Boletín
del Oratorio de Albacete. |
Núm. 109. DICIEMBRE. Año
1972. |
SUMARIO |
DIOS y el hombre,
debilidad y fuerza, naturaleza y |
U gracia, historia y
eternidad... Todo se centra en el |
mensaje de la encarnación
del Hijo de Dios. Sólo a |
través de su significado
es posible una interpretación cris- |
tiana del hombre, del
mundo y de la Iglesia. |
EL AÑO LITÚRGICO |
LA GUERRA Y LA PAZ |
IGLESIA, ENCARNACIÓN,
TEMPORALIDAD |
EL HOMBRE |
EL PAPA |
«JESUCRISTO SÍ, PERO
IGLESIA NO» |
IGLESIA, POLÍTICA Y
DIPLOMACIA |
MÁS QUE UNA RELIGIÓN Y MÁS |
QUE UNA ÉTICA |
TRABAJAR POR LA PAZ |
FORMALIDAD LEGAL.- AVISOS |
1 (149) |
El año |
litúrgico |
TODA nuestra vida se
realiza |
progresivamente en el
tiempo, |
incluida la vida de Dios
en no- |
sotros. Como en la
Revelación Dios se |
ha manifestado al hombre
en su propia |
historia, así también el
hombre, a tra- |
vés del tiempo, entra en
el Misterio |
Pascual. Este consiste en
el paso" |
de este mundo a través del
misterio |
de la muerte, en la
obediencia del |
Hijo, al mundo nuevo en el
estado de |
Cristo resucitado. El
"paso" realizado |
ya por Jesús y su Madre,
continúa |
realizándose por los
miembros de su |
Cuerpo (cf. Inter Oecum.
n. 6). |
«La santa madre Iglesia
considera |
deber suyo celebrar, con
un sagrado |
recuerdo, en días
determinados a tra- |
vés del año, la obra
salvífica de su divi- |
no Esposo. Cada semana en
el día que |
llamó "del
Señor", conmemora su re- |
surrección, que una vez al
año celebra |
también, junto con su
santa pasión, en |
la máxima solemnidad de la
Pascua». |
Además, en el círculo del
año desa- |
rrolla todo el misterio de
Cristo, desde |
la Encarnación y la
Navidad hasta la |
Ascensión, Pentecostés y
la expecta- |
ción de la dichosa
esperanza y venida |
del Señor» (SC n. 102). |
Después de la celebración
de la |
muerte y resurrección del
Señor, la |
Iglesia nada conmemora con
mayor |
interés que el misterio
del nacimiento |
y primeras manifestaciones
del Señor. |
Muchas de las costumbres
cristianas |
de estos días se han
secularizado en |
la sociedad contemporánea,
perdiendo |
así su significación. Se
impone un dis- |
cernimiento para celebrar
la Navidad |
en el espíritu de Cristo. |
Tiempo de |
Adviento |
El tiempo de Adviento
presenta un |
doble aspecto: por una
parte es el |
tiempo de preparación a
las solemni- |
dades de la Navidad en la
cual se |
conmemora la primera
venida del Hijo |
de Dios; y por otra, con
este recuerdo, |
se dirige nuestra atención
hacia la |
expectación de la segunda
venida de |
Cristo al final de los
tiempos. Por esta |
razón el Tiempo de
Adviento se pre- |
senta como el tiempo de la
alegre |
esperanza (Normas Univ. n.
39). |
Las cuatro semanas que
preceden a |
la Navidad están dominadas
por la |
realidad de la venida del
Señor entre |
los hombres. |
El Adviento es el tiempo
de la espe- |
ranza: El Señor vendrá.
Pero una espe- |
ranza que brota de la fe:
El Señor ha |
venido. Esa fe se alimenta
cada día por |
la comunión con el Padre,
el Hijo y el |
Espíritu Santo: El Señor
está cerca de |
nosotros. |
Al celebrar su venida
pasada hace- |
mos presente y adelantamos
su glorioso |
retorno, principalmente en
la Eucaris- |
tía en la que anunciamos
su muerte, |
proclamamos su
resurrección y deci- |
mos: «Ven, Señor, Jesús». |
Calendario |
litúrgico |
pastoral |
1973 |
2 (150) |
La guerra |
y la paz |
CUANDO se quiere recordar
la historia de los pueblos, se coincide con |
el recuento de sus
guerras; cuando se quiere conmemorar sus gran- |
dezas, no puede evitarse,
a la hora de la sinceridad, el reconocimiento |
de que, en la mayoría de
los casos, han sido el resultado de las opresiones |
ejercidas sobre pueblos
más débiles. Cuando se investiga sobre las razones |
de tantas guerras y
opresiones, se llega siempre a motivos de raza, de |
religión, de nacionalidad,
levantados a nivel ideológico y justificador, que |
ocultaba con falsos
pretextos, el verdadero móvil de codicias materiales, de |
expoliación violenta, de
apropiaciones impuestas. Las envidias de los pere- |
zosos, log injusticias de
los poderosos, la obcecación de los fanáticos, ha |
llevado al desprecio de la
dignidad del hombre, que no ha sido estimado o |
respetado en sí mismo,
sino desde interesadas miras individuales, en función |
del provecho reducible o
destruible, apropiado o eliminado. Siempre se ha |
gastado más en armas que
en libros, siempre han crecido más las uñas que |
no han profundizado los
pensamientos... Ha prevalecido la razón de la |
fuerza, a la fuerza de la
razón. |
Tanto ha sido así que
algunos han creído que la guerra era una capa- |
cidad saludable en el
hombre, era un signo de vitalidad, era una afirmación |
de su grandeza, como una
aplicación inevitable del proceso de selección |
Animal" aducido por
Darwin, cuya teoría, sin él pretenderlo, fue explotada |
también como justificación
del belicismo, de la depredación voluntarista, de |
la exaltación del
"súper-hombre". Todavía en 1942, lord Elton afirmaba: «La |
guerra, no importa lo
mucho que la odiemos, es todavía el agente supremo |
del proceso evolutivo.
Ciega, brutal y destructora, constituye el árbitro final, |
la prueba que el mundo ha
ideado para medir la capacidad de una nación |
para sobrevivir». Desde
Napoleón las guerras se han hecho colosales y. Au |
máxima exaltación
contemporánea pertenece a Hitler: «La guerra es lo más |
natural. La guerra es
eterna». Pero Theodore Roosevelt (¡Premio Nobel de la |
Paz!) también dijo:
«Ningún triunfo de la paz es tan grande como el triunfo |
3 (151) |
supremo de la guerra».
Podríamos completar es disparatada exaltación |
con palabras de De Gaulle,
de Mao Tse Tung. de Mussolini, de Stalin... sin |
necesidad de regresar a
Maquiavelo, a Maraton Hegel, teóricos del recurso |
glorificador de las
guerras como instrumento de cohesión de las naciones |
y de fortificación del
poder. |
Nos ha de avergonzar que
la mayoría de estos teóricos hayan crecido |
en el mundo occidental
cristiano y que algunos hayan mantenido sus teorías |
con la pretensión de
hacerlas compatibles con la fe de Jesucristo o, por lo |
menos, con la voluntad de
Dios, como John D. Rockefeller, que opina que |
la «supervivencia del más
apto no es más que la aplicación de una ley de la |
naturaleza y de una ley de
Dios». |
Afortunadamente no puede
demostrar que el hombre haya sido |
siempre un ser guerrero,
ni que en todas partes y todos los pueblos necesiten |
de las guerras para tener
historia. Hay pueblos, como los groenlandeses, |
como los yanomamitas, que
jamás han ensangrentado sus manos matando |
a otros hombres. |
¿GUERRA "JUSTA"? |
Pero los cristianos
tenemos razones más poderosas basadas en el |
Evangelio. Apoyándose en
ello declaraba el Patriarca Máximos IV en el |
Concilio: «Todavía se
habla de guerra justa. Pero, ¿es que existe una causa |
razonable para que se
pueda justificar, ante una mente equilibrada, una |
destrucción de la
humanidad? ¿Es que se puede destruir a los pueblos con |
el pretexto de
defenderlos? El concepto tradicional de "guerra justa" está |
completamente superado en
nuestro tiempo. La soberanía de las naciones |
ha de ser limitada en
favor de los intereses de la humanidad... No podemos |
callar, sean las que sean
las razones que se quieran pretextar. Como pasto- |
res fieles de las Almas de
nuestros pueblos, tenemos también el deber de |
velar por sus vidas. Es
preciso hablar, y hablar con audacia: si lo mismo |
que habló Juan Bautista
frente a Herodes, lo mismo que san Ambrosio |
frente a Teodosio, para
condenar los instrumentos diabólicos de destruc- |
ción» (10 nov. 1964). |
LA PAZ, CREACIÓN DE LA
JUSTICIA |
Por calo la Constitución
pastoral sobre la Iglesia en el mundo, recordaría |
que la paz no es la simple
ausencia de guerra, ni se reduce meramente a |
crear un equilibrio de
fuerzas, ni es tampoco el resultado de un dominio |
económico, sino que se ha
de llamar, con toda propiedad, una creación de |
la justicia. (n. 78). |
En realidad se trata de
«respetar al hombre para construir en el mundo |
una fraternidad
universal», dirá y repetirá Pablo VI continuamente. «Cons- |
truir un mundo en el cual
todo hombre, sin excepción de raza, de religión, |
de nacionalidad, pueda
vivir una vida plenamente humana... en la cual la |
libertad no sea una
palabra sin sentido». (P. P. n. 47). |
4 (152) |
LA PAZ, OBRA DE TODOS |
El sistema moderno de
guerras periféricas, de dictaduras económicas, |
de opresiones culturales,
aleja o disimula el drama de las injusticias colecti- |
vas, pero no las resuelve.
Depende, naturalmente, en gran parte de los que |
rigen las naciones, de los
que en ellos dominan: |
pero no solamente de
ellos. Depende de todos. |
A veces, los que presiden
y demoran la Justicia, |
lo hacen porque están
supeditados a la acumu- |
lación de intereses que la
negligencia de los |
ciudadanos no han sabido
disolver, y por cato |
les complacen. La paz ha
de ser una creación y |
una conquista de todos; la
paz surgirá de la vida |
justa de todos y no de la
delegación o de la |
abdicación de todos en un
poder que la imponga. |
Esto. Aunque llevara
provisionalmente el nom- |
bre de paz, sería
solamente una paz precaria e |
inmerecida. |
"FUERZA" FÍSICA |
Y TIMIDEZ MENTAL |
Se ha exagerado, con
frecuencia, la impor- |
tancia del poder decisivo
de uno solo, o de un |
grupo de hombres que, por
fuerza, han llevado |
a todo un pueblo a la
guerra. En tales casos, |
las más de las veces, el
valor físico y el poder |
decisivo de uno o de una
minoría sobre los |
demás, ha coincidido, no
solamente con la extre- |
ma "timidez
mental" de esa minoría o de ese individuo, sino con la de la |
masa que la ha seguido.
Timidez que se ha fabricado los propios mitos |
para justificación y
Autosugestión, sucesivamente creadora de Ideologías |
Impuestas fanáticamente a
las masas que, cuando han sido cristianas, han |
llegado incluso al olvido
de lo que en el Cristianismo es esencial: la frater- |
nidad universal entre
todos los hombres. |
LA NAVIDAD Y LA PAZ |
Porque somos cristianos,
no podemos disociar la celebración de la |
Navidad del pensamiento de
la paz. Una Navidad que solamente sirviera |
de descanso para el
sentimiento, sin la urgencia del amor a todos los hom- |
bres, con el ansia de
hacerlo eficaz para el bien, no podría justificarnos ante |
Cristo que se acerca, una
vez más, a la humanidad para redimirla, para |
liberarla de los males y
del mayor de todos, que es el pecado. Y la guerra |
es la suma de todos los
males temporales y de todos los pecados de los |
hombres. |
«No comprendo cómo hombres |
que profesan la misma fe
pue- |
den cazarse los unos a los
otros |
como si fueran focas y
pueden |
robar gente que jamás
habían |
visto ante. Para nosotros,
la lu- |
cha por la posesión de la
tierra |
es injustificable. Oh,
país mío, |
qué afortunado eres, ya
que |
Aunque tus rocas posean el
oro |
y la plata que los
extranjeros |
codicias, challan tan bien |
escondidos por la nieve y
el |
hielo que no pueden ser
extra- |
ídos. Me sorprende, empero |
que no hayan tenido
mejores |
modales mientras han
vivido |
con nosotros, y ofrezco
con |
mucho gusto enviar al
hombre |
blanco a nuestros viejos
para |
que aprendan las
costumbres |
pacificas de nuestra
vida». |
De una carta escrita por
un |
esquimal m 1736 y encon- |
trada por el célebre
explora- |
dor noruego F. Nansen. |
5 (153) |
Iglesia • encarnación •
temporalidad |
P. A. LIEGE: |
La Iglesia de la tierra ya
ha comenzado a ser lo que |
será más allá de la
historia. |
M-D. CHENU: |
La adaptación no es para
satisfacer una táctica de faci- |
lidades, sino una
encarnación mental. |
E. MERSCH: |
Dios, que asiste a su
Iglesia para que aquí sea "mili- |
tante", no la asiste
para que sea "triunfante": |
la asiste para que luche
contra lo que queda de |
pecado en su parte humana. |
J. MARITAIN: |
La gran gloria de la
Iglesia estriba en que sea santa |
con miembros pecadores. |
H. DE LUBAC: |
Para contemplar a la
Iglesia sin escándalo, es preciso |
mirarla con ojos que
primero se hayan purifica- |
do y transformado ellos
mismos. |
JUAN XXIII: |
Permanecer fieles a la
integridad de la doctrina católica, |
según las enseñanzas del
Evangelio, dela Tradición, |
de los Padres de la
Iglesia y Pontífices romanos, es |
ciertamente una gracia muy
grande, y un mérito y |
un honor. Pero todo esto
no basta para cumplir el |
precepto del Señor: «Id y
convertid a todos los |
pueblos». |
6 (154) |
EL HOMBRE |
TODAVÍA hoy podríamos
repetir las palabras de Malebranche para apos- |
trofar a los hombres que
admiran las cimas de las montañas, las olas |
del mar, el movimiento de
los astros, pero pasan de largo ante sí mismos, |
como si hubiesen abdicado
de su capacidad de maravillarse sólo al coincidir |
objeto y sujeto en el
punto más cercano para el entusiasmo y para la admiración. |
¿Es, acaso, por causa de
la propia inmediatez, por falta de perspectiva, que |
el hombre se ha preocupado
más de la investigación de lo que le rodea, que de |
la identificación de sí
mismo? ¿O es que somos demasiado jóvenes en sabiduría, |
y tributarios, todavía, de
la de los griegos, para quienes el hombre, aunque les |
interesó, no pasaba de ser
una parte del universo? Para ellos el hombre era |
comprendido desde el
mundo; el sistema geocéntrico de Aristóteles no llegó al |
intento de comprender el
mundo desde el hombre. El mundo era un cosmos |
consistente y cerrado,
cuyo futuro sólo podía ser variación o repetición modu- |
lada de lo que ya había
sido: la historia era concebida como un retorno indife- |
rente que no rebasaba el
marco cíclico del mito del retorno eterno. Todo cambio, |
de por sí, se nos describe
en la Física de Aristóteles, como demoledor y como |
destructor, y sólo
accidentalmente generador. El hombre estaba en el mundo, |
pero no podía
transformarlo. El «conócete a ti mismo» socrático, tampoco pudo |
llegar más lejos. |
La idea del tiempo humano
como camino de esperanza que construye la |
historia, es bíblica. La
fe en las promesas del Antiguo Testamento es el funda- |
mento de la comprensión
del futuro como un proceso que conduce a la salvación, |
a la liberación, a la
redención del hombre. El tiempo es un proceso orgánico |
de maduración continua de
creación permanente, que desemboca en la |
plenitud mesiánica. El
Cristo, el Ungido de Dios, acelerará la realización libe- |
radora de la humanidad, y
él mismo, desde su aparición en la tierra, es la cima |
de esta humanidad y, al
mismo tiempo, el vértice de Dios con el mundo. |
La Biblia nos suministra
datos suficientes para entenderlo así, en especial |
desde el Nuevo Testamento.
Es verdad que el lenguaje bíblico no es el nuestro |
—no puede ser el nuestro—;
pero a la imagen divina del hombre como |
dominador de la creación,
por lo tanto como encargado de hacer adelantar el |
mundo, se le ha añadido la
condición sobrenatural de "hijo de Dios", y una |
moral de esperanza domina
la actividad de su vida temporal. Sin esta espe- |
ranza, dice san Pablo (1ª
Corintios, XV, 19), «seríamos los más desgraciados de |
los hombres». |
Pero el hombre es un ser
votado a la esperanza, "desde dentro", desde |
esta profundidad próxima y
misteriosa que maravillaba a san Agustín. Somos |
7 (155) |
naturaleza y libertad, y
caminamos en la esperanza. Y nuestra esperanza, no es |
sólo la de una liberación
interior del hombre, sino que esperamos la liberación |
personal de todo el
hombre, de ese hombre que llamamos "interior" no por |
reducirlo a un intimismo
aislador y enajenador del mundo que le rodea, sino |
interior" porque
tiene raíces, historia, capacidad reflexiva, porque es capaz de |
tomar decisiones y de
actuar de acuerdo con ellas, encarnándolas en la coheren- |
cia de una vida que la
libertad dinamiza y dilata. Somos naturaleza y libertad; |
es decir, somos
"personas", seres racionales abiertos, que se autoposeen en la |
libertad de la conciencia,
espirituales y fronterizos con el Absoluto y el Eterno, |
sin que dejemos de estar
inscritos, al mismo tiempo, en el tiempo, en el espacio, |
en la corporeidad, no como
en la fatalidad de un límite que sofoca, sino en |
la transparencia de un
cristal por el que atraviesa la proyección hacia la tras- |
cendencia. |
Cuando decimos que el
hombre es capaz de pecado, significamos que |
puede romper una de estas
tres relaciones que le son propias: que es hijo de |
Dios, que es compañero de
sus prójimos y que debe dominar la naturaleza. El |
pecado es el
"no" a estas relaciones. El hombre crece, se realiza, se libera, te |
redime, en la medida que
prospera su fidelidad a estas coordenadas de su |
grandeza y de su
responsabilidad. El hombre se realiza realizando el mundo. |
Él no es una cosa"
del mundo, sino que es el mundo el que depende de él; el |
mundo en el que hay otros
hombres como él, el mundo que trata y transforma, |
con entusiasmo y respeto,
como hijo de Dios. Ese mundo inacabado. |
El cristiano es, ante
todo, un hombre, aunque el Cristianismo sea más que |
un humanismo, porque el
cristiano es un hombre con fe y con esperanza. Y, al |
hablar de fe, es preciso
dar razón a Kierkegaard, que se negaba a reconocer fe |
alguna que no llevara
inevitablemente al compromiso, a la transformación |
medular de la vida, en la
que la presencia de la verdad sobrenatural que se |
acepta determina la
actitud esencial del hombre religioso desde la soledad más |
recóndita
—"interior"— hasta la acción pública; hasta que la fe es una
relación |
viva con lo creído. Esa es
la grandeza del hombre: hijo de Dios, hermano de |
sus prójimos, dueño del
mundo. |
La historia de la
humanidad, en realidad, es la historia de cómo el hombre |
se ha ido descubriendo a
sí mismo, desde su naturaleza hasta su grandeza; |
conocerse a sí mismo en
relación con Dios, en relación con los demás, en rela- |
ción con la naturaleza.
Será feliz y será bueno en la medida que sea capaz |
de admirarse,
transformarse e identificarse con la creciente sabiduría que le |
proporcionen sus
descubrimientos. Así es como se acerca y aumenta su seme- |
janza con Dios. |
El misterio del hombre
solamente queda esclarecido |
en el misterio del Verbo
encarnado. |
Igl. y Mun. n. 22 |
8 (156) |
El Papa |
ES MUY importante para mí
saber que el trabajo de mi diócesis y los men- |
sajes que difundo en mis
viajes internacionales están en plena armonía |
con el apóstol Pedro,
viviente en la persona de Pablo VI. Hemos exa- |
minado los problemas
internacionales. El Papa me ha dado la impresión |
de una persona muy
informada; tiene una visión muy clara de las cosas; |
conoce muy bien la
situación del Brasil y en general me parece que |
está, como se dice, tres a
la page". |
Mons. HELDER CAMARA, |
arzb. de Olinda-Recife
(Brazil) |
SE HABLA de las angustias
de nuestro Papa: la palabra no me parece justa, |
porque es de preocupación,
en todo caso, de lo que hay que hablar. El |
lleva, con una seriedad
jamás desmentida, el peso pastoral de la evange- |
lización de todo el mundo. |
No hay, en Pablo VI, nada
que pueda reputarse "triunfalismo"; más bien |
al contrario, una humildad
evangélica que acoge, oye, busca, comprende, |
alienta. Al verlo se nota
físicamente esa preocupación continua por la |
salvación de la humanidad,
no desde un punto de vista teórico, sino a |
través de los
acontecimientos actuales, por medio de la Iglesia y en la |
Iglesia. |
El Papa valora todo el
peso de la misión necesaria de la fe de los sacerdo- |
tes en un mundo
paradójico, hambriento de paz y tentado por el ateísmo. |
Ve perfectamente todos
nuestros problemas. Él, antes que todo, vive |
literalmente con nosotros:
ésa es la causa de su "desgaste". |
Card. RENARD, |
arzb. de Lyon |
LA IGLESIA es la
depositaria del misterio de la revelación. Esa es su "ver- |
dad", y de ella
emerge una constante, profunda, maravillosa capacidad |
de transformación y de
renovación de todo lo creado, incluida la Iglesia, |
permaneciendo inmutada la
verdad misma. Lo que intenta Pablo VI es |
hacer pasar a la Iglesia y
al mundo actual por la puerta estrecha que |
se abre entre el cielo y
la tierra. Esa encrucijada es su cruz y en ella |
parece que está vencido,
como siempre lo parece, a los ojos ciegos del |
mundo, el cristiano a la
hora de la verdad. |
ANTONIO GARRIGUES, |
ex-embajador de España
ante la Santa Sede |
9 (157) |
«Jesucristo sí, pero
Iglesia no» |
¿Es posible |
un cristianismo |
desinstitucionalizado? |
«JESUCRISTO sí, pero
Iglesia no», |
es una expresión que se
repite |
en boca de muchos que no
quie- |
ren renunciar a una
calificación cristiana, |
pero que formulan reservas
a la hora de |
aceptar una institución
que se declare |
depositaria del mensaje de
Cristo, o ante |
la desilusión de maneras o
conductas de |
cristianos encumbrados en
su estructura, |
juzgadas como
contradictorias en relación |
con la fe profesada. |
Cuando la opción de un
"cristianismo |
sin Iglesia" sea
tomada como un intento |
de justificación que
quiere estar de moda |
y, consiguientemente, que
no procede de |
ningún esfuerzo de
profundización sin- |
cera en lo que fácilmente
se afirma, no |
vale la pena de tenerla en
cuenta: es la |
opción de los cómodos.
Comodidad y |
pereza de la inteligencia
—en realidad |
ignorancia vencible—, y,
o, comodidad |
moral —en realidad
relajación hacia |
egoísmos que esquivan
amonestaciones y |
vigilancias ingratas—,
Cuando aparezca |
otra fórmula que consienta
mantener, con |
apariencia elegante, una
manera de ser |
cristiano sin compromiso,
se adscribirán |
a ella, si parece más
moderna. Son los |
que anticipan la crítica
hacia fuera, para |
no dar tiempo a que les
alcance la amo- |
nestación hacia dentro. |
Otras veces puede ser el
resultado de |
haber padecido
informaciones tendencio- |
sas, fragmentarias o
simplemente falsifi- |
caciones de la realidad,
que, al carecer |
invenciblemente de
defensas para neu- |
tralizar el error o el
escándalo, de buena |
fe les conduzca a ese
fideísmo cristiano, |
vaporoso e inconcreto, que
les paraliza |
para participar en el
intento humano y |
comunitario de encarnarlo
en la realidad, |
que es el marco
providencial de la vida, |
Cuando de buena fe se
insista en pro |
de un cristianismo
desinstitucionalizado, |
probablemente se recurre a
la exageración |
para significar, no más,
que un deseo |
vivo de revisión, de
reforma y de purifi- |
cación de lo que pueda
parecer menos |
conveniente a su
estructura, según la |
evolución de nuestra
mentalidad actual |
y a la luz del Evangelio.
En cuyo caso |
no puede despreciarse la
nobleza de la |
intención inspiradora,
aunque sea preciso |
depurar su precipitación
que, al reaccio- |
nar ante las
contradicciones que cree |
descubrir, ella misma toma
la forma de |
otra contradicción, aunque
opuesta. |
En efecto: asistimos ante
la paradoja |
10 (158) |
de muchos cristianos bien
intencionados, |
para quienes no existe
dificultad en |
aceptar a Jesucristo y en
ver en él al Dios |
encarnado, hecho hombre:
pero les resul- |
ta excesivamente ardua la
aceptación de |
un vehículo humano que
tiene la misión |
de anunciarlo al mundo. No
despreciarían |
el medio, el vehículo:
solamente se quejan |
o se niegan a aceptar la
"humanidad" de |
ese vehículo o medio. El
medio nunca es |
tan perfecto como lo que
transmite, cuan- |
do resulta que el mensaje
es divino. Es |
verdad que, en la
transmisión —en los |
"medios de
transmisión"— de mensajes |
humanos, hemos de lamentar
y padecer |
que lo que se transmite
sea inferior a la |
bondad o excelencia del
mismo medio: |
la técnica aparece en
ellos como superan- |
do el valor del contenido
cultural y |
espiritual simplemente
humano, porque |
la riqueza de lo que el
hombre puede |
ofrecer, de sí mismo, es
limitada, y porque |
su limitación es, además,
capaz incluso |
de restar atractivo a su
propia reducida |
bondad. Con más razón,
pues, no puede |
sorprendernos que exista
desproporción, |
puestos a exigir, entre lo
que la Iglesia |
cree, representa y
predica, y la vertiente |
humana que nos presenta, a
pesar de que |
no podamos negar, a través
de toda su |
historia, el continuo
esfuerzo para supe- |
rar la propia relativa
imperfección. |
Imperfección que no es ni
más ni |
menos de lo que puede
deducirse de su |
humanidad. No es más
imperfecta, ni |
hay en ella más
contradicciones que en |
las otras estructuras
humanas que pode- |
mos analizar también de
cerca. Lo huma- |
no de la Iglesia es lo que
son lo que |
somos los hombres de cada
época y de |
cada lugar; lo humano de
la Iglesia es lo |
que los hombres le ponen,
Lo divino es |
lo que le ha puesto
Cristo, y lo divino |
que nos toca e impresiona,
por poca fe |
que conservemos al
contemplarla —aún |
afeada por las
falsificaciones que los po- |
deres del mundo le han
colgado andrajo- |
samente sobre la pureza de
su origen |
cristiano— es que, a pesar
de todo, nos |
sigue señalando a Cristo y
no traiciona, |
al repetírnoslas, sus
palabras, aunque al |
decírnoslas ahora sean,
ellas mismas, las |
que podemos usar para
acusarla. |
Sin la Iglesia, ¿quién nos
habría habla- |
do de Cristo? ¿Quién nos
habría repetido |
su Evangelio? |
Sí, como repetía Newman,
una Iglesia |
que quiera ser fiel a su
entidad original, |
«Yo he rogado por ti para
que tu fe no desfallezca. Y tú, cuando hayas vuelto sobre ti, confirma a tus
hermanos», dijo el Señor a Pedro. |
(Lc. 22, 32) |
11 (159) |
debe estar en continuo
proceso de |
reformación. La Iglesia se
ha de |
reformar para que siga
siendo siempre |
la misma, decía. Es el
concepto repe- |
tido por Juan XXIII y por
Pablo VI: |
«Ecclesia semper
reformanda». La |
reforma no puede ser de lo
divino, sino |
únicamente de lo humano.
Lo divino |
está acabado y no puede
crecer; lo |
humano se hace y rehace
continua- |
mente. ¿O es que todo lo
relegamos a |
una "resurrección
final", cómoda y |
lejana, que incluya la
suplencia pós- |
tuma de todas las
inhibiciones y |
negligencias de los
hombres que ya |
desde ahora conocen a
Cristo? Cono- |
cen y conocemos. |
Cristo sí, e Iglesia
también. Aceptar |
la encarnación de Cristo
es aceptar |
sus consecuencias. Aceptar
sua conse- |
cuencias no quiere decir
pactar con la |
imperfección, canonizarla;
quiere de- |
cir no sorprendernos de
que esté en |
los hombres. No es muy
infrecuente |
que, los más exigentes,
desde fuera," |
respecto a la Iglesia, no
hacen otra cosa |
que proyectar sobre ella
el resenti- |
miento de su personal
imperfección. |
Si se les pidiera cómo
debería ser la |
Iglesia, tampoco nos
sabrían dar res- |
puestas concretas y
posibles. |
La Iglesia es, somos todos
los que |
creamos en Cristo. La
Iglesia se hace, |
la estamos haciendo. Es
saludable que |
no nos guste del todo:
pero ese disgus- |
to se ha de traducir en
exigencia sobre |
nosotros mismos. La
Iglesia no es algo |
contemplado, sino para ser
vivido. El |
Cristianismo no es algo
que nos ha de |
llegar porque sale de la
perfección del |
hombre que nos nombra a
Cristo, sino |
que es la irrupción de
Cristo en el |
hombre, a pesar de la
desproporción |
entre mensaje y mensajero,
imposible |
de salvar, es verdad, sin
un poco de |
fe. Pero es que el
Cristianismo comien- |
za precisamente ahí: en un
acto de fe |
en Cristo. |
Fe, no mucho más que la de
los |
pastores o de los magos.
Fe de María y |
José, de Ana y de Simeón;
fe de los |
discípulos y apóstoles,
tan imperfecta |
y vacilante, en un
principio, pero sin- |
cera en su misma
debilidad, y, final- |
mente, robustecida por la
gracia. |
Gracias a esa fuerza que
ha atrave- |
sado por todas las
debilidades de los |
hombres de veinte siglos,
nosotros, |
ahora, todavía, y en
muchos aspectos |
mejor que ellos, podemos
conocer y |
de hecho conocemos a
Cristo. |
La Iglesia debe
introducirse en todos estos grupos |
(de hombres y pueblos) con
el mismo afecto con que |
Cristo se unió por su
encarnación a las determina- |
das condiciones sociales y
culturales de los hombres |
con quienes convivió. |
Mis. n. 10. |
12 (160) |
Iglesia, |
política |
y diplomacia |
DÍGASE lo que se diga de
Roma, |
se ha de acabar siempre
reco- |
nociendo que una
permanencia |
en la ciudad de la sede de
Pedro obra |
una evolución
positivamente cristiana |
en las mentes de aquellos
que no se |
han limitado, en su
convivencia en la |
Ciudad Eterna, a las |
impresiones superfi- |
ciales, a los simples |
restos del espíritu |
cortesano que los po- |
deres políticos en |
especial del Renaci- |
miento fueron aca- |
rreando allí, cuando y |
la Iglesia sufría la |
presión de los po- |
derosos del mundo de
entonces. Era |
aquella época en la que la
designación |
de la jerarquía de la
Iglesia, la disci- |
plina interior de la misma
y hasta los |
procesos de canonización
se veían |
afectados por la
injerencia o por lo |
menos por las presiones de
los intere- |
ses del poder civil, aun
cuando no |
siempre lograran plena
satisfacción |
a sus pretensiones: cuando
reyes y |
emperadores hacían o
querían hacer |
abades, obispos o
cardenales a sus |
bastardos; o cuando se
oponían a que el |
Papa mandara libremente
misioneros |
a las tierras
recientemente descubier- |
tas; o cuando establecían
la Inquisición |
como policía del Estado, y
por éste |
designada, aunque
manteniendo la |
apariencia eclesiástica... |
Afortunadamente todo esto
ha pasa- |
do, por lo menos en gran
parte. Los |
restos están a punto de
ser definitiva- |
mente amortizados. La
Iglesia recobra |
su rostro. No hay que
olvidar que, el |
derecho (?) de veto a la
designación de |
Papa se ha ejercido
efectivamente has- |
ta principios de este
mismo siglo XX |
que estamos viviendo, por
los reyes |
gobiernos
"cristianos" europeos. E |
primer Papa que acabó con
este abuse |
sacrílego fue Pio X: él
mismo subía |
la silla de Pedro a causa
del veto im- |
puesto a la designación
del elegido |
que lo era el cardenal
Rampolla, secre- |
tario de Estado de |
anterior Papa León |
XIII... No infundid |
sospechas Pío X |
los gobiernos, que |
lo juzgaron de talla |
mediocre, aldeano y, |
por lo tanto, menos |
"peligroso" que
la |
rica personalidad del |
antiguo secretario y |
más próximo cooperador del
gran |
León XIII, el Papa de la
clarividencia |
moderna, el Papa de las
grandes encí- |
clicas sociales y de las
orientaciones |
de libertad política.
Luego ocurrió co- |
mo con el Papa Juan XXIII:
que aque- |
lla apariencia de
sencillez no impidió |
la audacia de grandes
decisiones, tanto |
en orden a la liberación
de las presio- |
nes políticas ejercidas
sobre la Iglesia, |
como de la vigorización de
su impulso |
apostólico. |
Desde León XIII y de Pío X
lo |
estructural de la Iglesia
ha ido purifi- |
cándose, liberalizándose.
Actualmente |
los diplomáticos que van a
Roma y que |
permanecen algún tiempo
junto a la |
Santa Sede, saben que será
menos la |
influencia política que
sobre ella pue- |
dan ejercer, que el
influjo espiritual |
cristiano que recibirán,
con tal que |
permanezcan con una
actitud de ele- |
mental honradez humana. |
Roma, cuando puede ser
ella misma, |
"marca",
convierte siempre un poco. |
Queda junto a ella, al
lado de su signi- |
ficación espiritual, el
sacudido polvo |
13 (161) |
de lo mundano que por allí
pasó; pero |
es solamente polvo que las
ventiscas |
dispersan mientras emerge,
recobrada, |
su pureza. |
La supresión de la
posibilidad de |
aceptación de veto alguno
en la desig- |
nación de la más alta
jerarquía de la |
Iglesia ha traído, como
consecuencia, |
las grandes figuras de los
últimos |
Papas, que no por grandes
han dejado |
de serlo también en el
dolor, no sólo |
por la contemplación y
participación |
en los males que la
obcecación humana |
de los más poderosos ha
acarreado al |
mundo con las últimas
guerras y las |
injusticias sociales, sino
también por |
el empeño mantenido en la
defensa |
acrecentamiento de la
libertad interna |
de la Iglesia, para que no
sea bastarde- |
ada su identidad, y en la
proclamación |
de la verdad del
Evangelio, esencial- |
mente irreductible a las
categorías |
de ideología enajenante a
que, tantas |
veces, han pretendido
amordazarlo los |
mismos que han interferido
su libertad |
y la de los hombres. |
Cuando pueda hacerse la
historia del |
pontificado de Pablo VI,
por ejemplo, |
será posible comprobar
todo el mérito |
de su esfuerzo mantenido
en la fide- |
lidad a la Iglesia que se
renueva y al |
mensaje que ha de
transmitir. Aunque |
lleva nueve años como
Papa, su influjo |
arranca de mucho más
lejos: desde |
antes del Concilio, cuando
desde la |
Secretaría de Estado, en
tiempos de |
Pío XII, ya protagonizaba
en la primera |
línea de su progreso, esa
transforma- |
ción renovadora de la
Iglesia del siglo |
XX que, sin violencias,
día a día, |
solidifica su misión,
liberalizándose |
de influjos extraños,
superando ambi- |
güedades sospechosas,
incluso a través |
de las mismas tantas veces
discuti- |
das "relaciones
diplomáticas", y sin |
La diplomacia vaticana |
no es una política, sino |
un lenguaje eclesiástico |
que puedan entender los |
políticos |
injuriar a los mismos
usurpadores, |
recupera derechos perdidos
al paso |
que "convierte"
a embajadores y di- |
plomáticos, incapaces de
resistir a su |
razón evangélica y a su
sinceridad |
sobrenatural. |
Por esto la diplomacia al
servicio del |
Evangelio, como recordaba
el propio |
Pablo VI a los alumnos de
la Pontificia |
Academia Eclesiástica, ()
al principio |
de su pontificado, es un
instrumento |
de paz para los hombres,
un medio |
para recordar ante los
grandes los |
derechos de los más
humildes, y un |
nivel desde el cual los
Estados pueden |
recibir el influjo del
Evangelio y ser |
defendidos los derechos de
la Iglesia, |
por lo demás coincidentes
con los que |
han de ser reconocidos a
todos los |
hombres, en orden a la
verdad, la jus- |
ticia, la libertad, la paz
y el bien. |
La diplomacia vaticana no
es una |
política, sino un lenguaje
eclesiástico |
que puedan entender los
políticos: |
pues también ellos
necesitan que se les |
diga la verdad y también,
al decírsela, |
puede conseguirse que la
traduzcan en |
acción benéfica para el
mundo y para |
el acrecentamiento de la
libertad de |
la Iglesia, indispensable
a su misión. |
(*) La Pontificia Academia
Eclesiástica, que se lla- |
maba antes Academia de los
Nobles Eclesiásticos, |
fue fundada por el Papa
Clemente XI, en 1701, con |
el fin de preparar, con
estudios especiales, a los |
diplomáticos al servicio
de la Santa Sede. |
14 (162) |
Gracias a la diplomacia la
Iglesia ha |
ido cortando los hilos que
la sujetaban, |
y es de esperar que acabe
por libertarse |
de los que todavía impiden
su total |
independencia. |
La diplomacia vaticana,
desde prin- |
cipios de este siglo ha
estado al servicio |
de la línea inaugurada por
León XIII y |
por Pío X: por ella han
pasado casi |
todos los Papas
contemporáneos (**) y |
es innegable que a ellos
se debe, en |
conjunto, este gran
esfuerzo renovador |
(**) León XIII era
diplomático y, a excepción de su |
inmediata sucesor san Pio
X, lo han vida todos los |
demás: Benedicto XV. Pio
XI. Pio XII, Juan XXIII y |
el actúa. Pablo VI. |
y de purificación de la
identidad de la |
Iglesia de nuestros días.
Esfuerzo que |
no se comprende cuando se
la contem- |
pla con ojos
superficiales; pero que no |
es tan difícil de
reconocer cuando se |
tienen en cuenta los datos
más recien- |
tes de la historia y hasta
la trayectoria |
de la misma evolución
mental de los |
diplomáticos que han
permanecido |
largo tiempo en la Ciudad
Eterna. |
La diplomacia vaticana
forma parte |
del moderno esfuerzo de
despolitiza- |
ción eclesiástica entonces
vigorosamen- |
te iniciada y todavía en
curso. Su acción |
pertenece a una época
importante y |
decisiva de la vida de la
Iglesia. |
Más que una religión |
y más que una ética |
PODRÍA aplicarse también
al Cristianismo la palabra "religión" si, como |
Cristo, superáramos la
idea que de lo religioso existía en su época; si |
superáramos el escándalo
de los que no lo comprendieron, de los que tan |
fácil les fue vitorearle
como maldecirle, de los que lo llevaron a la muerte, de |
los que pasaron de largo,
fríos, apagado el corazón, indiferentes a las grandezas |
no cuantitativas. |
Su mensaje era más que el
afianzamiento de una "relación" con la divinidad; |
o que una
"re-elección" mejor ponderada hacia lo sobrenatural; o que un
"reli- |
gamiento" que nos
sujeta a Dios. Todo esto podría permanecer válido con tal de |
desembocar en una cortesía
del hombre frente a la grandeza del Absoluto, en el |
mantenimiento de una
tendencia esforzada hacia el más allá, a base de preferen- |
cias y temores, de
reglamentación de estímulos y castigos, de ordenación poco |
más que jurídica que
defiende y acredita, que asegura y justifica. Pero todo esto, |
aun con el énfasis de la
máxima reverencia, no llegaría hasta la familiaridad, |
hasta la vida, hasta el
amor, hasta la libertad: hasta la Redención. |
No se puede confundir no
se puede reducir, el Cristianismo a una ética: |
lo que el Cristianismo
ofrece como "salvación" —como liberación— no se puede |
concebir como el producto
de un esfuerzo personal, moral o jurídico. La salvación |
significaría, entonces,
estar en paz con Dios, pero no compartir con Él la vida. |
Para reforzar,
simplemente, unos preceptos, para estimular la fidelidad a una |
15 (163) |
conducta, no hacía falta
que Dios se hiciera hombre y habitara en medio de |
nosotros. Bastaban y
sobraban los profetas. |
La "salvación"
cristiana es, ante todo, un don —"gracia" decimos—: ese don |
es Jesucristo que se da,
que se entrega a los hombres. No se trata, pues, del |
esfuerzo desesperado hacia
la perfección ni de unas purificaciones que justifican, |
sino de aceptar a ese
Alguien que viene al hombre, y de recibirlo allí donde |
viene, donde quiere, y tal
como quiere. No es el hombre el que se justifica por- |
que se arrepiente, sino
que es Jesucristo que lo justifica al perdonarle; no es el |
hombre que se incorpora
Cristo porque cree, sino que es Cristo que lo incorpora |
a sí mismo por la fe y por
el Bautismo. Por esto el Cristianismo es una vida, por |
esto es más que "un
estilo de vida". El Cristianismo incluso es más que una |
"imitación de
Cristo", porque, fundamentalmente, es una participación de la |
vida de Jesucristo. No se
trata de vivir de acuerdo con una doctrina, porque |
entonces sería una
sabiduría. Una sabiduría sería difícil para los sencillos, los |
humildes, los pobres de
espíritu. El sermón de las bienaventuranzas habría |
sobrado al Evangelio; nos
habría bastado que de ellas proyectáramos ampliacio- |
nes catalogables para la
moral, porque ya no habrían sido bienaventuranza de |
gozo y de vida, de amor y
de paz. |
El Cristianismo es vida
sobrenatural, sacramental, de Cristo; no eticidad, |
no simple conducta humana.
El Cristianismo, diría Xavier Zubiri, «es palpita- |
ción de Dios en el seno
del espíritu humano», posible porque el hombre es una |
esencia abierta,
susceptible de ser incorporado a Cristo; incorporación que, |
«más que una elevación del
hombre, implica un descenso benevolente por parte |
de Dios: se trata de una
relación de filiación adoptiva, tan real como no debida |
a las condiciones
naturales del hombre». |
Cuando esto se olvida es
comprensible que se produzca un deterioro del |
significado y eficacia de
la sacramentalidad del Cristianismo; de Cristo y |
de la Iglesia como
"sacramento de la humanidad". ¿Cómo se recibe o se estima la |
bifurcación sacramental de
los signos de gracia? ¿Qué piensan, tantos cristianos, |
del Bautismo, del
Matrimonio, de la Penitencia...? |
Con frecuencia el Bautismo
queda relegado a una idea entre mágica y sim- |
bólica, sin profundización
ulterior, consciente y personal con Cristo; también el |
Matrimonio, después de ser
entendido como un signo para legalizar la vida entre |
hombre y mujer y esperar,
a lo sumo la bendición de Dios y la buena suerte |
para esta vida, no ha
conseguido que los contrayentes levanten su pensamiento y |
su corazón hasta
establecer el paralelo entre ellos y la unión misterial de Cristo |
y la Iglesia. No han
tenido tiempo, u ocasión, o interés para enterarse de más; |
no ha sido un
"encuentro" con Cristo. Y el modo de entender el sacramento de |
la Penitencia, se ha
vencido en favor de un empeño moralizador —borrador de |
pecados"— con olvido
o trivialización de lo positivo y nuclear, de la gracia |
—del "don"— de
Cristo; otras veces en paréntesis de consultorio espiritual, a |
Lo que nada habría que
objetar si no relegara a segundo término o mantuviera |
sólo casi como pretexto,
la propia acción sacramental. |
Por eso hemos de bendecir
el tiempo en que vivimos, cuando en la Iglesia |
se despiertan y encauzan
saludables renovaciones hacia la autenticidad. |
16 (164) |
TRABAJAR |
POR LA PAZ |
El Concilio había dicho
(Decr. MIS. n. 5): |
«La misión de la Iglesia
se cumple por la operación |
con la que se hace
presente en acto pleno a todos |
los hombres o pueblos,
para llevarlos a la fe, |
la libertad y |
la paz de Cristo» |
PARA que se cumplan los
designios de Dios en la historia, el seglar, con |
arreglo a su vocación y
circunstancias, debe asumir la responsabilidad de |
una acción dirigida al
desarrollo integral de la humanidad, que en la encí- |
clica OCTOGESIMA
ADVENIENS, Pablo VI, ha detallado en los siguientes puntos |
que, esquemáticamente,
resumimos además de indicar el número paragráfico en que |
se contienen: |
—Promover mayor y mejor
justicia (núm. 2). |
—Respeto y actuación de
las distintas situaciones (núm. 3). |
—Profundización en la
misión del cristiano y de sus comunidades |
(núm. 4). |
—Profundización en el
mensaje específico de la Iglesia y la cuestión |
social (núm. 5). |
—Situar los problemas del
cambio actual en el contexto de una situación |
nueva (núm. 7). |
—Atender a los problemas
de la urbanización (núm. 8). |
—Atender a los problemas
de la industrialización (núm. 9). |
—Resolver los problemas de
la nueva soledad y el nuevo proletariado |
urbano (núm. 10), y de la
familia nuclear (núm. 11). |
—Crear nuevos modos de
acercamiento entre los hombres y Dios |
(núm. 12). |
—Resolver los problemas
reales de los jóvenes: transmisión de valores, |
creencias, autoridad. Y
los de la mujer (núm. 13). |
—Resolver los problemas de
los trabajadores, sindicatos etc. (núm. 14). |
—Atender a las víctimas de
los cambios: nuevos pobres, minusválidos, |
ancianos, marginados, etc.
(núm. 15). |
—Resolver cristianamente
las discriminaciones y procurar la igualdad |
de oportunidades (núm.
16). |
17 (165) |
—Resolver los problemas de
la emigración (núm. 17). |
—Crear puestos de trabajo
(núm. 18). |
—Espíritu de imaginación y
creatividad para resolver los nuevos |
problemas (núm. 19). |
—Resolver los problemas y
aprovechar las virtualidades de la civiliza- |
ción de la imagen (núm.
20). |
—Cuidar el ambiente, la
ecología, la sanidad de la tierra (núm. 21). |
—Fomentar la igualdad y la
participación (núm. 22). |
—Fomentar un sentido mayor
de servicio y de respeto al prójimo |
(núm. 23). |
—Participar en la búsqueda
del perfeccionamiento político (núm. 24). |
—Participar en la acción
política (núm. 25). |
—No participar en
ideologías contrarias a la fe (núm. 26). |
—No convertir las
ideologías en ídolos (núm. 27). |
—Aceptar lo aceptable del
atractivo del socialismo (núms. 31, 32, 33 y 31). |
—Aceptar lo aceptable del
liberalismo (núms. 35 y 36). |
—Evitar las utopías (núm.
37). |
—Usar de cautela en la
respuesta científica a las cuestiones humanas |
dudosas (núms. 38, 39 y
40). |
—Promover el desarrollo
cuantitativo y cualitativo a la par que el desa- |
rrollo de la conciencia
(núm. 41). |
—Mostrar el dinamismo de
la Doctrina Social Católica (núm. 42). |
—Promover una mayor
justicia concreta en la distribución y en el desa- |
rrollo de los países
pobres (núm. 43). |
—Impedir el abuso de las
nuevas potencias y de las empresas multina- |
cionales (núm. 44). |
—Buscar el cambio de los
corazones y de las estructuras (núm. 45). |
—Difundir el sentido
cristiano de la acción política que decide en |
definitiva sobre todo lo
demás. Tomar en serio la política (núm. 46). |
—Participar y promover la
participación en todas las estructuras |
(núm. 47). |
—Promover el compromiso en
la acción (núms. 48 y 49). |
—Promover el pluralismo y
organizarlo (núm. 50). |
—Concretar las exigencias
de la fe cristiana (núm. 51). |
—Promover el apostolado en
el plano internacional (núm. 52). |
Una actitud conservadora,
es decir, desinteresada de los problemas y compro- |
misos señalados, a nivel
social, por Pablo VI, no reflejaría el espíritu cristiano, no |
sería propia de un
bautizado. |
Porque el bautizado tiene
la misión de "encarnar" en el mundo los valores |
cristianos que profesa. No
es corto ni vago el programa que el Papa ha trazado en |
la OCTOGESIMA ADVENIENS.
Lo demás depende ya de la sinceridad, de la |
generosidad y de la
imaginación despierta de los cristianos, en los campos de la |
economía, la política, la
cultura, la justicia social y todos los aspectos en que el |
mundo ha de ser
transformado para hacerlo más digno del hombre. |
18 (166) |
LAUS |
BOLETÍN DEL ORATORIO DE
ALBACETE |
FORMALIDAD |
REQUERIDA |
POR LA LEY |
DE PRENSA |
E IMPRENTA |
De acuerdo con el artículo
24 de la vigente Ley |
de Prensa e Imprenta,
respecto a Empresas Perio- |
dísticas y los nombres de
las personas que consti- |
tuyen sus órganos
rectores, los de los accionistas |
que posean una
participación superior al diez por |
ciento del patrimonio
social, y una nota informativa |
de su situación
financiera, y también a la vista del |
artículo 21 de la misma
referida Ley, declaramos |
1. Que el Boletín LAUS
pertenece, sin otras |
participaciones, a la
Congregación del Ora- |
torio de san Felipe Neri,
como única Empresa |
propietaria y editora,
debidamente inscrita |
en el Registro de Empresas
Periodística. |
2. Que su equipo de
redacción lo componen |
las personas siguientes:
Ramón Mas, Fernan- |
do Ugena y Miguel Abia; el
primero como |
Director de la
publicación. |
3. Que la revista de
reparte gratuitamente y |
Los gastos que ocasiona se
cubren con las |
aportaciones espontáneas
de los amigos del |
Oratorio. La propaganda
que a veces figura |
en estas páginas es
totalmente desinteresada |
obedece a fines solamente
apostólicos y al |
fomento de la sana
información y de la cul- |
tura religiosa y difusiva
de la buena Prensa, |
según la finalidad
especificada en nuestros |
Estatutos fundacionales, |
Cumplido este requisito
legal, |
agradecemos con gozo a
nuestros |
"amigos" su
simpatía y su ayuda |
material, que hace posible
nuestra |
labor y nos alienta a
continuarla. |
NAVIDAD |
DEL SEÑOR |
MISA |
DE MEDIANOCHE |
También en la noche |
de Año Nuevo, Octava |
de Navidad |
Precederán a las |
celebraciones navi- |
deñas dos |
CONFERENCIAS |
DE ADVIENTO |
en los días 22 v 23 |
(viernes y sábado) de |
Diciembre, al término |
de la misa vespertina |
de las ocho, con el tema |
ESPERANZA |
Y ENCARNACIÓN |
19 (167) |
LAVS |
DEO |
Deseamos |
a todos |
nuestros |
amigos |
y lectores |
la gracia |
y la paz |
del Señor |
¡Es Navidad! |
LAUS |
Director: P. Ramón MAA,
C.O. - Edita e imprime: Congregación del Oratorio |
Placeta de S. Felipe Neri,
I - Apartado 182 - Albacete - D.LA 10962 - 13. 12. 72. |
20 (168) |
|