Boletín del Oratorio de Albacete
Ns. 113-114. ABRIL-MAYO. Año 1973
SUMARIO
COMUNIDAD y comunión de santos es la Iglesia de
Cristo. Se nos recuerdan los nombres de los que
A nos han precedido en la fe y en la gracia, como
estrellas lucientes en un firmamento sobrenatural,
a través de cuyas constelaciones nos llega siempre la
misma luz de Cristo, para nuestro estimulo, mientras
peregrinamos.
SEGURAMENTE, UNA COINCIDENCIA FELIZ
NEWMAN, DESDE SAN FELIPE
DIFICULTADES PARA LA ORACIÓN
NI SONADORES, NI ROMÁNTICOS,
NI ENAJENADOS
LIBERTAD Y RESPONSABILIDAD,
SANTIDAD Y ALEGRÍA
LOS NIÑOS ¿PUEDEN MEDITAR?
PICASSO: PROTEICO EN EL ARTE,
ESTÁTICO EN LA FE
SAN FELIPE NERI, FUNDADOR DEL
"ORATORIO MUSICAL"
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Seguramente,
una coincidencia feliz
HA HABIDO fundadores de obras
que, antes de llevar a la prác-
tica su pensamiento, han ela-
borado teóricamente su realización,
han estructurado legalmente o estable-
cido los principios reguladores de su
desarrollo y actividad, de tal modo que
se puede decir que el ideal, la medita-
ción reflexiva, ha sido una previsión
relativamente completa del proyecto a
realizar. Cuando nos encontramos con
san Felipe y su obra este capitulo teó-
rico, previo u legal, nos falla. Fue
llevado, ciertamente, de una intuición
sobrenatural, mantenida con fidelidad
poco común, a la que no faltaron
desprendimientos heroicos, iniciati-
vas insignes pero siempre con una
simplicidad desprovista de cualquier
apariencia de previsiones humanas,
incluso legitimadas según una pru-
dencia que pudiera llamarse también
cristiana, o compatible con el espíritu
cristiano.
La vocación primero, y la obra des-
pués, en san Felipe, no fueron fruto
de previsiones, ni de cálculos. Llegó al
sacerdocio casi sin habérselo propues-
to, en pocos meses. Había nacido en
1515; en 1550 empezó a hablarse de su
ordenación, y a mediados de 1551,
recibía la ordenación sacerdotal, cuan-
do contaba el Santo treinta y seis años
de edad. En principio él no había pre-
visto que su entrega total al Señor y a
la Iglesia debieran de incluir también
el sacerdocio, y había sido fiel a dicha
entrega.
En cuanto al Oratorio, como institu-
ción perpetuada legalmente dentro de
los estados de vida evangélica recono-
cidos por la Iglesia, también se en-
contró con que lo había fundado sin
pretenderlo. Le sorprendieron las pri-
sas del papa Gregorio XIII cuando,
en 1575, quería estructurar con leyes
canónicas aquella pequeña comunidad
que Felipe formaba con sus principales
adictos, en la que todos a una llevaban
una vida evangélica sin por ello adop-
tar las leyes que regían a los religiosos.
Pero la insistencia de Gregorio XIII
salvaría a la Congregación de acusacio-
nes malévolas por cuantos la tachaban
de grupo excesivamente independiente
y personalista, como había ocurrido,
con graves disgustos para aquella me-
dia docena de sacerdotes, en tiempos
del riguroso pontificado de Pio V, mal
aconsejado por sus secretarios, alguno
de ellos llevado de la envidia por la
popularidad de Felipe, cuyo apostolado
en la Roma de entonces, paganizada y
poblada de personas ambiciosas, iba
convirtiendo, poco a poco, en modelo
de piedad, por medio de sus charlas,
contactos personales, dirección espiri-
tual y vida de sacramentos.
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Todo ello, sin embargo, tenía un
denominador común de donde partía
el celo de Felipe y sus discípulos, y a
donde conducía a los seglares, sacer-
dotes y prelados de la corte romana
que, de alguna manera, eran influidos
por el equipo del Oratorio: la oración.
Tal vez sea éste el punto capital de
todo el intuicionismo sobrenatural de
san Felipe. Todo, para él, sin oración,
era nada; la oración lo era todo. No
temo nada de este mundo, solía decir,
con tal que se me conceda un poco de
tiempo para concentrarme y poder
tratar con Dios.
La oración evitaba la rutina de la
vida de piedad, porque la hacía cons-
ciente y personal; la oración purificaba
la teatralidad de los ritos, porque los
convertía en solemnizados encuentros
con el Señor; la oración sobrenatura-
lizaba los actos ordinarios de la vida
entera, porque mantenía la presencia
de Dios en el caminar del hombre; la
oración daba paz y seguridad al alma
de buena voluntad y rectitud de inten-
ción en sus obras porque era como un
cielo anticipado que crecía en el cora-
zón. La oración era el respirar del
alma, era la compañía del Señor, era el
trato y la búsqueda de Dios mientras
se vive. La oración acerca al Dios
lejano, y conforta y hace feliz la vida
del hombre, que interpreta la realidad
con una visión divina de la existencia,
que transforma lo que serían dificulta-
des en ocasiones de acercamiento al
Señor.
No se había pensado en el nombre
de la nueva Congregación nacida casi
sin esperar, pero sin esfuerzo para
imaginarlo, vino como cosa natural,
porque ya era el que todos daban al
conjunto de prácticas que san Felipe
y los suyos habían adoptado, sin es-
fuerzo para inventarlas. De aquellas
reuniones que se iniciaban con alguna
lectura o comentario y en las que se
incluía siempre la oración, en los pen-
samientos, en las palabras y en los
cantos, y que tuvieron lugar en un
espacio que no llegaba a templo y que
por eso llamaron "oratorio", vino el
que fuesen llamados "del Oratorio" y
fuese la nueva Congregación apellidada
igualmente del Oratorio. Era una feliz
coincidencia, tampoco inventada; pero
elocuente, significativa, aceptada por
todos y por todos entendida porque lo
resumía todo: la historia y los propó-
sitos. El camino hasta donde les había
conducido y el que pensaban seguir,
y que valía más que todas las leyes
del mundo.
Nosotros queremos,
sin más,
con esperanza
humilde,
la plenitud eterna
de la rosa,
una suprema eternidad
de flor.
Mientras las casas de la noche
Se cierran, una a una,
y las sombras se acercan
al hontanar
del alba,
aprenden nuestros ojos
del más sensible tacto
de ciego.
a mirar y saber,
y entendemos
con lento amor.
Salvador Espriu
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NEWMAN, DESDE SAN FELIPE
IDEAS, CULTURA, ESTILO, APOSTOLADO
CALIFICAR a Newman —¿filósofo, teólogo, historiador, periodista, místico,
humanista...?— sería una ardua tarea. Su dilatada cultura clásica, su
respeto por la ciencia, sus estudios de patrología, sus ideas sobre el des-
arrollo del dogma, sus puntualizaciones éticas, el rigor y honestidad de sus
polémicas, la santidad de su vida, el fervor y generosidad de sus esfuerzos
prácticos por llevar a la realidad sus ideales, su perseverancia en el estudio, su
fidelidad martirizada en servicio incomprendido de la Iglesia, la agudeza de sus
puntos de vista inaccesibles a la mediocridad reinante, su amor a la verdad y a
las almas, nos permitirían atribuirle cualquiera de las calificaciones apuntadas,
u otras parecidas, o todas a la vez. Sabio y artista, humano y santo, prudente y
audaz, inglés y universal, seria descubierto, finalmente, y reconocido, justificado
y glorificado, por otra inteligencia poco común y por ello capaz de comprender
su siglo y hacer la síntesis cristiana que aquel momento exigía, en sociología,
política, ciencia y apostolado: León XIII, el papa que fue recibido con recelo por
gran parte de la burguesía llamada "católica"; que fue desobedecido por las
derechas monárquicas francesas, retrógradas, apasionadas y resentidas; que
liberalizó e impulsó la cultura eclesiástica en el momento en que muchos se
dedicaban a la caza de brujas" a costa del progreso científico; que recordó el
indeclinable deber de todos los cristianos de responsabilizarse en los puestos
seculares que la Providencia les depara en la vida que, para el hombre, siempre
es "en sociedad", es decir, relacionada con los demás, en un mismo mundo.
¿UN LIBERAL E INGENUO?
La calificación o condenación de "liberal", ha sido la más piadosa que se
le ha ocurrido a la ignorancia o a la pereza científica, pero suficientemente
vanidosa para no querer pasar por tal, cuando —aplicando aquí lo que Machado
dice en un contexto más concreto— su altivez «desprecia cuanto ignora».
Incomprendido y despreciado fue Newman, tachado de liberal, por los que,
aunque más beatos, eran en realidad menos rigurosos que él en las cuestiones
esenciales, y, por supuesto, menos generosos que él en los compromisos prácti-
cos donde Newman se encontró siempre, en los momentos decisivos, casi
completamente solo y abandonado: unas veces por la miopía provinciana de los
que, escépticos o perezosos, no alcanzan a comprender o desconfían de plantea-
mientos demasiado universales, cuando no parecen previstos en los esquemas
elementales y monótonos de la rutina que libera de problemas; y otras —más
dolorosas— por las inhibiciones o escamoteos y silencios medidos por la envi-
dia, que no admite el bien desinteresado de ningún agente, sin participación
superior que absorba la renta de gloria del que —aun sin buscarla— pudiera
merecer en su solitaria fatiga.
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Cuando Newman, con tanto afecto, hablaba del Oratorio como de su "nido",
es porque conocía la experiencia del consuelo restaurador que le aguardaba en
casa, en su cuarto... desde donde en estudio y oración volvería a salir, para otros
y continuos nobles aunque "malos negocios" apostólicos, de los que nunca se
arrepintió, gracias a su amor a Dios y a la Iglesia, y a pesar de las ingratitudes
humanas.
¿Era un ingenuo, Newman? ¿Le faltaba talento práctico o existía despropor-
ción entre la grandeza de sus miras y la capacidad de disposición de medios
para realizarlas? La respuesta la tendríamos en su ideal de caballerosidad"
humana y cristiana, con frecuencia evocado. Lo que le preocupaba no sólo era el
hacer", sino el cómo y la manera, y la nobleza del fin jamás le hubiera consen-
tido ser indulgente con la exigible nobleza de los medios. El no convirtió jamás
su tacto en táctica, ni su sinceridad en estrategia política de ninguna clase, ni sus
obras apostólicas en méritos recompensables con honores o dignidades. No fue
incapacidad, sino fidelidad iluminada a unos principios de rectitud en un alma
superior a la mayoría de las que le rodeaban. Sus esperanzas de bien distaban,
por una parte, de la confianza en resplandores sinaíticos y, por otra, de la falacia
estratégica que, demasiadas veces, también los buenos" llaman prudencia.
Para él no se trataba simplemente de "hacer", sino de cómo hacer. Cuando
se prescinde de la calidad en los medios, muy pocas cosas son demasiado difí-
ciles: pero también es verdad que los medios malos corrompen, antes de nacer,
las obras buenas que pudieran pretender realizar.
LA IDEA SOBRE UNA UNIVERSIDAD
Uno de los capítulos más interesantes de la vida del Newman católico, es
el de sus esfuerzos por llevar adelante su idea sobre la Universidad Católica en
Dublín. No vamos a analizar aquí los motivos de su fracaso porque, lo principal,
aunque éste no se hubiese producido, fueron las ideas sobre la educación uni-
versitaria que, con motivo de dicha empresa, nos legó. Sobre educación Newman
pensaba, como católico, evitar la tendencia del espíritu humano con tanta
frecuencia inclinado a sistematizar con exceso el conocimiento, o a buscar un
fundamento por principio de todo saber como si se pretendiera dar con una
ciencia que abarcara todas las demás ciencias.
En el primer sermón pronunciado ante la universidad irlandesa, afirmaba:
«Quiero que el entendimiento se expansione con la máxima libertad, y que la
religión goce de igual libertad; pero lo que estoy defendiendo es que ambos
deben encontrarse en su mismo lugar y de ellos deben dar ejemplo las mismas
personas. Quiero destruir aquella diversidad de centros que lo confunde todo
al crear oposición de influencias. Quiero que el mismo techo abrigue a la vez
la disciplina intelectual y la moral. La devoción no es un límite que se pone a
las ciencias; ni la ciencia es una especie de pluma en el gorro, un ornamento y
compensación de la devoción. Quiero que el laico intelectual sea religioso y que
el devoto eclesiástico sea intelectual».
Y en su libro "The Idea of a University" escribía: «Las ciencias físicas, la
astronomía, la química y el resto de las mismas, se ocupan, sin duda alguna, en
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obras o trabajos admirables y no pueden, por tanto, desembocar en conclusiones
religiosas que sean falsas. Pero, al mismo tiempo, ha de tenerse en cuenta que
la revelación hace referencia a circunstancias que no han surgido sino después
de haber sido formados los cielos y la tierra. Su origen es anterior a la intro-
ducción del mal moral en el mundo, considerando que la Iglesia católica es el
instrumento reparador de semejante mal».
Newman escribía esto en pleno movimiento científico europeo, acelerado
desde los días de Copérnico, y luego Galileo, Newton, Darwin —contemporáneo
de Newman—, cuyo progreso llegaría en nuestros días a las aportaciones de
Freud y Einstein. Movimiento que despertó tantos recelos —aun prescindiendo
de la elaboración de las teorías políticas y sociales que le eran paralelas—,
porque se basaba en una emancipación —hoy diríamos ya, sin vacilar, "se-
cularización"— del saber natural del hombre. Newman, hace ya más de un
siglo, no temía esa emancipación, que estimaba benéfica a la causa de la fe,
mejor que cualquier forma de polarización o monopolio fideísta, fautor de con-
fusionismo.
Pensaba que esta emancipación consentía mejor una interpretación cristiana
justa, sin extorsiones, sino completando el conocimiento natural del hombre
con la luz de la fe. La ciencia, decía Newman, era como la historia de la natura-
leza, de la misma manera que la literatura era la historia del hombre; no sola-
mente la historia del hombre en equilibrio, natural, sino también del hombre
en rebeldía. Moralmente la ciencia es más aséptica; la literatura, más compro-
metida con el bien y con el mal».
En la octava de las conferencias del libro citado, escribía Newman: «Quizá
alguno pueda decirme: "Debemos preservar a nuestra juventud de la corrupción.
Debemos renunciar a toda clase de literatura, ya universal, ya nacional; debemos
poseer una literatura cristiana propia, tan pura y tan real como la israelita, por
ejemplo." Pero esto no podemos hacerlo: no digo que no podamos formar una
literatura selecta para jóvenes o para clases poco formadas; sin embargo ésta es
otra cuestión. Yo hablo de la educación universitaria, la cual incluye un amplio
círculo de lecturas, que ha de tratar y estudiar las obras de los genios, los
llamados clásicos del lenguaje, y si la literatura ha de ser el estudio de la
naturaleza humana, no podemos tener una literatura cristiana. Es una contra-
dicción, pues, el querer intentar una literatura pura que sea la historia del
hombre pecador. Podemos ciertamente, reunir algo que sea muy superior y más
elevado que la literatura; pero cuando hayamos hecho esto, veremos que lo
conseguido no es literatura en absoluto. Habríamos abandonado, sencillamente,
la descripción del hombre como tal, y sustituido por la del que debiera ser,
supuestas ciertas especiales ventajas o dones especiales. En cuyo caso renuncie-
mos al estudio del hombre como tal, pero digámoslo claramente. No vale decir
que estudiamos al hombre, su historia, su inteligencia y su corazón, cuando en
realidad nos dedicamos al estudio de otra cosa distinta... Hagamos caso omiso
del hombre o tengámosle presente; pero cualquiera cosa que hagamos no lo
tomemos por lo que no es, por algo divino y sagrado, por un ser completamente
regenerado... Si queremos tener una literatura de santos, lo primero que debe-
mos hacer es formar una nación de santos... Si la Universidad es la preparación
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directa para este mundo, dejémosla que cumpla su cometido. No se trata de un
convento ni de un seminario; es, por el contrario, un lugar donde se forman y
capacitan hombres de mundo y para vivir en él. No podemos evitar el que entren
en el mundo con todos sus principios y máximas, cuando les llegue su hora; pero
podemos prepararles contra lo que es inevitable; y no es el medio más apropia-
do para aprender a nadar en aguas turbulentas, el no poner pie en agua».
No nos puede sorprender que este planteamiento encontrara dificultades
en más de una mente. Pero él insistía «por muy difícil que pueda parecer la
cuestión y por muy divididas que sobre la misma puedan ser las opiniones de
los católicos» que debieran decidir sobre la misma. «No prohibir la verdad, de
cualquier clase que ésta sea, pero haciendo que la autenticidad del nombre de
la verdad se atribuya solamente a las doctrinas que lo merezcan».
La misión de la Universidad no era la de censurar doctrinas, sino de
examinarlas honradamente todas y señalar las buenas.
¿Era pues, un liberal Newman? No, en el sentido de aceptarlo todo por
igualmente bueno; sí en el respeto mientras se trabaja en la indagación de lo
verdadero y en el reconocimiento del realismo de la vida humana, a la que hay
que llevar el mensaje cristiano sin más imposición que la que se desprende de
su misma autenticidad. Las presiones las hacen los que dudan de la fuerza de
la verdad por sí misma. La verdad se basta.
LA LECCIÓN DE SAN FELIPE
Al final de su argumentación, Newman, como descubriendo la última —la
mayor— razón entre todas las expuestas, escribe en su libro: «Tal es la lección
que he podido aprender de todo lo estudiado y leído sobre la materia, tal es la
lección aprendida de la historia de mi Padre y Patrón san Felipe Neri. Él vivió
en una época tan desleal a los intereses del catolicismo como cualquiera otra de
las que le precedieron y le siguieron. Vivió en unos momentos en que imperaba
el orgullo y los sentidos; en un período en que los reyes y los nobles nunca
tuvieron más pompa ni recibieron más honores, ni tuvieron menos responsabi-
lidad personal en peligro; cuando el invierno de la Edad Media se acababa y
cuando el sol de la civilización traía en sus hojas y en sus flores multitud de
formas de placeres voluptuosos; cuando un mundo nuevo de ideas y de bellezas
se abría al espíritu humano al descubrir los tesoros de la literatura y el arte
clásicos. Vio al noble y al sabio deslumbrados por el encanto de los placeres y
embriagándose en su magia; vio al poderoso y al prudente, al estudiante y al
artista, la pintura y la poesía, la escultura y la música, la arquitectura, todos
dentro de su orden y al borde del abismo; vio cómo las formas paganas se
elevaban y estacionaban en el aire denso; todo esto lo vio, y se dio cuenta de
que al mal había que enfrentarse, no con argumentos, no con la ciencia, no con
protestas y amenazas, no por medio del monje o del predicador, sino mediante
la fascinación de la pureza y de la verdad. Quiso llevar a cabo una obra pecu-
liar dentro de la Iglesia, sin pretender otro Jerónimo Savonarola, aunque san
Felipe sentía verdadera devoción hacia él y guardaba una tierna memoria de su
casa florentina». Ni se preocupó por entender la corriente cultural de su tiempo,
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sino que entró en ella, en «aquel torrente de la ciencia, la literatura, el arte y
la moda que todo lo llenaba, purificando y santificando lo que Dios había hecho
bueno y el hombre corrompido».
«Y así, pues, consideraba como la idea de su misión, no la propaganda de
la fe, la exposición de la doctrina o la fundación de escuelas catequistas, aunque
todo esto le parecía bien, pero no llegaba a convencerle; renunció a la regla
monástica y a la oración al igual que David había rechazado la corona de su rey.
No, él no sería sino un sacerdote como los demás y sus armas la sencilla
humildad y el amor al prójimo. Todo lo que hizo lo llevó a cabo por el fervor y
la elocuencia convincente de su carácter personal y de su fácil y amena conver-
sación. Fue a la Ciudad Eterna y en ella se quedó, y su casa y su familia fueron
creciendo paulatinamente con el gran número de personas que a él acudían,
gentes de toda condición, ricos y pobres, nobles e ignorantes...»
Newman detalla el proceso de cambio espiritual obrado en cuantos se
acercaban a Felipe: cardenales, obispos, el mismo papa; abogados, artistas,
médicos, músicos —Palestrina, Aminuccia, Soto...—. Finalmente, al cabo de
unos años, cambió la faz de Roma. Y Roma era el corazón de la Iglesia.
Newman concluye: «En cuanto a mí, si Dios dispone que en los años veni-
deros haya de participar en la gran empresa que ha dado materia para estas
conferencias, puedo decir que si he de hacer algo, lo haré siguiendo las huellas
de san Felipe y ningunas otras. Ni por mi estilo de vida, ni por mi edad, estoy
en condiciones de llevar a cabo una tarea de autoridad, de gobierno o de inicia-
ción... Lo que sí puedo hacer es aportar mi testimonio.»
Por la naturaleza misma de las cosas, el bien es menos
ostentoso que el mal. Sólo el Padre, que ve en lo escondido,
ve plenamente el esplendor de la ciudad situada sobre el
monte. Cuánto bien no se hace en la Iglesia por gentes cuyo
nombre no se oye jamás: por el hombre de la calle —sea la que
sea la clase social—, por la mujer de vulgar apariencia, por el
sencillo niño piadoso. Los hombres por quienes dijo Jesús los
bienaventuranzas no salen en el periódico. La Iglesia en una
Iglesia de pequeños y de pobres y por ende, do santos. No por
ser tan grande la cúpula de san Pedro de Roma llamamos a la
Iglesia católica Iglesia de Jesucristo, sino porque debajo de
elle han sido beatificadas o canonizadas tantas gentes
sencillas. Ellos representan a otros infinitos anónimos.
Naturalmente, esta santidad no es obra puramente humana.
Todo servir se une e Identifica con el servir de Cristo, que dio
su vida por el mundo entero. La celebración de ose don do su
vida en la Eucaristía, y aun todo lo que hace Cristo en su
Iglesia, fundamento de espíritu de servicio del pueblo de Dios
respecto de la humanidad. Si quisiéramos desarrollar más
por extenso estas ideas, habríamos de hablar de muchas cosas
de los Sacramentos, de la Palabra, de la oración...
Del CATECISMO HOLANDÉS
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Dificultades para la oración
De un discurso de Pablo VI, en la
audiencia general del 14 de febre-
ro, 1973.
¿SE REZA hoy? ¿Se advierte qué significado tiene la oración en nuestra
vida? ¿Se siente su deber, se experimenta su necesidad, su confortación,
su influjo en el ámbito del pensamiento y de la acción? ¿Cuáles son los
sentimientos que acompañan nuestros momentos de oración: el aburrimiento,
la prisa, la confianza, la interiorización, la energía moral? ¿O acaso también el
sentimiento del misterio? ¿Tinieblas o luz? ¿El amor, tal vez?
Qué entendemos por oración
Deberíamos, en primer lugar, intentar hacer, cada uno por su cuenta, esta
exploración y acuñar, para uso personal, una definición de lo que entendemos
por plegaria. Podríamos proponernos una muy elemental: la oración es un
diálogo, una conversación con Dios.
Inmediatamente vemos que este diálogo, esta conversación, dependen del
sentido de presencia de Dios, que consigamos representar a nuestro espíritu,
ya sea por intuición natural, o por una cierta figuración conceptual, o por un
acto de fe. La nuestra es como una actitud de ciego que no ve, pero sabe que
tiene ante sí un Ser real, personal, infinito, vivo, que atiende, escucha y ama al
que ora. Entonces nace la conversación. Este otro es Dios.
Si faltase esta advertencia de que Dios está de algún modo en comunicación
con el hombre que reza, éste se prodigaría en un monólogo, no sería un diálogo
su manera de orar... Un monólogo, hermoso quizás, superlativo a veces, como un
esfuerzo supremo de volar hacia el cielo opaco e indefinido, pero que aclama y-
en este capo con frecuencia, llora en el vacío. Estaríamos en el reino de la más
lírica y más profunda fenomenología del espíritu, pero sin certeza, sin esperan-
za, y más bien en desolación de música callada.
Pero no es así para nosotros, que sabemos que la oración, es decir, el
encuentro con Dios, es una comunicación posible y auténtica. Ponemos esta
afirmación entre las certezas indiscutibles de nuestra concepción de la verdad,
de la realidad en que vivimos.
9 (69)
Ante la trascendencia y
la inmanencia de Dios
Puede producirse en el que reza un estado de ánimo primordial e impor-
tantísimo, resultante de la síntesis de dos sentimientos diversos, aparentemente
opuestos: el de la trascendencia de Dios, deslumbrante, que nos abruma, y el de
su inmanencia, es decir, de su inmediata cercanía, de su inefable presencia. Dos
sentimientos que se integran en la pequeña y pobre celda de nuestro espíritu y
encienden en él inmediatamente una extraordinaria vivacidad religiosa, que
puede de improviso balbucear su doble expresión orante: la alabanza y la
in vocación; o puede también, en algunas almas místicas, permanecer absorta
en un silencio contemplativo, casi indescriptible.
Esta es la génesis de la oración que, elevada al plano de la fe y surgida de
la escuela del Evangelio, asume una voz queda, pacífica, casi hecha connatural
con nuestro lenguaje humano, autorizado como está a llamar al Dios inconmen-
surable, con el nombre amable y confidencial de "Padre".
Dificultades para la oración
Pero aunque esto resulte sublime, debemos admitir que el mundo de hoy
no ora con gusto, no ora fácilmente; no va a buscar nada en la oración, no la
saborea y a menudo no la quiere.
Donde no ha llegado una cierta instrucción religiosa es bien difícil que
pueda formularse una oración. El hombre, el joven permanece mudo ante el
misterio de Dios.
Donde se ha negado la creencia en Dios, donde ha sido declarada vana,
superflua, nociva, ¿qué otras voces sustituyen a la oración?
Y después de las insistentes lecciones contra la espiritualidad, tanto contra
la natural como contra la educada por la fe; las lecciones de naturalismo, secu-
larismo, paganismo, hedonismo, de la aridez religiosa con la que tanta parte de
la pedagogía moderna ha asfaltado el alma de las muchedumbres, ¿cómo puede
florecer en los corazones el lenguaje sobrenatural de la oración?
En nuestros días dos son las dificultades típicamente contrarias a la oración.
Una de índole psicológica, que proviene de la sobreabundante, fantástica,
profana y sensual profusión de imágenes sensibles de las que los modernos y
de por sí maravillosos instrumentos de comunicación social llenan la psicología
social. La otra dificultad es el orgullo del hombre que ha progresado por los
caminos de la ciencia y de la técnica, maravillosas también, pero excesivamente
autosuficientes.
Sin embargo y por fortuna, tenemos también muchos ejemplos insignes,
contemporáneos, que nos sirven de confortación para nuestra tendencia innata
que busca en Dios el complemento único, infinito, de nuestras limitaciones y la
feliz plenitud de nuestros deseos y de nuestras esperanzas.
10 (70)
Ni soñadores,
ni románticos,
ni enajenados
LOS SANTOS no fueron unos soñadores
extraviados en fantasías irracionales,
incompatibles con la realidad, sino personas
muy ajustadas a la vida, que consiguieron moverse
en ella con sentido práctico, profundamente
sinceros, incapaces de falacias y sin que les fallaran
los reflejos. Les habría costado admitir que
hicieron grandes renuncias; lo que en ellos nos
puede parecer extraordinario, más bien fue una
elección que un desprendimiento. Seleccionaron
más que despreciaron nada de esta vida.
Descubrieron valores que supieron cultivar por
encima de superficialidades.
NO FUERON unos románticos. Sin nostalgias
de tiempos pasados, ni lugares remotos, supieron
interpretar con serenidad y clarividencia
sobrenatural la época y situación que les tocó
vivir, y sumaron su entusiasmo por el bien al
dinamismo de la historia común a los demás
hombres, sólo que con más espíritu de fe, de
valentía y de responsabilidad cristiana.
NO FUERON unos enajenados que, huyendo del mundo, se desplazan —real o
Imaginariamente— a las regiones artificiales de la sugestión o ceden a las seducciones
narcotizantes disimuladas con la apariencia de consolaciones o justificaciones
sobrenaturales que compensen su incapacidad para aceptar la vida verdadera. Al
contrario: ellos elevaron el significado de la vida y el valor del tiempo, en un esfuerzo
heroico, generoso y enamorado por integrarlo en la trascendencia. ¡Tan vivo era su
agradecimiento por la vida, su amor por los hombres y su amistad con Dios!
LOS SANTOS han sido, ni más ni menos, lo mismo que somos y que podríamos ser
nosotros. Otras cosas que a veces decimos o pensamos de los santos, es un añadido
que no les pertenece. O no habrían sido santos.
11 (71)
Libertad y responsabilidad,
santidad y alegría
INSTITUCIONALMENTE, lo que ha
constituido la característica más pecu-
liar del Oratorio de san Felipe Neri,
ha sido desde su origen —hace cuatro
siglos—, el deseo de constituir un medio
de "vida apostólica", para los que formen
parte del mismo como miembros, por la
práctica libre y responsable de los con-
sejos evangélicos, a nivel y a beneficio
sobrenatural de las personas y de la
comunidad, y en un clima de serenidad
y de alegría.
Vida evangélica, sin votos
En el Oratorio no existe ningún tipo
de consagración o votos al estilo de lo que
acostumbra solemnizar las vinculaciones
de las personas que las integran, en las
órdenes monásticas o en las congregacio-
nes "religiosas". San Felipe reverenciaba
y estimaba estas formas de consagración
a Dios, pero no las quiso para si ni para
los suyos. Entre otras cosas por su reluc-
tancia a lo excesivamente legalizado y,
sobre todo, porque él mismo había hecho
experiencia de la posibilidad de llevar
una vida de hecho equivalente, pero de
una manera libre y espontánea. Por
otra parte, históricamente, lo que en los
primeros siglos del cristianismo se llamó
"vida apostólica", sabemos que era lo que
luego se designaría como "vida religiosa"
o de consagración, si bien en su origen
careció de las formalidades añadidas
posteriormente por la introducción de
los "votos", que solemnizaban y daban
valor público y jurídico a la consagración
especial de la vida a Dios. San Felipe
quería "el hecho" concreto, solamente,
de tal entrega, que tenía que ser de inten-
ción y de propósito "para siempre", pero
no constreñida por lazo alguno ni por
efectos contractuales de ninguna clase,
sino simplemente y honestamente mante-
nida por una voluntad siempre dispuesta
y siempre libre. «No los votos, decía;
sino las virtudes de los votos»,
Pero la realidad fue que, a partir del
concilio de Trento, y como reacción asegu-
radora, después de la crisis de la Reforma,
las obras surgidas para facilitar la vida
evangélica y de mayor entrega al aposto-
lado, no prescindieron de los votos, y
hasta se reforzó su significado. De ningún
modo puede dudarse que el voto consti-
tuye positivamente un valor de carácter
religioso, bien que sin perder su cualidad
de medio, para llegar a otro fin superior.
Y al ser realzada la solemnización jurídica
de la "vida religiosa", el estilo conservado
por san Felipe a través del Oratorio, per-
sistió como algo muy especial. Más recien-
temente, algunas obras apostólicas, y de
manera especial los modernos "institutos
seculares", han tenido en cuenta algún
aspecto de la experiencia oratoriana.
Libertad y responsabilidad
Es claro que san Felipe no daba al
concepto de libertad la legitimación del
12 (72)
capricho; ni cabe imaginarlo en la expe-
riencia de su vida ejemplar, ni lo consin-
tió jamás en los que se le unieron al dar
realidad a los primeros pasos del Oratorio
que, por esto mismo, constituyó, original-
mente, una comunidad más bien reducida:
estaba transformando la faz entera de la
ciudad de Roma y eran no más que media
docena de miembros. No había apenas
reglas y todo era en realidad muy simple
y elemental, pero, precisamente por ello,
hacía falta una mayor capacidad personal,
una mayor disposición para la aptitud
asociativa, en una atmósfera de libertad,
no dispersiva, sino constructiva y perse-
verante.
Hacía falta un grado de adultez, capaz
de usar de la libertad como de una condi-
ción agilizadora del bien, entendido como
una elección, como una entrega y como
una respuesta a Dios; como una respon-
sabilidad que parte del corazón, frente
a Dios, frente a la Iglesia y frente a los
hermanos, y que hace más generosa y
entusiasta la contribución a la realización
personal y comunitaria de una tarea que
es para Dios.
La estabilidad
Este espíritu de libertad evangélica
unido a la capacidad de responsabilidad
apostólica y comunitaria, son especial-
mente necesarios en el Oratorio, donde
la permanencia de los miembros prácti-
camente por toda la vida en la misma
casa, requiere un sentido de perseverancia
y de dedicación poco común, para el que
no basta un solo entusiasmo inicial, una
intención más o menos recta. Si bien, en
otro sentido, es una garantía que favorece
la construcción, día a día, menos espec-
tacular, pero más eficaz, de un bien
apostólico y sobrenatural, purificado de
novelerías, curiosidades y sensacionalis-
mos, y, por ello, más homogéneo, cons-
tante, creciente y dedicado al lugar."
Perseverancia,
santidad y alegría
Newman decía que la tentación y la
gloria de un hijo de san Felipe era preci-
samente su libertad, porque la libertad
capacita para los mayores errores cuando
pretende ejercitarla quien carece de adul-
tez. El hombre es hombre porque es libre;
pero, si no acaba de ser hombre, tampoco
sabe ser libre.
No obstante la libertad es la condición
del verdadero amor, y el amor. lo es del
bien y la felicidad: por esto san Felipe la
anteponía como irrenunciable, porque
pensaba que limitarla era limitar o falsear
lo que juzgaba esencial: la autenticidad
del amor, la espontaneidad del gozo. Es
decir, santidad y alegría, santidad en la
alegría.
Tan lejos estaba san Felipe del gozo
facilón y chabacano como de la melancolía
y el misantropismo. En él no es posible
disociar la virtud y la santidad de una
sencillez que jamás excluye la educación,
13 (73)
el buen gusto, el sentido de lo bello y
una atmósfera de alegría sincera que
es como una luz que todo lo envuelve.
Santidad y alegría: toda la facilidad
—la simpatía— contagiosa de su apos-
tolado estribaba en este binomio inse-
parable, en el que se contenía no sólo
el espíritu cristiano de su alma limpia,
sino también la claridad de su ascen-
dencia florentina.
Una ciudad
con nombre de flor
San Felipe supo unir lo festivo, lo
bello, lo culto, con lo sobrenatural y
lo santo. Y supo llevarse también, de
Florencia, el estilo democrático, ciuda-
dano, en oposición a los centralismos
e imperialismos que apuntaban y se
disputaban eficacias humanas al servi-
cio, unas veces, de lo divino, o sirvién-
dose, otras, de lo divino...
En la Iglesia, san Felipe, representa
una síntesis difícil, muy pegada al
Evangelio y a la vida de los primeros
cristianos, pero ilustrada con el mejor
espíritu humanista del Renacimiento.
San Felipe ejerció su apostolado en
Roma, sin moverse jamás de allí; pero
no se le puede comprender sin tener
en cuenta su florentinismo. Florencia
no era imperial, sino ciudadana; no
era un reino, sino un pueblo. La
pasión de este pueblo fue la cultura,
el arte y la libertad y resistió, hasta
donde pudo, todos los intentos extraños
de injerencia que atentara contra los
valores de su ciudadanía y de su cul-
tura.
En una época en que se pretendía
transformar, extender o cambiar el
mundo con la fuerza de las armas, y
se construían castillos o glorificaban
capitanes y estremecía la tierra la
avalancha de grandes ejércitos o el
mar las escuadras, Florencia todavía
gastaba más en libros, escuelas, jardi-
nes, esculturas, lienzos, cerámicas y
versos, que en la propia defensa de los
que querían dominarla por la fuerza.
Florencia era una ciudad que tenía el
nombre de flor, una ciudad de sabios,
artistas y santos. San Felipe fue uno
de éstos, y le alcanzó el resplandor de
aquel momento en que la ciudad del
Arno era la Atenas de Europa, en la
Europa del Renacimiento.
Cuando en su adolescencia san Felipe
abandonaba Florencia, se llevaba con
el amor a su ciudad, el dolor de los
estragos de los extraños que, ignoran-
tes o envidiosos, quisieron malograrla,
sojuzgándola con razones de fuerza,
ultrajando la fuerza y la justicia de su
derecho y de su razón. San Felipe no
defendió con armas su florentinidad,
pero jamás renunció a su espíritu y lo
tradujo en Evangelio y santidad. Supe-
ró el espacio y la circunstancia tempo-
ral, no se detuvo en lo simplemente
humano, tampoco quiso destruirlo, y
lo hizo cristiano y apostólico, en su
vida y en el Oratorio.
IDEAS, IDEALES.
Una idea para algo bueno,
difícil y
posible,
que merezca la entrega de la vida;
una idea para toda la vida;
una idea para convertir en vida,
tiene un nombre: IDEAL.
14 (74)
LOS NIÑOS,
¿PUEDEN MEDITAR?
Reflexiones principalmente para los padres
EI P. Klemens Tilmann, del Oratorio de Múnich, y docente en aquella
Universidad alemana, ha dedicado la mayoría de sus trabajos a la pastoral
de la infancia y de la juventud. Nos brinda estas consideraciones que los
padres cristianos pueden convertir en provecho y bendición para sus hijos.
EL AMBIENTE en que se desenvuelve la vida de nuestros días está marcado
por dos cambios característicos. La técnica ha suplantado a la naturaleza.
Nuestro mundo ge va cargando cada vez más de productos artificiales y
de tecnicismo. Lo específico de la técnica consiste en que sus productos no se
presentan al hombre como el sol o la tierra, sino que son fabricados por el
hombre mismo. Además, a diferencia de las plantas y de los animales, los
productos humanos no crecen, no encierran los misterios de las cosas naturales,
no subliman el sentido de la vida ni confieren una dignidad existencial. Son
hechuras del hombre mismo que no pasan de pertenecer a la categoría de los
útiles. Por eso los ojos y la atención de nuestros niños están menos dirigidos
en este medio ambiente a la obra de la creación y al Creador.
El segundo cambio está, a nuestro juicio, en que la mentalidad de los
hombres, entre los que vive y se desarrolla el niño de hoy, va impregnándose
más y más de la esencia utilitarista, que es el alma del mundo técnico. A los
sentimientos de admiración, de reverencia y respeto y a la sensibilidad por lo
bello se sobreponen el afán y la ambición de conocer el mundo para sujetarlo,
explotarlo y utilizarlo.
Todo esto redunda en perjuicio de muchas facultades humanas anímicas y
religiosas, que no se despliegan normalmente en los niños, llegando incluso a
atrofiarse. Esto se puede evitar cuidando de despertar, desarrollar y fomentar
solícitamente la vida interior de los niños, colmando su mundo con ideas
profundamente vivas y sentidas de la revelación. Tal es precisamente el objeto
de la meditación.
MEDITAR ES NECESARIO Y FÁCIL
La meditación es un fenómeno primordial y elemental de la vida humana, es
uno de los fenómenos más naturales del mundo. Responde a una de las necesida-
des más íntimas del hombre, que se pregunta por el sentido de la vida y de "su"
vida; lo encontramos en la vida de cualquier hombre no cultivado y ni siquiera
15 (75)
está ausente de la vida interior de los mismos niños. Hay muchas maneras de me-
ditar y existe una variadísima gama en cuanto a la profundidad y a la intensidad
de la meditación, ya de las materias religiosas, ya de las naturales o profanas.
La necesidad de orientar y dirigir a los niños y a los jóvenes en el arte de
la meditación es hoy especialmente apremiante.
LA MEDITACIÓN ESPONTÁNEA Y NATURAL DEL NIÑO
Todos hemos observado el deseo que manifiestan los niños de que se les
repita el cuento que acabamos de contarles. Sería un error responder a los
deseos del niño diciéndole: Ya lo sabes); esto manifestaría que nosotros
estamos convencidos de que el interés del niño se cifra en ir oyendo y apren-
diendo cosas nuevas. Por el contrario, el niño que pide la repetición del cuento
no busca tanto aprender cosas nuevas como profundizar las oídas y llegar a
poseerlas mejor mediante la repetición incansable de la historieta.
Otro hecho que es también muy conocido por todos: En los brazos del padre
o de la madre, el niño hojea un libro de figuras. Se le explican éstas, y él no se
cansa y vuelve constantemente a pasar y repasar las figuras. No siente solamente
el placer de enriquecer su mente con novedades; no es esto lo que le induce a
hojear el libro sin cansarse. Hay un trabajo más profundo de asimilación de las
figuras y de su sentido; revive de nuevo las anteriores vivencias, descubre
nuevos aspectos, capta con frescor y lozanía todo un mundo de cosas bellas
cuyos contornos no había podido captar o que quizá ha olvidado, y así sigue
disfrutando sumido en el libro. Está meditando.
Hay otra forma de meditación más profunda e intensa: El niño está con
sus juguetes. Coloca las piezas aquí y allá. Al verle, el observador superficial
pensará que el niño se entretiene sin ton ni son. Sin embargo, lo que va diciendo
el niño cuando pone y quita las piezas de su juguete manifiesta claramente que
se trata de algo muy distinto. Las piezas tienen su sentido y significan algo
para el niño, que va reconstruyendo con ellas sus vivencias y observaciones.
En el juego, sirviéndose de las piezas de su juguete en las que concentra los
sentidos externos, ya va tejiendo con los internos una meditación. El niño está
completamente absorto en su realidad. Y esta realidad no son simplemente las
piezas del juguete, sino lo que va meditando en el ir y venir de las piezas; va ela-
borando y asimilándose las vivencias, los conocimientos, las explicaciones dadas.
El niño no tiene por objeto de sus meditaciones los hechos y acontecimien-
tos de la índole de los tres ejemplos que acabamos de analizar; la mente del
niño penetra más allá de lo meramente visto u oído. Y cuando se pone a pre-
guntarnos algo, va buscando en el fondo de su alma, sin perder la atención, la
solución de la serie de cuestiones que plantea.
¿CÓMO MEDITA EL NIÑO?
El desenvolvimiento del niño, como cualquier otra actividad mental y espi-
ritual, requiere la colaboración de los mayores, quienes lo facilitan y fomentan
apartando los obstáculos, estimulándole y, sobre todo, meditando junto con él.
16 (76)
Nunca y en ninguna parte pueden desarrollarse las facultades meditativas del
niño como cuando van dirigidas y sostenidas por las palabras y los pensamien-
tos piadosos de una madre y de un padre creyentes. Los padres ponen en
marcha en el alma de sus hijos su proceso subterráneo y muchas veces lo
realizan los niños en forma de juego, evocándolo una y otra vez para saborearlo
y apurarlo hasta el fondo.
El primer paso y el más sencillo a dar en la educación del niño en el arte
de la meditación, consiste en habituarle seriamente a recogerse en el momento
que precede a la oración: ante todo, el silencio y la compostura exteriores, luego
el dirigir la mirada interior hacia Dios.
Puede también recurrirse a la imaginación de los niños y hacer que piensen
en el Señor con atención interna. Y también las funciones religiosas exclusi-
vamente preparadas para los niños deparan oportunidades para ahondar su
espíritu meditativo, con tal que sean realmente un ejercicio interior al nivel de
las capacidades infantiles.
Juega, por lo mismo, un papel importantísimo el ambiente familiar. Donde
el niño encuentra espacio para ocupar sus facultades de meditación natural, la
vida meditativa se desarrollará felizmente. La vida religiosa del hogar, la piedad
de la familia contienen muchas veces en germen todo lo que ha de disponer el
niño para su trato con Dios.
Por el contrario, es hostil a la evolución de la vida meditativa el ambiente
de excitación, de intemperancia, de superficialidad y de banalidad de muchas
familias; el lujo inmoderado, los mimos y la condescendencia excesiva, que son
una deformación del verdadero cariño a los hijos; las disensiones familiares; la
prisa y el desasosiego; las largas sentadas ante el televisor; los viajes vertigino-
sos, las impresiones fuertes, en una palabra, aquellas vivencias vertiginosas y
rápidas que el niño no puede digerir e imposibilitan la meditación natural.
Todo lo que perturba la tranquilidad y el orden interior del alma es perjudicial
al desarrollo de las facultades meditativas de los niños. Pero no son perjudicia-
les el movimiento y el deporte sano.
AYUDAR Y MANTENER LA ORACIÓN DEL NIÑO
La continua necesidad de ayuda es propia de la edad infantil, así como la
vida interior del niño no se desarrolla sino en contacto y convivencia con la de
las personas mayores. Pero no olvidemos que no se trata solamente de iniciar al
niño en la meditación, sino que se trata de conservarle en ella. Lo cual se pre-
senta como algo en consonancia con la naturaleza y no es, por lo mismo, ninguna
pretensión fuera de lugar ni una exageración religiosa. Desde el punto de vista
puramente natural, el niño siente una auténtica necesidad de profundizar lo que
ve, elaborar lo que oye, coordinarlo todo y armonizarlo con su vida, dar una
respuesta a las novedades que se le ofrecen. La continua afluencia de estímulos
externos desafortunados, así como una postura falsa adquirida ante la vida,
puede atrofiar y hasta matar esa necesidad natural y, como consecuencia,
incapacitar para la mirada del alma a Dios, hasta borrar la fe.
17 (77)
PABLO PICASSO:
proteico en el arte,
estático en la fe
LA ANTÍTESIS, la contradicción,
existe donde falta tiempo u
ocasión para la síntesis entre
las oposiciones reales o aparentes. En
los genios, la gloria es la síntesis que
sigue a su vida, y que conjuga muerte
e inmortalidad. Picasso acaba de al-
canzarla.
Del azul al amarillo, y del rojo al
negro, su arte también fue una síntesis
crecientemente repetida y superada,
entre naturaleza y espíritu, entre ojos
del cuerpo y espejo interior del alma,
entre formas y luces que se descompo-
nen y reintegran, en reiterada inven-
ción de novedades resplandecientes y
prodigiosas.
Los sabios alcanzan las síntesis de la
verdad; los santos las del amor —pa-
sión del bien—; los artistas las de la
belleza —forma, color y canto—. Pica-
sso fue un artista. Y tan apasionada y
libre su entrega al arte —absorbido
por la belleza que miraba, absorto por
la que descubría multiforme e ina-
gotable—. que, despreocupadamente,
dejaba sueltos otros muchos contrastes
y contradicciones de su vida, que no
tuvo tiempo de resolver, a no ser que
algunas, por sí mismas, fueran inte-
grables, o se extinguieran al olvido del
tiempo o, simplemente permanecieran
como testimonio de que, también, los
genios son seres con limitaciones.
Batallador y pacifista, pintor de toros
y palomas; clásico y cubista, ateo y su-
persticioso, antifeminista y polígamo,
español y universal, andaluz y catalán,
exaltador de la belleza y redentor de
lo feo, glorioso y modesto... muerto e
inmortal, queda ya fijado como un
símbolo: abstracción para elocuencias
inefables, no sólo artísticas, sino tam-
bién —quizá más todavía— humanas.
Pero... ¿y cristianas? Nos parece
que, a pesar de su longevidad, murió
demasiado pronto para tener tiempo
de deshacer y reconstruir —como con
las formas y los colores— esa fe re-
cibida elementalmente en su infancia
de esperanzas y de dolores. El valor
matemático de la edad es relativo: el nú-
mero de años no siempre corresponde
a la intensidad en la vida. Y la suya,
como artista, fue maravillosamente
intensa, aunque era tal el potencial a
desarrollar que no le alcanzó desen-
volver todas las capacidades latentes
personales, por falta de tiempo, a la
escala de su grandeza.
Se sentía continuamente joven por
la conciencia de tantas cosas que le
quedaban todavía por hacer.
La síntesis intuitiva y vital del arte
de Picasso se contiene e un misterio
humano de dolor —su época azul—,
18 (78)
luego gozoso —su época amarilla—,
más tarde, como un exceso de libera-
ción humana y formal, traza aristas
revolucionarias —el negro, el rojo—,
con el cubismo, como si pretendiera
hacer matemática la belleza envasada
en la exigencia de formas nuevas y
geométricas. Fue el Picasso que des-
truye formas, borra líneas y apaga
colores, para recoger las astillas mor-
tecinas y más humildes del rescoldo
del desastre, y encenderlas de nuevo
con fuego de hermosura re-creada, a
la luz amaneciente del espejo de su
allá, para extraer una nueva —otra,
insólita, inesperada— naturaleza, inci-
siva, esquematizada, más pura, olvi-
dando el hombre que era por fuera y
dejando solo, con formas y colores
siempre nuevos y renovados, al niño
que quedaba dentro, mirándose en el
espejo del espíritu, como si fuese la
ventana prodigiosa del mundo, que co-
mienza a existir de nuevo.
Pero este hombre que supo mirar,
retener, destruir y re-crear lo que
abrazaban sus ojos enormes, no dilató
sus pupilas para fijarse y penetrar la
primera fe amanecida en su infancia.
Su fe murió de no ser mirada, como
mueren los amores incipientes. Protei-
co en el arte, pero estático en la fe;
fluyente en la naturaleza, pero crista-
lizado en la trascendencia, convertida
en dato más que en vida, se le paró el
corazón para Dios.
La grandeza unidimensional desfasa
el desarrollo paralelo de las restantes
virtualidades humanas y espirituales;
la síntesis total es difícil en este
mundo. Más difícil todavía, cuando
en la cuadriga de las tensiones ga-
lopantes, descuella más veloz que las
demás, la genialidad vertiginosa que
se adelanta sin compasión para las
rezagadas...
El que ama
está más cerca
de Dios que el
que es amado.
El amor, en un
artista, es un
pensamiento
que puede
hacerse
sentimiento y
un sentimiento
que puede
hacerse
pensamiento.
Thomas Mann
19 (79)
Tal vez por esta razón, para llegar
a ser cristiano —para "re-crear" su
cristianismo— le faltaron años a Pica-
sso. No sabemos de ese paréntesis de
misterio entre lo que llamamos tiempo
y el encuentro de cada mortal con
Dios; pero a Picasso le faltó edad para
descubrir la fe, como había descubier-
to colores y formas y llegado a saber
que no bastaba copiarlos y guardarlos,
sino que era preciso jugar y luchar con
ellos hasta hacerlos manantial rena-
ciente que surge del alma, de la per-
sonalidad del artista. Atareado, no
tuvo tiempo para reconocer que la
fe  —ese paisaje más sorprendente y
más profundo que el teatro de lo
visible—, exige más atenta mirada,
y una más íntima comunión, en el
vértice del ser, hasta asimilarla y con-
vertirla en algo que ya no se recibe y
guarda solamente, sino que se asimila
en el espíritu, convertido en fuente de
donde mana en renovación transfor-
mante más radical, profunda y gozosa
que la que los ojos del artista puedan
vislumbrar en sus éxtasis frente al
volumen de las formas y las luces del
color.
Al artista verdadero no le basta la
exactitud del copista, porque el copista
no crea. Al fiel tampoco le basta una
fe elemental si no crea con ella una
nueva vida. No basta ser neutral res-
pecto a la fe, no basta guardarla como
una lucecita al lado de colosales ho-
gueras encendidas sin la llama de Dios,
sin integrar la fe en una síntesis que
no limita, sino que dilata horizontes, si
se entiende lo que es fe, si su claridad
se hace presente en la totalidad de la
vida como tal.
La primera inspiración de las pintu-
ras de Picasso, las que le descubrieron
al mundo como artista, fueron cristia-
nas: "Ciencia y Caridad", "Primera
Comunión"... Luego, dejando de lado
la fe, ha exaltado valores a ella vincu-
lados: la paz, la libertad, la justicia...
Por lo demás fue siempre respetuoso
con la religión y con los que tenían fe.
Consecuencia sin duda de su sentido
de la libertad y del recuerdo de los
ejemplos domésticos y su experiencia
infantil.
Pero a una vida de fe no le bastan
los sentimientos de veneración hacia
una madre cristiana, ni el aniversario
de una primera comunión infantil. La fe
no es un sentimiento, como la belleza
no es una vibración de la sensibilidad.
Ha de ser mucho más.
Estas líneas no pretenden añadir a
silenciadas polémicas, la última sobre
Picasso y Dios. Ni tampoco son lásti-
mas de dolidos triunfalismos defrau-
dados. Pero sí son constatación de un
fenómeno que, si es verdad que se
hace más visible en la vida de un ser
extraordinario, no deja de ser frecuen-
te en la de los seres comunes, para los
que, incomprensiblemente, la fe, algu-
nas veces, es un legado estático sin
preocupación ni entusiasmo por ali-
mentar y renovar su integración en la
vida, arte supremo de toda existencia.
Cuando alguien nos dice que alguna
vez creyó en Dios, pero que la fe se le
ha apagado, si de veras fue creyente,
es que, de todas formas, la fe repre-
sentó para él algo secundario y acceso-
rio; o que, todo analizado, en realidad
nunca tuvo fe.
20 (80)
LA MÚSICA, DESDE SAN FELIPE A HAENDEL:
San Felipe Neri,
fundador del "oratorio musical"
(De la HISTORIA DE LA MÚSICA,
por Federico Sopeña)
AN FELIPE Neri aparece en la historia de la música como el protagonista
del "oratorio musical". Nacido en Florencia, educado en un ambiente
humanista, buen poeta, encauza estas inclinaciones naturales al servicio
de las ideas de la Contrarreforma, que da silueta austera y preocupada a la
Roma que conserva el rescoldo de los alegres renacentistas.
San Felipe Neri combina las dos facetas esenciales de su tiempo: junto
a una elevación religiosa de la "amistad" humanista —la "Congregación del
Oratorio" es su trascendencia—, coloca una piedad profunda. San Felipe
Neri es un hombre perfectamente situado en su tiempo, con una forma de
piedad bellamente ecléctica que prolongará su influencia hasta nuestros días:
el cardenal Newman, buen músico, es el símbolo más reciente de esta línea del
"oratorio".
Por ello puede dar un impulso decisivo al "oratorio". Como "pequeño
sermón en música" lo definen entonces. Se trata de excitar sensiblemente la
piedad mediante la puesta en música de un trozo bíblico, intercalado entre la
predicación. Aunque se busque siempre una música digna, recostada en la
mejor tradición polifónica, esa misma llamada al sentimiento exigía una reco-
gida del afán melódico. Junto al "oratorio" de san Felipe Neri, el amigo de
Victoria y de Palestrina, ponía, sin saberlo, las bases de un gran capítulo de la
historia musical europea. Ya sabemos cómo Victoria y Palestrina gozaban de su
tutela espiritual.
LOS PRECURSORES: LA ESCUELA ROMANA
En los músicos del *oratorio" fundado por san Felipe Neri se adivinan ya
los pasos iniciales de la evolución posterior. De la ingenua Laude filippina, de
Animuccia, hasta Carissimi, hay una serie de nombres, como Ancine, el español
Soto, Isabelli, Rossini, Martini y los seguidores del estilo palestriniano, que, por
21 (81)
las mismas exigencias de la vida espiritual de la "Congregación del Oratorio""
van tomando elementos y signos de la música profana en torno. Ya en el Teatro
spirituale, de Anerio, se ofrecen los elementos esenciales del oratorio: narración,
diálogo, meditación, pero en forma impersonal, sin encontrar todavía, ni en la
música ni en la letra, una disposición adecuadamente dramática. Francesco
Balducci, muerto en 1643, con sus textos y sus escritos, toma ya la palabra
"oratorio" en su especifico sentido de forma musical: el oratorio en lengua
vulgar y el latino se juntan. La palabra "oratorio" define, de manera esencial,
las nuevas vías de la música religiosa en el siglo XVII. Esta forma aparece como
un intento de síntesis entre la tradición polifónica y la avalancha monódica del
melodrama.
SENTIDO Y FORMAS
El "oratorio" no ha nacido con fines puramente musicales, ni mucho menos
eruditos; no hay en sus protagonistas complejo alguno de resurrección de
antigüedades griegas. El fin es plenamente piadoso: que la música preste a las
palabras bíblicas un sencillo apoyo de sentimiento. Por eso la famosa Rappre-
sentazione di anima e di corpo (1600). de Cavalleri, no es un oratorio", sino
un melodrama con argumento religioso. Como en toda época de aurora, las
formas se influyen confundiéndose muchas veces.
El "oratorio" musical, como inmediato derivado del melodrama, cuando
no de la sencilla "laude" sacra, toma sus elementos de la polifonía clásica:
modalidad arcaica, ausencia de innovaciones armónicas, huida del cromatismo,
austeridad. Ahora bien: cuando se trata de poner en música episodios bíblicos,
narrativos sin ejemplo cercano de procedimiento en la polifonía o, sobre todo,
cuando se quiere una mayor intensificación de la piedad individual" —la
polifonía clásica es objetiva", sometida al texto—, la época, inconscientemente,
presta todo ese caudal melódico, ineludible ya para un espíritu culto de ese
siglo. El equilibrio romano entre tradición y novedad gana caracteres de
genialidad en Carissimi.
Después de Carissimi, el "oratorio" musical sufre una doble transforma-
ción: en Roma se continúa como tradición". Como forma ecléctica deriva ya a
la forma de "melodrama" espiritual, ya hacia lo hagiográfico. Luego evoluciona
de forma que lo "representativo" vence a lo "narrativo". Sin embargo, dentro
de la escuela romana sigue conservándose el estilo polifónico y el tratamiento
sencillamente fugado de los coros.
EL ORATORIO HAENDELIANO
La esencia del oratorio italiano se recoge y se alza en el oratorio haende-
liano: la voz unánime llega aquí a su apoteosis. El coro de Carissimi se movía
en grandes cuadros estáticos, sostenidos por una armonía sencilla y a veces
arcaica. El coro de Haendel nos da siempre la impresión de plenitud, plenitud
movida y ondulante desde muy dentro. Carissimi conservaba la objetividad de
22 (82)
la polifonía clásica: esa castidad expresiva que impide al compositor meter entre
el pentagrama dolores o gozos individuales.
Goethe veía en la música de Haendel una gran línea: "homérica" se ha
dicho, y no mal. La vacilación entre el oratorio "narrativo" y el "meditativo" se
resuelve maravillosamente en Haendel. Toma de los relatos bíblicos lo más
ligado con el pueblo entero que dialoga a grandes voces y sin sobresalto;
encuentra un tono de 'epopeya" donde la expresión lírica tiene esa apasionada
serenidad de los coros de la tragedia antigua. Diálogos monumentales, "música
de bronce", última trascendencia de ternuras y de dolores colectivos.
RASGOS ESENCIALES DEL ORATORIO.
—Prevalencia de la caridad sobre la ley.
—Espíritu de fe y oración, y de caridad y servicio,
estimulado y alimentado por el estudio familiar
de la Palabra de Dios y el trato espiritual.
—La Eucaristía como centro de toda la vida.
—Dedicación al bien y progreso de la Iglesia, por
la peculiar vinculación del Espíritu a su misterio.
—Entrega a la Congregación, de sus miembros,
por la libre voluntad de permanecer siempre
en ella hasta la muerte. Sin votos, juramentos o
promesas. Libertad que concuerde al máximo
con el espíritu del Evangelio.
—Su fuerza, como en las primeras comunidades
cristianas, debe consistir más en el mutuo cono-
cimiento, en el respeto y en el verdadero amor
de la convivencia familiar, que en la multitud
de miembros.
(De las Constituciones)
23 (83)
EL SÁBADO, DÍA 26 DE MAYO
EN LA MISA DE LAS 8 DE LA TARDE
CELEBRAREMOS LA
FESTIVIDAD
DE
NUESTRO SANTO PADRE
FELIPE NERI
FUNDADOR DEL ORATORIO
EN ALABANZA DE DIOS
LAUS
Director: P. Ramón Mas, C.O. - Edita e imprime: Congregación del Oratorio
Placeta de $. Felipe Neri, 1. Apartado 182 - Albacete - D.L. AB 103/62-22- S. 73.
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