Boletín
del Oratorio de Albacete |
Núm. 117 NOVIEMBRE. Año
1973 |
SUMARIO |
HAY un magisterio de la
muerte de la muerte de los |
que vemos morir y de la
que inevitablemente nos |
espera. Su lección es para
la vida. Pero, a los ojos |
de la fe, más allá de lo
que entendemos por esta vida, |
transformada, la vida
sigue. |
SOMOS FUTURO |
COMPRENDER LA MUERTE |
CASALS, MÚSICO CRISTIANO |
NEWMAN, POETA |
«YO TUVE UN SUEÑO» |
LA POESÍA DE ERNESTO
CARDENAL |
GABRIEL MARCEL: LA MUERTE, |
LA EXISTENCIA |
JESÚS ES REY. ¿DE QUÉ
MANERA? |
1 (117) |
SOMOS FUTURO |
NACEMOS dos veces en la
vida. Una vez cuando nos se- |
paramos del seno materno y
otra cuando nos separamos del |
seno del mundo. Es decir:
en el momento de nacer y en el |
momento de morir. |
Por el nacimiento surge un
ser frágil |
amenazado claramente por
todas par- |
tes. La protección, el
cobijo y el hogar |
que le ofrecía la madre ya
no existen. |
El niño se encuentra
totalmente ex- |
puesto a los peligros del
exterior. Por |
primera vez rompe a llorar
la criatura |
entregada a la muerte.
Pero al mismo |
tiempo comienza el
peregrinaje mara- |
villoso de la relación
cósmica. La oscu- |
ridad se ilumina de luz;
el iris de los |
colores endulza la mirada;
las manos |
cariñosas suavizan el
temor; el amor |
circundante en vuelve al
ser. |
En la muerte ocurre algo
parecido, |
sólo que con mayor
radicalidad. El |
hombre se encuentra de
nuevo cons- |
treñido en su estrechez.
El ser humano |
padece, en cuanto abandona
el ámbito |
mundano que hasta entonces
era el |
h gar para su cuerpo y
para su alma. |
Al mismo tiempo, sin
embargo, se abre |
ante él la dimensión
profunda del |
universo. El hombre
"palpa" el fondo |
del fundamento del mundo,
se hace |
claramente presente al
cosmos. Su |
alma se libera de la
estrechez del con- |
texto opaco. Irrumpe en el
universo |
revelador de Dios y en una
vida total- |
mente transformada. |
La intuición del cielo |
El cielo supera de tal
forma nuestras |
categorías, que casi
únicamente pode- |
mos decir lo que no es.
Sólo se nos ha |
revelado de él lo
suficiente para que |
no desfallezcamos en la
espera. Pero |
sabemos algo con absoluta
seguridad: |
el cielo es plena
consumación, pleno |
acabamiento y perfección.
Así el hom- |
bre intuye y vislumbra el
cielo como |
2 (118) |
felicidad ilimitada, como
el punto cén- |
trico que da pleno sentido
a todas las |
cosas. Si queremos pues
responder a |
lo que es el cielo, hemos
de saber en |
qué sentido nuestra vida
busca espon- |
táneamente su plena
consumación, su |
completez, para luego
extraer hasta lo |
infinito esta tendencia,
hasta la felici- |
dad sin límite. Pero aun
así consegui- |
mos tener una idea muy
lejana de lo |
que es el cielo. |
El cielo, esencia |
de toda |
nuestra esperanza |
¿Qué conseguimos
vislumbrar pro- |
yectando al cielo las
experiencias pro- |
fundas de nuestra vida en
la tierra? |
Surge ante nosotros un
mundo en su |
pleno crecimiento y
expansión. Un |
mundo que tiene por fin la
participa- |
ción con Dios en todo el
proceso de su |
evolución, ya que toda la
vida, todo |
sentimiento, todo lo que
existe en el |
mundo ―desde la
materia hasta el |
espíritu, pasando por los
organismos― |
llegará a integrarse en la
felicidad in- |
finita de Dios. |
La revelación nos va dando
una |
serie de imágenes para
expresar de |
un modo sencillo la
felicidad eterna e |
infinita de este estado de
gracia: noso- |
tros queremos ser un dios
y Dios se |
hace un niño para
nosotros; con Cristo |
los justos se sentarán en
el trono de |
Dios; desde allí reinarán
sobre la Tie- |
rra, resplandecerán como
sol: Dios les |
dará el lucero del alba...
Todas estas |
son imágenes de felicidad,
de pureza, |
de claridad, de vitalidad.
Imágenes |
que incluso el hombre más
sencillo |
entiende y que, sin
embargo, superan |
con su simbolismo profundo
todo lo |
que se puede decir. ¿Cuál
es el sabio, |
el teólogo, que ha podido
exponer en |
todo su valor el
significado de estas |
imágenes: rentarse en el
trono de Dios, |
gobernar el mundo,
resplandecer como |
el sol y la luz, coronarse
de gloria, |
alcanzar el resplandor del
primer lu- |
cero de la mañana...? |
¿Qué nos promete Cristo? A
una |
samaritana, agua; al
pueblo, pan: a los |
pescadores, una red llena
de peces; a |
los negociantes, perlas
preciosas; al |
campesino, cosechas
abundantes; a |
todos nosotros, sabiduría,
inteligencia |
y toda suerte de auxilio.
El Apocalipsis |
hace resplandecer todos
los colores |
del mundo, hace centellear
las piedras |
preciosas, hace vibrar las
voces del |
universo y entonar a los
hombres can- |
tos de júbilo y triunfo.
El aire se llena |
de fragancia, los objetos
sensibles res- |
plandecen como el oro.
Montado en un |
caballo rojo y acompañado
de un ejér- |
cito de jinetes aparece
Aquél que es |
la verdad. Su nombre es:
"Verbo de |
Dios", "Rey de
reyes". Lleva el manto |
manchado de sangre: en un
último |
combate ha conseguido
salvarnos para |
que nuestro ser consiga su
plenitud. |
Ahora se celebran las
bodas del Cor- |
dero, y se oye una voz
desde el cielo: |
«Voy a hacer del vencedor
una colum- |
na del templo de mi Dios Y
nunca más |
podrá perder su sitio».
Ser "columna" |
en el templo de Dios
significa construir |
y soportar el mundo en la
tranquilidad |
y en la seguridad de una
existencia |
infinita que goza de
eterna, inmarce- |
sible vitalidad. |
3 (119) |
La vida eterna |
es la unión con Dios |
Jesús cuando describe la
vida eterna |
la presenta como una unión
con Dios. |
«Quien me ama que guarde
mis man- |
damientos. Y mi Padre le
amará y a |
él vendremos y haremos en
él nuestra |
morada». «Vosotros os
sentaréis a mi |
mesa para comer y beber
conmigo en |
mi reino». «Mira que estoy
a la puerta |
y llamo; si alguno oye mi
voz y me |
abre la puerta, entraré en
su casa y |
cenaré con él y él
conmigo. Al vence- |
dor le concederé sentarse
conmigo en |
mi trono como yo también
vencí y me |
senté con mi Padre en su
trono». Dios |
será mi tú eterno. |
Pero olvidando estas
palabras, in- |
tentemos penetrar en el
misterio que |
se encierra en la plegaria
de Jesús en |
la última cena: |
Padre justo, el mundo no
te ha |
conocido, pero yo te he
conocido |
y éstos han conocido que
tú me |
has enviado. Yo les he
dado a |
conocer tu nombre y se lo
segui- |
ré dando a conocer, para
que el |
amor con que tú me has
amado |
esté en ellos y yo esté
también |
en ellos. |
Este amor de Dios se
convertirá para |
nosotros, en el cielo, en
ser eterno. |
Resulta imposible expresar
lo que esto |
representa de intensidad
creciente en |
el ser, de iluminación de
la existencia. |
Si somos inmortales por
naturaleza, si |
el mundo despierta en
nosotros, y de |
qué manera, el ser de la
resurrección, |
son cuestiones de poca
importancia a |
fin de cuentas. Lo que
verdaderamente |
importa es que amemos a
Dios y que |
Dios nos ame. Su amor es
infinito y lo |
abarca todo. Su amor se
convierte en |
nuestro propio ser de un
modo expe- |
rimentable, real y para
siempre. |
Testigos de la |
resurrección para traer |
la alegría al mundo |
La resurrección de Cristo
ha signi- |
ficado el inicio de los
últimos tiem- |
pos". Para que
podamos perseverar |
fielmente en esta vocación
del amor |
de Dios, debemos vivir ya
desde ahora |
como si estuviéramos en el
cielo. Este |
es nuestro destino y
nuestra misión. |
El Dios hecho hombre nos
prometió la |
vida bajo los distintos
apelativos de |
reino de los cielos, la
tierra de los |
vivientes, el consuelo
completo, la ple- |
nitud de nuestros deseos,
la misericor- |
dia infinita, la
participación sustancial |
con Dios. Nos indicó
también el cami- |
no que debíamos seguir
para alcanzar |
estas promesas: despego de
nosotros |
mismos, dulzura, hambre y
sed de |
justicia, acción
pacificadora. Virtudes |
que son propiedades
esenciales del |
amor, por el que el hombre
se encuen- |
tra a sí mismo en cuanto,
olvidándose, |
abnegándose, se entrega a
los demás. |
Llegamos, con esto, al
final de nues- |
tras consideraciones sobre
el futuro |
del ser terreno. Todas
nuestras refle- |
xiones han desembocado en
la alegría |
de Dios. El cristiano
habrá de traer |
esta amable y silenciosa
alegría a un |
mundo que tan poco sabe de
verdade- |
ras alegrías y sabe tanto
de dolor. |
Ladislaus Boros. |
4 (120) |
Comprender la muerte |
No me cierren los ojos |
aún después de muerto, |
los necesitare aun para
aprender, |
para mirar y comprender la
muerte. |
Pablo Neruda |
¿NERUDA, que murió de
dolor, viendo cómo se luchaba por el pan de |
los pobres «disputado a
las ratas», cuando «había muerto la verdad, |
de ambigüedad o de
violencia», llegó a comprender la muerte? La |
muerte y la vida, en todo
caso, se comprenden la una por la otra. Imposible |
mirar la vida, sin
referirla a la muerte; imposible mirar la muerte sin sacar una |
filosofía para la vida.
Esta mirada despertará la angustia en Heidegger, trope- |
zará con el absurdo en
Sartre, descubrirá la esperanza en Marcel. |
Los cristianos no
solamente nos explicamos un extremo por el otro, sino |
que nuestra fe nos revela
que, en Cristo, la muerte es la vida, es renacer y es |
la resurrección. |
No es exacto decir que el
hombre mes un ser para la muertes. El mismo |
que ha pronunciado esta
fórmula (Heidegger) reconoce, sin embargo, que cada |
uno de nosotros nos
comportamos como si estuviéramos convencidos de nuestra |
inmortalidad. El hombre es
un ser para la vida. Lo más importante en el hom- |
bre no es que ha de morir,
sino que ha nacido, y que ha nacido para vivir. Pero |
la muerte, cierta,
inexorable, universal, sobre la vida del hombre, es un misterio |
terminal, aunque no el fin
de cada mortal. |
Todo lo fuerte, todo lo
grande, profundo y totalizador de la vida del hombre, |
está influido por el
pensamiento y por el concepto que éste tiene de la muerte. |
No solamente en los
filósofos. El hombre tiene un verdadero ideal cuando está |
dispuesto a morir (¡no a
matar!) por unas convicciones y propósitos que estima |
más que la propia vida. La
entrega, la exposición de la vida es la prueba máxi- |
ma de la sinceridad del
ideal profesado. |
El arte, ese añadido
espiritual humano al beneficio divino de la vida, también |
se dibuja, se destaca y se
hace resplandor y vibración de inteligencia y bondad, |
al contraluz de la muerte.
No queremos decir el mal llamado arte de relumbrón, |
pandereta y consumo, para
embotar, degenerar o enajenar el gusto, sino el arte |
que descubre y pone
belleza en la vida, porque es resplandor de alguna verdad |
que en ella se ilumina, El
arte contemporáneo es casi siempre mensaje sobre |
el fondo austero de la
muerte. ¿Cómo entender, sin este supuesto, el cine de |
Bergman, Buñuel, Visconti,
Mulligar...? ¿O el teatro de Fernando Arrabal? ¿O la |
narrativa de Mann, Bol...? |
5 (121) |
Parece como si, en la
misma medida en que multiplicamos las posibilidades |
consumidoras para todo lo
superficial e irrelevante, el espíritu de unos pocos, |
más lúcidos, más honestos,
más sensibles, más conscientes, no dejara de adver- |
tirnos, cuando se eleva a
la magnitud de heroísmo su entereza que no sólo no |
Me resigna a ser absorbida
por la mediocridad humana, digestiva, sensual, y no |
pensante, sino que les
duele esta humanidad hermana, distraída, obcecada, |
engañada que, a lo sumo,
busca aquietar su mala conciencia, con el esfuerzo por |
olvidar lo verdaderamente
bueno, justo y bello, o más astuta lo comercializa, |
o lo convierte
perezosamente en espectáculo. No digamos de los héroes de la |
justicia, de los
verdaderos artistas, de los verdaderos creadores; hasta del justo |
cultivo y de la exaltación
y armonía de las fuerzas físicas, del deporte, ha hecho, |
hemos hecho un
espectáculo, un triste y borreguil espectáculo. Acaba de morir |
un deportista ejemplar,
Abebe Bikila, pero tendrá, para la mayoría, menos |
importancia el recuerdo de
la ejemplaridad de este excepcional atleta, que el |
semanal prurito
quinielista, o los rumores sobre los últimos fichajes, o el ascenso |
de un equipo favorito. |
Pan y circo. Y no verdad,
justicia, libertad y amor, belleza y pensamiento: |
Por eso no nos debe
extrañar demasiado, que sigan los escándalos de las gue- |
rras nunca acabadas,
desplazadas, cultivadas de aquí a allá, con paces hipocri- |
tizadas por los mismos
proveedores de las armas homicidas. |
Y por esto hemos de
agradecer que las voces de los jefes religiosos del |
mundo, la de los hombres
insignes y relativamente más libres por el prestigio |
de su saber o de su arte,
no se encierren en su independencia o en su gloria, y |
digan palabras y adopten
actitudes que sean aviso y testimonio para la humani- |
dad. Cuando estos hombres
mueren, o son perseguidos, o han dado a su vida |
la fuerza de un signo al
servicio de un ideal para una humanidad mejor, nos |
renace la esperanza de
poder comprender mejor la vida y la muerte. |
Estos hombres serán
inmortales, no con la fama póstuma ambicionada |
estoicamente por los
héroes clásicos y renacentistas, sino porque han dejado |
algo que no puede perecer,
que ha de ser recogido, agradecido, guardado y |
sembrado en la vida de los
que todavía caminamos. Sus nombres no serán |
decoración de la historia.
No se trata de encandilarnos contemplando soles de |
gloria, sino de
iluminarnos con semillas de luz, con el don que en ellos había |
de verdad y de ejemplo.
Como espectáculo no nos puede interesar la vida de |
nadie ―sólo puede
distraernos―; como herencia espiritual y humana, siempre. |
Un escritor chileno, a
propósito de Neruda ―podría servir para epitafio de |
otros― ha dicho:
«Que no descanse en paz. Que sea una oscura lucha contra |
la tierra. Para que un día
amanezca su flor, o su verde canto, o su estrella...» |
Los nombres de los que se
mueren no se pierden. No se ha perdido el |
nombre de Cristo, ni el de
los mártires, ni se pierde el de los hombres a quienes |
la humanidad no ha sido
indiferente. No se van con el viento de otoño como las |
hojas de los árboles: un
remolino de luz los eleva, y son las constelaciones que |
permanecen encendidas
sobre los caminos de los hombres: Allende, Neruda, |
Casals, Marcel, Bikila y
las cenizas removidas del sepulcro, ahora abierto, de |
Jan Polach... |
6 (122) |
CASALS |
MÚSICO CRISTIANO |
El temario predilecto de
sus composiciones fue: |
la Encarnación de Cristo,
las alabanzas a la Virgen |
y el canto a la Paz |
Después de Dios, lo
primero es el arte |
FALLA |
LA MÚSICA tiene, en el
transcurso del año natural, dos momentos que le son |
especialmente propicios:
la primavera, caracterizada por el renacer de la |
hermosura que convierte en
himno el despertar de la naturaleza, y esta esta- |
ción que estamos viviendo
en la que la Iglesia, al celebrar la fiesta de santa |
Cecilia, nos ofrece un
símbolo de esta primavera hacia adentro, descubridora de |
armonías. Dicen que los
países de largos inviernos son los de más temperamento |
musical, porque la
necesidad de volver los ojos hacia los paisajes del alma, al apagarse |
la esplendidez de los
exteriores, incita a descubrir y a cultivar, desde "la soledad |
sonora del espíritu, desde
otro universo más profundo, un amanecer que supera en |
hermosura el cromático de
las luces que se convierte en canto trenzando melodías, o |
en acorde de paz que no se
puede revelar con palabras, o en estallido de entusiasmo |
que se concibe en la raíz
de la música callada", primera de todas porque es la del |
espíritu. «La música,
decía Casals, nace del alma; si no, no es música». |
Noviembre y santa Cecilia
evocan la música. Tierras adentro, se apaga el resplan- |
dor de la naturaleza. El
frio desnuda y pone silencio a las cosas sensibles. Y entonces |
es más fácil la
interiorización hasta dar con el manantial de armonías en el cauce del |
recogimiento. En este
sentido, la música también es una ascética, y los grandes músicos |
son, a la vez, grandes
espirituales. |
La Iglesia ha amado la
música, no porque sea un adorno de la palabra, ni una |
posible solemnización del
rito, sino, principalmente, porque es un elemento espiri- |
tualizador, unificador,
pacificador de los corazones, porque eleva el espíritu. Cuando |
ha tropezado con
dificultades para encontrar forma, musicales de expresión que |
pudieran convenirle, ha
sido porque no se ha tenido en cuenta esta distinción, o se |
ha carecido de capacidad,
educación y gusto para discernirla. En esta época en que |
anda tras la búsqueda de
nuevas formas y estilos, en el afán de renovación que le |
impulsa, cuenta con la
exquisita, sencilla y riquísima tradición del pasado que cris- |
talizó en el llamado
"canto gregoriano", y cuenta con el ejemplo de músicos, como Pau |
Casals, para los que la
música fue una vocación, un medio de espiritualización y un |
apostolado. «Todos y cada
uno de nosotros ha recibido un don ―afirmaba mirando |
hacia arriba, en tono de
agradecida reverencia―: todos y cada uno de nosotros es lo |
7 (123) |
que ha recibido: un don es
una palabra maravillosa: es algo que nos ha sido dado y |
que tenemos el deber, cada
uno de hacer florecer, dedicándole la propia conciencia, |
la vida entera». |
Pasado ya a la historia
como el más grande violoncelista del mundo, como com- |
positor excelente e como
magnifico director. A nosotros nos llama, especialmente, la |
atención, por su actitud
artística cristiana. Para ello sólo nos fijamos en el temario que |
ha servido de banca las
mejores y más famosas de sus composiciones (Cristo, la Virgen, |
la Paz), ni en el hecho
significativo de que hubiese elegido, en la mayoría de ocasiones, |
y para sus mejores
conciertos, el recinto de los templos, sino el amor que, a través de |
la música, manifestó a los
hombres. Sus primeras ganancias como gran concertista |
―allá por el año
1925―, las dedica a la fundación de una entidad ―Asociació Obrera |
de Concerts―, que
adquirió gran difusión, con la finalidad de que los más sencillos |
entre el pueblo pudieran
participar del beneficio cultural y espiritual de la música, |
porque precisamente el
pueblo es el que más la necesita, el que más se la merece y |
porque le prepara para el
gozo y la convivencia universal en la paz. «Cuanto más |
pesado es el trabajo del
hombre, más necesaria le es la confortación de la música», |
solía repetir. |
Es subido que su máxima
obra, «El Pessebre», estrenada en Acapulco en 1960 y |
luego ofrecida en multitud
de audiciones a través del mundo, fue compuesta como un |
mensaje de paz y para
dedicar todos los ingresos que proporcionara para los fondos de |
promoción mundial de la
paz. Al referirse a este oratorio musical, decía que su deseo |
era que, aun después de
muerto, se recordara que lo había compuesto y dedicado, en |
especial, a sus colegas,
los músicos, para pedirles que pusieran la pureza de su arte al |
servicio de la humanidad,
en el esfuerzo para unir los pueblos del mundo con vínculos |
de fraternidad). |
En efecto, la música, el
más espiritual de todas las artes, tal vez sea también la más |
universal de las
expresiones comunicativas, que no necesita de traducción para ver |
ofrecida y aceptada, y,
cuando sale de un hombre como elocuencia de sus más puros |
sentimientos, es para
pertenecer a todos los demás hermanándolos. La música, la ver- |
dadera música, que no es
el ruido de las cosas que se rompen, sino el sonido de las cali- |
dades que vibran en la
creación y que el artista adivina, recoge, para que estas vibra- |
ciones esenciales y
armonizadas anden y corran y salten y vuelen con pasos de ritmo, |
con alas de tiempo.
«Cuando uno se detiene a contemplar la maravillosa diversificación |
del universo, y sobre todo
el milagroso mundo que cada uno lleva dentro de sí, ¿cómo |
puede el hombre resistir a
pensar que existe algo más grande que uno mismo?», de- |
cía, refiriéndose a Dios. |
U Thant, en las Naciones
Unidas le dijo: «Usted ha consagrado su vida a la verdad, |
a la belleza y a la paz..
El novelista Thomas Mann le admiraba #porque había logrado |
armonizar el arte y la
moral». Albert Schweitzer, que participaba de los mismos cri- |
terios que Casals sobre la
paz y la guerra, había expresado: «Casals es un músico de |
tan extraordinaria medida
porque, ante todo, es un hombre extraordinario». En efecto, |
Pau Casals escribía hace
algún tiempo a uno de sus mayores amigos: «Siento más que |
nunca mi responsabilidad
como ser humano y como músico, y hago todo lo posible |
para dar el máximo de mí
mismo y sacar provecho de la experiencia que Dios me ha |
concedido». |
En tiempo de la
presidencia de Kennedy, éste le dijo al finalizar un concierto |
en la Casa Blanca: Usted
ha conseguido que todos, al oírle, nos sintiéramos un poco |
más humildes, Casals
acababa de tocar la sencilla melodía del «Cant dels |
ocells». La misma que han
repetido los músicos que le han acompañado al llevarlo |
a enterrar. |
8 (124) |
NEWMAN, POETA |
Varias de sus
composiciones líricas figuran |
en los himnarios
cristianos anglosajones. |
Pero la obra que le ha
dado mayor fama, |
como poeta, es «The dream
of Gerontius», |
para un "oratorio
musical". |
LA OBRA poética del
cardenal Newman ha sido acogida, posteriormente, |
no sólo por los católicos,
sino también por los demás cristianos, espe- |
cialmente los de lengua
inglesa: podemos encontrar poesías del gran |
convertido de Oxford en
los himnarios protestantes y oírlos cantar, todavía, en |
sus templos durante los
actos de culto. Sin irenismo alguno, podemos afirmar |
que Newman no es solamente
católico: literariamente es ya un clásico inglés, |
por su personalidad es un
genio, y, como los clásicos y los genios, pertenece a |
todos. Los mejores
protestantes de Inglaterra do esperaron a su muerte para |
estimarle, reconocerle y
respetarle como tal y por encima de sectarismos mi- |
serables. |
La cronología nos lleva a
situar a Newman, como literato, entre los ro- |
mánticos victorianos. Pero
el romanticismo de Newman ―como, desde otras |
perspectivas, el de
Manzoni― está impregnado no solamente de la fe cristiana, |
sino de la serenidad sin
comparación posible si, por ejemplo con el tema de la |
muerte, trasladáramos
nuestro oído al Byron inglés, al compatriota de Manzoni, |
Fóscolo, o a nuestro
desesperado hispánico, Espronceda. |
En Newman escribe un
cristiano, en este "sueño", el drama de la muerte, |
Y si bien le es imposible
disimular la transparencia helénica bebida en las |
aguas de la armonía de la
dicción clásica, no encontramos ningún alarde de |
erudición pagana, ni
resquicios por donde se filtren esteticismos o concesiones |
para la mitología. Es la
fe que desarrolla, desde la vida, para más allá de la |
vida, con los datos de la
revelación, lo que supera la existencialidad terrena, |
resplandor magnificado de
un "segundo nacimiento" ―the quickening ray, |
Lit from his second
birth―. |
El protagonista no es
ningún héroe mítico, ni mitificado; es un anciano |
―¿hace falta decir
que el mismo Newman?― marcado con la fe de Cristo, |
cargado con el peso de las
debilidades humanas, pero no un hombre perdido |
o desesperado; un hombre
que sale de este mundo temporal, sin estoicismos |
9 (125) |
transformados de fortaleza
postiza, que clama humilde, sinceramente: «Líbrame, |
Señor, de la muerte...» |
El poema no pretende
ninguna finalidad apologética; es una meditación de |
la muerte para ser leída u
oída por creyentes, una meditación esperanzada y |
sobrenatural por
consiguiente. El diálogo, arquitecturado con sencillez sobre |
verdades reveladas, se
desenvuelve diáfanamente en forma teatral, representa- |
ble, y se presta al
revestimiento de la composición musical que conocemos con |
el nombre de
"oratorio". En 1885, con ocasión de los Festivales de Birmingham, |
el compositor checo
Antonin Dvorak, que conocía la traducción alemana del |
poema, estuvo a visitar al
cardenal Newman en el Oratorio, y deseaba poner |
música a la obra. Es
posible que no se decidiera finalmente a ello porque le |
faltaba conocimiento más
profundo del idioma inglés, a pesar de haber realizado |
algunos viajes a las islas
con motivo de dirigir algunas de sus obras; otra cosa |
hubiera sido diez años más
tarde, de regreso de su estancia de tres años en |
Nueva York, al frente del
Conservatorio de Música. El poema de Newman fue |
musicado por el compositor
inglés Edward Elgar, sin contar composiciones |
parciales, algunas
meritísimas, de otros músicos que eligieron fragmentos del |
poema. El oratorio musical
«The dream of Gerontius», de Edward Elgar, fue |
estrenado en los
Festivales de Birmingham, en el otoño de 1900. Este composi- |
tor coincide con la
corriente haendeliana y mendelssohniana, y es el primero |
que pasa a Europa con
personalidad inglesa, superando el influjo germano de |
otros compositores
británicos contemporáneos. |
El romanticismo, en muchas
partes, fue, antes que una revalorización de lo |
genuino y nacional, una
asimilación de colonizaciones sentimentales, estéticas, |
ideológicas ―música,
literatura, política...―, hasta que fue posible, a los pue- |
blos y culturas
nacionales, encontrarse a sí mismos. Elgar, seguido luego por |
Waugan Williams,
representa la creatividad de este encuentro, definido, en |
cada pueblo europeo que lo
consiguió, con la denominación de "nacionalismo |
musical", que no es
el romanticismo mismo, sino más bien su producto, en lo |
que a música se refiere.
Por esto, en último término, fue mejor que el poema |
de Newman fuese llevado al
pentagrama por otro inglés, que por un checo |
aunque fuese más tarde el
autor de La Sinfonía del Nuevo Mundo. |
Cuando se lee, o cuando se
oiga el poema de Newman será oportuno re- |
cordar, como con su
Apología y los escritos autobiográficos, que El sueño de |
Geroncio, pertenece a la
vida del autor, a pesar de la parábola. Lo cual, por lo |
demás, aunque menos
estrictamente, cabría decirlo del resto de su obra, como |
de la obra de todo autor. |
Por este poema Newman ha
sido comparado a Milton, a Shakespeare, a |
Jorge Manrique, a Dante, a
Calderón... Pero Newman no pretendió para él |
mismo grandiosidad alguna;
lo escribió casi de un tirón, poco después ―lo |
cual sí es
significativo― de concluir su Apología. La simplicidad ornamental, |
la sinceridad fervorosa y
serena, sin tiempo para ser estudiadas, fluyeron |
espontáneamente. |
Damos, aquí, la
traducción, necesariamente imperfecta, de unos pocos de |
sus versos. |
10 (126) |
«Yo tuve un sueño» |
Caí en el sueño: ahora
siento alivio, |
una consolación inusitada: |
la sensación inexpresable |
de agilidad y de un
sentido amplio |
de libertad, como
extensión vital de mi |
jamás me sucedió antes de
ahora. |
¡Cuánto silencio! |
Ya no percibo el afanoso
golpear del tiempo, |
ni el jadeante respirar
del pecho, |
ni el martilleo de mi
pulso: |
ni diferencias en la
sucesión |
de los momentos. |
Yo tuve un sueño, sí. |
Con suavidad dijeron a mi
lado: |
«Acaba de partir; se ha
ido». |
Y el eco de un suspiro
recorrió la alcoba. |
Distintamente oí la voz
del sacerdote, |
fue un grito:
«Subvenite!»; |
y los presentes se
pusieron de rodillas |
en oración. |
Parece que los oigo
todavía; |
susurros débiles y quedos,
desmayos, |
que se pierden en
intervalos |
indefinidamente dilatados. |
¿De dónde es eso? |
¿Esta separación, qué es? |
Una invasión de soledad,
desde el silencio, |
en lo muy hondo de la
esencia de mi alma. |
Y la profundidad más
reposada, |
calmada y dulce, |
no excluye la dureza y el
dolor, |
al remontar, mis
pensamientos, a su origen, |
por una rara introversión, |
forzándome a nutrirme de
mí mismo, |
porque no tengo nada
más... |
Mas, ¿estoy vivo o estoy
muerto? |
No, no estoy muerto: |
sigo en el cuerpo
todavía... |
Sin conocer cuál sea mi
postura, |
11 (127) |
de pie o echado, en un
sitial o de rodillas. |
Tan solamente sé, sin
saber cómo, |
que la amplitud del
universo, mi morada, me abandona, |
o le abandono yo, acaso... |
Y este prodigio: hay
alguien que me tiene protegido |
en el cobijo de su inmensa
mano: |
no es asimiento |
como en la tierra: |
es envolverme en derredor,
enteramente, |
toda la sutileza de mi
ser, |
igual como se aguanta una
esfera, |
y su presión amable y
uniforme, |
me indica que me llevan,
sin mis fuerzas, |
hacia adelante, sobre mi
camino. |
Pero, ¡escuchad! |
Oigo canciones. |
En calma todavía, |
no encuentro la manera de
expresar |
si oigo, gusto o palpo |
tonalidades de la música. |
¡Oh, cuán subyugadora
melodía |
invade el corazón!... |
...Rápidamente el rayo: |
que se encendió con su
segundo nacimiento, |
le hace volver al ser que
antes tuyo: |
y el cielo brota de la
misma tierra. |
¡Te digo adiós, querido
hermano, |
pero no para siempre! |
Sé valeroso, sé paciente |
cuando el dolor te abata
sobre el lecho: |
la noche de la prueba
pasará rápidamente, |
y volveré a despertarte
cuando llegue la mañana, |
Cerca de Birmingham, en
Rendal, hay una pequeña posesión de los Padres |
del Oratorio: una casita,
una capilla y el cementerio de la Congregación, y en le |
cementerio la sepultura de
Newman, cubierta de césped, sin más adorno que |
una cruz. Simplicidad,
silencio y paz para pensar: «por la cruz a la luz», «desde |
el mundo de las sombras y
de los símbolos hacia la verdad», y desde la tierra |
al cielos, como en el
poema: «and heaven grows out of earth», y el cielo brota |
de la tierra... |
R. Mas |
12 (128) |
LA POESÍA DE ERNESTO |
CARDENAL |
El sacerdote y poeta
nicaragüense Ernesto Cardenal Mar- |
tinez, conocido en todo el
mundo por el testimonio de su |
vida y por sus cantos
religiosos, que han sido comparados |
a los del profeta David
(cuyos salmos ha intentado tra- |
ducir en lenguaje e imagen
contemporáneos), también es |
conocido en España por la
referencia positiva que le ha |
dedicado la mejor prensa
de información, así como la |
cristiana y la sacerdotal
(valgan los ejemplos de LA VANGUARDIA, [1] |
de VIDA NUEVA, de
ILUSTRACIÓN DEL |
CLERO...) |
La poesía de Cardenal,
sencilla, limpia y purificada de |
triunfalismos y de
arqueologías, ha sido aceptada en los |
ambientes más cultos e
interesados en una renovación |
espiritual sinceramente
evangélica, también en lo social. |
Ernesto Cardenal nació en
1925; estudió en México y en |
Estados Unidos, fue
discípulo de Thomas Merton; ha |
publicado libros y ha dado
diversas conferencias y recita- |
les en varias
universidades. Aunque nicaragüense, no fue |
partidario de la dinastía
de los Somoza ni ha sido visto |
con buenos ojos por los
amigos de ésta. |
Reproducimos un artículo
de José M. Sala, aparecido en |
LA VANGUARDIA, de
Barcelona, el 2 de diciembre 1971. |
En otra ocasión le
dedicaremos más amplio espacio. |
ENTRAR en discusión sobre
la calidad de literaturas tan variadas y tan apo- |
yadas en un contexto
histórico lleno de interés como las de Hispanoamé- |
rica o, según hacen
algunos, comparar sus logros con los de la literatura |
peninsular, nos parece
absurdo y desmedido. Un español, preocupado por la |
poesía, no puede
desconocer a Rubén Darío, ni tampoco ya a Coronel Urtecho |
y Pablo Antonio Cuadra. A
esta breve nómina de poetas nicaragüenses por su |
origen y españoles por su
lengua y validez, creo que habrá de añadirse a |
Ernesto Cardenal. |
¡Babel armada de bombas! |
¡Bienaventurado el que
coja a tus niños |
―las criaturas de
tus laboratorios― |
y los estrelle contra una
roca! |
Ernesto Cardenal |
Por esto los Salmos de
Cardenal invocan a un Dios de la verdad. Y a las |
futuras Hiroshima, a la
Máquina omnipotente, a las sociedades acéfalas e inhu- |
13 (129) |
manas, opone un Dios de la
libertad, el Dios sencillo que ha llevado al poeta |
nicaragüense a su airada
contemplación y a retirarse en el archipiélago de |
Solentiname. Aquel segundo
paraíso que para Daniel Boone fue Kentucky huele |
hoy a fenol. |
Pero, profeta y juez
(Cardenal nos recuerda en ciertos momentos a León |
Felipe), el poeta pasa
también, como diablo cojuelo, por la cómoda habitación |
del teleadicto, mira los
neones publicitarios de las grandes ciudades y reza, por |
Marilyn Monroe, una de sus
oraciones: |
Pero el templo no son los
estudios de la 20th Century Fox. |
El templo ―de mármol
y oro― es el templo de su cuerpo |
en el que está el Hijo del
Hombre con un látigo en la mano |
expulsando a los
mercaderes de la 20th Century Fox |
que hicieron de Tu casa de
oración una cueva de ladrones. |
Cardenal, a la manera de
tantos otros poetas hispanoamericanos, nos habla |
de su país, Nicaragua,
colonizado, de la realidad de su tierra y del que fuera su |
dictador, Somoza, para
luego ―en «El estrecho dudoso (1967) y Homenaje a |
los indios americanos»
(1969)― remontarme a los primeros conquistadores y a |
la América precolombina,
cuando los incas ni conocían la pobreza ni el dinero, |
cuando |
«La verdad religiosa y la
verdad política |
eran para el pueblo una
misma verdad». |
Ernesto Cardenal,
sacerdote de una religión de justicia, desde su aislado |
pero no lejano
Solentiname, nos habla con palabras de hoy, y si poesía toma |
el pulso a nuestra
realidad, la ausculta y diagnostica sus enfermedades. Sepá- |
moslo. |
Jamás (antes do este gran
dolor) me había dado |
cuenta de que soy inmortal
y, al mismo tiempo, que |
he de morir oía los gritos
de los niños asesinados |
en Belén, mezclados con un
lamento que nadie más |
percibía me llegaba el
Aliento de las fieras destro- |
zando los cuerpos de los
primeros mártires, como si |
sus garras se clavaran en
mi carne: y el sabor sa- |
lado del mar sofocaba mi
garganta con amarguras |
profundísimas como
barreras que rompían las olas |
del dolor.. Eran paisajes
que antes no había visto. |
Heinrich Boll |
14 (130) |
ENTRE LA FILOSOFÍA Y LA
MÍSTICA: |
Gabriel Marcel: |
la muerte, la existencia |
SE DICE que los jóvenes
mueren en primavera ―¿fue por eso, hace cinco |
años, que llamaron
"primavera de Praga" a la que costó el tributo de |
tantas vidas
jóvenes?―, los adultos preferentemente en otoño, como |
estas hojas que se caen de
los árboles. No faltan los vendavales de las guerras |
en todo el año, que cerca
o lejos, arrancan de la vida a tantos miserables y a |
tantos inocentes. Pero
este otoño, casi de manera precoz, nos ha traído la |
noticia de todo un racimo
de nombres de hombres significativos, que han |
muerto: son
representativos de algunos de los ideales de nuestra humanidad |
doliente. Nosotros nos
acercamos a Gabriel Marcel el existencialista cristiano. |
Filósofo de la muerte y de
la vida, y por eso de la esperanza. Él nos habla de |
la muerte, no como de un
muro que nos cierra todos los caminos, sino como |
la puerta de apertura a lo
Absoluto, más allá de nosotros ―más allá de "cada |
uno" ― para
consumar el gran nosotros" en el "Tú" inmenso de Dios. |
El hombre no puede evitar
enfrentarse |
con la muerte. Su
ineluctabilidad esta |
profundamente trabada en
nuestra con- |
ciencia. Encerrados y
abandonados a |
nosotros mismos,
acabaríamos fatalmente |
en la desesperación. La
desesperación de |
vivir desembocaría en el
suicidio. Sería |
una triste prerrogativa
del único ser inte- |
ligente ―del único
que "sabe" que ha de |
morir―, ésta de ser
también el único |
capaz de la mayor
negación: la de trun- |
car la propia existencia.
Los demás seres |
del mundo animal buscan
siempre la |
vida y tienden a escapar,
como sea, de la |
muerte. |
Pero es una evidencia
generalizada que |
el hombre normal siente
una repugnancia, |
un horror profundo por el
suicidio, por- |
que subsiste en nosotros,
dice Marcel |
algo verdaderamente
"positivo" que, |
afirmándose, se opone
resueltamente a |
la muerte. No, como diría
Sartre, para |
descubrirnos que estamos
"condenados |
a vivir", sino,
afirma Marcel ―interior a |
Sartre―, porque en
nosotros está una |
como constante
"invocación" ―convenci- |
miento, búsqueda,
esperanza...― proyec- |
tada hacia la
trascendencia, desde la raíz |
de nuestro mismo ser, de
nuestra propia |
existencia. |
15 (131) |
Gabriel Marcel, filósofo,
creyente, cri- |
stiano , finalmente
católico, en el itinerario |
de su pensamiento y de su
fe, no es un |
Apologista que reivindica
para el cris- |
tianismo la última moda
filosófica, el |
existencialismo. La
oportunidad estaría |
descartada desde el
precedente cristiano |
de Soren Kierkegaard, el
padre del exis- |
tencialismo. La mayor
difusión de las |
La verdad es una virtud |
trascendente que entra en |
todos los asuntos bien |
regulados y, según la |
diversidad de éstos, toma |
distintos títulos. |
En las escuelas se llama |
ciencia; en el hablar, |
veracidad; en las
costumbres, |
pureza; en la
conversación, |
sinceridad; en el obrar, |
rectitud; en el contratar, |
lealtad; en los tribunales
tiene |
el sublime título de
justicia. |
Ésta es la verdad del
Señor |
«que permanece para |
siempre». |
P. Pegneri |
obras de Paul Sartre, el
famoso humanis- |
ta de la negatividad y del
absurdo, es |
posterior. El primer
existencialismo fue |
cristiano, es decir,
surgió de planteamien- |
tos cristianos y mantuvo
―principalmente |
con Marcel― la
orientación hacia esta |
trascendencia religiosa. |
No obstante a Marcel no le
agradaba |
demasiado que le añadieran
el califica- |
tivo de
"cristiano" a su planteamiento |
filosófico. «El
existencialismo, decía, no |
es ni cristiano ni no
cristiano: aunque si |
la filosofía
existencialista auténtica se |
orienta necesariamente
hacia el cristia- |
nismo. En realidad, la
dramatización de |
la contingencia humana que
hace en su |
filosofía, no se opone a
la necesidad del |
ser divino, del ser
absoluto, del gran |
"Existente". Y
hay una llamada del hom- |
bre hacia la
trascendencia, hacia ese ser |
en plenitud, absoluto, que
es Dios. Como |
ser, el hombre se le
parece porque, aun |
cuando carece de
absolutidad, es, por la |
inmortalidad de su
vertiente espiritual, |
inagotable como existente;
está llamado |
a perdurar, a ser para
siempre. |
Luego, no solamente hay
que acercarse |
a esa existencia, sino que
hay que ante- |
poner su experiencia a
todo idealismo, a |
toda organización propia
de conceptos, |
restituyendo a la
experiencia humana |
todo su peso ontológico.
El ser, el existir, |
en una tensión
constantemente renovada |
―somos
inagotables― y creadora; una ten- |
sión entre ese yo real,
encarnado, que soy |
yo mismo, y ese inagotable
concreto", |
alcanzado por un
progresivo conocimien- |
to, incesantemente
purificado de arti- |
ficialidades, escorias,
rutinas, presiones |
sociales, prejuicios y
vanidades, mediante |
la fidelidad y la
libertad, que son los va- |
lores indispensables para
permanecer y |
para moverse en el ser y
desarrollarlo |
en la personalidad, en la
comunicación, |
desde el "yo"
personal hasta el gran |
"nosotros" de la
comunión existencial. |
16 (132) |
Dios estará en este
"nosotros", como meta |
―no panteísta―
de la simplificación y del |
enriquecimiento de la
existencia de todo |
ser personal. |
En su obra "Ser y
Tener" ―Être et |
Avoir, publicada en 1935:
Sartre publi- |
caría L'Être et le néant
en 1913―. |
Marcel parte de la
relación entre la propia |
existencia y la del mundo,
del "ser en el |
mundo", y descubre la
doble experiencia |
solidaria del cuerpo
proveído por algo más |
profundo y esencial, y la
pertenencia al |
mundo en el que se
encuentra la instru- |
mentalidad para la
existencia del hombre |
―de mi
existir―. Surge la tensión entre el |
"ser" y el
"tener", cuya oposición exige |
ver revuelta. El
afrontamiento ―no la in- |
hibición― en el que
nos coloca Marcel, nos |
puede llevar no sólo u
planteamientos |
personales y ascéticos,
sino a deducciones |
de ética social y de
política. En él se |
recogen y de él se derivan
varios de los |
modos y actitudes
contemporáneas positi- |
vas de inspiración
renovadora, espiritual, |
esperanzada, de proyección
social, cultu- |
ral, religiosa. |
Ser y tener, de manera que
el ser no |
depende de la posesión, ni
se limite a |
ella, porque acabaría
absorbido, disuelto |
en lo mismo proveído y,
finalmente, des- |
plazado, suprimido. Por
eso debe inter- |
venir la fuerza del amor,
para dominar, |
en la dinámica del bien,
el objeto, y |
convertirlo no en tropiezo
y dependencia, |
sino en ocasión material
de creación. El |
ser no se realiza, no
madura su existencia, |
con sólo tener, u
objetizar o contemplar |
el mundo. El mundo no se
nos ofrece |
como un espectáculo o como
una teoría |
de objetos coleccionables.
El mundo no es |
para ser poseído, para ser
contado, para |
ser contemplado. Para que
crezcamos en |
él, con él, es necesario
superar el egoísmo, |
el miedo, la pereza: es
necesario el amor, |
como madurez de la
fidelidad, como di- |
rección de la esperanza,
como fuerza de |
la libertad: que es
subordinación de sí |
mismo una realidad
superior, como |
apertura la trascendencia,
una Pre- |
sencia y a un Tú, el Tú
absoluto, Dios... |
Solamente el amor
"nos realiza", supe- |
rando riesgos y nos
prepara para la gran |
comunión. |
No hemos intentado resumir
su doctri- |
na, ni hacer el panegírico
de Marcel. Sólo |
caminar un poco con su
pensamiento |
―¿filosófico,
místico?― porque ha servido |
a muchos para un lenguaje
de esperanza |
en esta humanidad de
búsqueda, de co- |
municación de existencias,
a pesar de los |
delirios que la retuercen. |
Es imposible imaginar una
conciencia que pueda |
afirmarse, decir
"yo", en medio de una soledad |
absoluta. Nadie piensa
jamás en sí mismo, sino |
pensando al mismo tiempo
en algo más. Es por |
esto que, en nuestras
individualidades, somos, cada |
uno, personas, es decir,
conciencia de nosotros |
mismos, implicando el
apercibimiento de la infinita |
realidad en la cual nos
encontramos sumergidos, y |
que hace de cada uno de
nosotros una unidad y un |
centro.― P. LUCIEN
LABERTONNIÈRE, C. O. |
17 (133) |
JESUS ES REY |
¿De qué manera? |
COMO cubierta que cierra
el libro de la: liturgias del presente ciclo, oire- |
mos, antes de iniciar el
camino expectante hacia Navidad, este diálogo |
entre Pilato y Cristo, que
relata el evangelio de san Juan (18, 33-37): |
―¿Eres tú el rey de
los judíos? |
― ¿Dices esto por tu
cuenta o le lo han dicho otros de mí? |
― ¿Acaso soy yo
judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han |
entregado a mí: ¿Qué has
hecho? |
Mi reino no es de este
mundo. Si mi reino fuera de este |
mundo, mi guardia habría
luchado para que no cayera en |
manos de los judíos. Pero
mi reino no es de aquí. |
Conque, ¿tú eres rey? |
―Tú lo dices: Soy
rey. Yo para esto be nacido y para esto |
he venido al mundo; para
ser testigo de la verdad. Todo |
el que es de la verdad,
escucha mi voz. |
Jesús, testigo de la
Verdad, está ante un tribunal político, el de Roma. |
La política pretende
juzgar a la Verdad. No. En realidad será la política la |
que comparecerá ante el
tribunal de la Verdad. |
Nos encontramos en una de
las escenas claves de la Pasión, en la que Juan |
ve implicaciones
teológicas. Merece la pena detenerse en ella. |
En el acta de acusación
figuraba la pretensión de Jesús de ser rey. Esta |
pretensión constituye el
fondo del proceso. Pilato, quizá en actitud de burla o |
de desprecio, pregunta al
culpable (son las primeras palabras de Pilato a Jesús): |
¿Eres tú el rey de los
judíos? Esta pregunta constituirá, en definitiva, el motivo |
de la condena. Jesús, que
no acepta la pregunta como burla, sino en todo su |
realismo, pide una
aclaración. No se opondrá a la condena, pero pregunta, pues |
si es Pilato quien hace la
pregunta en tal caso se refiere a un rey político, que- |
riendo colocar a Jesús
entre tantos provocadores que habían surgido en la his- |
toria; pero si son los
jefes de los judíos los que preguntan (aunque no crean |
gran cosa en la pregunta)
entonces se trata de una realidad religiosa, mesiánica, |
de Jesús como «Rey de
Israel». Por ello dice a Pilato: ¿Es pregunta tuya o son |
otros los que me preguntan
por medio de ti? Pilato se ofende por la respuesta- |
18 (134) |
pregunta de Jesús. A él no
le interesa en absoluto el pueblo judío. Deja, pues, |
el problema judío de la
realeza de Jesús y baja al terreno de su competencia y, |
consciente de ser romano y
no judío, le dice: Tu gente y los sumos sacerdotes |
te han entregado a mí:
¿Qué has hecho?» Aunque le ofrece campo amplio para |
que le exponga su caso,
Jesús vuelve a la pregunta primera, porque quiere |
explicar la naturaleza de
su realeza, para obligar a Pilato a optar o por el mundo |
o por la verdad. La
respuesta va en forma negativa, lo que le hace aún más |
misteriosa para el pagano
Pilato: «Mi reino no es de aquí» (lo que indica que |
es de otra parte. El
lector cristiano conoce la respuesta, pero ni Pilato ni los |
judíos la conocían). Su
reino no es de este mundo (cfr. Jo 17, 11. 16). Jesús está |
en este mundo totalmente
desarmado y quiere seguir así siempre (también hoy). |
Pero Jesús no es claro
para Pilato. Lo único que entrevé es que mantiene |
todavía su pretensión de
ser rey. Pilato quiere una respuesta concreta, ya que |
en la acusación consta que
Jesús busca ser Rey, y le pregunta: «¿Eres Rey, si o |
no?» Jesús contesta
afirmativamente: «Tú lo dices» (haciéndose responsable así |
ante Pilato de su
pregunta), y le hace ver que ha nacido para ser Rey, pero por |
medio de la verdad. No es
Rey por herencia, no por las armas, sino por la Ver- |
dad, traída por El, en
calidad de Hijo de Dios, como Testigo (cfr. Jn 14, 6). EI |
es Rey y exige ser
reconocido como tal. Toda su vida adquiere sentido a partir |
de su realeza. |
Pero su reino no viene
impuesto por la fuerza, sino que es ofrecido a todo |
el que escuche su voz (10,
3) y quiera ser de la verdad, a todo el que ame (14. |
Jn 3, 18-19) y busque
incesantemente la verdad. El que no quiera escuchar su |
Voz no es de Dios (Jn 8,
47), sino de la mentira y se aparta automáticamente de |
Cristo. |
(Comentario de P. NÚNEZ
GOENAGA) |
La fe es una adhesión, |
un descubrimiento, |
un testimonio perpetuado. |
G. Marcel |
19 (135) |
A raíz del HORARIO DE
MISAS en |
nuestra Iglesia, aparecido
el mes |
pasado en este Boletín,
alguien |
nos ha sugerido la
conveniencia |
de establecer una misa
para los |
domingos y días festivos,
a la una |
del mediodía, y suprimir,
eventual- |
mente, la misa de las
diez. Antes |
de proceder a un cambio de
hora- |
rio desearíamos recoger |
más pareceres. |
LAUS |
Director: P. Ramón Mas,
C.O. - Edita e Imprime: Congregación del Oratorio |
Placeta de S. Felipe Neri,
1 - Apartado 182 - Albacete - D.L AB 103/62 - 14.11.73. |
20 (136) |
|