Boletín del Oratorio de Albacete
Núm. 117 NOVIEMBRE. Año 1973
SUMARIO
HAY un magisterio de la muerte de la muerte de los
que vemos morir y de la que inevitablemente nos
espera. Su lección es para la vida. Pero, a los ojos
de la fe, más allá de lo que entendemos por esta vida,
transformada, la vida sigue.
SOMOS FUTURO
COMPRENDER LA MUERTE
CASALS, MÚSICO CRISTIANO
NEWMAN, POETA
«YO TUVE UN SUEÑO»
LA POESÍA DE ERNESTO CARDENAL
GABRIEL MARCEL: LA MUERTE,
LA EXISTENCIA
JESÚS ES REY. ¿DE QUÉ MANERA?
1 (117)
SOMOS FUTURO
NACEMOS dos veces en la vida. Una vez cuando nos se-
paramos del seno materno y otra cuando nos separamos del
seno del mundo. Es decir: en el momento de nacer y en el
momento de morir.
Por el nacimiento surge un ser frágil
amenazado claramente por todas par-
tes. La protección, el cobijo y el hogar
que le ofrecía la madre ya no existen.
El niño se encuentra totalmente ex-
puesto a los peligros del exterior. Por
primera vez rompe a llorar la criatura
entregada a la muerte. Pero al mismo
tiempo comienza el peregrinaje mara-
villoso de la relación cósmica. La oscu-
ridad se ilumina de luz; el iris de los
colores endulza la mirada; las manos
cariñosas suavizan el temor; el amor
circundante en vuelve al ser.
En la muerte ocurre algo parecido,
sólo que con mayor radicalidad. El
hombre se encuentra de nuevo cons-
treñido en su estrechez. El ser humano
padece, en cuanto abandona el ámbito
mundano que hasta entonces era el
h gar para su cuerpo y para su alma.
Al mismo tiempo, sin embargo, se abre
ante él la dimensión profunda del
universo. El hombre "palpa" el fondo
del fundamento del mundo, se hace
claramente presente al cosmos. Su
alma se libera de la estrechez del con-
texto opaco. Irrumpe en el universo
revelador de Dios y en una vida total-
mente transformada.
La intuición del cielo
El cielo supera de tal forma nuestras
categorías, que casi únicamente pode-
mos decir lo que no es. Sólo se nos ha
revelado de él lo suficiente para que
no desfallezcamos en la espera. Pero
sabemos algo con absoluta seguridad:
el cielo es plena consumación, pleno
acabamiento y perfección. Así el hom-
bre intuye y vislumbra el cielo como
2 (118)
felicidad ilimitada, como el punto cén-
trico que da pleno sentido a todas las
cosas. Si queremos pues responder a
lo que es el cielo, hemos de saber en
qué sentido nuestra vida busca espon-
táneamente su plena consumación, su
completez, para luego extraer hasta lo
infinito esta tendencia, hasta la felici-
dad sin límite. Pero aun así consegui-
mos tener una idea muy lejana de lo
que es el cielo.
El cielo, esencia
de toda
nuestra esperanza
¿Qué conseguimos vislumbrar pro-
yectando al cielo las experiencias pro-
fundas de nuestra vida en la tierra?
Surge ante nosotros un mundo en su
pleno crecimiento y expansión. Un
mundo que tiene por fin la participa-
ción con Dios en todo el proceso de su
evolución, ya que toda la vida, todo
sentimiento, todo lo que existe en el
mundo ―desde la materia hasta el
espíritu, pasando por los organismos―
llegará a integrarse en la felicidad in-
finita de Dios.
La revelación nos va dando una
serie de imágenes para expresar de
un modo sencillo la felicidad eterna e
infinita de este estado de gracia: noso-
tros queremos ser un dios y Dios se
hace un niño para nosotros; con Cristo
los justos se sentarán en el trono de
Dios; desde allí reinarán sobre la Tie-
rra, resplandecerán como sol: Dios les
dará el lucero del alba... Todas estas
son imágenes de felicidad, de pureza,
de claridad, de vitalidad. Imágenes
que incluso el hombre más sencillo
entiende y que, sin embargo, superan
con su simbolismo profundo todo lo
que se puede decir. ¿Cuál es el sabio,
el teólogo, que ha podido exponer en
todo su valor el significado de estas
imágenes: rentarse en el trono de Dios,
gobernar el mundo, resplandecer como
el sol y la luz, coronarse de gloria,
alcanzar el resplandor del primer lu-
cero de la mañana...?
¿Qué nos promete Cristo? A una
samaritana, agua; al pueblo, pan: a los
pescadores, una red llena de peces; a
los negociantes, perlas preciosas; al
campesino, cosechas abundantes; a
todos nosotros, sabiduría, inteligencia
y toda suerte de auxilio. El Apocalipsis
hace resplandecer todos los colores
del mundo, hace centellear las piedras
preciosas, hace vibrar las voces del
universo y entonar a los hombres can-
tos de júbilo y triunfo. El aire se llena
de fragancia, los objetos sensibles res-
plandecen como el oro. Montado en un
caballo rojo y acompañado de un ejér-
cito de jinetes aparece Aquél que es
la verdad. Su nombre es: "Verbo de
Dios", "Rey de reyes". Lleva el manto
manchado de sangre: en un último
combate ha conseguido salvarnos para
que nuestro ser consiga su plenitud.
Ahora se celebran las bodas del Cor-
dero, y se oye una voz desde el cielo:
«Voy a hacer del vencedor una colum-
na del templo de mi Dios Y nunca más
podrá perder su sitio». Ser "columna"
en el templo de Dios significa construir
y soportar el mundo en la tranquilidad
y en la seguridad de una existencia
infinita que goza de eterna, inmarce-
sible vitalidad.
3 (119)
La vida eterna
es la unión con Dios
Jesús cuando describe la vida eterna
la presenta como una unión con Dios.
«Quien me ama que guarde mis man-
damientos. Y mi Padre le amará y a
él vendremos y haremos en él nuestra
morada». «Vosotros os sentaréis a mi
mesa para comer y beber conmigo en
mi reino». «Mira que estoy a la puerta
y llamo; si alguno oye mi voz y me
abre la puerta, entraré en su casa y
cenaré con él y él conmigo. Al vence-
dor le concederé sentarse conmigo en
mi trono como yo también vencí y me
senté con mi Padre en su trono». Dios
será mi tú eterno.
Pero olvidando estas palabras, in-
tentemos penetrar en el misterio que
se encierra en la plegaria de Jesús en
la última cena:
Padre justo, el mundo no te ha
conocido, pero yo te he conocido
y éstos han conocido que tú me
has enviado. Yo les he dado a
conocer tu nombre y se lo segui-
ré dando a conocer, para que el
amor con que tú me has amado
esté en ellos y yo esté también
en ellos.
Este amor de Dios se convertirá para
nosotros, en el cielo, en ser eterno.
Resulta imposible expresar lo que esto
representa de intensidad creciente en
el ser, de iluminación de la existencia.
Si somos inmortales por naturaleza, si
el mundo despierta en nosotros, y de
qué manera, el ser de la resurrección,
son cuestiones de poca importancia a
fin de cuentas. Lo que verdaderamente
importa es que amemos a Dios y que
Dios nos ame. Su amor es infinito y lo
abarca todo. Su amor se convierte en
nuestro propio ser de un modo expe-
rimentable, real y para siempre.
Testigos de la
resurrección para traer
la alegría al mundo
La resurrección de Cristo ha signi-
ficado el inicio de los últimos tiem-
pos". Para que podamos perseverar
fielmente en esta vocación del amor
de Dios, debemos vivir ya desde ahora
como si estuviéramos en el cielo. Este
es nuestro destino y nuestra misión.
El Dios hecho hombre nos prometió la
vida bajo los distintos apelativos de
reino de los cielos, la tierra de los
vivientes, el consuelo completo, la ple-
nitud de nuestros deseos, la misericor-
dia infinita, la participación sustancial
con Dios. Nos indicó también el cami-
no que debíamos seguir para alcanzar
estas promesas: despego de nosotros
mismos, dulzura, hambre y sed de
justicia, acción pacificadora. Virtudes
que son propiedades esenciales del
amor, por el que el hombre se encuen-
tra a sí mismo en cuanto, olvidándose,
abnegándose, se entrega a los demás.
Llegamos, con esto, al final de nues-
tras consideraciones sobre el futuro
del ser terreno. Todas nuestras refle-
xiones han desembocado en la alegría
de Dios. El cristiano habrá de traer
esta amable y silenciosa alegría a un
mundo que tan poco sabe de verdade-
ras alegrías y sabe tanto de dolor.
Ladislaus Boros.
4 (120)
Comprender la muerte
No me cierren los ojos
aún después de muerto,
los necesitare aun para aprender,
para mirar y comprender la muerte.
Pablo Neruda
¿NERUDA, que murió de dolor, viendo cómo se luchaba por el pan de
los pobres «disputado a las ratas», cuando «había muerto la verdad,
de ambigüedad o de violencia», llegó a comprender la muerte? La
muerte y la vida, en todo caso, se comprenden la una por la otra. Imposible
mirar la vida, sin referirla a la muerte; imposible mirar la muerte sin sacar una
filosofía para la vida. Esta mirada despertará la angustia en Heidegger, trope-
zará con el absurdo en Sartre, descubrirá la esperanza en Marcel.
Los cristianos no solamente nos explicamos un extremo por el otro, sino
que nuestra fe nos revela que, en Cristo, la muerte es la vida, es renacer y es
la resurrección.
No es exacto decir que el hombre mes un ser para la muertes. El mismo
que ha pronunciado esta fórmula (Heidegger) reconoce, sin embargo, que cada
uno de nosotros nos comportamos como si estuviéramos convencidos de nuestra
inmortalidad. El hombre es un ser para la vida. Lo más importante en el hom-
bre no es que ha de morir, sino que ha nacido, y que ha nacido para vivir. Pero
la muerte, cierta, inexorable, universal, sobre la vida del hombre, es un misterio
terminal, aunque no el fin de cada mortal.
Todo lo fuerte, todo lo grande, profundo y totalizador de la vida del hombre,
está influido por el pensamiento y por el concepto que éste tiene de la muerte.
No solamente en los filósofos. El hombre tiene un verdadero ideal cuando está
dispuesto a morir (¡no a matar!) por unas convicciones y propósitos que estima
más que la propia vida. La entrega, la exposición de la vida es la prueba máxi-
ma de la sinceridad del ideal profesado.
El arte, ese añadido espiritual humano al beneficio divino de la vida, también
se dibuja, se destaca y se hace resplandor y vibración de inteligencia y bondad,
al contraluz de la muerte. No queremos decir el mal llamado arte de relumbrón,
pandereta y consumo, para embotar, degenerar o enajenar el gusto, sino el arte
que descubre y pone belleza en la vida, porque es resplandor de alguna verdad
que en ella se ilumina, El arte contemporáneo es casi siempre mensaje sobre
el fondo austero de la muerte. ¿Cómo entender, sin este supuesto, el cine de
Bergman, Buñuel, Visconti, Mulligar...? ¿O el teatro de Fernando Arrabal? ¿O la
narrativa de Mann, Bol...?
5 (121)
Parece como si, en la misma medida en que multiplicamos las posibilidades
consumidoras para todo lo superficial e irrelevante, el espíritu de unos pocos,
más lúcidos, más honestos, más sensibles, más conscientes, no dejara de adver-
tirnos, cuando se eleva a la magnitud de heroísmo su entereza que no sólo no
Me resigna a ser absorbida por la mediocridad humana, digestiva, sensual, y no
pensante, sino que les duele esta humanidad hermana, distraída, obcecada,
engañada que, a lo sumo, busca aquietar su mala conciencia, con el esfuerzo por
olvidar lo verdaderamente bueno, justo y bello, o más astuta lo comercializa,
o lo convierte perezosamente en espectáculo. No digamos de los héroes de la
justicia, de los verdaderos artistas, de los verdaderos creadores; hasta del justo
cultivo y de la exaltación y armonía de las fuerzas físicas, del deporte, ha hecho,
hemos hecho un espectáculo, un triste y borreguil espectáculo. Acaba de morir
un deportista ejemplar, Abebe Bikila, pero tendrá, para la mayoría, menos
importancia el recuerdo de la ejemplaridad de este excepcional atleta, que el
semanal prurito quinielista, o los rumores sobre los últimos fichajes, o el ascenso
de un equipo favorito.
Pan y circo. Y no verdad, justicia, libertad y amor, belleza y pensamiento:
Por eso no nos debe extrañar demasiado, que sigan los escándalos de las gue-
rras nunca acabadas, desplazadas, cultivadas de aquí a allá, con paces hipocri-
tizadas por los mismos proveedores de las armas homicidas.
Y por esto hemos de agradecer que las voces de los jefes religiosos del
mundo, la de los hombres insignes y relativamente más libres por el prestigio
de su saber o de su arte, no se encierren en su independencia o en su gloria, y
digan palabras y adopten actitudes que sean aviso y testimonio para la humani-
dad. Cuando estos hombres mueren, o son perseguidos, o han dado a su vida
la fuerza de un signo al servicio de un ideal para una humanidad mejor, nos
renace la esperanza de poder comprender mejor la vida y la muerte.
Estos hombres serán inmortales, no con la fama póstuma ambicionada
estoicamente por los héroes clásicos y renacentistas, sino porque han dejado
algo que no puede perecer, que ha de ser recogido, agradecido, guardado y
sembrado en la vida de los que todavía caminamos. Sus nombres no serán
decoración de la historia. No se trata de encandilarnos contemplando soles de
gloria, sino de iluminarnos con semillas de luz, con el don que en ellos había
de verdad y de ejemplo. Como espectáculo no nos puede interesar la vida de
nadie ―sólo puede distraernos―; como herencia espiritual y humana, siempre.
Un escritor chileno, a propósito de Neruda ―podría servir para epitafio de
otros― ha dicho: «Que no descanse en paz. Que sea una oscura lucha contra
la tierra. Para que un día amanezca su flor, o su verde canto, o su estrella...»
Los nombres de los que se mueren no se pierden. No se ha perdido el
nombre de Cristo, ni el de los mártires, ni se pierde el de los hombres a quienes
la humanidad no ha sido indiferente. No se van con el viento de otoño como las
hojas de los árboles: un remolino de luz los eleva, y son las constelaciones que
permanecen encendidas sobre los caminos de los hombres: Allende, Neruda,
Casals, Marcel, Bikila y las cenizas removidas del sepulcro, ahora abierto, de
Jan Polach...
6 (122)
CASALS
MÚSICO CRISTIANO
El temario predilecto de sus composiciones fue:
la Encarnación de Cristo, las alabanzas a la Virgen
y el canto a la Paz
Después de Dios, lo primero es el arte
FALLA
LA MÚSICA tiene, en el transcurso del año natural, dos momentos que le son
especialmente propicios: la primavera, caracterizada por el renacer de la
hermosura que convierte en himno el despertar de la naturaleza, y esta esta-
ción que estamos viviendo en la que la Iglesia, al celebrar la fiesta de santa
Cecilia, nos ofrece un símbolo de esta primavera hacia adentro, descubridora de
armonías. Dicen que los países de largos inviernos son los de más temperamento
musical, porque la necesidad de volver los ojos hacia los paisajes del alma, al apagarse
la esplendidez de los exteriores, incita a descubrir y a cultivar, desde "la soledad
sonora del espíritu, desde otro universo más profundo, un amanecer que supera en
hermosura el cromático de las luces que se convierte en canto trenzando melodías, o
en acorde de paz que no se puede revelar con palabras, o en estallido de entusiasmo
que se concibe en la raíz de la música callada", primera de todas porque es la del
espíritu. «La música, decía Casals, nace del alma; si no, no es música».
Noviembre y santa Cecilia evocan la música. Tierras adentro, se apaga el resplan-
dor de la naturaleza. El frio desnuda y pone silencio a las cosas sensibles. Y entonces
es más fácil la interiorización hasta dar con el manantial de armonías en el cauce del
recogimiento. En este sentido, la música también es una ascética, y los grandes músicos
son, a la vez, grandes espirituales.
La Iglesia ha amado la música, no porque sea un adorno de la palabra, ni una
posible solemnización del rito, sino, principalmente, porque es un elemento espiri-
tualizador, unificador, pacificador de los corazones, porque eleva el espíritu. Cuando
ha tropezado con dificultades para encontrar forma, musicales de expresión que
pudieran convenirle, ha sido porque no se ha tenido en cuenta esta distinción, o se
ha carecido de capacidad, educación y gusto para discernirla. En esta época en que
anda tras la búsqueda de nuevas formas y estilos, en el afán de renovación que le
impulsa, cuenta con la exquisita, sencilla y riquísima tradición del pasado que cris-
talizó en el llamado "canto gregoriano", y cuenta con el ejemplo de músicos, como Pau
Casals, para los que la música fue una vocación, un medio de espiritualización y un
apostolado. «Todos y cada uno de nosotros ha recibido un don ―afirmaba mirando
hacia arriba, en tono de agradecida reverencia―: todos y cada uno de nosotros es lo
7 (123)
que ha recibido: un don es una palabra maravillosa: es algo que nos ha sido dado y
que tenemos el deber, cada uno de hacer florecer, dedicándole la propia conciencia,
la vida entera».
Pasado ya a la historia como el más grande violoncelista del mundo, como com-
positor excelente e como magnifico director. A nosotros nos llama, especialmente, la
atención, por su actitud artística cristiana. Para ello sólo nos fijamos en el temario que
ha servido de banca las mejores y más famosas de sus composiciones (Cristo, la Virgen,
la Paz), ni en el hecho significativo de que hubiese elegido, en la mayoría de ocasiones,
y para sus mejores conciertos, el recinto de los templos, sino el amor que, a través de
la música, manifestó a los hombres. Sus primeras ganancias como gran concertista
―allá por el año 1925―, las dedica a la fundación de una entidad ―Asociació Obrera
de Concerts―, que adquirió gran difusión, con la finalidad de que los más sencillos
entre el pueblo pudieran participar del beneficio cultural y espiritual de la música,
porque precisamente el pueblo es el que más la necesita, el que más se la merece y
porque le prepara para el gozo y la convivencia universal en la paz. «Cuanto más
pesado es el trabajo del hombre, más necesaria le es la confortación de la música»,
solía repetir.
Es subido que su máxima obra, «El Pessebre», estrenada en Acapulco en 1960 y
luego ofrecida en multitud de audiciones a través del mundo, fue compuesta como un
mensaje de paz y para dedicar todos los ingresos que proporcionara para los fondos de
promoción mundial de la paz. Al referirse a este oratorio musical, decía que su deseo
era que, aun después de muerto, se recordara que lo había compuesto y dedicado, en
especial, a sus colegas, los músicos, para pedirles que pusieran la pureza de su arte al
servicio de la humanidad, en el esfuerzo para unir los pueblos del mundo con vínculos
de fraternidad).
En efecto, la música, el más espiritual de todas las artes, tal vez sea también la más
universal de las expresiones comunicativas, que no necesita de traducción para ver
ofrecida y aceptada, y, cuando sale de un hombre como elocuencia de sus más puros
sentimientos, es para pertenecer a todos los demás hermanándolos. La música, la ver-
dadera música, que no es el ruido de las cosas que se rompen, sino el sonido de las cali-
dades que vibran en la creación y que el artista adivina, recoge, para que estas vibra-
ciones esenciales y armonizadas anden y corran y salten y vuelen con pasos de ritmo,
con alas de tiempo. «Cuando uno se detiene a contemplar la maravillosa diversificación
del universo, y sobre todo el milagroso mundo que cada uno lleva dentro de sí, ¿cómo
puede el hombre resistir a pensar que existe algo más grande que uno mismo?», de-
cía, refiriéndose a Dios.
U Thant, en las Naciones Unidas le dijo: «Usted ha consagrado su vida a la verdad,
a la belleza y a la paz.. El novelista Thomas Mann le admiraba #porque había logrado
armonizar el arte y la moral». Albert Schweitzer, que participaba de los mismos cri-
terios que Casals sobre la paz y la guerra, había expresado: «Casals es un músico de
tan extraordinaria medida porque, ante todo, es un hombre extraordinario». En efecto,
Pau Casals escribía hace algún tiempo a uno de sus mayores amigos: «Siento más que
nunca mi responsabilidad como ser humano y como músico, y hago todo lo posible
para dar el máximo de mí mismo y sacar provecho de la experiencia que Dios me ha
concedido».
En tiempo de la presidencia de Kennedy, éste le dijo al finalizar un concierto
en la Casa Blanca: Usted ha conseguido que todos, al oírle, nos sintiéramos un poco
más humildes, Casals acababa de tocar la sencilla melodía del «Cant dels
ocells». La misma que han repetido los músicos que le han acompañado al llevarlo
a enterrar.
8 (124)
NEWMAN, POETA
Varias de sus composiciones líricas figuran
en los himnarios cristianos anglosajones.
Pero la obra que le ha dado mayor fama,
como poeta, es «The dream of Gerontius»,
para un "oratorio musical".
LA OBRA poética del cardenal Newman ha sido acogida, posteriormente,
no sólo por los católicos, sino también por los demás cristianos, espe-
cialmente los de lengua inglesa: podemos encontrar poesías del gran
convertido de Oxford en los himnarios protestantes y oírlos cantar, todavía, en
sus templos durante los actos de culto. Sin irenismo alguno, podemos afirmar
que Newman no es solamente católico: literariamente es ya un clásico inglés,
por su personalidad es un genio, y, como los clásicos y los genios, pertenece a
todos. Los mejores protestantes de Inglaterra do esperaron a su muerte para
estimarle, reconocerle y respetarle como tal y por encima de sectarismos mi-
serables.
La cronología nos lleva a situar a Newman, como literato, entre los ro-
mánticos victorianos. Pero el romanticismo de Newman ―como, desde otras
perspectivas, el de Manzoni― está impregnado no solamente de la fe cristiana,
sino de la serenidad sin comparación posible si, por ejemplo con el tema de la
muerte, trasladáramos nuestro oído al Byron inglés, al compatriota de Manzoni,
Fóscolo, o a nuestro desesperado hispánico, Espronceda.
En Newman escribe un cristiano, en este "sueño", el drama de la muerte,
Y si bien le es imposible disimular la transparencia helénica bebida en las
aguas de la armonía de la dicción clásica, no encontramos ningún alarde de
erudición pagana, ni resquicios por donde se filtren esteticismos o concesiones
para la mitología. Es la fe que desarrolla, desde la vida, para más allá de la
vida, con los datos de la revelación, lo que supera la existencialidad terrena,
resplandor magnificado de un "segundo nacimiento" ―the quickening ray,
Lit from his second birth―.
El protagonista no es ningún héroe mítico, ni mitificado; es un anciano
―¿hace falta decir que el mismo Newman?― marcado con la fe de Cristo,
cargado con el peso de las debilidades humanas, pero no un hombre perdido
o desesperado; un hombre que sale de este mundo temporal, sin estoicismos
9 (125)
transformados de fortaleza postiza, que clama humilde, sinceramente: «Líbrame,
Señor, de la muerte...»
El poema no pretende ninguna finalidad apologética; es una meditación de
la muerte para ser leída u oída por creyentes, una meditación esperanzada y
sobrenatural por consiguiente. El diálogo, arquitecturado con sencillez sobre
verdades reveladas, se desenvuelve diáfanamente en forma teatral, representa-
ble, y se presta al revestimiento de la composición musical que conocemos con
el nombre de "oratorio". En 1885, con ocasión de los Festivales de Birmingham,
el compositor checo Antonin Dvorak, que conocía la traducción alemana del
poema, estuvo a visitar al cardenal Newman en el Oratorio, y deseaba poner
música a la obra. Es posible que no se decidiera finalmente a ello porque le
faltaba conocimiento más profundo del idioma inglés, a pesar de haber realizado
algunos viajes a las islas con motivo de dirigir algunas de sus obras; otra cosa
hubiera sido diez años más tarde, de regreso de su estancia de tres años en
Nueva York, al frente del Conservatorio de Música. El poema de Newman fue
musicado por el compositor inglés Edward Elgar, sin contar composiciones
parciales, algunas meritísimas, de otros músicos que eligieron fragmentos del
poema. El oratorio musical «The dream of Gerontius», de Edward Elgar, fue
estrenado en los Festivales de Birmingham, en el otoño de 1900. Este composi-
tor coincide con la corriente haendeliana y mendelssohniana, y es el primero
que pasa a Europa con personalidad inglesa, superando el influjo germano de
otros compositores británicos contemporáneos.
El romanticismo, en muchas partes, fue, antes que una revalorización de lo
genuino y nacional, una asimilación de colonizaciones sentimentales, estéticas,
ideológicas ―música, literatura, política...―, hasta que fue posible, a los pue-
blos y culturas nacionales, encontrarse a sí mismos. Elgar, seguido luego por
Waugan Williams, representa la creatividad de este encuentro, definido, en
cada pueblo europeo que lo consiguió, con la denominación de "nacionalismo
musical", que no es el romanticismo mismo, sino más bien su producto, en lo
que a música se refiere. Por esto, en último término, fue mejor que el poema
de Newman fuese llevado al pentagrama por otro inglés, que por un checo
aunque fuese más tarde el autor de La Sinfonía del Nuevo Mundo.
Cuando se lee, o cuando se oiga el poema de Newman será oportuno re-
cordar, como con su Apología y los escritos autobiográficos, que El sueño de
Geroncio, pertenece a la vida del autor, a pesar de la parábola. Lo cual, por lo
demás, aunque menos estrictamente, cabría decirlo del resto de su obra, como
de la obra de todo autor.
Por este poema Newman ha sido comparado a Milton, a Shakespeare, a
Jorge Manrique, a Dante, a Calderón... Pero Newman no pretendió para él
mismo grandiosidad alguna; lo escribió casi de un tirón, poco después ―lo
cual sí es significativo― de concluir su Apología. La simplicidad ornamental,
la sinceridad fervorosa y serena, sin tiempo para ser estudiadas, fluyeron
espontáneamente.
Damos, aquí, la traducción, necesariamente imperfecta, de unos pocos de
sus versos.
10 (126)
«Yo tuve un sueño»
Caí en el sueño: ahora siento alivio,
una consolación inusitada:
la sensación inexpresable
de agilidad y de un sentido amplio
de libertad, como extensión vital de mi
jamás me sucedió antes de ahora.
¡Cuánto silencio!
Ya no percibo el afanoso golpear del tiempo,
ni el jadeante respirar del pecho,
ni el martilleo de mi pulso:
ni diferencias en la sucesión
de los momentos.
Yo tuve un sueño, sí.
Con suavidad dijeron a mi lado:
«Acaba de partir; se ha ido».
Y el eco de un suspiro recorrió la alcoba.
Distintamente oí la voz del sacerdote,
fue un grito: «Subvenite!»;
y los presentes se pusieron de rodillas
en oración.
Parece que los oigo todavía;
susurros débiles y quedos, desmayos,
que se pierden en intervalos
indefinidamente dilatados.
¿De dónde es eso?
¿Esta separación, qué es?
Una invasión de soledad, desde el silencio,
en lo muy hondo de la esencia de mi alma.
Y la profundidad más reposada,
calmada y dulce,
no excluye la dureza y el dolor,
al remontar, mis pensamientos, a su origen,
por una rara introversión,
forzándome a nutrirme de mí mismo,
porque no tengo nada más...
Mas, ¿estoy vivo o estoy muerto?
No, no estoy muerto:
sigo en el cuerpo todavía...
Sin conocer cuál sea mi postura,
11 (127)
de pie o echado, en un sitial o de rodillas.
Tan solamente sé, sin saber cómo,
que la amplitud del universo, mi morada, me abandona,
o le abandono yo, acaso...
Y este prodigio: hay alguien que me tiene protegido
en el cobijo de su inmensa mano:
no es asimiento
como en la tierra:
es envolverme en derredor, enteramente,
toda la sutileza de mi ser,
igual como se aguanta una esfera,
y su presión amable y uniforme,
me indica que me llevan, sin mis fuerzas,
hacia adelante, sobre mi camino.
Pero, ¡escuchad!
Oigo canciones.
En calma todavía,
no encuentro la manera de expresar
si oigo, gusto o palpo
tonalidades de la música.
¡Oh, cuán subyugadora melodía
invade el corazón!...
...Rápidamente el rayo:
que se encendió con su segundo nacimiento,
le hace volver al ser que antes tuyo:
y el cielo brota de la misma tierra.
¡Te digo adiós, querido hermano,
pero no para siempre!
Sé valeroso, sé paciente
cuando el dolor te abata sobre el lecho:
la noche de la prueba pasará rápidamente,
y volveré a despertarte cuando llegue la mañana,
Cerca de Birmingham, en Rendal, hay una pequeña posesión de los Padres
del Oratorio: una casita, una capilla y el cementerio de la Congregación, y en le
cementerio la sepultura de Newman, cubierta de césped, sin más adorno que
una cruz. Simplicidad, silencio y paz para pensar: «por la cruz a la luz», «desde
el mundo de las sombras y de los símbolos hacia la verdad», y desde la tierra
al cielos, como en el poema: «and heaven grows out of earth», y el cielo brota
de la tierra...
R. Mas
12 (128)
LA POESÍA DE ERNESTO
CARDENAL
El sacerdote y poeta nicaragüense Ernesto Cardenal Mar-
tinez, conocido en todo el mundo por el testimonio de su
vida y por sus cantos religiosos, que han sido comparados
a los del profeta David (cuyos salmos ha intentado tra-
ducir en lenguaje e imagen contemporáneos), también es
conocido en España por la referencia positiva que le ha
dedicado la mejor prensa de información, así como la
cristiana y la sacerdotal (valgan los ejemplos de LA VANGUARDIA, [1]
de VIDA NUEVA, de ILUSTRACIÓN DEL
CLERO...)
La poesía de Cardenal, sencilla, limpia y purificada de
triunfalismos y de arqueologías, ha sido aceptada en los
ambientes más cultos e interesados en una renovación
espiritual sinceramente evangélica, también en lo social.
Ernesto Cardenal nació en 1925; estudió en México y en
Estados Unidos, fue discípulo de Thomas Merton; ha
publicado libros y ha dado diversas conferencias y recita-
les en varias universidades. Aunque nicaragüense, no fue
partidario de la dinastía de los Somoza ni ha sido visto
con buenos ojos por los amigos de ésta.
Reproducimos un artículo de José M. Sala, aparecido en
LA VANGUARDIA, de Barcelona, el 2 de diciembre 1971.
En otra ocasión le dedicaremos más amplio espacio.
ENTRAR en discusión sobre la calidad de literaturas tan variadas y tan apo-
yadas en un contexto histórico lleno de interés como las de Hispanoamé-
rica o, según hacen algunos, comparar sus logros con los de la literatura
peninsular, nos parece absurdo y desmedido. Un español, preocupado por la
poesía, no puede desconocer a Rubén Darío, ni tampoco ya a Coronel Urtecho
y Pablo Antonio Cuadra. A esta breve nómina de poetas nicaragüenses por su
origen y españoles por su lengua y validez, creo que habrá de añadirse a
Ernesto Cardenal.
¡Babel armada de bombas!
¡Bienaventurado el que coja a tus niños
―las criaturas de tus laboratorios―
y los estrelle contra una roca!
Ernesto Cardenal
Por esto los Salmos de Cardenal invocan a un Dios de la verdad. Y a las
futuras Hiroshima, a la Máquina omnipotente, a las sociedades acéfalas e inhu-
13 (129)
manas, opone un Dios de la libertad, el Dios sencillo que ha llevado al poeta
nicaragüense a su airada contemplación y a retirarse en el archipiélago de
Solentiname. Aquel segundo paraíso que para Daniel Boone fue Kentucky huele
hoy a fenol.
Pero, profeta y juez (Cardenal nos recuerda en ciertos momentos a León
Felipe), el poeta pasa también, como diablo cojuelo, por la cómoda habitación
del teleadicto, mira los neones publicitarios de las grandes ciudades y reza, por
Marilyn Monroe, una de sus oraciones:
Pero el templo no son los estudios de la 20th Century Fox.
El templo ―de mármol y oro― es el templo de su cuerpo
en el que está el Hijo del Hombre con un látigo en la mano
expulsando a los mercaderes de la 20th Century Fox
que hicieron de Tu casa de oración una cueva de ladrones.
Cardenal, a la manera de tantos otros poetas hispanoamericanos, nos habla
de su país, Nicaragua, colonizado, de la realidad de su tierra y del que fuera su
dictador, Somoza, para luego ―en «El estrecho dudoso (1967) y Homenaje a
los indios americanos» (1969)― remontarme a los primeros conquistadores y a
la América precolombina, cuando los incas ni conocían la pobreza ni el dinero,
cuando
«La verdad religiosa y la verdad política
eran para el pueblo una misma verdad».
Ernesto Cardenal, sacerdote de una religión de justicia, desde su aislado
pero no lejano Solentiname, nos habla con palabras de hoy, y si poesía toma
el pulso a nuestra realidad, la ausculta y diagnostica sus enfermedades. Sepá-
moslo.
Jamás (antes do este gran dolor) me había dado
cuenta de que soy inmortal y, al mismo tiempo, que
he de morir oía los gritos de los niños asesinados
en Belén, mezclados con un lamento que nadie más
percibía me llegaba el Aliento de las fieras destro-
zando los cuerpos de los primeros mártires, como si
sus garras se clavaran en mi carne: y el sabor sa-
lado del mar sofocaba mi garganta con amarguras
profundísimas como barreras que rompían las olas
del dolor.. Eran paisajes que antes no había visto.
Heinrich Boll
14 (130)
ENTRE LA FILOSOFÍA Y LA MÍSTICA:
Gabriel Marcel:
la muerte, la existencia
SE DICE que los jóvenes mueren en primavera ―¿fue por eso, hace cinco
años, que llamaron "primavera de Praga" a la que costó el tributo de
tantas vidas jóvenes?―, los adultos preferentemente en otoño, como
estas hojas que se caen de los árboles. No faltan los vendavales de las guerras
en todo el año, que cerca o lejos, arrancan de la vida a tantos miserables y a
tantos inocentes. Pero este otoño, casi de manera precoz, nos ha traído la
noticia de todo un racimo de nombres de hombres significativos, que han
muerto: son representativos de algunos de los ideales de nuestra humanidad
doliente. Nosotros nos acercamos a Gabriel Marcel el existencialista cristiano.
Filósofo de la muerte y de la vida, y por eso de la esperanza. Él nos habla de
la muerte, no como de un muro que nos cierra todos los caminos, sino como
la puerta de apertura a lo Absoluto, más allá de nosotros ―más allá de "cada
uno" ― para consumar el gran nosotros" en el "Tú" inmenso de Dios.
El hombre no puede evitar enfrentarse
con la muerte. Su ineluctabilidad esta
profundamente trabada en nuestra con-
ciencia. Encerrados y abandonados a
nosotros mismos, acabaríamos fatalmente
en la desesperación. La desesperación de
vivir desembocaría en el suicidio. Sería
una triste prerrogativa del único ser inte-
ligente ―del único que "sabe" que ha de
morir―, ésta de ser también el único
capaz de la mayor negación: la de trun-
car la propia existencia. Los demás seres
del mundo animal buscan siempre la
vida y tienden a escapar, como sea, de la
muerte.
Pero es una evidencia generalizada que
el hombre normal siente una repugnancia,
un horror profundo por el suicidio, por-
que subsiste en nosotros, dice Marcel
algo verdaderamente "positivo" que,
afirmándose, se opone resueltamente a
la muerte. No, como diría Sartre, para
descubrirnos que estamos "condenados
a vivir", sino, afirma Marcel ―interior a
Sartre―, porque en nosotros está una
como constante "invocación" ―convenci-
miento, búsqueda, esperanza...― proyec-
tada hacia la trascendencia, desde la raíz
de nuestro mismo ser, de nuestra propia
existencia.
15 (131)
Gabriel Marcel, filósofo, creyente, cri-
stiano , finalmente católico, en el itinerario
de su pensamiento y de su fe, no es un
Apologista que reivindica para el cris-
tianismo la última moda filosófica, el
existencialismo. La oportunidad estaría
descartada desde el precedente cristiano
de Soren Kierkegaard, el padre del exis-
tencialismo. La mayor difusión de las
La verdad es una virtud
trascendente que entra en
todos los asuntos bien
regulados y, según la
diversidad de éstos, toma
distintos títulos.
En las escuelas se llama
ciencia; en el hablar,
veracidad; en las costumbres,
pureza; en la conversación,
sinceridad; en el obrar,
rectitud; en el contratar,
lealtad; en los tribunales tiene
el sublime título de justicia.
Ésta es la verdad del Señor
«que permanece para
siempre».
P. Pegneri
obras de Paul Sartre, el famoso humanis-
ta de la negatividad y del absurdo, es
posterior. El primer existencialismo fue
cristiano, es decir, surgió de planteamien-
tos cristianos y mantuvo ―principalmente
con Marcel― la orientación hacia esta
trascendencia religiosa.
No obstante a Marcel no le agradaba
demasiado que le añadieran el califica-
tivo de "cristiano" a su planteamiento
filosófico. «El existencialismo, decía, no
es ni cristiano ni no cristiano: aunque si
la filosofía existencialista auténtica se
orienta necesariamente hacia el cristia-
nismo. En realidad, la dramatización de
la contingencia humana que hace en su
filosofía, no se opone a la necesidad del
ser divino, del ser absoluto, del gran
"Existente". Y hay una llamada del hom-
bre hacia la trascendencia, hacia ese ser
en plenitud, absoluto, que es Dios. Como
ser, el hombre se le parece porque, aun
cuando carece de absolutidad, es, por la
inmortalidad de su vertiente espiritual,
inagotable como existente; está llamado
a perdurar, a ser para siempre.
Luego, no solamente hay que acercarse
a esa existencia, sino que hay que ante-
poner su experiencia a todo idealismo, a
toda organización propia de conceptos,
restituyendo a la experiencia humana
todo su peso ontológico. El ser, el existir,
en una tensión constantemente renovada
―somos inagotables― y creadora; una ten-
sión entre ese yo real, encarnado, que soy
yo mismo, y ese inagotable concreto",
alcanzado por un progresivo conocimien-
to, incesantemente purificado de arti-
ficialidades, escorias, rutinas, presiones
sociales, prejuicios y vanidades, mediante
la fidelidad y la libertad, que son los va-
lores indispensables para permanecer y
para moverse en el ser y desarrollarlo
en la personalidad, en la comunicación,
desde el "yo" personal hasta el gran
"nosotros" de la comunión existencial.
16 (132)
Dios estará en este "nosotros", como meta
―no panteísta― de la simplificación y del
enriquecimiento de la existencia de todo
ser personal.
En su obra "Ser y Tener" ―Être et
Avoir, publicada en 1935: Sartre publi-
caría L'Être et le néant en 1913―.
Marcel parte de la relación entre la propia
existencia y la del mundo, del "ser en el
mundo", y descubre la doble experiencia
solidaria del cuerpo proveído por algo más
profundo y esencial, y la pertenencia al
mundo en el que se encuentra la instru-
mentalidad para la existencia del hombre
―de mi existir―. Surge la tensión entre el
"ser" y el "tener", cuya oposición exige
ver revuelta. El afrontamiento ―no la in-
hibición― en el que nos coloca Marcel, nos
puede llevar no sólo u planteamientos
personales y ascéticos, sino a deducciones
de ética social y de política. En él se
recogen y de él se derivan varios de los
modos y actitudes contemporáneas positi-
vas de inspiración renovadora, espiritual,
esperanzada, de proyección social, cultu-
ral, religiosa.
Ser y tener, de manera que el ser no
depende de la posesión, ni se limite a
ella, porque acabaría absorbido, disuelto
en lo mismo proveído y, finalmente, des-
plazado, suprimido. Por eso debe inter-
venir la fuerza del amor, para dominar,
en la dinámica del bien, el objeto, y
convertirlo no en tropiezo y dependencia,
sino en ocasión material de creación. El
ser no se realiza, no madura su existencia,
con sólo tener, u objetizar o contemplar
el mundo. El mundo no se nos ofrece
como un espectáculo o como una teoría
de objetos coleccionables. El mundo no es
para ser poseído, para ser contado, para
ser contemplado. Para que crezcamos en
él, con él, es necesario superar el egoísmo,
el miedo, la pereza: es necesario el amor,
como madurez de la fidelidad, como di-
rección de la esperanza, como fuerza de
la libertad: que es subordinación de sí
mismo una realidad superior, como
apertura la trascendencia, una Pre-
sencia y a un Tú, el Tú absoluto, Dios...
Solamente el amor "nos realiza", supe-
rando riesgos y nos prepara para la gran
comunión.
No hemos intentado resumir su doctri-
na, ni hacer el panegírico de Marcel. Sólo
caminar un poco con su pensamiento
―¿filosófico, místico?― porque ha servido
a muchos para un lenguaje de esperanza
en esta humanidad de búsqueda, de co-
municación de existencias, a pesar de los
delirios que la retuercen.
Es imposible imaginar una conciencia que pueda
afirmarse, decir "yo", en medio de una soledad
absoluta. Nadie piensa jamás en sí mismo, sino
pensando al mismo tiempo en algo más. Es por
esto que, en nuestras individualidades, somos, cada
uno, personas, es decir, conciencia de nosotros
mismos, implicando el apercibimiento de la infinita
realidad en la cual nos encontramos sumergidos, y
que hace de cada uno de nosotros una unidad y un
centro.― P. LUCIEN LABERTONNIÈRE, C. O.
17 (133)
JESUS ES REY
¿De qué manera?
COMO cubierta que cierra el libro de la: liturgias del presente ciclo, oire-
mos, antes de iniciar el camino expectante hacia Navidad, este diálogo
entre Pilato y Cristo, que relata el evangelio de san Juan (18, 33-37):
―¿Eres tú el rey de los judíos?
― ¿Dices esto por tu cuenta o le lo han dicho otros de mí?
― ¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han
entregado a mí: ¿Qué has hecho?
Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este
mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en
manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí.
Conque, ¿tú eres rey?
―Tú lo dices: Soy rey. Yo para esto be nacido y para esto
he venido al mundo; para ser testigo de la verdad. Todo
el que es de la verdad, escucha mi voz.
Jesús, testigo de la Verdad, está ante un tribunal político, el de Roma.
La política pretende juzgar a la Verdad. No. En realidad será la política la
que comparecerá ante el tribunal de la Verdad.
Nos encontramos en una de las escenas claves de la Pasión, en la que Juan
ve implicaciones teológicas. Merece la pena detenerse en ella.
En el acta de acusación figuraba la pretensión de Jesús de ser rey. Esta
pretensión constituye el fondo del proceso. Pilato, quizá en actitud de burla o
de desprecio, pregunta al culpable (son las primeras palabras de Pilato a Jesús):
¿Eres tú el rey de los judíos? Esta pregunta constituirá, en definitiva, el motivo
de la condena. Jesús, que no acepta la pregunta como burla, sino en todo su
realismo, pide una aclaración. No se opondrá a la condena, pero pregunta, pues
si es Pilato quien hace la pregunta en tal caso se refiere a un rey político, que-
riendo colocar a Jesús entre tantos provocadores que habían surgido en la his-
toria; pero si son los jefes de los judíos los que preguntan (aunque no crean
gran cosa en la pregunta) entonces se trata de una realidad religiosa, mesiánica,
de Jesús como «Rey de Israel». Por ello dice a Pilato: ¿Es pregunta tuya o son
otros los que me preguntan por medio de ti? Pilato se ofende por la respuesta-
18 (134)
pregunta de Jesús. A él no le interesa en absoluto el pueblo judío. Deja, pues,
el problema judío de la realeza de Jesús y baja al terreno de su competencia y,
consciente de ser romano y no judío, le dice: Tu gente y los sumos sacerdotes
te han entregado a mí: ¿Qué has hecho?» Aunque le ofrece campo amplio para
que le exponga su caso, Jesús vuelve a la pregunta primera, porque quiere
explicar la naturaleza de su realeza, para obligar a Pilato a optar o por el mundo
o por la verdad. La respuesta va en forma negativa, lo que le hace aún más
misteriosa para el pagano Pilato: «Mi reino no es de aquí» (lo que indica que
es de otra parte. El lector cristiano conoce la respuesta, pero ni Pilato ni los
judíos la conocían). Su reino no es de este mundo (cfr. Jo 17, 11. 16). Jesús está
en este mundo totalmente desarmado y quiere seguir así siempre (también hoy).
Pero Jesús no es claro para Pilato. Lo único que entrevé es que mantiene
todavía su pretensión de ser rey. Pilato quiere una respuesta concreta, ya que
en la acusación consta que Jesús busca ser Rey, y le pregunta: «¿Eres Rey, si o
no?» Jesús contesta afirmativamente: «Tú lo dices» (haciéndose responsable así
ante Pilato de su pregunta), y le hace ver que ha nacido para ser Rey, pero por
medio de la verdad. No es Rey por herencia, no por las armas, sino por la Ver-
dad, traída por El, en calidad de Hijo de Dios, como Testigo (cfr. Jn 14, 6). EI
es Rey y exige ser reconocido como tal. Toda su vida adquiere sentido a partir
de su realeza.
Pero su reino no viene impuesto por la fuerza, sino que es ofrecido a todo
el que escuche su voz (10, 3) y quiera ser de la verdad, a todo el que ame (14.
Jn 3, 18-19) y busque incesantemente la verdad. El que no quiera escuchar su
Voz no es de Dios (Jn 8, 47), sino de la mentira y se aparta automáticamente de
Cristo.
(Comentario de P. NÚNEZ GOENAGA)
La fe es una adhesión,
un descubrimiento,
un testimonio perpetuado.
G. Marcel
19 (135)
A raíz del HORARIO DE MISAS en
nuestra Iglesia, aparecido el mes
pasado en este Boletín, alguien
nos ha sugerido la conveniencia
de establecer una misa para los
domingos y días festivos, a la una
del mediodía, y suprimir, eventual-
mente, la misa de las diez. Antes
de proceder a un cambio de hora-
rio desearíamos recoger
más pareceres.
LAUS
Director: P. Ramón Mas, C.O. - Edita e Imprime: Congregación del Oratorio
Placeta de S. Felipe Neri, 1 - Apartado 182 - Albacete - D.L AB 103/62 - 14.11.73.
20 (136)