todavía confiar, y de la que |
sacarán el pan para todos. |
Cultivarnos, roturar
rastrojos de indolencias, remover la tierra profunda |
de la conciencia, informar
entendimientos, iluminar inteligencias, rectificar y |
robustecer voluntades,
sembrar la verdad, y crecer en el bien. Ni la tierra ha |
agotado su capacidad de
dar frutos, ni la vida de los hombres ―con todas sus |
miserias― su
capacidad de generosidad. |
Volverá a la espiga y el
racimo. Volverán ―crecidos― el bien y la verdad. |
A pesar del invierno. Por
eso, otra vez, a sembrar. |
2 (114) |
DE GRECIA A NOSOTROS |
DURANTE doce siglos, desde
la |
siega a la vendimia, en la
luna |
llena que sigue al
solsticio de |
verano, los griegos
celebraban los Jue- |
gos Olímpicos, no sabemos
si como |
una tregua para descansar
de las |
batallas, o como
adiestramiento para |
posibles luchas futuras;
pero lo cierto |
es que la "paz
olímpica" ha sido |
evocada al ser resucitadas
aquellas |
celebraciones en nuestra
época. La |
idea de que los modernos
Juegos |
Olímpicos pudieran
contribuir al fo- |
mento de nobles
emulaciones que |
superaran y substituyeran
las guerras |
y rivalidades nacionales,
ocupó un |
lugar importante en sus
restauradores. |
Se pensó en la exaltación
del deporte |
como una contribución a la
paz mun- |
dial; pensamiento que
subsiste, aunque |
su nobleza no haya podido
ser confir- |
mada, desgraciadamente,
por la expe- |
riencia. La restauración
conseguida por |
Pierre de Coubertin, a
principios de |
este siglo, no ha logrado
evitar las dos |
últimas colosales guerras
mundiales, |
y ya hemos visto como
recientemente, |
tanto los Juegos de México
como los |
de Munich han sido
mancillados con |
la violencia y la muerte.
Además, con |
o sin sangre, la historia
de sus celebra- |
ciones delata que no ha
sido posible |
evitar su politización y
su utilización |
como plataforma de
propaganda nacio- |
nalista o, por lo menos,
comercial. |
Aquella espiritualización
de la vida |
sonada por Platón quedó
truncada en |
la antigüedad y no ha
logrado todavía |
enderezarse. Platón
preconizaba el cul- |
tivo del alma y del
cuerpo, suponiendo |
que este último sólo
indirectamente |
salía beneficiado, y
puntualizando que |
todo el esfuerzo debía
dirigirse a «cul- |
tivar el alma sola y
perfeccionar en |
ella el valor y la
sabiduría». Pero el |
hombre no ha sido bastante
valiente |
para vivir en paz, o no ha
sido bastante |
sabio para edificarla y
prudente para |
mantenerla. Los solos
buenos deseos |
naturales no han bastado,
y si el hom- |
bre se ha burlado de Dios
tampoco |
puede sorprendernos que
haya escar- |
necido la naturaleza. |
Pero ésta sigue siendo
obra de Dios |
y, por ello, sigue
mereciendo su cultivo. |
Son recientes las palabras
conciliares |
(IM n° 61) de que los
ejercicios y |
manifestaciones deportivas
ayudan a |
conservar el equilibrio
espiritual, in- |
cluso en la comunidad, y a
establecer |
relaciones fraternas entre
los hombres |
de todas las clases,
naciones y razas |
porque enriquecen y afinan
el espíritu |
humano. |
La cultura física, no
obstante, debe |
ser completada con el
cultivo del espí- |
ritu, a partir del mismo
nivel natural. Y |
entonces incidimos en lo
que llamamos, |
genéricamente,
"cultura". Porque la |
Gracia se asienta en la
naturaleza, |
disponer esta mejor, es
preparar la |
eficacia de aquélla. |
Seguramente por eso, los
que de |
manera atenta se han
fijado en las |
principales ideas latentes
en toda la |
pastoral de Pablo VI, han
podido seguir |
3 (115) |
su constante preocupación
por la cul- |
tura, no solamente
entendida como |
riqueza tradicional, sino
en su dina- |
mismo humanizador, capaz
de multi- |
plicarse, hoy, por los
medios que ofrece |
el estado de la
civilización actual. A |
Pablo VI le viene esta
preocupación |
desde los lejanos años de
su apostolado |
entre jóvenes
universitarios. En el |
Concilio Vaticano II,
dominado por su |
pontificado, no faltan
repetidas formu- |
laciones que tienen por
objeto esa |
preocupación cultural. |
En realidad, las
respuestas prove- |
chosas que toda religión
pueda ofrecer |
a los grandes
interrogantes vitales del |
hombre, surten efecto en
la medida |
con que toman contacto con
el progreso |
de la cultura humana; de
lo contrario |
pueden convertirse en
respuestas des- |
virtuadas por pietismos
intelectual- |
mente perezosos, o en
paliativo de |
miedos ultraterrenos, o en
fanatismo |
presuntuoso y estéril. |
El cristianismo predicó la
humildad, |
pero no despreció la
cultura. Es preciso |
tenerlo en cuenta para no
caer, bajo |
pretexto de
espiritualismo, en el orgu- |
llo de "despreciar
cuanto se ignora": |
arrogancia cómoda,
simplista, pero |
pueblerina, alejada de la
universidad, |
de la apertura cristiana a
todo bien, |
del
"catolicismo" que decimos profe- |
sar, y que sigue siendo,
entendido |
correctamente, la mejor
respuesta a |
todos los interrogantes y
provisionali- |
dades de este mundo en
transformación |
que nos toca vivir. |
La mayor corrupción. |
Cualesquiera que sean los
errores doctrinales que hayan |
existido en diferentes
épocas y en distintos lugares, ninguna |
corrupción ha sido tan
grande como la que se ha dado |
prácticamente casi en todo
tiempo y lugar, y que consiste en |
servir a Dios por el amor
del Dinero y en amar la religión |
por el amor del mundo...
No quiero decir que tales |
personas no amen a la
Iglesia, sino que aman aún más la |
prosperidad temporal. Su
amor por la Iglesia depende de |
su amor al mundo, de modo
que si la paz de este mundo y el |
bienestar de la Iglesia
llegaran a estar en contradicción, |
se verían inducidos a
ponerse en favor del mundo y en |
contra de la Iglesia. |
J. H. Newman |
4 (116) |
Cultura y pretextos
inmorales |
NO hace falta que resucite
Platón para recordarnos, traduciendo el sentido |
de sus ideas, que la sola
obtención de certificaciones académicas o de |
títulos universitarios no
bastan para hacer al hombre culto, porque no |
bastan a hacerlo bueno. A
los conocimientos que se pueden acreditar después |
de haber acudido a las
aulas, habría que añadir, todavía, todo el conjunto de |
creencias, costumbres,
leyes, valores artísticos y morales y demás capacidades |
o hábitos recibidos en la
sociedad, por el individuo, y aceptados como un ele- |
mento que da forma a su
personalidad. |
Si nos detuviéramos a
considerar la sola actitud moral con que se accede |
o se es impulsado por los
demás ―grupo, familia― a emprender tales estudios, |
nos daríamos cuenta del
ínfimo grado de cultura espiritual que han inspirado |
las motivaciones de un
número elevadísimo de aspirantes a las titulaciones |
académicas. |
No hay que excluir, como
es natural, el que se prepare el futuro del hombre |
por medio de la
adquisición de conocimientos e ideas que le puedan dar cierta |
seguridad y dominio. Pero
es inmoral ir a por los títulos, excluida o relegada |
la responsabilidad social,
movidos por el egoísmo y la codicia de conseguir |
empleos descansados y bien
pagados o posiciones de influjo monopolizado, |
donde existe enorme
diferencia entre el provecho individual de quien las ocupa |
y la exigua o meramente
simbólica carga de deberes anejos. Es inmoral porque |
perpetúa los escándalos de
los desniveles humanos, impiden su remedio y |
convierten en cáncer las
injusticias que, entre los males de la humanidad, |
constituyen el primer
pecado de los hombres, pero el último en reconocer |
cuando se comete. |
La sociedad está, en
general, organizada de tal modo, que es éste todavía |
el abuso más común que
pueden cometer y cometen con frecuencia, los que se |
procuran o aspiran a un
mayor nivel "cultural": a una capacitación no para |
mejor servir, sino para
mejor servirse de la sociedad, jungla de apetencias y |
vanidades ―ganar,
ascender, dominar, excluir, aprovecharse... |
Pero hay otro pecado, que
no consiste ni siquiera en ese sacrificar algunos |
años de la juventud, para
asegurarse un futuro cómodo y elegantemente pere- |
zoso o de fácil
enriquecimiento. Es el pecado de pereza y de despecho frente |
al hecho cultural, en el
que los cristianos tenemos también una gran tarea |
purificadora, tanto para
que, al estar presentes en ella, la impregnemos de |
sentido evangélico, como
para que demostremos a los que, llevados de una |
exclusiva visión
naturalista de la vida, no podrían, sin nuestro testimonio, |
descubrir que la fe, no
solamente no coarta ni se contradice con el hecho cultural |
―consubstancial con
el desarrollo de la vida humana: naturaleza, civilización, |
Sociedad― sino que
potencia su desenvolvimiento. |
5 (117) |
Es positivamente posible
hacer la apología de la Iglesia como agente de |
desarrollo y promoción
cultural de la humanidad: pero no podemos eludir, por |
otra parte, las
acusaciones de oscurantismo que contra ella, a causa de la actitud |
de algunos de sus hijos,
se han formulado. La tentación de entender la fe como |
un alejamiento de lo
temporal, despreciándolo, es posible, y es un error. Pero |
recortar las exigencias de
la fe, despose yéndola, interesadamente, de su pene- |
tración dinámica en la
vida tomada enteramente, e un pecado. No obstante e |
verdad que algunos
cristianos, separando la fe de la ración de egoísmo que |
jamás quisieron renunciar,
la han dejado como un complemento sentimental o |
como un añadido de efectos
meramente ultra-terrenos: les bastaba un Dios que |
les ayudara a hacerse esta
vida según el gusto que ellos mismo: le proponían |
en sus rezos, o que en
todo caso les dejara libres a sí mismos en esta vida, pero |
que luego, en la de más
allá, les diera otra, como un segundo egoísmo |
. |
No puede extrañarnos que
suponiendo, con motivo o sin él, que el cris- |
tianismo pudiera fomentar
o legitimar esta actitud, hombres como Ortega, |
Unamuno, Ganivet, Machado
(por citar algunos entre los nuestros). reservaran |
su adhesión o vacilaran
frente al mensaje sobrenatural que el cristianismo les |
presentaba. |
Por pereza y por despecho
se peca contra la cultura cuando, apoyados en |
la seguridad trascendente
de la fe, nos creemos equivocadamente relevados de |
los esfuerzos naturales
para desarrollar la: potencialidades que, también como |
creaturas, hemos recibido
de Dios. O porque la excelencia de las cosas divinas |
que la fe nos hace
conocer, nos ensoberbece, identificándolas con nosotros |
hasta el desprecio de lo
natural; bien que lo verdadero suele ser que despre- |
ciemos lo que
ignoramos" por pereza. |
A esa indolencia
―disimulada a veces con falsa mística― somos propensos |
los pueblos latinos (sin
que ello niegue otras cualidades igualmente caracteris- |
ticas, pero en cuya
complacencia somos viciosamente inmoderados). Lain |
Entralgo, por ejemplo, nos
ha hecho buenos servicios en libros y artículos, al |
ayudarnos en este
diagnóstico. También nos valen, para una meditación cristiana |
y social, estas palabras
de Paulino Garagorri: «Los males de España proceden, |
en buena parte, de que
somos un pueblo, en conjunto, todavía primitivo: algunos |
defectos del español: la
pereza, la insolidaridad incluso consigo mismo, la |
charlatanería, la bravura
intempestiva y, en definitiva, el adanismo, es decir, la |
irresponsable inclinación
a echarlo todo a rodar y empezar de nuevo, perdiendo |
la experiencia de lo
pasado, son defectos arraigados por una insuficiente |
cultura». |
La cultura es como ese
cofre del Evangelio, al que alude Jesús, con provi- |
sión de lo viejo y de lo
nuevo para crecer en la vida. Y es más que la riqueza |
de un cofre, del que se
pueden sacar joyas o vestidos, para cubrirse o adornarse. |
La cultura no es ni un
recubrimiento ni un adorno; es una segunda naturaleza. |
No es un vestido que
disimula desnudeces, ni una joya que presumimos. Es |
como una piel que nos
contiene y nos da forma. Como una piel del espíritu, y |
un resplandor que de él
dimana. |
6 (118) |
Este tiempo |
que es la hora |
de nuestra vida |
EL proceso de
transformación de |
la humanidad, acelerado en |
nuestros días por los
avances |
técnicos principalmente de
las comu- |
nicaciones, es, en
realidad, un proceso |
de transformación
cultural. |
Hay una configuración del
mundo, |
una herencia acumulada con
la que |
nos encontramos que
influye sobre |
nosotros más deprisa que
en otras |
épocas y que, aceptada o
repelida, |
merced a la interacción
humana produ- |
cida en la sociedad, da
lugar a eso que |
llamamos crisis o cambios
de nuestro |
tiempo. Tiempo de
transformación, de |
crecimiento. |
Los moldes de estos
influjos se |
generalizan y propagan y
desembocan |
en lo denominado
"cultura de masas". |
Cultura y masificación son
datos indis- |
pensables para enjuiciar
los fenómenos |
colectivos de nuestros
días; necesaria- |
mente vehiculantes de
cultura. Más |
claramente que en épocas
pasadas, se |
hace patente que la
cultura ni es ni |
puede ser simple
almacenaje memorís- |
tico de datos y destreza
de habilidades, |
ni el cultivo selecto del
saber reducido |
a minorías, sino que
abarca todas las |
circunstancias del ser en
su ambiente |
y situación histórica y lo
incorpora, |
con reciprocidad de
influjos, en esta |
integración condicionada y
condicio- |
nadora. |
Cada vez más son todos los
hombres |
y es todo el hombre que
cae bajo su |
influjo. Se acortan
distancias y cómpu- |
tos de tiempos, espacios y
personas. Y, |
a pesar de todas las
contradicciones y |
desgarros causados por el
crujimiento |
de esta colosal
transformación del |
mundo, con un poco de fe
es posible |
entrever una tendencia que
se afina, |
en todas partes, apuntando
hacia una |
compenetración o comunión
universal |
de la humanidad.
Convergencias en |
extremismos ―sólo en
apariencia |
contrarios― que son
ese resabio de |
vejez de corazón que no
sabe mirar |
hacia adelante, siembran
temores, o |
amenazan o arañan con
desespero, el |
mapa de la Providencia que
no saben |
leer. Aunque quepa la
actitud de los |
que no piensan, o se
resignan, para |
abandonarse, como la hoja
a la corrien- |
te del río, y se dejan
llevar sin querer |
saber adónde se les lleva,
abdicando |
de sí mismos. |
Lo razonable, sin embargo,
y lo |
cristiano, es esforzarse
por descubrir |
el sentido de este
fenómeno e integrarlo |
en las propias
posibilidades, con luci- |
dez y responsabilidad,
para colaborar |
a su encauzamiento. Es la
hora de |
aplicar la frase
evangélica recordada |
por Juan XXIII: «¡Estad
atentos a los |
signos de los tiempos!» No
para huir, |
no para detener impulsos,
no para |
romper, o para maldecir o
para conde- |
nar ―serían
reacciones del miedo, del |
egoísmo, de la falta de
fe―; sino para |
comprender, para encauzar,
para tra- |
7 (119) |
bajar, para construir.
Todo lo cual, |
enumerado genéricamente
ofrece pocas |
dificultades y hasta
suscita pacifica |
atracción, porque responde
a ese opti- |
mismo profundo, al clamor
de vida, a |
la vocación de
inmortalidad que Dios |
ha sembrado en lo
recóndito de cada |
espíritu, y que nadie
puede extirpar |
de su ser; pero que se
hace problema |
porque, tomado en serio,
exige des- |
prendimiento, docilidad,
cansancios, |
constancia y el ejercicio
de una indefi- |
ciente esperanza, tensa,
pero siempre a |
punto de sonreír al bien y
al amor, que |
se sabe cercano, a pesar
de la dureza |
imponente del esfuerzo, a
veces oscuro |
y dramático, de la hora de
la vida. |
Que se hace problema
porque la fe |
y la esperanza, es el
problema del |
creyente, nunca acabado de
resolver, |
aunque le vayan ayudando a
descifrar |
todos los demás. |
CULTURA: INSTRUCCIÓN Y
EDUCACIÓN. |
Nadie podría, con razón,
acusar al Padre Lacordaire de conservadurismo. |
El famoso predicador de
las Conférences de N-D de Paris llegó en sus |
actitudes, a la hora de
interpretar la sociedad de su tiempo, hasta los |
ex/renos consentidos por
la ortodoxia. Por eso, en nuestra época, es que |
también queremos ser
avanzados, pueden valernos unas palabras suyas |
respecto a la educación,
pronunciadas en una de aquellas famosas |
conferencias: |
¡Desgraciado el que
confunda la instrucción con la |
educación; que crea que el
bien surge de la ciencia y |
de la literatura, sean
como sean, y que basta con saber |
retener en la mente
conceptos importantes para |
preparar el alma del
hombre y del ciudadano! |
La perfección espontánea
no se da, y la moral menos. El niño y el joven, |
por sí mismos, no pueden
alcanzar el nivel de educación necesario con |
sólo el impulso
desordenado, individualista, de afirmarse en la vida, sin |
caer en la contradicción
anárquica del propio egoísmo. Ideas, comporta- |
miento recto, modales, han
de ser recibidos; de lo contrario podríamos, |
tal vez, conseguir hombres
doctos, pero mal educados. Por eso continuaba |
Lacordaire: |
La educación consiste en
transmitir al alma que se |
rebela y se halla llena de
egoísmo, el sentido de la |
obediencia, del respeto y
de la abnegación: legado |
sublime cuya ausencia nada
puede sustituir. |
(Conf. núm. 01, 1950) |
8 (120) |
Recibir, |
sostener, |
cultivar |
y transmitir |
el tesoro de la vida |
«El Hombre ha sido creado |
para ser superado» |
Emmanuel Mounier |
LO más importante de la
vida humana, dice Ortega, es que el hombre |
no tiene otro remedio que
estar haciendo algo para sostenerse en la |
existencia. La vida nos es
dada, puesto que no nos la damos nosotros |
mismos, sino que nos
encontramos en ella de pronto y sin saber cómo. Pero la |
vida que nos es dada no
nos es dada hecha, sino que necesitamos hacérnosla |
nosotros, cada cual la
suya. Comprender, interpretar esta verdad de nuestra |
vida y nuestro quehacer en
ella, tal vez sea lo que podemos llamar, en el mejor |
sentido, cultura. |
Porque entender la cultura
como un depósito de logros, cualquiera que sea |
la descripción que de
ellos hagamos, o el orden con que los enumeremos, |
permaneciendo estáticos,
puede ser decoración archivable en la memoria, pero |
no influye en la vida. La
memoria ha de estar al servicio de la inteligencia, |
tal orden al de la
actividad. |
Pero entender la cultura
por simple actividad, como simple moverse para |
demostrar que se está
vivo, como hacer equilibrios para no caerse, sería la |
ridiculización de la misma
vida, sin exceder la importancia caricaturesca de |
una ficción inútil. |
Cultura es cultivarse. La
importancia del descubrimiento de nuestro |
i quehacer vital, está en
hacerlo, en llevarlo a cabo, con el material recibido, |
comunicando nuestra
aportación al don que nos precede, para transmitirlo |
enriquecido. Enriquecerlo
es enriquecernos, es realizarnos sacando a superficie |
nuestras posibilidades. |
Hacen falta tres cosas:
creer en lo que hemos recibido, creer en nuestras |
posibilidades y creer y
preparar su entrega. Solamente así no se malogra, sino |
que se agradece, la
sorpresa del don de esta vida que late en cada uno, con todo |
el bagaje que la acompaña;
solamente así no paralizamos, sino que crecemos y |
aumentamos su plenitud;
solamente así nos disponemos al amor, a la entrega |
del bien, del que somos
agentes después de haber sido objeto del mismo. Sola- |
mente así somos justos,
porque custodiamos y devolvemos lo recibido; solamente |
así somos libres, porque
hemos elegido el bien. |
9 (121) |
«La Universidad nos ha
hecho católicos» |
«Oxford made us Catholics» |
J. H. Newman. |
YA, desde tiempos de
Disraeli, se |
decía que Inglaterra
conseguía sus |
victorias militares,
diplomáticas y |
económicas, no en los
campos de batalla, |
o en las cancillerías o en
los mercados, |
sino sobre el césped de
los campos y las |
aulas de Oxford. Se quería
significar que |
la pujanza del imperio
británico no se |
apoyaba ni en el azar, ni
en la fuerza, ni |
en el tesón salvaje de una
raza, ni en la |
simple tiránica
acumulación de medios |
para organizar e imponer
un dominio, |
sino en la calidad humana
de las genera- |
ciones formadas en la
Universidad. |
Las universidades inglesas
eran lugares |
donde el estudiante, por
supuesto, no era |
valorado por su capacidad
memorística, |
sino por su inteligencia y
por la completez |
de una formación integral,
en la que la |
ciencia y el arte, la
cultura clásica y |
las curiosidades de los
descubrimientos |
modernos, la capacidad
asimiladora y |
creativa, debían
compaginarse con los |
ejercicios deportivos, con
los buenos |
modales, con el
afinamiento espiritual y |
el gobierno de sí mismo y
la aptitud para |
la responsabilidad
personal y la convi- |
vencia. Todo lo cual debía
ser llevado |
a cabo, y era posible, con
un mínimo |
aparente de rigidez,
gracias a la buena |
educación, por lo común
recibida o asi- |
milada antes de llegar a
las aulas de la |
Universidad. Hoy tal vez
podrían disgus- |
tarnos algunos de los
criterios entonces |
empleados para la
selección de candidatos |
a la Universidad; pero nos
costaría mucho |
trabajo idear otros medios
al comprobar |
que, pasado el tiempo y
convertida casi |
en masiva la posibilidad
de frecuentar la |
Universidad, aquel
espíritu de Oxford, |
de Cambridge, e incluso de
Eaton, siguen |
influyendo en eso que se
ha venido en |
llamar la gentemanlikeness
universitaria |
inglesa. |
Newman procedía plenamente
de este |
ambiente, fue siempre un
universitario: |
toda la simpatía
precedente por san Felipe |
Neri (*) no habría bastado
para decidirle |
a fundar el Oratorio en
Inglaterra, si no |
hubiese descubierto en el
Oratorio, como |
institución, una
providencial correspon- |
dencia típica entre la
vida sacerdotal que |
inauguraba al hacerse
católico ―pero que |
era como el término de una
evolución no |
retractada, originada en
la Universidad― |
y su vida de fellow en
Oxford. |
Intelectual auténtico, él
no creyó jamás |
que la fe o el sacerdocio
católico pudieran |
exigirle renuncias en esa
actitud radical |
y sincera. Sin tenerlo en
cuenta no podrí- |
amos aproximarnos a la
comprensión de |
su misión, ni menos
explicarnos la mayor |
parte de penas y
contradicciones que, si es |
verdad que purificaron su
alma y acriso- |
laron su virtud,
recortaron notablemente |
el alcance y la eficacia
de las obras que |
emprendió, entre las
cuales, la menos |
importante no fue
precisamente la de |
(*) LAUS, mayo 1972, p. 13
(85) y s6. |
10 (122) |
la Universidad Católica de
Dublín y el |
proyecto de un Oratorio en
Oxford. Las |
envidias, las
incomprensiones de mentes |
cortas, aunque
encumbradas, los pietis- |
mos disimuladores de
ignorancias, la falta |
de colaboración en una
visión más amplia |
sobre la Iglesia y lo que
ésta debía inten- |
tar, o debía proyectar en
aquella época en |
Inglaterra, hicieron que
no pudiera ser |
comprendido o aceptado por
la cortedad |
de inteligencia o por la
fe inmatura de |
los que ponían su
seguridad en la allí, de |
todos modos, lejana,
aunque imponente |
grandeza del Papado, en
las definiciones |
o directrices magistrales,
legítimas que, |
sin embargo, a algunos les
evitaba aportar |
el esfuerzo de la propia
inteligencia |
satisfecha y perezosa
―se acababa de |
definir el dogma de la
infalibilidad ponti- |
ficia―, o en la
efectiva universalidad del |
catolicismo, el cual,
aunque reducido y |
minoritario en Inglaterra,
gozaba, esta- |
dísticamente, de una
extensión mundial. |
Newman, convertido al
catolicismo, fue |
siempre buen hijo de la
Iglesia, ortodoxa |
su fe, y si, aun creyendo
en la infalibilidad |
pontificia, por ejemplo,
le parecía ino- |
portuna o innecesaria su
formulación |
dogmática, no lo
exteriorizaba por opo- |
nerse al Papado, sino por
la honradez de |
dar su pensamiento, antes
de procederse |
a aquella definición que,
como todas las |
cosas, no debía suprimir
la aportación |
racional y bien
intencionada de los |
verdaderos fieles y por lo
mismo amantes |
de la Iglesia. Se debería
conceder tiempo |
y tratar con consideración
a los que |
encuentran dificultades en
nuevas formu- |
laciones dogmáticas,
decía. Y añadía: «La |
adhesión inmediata a un
artículo tal |
puede ser reflejo de una
fe vigorosa, pero |
también puede ser causa de
que un |
hombre crea cualquier cosa
porque no |
cree en nada, ya que está
dispuesto a |
reconocer cuanto su
partido religioso (en |
realidad, su partido
político) le exige... |
Hay demasiados prelados
que hablan |
como si no supieran lo que
es un acto |
de fe». |
Evidentemente esto
escandalizaba a los |
que esperaban una
conversión del mundo |
más milagrosa que
misionera, o descono- |
cían o despreciaban la
realidad; esa reali- |
dad que es el campo donde
la inteligencia |
cristiana ha de introducir
el Evangelio, |
para no ser como los que
aprenden a nadar |
―la imagen es
suya― para salvar a los |
que se ahogan... y nunca
se han mojado |
ni han visto el agua
siquiera. El deseaba, |
diría, que «el hombre
seglar e intelectual |
fuese devoto, y que el
eclesiástico devoto, |
fuese intelectual». |
Recién convertido, su
opción por el |
Oratorio no fue tomada sin
un examen |
prolongado y profundo, en
orden a su |
propia capacidad y la de
sus compañeros, |
y a la misión que les
esperaba. Hecha la |
decisión, consubstanció su
vida con ella |
hasta la muerte y veremos
cómo, al ser |
creado cardenal por León
XIII, pedirá al |
11 (123) |
Papa que le deje continuar
en el Ora- |
torio de Birmingham, en su
nido", |
como un Padre más. |
En sus escritos y en los
esquemas de |
las exhortaciones que
dirigía a la |
comunidad, descubriríamos
el paralelo |
que establece entre un
college de la |
Universidad y un Oratorio
de san Feli- |
pe Neri. Basta cambiar el
régimen, |
introducir el celibato,
establecer un |
cuerpo de fellotes con la
misión no |
simplemente intelectual,
sino sacerdo- |
tal y apostólica, y poner
a uno de los |
hermanos que haga de
cabeza en el |
trabajo pastoral y
evangélico y «ya |
tenéis ante vuestros ojos
a una Congre- |
gación de san Felipe». |
Pero recordará
incesantemente, |
aunque no siempre lo
mencione de |
forma explícita, toda
aquella segunda |
naturaleza que es producto
de la buena |
educación, largamente
ejercitada por |
él como universitario, que
es fruto del |
cultivo de la mente junto
con todo lo |
que constituye la
personalidad, en ese |
equilibrio de nobleza, de
corrección, |
de franqueza de compañero,
sin ava- |
sallar ni romper la
intimidad ajena; |
ese señorío que no es
distancia, sino |
respeto y obsequio; esa
urbanidad sin |
Necesitamos más seminarios |
que sedes episcopales.
Necesi- |
tamos educación,
perspectiva, |
ensamblamiento
organización: |
por encima de todo
perspectiva |
de conjunto. Es lamentable
que |
tantos hombres capaces
estén |
rindiendo tan poco. |
J. H. Newman |
hipocresía; esa
laboriosidad constante, |
silenciosa, selectiva,
desprendida y |
generosa; esa apertura de
mente a una |
vida que espera el
esfuerzo gozoso de |
todos para ser mejorada;
esa incesante |
renovación sin
rompimientos, sino |
alimentada por la fluidez
interior... |
«Nosotros, dirá, los del
Oratorio, somos |
más atenienses que
espartanos»; una |
austeridad más del
pensamiento, del |
señorío del espíritu, de
la constancia |
y de la templanza de la
voluntad, que |
de las estrategias o las
organizaciones |
del cálculo y de la
fuerza. Y no por |
negligencia o descuido; no
por abdica- |
ción pueblerina,
pseudo-mística, o |
inhibitoria; sino por la
más profunda |
y superior finura
espiritual, ciertamen- |
te más rara, más difícil
de descubrir |
y mantener, pero más
exigente preci- |
samente por ser más libre. |
Él llama a todo eso
"base cardinal", |
Kozne de la vida
comunitaria del Ora- |
torio, lo que no evitó
diferir de los |
que, menos conocimiento
del |
Oratorio y sin haber
asistido a sus |
mismos orígenes, primero
estudián- |
dolo en Roma y luego
iniciándolo en |
Inglaterra, se inclinaban
por una in- |
terpretación menos
profundizada y |
menos matizada. |
Todo esto, decía él, no
son valores |
simplemente naturales,
sino que caen |
dentro del orden de la
gracia desde el |
momento que se persiguen y
se man- |
tienen con mentalidad de
cristiano. |
«No se trata de un
refinamiento de- |
mente contemplado en sí
mismo, sino |
como un suplemento de una
más alta |
perfección religiosa». |
Cuando habla de nobleza o
caballe- |
rosidad, puntualiza que no
ha de |
coincidir necesariamente
con el "ran- |
go" social de donde
se procede, sino |
del rango del espíritu, el
único que da |
12 (124) |
esa nobleza y capacidad
sin la cual se |
carece de aptitud para la
vida común |
y para un verdadero y
positivo influjo |
apostólico. |
Su insistencia se veía
impulsada por |
dos razones principales:
en primer |
lugar porque se daba
cuenta del mo- |
mento de transformación
cultural, y |
de reactivación del saber
humano, que |
se obraba en su mundo, con
lo cual, |
sin renunciar al bien que
al mundo |
hay que hacer, había que
contar necesa- |
riamente; y, en segundo
lugar, porque |
juzgaba que la Iglesia
―o más exac- |
tamente los eclesiásticos
y muchos |
católicos
influyentes― confiados en la |
verdad divina que seguros
custodia- |
ban, cerraban sus ojos
ante los progre- |
sos que se hacían en el
campo de la |
historia, la filosofía, la
psicología, las |
matemáticas, la biología,
la sociología |
y la política, más atentos
a condenar |
los errores posibles en
que la novedad |
incurriera, que a
alegrarse y bendecir |
todo lo positivo que, sin
duda y en |
mayor abundancia que los
errores, |
también se contenía. Era,
en parte, por |
lo menos, el miedo
sistemático a lo |
nuevo, cuando no el
despecho de |
despreciar lo que se
ignora. |
El mundo atravesaba por un
segundo |
Renacimiento, parecido al
que sirvió |
de marco a la fundación de
san Felipe |
en Roma. Romanticismo,
revolución |
industrial,
transformaciones sociales |
y políticas con el
desplomamiento de |
los absolutismos,
descubrimientos |
científicos insospechados,
comunica- |
ciones relativamente
aceleradas... Y |
un punto neurálgico de
todo ello era |
Inglaterra. Por esto tuvo
la idea y |
emprendió el gigantesco
esfuerzo de |
la Universidad Católica de
Dublín |
donde, en zona próxima y
católica |
sería posible dar una
buena formación |
cristiana a sacerdotes y |
seglares por esto pensó en
un Oratorio |
junto a la Universidad más
acreditada, |
que era precisamente la
suya, Oxford; |
por esto fundó un colegio
católico |
junto a la Congregación de
Birming- |
ham; por esto tendió una
mano y se |
comprometió por los laicos
católicos |
impacientes y asumió la
dirección de |
The Rambler... |
La perspectiva del tiempo,
finalmen- |
Mi opinión siempre ha sido
responder a lo erróneo y no |
suprimirlo: y esto aunque
sólo fuera por cuestión de con- |
veniencia para la causa de
la verdad, por lo menos en |
esta época. Suprimir me
parece una mala política. La |
verdad tiene fuerza por sí
misma y se abre camino; es |
más fuerte que el error. |
J. H. Newman |
13 (125) |
te, daría la razón a
Newman. Sobre |
todo a partir de un Papa,
León XIII, |
un intelectual equipado
con la expe- |
riencia de varios años de
observación |
de la vida europea, desde
su mismo |
centro, cuando desde
Bruselas, como |
nuncio apostólico,
observaba las trans- |
formaciones que se obraban
en Al- |
emania , en Inglaterra, en
Francia, en |
silencio. Silencio que se
rompió al |
llegar a la silla de
Pedro, nombrando |
su primer cardenal en la
persona de |
Newman, respondiendo a los
proble- |
mas sociales |
que había ―¡hacía
medio |
siglo!― aventado
Carlos Marx, esti- |
mulando la ciencia,
reformando los |
seminarios y afrontando
los problemas |
del liberalismo y la
democracia, no |
solamente con principios
doctrinales, |
sino frenando la escalada
dictatorial |
de Bismarck frente a la
Iglesia y acon- |
sejando sabiamente a los
católicos de |
Francia, cuyo
conservadurismo a ul- |
tranza les alejaba de sus
deberes |
ciudadanos. |
Finalmente, un testimonio
reciente, |
el de Pablo VI, así
sintetiza la persona- |
lidad y la vocación del
gran convertido |
de Oxford: |
«Newman fue el promotor y
repre- |
sentante del Movimiento de
Oxford, |
que suscitó tantas
cuestiones religiosas |
y estimuló tan grandes
energías espi- |
rituales, quien,
plenamente consciente |
de su misión ―«tengo
una tarea que |
realizar»― y guiado
solamente por el |
amor a la verdad y a la
fidelidad a |
Cristo, trazó el
itinerario más laborioso, |
pero también el más
grande, el más |
lleno de sentido, el más
convincente |
que ha recorrido el
pensamiento hu- |
mano durante el siglo
pasado y, pode- |
mos decir, durante la edad
moderna, |
para llegar a la plenitud
de la sabidu- |
ría y de la paz». |
JESÚS Y LA CULTURA. |
JESÚS, como hombre, |
fue uno de los mayores |
activadores de la cultura |
de la humanidad, aunque |
no se dedicó ni a la cien- |
cia ni al arte, ni dio
direc- |
trices sobre el
particular. |
Lo único que le absorbió |
fue el Reino de Dios, el |
fermento que en el mun- |
do ha de contribuir a su |
paz. |
De tal modo aceptó la |
preferencia de Dios por |
la pobreza y el servicio, |
que a ello consagró toda |
su vida. Ésta fue la
belleza |
y la bondad más grande |
que pudo encontrar. Y |
es una vocación y un pri- |
vilegio poder participar |
de la simplicidad de tal |
perspectiva que, con fre- |
cuencia, coincide con una |
vida ceñida a la obser- |
vancia de los consejos |
evangélicos. |
Catecismo Holandés |
14 (126) |
LA PALABRA
"CULTURA" |
EN EL CONCILIO |
Sin apurar los textos,
porque un rastreo exhaustivo ocuparía |
demasiado espacio y el
lector interesado en ello puede fácilmente |
hacerlo por su propia
cuenta yendo directamente a las mejores |
ediciones de los
Documentos Conciliares del Vaticano II, nuestra |
selección se ha detenido,
especialmente, en la Const. Iglesia y |
Mundo (IM), y algunos
puntos de la Decl. sobre la Educación |
Cristiana (Ed), Const.
dogmática sobre la Iglesia (1), la Decl. |
Sobre Religiones no
Cristianas (Rn C), el Decr. sobre el Aposto- |
lado de los Seglares (AS),
y el Decr. sobre los Medios de Comu- |
nicación Social (MCS),
cuyas siglas y numeración remiten al |
lector al contexto
correspondiente. |
CONCEPTO GENERAL DE
CULTURA |
IM 53. Con la palabra
cultura se indica, en sentido general, todo aquello con |
que el hombre afina y
desarrolla sus innumerables cualidades espirituales y |
corporales; procura
someter el mismo orbe terrestre con su conocimiento y |
trabajo; hace más humana
la vida social, tanto en la familia como en toda la |
sociedad civil, mediante
el progreso de las costumbres e instituciones; final- |
mente, a través del tiempo
expresa, comunica y conserva, en sus obras, grandes |
experiencias espirituales
y aspiraciones para que sirvan de provecho a muchos, |
e incluso a todo el género
humano. |
LA CULTURA Y LA FE |
IM 58. La buena nueva de
Cristo renueva constantemente la vida y la |
cultura del hombre caído,
combate y elimina los errores y males que provienen |
de la seducción permanente
del pecado. |
Ed 8 La escuela católica
persigue, en no menor grado que las demás escue- |
las, los fines culturales
y la formación humana de la juventud. Su nota distintiva |
es ordenar finalmente toda
la cultura humana según el mensaje de la salvación, |
de suerte que quede
iluminado por la fe el conocimiento que los alumnos van |
adquiriendo del mundo, de
la vida y del hombre. |
IM 58. Múltiples son los
vínculos que existen entre el mensaje de salvación |
y la cultura humana. Dios,
el efecto, al revelarse a su pueblo hasta la plena |
15 (127) |
manifestación de sí mismo
en el Hijo encarnado, habló según los tipos de |
cultura propios de cada
época. |
PLURALIDAD DE CULTURAS |
IN 53 La palabra cultura
asume con frecuencia un sentido sociológico |
etnológico. En este
sentido se habla de la pluralidad de culturas. Estilos de |
vida común diversos y
escalas de valor diferentes encuentran su origen en la |
distinta manera de
servirse de las cosas, de trabajar, de expresarse, de practicar |
la religión, de
comportarse, de establecer leyes e instituciones jurídicas, de |
desarrollar las ciencias,
las artes y de cultivar la belleza. Así, las costumbres |
recibidas forman el
patrimonio propio de cada comunidad humana. |
IM 54. Una forma más
universal de cultura, tanto más promueve y expresa |
la unidad del género
humano cuanto mejor sabe respetar las particularidades |
de las diversas culturas. |
IM 58. La Iglesia ha
empleado los hallazgos de las diversas culturas para |
difundir y explicar el
mensaje de Cristo en su predicación a todas las gentes. |
NUEVAS FORMAS DE CULTURA |
IM 54. La
industrialización, la urbanización y los demás agentes que pro- |
mueven la vida comunitaria
crean nuevas formas de cultura ―cultura de |
masas―, de las que
nacen nuevos modos de sentir, actuar |
descansar. |
IM 55. Somos testigos de
que está naciendo un nuevo humanismo, en el que |
el hombre queda definido
principalmente por la responsabilidad hacia sus |
hermanos y ante la
historia. |
IM 51. Las circunstancias
de vida del hombre moderno en el aspecto social |
y cultural han cambiado
profundamente, tanto que puede hablarse con razón |
de una nueva época de la
historia humana. |
VALORES POSITIVOS DE LA
CULTURA ACTUAL |
IM 51. Ciertas notas
características de la cultura actual: las ciencias exactas |
cultivan al máximo el
juicio crítico; los más recientes estudios de la psicología |
explican con mayor
profundidad la actividad humana; las ciencias históricas |
contribuyen mucho a que
las cosas se vean bajo el aspecto de su mutabilidad |
y evolución; los hábitos
de vida y las costumbres tienden a uniformarse más y |
más. |
IM 57. Entre los valores
de la cultura actual se cuentan: el estudio de las |
ciencias y la exacta
fidelidad a la verdad en las investigaciones científicas, la |
necesidad de trabajar
conjuntamente en equipos técnicos, el sentido de solida- |
ridad internacional, la
conciencia cada vez más intensa de la responsabilidad |
de los peritos para la
ayuda y la protección de los hombres, la voluntad de |
16 (128) |
lograr condiciones de vida
más aceptables, para todos, singularmente para los |
que padecen privación de
responsabilidad o indigencia cultural. |
ALCANCE HUMANO DE LA
CULTURA |
IM 59. Es propio de la
persona humana el no llegar a un nivel verdadera y |
plenamente humano si no es
mediante la cultura, es decir, cultivando los bienes |
los valores naturales.
Siempre, pues, que se trata de la vida humana, natura- |
leza y cultura se hallan
estrechamente unidas. |
IM 44. Los tesoros
escondidos en las diversas culturas permiten conocer |
más a fondo la naturaleza
humana, abren nuevos caminos para la verdad y |
aprovechan también a la
Iglesia. |
IM 57. El misterio de la
fe cristiana ofrece a los cristianos valiosos estímulos |
y ayudas para descubrir el
sentido pleno de esa actividad que sitúa a la cultura |
en el puesto eminente que
le corresponde en la entera vocación del hombre. |
I 36 Los cristianos deben
contribuir eficazmente a que los bienes creados, |
de acuerdo con el designio
del Creador y la iluminación de su Verbo, sean |
promovidos, mediante el
trabajo humano, la técnica y la cultura civil, para |
utilidad de todos los
hombres sin excepción. |
PROGRESO CULTURAL |
IM 73. Con el desarrollo
cultural, económico y social se consolida en la |
mayoría el deseo de
participar más plenamente en la ordenación de la comuni- |
dad política. |
IM 60. Con la promoción
cultural y social podrán todos los hombres y |
todos los grupos sociales
de cada pueblo alcanzar el pleno desarrollo de su |
vida cultural de acuerdo
con sus cualidades y sus propias tradiciones. |
RnC 2. Las religiones, al
tomar contacto con el progreso de la cultura, se |
esfuerzan por responder a
los interrogantes vitales del hombre con nociones |
más precisas y con
lenguaje más elaborado. |
ESCUELAS |
Ed 6. El monopolio escolar
es contrario a los derechos naturales de la |
persona humana, al
progreso y a la divulgación de la propia cultura. |
Ed 8. El ejercicio de este
derecho de la Iglesia a tener sus escuelas contri- |
buye en gran manera a la
libertad de la conciencia, a la protección de los |
derechos de los padres y
al progreso de la misma cultura. |
Ed 5. La escuela
constituye como un centro de cuya laboriosidad y de |
cuyos beneficios deben
participar juntamente las familias, los maestros, las |
diversas asociaciones que
promueven la vida cultural, cívica y religiosa, así |
como la sociedad civil y
toda la comunidad humana. |
17 (129) |
IGLESIA Y CULTURA |
IM 58. La Iglesia puede
entrar en comunión con las diversas formas de |
cultura; comunión que
enriquece al mismo tiempo a la propia Iglesia y a las |
diferentes culturas. |
IM 58. La Iglesia,
cumpliendo su misión propia, contribuye a la cultura |
humana y la impulsa, y con
su acción, incluida la liturgia, educa al hombre en |
la libertad interior. |
IM 61. Cooperen los
cristianos para que las manifestaciones y actividades |
culturales colectivas,
propias de nuestro tiempo, se humanicen y se impregnen |
de espíritu cristiano. |
AS 7. Entre las obras de
apostolado de instauración del orden temporal |
sobresale la acción social
cristiana, la cual desea el santo Concilio que se extien- |
da hoy día a todo el
ámbito temporal, incluida la cultura. |
ESTADO Y CULTURA |
IM 59. A la autoridad
pública compete no el determinar el carácter propio |
de cada cultura, sino el
fomentar las condiciones y los medios para promover |
la vida cultural entre
todos, aun dentro de las minorías de alguna nación. |
Ed 6 El Estado ha de
prever que a todos los ciudadanos sea accesible la |
conveniente participación
en la cultura y que se preparen debidamente para el |
cumplimiento de sus
obligaciones y derechos civiles. |
LIBERTAD DE LA CULTURA |
IM 59. La cultura, por
dimanar inmediatamente de la naturaleza racional y |
social del hombre, tiene
siempre necesidad de una justa libertad para desarro- |
llarse y de una legítima
autonomía en el obrar según sus propios principios. |
IM 59. La Iglesia no
prohíbe que las artes y las disciplinas humanas gocen |
de sus propios principios
y de su propio método, cada una en su propio campo; |
por lo cual, reconociendo
esta justa libertad, la Iglesia afirma la autonomía de |
la cultura humana, y
especialmente la de las ciencias. |
IM 59. Sobre todo hay que
insistir en que la cultura, apartada de su propio |
fin, no sea forzada a
servir al poder político o económico. |
DERECHO A LA CULTURA |
IM 60. Es preciso hacer
todo lo posible para que cada cual adquiera concien- |
cia del derecho que tiene
a la cultura y del deber que sobre él pesa de cultivarse |
a sí mismo y de ayudar a
los demás. |
IM 60. Es preciso procurar
a todos una cantidad suficiente de bienes cultu- |
rales, a fin de evitar que
un gran número de hombres se vea impedido, por su |
ignorancia y por su falta
de iniciativa, de prestar su cooperación auténticamen- |
te humana al bien común. |
18 (130) |
Un desafío al hombre |
EL género humano se halla
hoy en un período nuevo de su historia, carac- |
terizado por cambios
profundos y acelerados, que progresivamente se |
extienden al universo
entero. Los provoca el hombre con su inteligencia |
y su dinamismo creador;
pero recaen luego sobre el hombre, sobre sus juicios y |
deseos individuales y
colectivos, sobre sus modos de pensar y sobre su com- |
portamiento para con las
realidades y los hombres con quienes convive. Tan |
esto es así, que se puede
hablar de una verdadera metamorfosis social y cultu- |
ral, que redunda también
en la vida religiosa. |
Como ocurre en todas las
crisis de crecimiento, esta transformación trae |
consigo no leves
dificultades. Así, mientras el hombre amplía extraordinaria- |
mente su poder, no siempre
consigue someterlo a su servicio. Quiere conocer |
con profundidad creciente
su intimidad espiritual, y con frecuencia se siente |
más incierto que nunca de
sí mismo. Descubre paulatinamente las leyes de la |
vida social, y duda sobre
la orientación que a ésta se debe dar. |
Jamás el género humano
tuvo a su disposición tantas riquezas, tantas posi- |
bilidades, tanto poder
económico. Y, sin embargo, una gran parte de la huma- |
nidad sufre hambre y
miseria y son muchedumbre los que no saben leer ni |
escribir. |
Nunca ha tenido el hombre
un sentido tan agudo de su libertad, y entre |
tanto surgir nuevas formas
de esclavitud social y psicológica. |
Mientras el mundo siente
con tanta viveza su propia unidad y la mutua |
interdependencia en
ineludible solidaridad, se ve, sin embargo, gravísima- |
mente dividido por la
presencia de fuerzas contrapuestas. Persisten, en efecto, |
todavía agudas tensiones
políticas, sociales, económicas, raciales e ideológicas, |
y ni siquiera falta el
peligro de una guerra que amenaza con destruirlo todo. |
Se aumenta la comunicación
de las ideas; sin embargo, aun las palabras |
definidoras de los
conceptos más fundamentales revisten sentidos harto diversos |
en las distintas
ideologías. |
Por último, se busca con
insistencia un orden temporal más perfecto, sin |
que avance paralelamente
el mejoramiento de los espíritus. |
Afectados por tan compleja
situación, muchos de nuestros contemporáneos |
difícilmente llegan a
conocer los valores permanentes y a compaginarlos con |
exactitud al mismo tiempo
con los nuevos descubrimientos. La inquietud los |
atormenta, y se preguntan,
entre angustias y esperanzas, sobre la actual evolu- |
ción del mundo. |
El curso de la historia
presente es un desafío al hombre que le obliga a |
responder. |
(Vatic. II. IM, 4) |
19 (131) |
HORARIO DE MISAS |
(DESDE OCTUBRE A JUNIO) |
DÍAS LABORABLES: 7,45 de
la mañana y 8 de |
la tarde. |
DOMINGOS Y FESTIVOS: 10,
11 y 12 de la ma- |
ñana y 8 de la tarde. |
SÁBADOS Y VÍSPERAS DE
FESTIVOS: 8 de |
la tarde (Misa
anticipada). |
Una vida de fe que
quisiera prescindir de la Palabra de Dios, |
acabaría en degradaciones
beatiles, supersticiosas o fanáti- |
cas. Estimemos, por esto,
LA LITURGIA DE LA PALABRA que |
constituye la primera
parte de la santa misa, asistiendo a ella |
con puntualidad y
atención. Por lo demás, la puntualidad es |
un elemental deber de
buenos modales que debiera ser ocioso |
recordar en el templo; y
la atención nos facilita la comprensión |
del mensaje necesario a la
fe. |
Fiarse en la simple
‘validez' sacral de los ritos presenciados, |
o contentarse con el
'cumplimiento' suficiente de los precep- |
tos, reduce a fariseísmo
la religión, o a un |
añadido soportado y
molesto. |
LAUS |
Director: P. Ramón Mas,
C.O. - Edita e imprime: Congregación del Oratorio |
Placeta de S. Felipe Neri,
1 - Apartado 182 - Albacete - D. L. AB 103/62 - 16. 10. 72 |
20 (132) |
|