Boletín del Oratorio de Albacete.
Núm. 119. ENERO. Año 1974.
SUMARIO
IDEALES, verdaderos ideales, como el que puso en
camino a los magos, como las esperanzas de los pro-
fetas, como la transformación del hombre y del mundo
propuesta y obrada por Cristo, como la entrega de la
fe, como las abnegaciones de todos los hombres de buena
voluntad que han querido y quieren hacer el bien y obrar
lo justo. Ideal de una Iglesia cada vez más purificada,
ideal de un mundo mejor, ideal difícil de la paz, ideal de
verdadera justicia... Así comenzar el año, y comenzar
todos los días, y vivir toda la vida.
UNA IGLESIA SERVIL
LA IDEA DE LA PAZ
HOMBRES DE IDEAS
«¿POR QUÉ HAS HECHO ESTO?..»
JUSTICIA Y PAZ
EL FRÍO, EL SILENCIO, LA ESPERANZA
EL HOMBRE, LA FE
EN FAVOR DE UN PROFUNDO HUMANISMO
REVISTAS BÁSICAS PARA LA FORMACIÓN
1
Una
Iglesia
Servil
LA IGLESIA de Cristo no es servil, sino
servidora de los hombres. Una Iglesia
servil no sería la Iglesia de Jesucristo.
Una Iglesia es servil cuando vende su
libertad y se resigna a la simple custodia
y repetición de ritos sin relación con la
presentidad y sin influjo espiritual en los
participantes (?), más o menos ajenos a
la significación sacramental originaria,
reducida a arqueología, a encuentro de
convencionalismo cívico o de prestigio
social, en espectáculo mágico.
Una Iglesia servil es muda, o substituye
la predicación de la Palabra por conside-
raciones abstractas, etéreas, literarias o
lejanas, ajenas a las necesidades espiri-
tuales y morales de los hombres a quienes
pretendidamente se dirige, con lo cual se
hace insalvable el escollo del precedente
ritualismo formulario, anquilosante y si-
nagógico. La razón es el temor de causar
disgusto al sector dominante del cual la
Iglesia es instrumento servil.
Una Iglesia es servil cuando se hace fin
de sí misma y pretende salvar apariencias
cuantificables al precio de renunciar a su
misión esencial: predicar el Evangelio a
los hombres, a los de aquí, a los de ahora.
Una Iglesia es servil cuando, por fin,
dice la verdad y predica la justicia, pero
de forma tan genérica y ambigua, que no
cumple la misión de evangelizar, sino la de
una justificación simbólica, descompro-
metida e ineficaz. Desde fuera parecerá
oportunismo; desde dentro sugestión para
vencer escrúpulos de mala conciencia.
Una Iglesia es servil cuando desfallece
su fe y abandona el estilo de Cristo por la
táctica y las prudencias mundanas.
Una Iglesia servil se olvida de los pobres
del cuerpo y, todavía más, de los pobres
del alma —los pobres de verdad, de liber-
tad, de justicia—, postrados, desorientados
o desesperados en la miseria de su suerte.
Una Iglesia servil pierde las generaciones
jóvenes y pone a prueba constantemente
la fe y la esperanza de los apóstoles. Una
Iglesia servil desmiente a Cristo y no sir-
ve ni para anunciarlo a los mismos por
quienes se deja monopolizar.
Una Iglesia servil no es la Iglesia de
Jesucristo.
Una
Iglesia
Libre
La Iglesia de Jesucristo predica la
Redención, es decir, la liberación del
hombre. No podría hacerlo si no perma-
nece libre. La verdad no se puede vivir,
mi se puede decir sin la libertad.
Una Iglesia libre no es enemiga de
nadie y está dispuesta a servir para el
bien de todos: sin autocensuras que con-
viertan en adulación las palabras que
dirija al poderoso, sin mudez que se burle
del hambre y sed de justicia del pobre de
corazón. Una Iglesia libre es servidora
de todos, sierva de nadie.
Aunque no a todos agrade una Iglesia
libre. Una Iglesia libre no ha de buscar la
persecución, pero no puede sorprenderse
de ella. Una Iglesia libre ha de partir de
la pobreza, ha de soportar la incompren-
sión, ha de resistir la difamación y la
calumnia, ha de pasar por la persecución.
Como Cristo.
Una Iglesia libre no puede olvidar las
dificultades con que inició su camino por
la Historia y las que ha tenido que atra-
vesar cada vez que ha profundizado en su
misión o ha sido purificada. Una Iglesia
libre, incluso, no debe olvidar que, log
primeros que la persiguieron, se declara-
ban fieles creyentes en el Dios verdadero.
Una Iglesia libre se parece a Cristo y su
presencia le acompaña hasta el fin de los
siglos.
2
LA IDEA DE LA PAZ
Porque son las ideas las que guían
al mundo, ha dicho el Papa
LO QUE finalmente triunfa, no es la fuerza; en todo caso es la fuerza al
servicio de una idea. Y lo que finalmente triunfa, podemos añadir, no es
cualquier idea, sino la idea del bien, puesto que somos providencialistas,
aunque nos puedan poner el fin muy lejos...
El hombre es un ser pensante y su vida se organiza y desenvuelve a partir
del pensamiento, de la cristalización de sus ideas. De cómo sean éstas dependerá
su vida y su actuación.
Por esto el Papa, en el mensaje de la Jornada Mundial de la Paz, ha desta-
cado el valor de las ideas y, en concreto, el valor de la idea de la paz, de la buena
idea de la paz. Si no hay paz, o si las hay fingidas, es que el hombre no la quiere;
no la quiere a partir de su mente, de su pensamiento; no deja que la paz se
eleve en él como la substancia de una idea. O cultiva otras ideas incompatibles
con las de la paz y entonces sus fuerzas, todos sus recursos, están al servicio de
estas ideas, y no de la de la paz.
La paz, afirma, debe tomarse como un axioma que brote «de una concepción
fundamental, espiritual de la humanidad: la humanidad debe ser pacífica, es
decir, unida, coherente consigo misma, solidaria en lo más profundo de su ser.
La falta de esta concepción radical ha sido y es todavía el origen profundo de
las desgracias que han devastado la historia».
El Papa condena la tutela del propio interés egoísta en perjuicio del legítimo
interés de los demás; condena la mercantilización de la dignidad humana, con-
dena las injusticias y todo abuso. Y llega a afirmar que la idea de la paz es un
deber que debe entrar en la conciencia de los hombres como supremo objetivo
ético, porque se trata de algo esencialmente natural, obligatorio y, por lo tanto,
posible. «Hay que ver la humanidad, la historia, el trabajo, la política, la cultura,
el progreso, en función de la paz».
Pero, para alcanzar la paz, ¿basta con aceptar, con mantener conscientemen-
te su idea en cada hombre? La idea de que la paz consista en el establecimiento
3
de un orden y en su mantenimiento coercitivo, es muy común. Los escépticos
no se preocupan de conseguirla a partir de convicciones o de ideales. Con
lo cual se consiguen órdenes, paréntesis de calma, contenciones, que son con
frecuencia el simple pacto de conveniencias por lo común minoritarias, que
aplazan alternativas de venganza, de codicia o de resentimiento, porque no
proceden, como un fruto, de la inteligencia y de la espiritualidad del hombre.
De donde la precariedad y hasta la falsedad de las paces humanas basadas en
la amenaza, la disuasión, la prepotencia, la imposición.
La paz verdadera, aun en el orden natural, se ha de construir desde dentro
del hombre, desde su espíritu, y ha de comenzar con el respeto a este espíritu.
El primer acto de este respeto es creer en tal espiritualidad y en la primordia-
lidad de su valor.
El hombre es respetado cuando se reconocen sus derechos, cuando es posi-
ble ejercitarlos, cuando las prerrogativas naturales que le son propias están
protegidas, cuando él mismo se hace digno de ellas porque son irrenunciables
sin destruirse a sí mismo. Por esto el Papa alude a estos "derechos naturales y
humanos", versión contemporánea de los que los antiguos venían incluyendo
en la "ley natural", esa ley eterna que afecta a los hombres y cuenta con ellos.
Para un creyente, para un cristiano, está la urgencia pacífica y pacífera del
Evangelio y la confortación vigorizante de la gracia. Pero incluso prescindiendo
de esta vertiente sobrenatural, la paz es posible y es obligatoria, y su idea debe
ser aceptada por todo ser racional.
La paz depende de las ideas de los hombres. Porque, en último término,
influyen, deciden y dominan las ideas en el mundo.
Incluso: mueren los idealistas; pero las ideas son inmortales.
1974
revistas básicas
para la
formación
permanente
vea las que le recomendamos en las págs. 17-19.
4
Hombres de ideas
EN LOS albores de nuestro siglo, y por nuestras latitudes, llamarle a al-
guien "hombre de ideas", podía significar calificarle de presunto subver-
sivo, de hombre desplazado de la realidad o, en el mejor de los casos,
de ser anormal con encima la absurdidad de querer complicarse la vida o hasta
de poder complicarla a los demás. Retrasada la marea de las transformaciones
sociales que conmovían, más lejos, a los hombres continentales, chocaban las
palabras, las ideas expresadas, los planteamientos y las actitudes de los primer
informados, o de los intuitivos precoces, o de los simplemente más preocupados
por el desarrollo humano, con la pasividad y la sorpresa del conformismo bur-
gués, muy pegado al provecho económico, a las seguridades minoritarias ad-
quiridas, y desinteresado o receloso por todo lo que pudiera derivarse más allá
de sus inmediatos intereses, o pudiera conmoverlos.
La expresión se acuñó entonces. Pero "hombres de ideas" había habido
antes —Quevedo, Feijoo, Jovellanos, Larra, Balmes...— y en todos los tiempos,
y los ha habido después y seguirá habiéndolos. Es curioso que, aunque de lejos
no nos cuesta demasiado reconocer que llevaban razón, en su tiempo fueron
pocos los que se la dieron, y el sufrimiento, los desencantos y las persecucio-
nes, de un modo u otro, fueron el salario amargo por la verdad que decían y
por el bien que querían hacer. Pero los dolores, las incomprensiones que pade-
cieron éstos y otros hombres, no venían de las razones que les pudieran oponer
los que les combatieron, o difamaron, o abandonaron, o encarcelaron; venían
de las pasiones de sus oponentes, es decir, de la vanidad que peligraba en su
estrado, del poder cuya legitimidad era discutible, del dinero que se podía
perder o se dejaría de alcanzar. Todavía ahora —y seguirá siendo así en el
futuro— cuando alguien ponga objeciones o arremeta contra ideas o actitudes
demasiado claras y justas, preguntémonos qué puede perder el que se opone, o
cuánto gana, o de qué manera lo gana... Nadie quiere ser inelegante y todo el
mundo procura añadir a la verdadera razón brutal de la pasión, de la vanidad
o del interés, artificiales y sofisticados argumentos pseudo-ideales; pero el
verdadero motivo está en querer salvar el orgullo, en no querer dejar el poder,
en asegurarse la riqueza o el sueldo. La verdad, la justicia, si queda lugar, viene
luego; o simplemente se queda fuera. Lo elegante es accesorio, cuando el conte-
nido válido de verdad y de justicia, no se acepta absolutizándolo.
Los hombres de ideas" han tropezado con esta clase de oposiciones. Y sólo
cuando, en la lejanía, no han supuesto un peligro demasiado próximo para
intereses inferiores y particulares en peligro, pero momentáneamente triun-
5
fantes, se han podido hacer más generales las voces que, finalmente, han
reconocido la razón y hasta el mérito de los desaparecidos. Hay que morir para
llevar razón.
Es el caso de Cristo que, en el más noble sentido de la expresión, fue un
Hombre de ideas": las ideas que él dio a la humanidad constituyen, sobrenatu-
ralizadas, el contenido de la fe para el creyente.
Porque Cristo fue condenado y crucificado por las ideas que expresó: tildado
de subversivo por los que detentaban el poder y la influencia en su pueblo,
compadecido como infeliz o visionario por los prudentes según el mundo, amado
y comprendido a medias por una minoría aturdida, sólo después de la muerte,
en el respiro que comenzaban a otorgar aquellos que creían no poder temer nada
de él, se inició la recuperación reflexiva de sus más fieles y confundidos discí-
pulos. Robustecidos por la gracia, tendrían que pasar, a la vez, por parecidas
contradicciones, como el Maestro —«Si a mí me han perseguido, también lo
harán con vosotros...»—, y, de esta manera, el Evangelio comenzó a introducirse
en el mundo, y de esta manera va, todavía hoy, penetrando auténticamente en
el corazón de los hombres. La gracia de Dios no añadía verdades a las ideas de
Jesús; sólo confortaba, robustecía a los creyentes que las aceptaban. La verdad
de Cristo debía extenderse y aceptarse por su propia razón, sin fuerzas extrañas.
Los cristianos, los apóstoles, fueron los hombres de ideas" que iniciaron una
transformación de la humanidad todavía en proceso.
Mirando hacia atrás, también ahora vamos dando la razón y concediendo
a Cristo y a sus seguidores ya muertos, honores y alabanzas; pero cada vez
que surge un nuevo "hombre de ideas" —en nuestro caso cristianas—. Y
en la medida en que más auténticamente correspondan a la originalidad del
Evangelio y sirvan para una dada situación actual del hombre y de la sociedad,
hombre y sociedad instalada adoptarán actitudes críticas, despectivas, o persecu-
torias, reluctantes a la conversión que no se quiere aceptar y que el Evangelio
exige con su anuncio. Simplemente con su anuncio cuando pretende ser integro
y no alejado de la realidad del hombre, ni disimulado por idolatrías pseudo-
cristianas.
Hay personas para quienes su amor por la Iglesia
depende de su amor al mundo, de modo que si el
orden de su mundo y el bien de la Iglesia llegaran
a estar en contradicción, se inclinarían en favor
del mundo y en contra de la Iglesia.
J. H. Newman, C. O.
6
Jóvenes:
«¿Por qué has hecho esto?»
ESTA pregunta de María a Jesús
la han repetido mucho: padres
a sus hijos, cuando han llegado
a la adolescencia, al umbral de la
juventud. En este momento, el "por
qué" de la curiosidad candorosa de
los niños, dirigido a sus padres, se ha
cambiado por la pregunta angustiada
de éstos a los hijos. Hijos que, a esta
edad, se yerguen como un misterio
amado —más amado todavía—, pero
ya indominable.
Es la pregunta dicha, o contenida en
el corazón —la Virgen también guar-
daba palabras, pensamientos, en el
corazón...—, al hijo, cuando al ano-
checer vuelve a casa desde su primer
lugar de trabajo, del corro de sus
compañeros nuevos, o cuando, de los
primeros cursos universitarios, las va-
caciones restituyen a la convivencia
familiar a los jóvenes de voz recia
recién cuajada, impresionados por
ideas centelleantes recogidas en el ho-
rizonte más dilatado de la inteligencia:
aulas, profesores, compañeros... Se han
asomado a un mundo que les parece
inmensamente mayor que el heredado
de los adultos. Algo mayor que no hay
que ganar, que no hay que merecer,
como a veces les decimos, sino que hay
que hacer, que hay que construir.
Y hablan, y exigen. O callan, porque
piensan que no les podríamos compren-
der, o porque no nos quieren disgustar
inútilmente. A veces también callamos
nosotros, los mayores. Otras no pode-
mos callar: «¿Por qué has hecho esto?...»
El paralelo evangélico de esta situa-
ción es la escena de Jesús encontrado
en el Templo, después de haber estado
con los maestros, escuchándoles y
haciéndoles preguntas). El Templo era
la "universidad de los hebreos, y
hasta era allí donde los jóvenes po-
drían prestar el único "servicio" fuera
del hogar, porque los hebreos rehusa-
ron prestar el servicio militar y los
dominadores romanos respetaron esta
voluntad. La experiencia de salir
fuera de casa", para un joven hebreo,
comenzaba en la adolescencia, cuando
era admitido a participar en los viajes
para "peregrinar a Jerusalén". Jesús
pasó por esta experiencia, y de ella
Los quedan los únicos detalles escri-
turísticos sobre la adolescencia y la
juventud de Cristo. Lo cual todavía
hace más preciosas las consecuencias
que los cristianos podamos sacar de
esta escena honda, rica, profundamente
humana, familiar. Aleccionadora espe-
cialmente para los padres.
María y José «no comprendieron las
razones que él les daba». No es extra-
ño que otros padres no comprendan
siempre a sus hijos.
Es verdad que Jesús era un hijo
"especial"; pero lo son todos los hijos
para sus propios padres. Los primeros
brotes de la personalidad que se revela
en los hijos serían fáciles de compren-
der si todos los hombres fuésemos
iguales, si la Creación hubiese sido
7
concebida como un proceso standard.
Pero cada ser humano tiene su propio
temperamento, a desembocar también
en una peculiar personalidad. Y ade-
más, lo que pueda suministrar la
experiencia, a los mayores cuando
recuerden la propia adolescencia y la
comparen con la de sus hijos, les sirve
sólo parcialmente, porque la vida, el
desarrollo de la humanidad, las condi-
ciones culturales, no se detienen en su
evolución; por lo cual, todo intento de
comparación hacia las generaciones
futuras, desde las pretéritas, no puede
ser una ecuación. Para juzgar y com-
prender a los jóvenes de hoy es preciso,
junto con la experiencia precedente,
acumular la ponderación de las cir-
cunstancias variantes, progresivas, que
se van ofreciendo, sin precipitarnos
a calificar de ruptura lo que solamente
es síntoma de evolución, y observar el
curso de la vida con apertura de mente,
con amor esperanzado, con generosi-
dad que se proyecta hacia adelante en
constante y noble esfuerzo por abarcar
con una visión cada vez más universal,
a la vez sintética y progresiva, el valor
del hombre, su dimensión social y las
responsabilidades consiguientes.
En la Virgen se dio, sin duda, este
esfuerzo, esta nobleza. Ella comenzó
"no entendiendo"; sin embargo, siguió
meditando y terminó aceptando y
comprendiendo hasta sumarse, hasta
identificarse con el proyecto cristiano:
no "se guardó" el Hijo, llegó a com-
prender que no debía ser sólo "suyo",
que debía ser de todos, universal. Y
resultó que, al comprender, al dar y al
ayudar a su Hijo a darse, ella misma
se creció proyectada en la magnitud
liberadora, redentora, del Hijo. No
desvió la misión de éste, ni condicionó
el modo cómo éste tenía que llevar a
cabo su obra. La obra de Cristo fue
divina, pero humana, y en lo humano
pura, desprendida, generosa, limpia,
universal, espiritual. Con los pocos
medios que nosotros tenemos para lo
poco que hemos de hacer, nos cuesta
comprender por qué los recursos del
poder divino no fueron empleados
para hacer más "confortable", más
cómoda a la par que automática, la
obra de Cristo. Somos menos espiri-
tuales y menos generosos. O decimos,
para justificarnos, que «ellos eran más
santos»...
Pero Cristo no nos pidió que le
admiráramos, sino que le siguiéramos.
Es camino abierto que muestra el que
y el cómo.
No sabemos cómo sería la reacción
de la Virgen (y de José, mientras
estuviera) cada vez que Jesús hablaba
de redención, de liberación, de liber-
tad, de salvación con sacrificio; cuando
hablaría del mundo de todos los
hombres, del bien de su gracia —que
nosotros hemos reducido a contraste o
validez talismánica—. Cuando hablaba
de la injusticia, de la verdad, de la
paz, del amor: por supuesto del amor
verdadero, no de melifluidades empa-
lagosas, de degeneraciones vaporosas
del sentimiento, de sueños de hadas
angelizados; sino de una pasión de
bien por el Padre y toda su obra,
por el mundo y por el hombre, por
el orden de Dios y por la ley de la
Creación.
Hoy nos asustan los jóvenes si nos
hablan de libertad, de exigencias ele-
mentales de justicia, de deshipocritaci-
zación de las conductas; en fin, de los
"derechos humanos" que, con ser sim-
ple enumeración de la ley natural o la
consecuencia inmediata de la misma,
derivada de la Ley eterna de Dios,
8
levanta ampollas a las sensi-
bilidades arcaicas.
No queremos decir que
siempre las exigencias juve-
niles sean justas o, tal vez,
correctas en su planteamiento.
Pero tampoco podemos hacer
menor salvedad cuando ana-
lizamos las actitudes de los
que se oponen a ellas. Muchas
veces, cuando se da el error,
en el objeto o en las maneras
de lo que los jóvenes preten-
den, ello es debido a que les
hemos dejado solos y, a la
hora de concretar y desarro-
llar sus intuiciones de justicia
y de bondad sin fariseísmos,
nuestro moralismo santón,
parcial y egoísta, les ha con-
vencido de que no podían
contar con nosotros.
Otras veces, lo que en ellos,
de momento, nos sorprende
o sobresalta, se nos revela,
finalmente, como el fruto de
la generosidad, de los buenos
ideales que les hemos dado
como semilla, en su infancia
y que, más tarde —ahora—,
recogemos o comprobamos
fructificada a su medida y a la
de las esperanzas del mundo
que les aguarda. Finalmente
su obra es, además, nuestra
obra.
También hay unos hijos
que jamás crean problemas a
sus padres: son los estúpidos,
de conciencia dormida o sen-
sibilidad bestializada. Y ade-
más los egoístas, si los padres
también lo son.
Justicia y Paz
PARA «construir la paz» hay que partir
de la justicia. Lo ha repetido el Papa
al felicitar a la ONU, el pasado 10 de
dic., con ocasión del XXV aniversario de
la Declaración Universal de Derechos del
Hombre, «una de las mayores glorias de
las Naciones Unidas».
Los Derechos Humanos son formulacio-
nes basadas en la Ley Natural, y ésta es,
decía santo Tomás, «la participación de la
misma Ley eterna de Dios dada a la creatura
racional». Por eso subrayaba el Papa: «La
Iglesia no podrá jamás desinteresarse de lo
derechos del hombre». Y declaraba: Pres-
tamos nuestra voz a todas las víctimas
silenciosas de la injusticia, para protestar
Y suplicar por ellas.
Todos sabemos que Pablo VI, el día 6 de
enero de 1967, instituía la Comisión Pontifi-
cia de Estudio Justicia y Paz, para que,
tal como su nombre indica, suministrara
criterios y propusiera objetivos concretos
en orden a la edificación de la paz y a las
exigencias de la justicia amenazada en el
mundo. A imitación de dicha Comisión
Pontificia, se han establecido también Co-
misiones de Estudio «Justicia y Paz» a
nivel nacional.
La tarea de tales Comisiones no es técni-
ca, sino orientadora desde una perspectiva
cristiana, objetiva y documentada. Las de-
claraciones y documentos que de ellas
emanan son, por lo menos, dignos de estudio
y de reflexión respetuosa.
Es un servicio que personas cristianas,
inteligentes, amantes del Papa y muy fami-
liarizadas con los documentos conciliares,
prestan a sus hermanos de fe, bien sean sim-
ples ciudadanos o, eventualmente, ocupen
cargos con responsabilidad pública.
9
El frío, el silencio, la esperanza
«En el silencio y en la esperanza
Estará vuestra fuerza» (Isaías, 30,15)
INVIERNO es el tiempo del frio. Y el
tiempo del silencio y de la esperanza.
En el silencio oscuro, lujo tierra,
crecen las raíces, cuando por fuera la
vegetación se inhibe, en el silencio, ocul-
tas, sepultadas germinan las semillas y
fe prepara la multiplicación prodigiosa
de las cosechas para cuando el verano
vuelva.
También para el hombre, y todavía
mas para el creyente, en el silencio se
desarrolla la esperanza, y en la esperanza
construye su futuro y remansa la fuerza
para la vida. Pensar y esperar para actuar,
desde la inmanencia del espíritu hasta la
realidad expresiva de las palabras de los
estos y de los actos. Porque la esperanza,
cuando es virtud, es —como las demás—,
operativa, diligente, volcada al objeto que
la especifica. El que nada tenga que decir
ni quiero hacer, nada puede esperar.
Es en el aparente frío interior de la
soledad, en el silencio, donde se profun-
dizan, como en su tierra, las raíces de los
pensamientos que sostienen el tronco de
la vida; allí es donde las convicciones se
hacen radicales y reestructuran en fuerza
para ser proyectada, para convertir en
plenitud, en realización y, al mismo
tiempo. En generosidad y beneficio. En el
silencio interior del alma, pensamientos y
convicciones en laboriosidad expectante,
extraen el sentido de la propia vida y
descubren y valoran el de la vida de los
demás. Vivir es andar y descubrir y
descubrirse y encontrar; es hablar y
escuchar, decir y comprender, dar y reci-
bir, mostrar y admirar. Desde el silencio.
En el silencio se elabora la palabra
encendida por el pensamiento y, para
decirla, necesitamos, también, un espacio
de silencio que pueda ser ocupado por
nuestra voz. El que quiera recibirla y
comprenderla tendrá que otorgarnos a la
Tez, también en silencio, un poco de su
atención: un paréntesis de calma, un
cobijo de buena voluntad acogedora, sin lo
cual sería imposible cualquier experien-
cia o intento de comunicación personal,
humana. Necesitamos del silencio para
pensar y expresar, para oír y comprender,
nosotros a los demás y los demás a nos-
otros. El ruido neutraliza a destruye la
comunicación: paraliza la atención, nar-
cotiza la conciencia, maltrata y rompe los
significados.
La esperanza no es la pereza beata
que aguarda inoperante, sino la diligencia
iluminada que busca mientras construye
afanosamente, y que construye con los
demás. Como la planta que crece, no sola,
sino con la tierra, con el agua, con el aire
y con el sol; pero que devuelve pureza al
aire, que, florida, hermosea el color de la
luz y que regala, finalmente, la generosi-
dad del fruto.
El hombre, en silencio, con esperanza,
se siembra en el surco de la abnegación,
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para la cosecha de la vida. Porque «si el
grano no muere, no puede dar fruto...»
En el silencio puede comenzar a creer
en estas palabras. En el silencio se puede
descubrir que, la aparente renuncia, se
ha convertido en siembra, y In siembra
en promesa de fecundidad, en esperanza
de cosecha. Y por lo tanto en gozo y en
fuerza.
La Biblia exalta la fortaleza que pro-
viene del gozo exuberante de la bondad.
Otra fuerza es solamente corteza endu-
recida que oculta, hasta que se rompa, la
vergüenza de la debilidad y de la mentira.
Isaías, mientras oleaba horizontes de
consolación para su pueblo, y por encima
de las previsiones políticas de otros con-
temporáneos suyos, clamaba el anuncio
de la paz sobre los caminos diciendo:
«En el silencio y en la esperanza estará
vuestra fuerza».
Fuerza del pensamiento y fuerza de
la acción; fuerza clarividente de la verdad,
fuerza y fecundidad del bien, que crece,
que se va haciendo.
Nos quejamos, muchas veces, de lo
que no se puede hacer, de la que no
se puede decir. Y llevamos razón: en el
mundo la verdad es maltratada y el bien,
muchas veces impedido. Y, todavía, el
valor positivo de lo que se dice o el
Influjo del bien que, a pesar de todo, se
hace, en gran parte se inutiliza a desvir-
túa, al dar can In ignorancia indefensa,
al tropezar con la tozudez errónea, o con el
bombardeo aturdidor, unilateral y ruido-
so de mensajes hueros, sentimentaloides,
primitivos, superficiales y vulgares y,
por lo mismo, aptos para dirigirlos a la
manipulación de las masas, a su paraliza-
ción ideológica, a su fatal enajenación.
Pero todo esto no es lo más grave. El
mayor mal puede estar, solamente en la
renuncia consciente al silencio interior
que restaura y que ordena el espíritu,
y lo mantiene vigilante y abierto para
relacionare con el mundo y para mante-
ner su interpretación correcta desde la
serenidad de la inteligencia y de la fe.
Son menos temibles los influjos exter-
nos, los ruidos de fuera, que las perezas
interiores, las comodidades negligentes,
la falta de atención y discernimiento,
de sinceridad y confianza, de diálogo y
comprensión, de esfuerzo por hacerse
comprender, de nobleza por merecer la
confianza.
Los influjos externos poco podrían si
no encontraran zonas del hombre al que
se destinan, que son tierra de nadie",
espacios inermes del pensamiento y de
11
la conciencia incultivados y todavía no
despiertos.
El pensamiento, la conciencia, se
cultivan desde dentro, desde el silen-
cio. He aquí lo primero que hemos
de defender en nosotros mismos, y
lo que hemos de respetar y defen-
der en los demás. De esta defensa, y
de este respeto, se puede deducir la
esperanza sólida del bien futuro del
hombre.
El pueblo de Dios fue adoctrinado
en el desierto para las esperanzas
mesiánicas; el cristiano lo es en la
oración para cualquier proyecto de
bien; todo hombre lo es en la sereni-
dad reflexiva para su propio desarrollo
y el de la humanidad que le envuelve.
Tenemos la imagen en este frío
de invierno, en el silencio vegetal de
la naturaleza, que sabemos que es
crecimiento interior, radicación de
esperanzas para el consuelo de otra
primavera, para la riqueza del verano,
en el gozo y la fuerza del gozo, desde
el silencio activo de la esperanza.
Dos tareas urgentes y cristianas:
EL HOMBRE,
LA FE
NO ES suficiente decir que nuestra época atraviesa por un nuevo huma-
nismo, como si las transformaciones culturales y la evolución de la vida
del hombre en el mundo de hoy fueran la simple repetición de las
tales renacentistas, a cuatro siglos de distancia. Porque el
hombre es una síntesis del universo y porque lleva en sí mismo la imagen del
Ser absoluto e infinito que le trasciende, la actividad de la inteligencia y de la
voluntad humana no agota los objetos de su interés ni puede paralizarse la
profundización en la conciencia de su propio valor. No se repite nada: simple-
mente han crecido sus conocimientos, ha progresado en sus síntesis, ha perfec-
cionado la conciencia de su dignidad.
Por esto no nos puede sorprender que la Iglesia, en esta época nuestra, en
uno de los documentos que es imprescindible tener en cuenta —la Gaudium
et spes—, comience declarando que «es el hombre, pero el hombre todo entero,
cuerpo y alma, corazón y conciencia, inteligencia y voluntad» en el que centra
Fu atención, para respetarlo, defenderlo y servirlo. Creyentes y no creyentes,
afirma (GS, 12), están de acuerdo en que todos los bienes de la tierra deben
ordenarse en función del hombre, centro y cima de todos ellos.
12
No se equivoca el hombre al afirmar su superioridad sobre el universo
material. Por su interioridad es superior al universo entero (GS, 14).
La constitución conciliar Gaudium et spes ofrece la complementación
cristiana actualizada para una reflexión sobre los «naturales, irrenunciables e
inviolables» derechos humanos.
Se acaba de anunciar, como de inminente aparición, un libro de la UNESCO,
cuyo título EL DERECHO DE SER HOMBRE, alberca el contenido de mul-
titud de documentos históricos, a través de los cuales se puede seguir esa odisea
de la conciencia humana en pro de la justicia y de su propia dignidad. Será un
libro conmemorativo del XXV aniversario de la Declaración de los Derechos
Humanos, alabada, por Pablo VI, como una gloria de la ONU.
Pero el valor de cualquier conmemoración no se puede limitar a que sea
registrada en los anales que se archivan, sino que debe traducirse en motivo
de interés y profundización en lo que merece ser recordado. Por esta razón
destacamos aquí el documento conciliar y este libro también básicamente docu-
mental.
Sobre la fe
Nos referimos a otro libro, igualmente de próxima aparición, en el que su
autor, el padre Teófilo Cabestrero, recoge sus entrevistas con diversos teólogos
centroeuropeos, españoles y latinoamericanos. Está anunciado con el título de
«CONVERSACIONES SOBRE LA FE».
Sorprendidas o asustadas, críticas o inquietas, y también curiosas o irónicas,
son muchas las personas que hablan, opinan o juzgan sobre la fe de los cris-
tianos de hoy. Este libro está desprovisto de objetivos apologéticos y no será
demasiado útil para los no creyentes; pero sí tendrá muchísimo interés para
los cristianos capaces de seguir los diálogos que en él se ofrecen, en los que se
tratan los problemas actuales de la fe, los peligros y riesgos que puedan afectarla
y las tareas más urgentes que deban asumir los creyentes, es decir, la Iglesia,
en relación con la fe.
Seriedad, franqueza, incluso cierta profundización sin academicismos, viva
actualidad, competencia de los interviuados (Ladislaos Boros, Marcel van Caster,
Heinrich Fries, Francois Houtart, Hans Küng, René Laurentin, André Liegé,
René Marlé, Jürgen Moltmann, Joseph Ratzinger, Edward Schillebeeckx, Jean
Marie R. Tillard, José Gómez Caffarena, José M. González Ruiz, Evangelista
Vilanova, Enrique Dussel, Segundo Galilea, Gustavo Gutiérrez, Juan Luis
Segundo...), son sus notas más destacadas. Creemos, sinceramente, que este
libro está llamado a hacer un gran bien".
Como una muestra del mismo, ofrecemos la conversación" con José M.
González Ruiz, no solamente porque es uno de los teólogos españoles más
destacados, sino porque, en Albacete, tenemos el buen sabor de su paso por el
Oratorio en una inolvidable conferencia, en mayo de 1969.
13
{T<} La «fe» y la FE.
Por José M. Gonzales Nuis
LA FE es esencialmente una opción libre del hombre, y gratuita por parte de
Dios. Es un diálogo entre Dios y el hombre, pero es Dios quien tiene la iniciativa.
Un auténtico creyente tiene plena consciencia de la gratuidad de su fe, y a la hora
de la verdad no sabe dar "razón" de ella: cree, y no puede decir lo contrario. Así
se explica que los verdaderos creyentes sean los más comprensivo, con el fenóme-
no del ateísmo: si para ellos la fe fuera el resultado de una rigurosa investigación,
no comprenderían cómo otros hombres no llegan al mismo resultado. Pero, como
tienen esa profunda experiencia de la gratuidad de su fe, son comprensivos con
sus hermanos ateos.
Ahora bien, en un clima de "cristianismo convencional" se da frecuentemente el
caso de que por "fe" se entiende otra cosa distinta: es una especie de convicción que
justifica todo el universo vital y cultural en el que se mueve el individuo. Por eso,
cuando por una causa u otra se derrumba ese universo, vemos a esos "creyentes"
aferrarse desesperadamente a los elementos que constituían ese universo, creyén-
dose que efectivamente va a desaparecer la fe. Ahora bien, es cierto que la fe", va
a desaparecer, pero de ninguna manera la Fe. Esta —la auténtica Fe— se desarrolla
más fácilmente en un clima de resistencia, que hará más fácil la opción gratuita.
Cuando en una sociedad el ser creyente" es prácticamente exigido para ser ciuda-
dano de primera clase, lo más natural es que se produzca el fenómeno de la "fe",
pero no de la Fe: le falta el suficiente clima para que se produzca la dinámica de la
gratuidad. No olvidemos que la edad de oro del cristianismo la constituyen los
primeros siglos, en que ser cristiano era reato mortal según los cánones de la
seguridad del Imperio romano.
EL MÁS GRAVE PELIGRO.
Para mí, el más grave riesgo es el intento de encerrar la Fe en una fórmula y
eternizarla de esa manera. Los grandes teólogos medievales hablaban del Dios
siempre mayor: o sea, que jamás la comprensión humana puede agotar toda la
riqueza de la revelación de Dios. Y entiendo por "revelación" lo que propone la
Biblia: no sólo la manifestación de un determinado saber sobrenatural, sino el
desvelamiento de Dios que se manifiesta precisamente en el gesto de liberación de
toda clase de esclavitudes. En el pórtico de la gran revelación de Dios en el Sinaí,
a propósito de la promulgación del Decálogo, aparece esa declaración:
«Yo soy Yahvé, tu Dios, que te he hecho salir de la tierra de Egipto, de la casa
de la esclavitud» (Ex 20, 2).
LAS TAREAS DE LA FE.
La tarea esencial y más urgente es, sencillamente, vivirla. La Fe no es un "depó-
sito" que se posee como una cuenta bancaria, sino una vida que se desarrolla en
presencia de ese Dios que manifiesta el poder de su brazo «derribando el trono de
los poderosos y ensalzando a los humillados». (Job 5, 11, 12, 19; Sal 147, 6; Luc 1, 52).
Si la Iglesia no vive ese riesgo vital de la Fe, corre entonces el riesgo de perderla
y sustituirla por la "fe".
14
EN FAVOR DE UN PROFUNDO HUMANISMO
Y DE UNA IGLESIA JOVEN Y DINÁMICA
Nos parecen muy interesantes unas palabras del cardenal Vicente
Enrique y Tarancón, que sacamos de un reciente discurso suyo. Manifiestan
la actitud de la Iglesia ante la cultura, ante las ciencias humanas, para
la fecundidad espiritualizadora del Evangelio que ella ha de comunicar
al mundo. Fueron pronunciadas con motivo de la apertura de curso en
la Universidad Pontificia de Salamanca, el día ocho del pasado octubre,
en un acto académico, en el aula magna de la Universidad. Son, no sólo
interesantes, sino significativas porque el cardenal Tarancón, además de
Gran Canciller de aquella Universidad, es el presidente de la Conferencia
Episcopal Española. Entre otras cosas, dijo el cardenal:
¿Qué es la Universidad?
La Universidad es como una confluencia de personas empeñadas en la investi-
gación, en la docencia, y en el aprendizaje, que ponen en común sus saberes,
sus preguntas y sus respuestas, sus dudas y opiniones, para crear un clima
humano en el que la verdad aparezca y se difunda de la manera más limpia,
más honesta, más completa y más enriquecedora posible.
La Universidad católica
y los saberes humanos
Las mismas facultades eclesiásticas necesitan vivir enclavadas en este contexto
más amplio de los saberes humanos para mantenerse en la línea donde real-
mente están las preocupaciones de las demás ciencias y disciplinas y para no
perder el contacto con la realidad de la vida que ha de ser uno de los estímulos
en orden a su florecimiento y eficacia. Además, todos los saberes, y particu-
larmente los saberes sobre el hombre, despiertan en el creyente importantes
cuestiones acerca de las exigencias concretas de la fe.
Pensar, enseñar y aprender
para ayudar a los obispos
Los obispos, para realizar nuestra misión magisterial y pastoral, necesitamos
de grupos de hombres estrechamente vinculados con nosotros, que se dediquen
a pensar, a enseñar, a aprender. Pero no sólo en el ámbito estricto de las cien-
cias eclesiásticas, como podría parecer a primera vista; necesitamos también
grupos de hombres que sepan mantener y desarrollar continuamente un diálogo
15
fecundo entre las ciencias eclesiásticas y las ciencias humanas y, más amplia-
mente, entre la Iglesia y el mundo.
Para que este diálogo sea eficaz, parece casi necesario que quienes cultivan las
ciencias eclesiásticas se asomen al mundo de las ciencias humanas e incluso
convivan con sus especialistas para que puedan recoger sus preguntas y sus
aportaciones, y que haya también especialistas en las ciencias humanas que
convivan y trabajen juntos con los que se dedican a las ciencias eclesiásticas.
Esta es la manera práctica —a mi juicio— de ir construyendo entre todos la
armonía entre el mundo y la Iglesia, entre la historia y la salvación, entre la
ciencia y la fe.
No es posible ignorar
la realidad cultural secular
Está haciendo mucha falta que acortemos distancias entre la Iglesia y la cultura.
Ya quedan lejos aquellos tiempos en que Iglesia y cultura eran cosas tan estre-
chamente unidas que casi parecían hermanas y muy bien avenidas.
El desarrollo ha traído, entre otras cosas, la universalización y la secularización
de la cultura. Y en la Iglesia no podemos vivir y actuar acertadamente ignoran-
do lo que piensan y lo que sienten los que se dedican a las ciencias humanas.
Incluso tenemos la obligación de encarnarnos en la cultura actual para poder
evangelizar eficazmente.
En favor de un profundo humanismo
y de una Iglesia joven y dinámica
Es necesario, también, que los hombres de España —los que se declaran ca-
tólicos y los que se consideran marginados de la Iglesia— puedan tener una
comprensión cada vez mejor de lo que es la religión, de lo que es verdaderamen-
te la fe cristiana, de la misión o intención salvadora de la Iglesia. Incluso creo
que es necesario que se multiplique la figura del universitario y del profesional
que se mueva en su actividad civil con una percepción profunda de lo que ha de
ser la Iglesia en el mundo de hoy y del mañana, con un verdadero compromiso
cristiano en favor de los valores auténticamente humanos: en favor de la verdad,
de la justicia, de un profundo humanismo en todos los aspectos de la conviven-
cia social. Y comprometido, al propio tiempo, en mantener una Iglesia joven,
dinámica, alerta siempre a lo que ocurre en torno nuestro para proyectar sobre
la realidad la luz de la fe y el espíritu del Evangelio.
El principio del año que comienza es una ocasión para suscribirse a
VIDA NUEVA
Si ya la recibe, regale una suscripción a un amigo y ayudará a la buena
información respecto a la Iglesia.
16
1974:
PARA UNA
FORMACIÓN
PERMANENTE
Tomamos en consideración las recomendaciones contenidas en el Decreto
conciliar sobre los Medios de Comunicación Social y la Constitución sobre
la Iglesia y el mundo actual, en orden a la necesidad de la información, para
ayudar al bien común de la sociedad, a cultivar la propia fe y a interpretar los
hechos históricos y culturales en la perspectiva del providencialismo cristiano.
Con la expresión «FORMACIÓN PERMANENTE», queremos mostrar que
se trata de continuar el proceso formativo, sin interrupción, para satisfacer
las exigencias profundas de la personalidad humana en su desarrollo, y para
responder a las demandas, cada vez más apremiantes, de un mundo que se
transforma. Todos comprendemos hoy claramente que la vida de los individuos,
la de las sociedades y la de los pueblos no puede contentarse con un nivel de
formación dada en un mundo cuyas estructuras se hallan en constante transfor-
mación INFORMACIÓN
Los medios de comunicación social en un mundo en situación de cambio como
el nuestro, nos aportan unos hechos y unas situaciones sobre las cuales la Fe
debe incidir como respuesta vital.
«VIDA NUEVA»
. Edita: P. P.C. - E. Jardiel Poncela, 4 - Madrid-16.
. Publicación semanal.
. Precio suscripción anual: 500 ptas.
Revista de información religiosa. Muy apropiada para seguir, sobre todo,
la marcha y vicisitudes de la Iglesia en España en la hora actual. Intere-
santes los "pliegos" semanales, reportajes monográficos sobre un tema
de actualidad para la Iglesia y el mundo.
«CUADERNOS PARA EL DIÁLOGO»
. Edita: «Edicusa» - Jarama, 19 (prolongación) – Madrid.
17
Publicación mensual.
Precio suscripción anual: 725 ptas. normal.
Revista imprescindible para seguir la evolución de la vida social española.
Trata de responder a la ausencia de una formación política seria en los
medios españoles más cultos. Presenta soluciones y posturas que, dentro
de lo discutible, hay que valorar seriamente.
«TRIUNFO»
Edita: Triunfo - Plaza Conde Valle Suchil, 20 - Madrid-15
Publicación semanal.
Precio suscripción anual: 1.200 ptas.
Semanario de gran difusión. Proporciona muy buena información inter-
nacional, aunque pocas referencias al momento español. Culturalista.
Interesante y discutible.
«DESTINO»
Edita: «Public. y Revistas, S.A.» - Consejo de Ciento, 425 – Barcelona.
Publicación semanal.
Precio suscripción anual: 1.040 ptas.
Semanario cultural. Más que revista de actualidad, es literaria, y de gran
calidad.
PEDAGOGÍA DE LA FE
Es necesaria una profunda reflexión para responsabilizarse de la comunicación
del mensaje repensando la propia fe personal.
«IMÁGENES DE LA FE»
Edita: P. P. C. - E. Jardiel Poncela, 4 - Madrid-16.
Diez números al año.
Precio suscripción anual: 175 ptas.
Versión española de la ya veterana «Fêtes et Saisons» francesa. Cuidada
presentación con números muy logrados. Clara orientación catequética.
Dirigida al público de nivel medio. Es de lectura fácil.
«LA BIBLIA Y SU MENSAJE»
Edita: P. P.C. - E. Jardiel Poncela, 4 - Madrid-16.
Precio suscripción anual: 130 ptas.
Revista de divulgación bíblica. Expone de forma catequística y vulgari-
zada los grandes jalones de la historia de la salvación. Pedagógica para
ambientes de nivel medio. Indicada para adquirir una visión de conjunto
sobre la Sagrada Escritura, para cuantos no podrían emprender un estu-
dio sistemático sobre la Biblia.
18
REFLEXIÓN CARA AL MUNDO
En los momentos como el nuestro en el que se da una situación social de cambio
es cuando la fe nos sitúa en una instancia crítica para rechazar o asumir los
nuevos valores.
«EL CIERVO»
Editorial El Ciervo - Calvet, 56 - Barcelona-6.
Publicación mensual.
Precio suscripción anual: 375 ptas.
Fiel a su trayectoria, sigue esta excelente revista informando con una
perspectiva crítica y amena. Tiene todas las secciones de una revista de
actualidad. Muy buena para seguir el panorama cultural.
«HECHOS Y DICHOS»
Apartado 243 – Zaragoza.
Publicación mensual.
Precio suscripción anual: 275 ptas.
Después de transcurridos tres años en la publicación de esta nueva ver-
sión de la Revista se puede decir que responde magníficamente a lo que
debe ser una revista de orientación y pensamiento cristiano. Muy buenas
colaboraciones.
«MUNDO SOCIAL»
Edita: «Casa de Escritores S. L.» - Pablo Aranda, 3 - Madrid-6.
Once números al año.
Precio suscripción anual: 250 ptas.
Desde el mundo de los problemas sociales surge esta Revista, que llena
un gran vacío en el panorama informativo español. Una visión objetiva y
proposición de soluciones valientes son la tónica de sus planteamientos.
Responde así a lo que el Concilio pidió en las relaciones Iglesia-mundo,
de acuerdo con la trayectoria de la nueva sociedad que nace.
«RESEÑA DE LITERATURA Y ESPECTÁCULOS»
Edita: «Casa de Escritores S. L.») - Pablo Aranda, 3 - Madrid-6.
Precio suscripción anual: 400 ptas.
Reseña de literatura, arte y espectáculos. Revista "orientadora", que
señala el contenido ideológico y el valor moral, estético y social de cada
obra. Revista "selectiva" que analiza de preferencia aquellas obras que
pueden ejercer influjo en la mentalidad actual.
El principio del año es una oportunidad para
Suscribirse a alguna de las revistas que les
recomendamos en estas páginas.
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HORARIO DE MISAS
A partir del mes de enero se suprime la misa
festiva y dominical de las diez de la mañana
y se establece la de la una del mediodía.
EI HORARIO DE MISAS queda fijado así:
DÍAS LABORABLES: 7,45 de la mañana y 8 de
la tarde.
DOMINGOS Y FESTIVOS: 11, 12 y 13 de la ma-
ñana y 8 de la tarde.
SÁBADOS Y VÍSPERAS DE FESTIVOS: 8 de
la tarde (Misa anticipada).
LAUS
Director. P. Ramón Max, C.O. - Edita o imprima: Congregación del Oratorio.
Placeta de S. Felipe Neri, 1 - Apartado 182 - Albacete - D. L AB 102/62 - 14. L. 74.
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