Boletín
del Oratorio de Albacete. |
Núm. 108. NOVIEMBRE. Año
1972. |
SUMARIO |
LA inflexión misteriosa
del dolor y la muerte es el |
tributo que la
sensibilidad paga a la Vida, con la |
Inmortalidad sembrada en
el espíritu y en todo lo |
que el espíritu levanta,
más fuerte, más ágil, más alto. |
Mientras la esperanza se
hace camino que va de la fe al |
amor. |
"VIVIR A DIOS" |
LA MUERTE Y LA VIDA |
LA MÚSICA, SIGNO DE
COMUNIÓN |
LAS CORRUPCIONES |
SACAR FRUTO DE LAS
REFORMAS |
IR A MISA |
DIGNIDAD DEL DEPORTE |
EDDY MERCKX, CAMPEÓN TOTAL |
ELOGIO DE LA BICICLETA |
JUVENTUD Y DEPORTE |
1 (133) |
"VIVIR A DIOS" |
DE san Ireneo son estas
lapidarias frases: «Alejamiento de Dios, muerte; |
apartamiento de luz,
tinieblas; y aislamiento de Dios, pérdida de todos |
los bienes que hay en Él».
El pecado es lo que aleja de Dios, es lo que |
da la muerte. En los
primeros siglos de la Iglesia el nombre de "muerte" se |
aplica generalmente al
pecado. A los cristianos les preocupaba más, como dice |
el mismo santo,
"vivir a Dios", que la muerte considerada en su aspecto físico. |
Las predicaciones
apostólicas, las persecuciones y el riesgo del martirio favore- |
cían la pureza del ideal
cristiano. Orígenes diría que, en realidad, «el alma |
humana no puede decirse ni
mortal, ni inmortal: si está asida a la vida será |
inmortal, si se aleja de
la vida será mortal... Si elegimos la vida, siempre |
viviremos, y la muerte no
nos dominará (cf. Romanos 6, 9), y se cumplirá en |
nosotros la sentencia del
Señor que dijo (Juan 11, 25): 'el que crea en mí, |
aunque haya muerto, vive'.
Elijamos pues la vida». |
Vivir es, por lo tanto,
elegir la vida. Existen hombres, en el mundo, de los |
que se dice que "se
juegan la vida" por un ideal. No sabemos de todos ellos si |
explícitamente creen en
Dios; pero nos consta que creen en algo que para ellos |
es absoluto, como lo es
Dios para el fiel. Y aun cuando no podamos, sin distin- |
ciones, aceptar como
buenas todas sus maneras de "jugarse la vida", el gesto de |
su generosidad que la pone
toda entera al servicio y a la entrega por un ideal, |
nos admira porque es el
testimonio de una gran capacidad de amor: nadie |
—dijo Cristo, tiene un
amor más grande que el que da la vida por lo que |
aman. Si su amor, aunque
pudiera tenerse por equivocado objetivamente, ha |
procedido de una total
buena fe, les alcanzará la bendición de Dios a quien, en |
realidad, se entregaban al
amar, aunque no le conocieran. Su entrega a lo |
Absoluto, era una entrega
a Dios, que es el único Absoluto. Su entrega era su |
vida, daba sentido de
plenitud a su vida y por eso les llevaba a la Vida, cuya |
fuente está en Dios. |
Vivir es entregarse a la
Vida. No es estar en el mundo, dejarse llevar por |
la corriente de la
existencia, sin entrar conscientemente en el dinamismo que |
mueve el mundo en el que
Dios nos ha colocado, y que es suyo. |
El Bautismo e, para el
cristiano, esa entrega, esa elección, por la que se |
configura con Cristo para
correr su misma suerte, hasta llegar al Padre, de |
quien procede toda vida,
"Dios de vivos y no de muertos". Vivir, entendido |
como algo más que el
"estar", o el aprovecharse de "estar" en el mundo, es |
vivir a Dios". Esa
vida no tiene fin, no tiene muerte. |
2 (134) |
La muerte |
y la vida |
MIENTRAS lo sigan
permitiendo los espacios libres que circundan las |
ciudades y pueblos,
tendremos cementerios. Y en los cementerios, |
como vigilantes de sus
puertas o guardianes de sus recintos, no faltarán |
las agujas colosales de
los cipreses, que muchos, erróneamente, toman como |
símbolo de la
muerte", pero que en realidad lo son de la vida y de la inmorta- |
lidad. En efecto, la más
antigua piedad cristiana se complació en plantarlos |
junto a los sepulcros de
los bautizados, no solamente porque parecen fechas |
que apuntan hacia arriba,
al infinito, sino porque su tronco es de madera inco- |
rruptible y su agilizada
copa de hoja perenne. Tampoco la vida del cristiano, |
parece que quieren decir,
se pudre con la "muerte" ni acaba con ella su exis- |
tencia que se hace,
precisamente, más elevada y ágil gracias a la participación |
en el misterio de la de
Cristo. |
La muerte pues, como
fatalidad, como fin aniquilador, no tiene sentido a |
los ojos de la fe. La
muerte no es fin de la vida, sino modulación misteriosa de |
la verdadera Vida, un
renovado ritmo de la existencia que no acaba, una trans- |
figuración de la misma
vida que poseemos, incorruptible, indivisible, inmortal, |
hasta más allá del tiempo,
como la de Cristo, que anunciaba su propia muerte |
con la comparación del
grano de trigo que muere para dar más fruto, para |
transformarse en espiga;
como la de Cristo que no podemos disociar de su |
resurrección —su
transfiguración—, su glorificación y exaltación. Su muerte y |
su resurrección
transfigurante son modelo y fundamento de la nuestra. |
La muerte —la
transfiguración, del hombre es un misterio inefable, en el |
que intervienen un dolor
humano inmenso— muerte y alumbramiento, y un |
gozo todavía mayor: |
«Ven muerte tan escondida: |
que no te sienta venir |
porque el placer de morir |
no me torne a dar la
vida». |
Gozo que no puede ser
imaginado, porque es el gozo de "una nueva creación, |
de un cielo nuevo, de una
tierra nueva". Es un ocaso y un amanecer, todo al |
mismo tiempo. |
San Felipe Neri decía que
la muerte jamás sorprende al buen cristiano |
—como a él no le
sorprendió— no solamente porque Dios, providencial y |
3 (135) |
oportuno en todo, lo es,
si cabe, todavía más en esa hora de la muerte, sino |
porque el fiel que vive la
fe que profesa hace del existir un entrenamiento que |
le mantiene —diría hoy—
"en forma" para el gran salto a lo definitivo, a la Vida |
en Dios y, como atleta
precavido, no toma el ejercicio de su camino y carrera |
hacia Dios como una
tentativa relegada al capricho de la suerte, sino como la |
culminación de un proceso
mantenido que le aproxima constantemente a Él y |
cuya inmediatez, cuando le
alcanza, presiente profundamente y gozosamente, |
más allá y por encima del
rechinar doloroso que la sensibilidad pega al cambio |
mortal que se abre a la
transfiguración para la inmortalidad. |
Por eso, vivir, ser
consciente, para un ser personal, consiste en saber hacer |
la síntesis de toda la
vida en cada momento de la vida. Se trata de aprender a |
vivir sin improvisaciones
para que toda la existencia sea entrenamiento para |
el supremo acto de la
vida, que llamamos, todavía, "muerte". La "muerte" es |
solamente la fijación de
la calidad de esa síntesis que hemos debido aprender a |
hacer. Una síntesis que ha
de contener la madurez del bien: es decir, un proceso |
de libertad creciente que
culmina en el amor. |
O ¿qué sentido puede tener
para el fiel, la Creación, la Redención —libera- |
ción—, la Gracia, el Reino
de Dios...? |
Fuera de esta óptica es
absurda la vida y es absurda la muerte. No repeti- |
remos el proceso del
ateísmo existencialista frente a la vida. Y nos bastan, |
frente a la absurdidad de
la muerte, estas palabras de Epicuro, en la Epístola a |
Menecio, donde dice que
«la muerte nada tiene que ver ni con los vivos ni con |
los muertos: porque
mientras vivimos no hay muerte y, cuando la muerte llega, |
ya no vivimos». |
Para nosotros no hay
muerte. Todo es Vida. Todo es Vida, aunque nos |
quede por desprender el
oropel fúnebre y tétrico del fatalismo pagano que ha |
llegado a ensombrecer el
mismo contorno del pensamiento y de la celebración |
cristiana de la muerte, en
la liturgia funeral, en los entierros y condolencias, |
cuando en realidad debía
tratarse de una evocación más de la resurrección de |
Cristo, sin los negros
crespones del luto, porque Cristo es nuestra paz, nuestro |
gozo y nuestra Vida. |
Ninguno de nosotros vive
para sí mismo y ninguno |
muere para sí mismo. Si
vivimos, vivimos para el |
Señor; si morimos, morimos
para el Señor; en la vida |
y en la muerte somos del
Señor. Para esto |
murió y resucitó Cristo. |
Romanos, 14, 7-9 |
4 (136) |
La música, |
signo de comunión |
LA evocación de santa
Cecilia como patrona de la música sagrada es posible |
que sea del todo
arbitraria, si se renuncia al recurso de razones simbóli- |
cas, más o menos forzadas
que, por lo demás, podrían atribuirse a otros |
cristianos significados
con el ejemplo de la santidad. Pero su nombre, desde |
tiempo, ha servido para
conjurar a los amantes de la música en general y, más |
concretamente, de la
música como parte de las formas del culto sagrado. Con |
las cosas indudablemente
buenas que nos ha traído la reforma iniciada en la |
liturgia católica, hemos
de lamentar el descenso del cultivo del canto gregoriano, |
música oficial del culto
católico, pero tan vinculada a la lengua latina a la que |
sirvió de soporte desde
sus orígenes que, en general, resulta de difícil adaptación |
a las lenguas vernáculas a
las que se han vertido los textos litúrgicos. |
De todas formas, esta
dificultad se ha exagerado muchas veces, como puede |
revelarlo sintomáticamente
que la esgrimían con tanta más fuerza los menos |
conocedores de la música
gregoriana. También es curioso tener en cuenta, que |
la mayoría de las
innovaciones en otros estilos musicales, que han logrado una |
mejor expresión
espiritualizadora de la palabra religiosa musicada, proceden de |
los conocedores y
cultivadores del gregoriano anterior. Y no han sido pocos los |
ejemplos en los que, sin
extorsiones, se ha demostrado la posibilidad de musicar |
en gregoriano fórmulas y
cánticos escritos en lenguas vernáculas (en especial |
por lo que se refiere a
las neolatinas) cuando la experiencia la ha llevado a |
cabo, prescindiendo de
improvisaciones, un autor competente, espiritual y |
respetuoso, como puede
serlo, por ejemplo, el célebre escolapio Miguel Altisent. |
El canto gregoriano tuvo
origen, según parece, por los siglos IV y V, cuando |
los cristianos pudieron
manifestar su fe y creencias fuera de las Catacumbas. |
San Gregorio, de quien
recibió la denominación, sólo hizo, en el siglo VI, la |
compilación y dio orden,
sentido y armonía a la tradición musical que acababa |
de iniciarse en la
liturgia. No puede decirse de las melodías gregorianas que |
pertenezcan a un
determinado autor: fueron obra de muchos años y fueron |
muchos los artistas
desconocidos que contribuyeron al enriquecimiento del |
número y calidad de tales
melodías. No constituían la música de un autor, sino |
que su autor, puede
decirse, era la misma Iglesia. Todas las composiciones son |
anónimas y los textos
están tomados de los Libros Sagrados, de sus salmos y de |
sus versículos y de los
himnos que se introducían en la Sagrada Liturgia y que |
generalmente eran
compuestos por monjes. |
Es una música, la
gregoriana, diatónica y de ritmo libre. La melodía se |
destaca por su belleza
propia y su línea amplia, poderosa, extraordinariamente |
5 (137) |
flexible y equilibrada, se
eleva y mantiene, sin rigideces de cuadraturas, como |
el vuelo de un ave que se
adentra en un horizonte de luz, como si traspasara la |
materialidad que le sirve
ágilmente de soporte, hacia las zonas de la mística y de |
la fe. Por eso puede
decirse que, el canto gregoriano, si bien exige un mínimo |
de facultades para su
interpretación, requiere, todavía más, un afinamiento de |
sensibilidad y una actitud
espiritual en la que se avengan el gusto por lo bello |
y por la pureza de lo
santo. De ninguna otra música se podría decir con más |
razón, lo que san Agustín
aseguraba de la oración convertida en canto: «El que |
canta, reza dos veces». |
No apuntamos estas
palabras como llevados de la nostalgia de algo que se |
nota decrecer, a pesar de
que siga siendo "el canto oficial de la liturgia católica". |
Más bien nuestra reflexión
quisiera expresar, no sin modestia, estas dos ideas: |
en primer lugar, que la
belleza, la depuración del buen gusto, es la primera |
condición para encontrar
signos que sirvan a una comunidad que se reúne |
para orar o para las
celebraciones litúrgicas. No ayudan a la belleza la ñoñez, |
los amaneramientos o
improvisaciones zarzueleras, fácilmente generalizables |
por el mismo hecho de que
tienen poca dificultad y se hacen pegadizas. Carecen |
de fuerza y les falta el
vigor expresivo de lo profundo, de lo comunitario y de |
lo santo. |
En segundo lugar, que el
espíritu del que ora y del que canta debe sintoni- |
zar con este anhelo
elevador, que haga compatible el vigor y la verdad de lo que |
se expresa con la agilidad
sobrenatural que, como signo religioso, debe poseer. |
Cultura, buen gusto,
espíritu sobrenatural: todo debe contribuir en el canto para |
Dios. Un canto que debiera
ser el de todos, sin posibilidad de presencias pasivas |
en las celebraciones; un
canto que fuese comunidad y comunión de voz, con |
pocos, con apenas
"solistas", sin posibilidad de oír a los demás porque —como |
en el gregoriano bien |
cantado— las voces se |
funden en comunión y |
lo que parece ser oído |
es mi misma voz mag- |
nificada por la de todos |
los fieles conmigo fo- |
rmando pueblo, que está |
en mi como estoy en él. |
La invocación de |
santa Cecilia mantuvo, |
entre los buenos grego- |
rianitas, estos ideales, |
antes de la introducción |
del vernáculo en la Li- |
turgia; que esos mismos |
ideales tomen cuerpo en |
la renovación en cuyo |
proceso nos encontra- |
mos. |
Ari-tas Dé- i • diffú - sa
est in cordibus |
nó-stris. per inhabi-tán-
-tem Spi- ri-tum é-jus in |
nó- bis. T. P. Alle- lú-
ia, al-le- lú- ia. Ps. Bé-. |
nedic ánima mé-a Dómi-no :
• et ómni- a quae intra |
me sunt, nómini sáncto
é-jus. Glo-ri- a Pátri. |
Eu o o a e. |
6 (138) |
LAS |
CORRUPCIONES |
LA moralidad de muchas
personas sería mejor si no aplazaran la hora de la |
acción para cuando se
dieran las "condiciones óptimas". Otras justifican |
su colaboración o
pasividad con lo que es difícil de aceptar como bueno |
y hasta de lo que puede
reconocerse, más allá de las ambigüedades, como malo, |
alegando que las
circunstancias no permiten hacer nada para evitar o remediar |
lo que una conciencia
recta no puede admitir. Todo esto ocurre principalmente |
con los pecados y con las
actitudes y colaboraciones amorales o sencillamente |
inmorales frente a la
sociedad, frente a la comunidad que nos envuelve y que, |
en cristiano, —y aun a
nivel simplemente humano— no podemos despreciar ni |
olvidar, sin participar en
el juego de las corrupciones. |
No importa que, con
malabarismos de fingidas excusas, pretendan justifica- |
ciones, si la práctica
desmiente lo reconocido teóricamente. Señalar, en teoría, |
lo que es mejor, no pide
más que un poco de inteligencia y de serenidad de |
ánimo, por lo común
general en todos los seres humanos. Hacer lo que es mejor, |
y a veces simplemente lo
que es bueno, ya exige algo más. La teoría es aséptica; |
la práctica, comprometida.
No faltan personas que nunca cometen errores por- |
que, en realidad, nunca
hacen" nada; se contentan con saber y presumir de |
sabios, y cuando alguien
se les acerca para que, además, traduzcan en realidades |
lo que profesan saber,
siempre nos aplazan la hora alegando la esperanza de |
circunstancias mejores que
todavía no han llegado. "Ahora no se puede". Ellos |
podrán cuando ya no hará
falta. O podrán cuando se les invite a presidir lo que |
los abnegados
"imprudentes", los arriesgados comprometidos, hayan logrado |
con la generosidad de su
sacrificio. Ellos se reservan, no se comprometen: |
presiden. O esperan
presidir. Representan, por lo menos, el estadio de las |
corrupciones implícitas. |
Pero hay corrupciones
abiertas, no muy difíciles de detectar. ¡A cuántos |
de los que más protestaban
en su juventud ha bastado, por ejemplo, una pequeña |
gratificación para el
primer pacto con lo criticado, y hemos visto inmediatamente |
amansadas sus protestas
mientras, sin tiempo para la vergüenza, ingresaban en |
el sistema otrora
despreciado y maldito! Al que le diera motivo, para justificar |
bu última resignación,
alegarían inmediatamente que "las circunstancias no |
permitieron otra cosa, que
cuando cambien, que el ideal se mantiene, pero... |
etcétera". |
Lo curioso es que,
precisamente las circunstancias que les envuelven y |
que alegan como obstáculo
para la realización de sus pretendidos ideales, ellos |
7 (139) |
mismos las han elegido.
Han abdicado de sus ideales, si es que antes los tenían |
y no decoraban con ellos
su fantasía o presumían irresponsablemente. Falta |
pues sinceridad. |
Puede ocurrir, sin
embargo, que alguien, realmente, se encuentre en |
circunstancias que en
verdad él no ha elegido y así se halle desempeñando un |
papel, un empleo o cargo,
una responsabilidad o tarea a la que sea objetable, |
en parte o en todo, la
relativa moralidad. ¿Qué hacer, entonces? La respuesta |
no es difícil: puede
seguir allí con tal que, precisamente por estar allí, trabaje |
mejor, con todas sus
fuerzas y con su compromiso, en orden a cambiar la |
injusticia en justicia, la
mentira en verdad, la corrupción en integridad. De lo |
contrario es reo de
complicidad, tanto más posible si el silencio y la pasividad |
le proporcionan ventajas
materiales, buen sueldo, renombre, perspectivas de |
ascenso, etc. Y no hace
falta decir que no podría, sin pecado, continuar en su |
lugar, cuando su presencia
consolidara el mal o lo prestigiara, por la confusión |
y el escándalo a que ello
daría lugar. Hay una serie de pecados y males para |
el individuo y para la
sociedad, que no figuran en las listas convencionales y |
censuradas de la moralidad
estandarizada, pero que la recta y honesta concien- |
cia humana y cristiana no
pueden fingir ignorar, sin renunciar a la dignidad |
de hombres y sin renegar
del cristianismo. |
Es cierto que la sociedad
ejerce presiones tales que para librarse de las |
ventajas materiales y del
halago de la corrupción hay que estar dispuestos a |
afrontar verdaderas
renuncias o, por lo menos, notables austeridades; pero |
éstas, si abrimos el
Evangelio, no pueden sorprendernos, puesto que Jesucristo |
ya nos avisó de la
imposibilidad de "servir a dos señores". En resumidas |
cuentas, se trata siempre
de esto. |
A la hora de elegir
—cuando se puede— profesión; a la hora de aconsejar |
a los jóvenes en ese
camino que llamamos "porvenir"; a la hora de responder |
a opciones que se nos
formulan frente a responsabilidades profesionales o |
públicas, un cristiano ha
de hacer un esfuerzo de honradez para purificar sus |
intenciones al máximo, en
especial si la perspectiva que se le abre ofrece, como |
compensación, algo más que
"el pan de cada día". Porque esto nos lo suele dar |
Dios; lo que sea más de
esto, muchas veces lo da el diablo, el gran corruptor, |
"el padre de la
mentira". |
EL JOVEN RICO. |
(Mateo 19, 16... 22) |
—Maestro, ¿qué bien he de
hacer para obtener la vida eterna? |
—Guarda los mandamientos. |
—Todas estas cosas ya las
he guardado. ¿Qué me falta? |
—Si quieres ser perfecto,
ve, vende tus bienes y da a los |
pobres, y tendrás un
tesoro en el cielo. Ven y sígueme. |
Cuando el joven oyó la
respuesta, se marchó muy triste. Por- |
que poseía mucho, bienes. |
8 (140) |
SACAR FRUTO |
DE LAS REFORMAS |
EL pasado mes de octubre
ha señalado el décimo aniversario de la apertura |
del Concilio Vaticano II.
No han faltado los intentos de balance: de los |
que creen —en España
quedan todavía muchos— que el Concilio no ha |
reportado bienes, sino que
ha desatado el confusionismo, y de los que creen |
que en realidad las
reformas suscitadas por el Concilio han sido más bien mo- |
destas y que habría sido
de desear ir todavía más lejos en esa respuesta que |
Iglesia se proponía dar al
mundo moderno por medio de aquella gran Asamblea. |
Insistir en el esfuerzo
para que el mundo pueda entender y aceptar y quiera |
vivir según el mensaje
evangélico, nunca será ningún exceso, y constituye, pre- |
cisamente, la misión
esencial de la Iglesia de Jesucristo, predicadora, apostólica, |
anunciadora de la buena
nueva de Dios. Pero nosotros, aquí, no haremos |
nuestro balance: nos
limitaremos a una observación en uno de los aspectos que |
el pueblo ha notado más de
cerca, como reforma debida al Concilio: la liturgia, |
y de la liturgia, la santa
Misa. |
Se trata de analizar si
habrían podido ser más las reformas, porque nos |
parecen todavía pocas y,
hasta cierto punto, tímidas. Pero no vamos a ocuparnos |
de ello porque toda
reforma entraña, dada la estructura tan centralizada de la |
Iglesia, muchas
dificultades, y no precisamente por culpa de los jefes de la |
Iglesia. Sobre ellos
descarga un peso que no es ya el que proviene de la respon- |
sabilidad recibida de
Cristo, sino amontonado por la inveterada costumbre |
hecha de perezosas
abdicaciones de tantos hijos de la Iglesia, que encuentran |
más cómodo relegar a
instancias superiores la solución de lo que, con un poco de |
esfuerzo inmediato, ellos
mismos podrían hacer, con lo cual se sobrecarga la ya |
grave responsabilidad de
los que presiden y que, como hombres, cercados por su |
misma limitada capacidad
práctica y hasta técnica, soportan la desproporcionada |
exigencia de tener que
entender y resolver los problemas de manera universal |
con dificultades de
agilidad y de tiempo, que la enorme abnegación no alcanza |
siempre a resolver, como
es natural. Pero en la actualidad la Iglesia, ella misma |
en su jerarquía, se
esfuerza en resolver o aminorar esa clase de dificultades, por |
otra parte, hasta cierto
punto, inevitables porque se inscriben en el marco |
temporal del mundo en que
vivimos y de la condición humana. Dios mismo no |
ha inmunizado a su Iglesia
de tales escollos, porque también estas dificultades |
nos ayudan en el ejercicio
de la fe, ya que nos recuerdan incesantemente la |
necesidad de superación, y
nos estimulan en la búsqueda incesante de maneras |
y de estilos que la vayan
liberando de aquellos pesos estructurales que resulten |
inútiles a su misión y a
la eficacia del Evangelio. |
9 (141) |
Puede que nos parezca que
hayan sido pocas las reformas y puede que |
llevemos razón. Pero puede
todavía ser más cierto que no hemos sacado todo el |
fruto posible de las que
ya se han iniciado. Es ley de la vida que la imperfección |
siempre nos acompañará, y
es precisamente desde la imperfección que hemos |
de actuar porque desde
ella es precisamente desde donde se ejercita la fe y se |
va demostrando la fuerza
de Dios. No hace falta que, para confirmarlo, repita- |
mos las palabras paulinas.
La imperfección, la incompletez también acompaña |
a la Iglesia, y el mejor
modo de ir superándola para aproximarla al ideal dese- |
ado, es ir apurando al
máximo lo indudablemente bueno que ya tenemos y |
que, por lo tanto, debemos
utilizar. |
Nos referíamos, decíamos,
a la liturgia, y a la misa. No se trata de recordar |
que, en toda renovación,
en toda reforma, debe anteponerse el espíritu que la |
inspira. No sacaremos aquí
una antología de textos conciliares que nos lo |
apoyen, porque es patente
a todos. Pues bien, si algo deberíamos lamentar, en |
lo que a reforma litúrgica
se refiere, es la preocupación, a veces prevalente, de |
las rúbricas o ritualismos
—en sí mismos— que han podido dar, con harta |
frecuencia, más bien un
cambio de ritualismo, que una prevalencia del espíritu |
sobre lo ritual. Con lo
cual hemos traducido, por decirlo así, al vernáculo lo |
que lamentábamos del
latín. Unas cuantas novelerías que nos sugestionen de |
modernidad no pueden
convencernos de que se trate de una gran renovación. |
No obstante, en el
perviviente apego al rito que mantiene rasgos artificiales de |
buena fe mantenidos, es
preciso reconocer una reverencia bien intencionada |
por lo sagrado, que no ha
sabido encontrar el debido equilibrio entre valentía |
y respeto de lo santo. Y
así continúan las celebraciones con menos elocuencia |
expresiva de lo que se
realiza en ellos de lo que sería de desear, sin gran supe- |
ración de lo pasado. Nos
hace falta, pues, espiritualizar y hacer más espontánea, |
sin caer en la
trivialización, la renovación de la Cena del Señor. Y esto compete |
a todos, como es natural:
al ministro que preside la celebración y a los fieles |
en ella congregados. |
No ayudaría poco a este
propósito si se estimara más en lo que vale la |
liturgia de la Palabra. |
De la gran ventaja de que
se celebre en lengua vernácula, es evidente que no |
nos aprovechamos lo
suficiente. La liturgia de la Palabra es para el alimento de la |
fe de los fieles.
Prescindir de esta fe y de la necesidad de su actualización a la luz |
de la palabra bíblica,
hace inútil toda pretensión de llamarse cristianos. El mismo |
sentimiento difuso de
reverencia como cosa sagrada que se pueda tener para el |
resto de la celebración
eucarística, 110 pasa de una superstición de buena fe y de |
un lamentable desnivel de
ignorancia entre el saber cristiano y el que las perso- |
nas medianamente cultas
suelen tener en otras materias. El día que fuese posible |
tomar más en serio, la
inteligencia y la aplicación de las lecturas de la misa verí- |
amos cómo cambia todo en
el templo y cómo se facilitan progresivas renovaciones |
que dejarían atrás todo el
esoterismo que sofoca lo auténticamente espiritual y |
que, sin necesidad de
teatralizaciones ni artificios de modas, se lograría sensibili- |
zar esa reunión de hijo de
Dios en torno a la Mesa de la Iglesia, alimentados, en |
la fe, por el pan de la
Palabra, y en la vida de gracia, por la Eucaristía. |
10 (142) |
IR A |
MISA |
SE da, todavía, la
banalización de celebraciones |
eucarística: oficializadas
o sociales, como rito |
decorativo o detalle
programa, sin atención |
para la Palabra de Dios,
sin actualización por lo tanto |
del Evangelio, in
participación sacramental. Existen |
celebraciones —funerales,
bodas...— en las que la |
presencia de la mayoría de
los asistentes no llega, |
como intención y como
disposición, a superar la |
superficialidad de un
espíritu ajeno a la significación |
sobrenatural de lo
presenciado. |
Se da, también, en muchos
de los fieles de Misa dominical y festiva, una no |
superación de la idea de
"obligación". No quiere decir esto que se trata de redu- |
cir al capricho o al
sentimentalismo la iniciativa personal de acudir a las celebra- |
ciones, sino, por el
contrario, de preparar mejor su asistencia y procurar, además, |
participar en otras
celebraciones eucarísticas hasta hacer, en ellas, de la Palabra |
de Dios el alimento
cotidiano y de la recepción de la Eucaristía fuerza para la |
vida, compenetrados con
Cristo. |
Todos deseamos la reforma
del mundo y todos necesitamos la nuestra. No |
sería poco, para lograrlo,
comenzar por atender tal como se nos ofrece en la |
celebración de la
Eucaristía, a la Palabra de Dios y a la participación sacra- |
mental. Descubriríamos,
día tras día, un bien creciente que enardece y que |
compromete, si acudíamos
abriendo el alma a la mentalización que la lectura |
de la Biblia, meditada y
asimilada para adentrarla a nuestra propia vida y pro- |
yectarla a todo lo que a
ella se relaciona; si tomábamos la Eucaristía, no como |
evasión sentimental aunque
pura, ni como medio para hacer al Señor propicio |
con el encerramiento de
nuestros humanos anhelos, sino como compenetración |
con Él, recogiendo el
vigor de la Gracia, entendiéndola no como ventaja indivi- |
dualista, sino como
extensión de la acción de Cristo, que pasa por nosotros y |
que va, generosamente,
hasta más allá de nosotros mismos. Para ver y para |
hacer e influir en todo,
como Cristo haría si estuviera en nuestro lugar. |
Muchos cristianos lo han
comprendido así y con este deseo acuden, incluso |
a diario, a la santa Misa.
Quedan ya pocos que separan la Misa de la comunión |
—ni comunión sin Misa,
debe ser, ni Misa sin comunión—. Las misas "recorta- |
das" —dígase lo que
se quiera— son las que se quieren compaginar con la pereza |
o con un no vencido
desorden, como si nos inclináramos a tratar con menos |
atención a Dios que a
cualquier cosa profana que verdaderamente nos interesara... |
Sólo residuos de beatería
apoyada en fideísmos talismánicos o en contabilidades |
meritorias (1) pueden
explicar que perdure, en algunos, esa ilógica conducta. |
Si el fervor de los
cristianos que quieren serlo de verdad se encauzara en |
revalorizar lo que les
ofrece la Misa debidamente oída y participada, no haría |
falta echar de menos
muchas de las reuniones y apostolados en que, sin negar |
la conveniencia
instructiva y formativa de su contenido, ha pervivido con fre- |
cuencia en muchos de los
asistentes, un espíritu de curiosidad o de novelería |
que otra novelería o
curiosidad de carácter religioso o profano, no importa- |
ba suplantado
sucesivamente, hacia una especie de turismo espiritual, vago, a |
veces elegante, pero
siempre descomprometido. |
11 (143) |
DIGNIDAD |
DEL |
DEPORTE |
TODO lo que dignifica al
hombre, es digno de Dios, porque el hombre es |
de Dios. Y el deporte
dignifica al hombre. |
Robustece su cuerpo, da
flexibilidad a sus miembros, comunica armonía |
a la figura humana. Y si
todo ello se persigue con ejercicios adecuados, sin |
excesos físicos que puedan
perjudicar, ni caer en la ceguera de la pasión, tiende |
evidentemente a mejorar lo
que en el hombre hay de material y sensible, para |
hacerlo más dócil al
espíritu, que es el verdadero asiento de toda grandeza o |
nobleza humana. |
Porque la dignidad mayor
del deporte no consiste en que pueda propor- |
cionarnos una musculatura
hercúlea, sino en hacer el cuerpo más útil al alma. |
De esta manera, lo que
sería solamente fuerza muscular, exaltación racial o |
belleza física, se
convierte en instrumento espiritual, en fuerza del alma, et |
disciplina, caballerosidad
y educación, que encuentra en la observancia de la |
moral profesional del
deportista, la expresión de los valores humanos y cristia- |
nos capaces de comunicarle
la máxima nobleza y dignidad: lealtad a las reglas |
de juego, respeto al
adversario, valentía para competir con empeño; pero sin |
animosidad ni deseo de
dañar al contrario, dominio de sí mismo, constancia, |
entusiasmo por un ideal
bueno, orden justo y subordinación racional de valores, |
para que, al mismo tiempo
que nos vigoriza la salud corporal, acere las fuerzas |
para las empresas de la
vida diaria y, en cierta medida, hasta de facilidad para |
mantener en equilibrio el
alma. |
Si el deporte hace mejor
al cuerpo, y el cuerpo obedece al alma, es |
natural que el deporte es
beneficioso para la misma vida espiritual. La ascética |
cristiana no es otra cosa
que el deporte de la santidad, la vida presente su |
estadio, y la victoria la
misma santidad. |
La Iglesia lo ha entendido
siempre así, y por esto resultan tan bellas y |
elocuentes las palabras de
un papa moderno —Pío XI—, buen deportista que, |
en su juventud, fue el
primero en escalar el lado italiano del monte Rosa, de |
4.673 m., cuando en una
audiencia, y al reconocer a algunos de sus antiguos |
compañeros de equipo, les
decía: «Ahora nos resta la última escalada, la del |
Cielo, en la que Cristo
ocupa el primer puesto de la cuerda». |
12 (144) |
Eddy Merckx, |
campeón total |
LA admiración que sentimos
por los campeones forma parte, seguramente, |
de ese mecanismo
psicoanalítico que se llama "transferencia positiva": |
amamos lo que admiramos, y
admiramos lo que queremos o quisiéramos |
ser; es como una
anticipación o substitución de nuestro propio aplauso y forma |
parte, de algún modo, de
nuestra personal afirmación... Por esto, a nivel social, |
resulta fácil la
manipulación de las multitudes proponiéndoles —generalmente |
para enajenarlas— la
adhesión a los nuevos ídolos del espectáculo prefabrica- |
do —a veces también se
llama "deporte"— con objeto de que se olviden de más |
importantes y
comprometidas exigencias humanas que perjudicarían los privi- |
legios de las minorías
rectoras. Existen campeones y personajes estelares |
perfectamente
artificiales, cuya excelencia, artística o deportiva, real o discutible, |
está supeditada
instrumentalmente a otros intereses. No obstante, de vez en |
cuando surgen los
verdaderos campeones, o aparecen los que con su voz o su |
estilo, dejan huellas
indelebles de belleza en el camino histórico de la humani- |
dad, hayan o no tenido, en
su día, el altavoz de la propaganda, imparcial o |
interesada. |
Parece ser que Eddy Merckx
entra en el número de tales excepciones: que |
es un verdadero campeón o,
como dicen estos días los que siguen muy |
el deporte en el mundo, un
"campeón total". Por nuestra parte renunciamos a |
resumir la escalada de sus
éxitos, tras la constante ascesis impuesta a sí mismo |
y la superación de
dificultades que le eran ajenas y que formaban parte, en |
ocasiones, más que de la
competencia de sus rivales, de la política deportivera |
de los manejadores de
resultados previos, negociantes de siempre. |
Sobre todo a partir del
Tour del 69, se tendría que reconocer, en Eddy |
Merckx, al corredor que
subiría más veces al pódium de los vencedores de toda |
la historia de la Vuelta a
Francia: fue el primero en la general, en la montaña, |
por equipos, por puntos,
primero en la combinada, en la combatividad... El año |
siguiente, superaría su
propio record de victorias. Ahora acaba de batir el mun- |
dial de la hora
acortándolo en 755 m., en el velódromo de la capital mejicana. |
Jacques Anquetil, que
presenció la prueba, dijo al final: «Nadie será capaz de |
batir este record en mucho
tiempo». Era el juicio de un campeón sobre otro |
campeón. |
Pero nosotros, cuando
oímos, en estos días, que de tantas partes se llama a |
Merckx "campeón
total", pensamos en su fe de cristiano y recordamos estas |
palabras suyas: «Cristo
está continuamente presente en toda mi vida. Creo |
profundamente en él, en su
historicidad, en su divinidad». Y retenemos estas |
cuatro: "en toda mi
vida", porque el cristianismo o es total o no es nada. |
13 (145) |
Elogio de la bicicleta |
YO, que no soy crítico
deportivo, me atreví a decir una palabra sobre la |
bicicleta, un día, cuando
acababan de abandonar nuestra ciudad, |
enjambre, los ciclistas de
la vuelta a Levante. |
Una palabra de alabanza,
no solamente porque cabe en la bienaventuranza |
de los pobres, ya que
incluso éstos pueden poseerla; ni sólo por su prodigiosa |
simplicidad que hasta un
muchacho puede repararla y un niño manejarla sin |
grandes riesgos, sino por
razones más altas y más bellas, aunque se deduzca de |
la metáfora. |
Me gusta la bicicleta,
porque me recuerda muchas cosas para el alma. Casi |
en espíritu como ella,
aunque se apoye en un mínimo de material —rasgo hu- |
mano al fin— para poder
ser útil. Cuando se mueve se hace casi invisible y |
roza tan poco el camino,
que parece un ángel que inicia el vuelo. |
Es silenciosa: puede haber
oración donde ella esté y, cuando avanza intré- |
pida y veloz, corta el
viento con rumor de plegaria, de letanía que se funde y |
se pierde. |
Es ejemplo de la
constancia en la virtud: ella nos demuestra que, para |
mantenerse, hay que
avanzar; que quien cede a la pereza y no le da a los |
pedales, cae fatalmente
una vez agotado el relativo y limitado impulso de la |
inercia, que viene a ser
un poco como la misericordia del Señor, que no nos |
abandona hasta después de
que le hemos abandonado... En una palabra: que |
perseverar no quiere decir
solamente mantenerse y sostener la posición conquis- |
tada o recibida, sino
luchar para mejorarla, porque quien renuncia al trabajo y |
esquiva el esfuerzo, no ha
de tardar en ver cómo cae lo mismo que llevaba |
adelantado, cómo se hunde
lo que llevaba edificado... |
Amo la bicicleta porque me
predica y me da ejemplo en lo que es, en lo |
que hace y en lo que
sirve. La admiro tan discreta, silenciosa, sencilla, ingrávida, |
fácil, modesta y oportuna.
Me entusiasma porque es símbolo de la fidelidad: |
acompaña sin estorbar,
ayuda sin quejarse, sirve sin gastar, nos soporta, cabe en |
todas partes y lleva a
todas partes...; porque, aunque la traten rudamente como |
vulgar herramienta,
conserva intacta su actitud de novia y su discreción de |
ángel, limpia y pura, fiel
y constante, hermana y amiga, útil y dulce, simple y |
fuerte, segura y ágil,
siempre dispuesta para acompañarnos en todos lo caminos |
de la vida y hacernos
fáciles los que serían difíciles o aumentarnos el placer |
de los ya agradables. |
Y también para decirnos,
además, que pasemos por ella mirando siempre |
hacia adelante, apuntando
al infinito, con los pies veloces y los brazos tensos, |
inmunes, casi, del polvo y
del barro de la tierra para hacernos, como ella, un |
poco ángeles. — R. M. |
|
14 (146) |
Juventud |
y deporte |
JUVENTUD sana, fuerte,
ágil y bella: juventud redi- |
viva de la antigua forma
del humanismo clásico, |
insuperable por su
elegancia y por su energía; ju- |
ventud embriagada por el
propio juego en el afecto de |
una actividad que es fin
en sí misma, liberada de las |
avaras y severas leyes
utilitarias del trabajo profesional |
habitual; juventud que
ofrece la imagen y despierta la |
esperanza de un mundo
nuevo e ideal, en el cual el |
sentimiento de la
fraternidad y del orden nos revela |
finalmente la paz, no
solamente como algo posible, sino |
como un contenido efectivo
y operante, en el respeto |
común y en la emulación
concorde en afirmaciones cada |
vez mejores. |
¡Juventud, salve!... |
Juventud, ¿eres feliz?
Percibíamos la respuesta: sí, |
porque están en un camino
que asciende. ¡Ánimo pues, y |
adelante! El cuerpo se
encuentra en su plena eficiencia, |
aunque domesticado por la
energía y por la virtud del |
espíritu. Y el espíritu
¿hacia dónde va? Hacia lo más alto. |
El deporte ha de ser un
estímulo encauzado hacia la ple- |
nitud del hombre; ha de
tender a superarse para alcanzar |
los niveles
trascendentales de la misma estatura humana |
a la cual él ha conferido
no una perfección estática y casi |
estatuaria, sino una
tendencia hacia la perfección total de |
la que el deporte tal vez
ha despertado el deseo. |
De acuerdo con que esto,
tal vez, no lo es todo en la |
vida; no es una realidad
suficiente; no es una religión. |
Pero sí es una ascensión
que puede llegar hasta ella. Y a |
ella aspira, seguramente,
sin percibirlo. |
PABLO VI. |
15 (147) |
DICHOSOS. |
los pobres en el |
espíritu, porque |
de ellos es el Reino de |
los cielos. Dichosos |
los sufridos, porque |
ellos heredarán la |
Tierra. Dichosos los |
que lloran, porque |
ellos serán consolados. |
Dichosos los que |
tienen hambre y sed |
de la justicia, porque |
ellos quedarán saciados. |
Dichosos los |
misericordiosos, |
porque ellos alcanzarán |
misericordia. Dichosos |
los limpios de corazón, |
porque ellos verán a |
Dios. Dichosos los que |
trabajan por la paz, |
porque ellos se |
llamarán "los Hijos
de |
Dios". Dichosos los |
perseguidos por causa |
de la justicia, porque |
de ellos es el Reino de |
los cielos. Dichosos |
vosotros, cuando os |
insulten y os persigan, |
y os calumnien de |
cualquier modo por mi |
causa: estad alegres |
y contentos, porque |
vuestra recompensa |
será grande en el cielo. |
LAUS |
Director: P. Ramón Mas,
C.O. |
Edita e imprime: Congr.
del Oratorio |
Placeta de 5. Felipe Nori,
1 - Ap. 112 - Albacete - D. L AB 10/02 - IS. 11. 72. |
LAUS. |
16 (148) |
|