Boletín del Oratorio de Albacete.
Núm. 112. MARZO. Año 1973.
SUMARIO
TIRARNOS cada uno y mirar el mundo con el
deseo eficaz de la conversión cristiana, es entrar
en una actitud penitente. La penitencia, en la
Biblia, es conversión personal y colectiva: la voz
de los Profetas, las exigencias del Evangelio, la predica-
ción de la Iglesia, la vida —sin mitos— de los Santos, lo
atestiguan. Ya no es Nínive, ni una orilla del Jordán:
somos nosotros y la sociedad en la cual vivimos.
TIEMPO DE CUARESMA
UN PROGRAMA
¿QUÉ CLASE DE AUSTERIDAD?
ALBACETE: EL 83,8 POR CIENTO DE LOS
HOMBRES NO PRACTICAN
CRISTIANISMO SOCIOLÓGICO Y
CRISTIANISMO SIMBÓLICO
MORAL SOCIAL
LOS RICOS
UN MILLÓN DE EMIGRANTES DEL
SUR ESPAÑOL
1 (41)
Tiempo
de Cuaresma
EL TIEMPO de Cuaresma, desde
el Miércoles de Ceniza al Jue-
ves Santo, prepara, durante
cinco semanas, a la celebra-
ción de la Pascua del Señor.
La liturgia cuaresmal conduce a los
catecúmenos adultos, paso a paso,
hasta la recepción de los Sacra-
mentos de iniciación cristiana en la
Vigilia Pascual, que es el momento
bautismal por excelencia. Este mis-
mo carácter de preparación aconse-
ja que se difiera hasta el tiempo
Pascual el Bautismo de adultos y de
niños.
El aspecto penitencial, que desde
los orígenes de la Cuaresma carac-
teriza la liturgia de este santo tiempo,
se nos ofrece en la tipología bíblica
de los "cuarenta días" y en la extra-
ordinaria riqueza de textos eucoló-
gicos y del leccionario tanto ferial
como dominical.
Hemos de tener presente en todo
momento que este itinerario bautis-
mal y penitencial de la Cuaresma
hacia Pascua no lo ha de recorrer
cada cristiano por su cuenta, sino
toda la Iglesia unida: es el pueblo de
Dios que se reúne para orar y escu-
char la Palabra, que pide perdón,
practica el ayuno y vive la caridad
con los hermanos.
A medida que los días cuaresmales
nos acercan al Triduo Sacro, la
piedad de los fieles ha de centrarse
con mayor intensidad en la persona
de Jesucristo y en su pasión salva-
dora.
La liturgia, renovada por el Conci-
lio Vaticano, ha recuperado para los
domingos cuaresmales los cinco
temas evangélicos que en la mejor
tradición de la Iglesia constituyen el
núcleo de su catequesis bautismal:
Tentación de Jesús,
Transfiguración,
Samaritana,
Ciego de nacimiento y
Resurrección de Lázaro.
Los textos evangélicos de las mi-
sas feriales siguen la ' temática
tradicional de Cuaresma, aunque sin
orden sistemático:
conversión,
sinceridad,
aceptación del sufrimiento,
fidelidad a la ley divina,
oración,
limosna,
perdón de las ofensas...
Para los últimos días de la Cuares-
ma se reserva la lectura semiconti-
nua del Evangelio de san Juan, de
los capítulos 4 al 11.
Cal. L. P. 1973
CONFERENCIAS,
Señoras: 2 al 6 de abril
Hombres: 16, 17 y 18 de abril
Juventud: 23, 24 y 25 de abril
A Más detalles en página 6
2 (42)
UN PROGRAMA
DEBERÍAMOS hacernos un programa y dedicar algún tiempo a repensar
nuestro Bautismo. Es posible que llegáramos a la conclusión de la
necesidad de simplificar, todavía más, nuestras ideas sobre el Cristianis-
mo, pero seguramente se perfilarían y harían más insistentes y más exigentes
las principales. El peligro del Cristianismo está en que los bautizados lo vivié-
ramos como una renta de gracia y de misericordia divina sin más que una
implícita adhesión a una fe no profundizada. No se nos pide todo de una vez,
pero sí se nos pide de una vez el propósito sincero y mantenido de un crecimiento
en esta vida de gracia, no reducible, para que realmente lo sea, a simples
automatismos divinos. La fe ha de ser como la claridad creciente de un sol que
ilumina y llama a la vida: una purificación que progresa, un compromiso que
insiste, una liberación que se dilata y una gozosa y desprendida provisionalidad
que va dejando espacio a la penetración de Dios en nosotros, en espera de la
hora en que, sin fe, podamos unirnos a él en la visión, limpios, transformados,
revestidos totalmente de Cristo.
Hemos de repensar nuestro Bautismo a partir de la iluminación de la
Palabra de Dios: hemos de meditar esta Palabra refiriéndola a nosotros, y
hemos de hacernos Palabra nosotros mismos para referirnos al mundo que nos
envuelve, no porque es inevitable, sino porque es la circunstancia y el medio
en el que nos ha colocado el Padre, hasta que volvamos a él luego de haber
ensayado aquí nuestra vida en su amor. No maldecimos el mundo; lo bendeci-
mos. El mundo nos interesa porque es interés de Dios; nada puede sernos
indiferente y todo debe ser penetrado de su verdad y debe ser ordenado en su
justicia, hasta que se obre, plenamente, su redención, su liberación.
El bautizado es un agente comprometido, participante y difusor de esta
liberación. Cree lo que enseña, posee lo que da, vive lo que comunica. El bau-
tizado es hijo de Dios y ama lo que es del Padre, y guarda lo que el Padre le
confía, cuidando de no perder lo que ha recibido; el bautizado busca ser una
misma cosa con el Padre. El mundo es su campo y, para que el mundo conozca
que ama al Padre, se entrega generosamente por el mundo. Cristo le ha prece-
dido y es extensión de Cristo.
Por esto necesita repensar, día tras día, su Bautismo. Palabra, Sacramento,
plegaria, contemplación, compenetración con el misterio de Cristo. Pero, supe-
rando todo individualismo, desde la personalidad que se abre al mundo, que
por el mundo se interesa, se compromete y se entrega. El Bautismo es una
consagración.
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Se han inventado interpretaciones cristianas, o se han detenido, compri-
miéndolos, desarrollos de exigencias cristianas, hasta esconder el Bautismo
tras una simple moral que ha resultado de angustia y miedo; o se ha sepultado
en teorías filosóficas estáticas y cristalizadas; o se ha reducido a sentimentalismos
consoladores con intermitencias tranquilizantes... Pero esto es mutilar la fe, es
engañoso, enajenante. No puede llenar la vida ni puede transformarla.
Hace falta repensar el Bautismo y Cuaresma es una ocasión propicia para
proponernos una renovación de la vida de la fe. La fe no es solamente una
verdad: es la substancia de la vida del bautizado, con forma de gracia, mientras
camina hacia Dios.
Oración, estudio, sacramentos, austeridad y fiarse de ese principio de gozo
que está amaneciendo en lo profundo de cada uno de nosotros, si no hemos
extinguido la llama del Espíritu que nos engendró a nueva vida. Purificar el
corazón, iluminar el pensamiento, confortar la voluntad, entrenar y disciplinar
ideas, afectos y sentidos, para la agilidad de la gracia que nos configuró en Cristo,
que ha de ser traducido a nuestras vidas.
Fiarse de Dios, tratarle, y no dejarlo en el ápice de sublimes y olvidadas
teorías, sino buscarlo y atender a su voz, siempre cercana a todo el que llama
a las puertas de su reino.
Las gentes corren, tienen tiempo y se afanan por muchas cosas menos
necesarias, golosos de gratificaciones inmediatas, aunque no sean profundas.
Pero para un bautizado ésa es la primera y, bien entendido, la única cosa
necesaria, y clave de todas las demás. Debemos dedicarle un tiempo, una aten-
ción, unas energías. Más que las sobras, más que recortes de tiempo, más que
una implícita adhesión a la fe. La verdadera vida de fe no se desarrolla de una
manera simplemente automática, porque somos personas. Y, como personas,
hemos de profundizar en el misterio cristiano para llevarlo a la vida y des-
arrollarlo en ella, con la bendición de Dios y con inteligencia, generosidad y
libertad.
Somos fácilmente abnegados en lo que dura poco, en lo que
tiene sabor de nuevo o complace curiosidades de adolescente;
pero gomo9 más calculadores y rezagados en lo que exige
pureza y fe en la entrega al bien que Dios nos presenta. Per-
severar en el bien con el mismo afán y constancia, por lo
menos, con que los mundanos perseveran en sus afanes
materiales: ¡he aquí el problema, cuando vamos descubriendo
que la fe es una cosa seria, que el Cristianismo no es un juego!
4 (44)
¿Qué clase
de austeridad?
UN CUERPO regalado, una mente dispersa, una voluntad consentida, unas
pasiones desatadas, jamás permitirán llevar una vida cristiana, ni mirar
el Evangelio sino como una carga insoportable, destinada, en todo caso,
"a los santos", y alejándolos lo más posible de nosotros... Pero, sin purificar
los sentidos, sin disciplinar la mente, sin ordenar nuestras fuerzas, ¿cómo
podremos elevar nuestro pensamiento a Dios, cómo llegaremos a tratarle, a
entenderle, a dejarle que penetre y transforme nuestra vida?
La penitencia, de todos modos, la austeridad nunca es un fin en sí misma,
y por esto nada valen unas cuantas prácticas de mecanismos que nos parecen
ascéticos, si no ponemos y mantenemos la mirada en Dios y en cómo mejor
amarle.
Pero veamos lo que nos dicen los santos; por ejemplo san Thomas More,
en su UTOPIA, ese precioso libro saturado de sentido común y cristiana sabidu-
ría: «Despreciar la belleza del cuerpo, debilitar las propias fuerzas, convertir
la agilidad en pesadez, extenuarse con ayunos, arruinar la salud, en una
palabra, despreciar todos los favores de la naturaleza y eso para poder dedi-
carse más eficazmente a trabajar para la felicidad de la humanidad, con la
esperanza de que Dios recompensará un día estas penalidades con éxtasis de
felicidad eterna, es un acto sublime de religión. Pero crucificarse la carne,
sacrificarse por un fantasma vano de virtud, o para acostumbrarse anticipa-
damente a una vida de miserias que tal vez no llegue jamás, es un acto de
estupidez, de cobarde crueldad hacia sí mismo, y de orgullosa ingratitud
hacia la naturaleza; es despreciar los beneficios del Creador, como si nos
pesara tenerle que agradecer algo de
pesara tenerle que agradecer algo de
lo que nos ha dado». Y puntualiza el
Santo: «En todas las cosas hay que
buscar la justa medida, para que lo
que parece un bien, no impida otro
bien mayor».
Hemos dicho, más arriba, "sentido
común" y "sabiduría cristiana": esas
dos cosas serán, en todo caso, las que
nos situarán en el necesario equilibrio
generoso y sincero de la abnegación
cristiana: fuente de paz, de libertad in-
terior, puerta de la oración, y agilidad
para todas las formas de hacer el bien.
Perseverar en el
bien no es arras-
trarse por el mis-
mo camino, sino
caminar con es-
peranza.
5 (45)
CONFERENCIAS
DE RENOVACION CRISTIANA
— TEMAS Y HORARIO —
Señoras: «El misterio
Pascual»
Días: del 2 al 6 de abril
(de lunes a viernes),
a las 5,30 de la tarde.
Hombres: «Actitudes
éticas
fundamentales»
Días: 16, 17 y 18 de abril
(de lunes a miércoles),
a las 8,30 de la tarde.
Juventud: «Contemplación
y proyecto
del mundo»
Días: 23, 24 y 25 de abril
(de lunes a miércoles),
a las 8,30 de la tarde.
6 (46)
Albacete: el 83,8 por ciento
de los hombres viven al margen
de las prácticas religiosas
tradicionales
LOS VARONES están alejados de la Iglesia en su gran mayoría (83.8
por ciento), al menos en la práctica religiosa, según los resultados
aportados por un detallado estudio socio-religioso realizado en el
arciprestazgo de Almansa, sobre un total de 31.501 habitantes. En el
mencionado estudio están englobadas las localidades de Almansa, Alpera,
Bonete, Caudete, Fuente Álamo y Montealegre.
Las emigraciones se constatan especialmente más en los pueblos que
en las ciudades de Almansa y Caudete. Un 42 por ciento emigran en los
pueblos rurales: principalmente de los más jóvenes, por lo que la población
queda empobrecida y envejecida.
La escasa asistencia de los varones A misa se comprueba a partir de
los 15 años, llegando a un 13,4 por ciento en el grupo de edad de 50 a 60
años. Destaca el alejamiento del mundo obrero, tanto especializado como
no especializado. Ochenta y dos de cada cien obreros, no practican «y no
consta que esta masa de alejados tenga un contacto con lo religioso fuera
del templo», dice el estudio.
En los cinco últimos años no se ha producido ninguna vocación para el
sacerdocio o la vida religiosa tanto en institutos masculinos como en feme-
ninos.
Respecto a la acción sacerdotal so comprueba que las horas dedicadas
a la pastoral están en proporción inversa a las necesidades: «Casi toda la
Acción pastoral debiera ser profética y apostólica, dado el alto grado de
alejamiento religioso de esto arciprestazgo».
El estudio socio-religioso concluye con una reflexión sociológico-pasto-
ral en la que se afirma, entre otros puntos, que «no se ven síntomas de un
mejor porvenir religioso. No existe una pastoral que esté dando respuesta
suficiente a los problemas reales».
La nota que precede, y con el mismo
título que la encabeza, ha aparecido en
algunos periódicos españoles. Alguien
podrá pensar que, las pocas veces que
los diarios hablan de nuestra tierra
cienicienta, es para relatar sucesos
desagradables o bajas temperaturas.
En verdad no es para entusiasmos el
relato de esta noticia. Pero sería más
lamentable desconocer las realidades
que ella pone de manifiesto. Demuestra
en primer lugar la honradez y diligen-
7 (47)
cia de los que han realizado el estudio.
La verdad es siempre un bien y el
esfuerzo por acercarse todo lo posible
a ella es una virtud.
Algunas reflexiones
Tampoco se trata de establecer valo-
raciones definitivas al querer comparar
un cristianismo de ahora con otro de
tiempo atrás. Las cifras son síntomas
estimables, pero insuficientes para la
medición de lo cristiano. En cristiano
la cantidad no está siempre directa
y necesariamente relacionada con la
calidad. Número y valor pueden coin-
cidir o no coincidir. La vida de la fe
y de la gracia no se miden, no son
computables. Pero pueden ser punto
de partida para reflexiones y para
preguntas, aun cuando las respuestas
no resulten ser de un solo sentido ni
categóricas.
Dos cosas llaman principalmente la
atención en los datos de este estudio:
en primer lugar el alejamiento de los
hombres y de la masa de obreros, que
no solamente no acuden a misa sino
que no consta que tengan otro contacto
con lo religioso fuera del templo; en
segundo lugar la esterilidad vocacional
de un núcleo de población bautizada
que sobrepasa los 30.000 habitantes y
del cual, en cinco años, no ha surgido
ningún candidato ni al sacerdocio ni
a la vida religiosa, tanto de hombres
como de mujeres.
Si antes iban más hombres a la igle-
sia, ¿lo hacían por inercia, por costum-
bre, por ceder a la presión social del
ambiente, porque todavía era bien
visto...? En tal caso habría sido una
asistencia sin fe, sin convicción. ¿De
qué podría servir una asistencia al
templo si es inconsciente, o si no es
libre y sincera? En tal hipótesis, esos
hombres que iban y ya no van, han
ganado en sinceridad, han mejorado.
Lo que puede parecer un mal, es un
error o una ficción eliminada, es una
aproximación a la verdad, es un bien.
Bueno es que, por lo menos sean sin-
ceros; mejor sería que, además, fueran
cristianos; peor que parecieran serlo
si no lo eran.
¿Qué pensar de pasados entusiasmos
colectivos, de obras apostólicas que
parecían arrolladoras?... Pensar que
lo que tenían de bueno tuvo su fecun-
didad en el bien, véase o no; y que
lo que tuvieran o se les añadiera de
espuma de apariencias, de sentimenta-
lismo momentáneo o de irracionalidad
y fanatismo, se ha desvanecido, como
debía de ocurrir, y se ha recuperado
el nivel de lo real.
Las vocaciones
En cuanto al desolador panorama
de la falta de vocaciones, es cierto que
han cambiado circunstancias externas
que hacen menos cómodo, menos ala-
bado, menos honrado por el mundo,
el gesto mantenido de una entrega
auténtica al Señor para su servicio en
la Iglesia. Pero el mundo siempre ha
sido igual y, cuando ha prodigado
demasiadas alabanzas y concedido
honores a sacerdotes, a jerarquías de
la Iglesia y a personas que profesaban
una vida evangélica, no lo hacía con
desinterés, sino para prestigiarse con
el honor y el poder que en la Iglesia
creía descubrir, y del que pretendía
apropiarse. Cuando el mundo tenga
otros medios o cuando la Iglesia le
diga toda la verdad, prescindirá de
ella o la despreciará y deshonrará
porque le resulta incómoda su ense-
8 (48)
ñanza. Si encima la Iglesia continúa
exhortando a la justicia, al desprendi-
miento, si insiste predicando a Cristo
crucificado, y el mundo se hedoniza,
razón de más para que sea abandonada
al ser incompatible con las apetencias
y gratificaciones del mundo y de los
sentidos.
Sigue siendo verdad que la Iglesia
necesita vocaciones, porque ¿cómo van
a creer los hombres si no les predica,
y cómo van a tener predicadores si no
se les mandan?... Pero tampoco serían
buenos y verdaderos predicadores los
que pudieran venir a buscar en la
Iglesia un medio de promoción o un
porvenir honorable, a falta de los que
el mundo menos fácilmente pudiera
proporcionarles. Es cierto que, en
muchas partes, donde en un tiempo
la pobreza y la escasez daban pocas
posibilidades de promoción a la juven-
tud, una "vocación", o unos años de
seminario, podía ser una salida, o un
intento de salida con porvenir humano,
a falta de otro medio, y que, cuando
los medios de cultura y de promoción
material han mejorado, "se han perdi-
do las vocaciones". Pero, éstas, ¿eran
vocaciones?...
La hora
de la sinceridad
A estas reflexiones cabría añadir
otras de carácter más general e histó-
rico que, en conjunto, nos llevarían a
pensar que una mayor sinceridad es
la que se impone a la hora de meditar
sobre una entrega a Dios y que, las
circunstancias actuales favorecen gran-
demente esta sinceridad. No pueden
venir a la Iglesia los que pretendieran
"hacer carrera": afortunadamente las
circunstancias exigen un mayor acer-
...¿Cómo podrán
invocar el nombre del
Señor si no creen en
él? ¿Cómo van a creer
si no oyen hablar de
él? ¿Y cómo podrán
oír sin alguien que les
predique? ¿Y cómo
habrá predicadores si
no se los envía?
La Escritura dice: ¡Qué
hermosos los pies de
los que van a llevar la
buena nueva!
Pero no todos han
aceptado la buena
nueva del Evangelio.
Lo dice Isaías: "Señor,
¿quién ha dado fe a
nuestro mensaje?"
Porque la fe nace del
mensaje, y el mensaje
consiste en la palabra
de Cristo.
San Pablo
(Romanos, 10, 14-17)
9 (49)
camiento al espíritu del Evangelio.
Es cierto que algunos, pusilánimes,
desoirán la voz de la llamada de Dios,
y seguirán en la hibridez de una vida
indecisa entre el egoísmo y la genero-
sidad, pero la providencia no dejará
sin pastores a quien los necesite y los
merezca; y da siempre algo más de lo
que nos merecemos.
Otra reflexión que suscita este in-
forme es el hecho de las migraciones,
con todo lo que supone de dispersión
de las familias, de destrucción de ho-
gares. ¿No tiene ello su origen en for-
mas de injusticia colectiva que somos
demasiado remisos en denunciar?
Las crisis no son de desear, pero
aclaran situaciones. La lástima es el
tributo negativo que a veces arrastran,
los esfuerzos incipientes que paralizan,
la fe y las virtudes que, al ponerlas a
prueba pueden hacer vacilar. Pero
forma parte de la ley y del desarrollo
de la misma vida. Sin dolor no hay
crecimiento ni liberación. El Cristia-
nismo es precisamente una respuesta
a todos estos interrogantes. No somos
—a veces lo hemos olvidado—, no
somos Iglesia triunfante, sino peregri-
nante, desde la verdad, hacia la vida
de Cristo. ¿Quién, todavía, quiere se-
guir a Cristo?
¿Pesimismo
o realismo?
Para el pueblo español ser católico se refie-
re a ser bautizado, casarse por la Iglesia y
ser enterrado religiosamente... Este pueblo
no profesa ya su fe católica... La aristocra-
cia, la burguesía católica, la gente de Acción
Católica, practican, no en virtud de senti-
mientos religiosos, sino de resentimientos
políticos... Para ellos la religión no es un
elemento para consolar al pueblo.... sino lo
que se llama un freno para contener las
masas, un método para conservar el orden
de sus negocios.
MIGUEL DE UNAMUNO
10 (50)
CRISTIANISMO
SOCIOLOGICO
Y CRISTIANISMO
SIMBOLICO
SON el recuerdo de glorias pasadas y grandezas perdidas, como señores
venidos a menos, nos resistíamos a reconocer realidades que estuvieran
en desacuerdo con nuestros sueños e ilusiones. ¿Cuántas veces se ha
ponderado el catolicismo español hasta encumbrarlo por encima de cualquier
otro (?) catolicismo?
No obstante, desde un tiempo a esta parte, no han faltado voces sensatas
que han puesto en duda tal primacía y hasta han señalado algunos puntos flacos
capaces, por sí mismos, para despertarnos de ilusiones y desmontar inútiles
ficciones.
Hace una veintena de años que, el cardenal Herrera, ponía el dedo en la
llaga de la mayor debilidad de este catolicismo, al que si bien no dejaba de
reconocer como valor positivo el arraigo de los vínculos familiares (efecto
moralizador de influencia religiosa), le faltaba, en cambio, la diligente preocu-
pación por cumplir los deberes de justicia social.
No hace tanto, y a propósito de las primeras sorpresas por las "novedades**
del catolicismo holandés, calificadas desde aquí como plagado de errores, casi
cismático y relajado, en contraste con la supuesta integridad del español, no
faltó alguna figura representativa de la jerarquía española que se sintiera
impulsada a amonestar fraternalmente a la de aquel país... Lo curioso es que,
comprobando, por aquellas mismas fechas, las cifras de secularizaciones llevadas
a cabo en la Iglesia, España ocupaba uno de los lugares primeros y que Holanda
iba muy por detrás. En aquella circunstancia, el cardenal Alfrink dijo que su
país tenía los mismos problemas que había en otras partes; lo único, que allí
solían afrontarlos y discutirlos, lo que tal vez no ocurría en otros países".
Durante el Concilio había dicho ya algo semejante.
Pero es que en la actualidad, y según las últimas estadísticas, conservamos
todavía, en números simplemente absolutos, la primacía por encima de Francia,
Alemania o Italia —las cifras relativas al número de habitantes serían todavía
mayores—. Esto ocurre no solamente con las secularizaciones, sino también
con las causas de separaciones matrimoniales en curso...con lo cual, después
11 (51)
de veinte años, ya no podría repetir el cardenal Herrera que la familia española,
por lo menos, era de mayor solidez cristiana que la de otras naciones europeas...
Hemos encontrado una denominación, usada en otras latitudes, pero espe-
cialmente válida para nosotros, que es la de cristianismo sociológico": sirve
tanto para explicar como para definir la masificación folklórica y tradicional
en la que no faltan cristianos sinceros y óptimos, pero en la que domina una
mayoría que sabe distinguir poco entre lo que es una partida de nacimiento y
una certificación de bautismo. Hace pocas semanas, en nuestra misma ciudad,
en una reunión de personas interesadas en oír directrices apostólicas dirigida
por el Consiliario Nacional de A. C., hubo una intervención —una de las más
interesantes— sincera y espontánea, que nos confirmaba el nivel real del
"pueblo", cuando salimos de la minoría —siempre la misma— adicta. No era
para reír, sino para meditar.
En un aspecto más amplio podríamos citar lo de los bautizos de los hijos
del famoso torero "El Cordobés": ¿qué padrinaje, quién respalda la seriedad de
un sacramento a criaturas cuyos padres no reciben el del matrimonio? Se trata
de "otra" fiesta de sociedad?... Pocos se han sorprendido, lo cual confirma, a
todos los niveles, la vanidad de la apelación cristiana. Las sorpresas, los "escán-
dalos" vienen cuando se da algún intento serio de respeto a lo santo, porque
entonces se choca con las ficciones "sociológicas" a las que no queremos renun-
ciar. Y conste que "El Cordobés' es libre de vivir como quiera, pero también
él merece que se le advierta de no trivializar los sacramentos; probablemente
no los conoce, aunque sea tan rico...
Diversas circunstancias, que ahora no estudiamos, han facilitado la pros-
peridad de un crecimiento aparente, superficial, hueco de espíritu, de cultivo
sentimental y folklórico, menos formativo, sin responsabilidad ni compromiso.
Ya no vale, en muchos casos, ni siquiera la calificación de cristianismo so-
ciológico". Son muy frecuentes las situaciones —y más entre clases elevadas que
entre los "pobres"— en las que el cristianismo que se dice profesar o al que se
está adherido, no pasa de merecer la denominación de cristianismo simbólico".
Es...lo nuestro. Cualquier intento sincero y clarividente de rectificación debe
tenerlo en cuenta. Otra cosa sería persistir en la narcotización de sueños inútiles
o vegetar en pintoresquismos que nada tienen que ver con el mensaje cristiano.
"Cristianismo sociológico" en las masas, "cristianismo simbólico" en
minorías privilegiadas, son los dos grandes engaños producto de ignorancias,
inercias, vanidades, pactos mundanos, silencios y desigual aceptación de las
verdades evangélicas, según sirvan o no para justificación de las posiciones y
apetencias temporales de riqueza y de poder.
Según las últimas estadísticas en el mundo, la comunidad
católica que recientemente ha tenido más defecciones ha
sido la norteamericana; en Europa, ha sido la española.
12 (52)
MORAL SOCIAL
De una homilía del cardenal Ángel Herrera Oria,
pronunciada en la catedral de Málaga, a su vuelta
de un viaje a Inglaterra, reproducida en el Boletín
de aquel obispado de octubre de 1952.
LA MORAL familiar de España
es elevada; tal vez única en el
mundo. Ese debe ser nuestro
mayor orgullo y ése es el fundamento
de la esperanza de una sólida consti-
tución social futura.
En cambio, en lo que respecta a
moral social hay muchas cosas que
aprender fuera de España. La propia
Inglaterra da ejemplo de ello. Eviden-
temente, el pueblo ha gozado allí de
una mayor tutela y protección. La
justicia social se ha cumplido con
mucha más perfección. En breves años
se ha atenuado extraordinariamente
la diferencia de fortunas. Clases ente-
ras han sido desplazadas de sus posi-
ciones económicas y sociales. Maravilla
la energía y la suavidad con que el
Gobierno, a sangre fría y por cauces
jurídicos, ha realizado esta revolución
desde arriba, que yo no sé que tenga
par en la Historia.
Impresiona pensar en la abnegación
con que las clases castigadas se han
sometido a las duras exigencias de la
autoridad establecida.
No palabras huecas y vacías. Tre-
mendas realidades. Verdaderas anato-
mías sociales sin más instrumento que
la ley.
Avenidas enteras en el centro de
Londres formadas por palacetes del
mismo tipo arquitectónico, elegantes y
suntuosas; moradas individuales que
fueron de familias opulentas, abando-
nadas hoy por los dueños que las
edificaron, y que acaso por generacio-
nes las vivieron, y alquiladas... no a
nuevos ricos, que les suplan en el dis-
frute total de la vivienda; ni siquiera
alquiladas por pisos —que en tales zo-
nas serían carísimos—, sino arrendadas
por piezas o habitaciones a familias
que se defienden con modestas rentas
de trabajo o con ínfimas pensiones.
JUSTICIA DISTRIBUTIVA
¿Se han guardado siempre, en este
reparto de gravámenes, los cánones de
la justicia distributiva? Muchos creen
que no. Sinceramente, no me atrevo a
opinar. Es cuestión complejísima aun
para los que poseen todos los datos
necesarios para dictaminar con pru-
dencia. No sé si exactamente en la
proporción debida, mas es un hecho,
a flor de vida social, que el peso del
sacrificio gravita sobre los hombros de
todos los ingleses.
No será, empero, inoportuna una
consideración de orden general. Cuan-
do en un país se desnivela la balanza
13 (53)
política, es muy probable que se desni-
vele la balanza social. Cuando se pierde
el equilibrio de los poderes en favor
de una clase, tal clase se convierte en
opresora de las demás.
Balmes visitó Londres hace exacta-
mente ciento diez años, en el verano
de 1842, y consignó que el pueblo in-
glés, miserable y hambriento, estaba
oprimido por una aristocracia, sobera-
na política de hecho, acaparadora de
la riqueza nacional. Balmes previó una
lucha a muerte, que él temía que fuera
terriblemente sangrienta, entre la aris-
tocracia y el obrerismo, y pronosticaba
el triunfo de los obreros.
La lucha no ha sido sangrienta. La
batalla, más que social, ha sido política.
Inglaterra, que conoció el equilibrio
político en los días de la reina Victoria,
lo perdió a fines del siglo XIX y prin-
cipios del XX. Desde 1911, la soberanía
se aloja en la Cámara de los Comunes.
Después de la primera gran guerra, la
Constitución inglesa se despeñó por la
pendiente democrática. Hay tiene la
Gran Bretaña una Constitución demo-
crática radical, que no responde a sus
tradiciones políticas.
Y desde el tiempo de Aristóteles
es un axioma de la ciencia del Esta-
do: democracia radical en lo político,
opresión de los ricos en lo social.
¿Es el caso de la Inglaterra actual?
Digo que no lo sé. Pero afirmo que
lo será. De ella y de todas las na-
ciones que entreguen a la masa la
soberanía.
¡Dios nos conceda sensatez para no
perder la lección! ¡Dios nos conceda
situarnos en la zona templada de la
legitima libertad cristiana, que armo-
nice para todos las justas exigencias
de una autoridad fuerte con los legíti-
mos derechos de un ciudadano digno!
CONSECUENCIAS
Qué consecuencias tendrá para el
porvenir de Inglaterra la extinción de
la alta burguesía? Sólo Dios lo sabe.
Mas es justo reconocer que a esta alta
burguesía laboriosa, culta y rica en
virtudes cívicas, Inglaterra ha debido
en gran parte su poderío y su grandeza.
Una clase así, cuando cumple con
sus deberes, es el nervio de una gran
nación.
Las circunstancias tal vez hayan
obligado al Gobierno inglés a liqui-
darla.
El visitante que penetra en el miste-
rio de las cosas no puede menos que
acordarse de la frase del poeta latino:
«Sunt lachrymae rerum»: «También las
cosas lloran». Se experimenta en tales
momentos una sensación de silencio
espiritual, de abandono, de muerte...
Invade el alma una solemne melan-
colía de caída de la tarde en un día
espléndido.
URGE ACORTAR DISTANCIAS
Y, sin embargo, a un día sucederá
otro día, y a una forma de civilización,
otra forma de civilización, y acaso más
bella.
Las grandes diferencias en la distri-
bución de los bienes no están confor-
mes con los principios de la justicia
social. Hay en el mundo una tendencia
a acortar distancias que no es socialis-
ta, que es cristiana. En esa dirección
caminan las grandes naciones. Y hacia
ese norte impulsan los Pontífices a
todos los pueblos.
Hace un repaso, Monseñor Herrera,
de los intentos de reforma emprendidos
en diversas naciones europeas, en con-
firmación de su discurso y repite frag-
14 (54)
mentos de la doctrina social de los
Pontífices León XIII, Pío XT y Pío XII,
relativos al reparto de la renta nacional,
al derecho de libre asociación de los
obreros para defender sus intereses:
cita la voz de los profetas y palabras
de Jesucristo, y concluye:
El gran problema espiritual de Espa-
ña es el de formar la conciencia social.
LOS RICOS
HEMOS de reconocer que en la colaboración de los hombres para el mejo-
ramiento de la humanidad, ha sido la más destacada la de aquellos que,
desde su riqueza, la han proyectado al bien de los demás. En realidad
el bien lo han hecho los ricos pocos ricos, pero ricos al fin, porque ellos solos
han podido tener seguridad y libertad para organizar ese poco de bien con que
han impulsado el caminar del mundo hacia el perfeccionamiento. Moisés pudo
hacer el bien a su pueblo después de enriquecerse en poder y sabiduría. Pero
en seguida es necesario puntualizar que, ni el poder ni el saber fueron un
fin para él, sino un medio y, a la hora de ponerlo en juego para el fin de la
liberación de Israel, supo depauperarse de lo que estorbaba a todo su equipaje
mundano. Le habría podido interesar, mundanamente, desbancar al emperador
egipcio y establecer una nueva dinastía inaugurada por él, en la que su pueblo
pasara de oprimido a opresor; pero sabemos que no lo hizo. Otros sí lo habrían
hecho; otros lo hacen.
Con fe y esperanza en un Dios, o sin ella, podría hacerse una lista conspicua
de nombres célebres en los que se confirma que han hecho acopio de riqueza
para luego emplearla en el bien. Esa minoría de hombres "ricos", apasionados
por el bien de la humanidad, se ha compuesto, a la vez, de dos clases de
hombres: los meramente especulativos y sentimentales, y los activos y com-
prometidos. Los primeros se han detenido en la elegancia tranquilizadora de
comprender sin hacer o sin hacer bastante, y los segundos han sido la verdadera
minoría que ha ido transformando el mundo. En realidad nos referimos a éstos
generosos adelantados de la humanidad, que han sabido, han podido y han
querido hacer el bien, y por esto lo han hecho. No siempre han acertado en el
modo de hacer, pero su proceder ha puesto en evidencia las inhibiciones de los
cómodos y perezosos, por no decir de los egoístas, sensuales y reaccionarios.
Tal vez convenga que aclaremos que, cuando decimos "riqueza", queremos
significar no solamente la de los bienes materiales, las comodidades y el dinero
—¡somos tan materialistas que sólo eso valoramos!...—, sino también las ideas,
15 (55)
el conocimiento. La peor pobreza no es la de no tener, sino la de no saber; la
peor esclavitud es la de mantener a otros en la ignorancia, pudiéndoles —de-
biéndoles, por lo tanto— instruir, concienciar, informar. No faltan, ni en nuestros
días, ni cerca de nosotros, esos otros ricos que quieren que pase por la censura"
hasta el Evangelio, o que permiten que se predique pero dándole la interpretación
que a ellos conviene, según la cual, por supuesto, debería de aceptarse la falsa
doctrina fatalista de que siempre habrá pobre" como justificación de los ricos,
y no en el cristiano sentido de que éstos, los ricos, han de buscar "siempre" el
hacer el bien a los menos favorecidos. Y hacer el bien no será solamente el dar
cosas, sino el instruir, el capacitar, el promover, el responsabilizar, el liberar.
No se trata de dar cosas a los hombres, para que, como niños golosos, se dis-
traigan o entretengan mientras se les fomenta la minicodicia de los placeres que
enajenan; sino que se trata de poner toda la capacidad del que puede y sabe, en
hacer más hombres, en preparar para la libertad, en capacitar para la vida, en
enseñar a ser responsables, en contagiar el deseo de hacer el bien a los demás,
multiplicando así el aceleramiento de la perfección de la humanidad... No se trata
de complacer bestializando, sensualizando, sino de elevar formando, humani-
zando.
Esos pocos ricos que han querido hacer el bien a sus hermanos; esos ricos
para quienes, sinceramente, la riqueza en sabiduría o en poder, no ha sido una
comodidad, sino el peso de un deber irrenunciable a la generosidad, no han
encontrado facilidades en sus empresas. Han tropezado con la gran mayoría de
las codicias y del orgullo de los demás ricos, han tenido que luchar con ella, han
sucumbido, a veces, en esa lucha. Sólo unos pocos han conseguido liberarse del
mundo. Porque es muy difícil para el rico, entender los planes de Dios, y es
muy difícil, después de entenderlos, tener la valentía y la sinceridad de llevarlos
a la práctica. Lo más probable es que, después de un sentimentalismo pasajero,
piadoso o humanitario, se encierren en un ir tirando, desde una media tinta
entre paternalista y desconfiada, para dejarse engullir en el espíritu prostituido
del mundo: el rico y los suyos, las más de las veces, se refugian en la placidez
cómoda y separada, y el mundo sigue con las injusticias que ellos no han querido
ayudar a resolver. ¡Demasiado difícil! Demasiado difícil luchar con la ignorancia
de los pobres, con la codicia y resentimiento de los envidiosos y con la soberbia
de los grandes...
Cristo nos pudo hacer el bien, porque "era rico", dice san Pablo. Pero no vino
a presumir de su riqueza, sino a enriquecernos. Y nos vino a dar ejemplo para
que le imitemos. ¿Qué otro rico le quiere imitar?
Serán pocos, porque pocos son los ricos cristianos. Los ricos que pueden
llamarse cristianos son los que toman la riqueza de lo que son, pueden, saben
y tienen, como una provisionalidad para emplear en el bien sin límite de
LAUS se reparte gratuitamente. Si quiere recibirlo man-
de su nombre y dirección a: Apartado 182, Albacete.
16 (56)
los demás. Para esos pocos, es difícil
llevar el ideal evangélico a la vida: las
primeras dificultades les vendrán de
los de su misma clase, cuando los
encuentren en un consejo de adminis-
tración, en una junta de gobierno, en
un proyecto de reforma social sincera;
allí tropezarán con el materialismo de
la mayoría, para quienes lo único que
cuenta es el reino de este mundo. No
importa que haya un crucifijo en la
sala de reunión: es una decoración
accidental, apariencia tal vez calcu-
lada.
Podrán, sin embargo, entender por
qué el Señor, desde el Evangelio, alaba
la pobreza, esa disposición interior
incontaminada con pactos y debilida-
des ante el poderoso o ante lo que el
mundo engañoso supone como agente
de poder. Sin la pobreza y el despren-
dimiento interior, es imposible que sea
beneficioso para uno mismo y para los
demás el acervo de bienes materiales o
intelectuales que podemos tener. Hom-
bres bautizados y ricos bautizados hay
muchos; pero cristianos hay pocos. No puede tener e por tales, aunque griten
lo contrario, los que ignoran qué es el bautismo que recibieron; acostumbrada
su psicología a imponer y a mandar, tampoco aceptarían ser instruídos. Muchos
de ellos compartimentan su vida por lo que, en realidad, creen que el cristianis-
mo les salva de casi nada; más bien suponen que son ellos los que prestigian y
hasta "defienden" el cristianismo. La "clase" da por verídicas una serie de
ficciones que dificultan todo intento de catequización, para ellos no hay pastoral.
Aceptarán ser alabados y que se cuente —nominalmente— con ellos, pero
jamás ser catequizados. El sacerdote o el obispo que lo intente o parezca que
haya podido intentarlo, será denunciado o increpado.
A pesar de todo, los pocos ricos cristianos o los que, sin ser cristianos, han
procedido con generosidad, son los que han hecho el bien en la historia. Cuando
la fe no ha servido para desertar del mundo y aplazar para el más allá el bien,
sino que ha sido estímulo y exigencia radical del dinamismo de la bondad, han
tenido ocasión de verificar, en sí mismos, el parecido del Señor, el de los
Apóstoles, el de los Santos. Y, como ellos, han recibido incomprensiones, han
sido causa de desprestigio, han padecido acusaciones, como si estuvieran siem-
pre condenados a muerte", como si, por ellos, "Cristo de nuevo volviera a morir"
por los hombres para que, su muerte, refloreciera en vida y fuese levadura de la
transformación del mundo.
LA UNICA RIQUEZA,
EL ÚNICO VALOR.
Tener o parecer, he aqui dos grandes pre-
ocupaciones de los hombres. Tener dinero
0, cuando no lo podemos alcanzar, parecer
sabios, o parecer buenos, o parecer ricos.
Pero esto no aquilata la calidad humana.
La ilusión, el estudio, el trabajo del ser
humano debe enderezarse hacia un ideal
de bien, que le haga superar egoísmos
y vanidades, y enardecerse en la trans-
formación del mundo, para despertar en
él todas las potencialidades de bien que
contiene. Y preparar a otros para que
hagan lo mismo.
No se trata de tener o de parecer, sino
de ser y de entregarse a lo que perfec-
ciona el ser y se confunde con él: el bien.
La única riqueza, el único valor es una
entrega. Tenemos, valemos y somos lo
que damos.
17 (57)
Los que se han preocupado de hacer el bien y decían que no tenían fe, en
realidad se han movido en el sentido benéfico de un impulso heredado de la
misma fe, aunque desconocida. Al fin se hará la unidad del bien, porque todo
bien coincidirá con el único Bueno, de quien todo bien procede, y a quien se
restituye. Y el bien es tan dinámico y su difusión tan eficaz, que el poco que
hacen los pocos, se multiplica y expande y, día a día, a pesar de las dificultades
—ya veces precisamente a causa de las dificultades— progresa en el mundo.
Porque Dios no ha dejado el mundo a la deriva, sino que, sin exclusivas para
nadie, lo empuja hacia la madurez de la Bondad, que es él mismo, y en este
crecimiento colaboran fieles e infieles, con tal que el egoísmo no les cierre el
camino. Porque, en último término, la verdadera riqueza es la generosidad.
¡vocaciones!
La vocación nace
en la comunidad cristiana
No es comunidad:
— la simple reunión sentimental
— la sola convivencia interesada
— la colaboración pactada de egoísmos
Comunidad es un grupo humano
— de entrega mantenida para edificar el bien
— de entrenamiento para la generosidad
— de camino hacia la comunión
Tendremos verdaderas vocaciones, si partimos de
verdaderas comunidades.
Tendremos comunidades si contamos con un prin-
cipio de buena voluntad y de calidad personal"
en los individuos.
18 (68)
Un millón de emigrantes
del Sur español
LOS CATORCE OBISPOS DEL SUR DE ESPAÑA PUBLICAN
UN IMPORTANTE DOCUMENTO SOBRE LOS PROBLEMAS
MIGRATORIOS EN SU REGIÓN
LA PASTORAL se abre con la com-
probación del grave problema
migratorio en Andalucía: mien-
tras en la última década la población
española crecía en un 11,1 por ciento,
la población andaluza crecía sólo en
un 1,3 por ciento. Dato que resulta más
llamativo si se piensa que en este
mismo período de tiempo Cataluña
crecía en un 30 por ciento y el País
Vasco en un 32 por ciento.
En cifras absolutas, Andalucía tenía
en estos diez años un crecimiento ve-
getativo de 920.000 personas, pero al
tiempo salían por emigración 843.000
personas. Como si hubieran emigrado
en bloque las enteras provincias de
Sevilla y Almería. Si se piensa que
además de emigrar, sobre todo la po-
blación activa y joven, se comprende
lo que esto supone para una región.
¿Por qué emigran esos hombres? Los
obispos responden taxativamente:
«Aunque cada sector de esta pobla-
ción desplazada presenta sus rasgos
propios, se da un común denominador
de todos ellos: salen casi siempre en
busca de un puesto de trabajo que no
encuentran en su tierra de origen. Se
trata, pues, de una emigración forzada
por factores que no dependen del pro-
pio emigrante».
La emigración obrera extranjera, que
se presentó hacia 1955 como provisio-
nal, se ha ido institucionalizando hasta
constituir en nuestros días una de las
estructuras fundamentales para el de-
sarrollo económico de la nueva Europa.
Entre nosotros, el III Plan de Desarro-
llo, que se propone el pleno empleo
como objetivo fundamental, prevé en
este cuadrienio un incremento de la
población activa muy superior al de la
creación de puestos de trabajo.
NUEVO
ORATORIO.
Con esperanza de frutos
apostólicos, damos gracias
a Dios por la fundación de
la CONGREGACIÓN DEL
ORATORIO DE SAN FE-
LIPE NERI, en Tepetlapa,
México, que tuvo lugar el
14 de febrero último. Una
nueva casa de san Felipe
que se une a la secular y
benemérita labor de nues-
tros hermanos en aquellas
benditas tierras.
19 (59)
De todo lo dicho cabe deducir que,
por ahora, no lleva visos de cerrarse
el flujo migratorio que veníamos pade-
ciendo. Y aunque sabemos que el
crecimiento industrial ha llevado his-
tóricamente aparejado un "cambio de
trabajo," con el desplazamiento, inevi-
table muchas veces, del campo a la
ciudad, tampoco se nos ocultan las
amenazas del urbanismo, desmesura-
do, del hacinamiento industrial, del
deterioro del medio ambiente, de la
despersonalización colectiva, que aca-
rrea un desarrollo sin premisas mora-
les profundas, no siempre atento al
precio humano del bienestar.
La Iglesia reconoce y predica el de-
recho humano a emigrar en busca de
horizontes más amplios para el des-
arrollo personal y familiar. Negar ese
derecho o impedir su realización sin
motivos superiores es a todas luces
recusable e injusto. Pero hacer o permitir-
—cuando caben otras soluciones—
que ese derecho se convierta para
muchos en una necesidad equivale a
violar un derecho anterior: el de vivir
donde se ha nacido. Cuando para
sobrevivir no queda otra alternativa
que emigrar, la tan aireada libertad de
emigración, afirman los obispos, se con-
vierte en tapadera de la injusticia.
PENITENCIA
Y JUSTICIA SOCIAL.
El que cree en Jesucristo no puede ser superficial: ha
de mirar con ojos de fe el mundo en que vive y las
reacciones, tanto las propias y personales como las
de aquellos que con el conviven. Si así consideramos
los problemas de hoy y nos fijamos en cómo son
provocados 0, al menos, aprovechados por un egoís-
mo que a menudo dificulta gravemente su solución,
podremos entonces advertir que el pecado y el olvido
de Dios son la raíz y la última causa de todos los
desórdenes y que la penitencia es, para todos ellos,
la radical solución.
CONF. EPISC. TARRACONENSE
Cuaresma de 1973
LAUS
Director: P. Ramón Mas, C.O. - Edita o Imprime: Congregación del Oratoria
Placeta de S. Felipe Neri, 1 - Apartado 182 - Albacete - D.L. AB 103/62 - 23.3. 73.
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