Boletín del Oratorio de Albacete.
Núm. 120. FEBRERO. Año 1974.
SUMARIO
N ARECE que vamos a Dios; pero Dios ya está aquí:
sólo falta descubrirlo desde lo concreto, no para
reducirlo a este mundo, ni para suplantar nuestra
vida, sino para ser nuestra vida y para proclamar el
sentido del mundo. Sin destruir nada, pero transformándolo
Lodo. No lejos, no luego, no al lado; sino ahora y desde
dentro.
PREDICAR EL EVANGELIO
COMO LOS DEMÁS
EL PROCESO DE LA SECULARIZACIÓN
¿QUÉ CLASE DE FE TENEMOS?
AYUDAR A LOS JÓVENES
INJURIAS
UNA MISA PARA LOS NIÑOS
ELOGIOS DE LOS MÉDICOS
EL DERECHO Y LA PAZ
1 (21)
Predicar el Evangelio
ante las injusticias evidentes
LA MISIÓN de predicar el Evangelio en el tiempo
presente requiere que nos empeñemos en la libe-
ración integral del hombre, ya desde ahora en su
existencia terrena (citaba el Sínodo). Ciertamente, no
se agota la misión de la Iglesia en la promoción de la
justicia aquí en la tierra, pero esa promoción es uno de
sus elementos constitutivos. El Dios de la Biblia es el
Dios libertador de los pobres y de los oprimidos ya
en este mundo. El pacto de Yahvé con su Pueblo elegido
tiene romo contenido básico el ejercicio de la justicia.
El Mesías prometido y esperado sigue siendo todavía
un libertador que hará justicia a los pobres y a los
oprimidos.
La pertenencia o exclusión del Reino anunciado
por Jesús se deciden en la actitud del hombre ante los
pobres y oprimidos. La gran novedad está en que Jesús
hace de esos hombres despreciados y marginados "sus
hermanos"; se solidariza personalmente con todos los
pobres y desvalidos, con todos los que padecen hambre
y la miseria.
La jerarquía, como tal, no está llamada a proponer
autoritariamente soluciones a los problemas concretos
de orden temporal, su tarea principal en este campo
es proclamar, de palabra y de obra, el mensaje evan-
gélico de amor y de justicia, denunciar las injusticias
que han sido probadas como tales, recordar los princi-
pios y normas éticas que deben gobernar la implantación
de un orden social justo; inspirar, apoyar, orientar a
los que luchan contra la injusticia, y también ayudar
—a la luz de la concepción cristiana del hombre y
de la sociedad— a todos aquellos que tienen res-
ponsabilidad y competencia en el campo social, para que
puedan llegar a soluciones prácticas de los problemas
de justicia.
Existen hoy injusticias evidentes, frente a las cuales
la Iglesia jerárquica no puede permanecer en silencio,
no puede tomar una postura neutral. Con frecuencia,
no intervenir y ser neutral significa, de hecho, estar de
parte de la injusticia.
(Del discurso del padre Arrupe, en el Congreso de Ex-
alumnos de los Colegios jesuitas, celebrado en Valencia)
2 (22)
COMO LOS DEMÁS
COMO los demás hombres y mujeres de su pueblo, acuden
al templo María y José, llevando en brazos al niño Jesús,
a cumplir lo prescrito para todos los judíos en la ley de
Moisés, para la purificación de María y para presentar al Señor
y entregar la oblación por el primogénito.
Pasamos demasiado deprisa por la consideración de que este gesto es un acto
de humildad, porque no había razón para someterse, precisamente ellos, a tales
prescripciones legales. No hace falta excluir la humildad ni la devoción ejemplar por
la Ley. Pero esto no es lo principal.
Si Cristo tenía que parecerse en todo a sus hermanos, los hombres, porque la
humanidad entera, con él, teníamos que formar una familia, ya que los hijos de una
familia son todos de la misma carne y sangre, y por esto participó él de nuestra carne
y nuestra sangre —como remacha san Pablo (Hebreos, 2, 14-17)—, podemos comprender,
con más sencillez, porque Cristo y los que más directamente aparecen asociados 1 su
misión ya su misterio, se distinguen lo menos posible de los demás hombres y mujeres
vecinos y coetáneos. Estos, como única calificación que podemos recoger atribuida
a Cristo, es que le llamaron «el hijo del carpintero», y los discípulos le llamaron
«Maestro». A pesar de que, en las últimas horas de la vida no tuvo inconveniente
de reconocerse verdadero «Rey» ante el representante del poder temporal que le
interrogaba, y en confesar que era, en efecto, «el Hijo de Dios», al Sumo Sacerdote
que representaba la máxima autoridad religiosa. Pero éste le condenó por blasfemo,
y Pilato lo tomó por loco.
Cristo no se tomó ninguna molestia en exhibir, ante estos dos poderes, sus creden-
ciales divinas para que le trataran como algo más que un hombre cualquiera. Nosotros
solemos acentuar mucho el pecado de "deicidio" (?) cometido por las autoridades que
condenaron a Cristo a muerte. Pero aparte de que Dios "no puede ser matado", el
pecado fue que no le respetaron ni siquiera como a un hombre como los demás. Cristo
se movió, se comportó, se sometió humanamente. Como un seglar, como un laico,
como los demás, sin privilegios. Los que le trataron mal, le trataron como habrían
tratado a otro hombre, como trataban a los otros hombres, como trataban a los demás.
Este fue su pecado. De lo contrario no habría sido verdad lo que el mismo había dicho:
«Lo que hacéis al más pequeño, al más pobre, a mí me lo hacéis».
Cristo no quiso aparecer ni como sacerdote de la antigua Ley.
Secularismo no es destrucción o abandono de la fe, de la referencia a Dios. Como
la naturaleza humana de Cristo fue, dicen los teólogos, la «causa instrumental» de la
3 (23)
liberación de los hombres —san Pablo dice que «vino a tender la mano a los hombres,
non los ángeles...»–, no sometida, como instrumento, a ningún poder humano, sino a
la sola divinidad, si, el contemporáneo secularismo cristiano, busca que la Iglesia
—extensión instrumental de Cristo— sea depurada de injerencias o estilos que la
confundan con poderes mundanos, cualquier que sea el revestimiento que adopten.
El secularismo cristiano contemporáneo parte de la meditación sobre el aspecto
secular de Cristo. El cristiano debe ser un hombre como los demás y es desde ese
nivel desde el que ha de santificarse y santificar el mundo. No olvidando lo humano,
sino desde lo humano.
ORACIÓN
POR
LO
ESENCIAL
Señor…
dame no demasiada inteligencia,
sino la suficiente para comprender la vida
y a los hombres que encuentro.
Dame no demasiada fuerza,
sino la suficiente para trabajar.
Dame no demasiado trabajo,
sino el suficiente para que construyamos tu ciudad.
Dame no demasiado éxito,
sino el suficiente para vivir y para ayudar.
No me des tampoco el ser demasiado bondadoso,
sino el ser bastante generoso para cumplir mi deber,
bastante valiente para comprometerme por lo bueno.
Señor…
la mezcla de felicidad y de penas
que quieres darme, la dejo a tu decisión
con tal que Tú me ayudes a mantenerme alegre hoy.
Una cosa, Señor,
pido sin condición ni medida:
dame siempre un amor más grande, por Ti y por todos,
en unión con Jesús, tu Hijo,
nuestro compañero y Señor,
por los siglos de los siglos. Amén.
4 (24)
El proceso de
la secularización
HAY dos maneras de considerar el cristianismo: como una cuestión cerra-
da, completada ya, inmobilizable, para defenderla a toda costa, porque,
a la vez, ella nos defiende; o como algo cuya esencia precisamente diná-
mica le lleva paso a paso hacia posibilidades todavía inéditas. En esta segunda
hipótesis es posible una consideración del proceso de secularización que con-
mueve nuestro mundo, que nos lleve a la visión optimista del futuro, aunque
el mismo optimismo no nos pueda evitar los riesgos que acompañan todo aque-
llo en lo que interviene el hombre.
No es necesario identificar el concepto de "secularización" con el de im-
piedad o de desprecio por todo lo sagrado; en cuyo caso nos encontraríamos
con una nueva ideología suplantadora de las mismas actitudes que intenta neu-
tralizar. La palabra "secularización" hay que entenderla de manera positiva, en
el sentido de mentalidad y organización científico-técnica de la sociedad, sin
necesidad de una referencia explícita a valoraciones religiosas o —en nuestro
caso— cristianas.
La movilidad, la provisionalidad en que el mismo pueblo hebreo se pre-
paraba para los tiempos del reino de Dios", nos dan un fundamento bíblico
para la justificación del proceso de secularización de la humanidad, camino de
Dios. Las prisas, el afán institucionalizador y, sucesivamente, sacralizador, de
las cosas provisionales y humanas, parte de los hombres y es frenado por Dios.
Bastaría, como ejemplo, la meditación de lo relatado en el capítulo octavo del
primer libro de Samuel y, en el Nuevo Testamento, la conducta de Jesús. La
sacralización ha conducido a la idolatría, ha cultivado supersticiones, ha divi-
nizado los poderes de los hombres, ha bendecido las violencias colectivas de
las guerras, ha recargado de peso institucional lo evangélico, ha prescindido de
lo sobrenatural, ha sofocado el Espíritu... Y no lo ha hecho, por lo menos siem-
pre, de mala fe, sino por debilidad de la fe, por el deseo de apoyar o defender
lo bueno y santo con medios y garantías que no se avenían con el Evangelio.
En ocasiones, del modo como san Pedro sacó la espada en el huerto...
Y diremos que no solamente por debilidad de la fe, sino por debilidad de
la misma razón, por falta de evolución de la inteligencia humana, por carecer
de un conocimiento más perfecto del mundo. Las razones que los paganos subs-
tituían con sus mitologías, los cristianos a veces hemos pretendido suplirlas con
ideologizaciones sacralizantes, sobre todo cuando los poderosos del mundo han
5 (25)
podido invadir el campo de la Iglesia e intervenir proporcionándole modelos
de organización y controlándola. No hay posibilidad de oposición entre un
César justo y la santidad de Dios: pero no es buen camino, para evitar toda po-
sible rivalidad, establecer la amalgama de una confusión, luego siempre difícil
y dolorosa de desenmalgamar. No existe contradicción entre ciencia y fe, pero
resulta igualmente absurdo el apriorismo ateo o la negación de la trascendencia,
como el oscurantismo dogmatizador que se atreve a negar la autonomía y la
prioridad humana de la inteligencia y la libertad.
Los errores de los hombres y el apasionamiento interesado de los egoísmos
—es decir, el pecado" del mundo— hace difícil una actitud de constante aper-
tura y conversión de espíritu para que, a la vez que se auxilia de los progresos
de la mente humana, sin necesidad de referencias sobrenaturales que ahorren
el trabajo de la investigación y el esfuerzo del pensamiento, vaya adelantando
en la interpretación de la vida y del mundo que camina hacia Dios.
Copérnico, Newton, Laplace. Darwin, Pasteur... Einstein, han cambiado el
concepto de la organización física del mundo, desde su esfuerzo inteligente,
desde su libertad y su razón, sin necesidad de despreciar a Dios. Cabalmente,
esas fuerzas con que han trabajado, el tesón de que han dado prueba en sus
investigaciones, lo habían recibido de Dios. No es necesario negar a Dios para
usar noblemente las fuerzas de la razón y administrar respetuosamente la
naturaleza. Tampoco es honesto recurrir, a sabiendas y abusivamente, a Dios,
para que, libres del esfuerzo, premie nuestras perezas, con su atribución y
sus milagros.
No es lícito —y generalmente resulta injusto— condenar el pasado histórico,
cuando sabemos que carecía de datos que ahora están a nuestra disposición.
Igualmente sería una injusticia negar la realidad de los progresos actuales y
cerrarnos a mayores adelantos, para continuar interpretando, desde lo esencial
de la fe, el inundo en que nos movemos y el sentido de su camino.
El Cristianismo no es una oposición con lo secular; menos una confusión
con lo que domina el mundo; tampoco puede realizarse huyendo de este mun-
do... Ni oposición, ni confusión, ni evasión; sino «levadura en el mundo»,
verdad de Dios para la vida de los hombres.
También ahora, desde aquí, en este momento histórico marcado por un
profundo cambio social que coincide con la corriente secularizadora, propia de
la era técnica en que vivimos.
No sirve de gran cosa entretenerse en investigar sobre las faltas
de los demás, porque es buena señal de tener poca vergüenza
preferir el papel de critico que censura al de poeta que crea.
COPÉRNICO
6 (26)
¿Qué clase
de fe
tenemos?
CON MUCHA frecuencia, y como consecuencia de la vaguedad en que
permanecen relegados los contenidos implícitos de lo que llamamos
nuestra fe, se puede comprobar un gran desconocimiento de lo que es el
cristianismo, no solamente entre personas que, por sus limitaciones culturales
han tenido menos ocasión de profundizar en las formulaciones de sus convic-
ciones, sino incluso en personas cultas, entre las que suelen darse desniveles
sorprendentes entre lo que han reflexionado sobre el contenido de lo que
aceptan como creencia suya y lo que su nivel cultural requeriría.
Gran parte de las críticas que se dirigen a la Iglesia no pueden ser eficaces
por proceder, aunque de posible buena fe, de niveles sorprendentemente des-
conocedores de lo que es más esencial al cristianismo; por lo cual las críticas
se reducen a repeticiones moduladas de tópicos inútilmente resucitados. Una
sana crítica también le es útil y necesaria a la Iglesia, si procede de reflexiones
serias, informadas, y si se establece al nivel objetivo de la autenticidad, de la
búsqueda honesta de la verdad. Diversas veces el papa ha hecho referencia a
esta clase de crítica lúcida, y no como el lenitivo de una tolerancia del desaho-
go para calmar impaciencias, sino como elemento que ayuda positivamente al
acercamiento de esa sinceridad que la Iglesia persigue, caminando por el mis-
mo camino y pisando el mismo polvo que los hombres, y ni siquiera para hon-
rarse o defenderse a sí misma, sino para poder mejor transmitir su mensaje
sobrenatural y universal a la humanidad.
No queremos referirnos a las críticas de mala fe apoyada en la ignorancia
vencible e interesada; a las críticas farisaicas, con énfasis de fingido escándalo
que denuncia aspectos accesorios y poco importantes, o que incluso tiende a
interpretar como malos los detalles que, todo bien considerado, son más bien
señales de espíritu renovador y sincero de fidelidad evangélica. Son los profe-
sionales de la denuncia, los propagandistas del miedo, los disciplinaritas sin
fe, los cristianos sin caridad, los utilizadores del nombre de Dios en vano...
Queremos, sí, referirnos a las críticas y a los comportamientos procedentes de
la ligereza y de la ignorancia; a los juicios sin conocimiento, a los razona-
mientos ambiguos de tantos que, sin ni siquiera definirse de si están o no den-
tro de la Iglesia, de si aceptan o no el contenido de la fe que ella les propone,
7 (27)
se refieren a contradicciones cristianas sin caer en la cuenta de la continua
ambigüedad, en el mejor de los casos, en que ellos inconscientemente se deba-
ten... porque, en realidad, ocurre que se critican a sí mismos.
Es uno de los resultados, a largo plazo, de un cristianismo de tipo socioló-
gico que no ha sabido o podido superar, en su círculo, la pervivencia de los
restos de la mentalidad de cristiandad. Por eso nos encontramos con cristianos
que han recibido, o les han inscrito o se han adscrito, a una fe heredada y no
por conversión espiritual. El cristianismo comienza siempre por una verdadera
conversión, y se sigue y prospera en la medida en que esa actitud de conversión
permanece abierta, desde la vida y cara a Dios.
La herencia de unas ideas, aunque sean religiosas, puede lograr muy poco
más por encima de convertirse en factor cultural. Todo lo más, y sin mala:
intenciones, puede llevar a confundir fácilmente lo espiritual con el sentimen-
talismo. Algunas veces puede dar lugar a derivaciones éticas tranquilizadoras
en lo íntimo, conformadoras en lo social. Lo social —el "parecer"— adquiere
mucha importancia, cuando lo religioso es valorado como decoro y hasta patente
de honestidad. Más allá de este reconocimiento asegurador y confortante, la fe
se deforma hasta categorías de ideología enajenadora y colabora con el espíritu
del inundo, en vez de transformar a los hombres y las estructuras en que se
mueven para la preparación del «Reino de Dios». Este queda bloqueado.
Tales reducciones, deformaciones y errores pertenecen a los hombres. Es
de admirar la acción de la Providencia que, a pesar de la proclividad humana
hacia estas confusiones, ha mantenido la integridad del Evangelio en las manos
de la Iglesia, hasta nosotros, a pesar de que estas manos han sido las nuestras;
es decir, las de todos los bautizados, convertidos o no convertidos...
Por esto, los mismos hombres, en la medida en que precisamente ellos re-
capaciten y se esfuercen en purificar su fe, en ilustrarse con el contenido y el
sentido espiritual y universal, a todos los niveles, del Evangelio, conseguirán
elevar a convicción lo que no puede ser imaginación o prevalencia sentimental,
para que, como levadura en la masa, no se impida la proyección y el influjo de
la integridad salvadora de la Redención cristiana auténtica.
La verdadera alternativa a una religión opio del pue-
blo no es un ateísmo positivista, porque el positivismo
no es solamente un mundo sin Dios, sino también un
mundo sin el hombre. La verdadera alternativa es una
fe militante y creadora para la cual lo real no es sólo
lo dado. sino todo lo posible acerca de un porvenir
que aparece siempre como imposible a quien no tiene
el poder de la esperanza.
Roger Garaudy
8 (28)
jóvenes:
Ayudar a los jóvenes
NOS sorprendemos, algunas ve-
ces, de las tremendas exigen-
cias con que los jóvenes se
plantan frente a los mayores y, al
mismo tiempo, de cómo, los mismos
jóvenes. Sin tardar mucho, se sienten
inseguros, hasta reclamar la ayuda de
los adultos. Radicalismo e inseguridad
se alternan, con frecuencia, en la acti-
tud juvenil. No faltan aquellos que
fundamentan esta oscilación como
característica de nuestra época.
Posiblemente no hace falta suponer
tanto. Nuestra época se significa, es ver-
dad, por la proclamación de lo juvenil:
el alargamiento de la vida media del
hombre, la extensión de la promoción
cultural, la masificación relacional del
hombre, han contribuido poderosamen-
te a derribar fronteras y clasificaciones
y ha dilatado el espacio de este parénte-
sis para la agilidad y el descubrimiento,
para la sorpresa y el ansia de vivir,
como si alargara la adolescencia falta de
espacio para asimilar la multiplicación
de perspectivas que preparan a la vida.
Todo ello, sin duda, ha contribuido,
por una parte a un empuje más fuerte
hacia adelante para conquistar la auto-
nomía de vivir, pero, al mismo tiempo,
sin haber podido lograr, con el debido
equilibrio, el proceso de asimilación
que convierte en serenidad la posesión
de la apetecida autonomía.
La juventud no es la madurez y la
independencia, sino el despegue hacia
esas dos cualidades humanas, intuidas,
deseadas, buscadas, casi estrenadas,
pero todavía no acabadas de alcanzar.
La madurez es la capacidad de autono-
mía humana: capacidad no de prestado,
sino construida noblemente y perso-
nalmente". La capacidad de autonomía
no puede ser rompimiento por envidia
de no tener, ni desprecio cristalizado
en la mezquindad, ni ingratitud esclava
del propio complejo; sino culminación
normal de un paciente esfuerzo gozoso
y perseverante. La autonomía surge
de la creatividad, lo mismo que esta
precisa de la iniciativa.
Los valores psicológicos de la madu-
rez, del hombre adulto, son pues la
autonomía personal creada y creativa,
con la iniciativa lúcida, imaginativa y
rica. Está claro que no podemos exigir
al joven el equilibrio de estos tres im-
portantes rasgos. Vemos que él quiere
"ser diferente de los demás", aunque no
lo especifique: pero en ello se descubre
su capacidad de afirmación. Vemos que
quiere participar en la totalidad de la
realidad humana: Dios le ha hecho
sociable y esta apertura, alternando
entre riesgos y timideces, le prepara a
la integración con los demás hombres
para construir el orden de la providen-
cia, comunitario y múltiple. La presen-
cia de los mayores, junto a él, que, a
pesar de todo, espera sin pedir —o
espera... "criticando"— le librará de
los miedos propios al disponerse a
seguir adelante, hacia la madurez.
Nuestra época no cambia el modo de
ser de los jóvenes, ni sus problemas:
los acelera y multiplica. Ayudar a
resolverlos, comprenderlos, es multi-
plicar la calidad del hombre futuro. 3
9 (29)
INJURIAS
EL CONCILIO recuerda que
«como Cristo realizó la
obra de la redención en pobreza
y persecución, de igual modo la
Iglesia está destinada a recorrer
el mismo camino a fin de comu-
nicar los frutos de la salvación a
los hombres»; por ello, cuando en
la Iglesia —Obispos, sacerdotes,
religiosos y militantes— cons-
cientemente se han comprome-
tido a la tarea de anunciar el
Evangelio con el testimonio de
sus vidas y de su palabra, saben
bien que no les han de faltar en
su tarea hondas amarguras y
constantes incomprensiones.
«No es el siervo mejor que su
señor —nos dijo Cristo—; si me
persiguieron a mí, también os
perseguirán a vosotros» (Jn., 15,
20).
SIN EMBARGO, nuestra seguridad en
estas convicciones no puede eliminar el
legítimo dolor cuando vemos injustamen-
te injuriados a nuestros hermanos, y la
humildad y paciente resignación de los
ofendidos no nos eximen de nuestros
deberes de necesaria solidaridad, debida
reparación y justa defensa pública. Por-
que desde hace meses —como es bien
sabido—, con períodos de mayor o menor
insistencia, se han producido manifesta-
ciones graves y públicas de reprobable
hostilidad contra la Iglesia y contra los
obispos, pastores y padres del pueblo de
Dios, hacia los cuales hemos de tener no
sólo sentimientos de respeto y venera-
ción, sino verdadera piedad filial.
LAS VOCES denigratorias no han
respetado ni la persona ni el honor del
Cardenal presidente de la Conferencia
Episcopal Española, en quien, sin duda,
han visto significativamente representado
al Episcopado y toda la línea de renova-
ción posconciliar de la Iglesia española.
Han sido, evidentemente, voces minorita-
rias, en cierto modo aisladas y, tal vez,
fruto directo del nerviosismo y apasiona-
miento del momento. Manifestaciones
que han lesionado tanto el prestigio de
un venerable prelado, como el inviolable
derecho a la fama y al respeto debido a
toda persona humana, inexplicablemente
toleradas. El hecho de que afloren estos
sentimientos tan fácilmente muestra la
existencia en las conciencias de un mal,
por desgracia, más hondo y mucho más
grave.
10 (30)
¿DONDE se encuentra este mal? Mu-
chos creerán descubrir el problema en
las dificultades de asimilar y poner en
práctica el Concilio Vaticano II. Y es
verdad que las reformas y el espíritu
conciliares todavía no han sido compren-
didos, ni aceptados por algunos sectores,
sin que en ello dejen de tener parte de
culpa las exageraciones y las interpre-
taciones unilaterales de otras posturas
posconciliares. No obstante, estas defor-
maciones, que el magisterio de la Iglesia
ha deplorado abiertamente, a ningún
católico le eximen del deber de fidelidad
al Concilio, ni de la obligación de esfor-
zarse por vivirlo plenamente y de no
poner obstáculos a su realización concre-
ta, superando con caridad y firmeza las
desviaciones, pero colaborando positiva-
mente a la necesaria y urgente renovación.
A los obispos, unánimes y concordes con
el Papa, les corresponde guiar y promo-
ver esta renovación, nacida del impulso
fecundo del Espíritu Santo, que —como
ha dicho recientemente Pablo VI— «ha
venido a despertar en la Iglesia energías
adormecidas y a suscitar carismas dur-
mientes».
PERO, de toda la dinámica posconciliar,
lo que parece provocar mayores incom-
prensiones y rechazos es la dimensión
social de la acción pastoral de la Iglesia;
su decidido compromiso en favor de la
justicia, de los derechos de la persona
humana y de la promoción integral del
hombre. Dicha dimensión social no es
una invención del Vaticano II, que en
este punto ha reafirmado la permanente
doctrina de la Iglesia, desarrollándola y
aplicándola según las necesidades de
nuestro tiempo, dado que la dimensión
social del cristianismo es inherente al
anuncio del Evangelio.
EN ESTE sentido, los pastores de la
Iglesia siempre han tenido que elevar su
voz contra la injusticia, las situaciones de
opresión y violencia y los pecados indivi-
duales y colectivos. Esta aportación suya
de incalculable valor para el mejoramien-
to y transformación de la convivencia
ciudadana no es siempre, ni por todos,
comprendida y aceptada. Más aún, secto-
res política o religiosamente radicalizados,
cuando el magisterio moral de la Iglesia
toca cuestiones sociales que afectan sus
intereses y sus situaciones, recelan de
está obligada intervención pastoral, la
califican injustamente de injerencia polí-
tica y la atacan como si fuese una extra-
limitación clerical.
NO SON nuevas, sin embargo, estas
posturas, ni han nacido principalmente
con ocasión del Concilio, como pudiera
parecer. Hace casi un siglo que comenza-
ron y las de hoy son herederas de viejas
«No es el siervo mejor que su señor —nos dijo Cristo—, si me persiguieron a mí, también a vosotros os perseguirán».
(Juan, 15, 20)
11 (31)
actitudes anticlericales que esgrimie-
ron similares argumentos contra las
enseñanzas de la Rerum novarum
y la figura venerable de León XIII.
Entonces —recuerda Pío XI en la
«Quadragesimo anno»—, no faltaron
quienes mostraron cierta inquietud;
de lo que resultó que una tan noble y
tan elevada doctrina como la de León
XIII fuera considerada sospechosa
para algunos, incluso católicos, y otros
la vieron hasta peligrosa... los tardos
de corazón tuvieron a menos aceptar
esta nueva filosofía social y los cortos
de espíritu temieron remontarse a tales
alturas. Las injurias, por esta causa,
contra aquel insigne pontífice fueron
también numerosas y públicas.
EL FENÓMENO de incomprensión
y recelo perdura. Pío XII lo analizó
certeramente con estas palabras: «So
pretexto de defender a la Iglesia contra
el riesgo de haberse extraviado en la
esfera de "lo temporal", una consigna,
lanzada ya hace decenas de años,
continúa ganando terreno en el mundo:
el retorno a lo puramente "espiritual".
Y, con ello, se entiende el confinarla
estrictamente al terreno de la enseñan-
za exclusivamente dogmática, a la
ofrenda del santo sacrificio, a la ad-
ministración de los sacramentos, al
prohibirle toda intervención, incluso
todo derecho de observación, en el
terreno de la vida pública, toda inter-
vención en el orden civil o social. ¡Co-
mo si el dogma nada tuviera que ver
en todos los campos de la vida humana;
como si los misterios de la fe con sus
riquezas sobrenaturales debieran abs-
tenerse de mantener y tonificar la vida
de los individuos y, por lógica conse-
cuencia, de armonizar la vida pública
con la ley de Dios y de impregnarla
con el espíritu de Cristo! Esta vivisec-
ción es totalmente anticatólica».
POR TANTO, las manifestaciones de
recelo y las injurias, que han afectado
a nuestros prelados, expresan algo
más que un apasionamiento personal,
están señalando desgraciadamente la
falta de conocimiento, inconsciente o
voluntario, que algunos católicos tie-
nen de la misión de la Iglesia, en toda
su plenitud y autenticidad. Ello exige
a la Iglesia y a sus pastores intensificar
los medios de una más perfecta edu-
cación en la fe de todos sus hijos y a
nosotros un serio y progresivo com-
promiso de formación. Sin olvidar
jamás que la Iglesia va peregrinando
entre las persecuciones del mundo y
los consuelos de Dios, anunciando la
cruz del Señor hasta que venga. Está
fortalecida, con la virtud del Señor
resucitado, para triunfar con paciencia
y caridad de sus aflicciones y dificulta-
des, tanto internas como externas, y
revelar al mundo fielmente su misterio,
aunque sea entre penumbras, hasta que
se manifieste en todo su esplendor al
final de los tiempos.
Editorial de ECCLESIA,
(12.1.1974 )
Muchos invocan revoluciones para
cambiar el mundo; pero pocos se
atreven a poner su colaboración.
Sólo el que acepta sufrir para
salvar a sus hermanos en peligro
conseguirá hacer algo que pueda
cambiar el mundo.
Cardenal LÉGER
12 (32)
liturgia:
UNA MISA
PARA LOS NIÑOS
PARA referirnos con la debida propiedad a la santa Misa, no podemos
hacerlo sin precisar que esta celebración litúrgica de la Iglesia católica
es un acto en el cual, por encargo de Cristo, se realiza la confección —no
encontramos traducción más exacta que exprese el concepto técnico de los
teólogos— del sacramento de la Eucaristía, en renovación y aplicación de la
misma ofrenda de Cristo —Cena y Calvario— para ser participada por los fieles.
En ella lo ritual no está ordenado a presentar un espectáculo —es decir, a que
los fieles "vean lo que la Iglesia hace"—, sino, esencialmente, a disponer a
la verdadera y personal participación, por medio de la lectura y aceptación
(comprensión) de la Palabra y por medio de la recepción (comunión) del Sacra-
mento.
Este sacramento de la Eucaristía tiene, como cada uno de los sacramentos,
su propio "sujeto", que ha de ser capaz de "comprender" y capaz de "recibir"
el don sagrado que contiene. No puede haber sujeto de la Eucaristía sin la
debida capacidad en la inteligencia para una actitud atenta y consciente de
verdadera "participación", ni el mínimo de dignidad sin la rectitud de intención
con el deseo de acercarse a Dios en estado de gracia. Todo lo cual se recuerda
en los formularios catequísticos de siempre. Los más curiosos pueden encontrar
en las leyes positivas de la Iglesia (cánones nn. 12 y 854, párrafos 1 y 5) una
prueba más de este celo encargado de velar por la dignidad de los que participan
en el sacramento eucarístico.
"Cumplo" y "miento
El hecho de que muchas personas tomen la celebración de la santa Misa
por un acto social, por un espectáculo piadoso, o por una costumbre ritual, sin
relación personal con la debida participación en la Eucaristía, constituye una
deformación, en muchas partes generalizada, que ha dado lugar a las misas ya
de tiempo llamadas de "cumplimiento" —de "cumplo" y "miento", como pre-
cisaba el cardenal Tabera—. Ir a Misa, para muchos, es un signo externo de
cristianismo —a veces el único...—, o un modo de "defenderse" del pecado de
no santificar la fiesta, y tampoco faltan padres inconscientes que imaginan que
educan cristianamente a sus hijos porque les acostumbran a asistir, aburrién-
dose, a actos de culto que les resultan incomprensibles. En la adolescencia de
13 (33)
liberarán de lo que tan absurdamente se les hace soportar; a no ser que, al
llegar a la conciencia, conversión a tiempo les vuelva indulgentes con sus
pub.es padres que no supieron educarles... O que emperezados de alma les
quede, de cristianismo, esa versión de "costumbre" o de matiz social, para seguir
*cumpliendo" y, más o menos, mintiendo, y nada más.
«Dejad que los niños se acerquen a mí»
Para los que, en su ignorancia, toman la Misa y la simple asistencia pasiva
y hasta inconsciente, como manifestación válida y suficiente de cristianismo, no
puede extrañarnos que, para llevar los niños a Cristo los lleven... a Misa,
aunque —como ellos mismos— tampoco la entiendan.
Los niños han de ser llevados a Cristo, pero preparados para ello. Y, una
vez conseguida esta preparación, todavía es conveniente ver cómo prácticamente
se les introduce en la participación de la santa Misa.
Con esta preocupación la Sagrada Congregación para el Culto Divino ha
publicado un Directorio compuesto con la colaboración de especialistas en
psicología infantil y expertos en la organización de celebraciones para niños
ya despiertos de conciencia pero todavía en edad preadolescente. Oraciones,
cánticos, gestos, plasticidad ambiental, oportunidad de tiempo, manera de
participación y otros aspectos son considerados con atención.
Aun cuando son «los padres los que se habían obligado a adecuar religio-
samente a sus hijos, cuando pidieron para ellos el bautismo», la Iglesia les
quiere ayudar.
El Documento reconoce que, a pesar de la facilidad que representa la
liturgia en lengua vernácula, «no se han eliminado todas las dificultades que
impiden a los niños la plena comprensión de la liturgia» y aunque, como
tendencia, los niños disfrutan cuando imitan en su comportamiento, a los
adultos, una aplicación indiscriminada de este principio «comportaría el peli-
gro de hacer experimentar a los niños, durante años, unas realidades no bien
comprendidas por ellos».
Otro principio es: «que la celebración eucarística, con los niños no se
considera como un punto de partida para su educación religiosa, sino como la
meta a la que se ha de llegar».
Es de esperar que, al aliento de las directrices de la Santa Sede, la pastoral
eucarística de los preadolescentes ocupe, en adelante, una atención todavía
mayor en todas partes.
Por descontado que el Documento de referencia nada tiene que ver con
esos padres cómodos que llevan niños a Misa como si los llevaran a paseo y que,
en su ignorancia, creen que las palabras de Cristo — «Dejad que los niños se
acerquen a mí»— fueron pronunciadas en la última Cena, o en el Calvario. E
14 (34)
elogios:
De los médicos
LA PROFESIONALIDAD, o el
profesionalismo, si se prefiere,
puede desvirtuar, en apariencia,
los aspectos humanos de las activida-
des que especifica. La tecnificación
es deshumanizadora, se ha dicho. Y
puede ser cierto si se piensa que tiende
a convertirlo todo en datos, funciones,
problemas y soluciones mecanizadas,
cuantificables. En cuyo caso los valo-
res, la calidad moral, son posteriores
a los resultados que se buscan inme-
diatamente o con independencia de su
calidad humana. Pero entonces hay
que olvidar que, el buen profesional,
es un técnico superhumanizado, un
especialista que ha de aplicar —que ha
de saber" aplicar— sus conocimientos,
su ciencia, para servir a los demás.
No tengamos escrúpulo en admitir
la distinción que Lutero hacía entre
"vocación" y "profesión" al referirse a
la actividad de los hombres: ésta tenía
una exigencia y proyección inmediata-
mente social, hacia los hombres; aqué-
lla era esencialmente espiritual y una
respuesta a Dios, que es el que llama.
Servir a los demás —no "servirse de
los demás"— resulta imposible si, a la
capacidad técnica requerida, no se le
añade el entusiasmo, la generosidad,
la iniciativa, la imaginación y hasta el
arte por todo buen hacer humano. Un
buen hacer y gusto espiritual no ya
como elegancia, sino como dedicación:
la elegancia muchas veces es mirarse,
la dedicación siempre es entregarse.
Cuando este buen espíritu falta, aunque
el saber exista, se reduce a mercancía
comerciable, y lo que debería ser servi-
cio no pasa de miserable explotación.
Hay profesiones, sin embargo, que
por su especial y más evidente carácter
humanitario, ofrecen a los que las
ejercen mayores ocasiones para la
nobleza y fidelidad profesional. No
vamos a citarlas, pero sí nombrar la
de los médicos al detenernos en una
noticia que acaba de recorrer el mundo
entero por los rincones de las páginas
de los periódicos de estos días.
Se trata de un médico argentino
que, mientras volaba a dos mil metros
de altura, acompañando en el avión a
un enfermo que había sido sometido a
una traqueotomía y era conducido a
un hospital especializado, del modo
más rápido, para un tratamiento a vida
o muerte, comprobó a mitad de camino
que se había agotado el oxígeno que
se administraba al enfermo. Rápido,
sin dudarlo, el médico le practicó la
respiración boca a tráquea hasta que,
después de enorme fatiga, el avión
aterrizo en el aeródromo de La Plata.
Allí una ambulancia, perfectamente
equipada, recogió al enfermo, que fue
conducido al Instituto del Tórax de la
ciudad donde, con todos los medios
convencionales, se logró la recupera-
ción del enfermo.
Ciertamente admirable la pericia,
la imaginación y, en fin, el comporta-
miento ético de este médico ejemplar.
Pero, no hace tanto, en una de nuestras
playas cercanas, cuando yacía sobre la
15 (35)
arena, amoratado y tenido por ahogado,
el cuerpo de un niño rodeado de miro-
nes inactivos, como testigos inútiles
de la fatalidad, un hombre en traje
de baño se abrió paso, se echó sobre
el niño ahogado —como el profeta
bíblico— le aplicó la respiración boca
a boca y logró reanimarle. El bañista
era un médico.
Curiosamente, nadie le dio las gra-
cias ni, perdidos en el gozo de verle
renacer, los mismos padres del niño
"resucitado". Cuando más tarde alguien
le alabó la acción, el médico respondió
con sinceridad y sencillez: «¡Oh, esto
lo habría hecho del mismo modo cual-
quiera que lo hubiese sabido hacer y
se encontrara con un caso parecido,
sobre todo si era médico!»
Nos admiró profundamente: por su
gesto noble, eficaz y oportuno, recom-
pensado por una alegría intima sin
precio y sin vanidad. Nos admiró por
sus palabras sobrias y verdaderas, y
porque, pensándolo bien, como buen
profesional, llevaba toda la razón.
«La Iglesia no puede ser el instrumento
de aquellos que extienden el temor al comunismo
para conservar sus privilegios».
A últimos del pasado mes de enero se ha celebrado, en Río de Janeiro,
el congreso de la Confederación Anticomunista Latinoamericana,
en el que fue designada una comisión especial para el estudio de la
pretendida infiltración comunista en la Iglesia, considerada, por algu-
nos, como «uno de los mayores problemas actuales de América Latina».
El cardenal Araujo Sales, arzobispo de Río Janeiro, salió al paso de
las afirmaciones del congreso:
«Sólo abogar por el reforzamiento de los sindicatos, por la libertad
o el cambio de las estructuras sociales injustas, o por el respeto
a los seres humanos y el desarrollo de la comunidad, es motivo su-
ficiente para que uno sea acusado de someterse a los comunistas».
«No podemos ser el instrumento de aquellos que extienden el
temor de la amenaza comunista y su oposición radical a la Iglesia
como medio de conservar sus privilegios injustos y desiguales».
Y pidió a los cristianos que permanecieran firmes en su doctrina aun
cuando «fueran acusados injustamente de comunistas».
El diario «The New York Times» concede especial importancia a las
palabras del cardenal Araujo Sales, precisamente porque es bien
conocido por su actitud moderada.
16 (36)
EL DERECHO Y LA PAZ
La Declaración Universal de los Derechos
del Hombre necesita de aplicación concreta
Con motivo del XXV aniversario de la Declaración Universal
de los Derechos del Hombre, Pablo VI hizo llegar al presidente de la
XXVIII Asamblea General de las Naciones Unidas, excelentísimo
señor don Leopoldo Benítez, los párrafos de este mensaje:
EGÚN afirmamos en otra circunstancia, la Declaración de los Derechos del
Hombre «sigue siendo ante nuestros ojos uno de los más hermosos títulos
de gloria» de vuestra Organización, especialmente cuando se piensa en la
importancia que se le atribuye como camino cierto de paz. En realidad, la paz y
el derecho son dos bienes en relación directa y recíproca de causa y efecto: no
puede existir paz verdadera donde no hay respeto, defensa y promoción de
los derechos del hombre. Si una tal promoción de los derechos de la persona
conduce a la paz, al mismo tiempo la paz favorece su realización.
Nos no podemos, permanecer indiferente ante la urgencia de construir una
comunidad de vida humana, que garantice en todas partes al individuo, a los gru-
pos y particularmente a las minorías el derecho a la vida, a la dignidad personal
y social, al desarrollo en un ambiente protegido y mejorado, y a la distribución
equitativa de las riquezas de la naturaleza y de los frutos de la civilización.
La Iglesia, interesada en la promoción de los derechos
«La Iglesia, preocupada, en primer lugar, por los derechos de Dios —dijimos
el año pasado al secretario general, Mr. Kurt Waldheim— jamás podrá desinte-
resarse de los derechos del hombre, creado a imagen y semejanza de su Creador,
ella se siente herida cuando los derechos del hombre, cualquiera que sea y
dondequiera que esté, son despreciados y violados».
Por esta causa, la Santa Sede da su pleno apoyo moral al ideal común
contenido en la Declaración Universal, como igualmente a la profundización
progresiva de los Derechos del Hombre que allí se expresan.
La Declaración y la comunidad de los pueblos
Los derechos del hombre están fundados sobre la dignidad reconocida de
todos los seres humanos, sobre su igualdad y su fraternidad. El deber de
respetar estos derechos es un deber de carácter universal. La promoción de
17 (37)
estos derechos es un factor de paz; su violación es una causa de tensiones y
agitaciones, incluso a nivel internacional.
Si los Estados tienen interés por cooperar en los campos de la economía,
de la ciencia, de la tecnología de la ecología, deben tenerlo todavía más en
colaborar —la Carta de la Organización de las Naciones Unidas los invita a
ello expresamente— para proteger y promover los derechos del hombre.
Se objeta a veces que esta colaboración de todos los Estados para promover
los derechos del hombre constituye una injerencia en los asuntos internos. Pero
¿no es verdad que el medio más seguro para un Estado de evitar injerencias del
exterior es precisamente reconocer y asegurar, por su parte, sobre los territorios
de su jurisdicción el respeto a los derechos y a las libertades fundamentales?
Sin querer entrar en el detalle de cada una de las fórmulas de la célebre
Declaración, pero considerando la altura de su inspiración y la totalidad de su
redacción. Nos podemos decir que dicho documento sigue siendo la expresión
de una conciencia más madura y concreta de los derechos de la persona humana,
y continúa representando el fundamento seguro del reconocimiento, para todo
hombre, de un derecho de ciudadanía honorable en la comunidad de los pueblos.
Necesidad de colaboración por parte de todos
Pero sería verdaderamente deplorable para la humanidad que una procla-
mación tan solemne se redujese a un vano reconocimiento de valores o a un
principio doctrinal abstracto, sin recibir una aplicación concreta y cada vez
más coherente en el mundo contemporáneo, como usted lo puso justamente de
relieve al asumir la presidencia de la Asamblea.
Sabemos perfectamente que, en lo que concierne a los poderes públicos, la
aplicación no se realiza sin dificultades; pero es necesario, al mismo tiempo,
poner en marcha todos los resortes para garantizar el respeto y la promoción
de estos derechos, por parte de los que tienen el poder y el deber de hacerlo,
y, simultáneamente, para desarrollar cada vez más, en los pueblos, la conciencia
de los derechos y de las libertades fundamentales del hombre. Es necesario
recurrir a la colaboración de todos a fin de que estos principios se respeten por
todos, en todas partes y para todos. ¿Es verdaderamente posible, sin grave
peligro para la paz y la armonía de los pueblos, permanecer insensible frente
a tantas violaciones graves y con frecuencia sistemáticas de los derechos del
hombre, tan claramente proclamados en la Declaración como universales,
inviolables e inalienables?
Preocupaciones
Nos no podemos ocultar nuestras graves preocupaciones ante la persistencia
o la agravación de situaciones que deploramos en gran medida, tales como, por
ejemplo, la discriminación racial o étnica, los obstáculos para la autodetermina-
ción de los pueblos, las violaciones repetidas del sagrado derecho de la libertad
religiosa bajo sus diversos aspectos y la ausencia de un acuerdo internacional
18 (38)
que la apoye y matice sus consecuencias, la represión de la libertad de expre-
sar las opiniones sanas, los tratamientos inhumanos con los prisioneros, la
eliminación violenta y sistemática de los adversarios políticos, las demás formas
de violencia, y los atentados contra la vida humana, particularmente en el seno
materno. A todas las víctimas silenciosas de la injusticia, Nos prestamos nuestra
voz para protestar y suplicar. No basta, sin embargo, con denunciar, por otra
parte frecuentemente demasiado tarde y de forma ineficaz; es necesario también
analizar las causas profundas de las situaciones y comprometerse decididamente
a enfrentarse con ellas y resolverlas correctamente.
Signos de esperanza
Es alentador, sin embargo, observar hasta qué punto los hombres de nues-
tro tiempo se muestran sensibles ante los valores fundamentales contenidos en
la Declaración universal. La multiplicación de denuncias y de reivindicaciones
¿no es, en efecto, síntoma significativo de esta sensibilidad creciente frente a la
multiplicación de los atentados contra las libertades inalienables del hombre y
de las colectividades?
Con gran interés y viva satisfacción, Nos hemos enterado de que la Asamblea
General celebrará, con ocasión del XXV aniversario de la Declaración universal,
una especial sesión durante la cual será proclamado el Decenio de la lucha contra
el racismo y la discriminación racial. Esta empresa, eminentemente humana, en-
contrará, una vez más, codo con codo, a la Santa Sede y a las Naciones Unidas —si
bien a niveles distintos y con medios diferentes— en un esfuerzo común para
defender y proteger la libertad y la dignidad de todo hombre y de todo grupo,
sin distinción alguna de raza, color, idioma, religión o condiciones sociales.
Nos, queremos subrayar también en este mensaje, el valor y la importancia
de otros documentos ya aprobados por las Naciones Unidas y relativos a los
derechos del hombre. Inspirados por el espíritu y los principios de la Declara-
ción Universal de los Derechos del Hombre, dichos documentos representan
un paso adelante en la promoción y la protección concreta de muchos de estos
derechos cuya cuidadosa aplicación y fidelidad quieren garantizar. La ratificación
de los mismos asegurará su eficacia a nivel nacional e internacional. La Santa
Sede, por su parte, da su adhesión moral a los mismos y ofrece su apoyo a las
aspiraciones laudables y legítimas que los inspiran.
Si los derechos fundamentales del hombre representan un bien común de
toda la humanidad en marcha hacia la conquista de la paz, es necesario que todos
los hombres, al tomar conciencia cada vez más perfecta de esta realidad, sepan
también que, en este campo, hablar de derechos supone enunciar deberes.
Nos, renovamos nuestros votos a vuestra noble e ilustre Asamblea, confiando
en que continuará incansablemente promoviendo entre las naciones el respeto y
la aplicación de los principios solemnemente enunciados en la Declaración
universal, en un esfuerzo sincero por transformar a la familia humana en una
comunidad mundial fraternal, en la que todos los hijos de los hombres puedan
llevar una vida digna como corresponde a los hijos de Dios.
19 (39)
Un mundo que se está haciendo cristiano.
El valor del mundo cristiano, en un determinado
momento histórico, no se puede medir por los éxitos
de sus heraldos, o la genialidad de sus intelectuales.
y menos todavía por las concesiones que pudieran
haberse logrado de los Césares, sino que se mide,
por encima de todo, según el grado de tensión que
empuja a las almas hacia la meta suprema.
Gusta a los hombres hablar de épocas cristianas,
identifican lolas con períodos de grandes éxitos
exteriores. Esto son ilusiones de ciego, son cálculos
que pretenden solidarizar los propios frágiles egoís-
mos con la seguridad eterna del mundo de Cristo.
El mundo de hoy no es un mundo que se descristia-
niza, sino, quizás, un mundo que, por caminos más
dolorosos y misteriosos, se está haciendo cristiano.
Card. Giulio Bevilacqua, C. O.
LAUS
Director P. Ramón Mas, C.O. - Edita a imprime: Congregación del Oratoria
Placeta do S. Felipe Neri, 1 - Apartado 182 - Albacete - D. L. AB 103/62 - 12 2. 74.
20 (40)