Boletín del Oratorio de Albacete.
Núm. 115. JUNIO. Año 1973.
SUMARIO
HACE DIEZ AÑOS que Juan XXIII decía: «La paz
en la tierra, anhelo profundo de los seres huma-
nos de todos los tiempos, puede ser instaurada y
consolidada sólo con el pleno respeto del orden
establecido por Dios... orden cimentado en la verdad,
construido según la justicia, vivificado e integrado por
la caridad y puesto en práctica en la libertad». Cualquier
apologética, cualquier moral deberán apoyarse siempre en
estos cuatro pilares, todavía no aceptados sinceramente
por los hombres. Por esto no tienen paz.
UNA VOCACIÓN Y UN GRAN
SERVICIO AL MUNDO
DEBER DE LA APOLOGÉTICA
EN LA HORA PRESENTE
LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN SOCIAL
Y LOS VALORES ESPIRITUALES
ÉTICA Y TRASCENDENCIA
HOMBRES JUSTOS
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UNA VOCACIÓN Y
UN GRAN SERVICIO
AL MUNDO
UNA de las más grandes bendiciones de nuestro tiempo
en el progreso tecnológico y el gran avance cons-
eguido en las comunicaciones sociales. Ahora, como
nunca había ocurrido, los valores espirituales pueden ser
afirmados y difundidos entre los confines de la Tierra. LA
maravillosa providencia de Dios ha reservado este prodigio
pага nuestrо tiempo.
Pero los hombres de buena voluntad sienten inquietud
al ver cómo estos medios de comunicación social son usa-
dos, demasiado a menudo. para contradecir o corromper
los valores fundamentales de la vida humana y producir
la discordia y la maldad («Communio et Progressio», 9).
Los abusos y consiguientes perjuicios que causan son bien
conocidos. La difusión de ideologías falsas y la excesiva
preocupación por el simple progreso material frecuente-
mente trastoca lo que concierne a la verdadera sabiduría
y a los valores permanentes.
Lo que hoy pedimos es una noción positiva por parte de
los católicos. y especialmente de aquellos comprometidos
profesionalmente en los medios de comunicación social,
para difundir en toda su plenitud los valores del mensaje
vivificante de Cristo haciendo resonar el universo con sus
convicciones, con la voz de su fe y con la palabra de Dios.
Ésta es una importante vocación y un gran servicio al
mundo. Y les llamamos del mismo modo a una completa
Asociación con todos los hermanos cristianos y todos los
hombres de buena voluntad de cualquier país para afirmar
de manera eficaz los principios comunes de los cuales
depende la dignidad del hombre. Vamos a pedir a todos
los que trabajan en la comunicación social que hagan la
crónica del sacrificio y dedicación que se da en el mundo,
que den a conocer el bien que abunda, y el dinamismo,
entusiasmo y generosidad de tantos, especialmente de los
jóvenes.
Así como los medios de comunicación social afirman
y promueven los valores espirituales de una humanidad
siempre empeñada, también ayudan a preparar el día en
que tendrá lugar una nueva creación, en el cual la paterni-
dad de Dios será universalmente reconocida y la fraterni-
dad, justicia y paz prevalecerán.
PABLO VI.
(1 mayo 1973)
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DEBER DE LA APOLOGÉTICA
EN LA HORA PRESENTE
El P. Lucien Laberthonnière, del Oratorio francés, merece-
ría una más amplia presentación. Intelectual, al corriente
de las tendencias filosóficas y pedagógicas de su época,
preocupado por la crisis modernista que siguió de cerca,
ecumenista, amigo de Blondel, merece ser calificado entre
los existencialistas cristianos. Murió a los 72 años, en 1932.
El fragmento que traducimos a continuación pertenece
a una visión de lo que él llamaba "situación del mundo
cristiano", en un artículo publicado en 1905.
LO QUE caracteriza nuestra época, desde el punto de vista religioso, es, sin lugar
a dudas, que para la mayor parte de los espíritus el Cristianismo ha perdido
su "sentido". Lo cual no es solamente verdadero para la masa que lo ignora,
sino que lo es sobre todo y particularmente para los que saben, para los que viven
en las Academias, las Universidades, las Escuelas. Y si la masa ya no comprende el
Cristianismo y le vuelve la espalda sistemáticamente, es precisamente porque desde
los diferentes núcleos donde se elaboran la ciencia y la filosofía, resplandecen en ella,
en la masa, por los periódicos, las novelas, los discursos y la legislación, las ideas que
la dirigen en sentido contrario.
He aquí el hecho. Un mundo intelectual que se ha edificado fuera del Cristianismo
y en contra de él. Y es este mundo el que domina sobre los espíritus, que se hace oír,
que escribe, que enseña y que es oído. Hasta aquí nosotros nos hemos complacido
pensando que él ocupaba solamente un lugar entre nosotros, que por lo menos noso-
tros seguíamos siendo un pis católico y que en consecuencia él estaba dentro como
un enemigo que nos había invadido. Y desde cate punto de vista nosotros podíamos
creer que, establecido dentro de nuestras posiciones, no nos quedaba más remedio
que defendernos y preservarnos contra sus invasiones y repeler sus doctrinas para
tener los espíritus a salvo de sus embestidas. Pero ha sucedido, mientras tanto, que
lo que ocurre, es que somos nosotros los que estamos dentro de él, y hace ya algún
tiempo que nos lo ha hecho sentir.
Colocar los espíritus al abrigo de sus ataques ha resultado imposible: lo ha pene-
trado todo, lo domina todo. Es el mundo mismo en que nos encontramos. Y es de él
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de donde emana la atmósfera intelectual que, lo queramos o no, estamos respirando.
No puede ser ya pues cuestión de defendernos, de preservarnos, levantando contra
él fronteras protectoras. La ilusión que nos hacía creer que podríamos lograrlo ya
no se puede invocar o ya no nos sirve de excusa. Si queremos subsistir, es preciso
que intentemos y que nos atrevamos a resistirle desde dentro. Todavía más, es preciso
que intentemos y que hoy atrevamos a abordarlo cara a cara y cuerpo a cuerpo:
porque sólo resistir, de cualquier manera que sea, es siempre algo negativo.
Estamos invadidos por él y también, podría decirse, sumergidos en él. ¡Desgra-
ciados de los que no quieran reconocerlo! Y nuestro único remedio es conseguir
recuperarnos para hacernos invasores a la vez: se trata de emprender valientemente
su conquista, corriendo por nuestra cuenta riesgos y peligros, y jamás sin duda alguna,
por la fuerza ni con el auxilio de un César, obligando a que las cabezas se dobleguen,
sino por la verdad de Cristo y con nuestra fe en esa verdad, y así levantar y orientar
las almas. Se trata, en una palabra, de convertirlo como los primeros cristianos con-
virtieron el mundo griego y el mundo romano.
Lo cual es totalmente diferente de limitarnos a defendernos ya preservarnos, de
refutar sus errores y rechazar sus doctrinas para poder seguir en nuestras posiciones.
He aquí lo que esencialmente conviene que comprendamos en este momento. Con
precedencia a preconizar cualquier medio para ponernos en obra, es indispensable,
si no queremos lanzarnos a la esterilidad, definir claramente el propósito que se
quiere alcanzar, la característica de la tarea a cumplir con el fin de entrar del mejor
modo en las disposiciones que exige.
Luchar por la conversión
de los espíritus
Lo que es preciso notar desde el principio, es que detrás de la falta de fe, detrás
de las doctrinas y de los errores, hay espíritus que las profesan y que, más o menos,
los viven. Cuando combatimos las doctrinas y los errores —como con frecuencia suce-
de— considerados en sí mismos, de manera abstracta y dentro de su concreción lógica,
nos entregamos sin dificultad a un triunfo siempre fácil. Así planteadas, no hay
doctrinas que no se dejen efectivamente combatir más o menos, por cualquiera; no
hay errores contrarios al Cristianismo que los teólogos no hayan triturado varias
veces con sus argumentos. Pero un triunfo de la lógica no es un triunfo real; Y,
cuando alguien se satisface con tales triunfos en lo abstracto, nada cambia de lo que
existe.
Es pues hacia los espíritus, realidades complejas, movientes y modificables, a
las que hay que dirigirse. Es en ellos en los que hay que pensar y a los que hay que
apuntar para triunfar sobre ellos. Y triunfar sobre los espíritus no es rechazarlos,
como se rechazan los enemigos en las luchar a mano armada; tampoco es dominarlos
una vez se ha logrado vencerlos; y menos todavía eliminarlos. Es, al contrario, saber-
los conducir, ganarlos haciéndose aceptar por ellos y haciendo nacer en ellos la ver-
dad amada por sí misma; es hacerles vivir y hacerles triunfar consigo mismo, en lugar
de rechazarlos o destruirlos.
4 (88)
Ese es el resultado al que hemos de apuntar: ésa es la conquista que hemos
de llevar a cabo. Es preciso reconocer que se trata de una cosa particularmente
difícil, porque tenemos en realidad todo un mundo que se ha establecido moral
e intelectualmente en una actitud contraria a la nuestra; un mundo que dispone
de un considerable caudal de ciencia a su servicio, acostumbrado a pensar, en-
trenado en todas las disciplinas mentales, que establece problema, y remueve
ideas con un atrevimiento que nada detiene: un mundo que, al tiempo que se
declara doctrinalmente escéptico y pesimista, coloca por encima de todo lo que
el llama el derecho de la razón, es decir el derecho a que cada individuo lo pueda
juzgar todo.
El Cristianismo no es, para él, un asunto desconocido, sino desfigurado. Pretende
que después de haberlo abandonado con pleno conocimiento de causa es capaz de
dominarlo completamente por su crítica. Su debilidad, ciertamente, es que no dispone
absolutamente de nada que tenga consistencia para apoyarse y atacar. Pero esto le
ha causado poco estrago puesto que dispone inconscientemente del beneficio de
creencias pasadas subsistentes, más o menos, en los hábitos sociales. Si no mantiene la
moral doctrinal de otro tiempo, conserva, a pesar de ello, una moral de opinión como
residuo que le sigue protegiendo contra sí mismo. Esto es lo que le permite dedicarse
confiadamente a la alegría de sus destrucciones.
He aquí pues lo que constituye la mentalidad real y viva de nuestro tiempo,
mentalidad que se afirma y que se extiende bajo todas las formas. Es pues esta
mentalidad la que hemos de convertir y no otra.
BOLETÍN DEL ORATORIO DE ALBACETE
LAUS
No se publica durante los meses de julio, agosto y
septiembre. Reaparecerá en octubre.
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escriban a:
"LAUS"
Boletín del Oratorio,
Apartado 182,
ALBACETE.
Se manda gratuitamente a todos los amigos del Ora-
torio que lo solicitan.
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LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN SOCIAL
Y LOS VALORES ESPIRITUALES
NO ES POSIBLE exage-
rar la importancia de
las comunicaciones socia-
les para la difusión de los
valores espirituales. No so-
lamente de los religiosos.
También de los culturales
y de todos los que se rela-
cionan con la salvaguarda
de la dignidad de la perso-
na humana y de la unidad
de los pueblos. Podría de-
cirse que hoy, por primera
vez en la historia humana,
cuentan los hombres con
la posibilidad de hacer que
la instrucción y el recono-
cimiento de los derechos
sean patrimonio de la hu-
manidad entera, gracias al
progreso tecnológico en las
comunicaciones sociales.
MONS. CIRARDA,
presidente de la Comisión Episcopal de Medios de Comunicación Social
6 (90)
ÉTICA
TRASCENDENCIA
REZAGADA, una moral casuís-
tica, todavía deja percibir su
reclamo, de vez en cuando, con
denominaciones diversas, pero como
un esfuerzo a la vez de radicalización
y de simplificación, se experimenta,
en la literatura y la filosofía del bien,
una predilección por el vocablo "éti-
ca", en lugar de "moral", como si éste
fuese envejeciendo. En ocasiones se
trata de una intención secularizadora,
para separar la dinámica humana re-
lacionada con el bien, de in vocaciones
trascendentes o metafísicas, que la
exijan o fundamenten. Este deseo no
excluye necesariamente la aceptación
de Dios, porque la afirmación de las
capacidades humanas, en sí mismo,
no significa una oposición al Ser su-
premo.
El hecho de que el hombre sea capaz
de discernir y de cumplir su tarea
vital ordenada al bien, aun sin dirigir
su pensamiento a Dios, no es una
negación de la divinidad, sino que,
para los creyentes, representa más
bien una confirmación de las cuali-
dades que el Creador ha depositado
en el hombre. Cuando el hombre "se
independiza", podríamos decir, no
hace más que usar "de la indepen-
dencia que ha recibido de Dios". Por
eso Bonhoeffer ha podido escribir,
desde su profunda vida de fe cris-
tiana, que «la honradez exige que
vivamos en el mundo como si Dios
no estuviera en él». Lo cual tiene al-
gún parecido con estas otras palabras
de Ortega: «No es solución apelar
de continuo a la intervención di-
vina o explicar lo conocido por lo
desconocido, lo empírico por lo tras-
cendente.»
Newman hubiera procedido a la
inversa: «Nuestra mente, precisamente
por ser algo nuestro, es lo que tiene
más autoridad para nosotros, y sus
informaciones nos dan la regla por
la cual podemos probar, interpretar
y corregir lo que se nos presenta
para creer, sea a través del testi-
monio universal de la humanidad o
mediante el de la historia del mundo
y de la sociedad». Nuestro gran ma-
estro íntimo, afirmaba, es nuestra
conciencia.
7 (91)
En el Cristianismo, desde san Pablo
hasta nuestros días, la obligación na-
tural del hombre respecto al bien, no
ha sido condicionada por la aceptación
de más testimonios. No es blasfema
esta expresión de Sartre, a pesar del
evidente desenfado: «La justicia es
cosa de los hombres y no tengo ne-
cesidad de Dios para que me lo en-
señe».
De donde la ética filosófica ha sur-
gido como una secularización de la
religión, afirma Aranguren, que no
solamente es cristiano sino el mejor
moralista contemporáneo de habla
española.
Pero tampoco nos resignaríamos
aceptando que la religión o, más
propiamente el Cristianismo, fuese
reducible a una moral. Lo cual repre-
sentaría una atrofia desde tiempo de-
nunciada, aunque no todavía superada
suficientemente.
El grande y honesto esfuerzo de
Kant por "secularizar" la moral, no
ha prescindido —aun proclamando la
autonomía de la razón humana— de
esa piedra que traba el arco de su
filosofía ética, con el triple postulado
de la libertad del hombre, de la in-
mortalidad del alma y de la existencia
de Dios.
Otros filósofos posteriores, preocu-
pados, de manera particular, por la
ética, han partido de posiciones teó-
ricamente asépticas respecto a la tras-
cendencia —Dewey, Scheler, Joad...—
pero finalmente la han incluido de
manera explícita o equivalente. En
realidad los filósofos que han pres-
cindido de una última referencia a
la divinidad o, por lo menos, a la
metafísica, han edificado substitucio-
nes absolutizadas, o han desembocado
en el absurdo.
Ética y santidad
El prestigio creciente que nuestra
época dedica, desde las mentes más
esclarecidas, a la ética con aparente
relegamiento del orden sobrenatural,
se debe a un intento de autenticidad
para estimular la fidelidad a los valores
sociales de justicia, libertad y verdad,
para los que el progreso humano se
ha hecho más capaz, respondiendo
mejor que en épocas anteriores a la
naturaleza social del hombre. La afir-
mación de estos valores naturales y
sociales, no perjudicará, finalmente,
al Cristianismo, porque son valores
cristianos. Precisamente por esta razón
podrán ser redimidos, en los ensayos
de su expresión y realización, de los
desequilibrios que un impulso menos
iluminado pueda producir. Las dos
tendencias extremas, en cierto modo
opuestas, pero en realidad hermanas
entre sí por haber sido influidas por
la misma teoría hegeliana que ponía
al Estado como fuente de moralidad
—nos referimos al marxismo y a los
fascismos modernos—, representan
maneras de realizar o imponer un
bien social, y por eso los teóricos
que pretenden justificarlas hablan de
"ética social", con menoscabo de la
personal de los individuos, porque
el individuo, como "persona" —subs-
tancia intelectual, independiente y
libre— no les interesa. Consiguien-
temente no hay ética personal porque
no se admite un fundamento tras-
cendente, divino y eterno, es decir
se parte del ateísmo; o, si se admi-
te, es solamente en el campo teórico
y domesticado de la utilidad en bene-
ficio de determinado concepto de so-
ciedad o política, que prescinde de
la naturaleza y de las exigencias de la
persona.
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Los males y los riesgos de nuestra
época, mas que en las anteriores, tie-
nen un carácter social, conjurables
solamente a partir de una ética que
se base en la trascendencia y que
apunte a Dios, respetando el orden
natural, en nuestro espacio, y en este
tiempo. Pero una ética así, acelerada
hacia todas sus consecuencias, termina
en la santidad. Además la santidad es
siempre "personal".
Nuestra época no necesita estadistas,
o filósofos, o políticos, o economis-
tas, o científicos... o, por mejor decir,
también los necesita; pero más que
a ellos, comienza por necesitar hom-
bres honestos, veraces, desprendidos,
justos... personas", que sean todo
eso, y que lo empleen en beneficio
de todos. El progreso de la honradez,
de la aceptación de la verdad, de la
realización de la justicia, del respeto
de la libertad, permitirá la fecundidad
de la Gracia —cuya misión no es suplir
Tu que el hombre ya tiene, sino añadir
impulso sobrenatural a la naturaleza,
que no puede estar ausente cuando
Dios actúa en el hombre—. El orden
sobrenatural no puede ser considerado
como una alternativa entre el bien
personal y el social, sino como un
coronamiento, ya que no un simple
desarrollo, del orden natural supuesto.
No se puede ser santo, si antes no se
es hombre; ni es compatible afirma-
ción alguna de valores cristianos con
la negación, teórica o práctica, de la
personalidad humana.
En las épocas de grandes transfor-
maciones históricas —culturales, so-
ciales, políticas— se ha sentido la
necesidad de profundas renovaciones
e, incluso, se han intentado. Los que
se han hecho adelante en su búsqueda
y realización han tenido más o menos
La Iglesia fiel a su misión
de desinteresado servicio,
no puede ser indiferente a
las justas aspiraciones, que
cada día bullen con mayor
viveza y conciencia en el
espíritu humano, ni perma-
necer neutral ante los proce-
sos de cambio que se operan
en el mundo, en los que
están en juego valores fun-
damentales de orden espiri-
tual y moral, como el amor
fraterno, la justicia, la liber-
tad cívica y religiosa. Por
eso asume responsablemen-
te el empeño de colaborar al
auténtico progreso, tratando
de impregnar todo el contex-
to social con la fuerza vital
e inspiradora de su proyec-
ción eterna y de su vocación
renovadora en medio del
mundo.
Mediante la libertad y la
independencia en el cum-
plimiento de esta tarea de
servicio, la Iglesia quiere
que su voz, desinteresada y
convincente, llegue con fa-
cilidad y credibilidad a lo
más íntimo del alma huma-
na para guiarla en el camino
recto de la realización per-
sonal y del bien común.
PABLO VI, al embajador de España
ante la Santa Sede (5-2-1973).
9 (93)
éxito, según se hayan apoyado, tam-
bién más o menos, en la propia perso-
nal actitud ética natural, si prescindían
de Dios, proyectándola como servicio
de los demás hombres; o bien, si eran
cristianos —en Occidente, por lo me-
nos—, si han emprendido la tarea
de renovación social partiendo de
un deseo sincero y comprometido de
santificación. Jacques Maritain, que ha
tratado en sus libros tales alternativas
históricas, resume la que llamamos
cristiana de esta manera: «Una reno-
vación social vitalmente cristiana será
obra de la santidad de los que la em-
prenden o no será nada. Y conste que
me refiero a una cantidad vuelta a lo
temporal, lo secular, lo profano».
Santidad y
renovación del mundo
Ortega ha dicho en alguna parte
que, en cuanto a las revoluciones, con-
fiaba más en la profundidad y eficacia
de las no violentas, que en el ruido de
las que han roto, por la fuerza, o por
la fuerza han impuesto los cambios
renovadores que, en principio, las
justificaban. Así, excluida la violencia,
Cristo sería el mayor revolucionario
y, también resultaría que él habría
obrado la mayor renovación en el
mundo. Y después de él, los santos,
que son, de alguna manera, una exten-
sión suya; que son, todavía, su influjo
renovador perdurable...
La fuerza del espíritu es superior
a la fuerza física; la máxima fuerza
espiritual es la santidad, y es, para
un cristiano, desde esta palanca del
bien que hay que renovar el mundo,
que hay que transformarlo. El recurso
a la fuerza física es el recurso de los
débiles. La fuerza, en el mundo, co-
mienza con las ideas, se mantiene
con la honradez en mantenerlas y se
corona, alcanza su punto más elevado,
en la cantidad. Por esto el Cristianismo
ha sido una fuerza y por esto sigue
siéndolo. No para que sea recordado
con satisfacción triunfalista, sino para
tenerlo en cuenta cuando más urgente
parezca la necesidad de seguir trans-
formando el mundo. La fuerza física
jamás alcanza un triunfo que dure
un siglo; la fuerza del espíritu no
cabe en el mundo, ni en el tiempo:
necesita la eternidad.
TODA LA VERDAD SOBRE LA IGLESIA
El en
vida nueva
vida nueva
pídala a PPC
E. Jardiel Poncela, 4 - Apartado 19.049 - MADRID 16
10 (94)
HOMBRES JUSTOS
HA DE HABER, todavía, hombres justos, herederos de los patriarcas, de
todas las generaciones pasadas. Ha de haber hombres justos y buenos,
de esos que Dios puede asociar a sus planes, porque le serán fieles y no
le suplantarán malgastando en el pueril juego de la vanidad el tesoro de fuerzas
y confianza con que Dios los bendice. Hombres que puedan ser guardianes de
la bondad y de la justicia; que puedan ser maestros de los que se inician y
prudencia de los que vacilan; hombres con fuerza, constancia y valentía tanta
como para alentar a los pusilánimes, estimular a los temerosos, a los tristones,
a los rezagados y desconfiados, a los débiles e indefensos.
Hombres dispuestos siempre al esfuerzo sereno y entusiasta, pero sencillo,
sin que ellos mismos se puedan dar cuenta de su heroísmo mantenido. Hombres
siempre al pie de su tarea, sin perder la ilusión, sin medir el tiempo, sin llevar
contabilidad del esfuerzo, pródigos en la abnegación raramente comprendida,
que los demás suponen, a veces, con ligereza, divertida y fácil o incluso, con
dureza egoísta, un "deber" exigible.
Son hombres de fe. De fe en Dios o en algún valor absoluto que un día
descubrirán que coincide con Dios. Cuando de verdad es una fe de creyentes
que se mantiene presente en todos los actos y viva en el corazón, si la observa-
mos sin desconfianza, ni recelo, ni envidia, podemos darnos cuenta que es una
fe, un modo de ver el mundo y la vida "desde Dios", pero que no utiliza a Dios.
En apariencia se muestran, muchas veces, menos activos o como si su actividad
no agotara todas sus capacidades, mientras otros que parecen más fuertes y
más ágiles son menos generosos. Menos generosos aunque crean que poseen
más conocimientos, pero no los comunican: narcisos para mirarse a sí mismos
y juzgar, o tolerar a los demás, según el provecho goloso de su seguridad o su
comodidad o su vanidad. Sin haberse olvidado de sí mismos ni salir a los
caminos del mundo y pisarlos mirando con alegría el horizonte y bendiciendo
su luz.
Pero aun éstos —tantos y tan adolescentes en la fe y en el corazón—, o
muchos de éstos, un día vencerán los egoísmos, se olvidarán de llevar la cuenta
de sus fatigas, imitarán las generosidades ajenas, pensarán más en dar que en
recibir y se convertirán en prolongación providencial de los brazos que les
ampararon para amparar y alentar y empujar a los demás; a otras generaciones
que les seguirán para ser, como otros y como ellos, hombres justos sobre la
tierra, llamas sobre la rusticidad de la arcilla seca, señales del aliento de Dios
que reverbera en la limpieza de los corazones de buena voluntad, como la de
los patriarcas, como la de los justos de todos los tiempos.
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HORARIO DE MISAS
JULIO - AGOSTO - SEPTIEMBRE
DOMINGOS Y DÍAS FESTIVOS:
10 Y 11 DE LA MAÑANA Y 8 DE LA TARDE
SÁBADOS Y VÍSPERAS DE FIESTA:
8 DE LA TARDE
DÍAS LABORABLES:
7'45 DE LA MAÑANA Y 8 DE LA TARDE
EN OCTUBRE SE REPONDRÁ LA MISA FESTIVA DE LAS DOCE
LAUS
Director: P. Ramón Mas, C.O. - Edita e imprime: Congregación del Oratorio
Placeta de S. Felipe Neri, 1 - Apartado 142 - Albacete - D.L AD 103/62 - 23. 6. 73.
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