Boletín del Oratorio de Albacete.
Núm. 111. FEBRERO. Año 1973.
SUMARIO
EL PAN y la verdad, y el pan de la verdad. Pida,
pensamiento, libertad. Ni hambre en los cuerpos,
ni esclavitud de mentira en los espíritus. El hom-
bre ha sido creado a imagen de Dios, vivo, libre,
abierto, para que sea comunidad con los demás hombres;
no cifra, ni pieza del mundo, sino espíritu en el mundo.
EL HAMBRE DEL MUNDO ES OBRA DEL
CORAZÓN HUMANO
LA MORALIDAD DE LOS MEDIOS DE
COMUNICACIÓN SOCIAL
EL HONOR DEL PERIODISMO ES LA
INDEPENDENCIA
ACTITUDES PARCIALES O ERRÓNEAS
DERECHOS GENERALES DEL HOMBRE
LOS ESTADOS Y LA IGLESIA
EL SENSACIONALISMO
¿PUEDE UN OBISPO PREDICAR EL
EVANGELIO?
1 (21)
El hambre del mundo es obra
del corazón humano:
es obra del pecado personal
y colectivo de los hombres
Dice Mons. Araujo Iglesias:
EL PROBLEMA del hambre, no
debemos reducirlo exclusiva-
mente al hombre de pan, sino
también al hombre de cultura
e incluso al hambre de Dios.
El hombre no ha sido ni es obra de
la Providencia. El hambre es obra
del corazón humano.
El hambre es obra, en gran parte,
de esta sociedad de consumo en que
vivimos y In que se nos arrastra
cada día más y por todos los medios:
de los imperialismos económicos y
políticos que siguen vigentes con ai-
res democráticos falsificados; de las
carreras locas de armamentos para
defender aquellos.
Alguien dirá que el hambre es
obra, sobre todo, de las estructuras
sociales, económicas y políticas in-
justas y opresoras. No lo negamos,
sino que lo admitimos. Pero no debe-
mos olvidar que tales estructuras
son obra del hombre. Entonces, ra-
dicalmente, el hombre es obra del
pecado personal y colectivo.
Pero tampoco son suficientes las
ayudan permanentes. No basta ven-
cer el hambre y la miseria. Hay que
hacer algo mucho más importante:
Edificar un mundo más humano y
por ello más justo donde —hombres y
pueblos— puedan ejercitar el derecho
natural que tienen al uso y disfrute
de todos los bienes temporales.
CRISTIANISMO
IMPARCIAL
Y CRÍTICO.
Al anunciar el Evangelio, el Cristianismo no puede ser
"partidista", pero debe ser crítico, respecto al mundo.
Algunos no lo entienden, o no les gusta, o no les con-
viene. Podrían caber en uno u otro de estos extremos:
«Hay cristianos que están dispuestos a aplaudir la intervención de sus
sacerdotes y obispos en el orden temporal siempre que esta intervención
sirva para justificar el sistema económico, social y político en que viven;
desearían que la Iglesia considerase como realización político-social de
los valores evangélicos el sistema en el que ellos participan... También
hay cristianos que quieren que la Iglesia apoye una política determinada
en oposición a la establecidas. — MONS. JAVIER OSES
2 (22)
La moralidad de los medios
de comunicación social
Intermediarios entre la verdad y el público,
entre la realidad del mundo exterior
y la intimidad de las conciencias.
NADA año, al recurrir la festividad
de san Francisco de Sales y
también en la Jornada dedicada
a los Medios de Comunicación Social,
el Papa recuerda los valores de la alta
misión y de la responsabilidad de la
profesión periodística.
El poder de las noticias y de los
comentarios y pensamientos que ellas
suscitan y que pueden ser transmitidos
por la letra impresa, que tan fácilmente
multiplica la difusión, ya se había
intuido antes de esta época que estamos
viviendo y que podríamos llamar, sin
temor a equivocarnos, "época de las
comunicaciones". San Francisco de
Sales, aun desde el lejano tiempo de
los Zeitung, de las Gacetas, de los
Mercurios... ya tuvo conciencia del
poder de la pluma y de su eficacia
apostólica. Si tuviéramos que buscar
un precedente todavía más válido, por
fuerza sería preciso destacar la enorme
figura de san Pablo, a quien de tantas
diversas maneras se le ha llamado "el
periodista del Evangelio", de la "buena
noticia".
Hoy día, no obstante, la difusión y
el comentario de noticias ya no puede
concebirse ceñido únicamente a la
prensa escrita o impresa, pues aunque
ésta siga manteniendo su especifica
significación e importancia, se han
añadido a los medios de comunicación
social, la radio y la televisión, los
cuales, como algunos suponen, tienden
a transformar, por sí solos, las carac-
terísticas culturales de nuestro tiempo,
y a convertirse en sistemas de ideolo-
gización masiva, con la amenaza de
disminuir y aun de comprometer el
progreso de la libertad humana, tanto
por la capacidad que tienen de ser
convertidos en sistemas de evasión y
narcotización mental, como por ser
utilizados y monopolizados para bom-
bardeos ideológicos sin posibilidad de
diálogo, discusión o respuesta, que ase-
gure una verdadera "comunicación".
Por esta razón no debe sorprender-
nos que, en todas las ocasiones en que
la palabra del Papa hace alusión o
toma por tema estos "medios de comu-
nicación social", su discurso incluye,
de minera constante, la exhortación
al respeto de la libertad humana, que
únicamente es posible si tales "medios"
son utilizados y dirigidos con profundo
sentido de responsabilidad moral ante
la sociedad.
3 (23)
Se llaman medios de comunicac-
ión", pero, en realidad, la "comuni-
cación no se produce, porque no
existe la posibilidad de respuesta en
el que recibe el mensaje. El progreso
técnico de los medios de comunicación
habría podido incluir un desarrollo
paralelo entre la posibilidad de trans-
misión y la de respuesta: pero esto no
ha sido jamás seriamente pretendido,
por lo cual se han convertido, en la
mayoría de ocasiones, en medios de
influencia mental y cultural, positivos
o negativos, según las capacidades y
las intenciones del que posee el domi-
nio en el uso de tales medios transmi-
sivos. De donde la honestidad de los
**dominadores" prácticos es todavía
más indispensable.
Por otra parte, el conjunto de la
experiencia comprobable, de nuestra
que el adelanto técnico de la humani-
dad excede al de su desarrollo huma-
nístico, en nuestra época, con lo cual
el contenido del mensaje que los
"medios" suministran está en franca
desproporción de inferioridad respecto
a la potencia del desarrollo técnico y de
su influjo, porque el adelanto técnico,
entre otras razones, ha recibido los
mayores impulsos bajo la urgencia y el
alán partidista de poder que ha dado
lugar al vergonzoso drama de las dos
últimas Grandes Guerra Mundiales.
En ellas, lo mismo que en las guerras
menores que periféricamente, como
un eco, las han acompañado, ha tenido
la misma importancia el armamento
que la propaganda.
Desde Napoleón, el inventor de
todos los centralismos y el gran «gra-
mático de la fuerza y de la pólvora»,
como le llamaba nuestro cardenal
Newman, todos los dictadores lo han
tenido en cuenta y, desde el extremo
paradójico de los teóricos de la provi-
sionalidad marxista, según los cuales
"hay que obligar al hombre a ser
libre", hasta la inhumana dureza de
las preventivas impuestas contrarre-
voluciones fascistas, ni siquiera en
las sociedades que se han envanecido
de ser democráticas, se han visto libres
de la tentación al recurso manipulador
de mentes que ofrece, tan fácilmente,
el control de las comunicaciones de
El cardenal
Alfrink
se queja
a la prensa.
A últimos del mes de enero pasado, y con motivo de la
celebración del DIALOGO PASTORAL NACIONAL de
Holanda, el cardenal Alfrink, primado de aquel país, há
recibido a unos periodistas italianos. Y se quejaba con
ellos de que la prensa, al tratar de informar sobre la
Iglesia en Holanda, pusiera en relieve aspectos
anecdóticos menos importantes que los motivo y
estudios de aquellas Jornadas. Achacaba al poco interés
de la prensa por los mensajes sociales de la Iglesia el
que la doctrina tan claramente expuesta en las recientes
encíclican MATER ET MAGISTRA, de Juan XXIII. Y
POPULORUM PROGRESSIO, de Pablo VI, no hayan
llegado a la base del público. Las jornadas celebradas
en Holanda tenían por objeto, precisamente, promover
Aquel conocimiento, al que sería de alabar que la
prensa, por encima de curiosidades inútiles, prestara
más atención.
4 (24)
masas, no importa cuáles fueran las
leyes o las ficciones legales que preten-
dieran remediarlo o disimularlo.
Libertad, independencia, honestidad
en las informaciones. Los problemas
económicos de los medios informativos
dificultan enormemente su indepen-
dencia, subsidiaria de los intereses o
ideologías que defienden o secundan,
y por los que son estipendiados. La
calidad profesional se reduce, en tales
casos, en aptitud para la docilidad
servil, con abstracción de la honestidad
de conciencia. Lo cual es una forma
de esclavitud para el mismo periodista,
obligado, además, a colaborar en la
opresión ideológica del público.
Tales riesgos con evitables, solamen-
te, en la medida en que no existan
monopolios de información, a los que
hacía referencia recientemente el Pa-
pa. Entonces se hace posible lo que
también Pablo VI decía en una de las
Jornadas Mundiales dedicadas a los
Medios de Comunicación (2 de mayo
de 1967):
Nos dirigimos a los que están llamados a prestar a sus hermanos
una misión que les hace intermediarios, y casi maestros y guías, entre
la verdad y el público, la realidad del mundo exterior y la intimidad
de las conciencias.
Y lo mismo que ellos tienen el derecho de no sufrir la influencia de
inoportunas presiones ideológicas, políticas o económicas que limiten
su justa y responsable libertad de expresión, así también su coloquio
con el público exige que sea respetada la dignidad del hombre y de
la sociedad. Todos los esfuerzos estén, pues, dirigidos a difundir en
las mentes la verdad, en los corazones la adhesión al bien, en las
obras la acción coherente. Así contribuirán a la elevación de la
humanidad, y su contribución será constructiva en la edificación de
una sociedad nuera más libre, más responsable, más fraternal y más
digna.
Demasiadas veces los criterios éticos
del periodismo se han reducido a cues-
tiones meramente marginales o par-
ciales. Pero la única honestidad es la
que se cimienta en el respeto y en la
integridad de la verdad. La verdad es
la única liberadora de las mentes: su
ocultación es la forma más sutil de
opresión, porque puede hacer esclavos
sin conciencia de que lo son, a los
hombres desprovistos de capacidad
reflexiva para reaccionar al engaño.
La selección de noticias, la ocultación
de otras, los chistes intencionados
y destructivos, la parcialidad aparen-
temente desinteresada que destaca
lo que puede ofender o denigrar al
adversario, la información incompleta,
la búsqueda de sensacionalismos y
de morbosidades que complacen al
público pero le denigran, son pecados
sociales en los que caen no pocos.
Porque, por desgracia, no abundan
los periódicos que pueden alcanzar el
prestigio del "The Times" británico,
ni la independencia y probidad de Le
Monde" francés, que son, por otra
parte, dos ejemplos mundiales de cali-
dad técnica.
Por esto el Papa acaba de decir a los
periodistas que su mayor gloria, su
honor, es la independencia.
5 (25)
EL HONOR DEL PERIODISMO
ES LA INDEPENDENCIA
«Sentimos —dice el Papa— que muy a menudo
sólo un aspecto de nuestra palabra
es puesto de relieve».
LA INDEPENDENCIA en el periodismo es uno de los aspectos más complejos
de su ejercicio, aunque sea de capital importancia, porque sin indepen-
dencia no podemos contar con objetividad, con la necesaria verdad de lo
que se suministre como información. Los dos más grandes peligros de
faltar a esta independencia —como yo había señalado el mismo Pablo VI en otras
ocasiones— son las presiones políticas o las económicas, o ambas a la res. Donde
el periodismo sea concebido primordialmente como un negocio o al servicio de un
negocio, o donde sea el ejercicio de un servicio a un monopolio ideológico político,
desaparecen las garantías de seriedad y de honradez. «El periodista serio y
honrado —había dicho Pablo VI (Oss. Rom. 7 nov. 1968)— debe estar libre de
presiones políticas y económicas».
No solamente los periodistas, sino también los simples cristianos, tendrán que
aprender siempre de las palabras del Papa para valorar la calidad de las infor-
maciones que reciban. Por esto ofrecemos los párrafos más destacados del discurso
que dirigió el pasado día 24 de enero, festividad de san Francisco de Sales, a los
profesionales de la prensa.
Representáis una fuerza inmensa en nuestra civilización. Ninguna institu-
ción puede prescindir de la opinión pública que vosotros contribuís a formar.
Y ha citado la conocida frase del padre Gabel:
La información es el sistema nervioso de la vida moderna.
Y ha proseguido sobre las exigencias de la profesión:
Los lectores esperan de vosotros una documentación honesta, precisa, lo
más completa posible, que les permita un juicio responsable. En este sentido
no debéis aparecer como maestros, sino como servidores. La independencia
constituye, a nuestro modo de juzgar las cosas, el honor del periodismo. →
6 (26)
Amor incorruptible a la verdad
Ante todo debéis resistir la tentación de lo sensacional, que simplifica o
deforma la realidad. Existen otros condicionamientos mucho más insidiosos
que pueden ejercitarse sobre vosotros: de orden económico, político, ideológico,
de grupos de presión cuya opinión parece ser la ley del dix. Pese a todo, los
imperativos de la deontología de la prensa permanecen: amo corruptible a la
verdad, búsqueda laboriosa, rectitud, humildad, aptitud pira el diálogo. No se
trata de una moral negativa, hecha de prohibiciones, que pueda desalentaros.
Vuestra labor supone un sano pluralismo en la prensa, que permita una con-
frontación de puntos de vista, un diálogo abierto con los lectores. En este
concierto tenéis pleno derecho a expresar vuestras ideas y a defender vuestras
diferencias, pero jamás en detrimento de una información objetiva o de un
juicio equitativo, se trate de instituciones o de personas.
Información sobre la vida de la Iglesia
El Papa se ha referido a los límites que pueden exigir la discreción y el bien
común, más en la Iglesia, que en otras sociedades.
L1 razón es sencilla: las decisiones de la Iglesia surgen del Evangelio y se
apoyan en él y en su propia tradición viva, no en el espíritu o en el modo de
entender las cosas que tiene el mundo ni en la opinión pública, a la que a
menudo escapa la complejidad de los problemas teológicas o pastorales. No
prendemos haber agotado nuestra colaboración a vuestro trabajo. Nuevos
pasos de sincera colaboración pueden darse. Vosotros queréis formar un puente
entre Iglesia y humanidad, lo sabinos y aun de la audiencia haréis noticia.
Efectivamente, el mundo espera de Nos respuestas a su esperanza e inquietud.
Nos esforzamos por dárselas. De todos modos sentimos que muy a menudo
sólo un aspecto de nuestra palabra e: puesto de relieve.
El bien no hace ruido
El Papa ha manifestado que solamente quería poner de relieve algunas líneas
de su pontificado:
Vigilamos para aplicar firme e integralmente el Concilio Vaticano II. Si los
múltiples actos legislativos y pastorales que han jalonado nuestro pontificado
han requerido tanto esfuerzo y colaboración de los episcopados, la presentación
de los mismos al gran público os exige a vosotros, periodistas, una reflexión
seria. Sois también testigos de los problemas de la Iglesia, las reformas que
Un periodista no debe falsear los hechos, o, separándolos de su
verdadero contexto, alterar su verdadera significación, o ahogar
la verdad que debería ser oída en justicia. (PIO XII, 23-1-1950)
7 (27)
siguen a un Concilio necesitan cada día de un ajustamiento laborioso. En medio
de tantos fenómenos marginales y contestatarios, que son presa fácil para el
periodismo, ¿cómo no pediros que sepáis tener la justa medida en el discerni-
miento de lo que puede ser leal a una actitud evangélica de lo que lleva la
marca de una aventura estéril? A menudo el bien no suele hacer ruido...
Lealtad para interpretar a la Iglesia
No os pedimos que hagáis apologías "a priori", sino que deis el valor que
tiene a los progresos positivos. La Iglesia está hecha de hombres y de relaciones
sociales. La misma Santa Sede utiliza un aparato externo del que la opinión
pública tiene tendencia a no ver más que detalles insignificantes. Conocéis bien
los lugares comunes" que circulan sobre el Vaticano y que dan una imagen
insólita y falsa de la realidad sin dejar a menudo ni la posibilidad práctica de
hacer las rectificaciones necesarias. Acaso podéis caer en la sutil tentación de
buscar en los hechos de la Santa Sede sólo las intenciones políticas. Nos os
estimamos capaces de elevaros de esta visión parcial o deformada. La lealtad
exige que se interrogue a la Iglesia tal cual es en realidad: una institución cuyos
móviles no son políticos, sino espirituales, y cuyas raíces son evangélicas.
Optimismo y esperanza
Sois testigos —ha finalizado Pablo VI— de todo lo que fuera de la Iglesia
nos preocupa: los derechos del hombre, la familia, la cultura, los problemas
socioeconómicos, la construcción de la comunidad internacional. Nuestra visión
es optimista. Estamos seguros de que Dios ha salvado al mundo y prometido a
los hombres su espíritu. Dad largo eco a nuestra esperanza. Un acto de amor es
más importante que uno de odio, depende de vosotros que la humanidad sea
más optimista. En cuanto a la paz, bien conocéis nuestras convicciones. Si la
solución práctica de los conflictos escapa a nuestra competencia, queremos, al
menos, ejercer el ministerio d: la reconciliación que el Señor nos ha encargado.
Y cuando hablamos de paz no la separamos jamás de la justicia.
¿Podemos expresaros un último deseo? Os invitamos a escapar de una cierta
conspiración del silencio que re hace sobre problemas vitales para la humanidad
y para la Iglesia. Hay toda una categoría de gentes que podrían ser llamados los
"olvidados de la información", que no crean problemas internacionales, pero
que son olvidados en su miseria, en sus derechos humanos elementales, en
su dignidad humana, en su libertad, en sus exigencias espirituales. La esclavitud
no ha quedado totalmente abolida y los llamados prisioneros políticos en pocas
ocasiones han sido tan numerosos como ahora. Permitidnos citar situaciones
particularmente dolorosas para la Iglesia en determinados países, injustas y
dolorosas porque personas y comunidades no pueden expresar libremente su
fe ni disponer de los medios normales para transmitirla a sus hijos.
8 (28)
ACTITUDES PARCIALES
O ERRÓNEAS
A PESAR de la reiteración y desarrollo del pensamiento de la Iglesia sobre
su misión respecto al orden social y político, continúan dándose entre
nosotros las más diversas posiciones.
• Unos estarían dispuestos a admitir la intervención de la Iglesia en el
orden temporal, siempre que sirviera para justificar el sistema econó-
mico, social o político existente.
• Otros postulan la intervención de la Iglesia en favor de una política
partidista de oposición a la establecida.
• Hay quienes propugnan la abstención total de la Iglesia en estas
materias y acusan a los obispos y sacerdotes de salirse de su misión
siempre que con sus enseñanzas se refiera a determinadas situaciones.
• Algunos le conceden a la jerarquía el derecho a predicar principios
muy generales, pero le niegan autoridad para enjuiciar situaciones
concretas a la luz de aquellos principios.
• Estiman muchos que su particular concepción política o social, o el sis-
tema de soluciones concretas y particulares que proponen, constituyen
la única manera de llevar a la práctica la enseñanza social de la Iglesia.
• No faltan quieres amplían tanto el concepto de pluralismo dentro de
la Iglesia, que llevan a considerar coherente con el mensaje cristiano
cualquier comportamiento de individuos o de grupos de signo tota-
litario, de oposición a una mayor igualdad entre los hombres, de
explotación del hombre por el hombre, etc.
• Y no pocos cristianos, desoyendo las enseñanzas y orientaciones de
la Iglesia, estiman, por si parte, que el análisis marxista proporciona
el único principio válido de explicación y las injusticias sociales.
Consideran que la lucha sistemática de clases es el instrumento eficaz
para acabar con las injusticias y para instaurar una sociedad más justa,
la que identifican con el socialismo más absoluto; y no oponen a tales
proyectos ninguna objeción desde el punto de vista cristiano.
Esta multiplicidad de posiciones acrecienta las dificultades de la etapa
Posconciliar en España, cuando hay quienes —para imponer su particular con-
cepción de la misión la Iglesia en relación con los problemas temporales—
se valen de los recursos del poder económico político, o de su influencia
en medios de comunicación social; y parecen experimentar en ocasiones la
tentación de querer sustituir al magisterio de los obispos en la orientación del
pueblo cristiano.
De la declaración colectiva del Episcopado español,
al término de su XVII Asamblea plenaria.
9 (29)
Derechos
generales
del hombre
PUESTOS a desarrollar, en primer término, el tema de los
derechos del hombre, observamos que éste tiene un dere-
cho a la existencia, a la integridad corporal, a los medios
necesarios para un decoroso nivel de vida, cuales son, princi-
palmente, el alimento, el vestido, la vivienda, el descanso, la
asistencia médica y, finalmente, los servicios indispensables
que a cada uno debe prestar el Estado. De lo cual se sigue que
el hombre posee también el derecho a la seguridad personal
en el caso de enfermedad, invalidez, viudedad, vejez, paro y,
por último, cualquier otra eventualidad que le prive, sin culpa
suya, de los medios necesarios para su sustento.
El hombre exige, además, por derecho natural el debido
respeto a su persona, la buena reputación social, la posibilidad
de buscar la verdad libremente y, dentro de los límites del
orden moral y del bien común, manifestar y difundir sus
opiniones y ejercer una profesión cualquiera, y, finalmente,
disponer de una información objetiva de los sucesos públicos.
También es un derecho natural del hombre el acceso a los
bienes de la cultura. Por ello, es igualmente necesario que
reciba una instrucción fundamental común y una formación
técnica o profesional de acuerdo con el progreso de la cultura
en su propio país. Con este fin hay que esforzarse para que los
ciudadanos puedan subir, si su capacidad intelectual lo permite,
a los más altos grados de los estudios, de tal forma que, dentro
de lo posible, alcancen en la sociedad los cargos y respon-
sabilidades adecuados a su talento y a la experiencia que hayan
adquirido.
Pacem in terris, nn. 11, 12 y 13
10 (30)
LOS ESTADOS
Y LA IGLESIA
Respuesta de Pablo VI a la felicitación del
Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa
Sede, con motivo del año nuevo.
HABÉIS evocado lo que caracteriza no solamente la actividad de nuestro
pontificado, Fino también los motivos del espíritu y del corazón que
caracterizan nuestras actitudes diarias, dan el tono a nuestras inter-
venciones, suscitan nuestras iniciativas. Buscáis nuestra propia imagen, tal
como se refleja, al igual que en un espejo, en nuestras palabras y en nuestras
obras; escrutáis el sentido de la función que tratamos de realizar en medio
de todos vosotros, y respecto a los pueblos de los que sois aquí los nobles
representantes.
Las relaciones entre la Iglesia y los Estados
Y de hecho, queridos señores, esta función no es comparable a aquella otra
de la que habéis podido ser los testigos en otros puestos diplomáticos. Vuestra
presencia nos invita en cierto modo a definir de nuevo el sistema de las rela-
ciones originales entre la Iglesia y los Estados, entre la Santa Sede y el campo
de la actividad internacional, constituido por las relaciones entre países o con
los más altos organismos universales.
A decir verdad, no habrá necesidad, hoy, de un largo discurso sobre este
tema. El año pasado expusimos ampliamente la misión particular de la Iglesia,
ajena a la acción política como tal y, por tanto, muy presente en la búsqueda
de los hombres por los caminos de la justicia, más todavía, trabajando al servicio
de los hombres para educar sus conciencias y colaborar, a su manera, en la
promoción cultural y social. Hoy día no vamos a demostrar su puesto totalmente
original en el concierto de las naciones. Todo hombre de buena voluntad com-
prende que Nos no tenemos otra línea de conducta que la trazada por nuestro
Divino Fundador: «Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios»
(Mt 22, 21).
11 (31)
Los órdenes distintos
Los dos órdenes verdaderamente distintos constituye una suerte
en nuestra época el haber definido de nuevo esta distinción capital del poder
temporal y el Reino de Dios que encarna la Iglesia, por encima de las vicisitudes
las necesidades de la historia, todas las cuales han podido conducir a ciertas
confesiones. En nuestra condición de portavoz del Evangelio no nos corres-
ponde señalar los caminos políticos, los medios concretos de los ciudadanos en
esa coyuntura determinada, del empatizar para conseguir el progreso de su país.
Os pedirnos no saquéis de ello la conclusión, queridos señores, de que lo
los órdenes deben mantener relaciones profundas. Vuestra presencia aquí,
fruto de un deseo común de vuestro país y de la Santa Sede, ¿no demuestra lo
contrario? Es precisamente sobre este punto sobre el que desearíamos insistir
hoy. A pesar de que vuestra función de embajador ante la Santa Sede reviste
un carácter singular, y os impone una forma de actividad particular, es una
misión muy importante, cuya utilidad se revela cada día más fecunda, y que
está perfectamente de acuerdo con la situación moderna.
Deseamos delimitar mejor las fronteras
de muestra respectiva competencia
Deseamos, en primer lugar, entiéndase bien, delimitar mejor las fronteras
De nuestra respectiva competencia, vosotros podéis observar también, como
Testigos amistosos, las posiciones o las líneas de actuación de la Santa Sede, para
Haceros eco de las mismas ante vuestros Gobiernos. Deseamos, sobre todo,
Colaborar juntos para el bien común de cada uno de vuestros países y de toda
La humanidad. Tal es la panorámica que nos permitimos ofrecer a vuestra
Comprensión y a vuestras posibilidades de acción.
La Iglesia no puede ser neutral
En este sentido lo sabéis perfectamente. Nos no somos neutral. Queremos
decir: el Evangelio nos prohíbe ser indiferente cuando se debate el bien del
hombre, su salud única, el de aquello de su espíritu, sus derechos fundamentales,
su vocación espiritual: de igual manera cuando las condiciones sociales pade-
cidas por algún pueblo pone estos bienes en peligro, o incluso cuando una
institución internacional tiene necesidad de ser apoyada para desempeñar el
papel humanitario que se espera de ella.
La Santa Sede, como testigo activo y órgano central de la gran familia cató-
lica, acepta con benevolencia las confidencias, los anhelos, los proyecta, que
tenéis a bien confiarle. Sabe que resulta grato dar a conocer, a los que repre-
sentáis, sus propios deseos, que son los de la conciencia cristiana, a pesar de que
constituye por su parte con los diversos medios de que dispone, incluidos los de
las comunicaciones sociales, a educar en este sentido el corazón de los hombres.
12 (32)
Estas relaciones, establecidas libremente y al más alto nivel entre la Iglesia
la sociedad civil, aparecen desde entonces como una forma nueva de presencia
de la Iglesia en el mundo, siguiendo la línea de la constitución conciliar
"Gaudium et Spes". Semejante presencia excluye subordinación, compromiso,
concesión o conclusión entre las dos instituciones. Las relaciones que aquí se
establecen con la Santa Sede tienen como finalidad inmediata, sin duda alguna,
la solución de los problemas que pueden surgir entre el Estado y la comunidad
cristiana local, incluso cuando esta comunidad es muy reducida. Pero hoy
día no nos podemos quedar ahí. Se trata, dentro del respeto reciproco de las
competencias, de asegurar la conjunción de esfuerzos que tienden a promover
las iniciativas humanas y las obras sociales benéficas para todos. Consideramos
este como uno de los objetivos actuales de la diplomacia pontificia.
Trabajamos para el bien espiritual
y temporal de los mismos individuos
Ved, pues, lo que podéis esperar de este centro de la Iglesia. No se trata
de un regateo de intereses, como entre dos Estados cuyos objetivos pueden
discrepar u oponerse. Vosotros y Nos trabajamos aquí por el bien espiritual y
temporal de los mismos individuos y de la misma comunidad. Y la Santa Sede
no reclamará, lo sabéis, privilegio alguno, a excepción de los derechos de la
libertad religiosa.
Prácticamente, la Iglesia está comprometida con vosotros para hacer más
eficientes los principios rapaces de ilustrar y de orientar lo mejor punible la
vida su sociedad de todos estos hombres, cuyo destino afecta profundamente
tanto a los responsables de las naciones como la Iglesia. Ahora bien, los
cambios de la vida moderna alteran de tal forma las costumbres, que unos y
otros debemos abordar valientemente los problemas nuevos y vigilar en todo
instante el camino que tomamos, porque incide profundamente en el futuro.
Por ejemplo ¿cómo garantizar la libertad de los individuos y de los grupos,
alentar las iniciativas liberadoras y mantener al mismo tiempo las exigencias
del bien común o, más bien, infundir el gusto de este bien común a promover?
¿Cómo establecer o restablecer la justicia para todas las categorías sociales sin
que algunas queden ofendidas, o al menos en la miseria, frente a la prosperidad
de las otras? ¿Cómo favorecer la expansión económica y al mismo tiempo
permitir a los hombres que la dominen, asegurar un equilibrio ecológico,
conceder fu mérito al progreso cualitativo de las personas, de su espíritu, de
su corazón de su alma? ¿Cómo adaptar la legislación a las legítimas aspiraciones
del mundo moderno y a las posibilidades científicas nuevas, Fin que el mismo
hombre, la calidad del amor, el respeto a la vida, el valor de la familia, la
responsabilidad de la conciencia humana no sufraguen sus gastos, hoy o mañana?
Tales son, no es verdad, los intereses profundos que juntos debemos garanti-
zar. Esta Sede Apostólica no aspira a otra cosa que a contribuir a ello, y vosotros
estáis, señores embajadores, en el primer plano de este diálogo entre ella y los
Gobiernos de vuestros países.
13 (33)
Fraternidad entre diversos países del mundo
Al lado de la búsqueda de estos principios comunes podéis igualmente
Hacer aquí la experiencia de una fraternidad apreciable entre los diversos países
del mundo. Algunos de estos conocen entre si diferencias que, ciertamente, no
pueden encontrar su solución en el Vaticano. Pero el nivel en el que se sitúan
aquí las relaciones con la Iglesia, apasionada por la paz y respetuosa de todos
los derechos, y más todavía el colocarse en presencia del misterio de la fe
cristiana, crean un clima que debería contribuir a aproximar los corazones, at
situarlos ante su máxima responsabilidad, a preparar la paz.
Además de esta atmósfera de fraternidad, la Santa Sede, vosotros los sabéis,
está dispuesta a hacer todo lo que está a su alcance para imprimir a la vida
internacional una mayor consistencia orgánica. Existe, en electo, un egoísta
internacional que parece impedir a los Estados que traduzcan en acción colectiva
los buenos sentimientos de sus pueblos. Por tanto, en esta tierra, el mundo no
se salvara —ésta es nuestra convicción—, sino por una solidaridad creciente,
más allá de los nacionalismos recelosos. Sin duda será necesario todavía un
largo entrenamiento para enseñar a las naciones a respetarse, a intercambiar
sus puntos de vista en la justicia y en la paz, a repartir, a volverse justas hacia
los objetivos prioritarios, incluso a aceptar, si ello fuera necesario, el control
de una autoridad internacional.
Hacia una ley que regule
las relaciones internacionales
La Iglesia católica, por su vocación, es particularmente sensible a esta uni-
versalidad. Si el concierto mundial hubiera de retrasarse o atrofiarse, dejando
las grandes decisiones efectivas en manos de dos o tres potencias, esto consti-
tuiría, a nuestros ojos, un retroceso y una amenaza. Las instituciones int-
nacionales, que la humanidad al fin se ha procurado, están llamadas, gracias a
una representación equitativa de todas la naciones participantes, a expresar
y a poner en práctica la razón, el derecho, la justicia: a realizar, con la coope-
ración de todos, o al menos de una casi unanimidad, una ley severa y pacífica
capaz de regular las relaciones internacionales (cfr. Mensaje para la jornada de
la paz 1973). Ellas representan a nuestros ojos, no dudamos en repetirlo, «el
camino obligado de la civilización moderna y de la paz mundial» (Discurso de
las Naciones Unidas, 4 de octubre de 1965. A. A. S., 57, 1965, p. 8. 8.). Nos no
cesaríamos de invitar a los pueblos a elevarse al nivel de este bien común univer-
sal, que corresponde al designio del Creador del género humano y que, en
definitiva, garantizaría su propio bien.
La violencia: fijar la atención sobre
las causas y preparar los remedios
¿Es necesario citar un ejemplo? El mundo entero comienza a inquietarse
por el recrudecimiento de la violencia. Hablamos del terrorismo internacional.
14 (34)
Se trata de un problema grave y urgente, que corresponde a todos los interesa-
dos resolver juntas, por una leal aproximación, sin dejar de fijar también la
atención sobre las causas de este fenómeno, sus modalidades y sus motivos.
Pero, ¿quién se atrevería a sostener que el fin justifica los medios, que el terror
puede ser un arma para las causas legítimas, que la acción violenta contra los
inocentes sirve válidamente la causa que se considera buena? Esperemos que
se sabrán encontrar los medios adecuados para hacerse oír y para preparar los
remedios eficaces, dentro de un concierto amplio.
En cuanto al Evangelio, que es la carta de la Iglesia, contribuye, ésta es
nuestra convicción y nuestra experiencia, a situar a los hombres no solamente
en el camino de Dios, sino en el camino de un humanismo pleno. Los valores
morales, a los que educa, aportan un poderoso remedio a los males que desfi-
guran el rostro de la humanidad y que llegan a su corazón: dichos valores se
llaman verdad, justicia, libertad, perdón, paz. Tienen su fuente en el amor,
cuyo dinamismo debe suplantar por todas partes el del odio. Y traen con ellos
la confianza, más aún, una esperanza inquebrantable: con lo mejor del hombre
y la ayuda de Dios, lo que deseamos es posible. ¿Por qué, entonces, detenerse en
las desilusiones inevitables, dejarse desalentar por ciertos hechos; por qué
esperar antes de reanudar pacientemente los caminos del acuerdo? Sabemos
que habéis recordado con guato esta esperanza de nuestro último mensaje: sí, la
paz es posible.
La voz del Evangelio
Este es, queridos señores, en el plano temporal, el significado de esta Sede
Apostólica y del diálogo amistoso que mantiene con vuestros Gobiernos, por
vuestra mediación; éste es también el sentido de nuestras representaciones pon-
tificias que corresponden a vuestras embajadas: ayudar al mundo para que no sea
más que uno, allanar constantemente los caminos de su unidad de su solidaridad.
Nuestra voz quiere hacerse eco del Evangelio. Ella puede parecer débil, Nos lo
sabemos, ella está desprovista de los medios que hay en las manos de los Estados,
pero ella no está sola: con ella se eleva la voz de nuestros múltiples hermanos
en el episcopado, cuya misión —¿es necesario recordarlo?— es inseparable de
la nuestra, y la voz también de los que comparten la fe, la esperanza y la caridad
cristiana, y que trabajan, en su puesto, en favor del mismo testimonio.
Oss. Rom., 12-1-73
ESTA CONGREGACIÓN DEL ORATORIO NO RECIBE NINGUNA CLASE
DE SUBVENCIÓN DEL ESTADO NI DE NINGUN OTRO ORGANISMO.
ATIENDE A SUS MINISTERIOS Y MANTIENE SU APOSTOLADO CON EL
TRABAJO DE SUS MIEMBROS Y LAS LIMOSNAS VOLUNTARIAS
DE LOS FIELES.
15 (35)
el sensacionalismo
CADA día nos despierta la novedad del sol que amanece, pero su luz, a
pesar de ser nueva, no es noticia. Solamente si un día fuera extraordina-
rio, muy extraordinario, su resplandor, los diarios le concederían algún
título. En esa búsqueda de lo extraordinario como condición de lo noticioso
consiste el sensacionalismo informativo. El lector medianamente avisado ha de
aprender a descontar la magnitud de los titulares y el valor de los adjetivos,
como si aventara la paja del grano, para tratar de quedarse, si existe, con la
realidad verdaderamente interesante que debiera de ofrecérsele. El lector
desprevenido, el oyente superficial, cede con facilidad a la emoción que le causa
lo sorprendente, aunque su misma superficialidad impide cualquier arraigo
profundo: es lamentable que a base de titulares catastróficos y truculencias
sensacionalistas se haya desperdiciado la oportunidad de una pedagogía masiva
en beneficio de la sensatez que respeta, enseña a respetarse y estimula al respeto
los valores humanos, no solamente propios sino del prójimo.
El cultivo del sensacionalismo sistemático es destructivo e inmoral, tanto
si de dedica a la aparentemente innocua exaltación de ídolos deportivos o can-
zonetistas, como si trivializa, manosea y deforma ideales o recoge aspectos
incompletos de sucesos o actitudes protagonizadas por el hombre. En el caso en
que pueda aparecer más inofensivo, actúa de verdadero enajenante, frenando y
encerrando en la mediocridad al gran público, que carece de otros medios de
promoción espiritual o cultural. Con el sensacionalismo se puede complacer la
morbosidad de los incultos y prepararles para la degeneración intelectual sin
que lo perciban los mismos que lo padecen.
En diversas ocasiones los pastores de la Iglesia, tanto en las noticias que se
difunden respecto a ella, como en las informaciones profanas, han denunciado
la inmoralidad del sensacionalismo, que obedece siempre, por lo menos a inte-
reses económicos y, más frecuentemente, a intereses ideológicos o sectarios. De
donde, cuando una noticia llama demasiado la atención, es preciso suspenden el
juicio y tratar de comprobar, con la espera, de si se relata sólo un aspecto de la
realidad, o de si ni siquiera tiene base para ser presentada como se refiere. Con
ocasión del II Concilio Vaticano el sensacionalismo aplicado a sucesos y a
personas de la Iglesia, ha subido de grado, de tal modo que ya no basta que un
medio informativo presuma de cristiano —o "católico"— para poder confiar en
la probidad informativa respecto a la religión, sino que habrá que comprobar,
por el cotejo y sentido en que la suministra, hasta qué punto es sincera su
profesión, o hasta qué punto es solamente un pretexto para mejor introducir
16 (36)
inexactitudes, confusiones y difama-
ción. Es cierto que las informaciones
sobre un suceso particular no pueden
ser, muchas veces, exhaustivas, pero
siempre deben ser equilibradas; la
presentación de sólo un aspecto ya
constituye una lesión de la verdad, y
es por lo tanto inmoral.
Es sorprendente, con frecuencia,
el silencio que se guarda respecto a
materias de interés humano y público,
social, económico o político, y cómo
se destacan matices intrascendentes,
anecdóticos referentes a la Iglesia,
mientras que lo más interesante se
relega al olvido. Este olvido tendría
muy poca importancia y, hasta cierto
punto, sería de agradecer si, como
contrapartida, no tuviera la presenta-
ción sonorizada de lo trivial de lo
folklórico y de lo inexacto.
Con razón Juan XXIII se quejaba
a los corresponsales extranjeros (24,
oct., 1961) de las "fantasías" con que
algunos periodistas y agencias lesiona-
ban la "exacta, respetuosa y discreta"
manera en que debe ser presentada al
público la información relativa a la
Iglesia. Y, una vez más, exhortábales
al servicio de la verdad: «Éste es el
honor de vuestra profesión; no aceptéis
nunca traicionar o ir en contra de la
verdad. Más vale el silencio lleno de
dignidad y respeto que la difusión sin
control de una noticia que se lanza
imprudentemente al dominio público
y que se advierte en seguida falsa y
deformada».
Y terminaba diciéndoles que «tra-
bajando por la verdad, trabajarían
también en favor de la felicidad humana,
porque es el error y la mentira lo
que divide a los hombres; la verdad
los une».
Cuando leemos u
oímos una
información
turbadora respecto
a la Iglesia, a sus
pastores o a sus
ministros,
sensatamente
podemos suponer
que se trata de
una noticia o
suceso que se nos
comunica de
manera incompleta
y por lo tanto que
tiene un
significado
diferente o
contrario al
presentado.
17 (37)
¿Puede un obispo
predicar el Evangelio?
Don Juan Huarte, de la conocida familia de financieros e
industriales navarros, entregó a la agencia nacional de noti-
cias "Cifra", para su difusión, una carta abierta dirigida a
monseñor Javier Osés, obispo auxiliar de Huesca, en la que
le acusaba de desviaciones marxistas, a propósito de una
conferencia dada recientemente en Tudela por dicho prelado.
Acusaba al obispo de "falta total de cultura... o algo mucho
más grave", de "audacia" al no tener en cuenta "los momen-
tos actuales de Navarra" y de "ligereza" en su concepto
de la riqueza. También trataba al obispo, despectivamente,
no de pastor, sino de "empresario"...
Monseñor Osés, al día siguiente publicó, por otros medios, la
siguiente respuesta:
ME DIRIJO directamente a las personas que han podido leer u oír comen-
tarios de la carta abierta que don Juan Huarte me ha dirigido y que se
l ha hecho pública en bastantes periódicos.
No voy a responder a los ataques a mi persona, sino quiero llamar la
atención de lo que, a mi juicio, reviste mayor gravedad en la carta de don Juan
Huarte: me refiero al fondo doctrinal implicado en la carta y que afecta grave-
mente a la misma fe cristiana.
Precisaciones
En primer lugar, creo que para opinar era obligado haber oído, y oído en
su integridad, la conferencia que pronuncié en Tudela el día 29 del pasado mes
de enero. Sólo así se puede emitir juicio, aunque no sea más que de una frase
de dicha conferencia, que duró cerca de una hora.
En segundo lugar, esta conferencia, a la que me invitaron mis hermanos en
el episcopado y encargados de las diócesis de Pamplona y Tudela, está en rela-
ción exclusiva con la campaña que, desde hace unos meses se viene preparando
en las dos diócesis, Pamplona y Tudela, y cuyo lema es "Hacia una Iglesia más
evangélica y solidaria".
Mi conferencia, dentro de este plan diocesano, consistió en unas considera-
ciones, sugeridas por el mismo lema de la campaña, basadas en el Evangelio y
aplicadas a la vida concreta, a fin de promover más el movimiento de reforma
personal y comunitaria de mayor solidaridad y espíritu evangélico.
18 (38)
La fraternidad, la solidaridad, la justicia y la pobreza
En tercer lugar, en la carta de don Juan Huarte se intenta desviar —y esto
a mi juicio es lo más grave de la carta— lo que es núcleo del Evangelio: la
fraternidad, la solidaridad, la justicia, la pobreza, vividas en Jesucristo y que
fue el objeto central de la charla hacia lo que puede resultar odioso para muchas
personas: el marxismo, presentando como doctrina marxista lo que, desde luego,
es Evangelio.
En todo lo que resonaba en mi mente y creo que también en mis palabras
no hubo en absoluto reminiscencia alguna marxista, sino ideas fundamentales
de la Biblia, tanto de los profetas del Antiguo Testamento como de los Evangelios
y Cartas de los Apóstoles, siguiendo la línea clara de los santos Padres de la
Iglesia y de la doctrina de los pontífices, especialmente de León XIII, Pío XII,
Juan XXIII y Pablo VI, y del Concilio Vaticano II.
Como resumen, cito un párrafo de la encíclica Populorum Progressio, ya
que en ella recoge el Papa oportunamente una frase del evangelista san Juan y
otra del Padre de la Iglesia san Ambrosio:
«Si alguno tiene bienes de este mundo y, viendo a su hermano
en necesidad, le cierra sus entrañas, ¿cómo es posible que resida
en él el amor de Dios?» (primera carta de san Juan, capítulo
III, 17).
Sabido es con qué firmeza los Padres de la Iglesia han preci-
sado cual debe ser la actitud de los que poseen respecto a los que
se encuentran en necesidad: «No es parte de tus bienes —dice
san Ambrosio— lo que tú des al pobre; lo que le das le pertenece.
Porque lo que ha sido dado para el uso de todos, tú te lo apropias.
La tierra ha sido dada para todo el mundo y no solamente para
los ricos». Es decir, que la propiedad privada no constituye para
nadie un derecho incondicional y absoluto. No hay ninguna razón
para reservarse en uso exclusivo lo que supera a la propia nece-
sidad cuando a los demás les falta lo necesario. (Hasta aquí
Pablo VI en la Populorum Progressio).
Y... lo personal
Por mi parte, acepto de buen grado la culpa que tengo de no ser testimonio
de pobreza en la Iglesia y en el mundo y me siento parte de esa Iglesia que
necesita, y busca conversión, pero aunque mi conducta personal no responda
a los deseos de Dios y de la Iglesia, no por eso quedo exento del grave deber
de anunciar el Evangelio y la doctrina de la Iglesia, como lo pide a la Iglesia el
mismo Vaticano II en el número 13 del Decreto dedicado a los obispos:
«Expliquen la doctrina cristiana con métodos acomodados a
las necesidades de los tiempos, es decir, que responda a las difi-
19 (39)
cultades y problemas que agobian y angustian a los hombres y
miren también por esa misma doctrina enseñando a los mismos
fieles a defenderla y propagarla. Al enseñarla, muestren la
materna solicitud de la Iglesia para con todos los hombres, fieles
o no fieles, y consagren cuidado peculiar a los pobres y débiles,
a quienes nos envió el Señor para darles la Buena Nueva».
(Hasta aquí la cita del decreto Christus Dominus, 13).
La Jornada del Hambre en el Mundo, que se celebra precisamente hoy,
puede ser para todos un motivo de conversión a mayor caridad y justicia. En
el "slogan" de este año podemos encontrar todos, en este momento difícil,
motivo de reflexión y luz para avanzar por este camino: «Si todos los hombres
nos damos la mano, no habrá manos pidiendo pan».
Con afecto para todos, Javier Osés, obispo auxiliar de Huesca.
MIÉRCOLES DE CENIZA
7 DE MARZO
LITURGIA PROPIA DEL DÍA, A LAS 8 DE LA TARDE
LAUS
Director: P. Ramón Mas, C.O. - Edita e imprime: Congregación del Oratorio
Placeta de S. Felipe Neri, 1 - Apartado 182 - Albacete - D.L. AL 103/62 - 16. 2. 73.
20 (40)