Boletín del Oratorio de Albacete.
Núm. 121. MARZO. Año 1974.
SUMARIO
CUARESMA, conversión, transformación según la
imagen de Cristo, porque somos ciudadanos del
cielo; pero desde la tierra. Porque queremos una
transformación del mundo; pero desde nosotros,
desde cara hombre. Porque aspiramos a la fecundidad
de la gracia sobrenatural; pero desde la naturaleza. Y
amortizar el carnaval fanfárrico de un cristianismo folk-
lórica; pero sin destruir los signos, sino purificándolos.
Difícil, pero necesario. Otra cosa, puede entretener, pero
no es cristianismo.
LA FE TAMBIÉN ES UNA CERTEZA
LA SUPERACIÓN DE LOS TÓPICOS
Y EL "CUARESMISMO"
SUPRIMIR A CRISTO
CERTEZA Y BÚSQUEDA
DILES TÚ...
¿TODAVÍA... UN AÑO SANTO?
ELOGIOS: DE NORUEGA
DIOS, EL PRÓJIMO, TÚ MISMO
LA INDEPENDENCIA DE VIDA NUEVA
LA MISIÓN DE LA IGLESIA
1 (41)
La fe también es una certeza
LA VIDA de la Iglesia no es una exaltación continua,
un entusiasmo perenne, un triunfalismo —si se quiere—,
vacío; pero tampoco es aridez, pesimismo, incertidum-
bre, elevada a categoría de principio. La Iglesia tiene
auténticas seguridades. La más grande de ellas es in-
dudablemente la seguridad de la fe en Jesucristo.
Estamos pasando por una etapa de la historia de la
Iglesia, en la cual parece que muchos gustan de pre-
sentar la fe como un salto en el vacío, como el desasi-
miento de toda seguridad y certeza, como una aventura
incierta, como un oscuro caminar. Sería faltar a la ob-
jetividad teológica no resaltar la plena certeza que es
propia de la fe: certeza que es, ciertamente, sobrena-
tural porque proviene de la revelación divina como
fundamento y de la gracia de Dios como principio.
Al hablar de la fe cristiana, no puedo dejar de
recordar su aspecto paradoxal; como paradojas son
innumerables afirmaciones y verdades proclamadas
por Cristo. Podemos decir al mismo tiempo que la fe
es absolutamente cierta y esencialmente oscura. Es
decir, cuando nos adherimos a la verdad de un misterio,
no lo aceptamos porque lo entendemos de una manera
exhaustiva, sino que, fiándonos de los signos externos,
de la revelación divina y con la garantía de la llamada
interior de la gracia, aceptamos libremente la palabra
de Dios, que es absolutamente digna de ser creída por
sí misma. Es en esta fe donde se encuentra la auténtica
seguridad de la Iglesia y de todos sus miembros.
Vivir la fe ahora y aquí supone un auténtico esfuerzo
para aceptar la sublime paradoja del ritmo vital de
Cristo —muerte y resurrección— como norma de toda
existencia cristiana.
Narciso JUBANY, cardenal-arzobispo
de Barcelona.
2 (42)
liturgia:
La superación
de los tópicos
y el "cuaresmismo"
EL TÓPICO es el cumplimiento
del consumismo aplicado a las
referencias cíclicas o inventadas.
De modo parecido a como, por inercia,
se pide una bebida disetante cuya
denominación la publicidad se ha
encargado de sugerirnos y evocarnos
con suma facilidad, de tal modo, que
en cualquier bar de pueblo o en la
cafetería del aeropuerto de cualquier
parte del mundo nos pueda ser servi-
da, sin esfuerzo por nuestra parte,
corremos el riesgo de "consumir"
tópicos de espiritualidad.
Vivimos de ideas en gran parte
prestadas y nos acostumbramos a no
pasar de la superficialidad tópica. No
es que el pensamiento ha de cambiar
de verdad, pero sí que es preciso que
la profundice continuamente, reestre-
nándola sin cesar, evitando la pereza
inconsciente o disimulada del tópico
convencional, acrítico, supuesto, que
fácilmente se introduce, incluso, en lo
más elevado.
El tópico puede ayudarnos, puede
sugerirnos, recordarnos. Pero puede
igualmente, trivializar nuestra aplica-
ción consciente, nuestra apertura de
personas, para que resbalemos, sin
profundización ninguna, sobre la ver-
dad y el bien sugerido o recordado. El
tópico puede reducir a simple recurso
de evocación desvanecida en la insipi-
dez, en la superficialidad, en la pereza,
en el olvido de lo esencial, en la vul-
garidad sin sentido. Es el tópico que
queremos utilizar para que nos sirva
para todo" y, en realidad, ya no nos
sirve para nada; o el tópico que vuelve
siempre y que no nos cambia nunca.
Los tópicos nuevos
Los tópicos de nueva acuñación,
como slogans, como divisas o lemas,
que en realidad no vienen a decir
nada nuevo, pero sí, en muchas oca-
siones, representan el esfuerzo para
hacer entender lo de siempre en unas
circunstancias que sí son nuevas. Y
que verdaderamente pueden, de alguna
manera, conseguirlo con la condición
de que no sean presa del novelerismo,
afanoso por el juego modulador de lo
nuevo, pero como pretexto sin interés
por la sustancia del contenido.
¿No comienza a sucedernos un poco,
acaso, con la hermosa palabra "recon-
ciliación", apenas inaugurada y ya
en trance de erosión por pretender
que, como otras que se deterioraron
enfermas de novelerismo, nos sirva
"para todo", sin preocuparnos dema-
siado del trasfondo de sus exigencias
radicales? Porque "reconciliación es
comprensión, búsqueda humilde del
hermano, caridad, olvido de la injuria
(¡tantas veces solamente imaginada!...),
y es muchas más cosas. Pero no es
pacto facilón con el error, no es desplazamiento,
olímpico —"sine die"— de
los problemas candentes, no es pana-
cea o cajón de sastre donde cabe todo,
3 (43)
пo е justificación para demagogias a
costa de pieles en contra de los valores
que no se pueden mutilar ni posponer.
Los tópicos cíclicos
Son las referencias que vuelven
ordenada y periódicamente para des-
pertar reacciones parecidas que, no
obstante, encuentran siempre la nove-
dad del tiempo, cambiante y a veces
sorprendente.
Los llamados "tiempos litúrgicos"
son un ejemplo de estos tópicos: cada
año se repiten las sugerencias en la
incesante renovada presentación "po-
liédrica" del misterio cristiano: superfi-
cies de luz sobrenatural que se reflejan
en la vida de los hombres en el mundo,
desde el núcleo de la Redención cris-
tiana y de su mensaje siempre vigente.
La Cuaresma es uno de estos tiempos
—"tiempos fuertes" (¡palabra nueva!)
se dice ahora... —, que el cristiano no
puede desperdiciar.
No es inútil la repetición; es peda-
gógica, podríamos decir, dentro de la
misión de la Iglesia respecto a sus
hijos. La Iglesia acompaña a sus hijos
y les repite, no por machaconería
insistencia de un celo impertinente,
sino porque sabe que la vida es movi-
miento, y el movimiento cambio y
que, a cada nueva situación, necesitan
la evocación de una verdad que se
repite pero que es nueva en su encarna-
ción y en cada una de las etapas de
su crecimiento. Oírla para no enten-
derla, o entenderla para no vivirla,
sería rutinarismo inútil, tópico estéril.
Superar los tópicos
Algo parecido con relación a otros
tiempos litúrgicos –"nativismo", res-
pecto a la Navidad, recientemente,
el padre José M. de Llanos, ha procla-
mado la necesidad de precavernos
contra el "cuaresmismo". Hay que
superar el tópico.
El tópico convertido en rutina admi-
te la toma en cuenta o la celebración
meramente simbólica de cualquier
suceso o evocación religiosa que de
vueltas al calendario, sin asumirla
desde la fe viva.
No faltan los que se quieren liberar,
dicen ellos, de tópicos y que, para ser
"modernos" o para no ser beatos"…
se borran de todo, lo suprimen todo.
Pero no nos referimos a estos porque,
lo más probable, es que tampoco hubie-
sen ante: aceptado nada plenamente:
aceptarían, puede ser, la moda de
entonces que era inscribirse en lo
mismo que ahora, creen también por
modo, rechazan. Son actitudes de falsa
personalidad, de carencia de convic-
ciones, con simples "moderías".
Hay que superar la rutina que sería
detenernos como si todo ya se hubiese
logrado en nuestra vida de cristianos.
Sería olvidar que el cristiano es un
ser humano que vive en continuo
estado de conversión; Sería haber en-
vejecido de espíritu. Sería, tal vez,
mantenerse como siervo viejo de Dios,
pero no como hijo de Dios.
La conversión no es un juego, pe-
ro tampoco es una celebración. La
conversión es el crecer y desarro-
llarse de la vida, desde la fe, desde el
vértice del espíritu. La liturgia cuares-
mal —¡esos textos de las lecturas y
oraciones de las misas de todos los
días!— es un aldabonazo para desper-
tar, acelerándola, la voluntad de los
hijos de Dios que prosiguen la "con-
versión" a Cristo. Otra vez. Siempre.
4 (44)
SUPRIMIR A CRISTO
SUPRIMIRLO, o substituirlo o, si es imposible, desfigurarlo, recortarlo,
mantener la denominación, pero alterar lo sustantivo de su verdad, lo
más comprometido de sus exigencias; o aplazarlas, cuando ya no sea posi-
ble la falsificación. Ése es el pecado del mundo.
El que todavía no haya encontrado a Cristo, anda camino de él, y un día
se aproximará a su realidad, porque él atrae todo y a todos hacia sí. Pero
aquel que le ha encontrado y lo rechaza, es como si se arrancara los ojos para
no ver.
Ante Cristo es imposible permanecer indiferentes, desinteresarse. El en-
cuentro con Cristo —hace poco señalaba Pablo IV— nos propone un empeño
ciertamente libre, pero tremendo y formidable que determina nuestra decisión
acerca del género de vida en que queremos definirnos. El encuentro con Cristo
se transforma en vocación.
Si nos declaramos cristianos. ¿cuándo hemos encontrado a Cristo?
En el Bautismo, sin duda, como sacramento regenerador, es decir, que
implica otro nacimiento, desde el vértice de lo espiritual, y que abarca todo el
ser y toda la vida. Encuentro sacramental, regenerador, vital.
Cuando la inteligencia y la voluntad, cuando el hombre entero y despierto,
adulto y libre, puede ir midiendo esta verdad, que es misterio en la vida, ha de
hacer su opción, porque el cristianismo no es una herencia, aunque la sociedad y
la cultura puedan disponer a él también pueden disuadirnos, y esta opción
comporta la transformación de la existencia.
Entonces el cristiano debe seguir a Cristo, aceptado como un compromiso
irrescindible que se manifiesta en un estilo de vida; una vida que es como una
fortuna imposible de valorar, porque trasciende los datos de la experiencia
sensible.
Haber encontrado a Cristo explica «la fidelidad de nuestra profesión reli-
giosa, el genio de nuestro modo de estar en el mundo, la obligación de nuestro
comportamiento moral, el manantial de nuestra capacidad para el ejercicio de
virtudes sobrehumanas, la íntima confortación ante toda miseria terrena, la
urgencia de nuestra caridad misionera y social», decía también el Papa.
Hace algún tiempo, un cristiano "convertido" expresaba con profunda
convicción: «Es imposible volverle la cara a Cristo cuando, por lo menos una
vez, se le ha mirado de frente, con sinceridad, con amor verdadero».
Respecto a Cristo, a la fe cristiana, generalmente lo único que se deja, que
se abandona, es lo que nunca se tuvo. Encontrarle es convertirse. Después de
esto, es muy difícil suprimirlo de la vida. Suprimirlo es el pecado.
5 (45)
CONFERENCIAS
CUARESMALES
EN EL ORATORIO
SENORAS: Días 20, 21 y 22 de marzo
(de miércoles a viernes),
a las 5,30 de la tarde.
JUVENTUD: Días 25, 26, 27 y 28 de
marzo (de lunes a jueves),
a las 8,30 de la tarde.
Días 8, 9 y 10 de abril
(de lunes a miércoles).
A las 8,30 de la tarde.
En cada una de las series de conferencias, precederá
la celebración de la santa Misa: para las señoras a
las 5 de la tarde: para la juventud y para los hombres,
A las 8 de la tarde, en la capilla del Oratorio.
6 (46)
A propósito de la fe:
Certeza
y
búsqueda
LOS que carecen de fe no llegarán
a ella a fuerza de argumentacio-
nes ni por conclusiones silogís-
ticas. Es gracia la primera fe. Los
creyentes, lo más que pueden hacer
respecto a los que no creen, es darles
ejemplo de coherencia. Esta coheren-
cia no se limita a la ejemplaridad de
vida, a la conducta que resplandece
de la observancia de códigos deriva-
dos de la verdad que se profesa. Sin
excluir los actos, hay una actitud, res-
pecto a la fe, que a veces olvidamos
los creyentes y que se desprende de
la misma provisionalidad de la fe
teológica. Porque la fe no es una segu-
ridad: no acaba todo, no se logra todo,
no se explica todo, con la fe. La fe
también "pasará", diría san Pablo.
Mientras no pasa, la fe se desarrolla,
crece, se purifica. A nivel personal y
en las corrientes de su expresión co-
munitaria. Este desarrollo es movi-
miento, y todo movimiento es crítico.
Las crisis de fe no son una negación
de la fe. Las verdaderas crisis de fe son
el dolor de una búsqueda desde la fe
sincera que se purifica, que se eleva. No
hace falta para admitirlo así, repetir la
expresión del cardenal Newman, que
decía: «Hay personas que no tienen
nunca dificultad en creerlo "todo"…
porque en realidad no creen nada».
La fe es la proyección desde el
espíritu al contenido del misterio
que se acepta. Sui asentimiento no
excluye la búsqueda, no elimina la
tensión desde lo más profundo del
ser creyente.
Ante este mundo que venimos repi-
tiendo que padece una "crisis de fe",
los creyentes, hemos de saber compren-
der las tensiones a que está sometido
mientras se debate en la búsqueda de
razones absolutas que, a veces, no se
atreve a identificarlas expresamente
con la idea de Dios, pero que le buscan
sin darse cuenta, sin saberlo.
El esfuerzo personal, doloroso y
consolador a la vez, que todos hemos
de hacer, como cristianos, para con-
vertir en vida esa Palabra oída en el
fondo del alma y que creemos pro-
nunciada por Dios a nosotros y que
llamamos fe, nos ha de llevar a mejor
saber interpretar los dolores y las es-
peranzas, las angustias y las alegrías de
los hombres con quienes convivimos
y acompañamos. Nuestro camino es
paralelo en la fuerza, pero convergente
en la intencionalidad, que cada uno
llamamos con nombre diferente.
7 (47)
Nos acusan, a veces, de que con la
fe, los creyentes, intentamos explicár-
noslo todo, perezosamente, para no
buscar más. Y es lo contrario: porque
creemos se dilata la exigencia de nues-
tra búsqueda con la anchura del mis-
terio, de su profundidad todavía no
alcanzada. El esfuerzo nos purifica
porque despierta, pone y mantiene en
movimiento todas nuestras capacida-
des, las libera, las dedica, capaces de
una entrega que comprende Dios y
las cosas, porque todo es de Dios.
Conjugarlo todo en Dios, sin dejar
las humildes apariencias de lo tempo-
ral, sin salirse del discurrir sencillo y
pacífico de este mundo creado, sin
triunfalismos ni éxtasis, es un esfuerzo,
es la tensión hacia el equilibrio que
descubre para integrare integra pu-
rificándose incesantemente.
Las certezas primeras de la fe nos
dan, amorosamente, las razones de
una paz interior, que no suprime afa-
nes y riesgos, esperanzas y dolores,
pero que, en todo caso, también ellos
son transformados, poco a poco, en
beneficio de la verdad en el amor de
Dios —que esto es la fe—, simplificán-
dolo todo e iluminándolo todo.
Una fe sin lucha, sin problemas,
sin búsqueda, sería una fe apagada,
una fe muerta. Mejor, no sería fe; se-
rían pensamientos, saberes, ideas. Ni
a nosotros, ni al mundo, le bastan
ideas y pensamientos para encontrar la
razón de la vida. Esta tiene su razón
en lo que la trasciende: la fe es la ten-
sión consciente de esa transcendencia
hacia Dios. La fe es tensión desde la
certeza, pero no es seguridad.
Podemos comprender el pasaje de
san Marcos en el cual el padre de un
epiléptico dice al Señor, que, antes de
curar a su hijo, le pregunta si tiene fe:
"Creo, Señor; pero aumenta mi fe".
Las homilías.
Difícilmente se puede soportar si no se tiene interés
por la Palabra de Dios, esta Palabra que está en la
Biblia y esta Biblia que, por desgracia, los cristianos
conocemos todavía tan superficialmente. Cualquier
comentario que no se ciña a la media docena de
tópicos convencionales y descomprometidos, o de
elevaciones piadosas desplazadas,
nos resulta insoportable.
Ligereza, ignorancia, (miedo), hipocresía... Que nos
entretengan, que nos consuelen. Pero que se olviden
que La Palabra de Dios es como una espada cor-
tante, porque esto lo dijo san Pablo, y
San Pablo era un exagerado.
¿Por qué se olvidan, mientras desean eso, que esta
espada abre para la vida? Porque, también,
la Palabra de Dios es Vida".
8 (48)
¿Quién es Dios?...
Diles tú
Diles tú
lo que dice el viento a las rocas,
lo que el mar dice a las montañas.
Diles tú
que una inmensa bondad
penetra el universo.
Diles tú
que Dios no es lo que ellos creen,
que es como un vino que se bebe,
como un festín compartido
donde todos dan y reciben.
Diles tú
que es como el sonido de una flauta
en la luminosidad de pleno día:
que se acerca, que se va
saltando hacia los manantiales.
Diles tú
que su voz, ella sola,
podría sostener tu nombre.
Diles tú
su semblante de inocencia,
el claro-oscuro de su risa.
Diles tú
qué es tu espacio y tu noche,
tu dolor y tu gozo.
Pero diles también
que él no es lo que tú dices
y que no sabes
nada de él.
(Del libro «La nuit, le jour», compuesto por
un grupo de monjes y monjas cistercienses)
9 (49)
¿Todavía…
un año santo?
CONTARÁS siete semanas de años, siete veces
U siete años; de modo que el tiempo de las
siete semanas de años vendrá a sumar cuarenta
y nueve años.
Declararéis santo el año cincuenta, y
proclamaréis en la tierra liberación para todos
sus habitantes.
Será para vosotros un jubileo; cada uno recobrará
su propiedad y cada cual regresará a su familia.
Este año cincuenta será para vosotros un jubileo;
no sembraréis, no segaréis los rebrotes, ni
vendimiaréis la viña que ha quedado sin podar,
porque es el jubileo que será sagrado para
vosotros. Comeréis lo que el campo dé de sí.
En este año recobraréis cada uno vuestra
propiedad.
La tierra no puede venderse para siempre,
porque la tierra es mía; vosotros sois como
forasteros y huéspedes. En todo terreno de
vuestra propiedad concederéis derecho a
rescatar la tierra.
(Cap. XXV, Levítico).
PUEDE parecer anacrónico que, en nuestra
época, el papa se decida todavía a convo-
car otro "año santo". En este tiempo de
proclamada renovación cristiana, de des-
mitificaciones, de sinceridad y asepsia
propagandística a costa de lo espiritual, si
por "año santo" se entiende una especie
de feria santa mundial o de acontecimien-
to piadoso turístico, tenemos motivos para
recelar. Porque es verdad que no hace
falta peregrinar a Roma para proporcio-
narnos unas vacaciones viajeras, y menos
que sea la Iglesia, precisamente, la que se
esfuerce en brindar la oportunidad o
suministrar el pretexto.
10 (50)
Pero sería temerario atribuir a los
papas semejantes intenciones al persistir,
desde tanto tiempo, en mantener la cos-
tumbre, cada cinco lustros, de abrir un
año jubilar. Su finalidad ha sido apostó-
lica y espiritual, a pesar de las posibles,
humanas y hasta cierto punto inevitables
deformaciones ajenas y posteriores a la
inspiración y motivaciones originales.
Por ejemplo, no hemos llegado todavía
al año 1975 y podemos ya darnos cuenta
de interpretaciones deformadas y debili-
tadas del lema que para el mismo ha da-
do el papa Pablo VI, que quiere que sea
un "año de reconciliación". Cualquier
cosa no es "reconciliación", a no ser que
nos resignemos a que se nos gaste la pa-
labra antes de aplicarla a las urgencias
reales.
En cualquier caso, el anunciado año
santo de 1975, ha de ser diferente de los
anteriores. Las necesidades espirituales
de los hombres, los relativos problemas
de cada época, la capacidad de enfrentar-
nos conscientemente con lo sagrado y de
hacerlo con más purificada participación,
ha ido evolucionando con el mismo pro-
greso del hombre. Los llamados "años
santos" no le son esenciales a la Iglesia,
pero de acuerdo con lo que ha juzgado
más conveniente para los fieles, ella ha
organizado sus celebraciones tratando de
lograr, en substancia, un acercamiento a
la vida sacramental por medio de la pre-
dicación cristiana como estímulo concien-
ciador de la fe.
El origen del "año santo"
La fundamentación de las celebraciones
jubilares se remonta a una antiquísima
costumbre de los hebreos, prescrita por
la ley mosaica, tal como aparece en el
capítulo XXV del Levítico. Cada cincuen-
ta años —el año siguiente a cada "semana
de siete años" (siete por siete son cuaren-
ta y nueve)— se proclamaba una gran
remisión y reconciliación para todos: las
propiedades que hubiesen pasado a otros
dueños, volvían a los primitivos; los es-
clavos recobraban la libertad; las deudas
materiales de unos con otros se anulaban;
las tierras no se cultivaban... ¡Era la fies-
ta de todo un año, extendida a todos, de
un pueblo que caminaba hacia Dios!...
La Iglesia católica, a partir de 1300, y
tomando pie de aquellas celebraciones
judías, introdujo, para cada fin de siglo,
un jubileo espiritual por iniciativa del
papa Bonifacio VIII. Es el momento en
que prospera la formulación de las doc-
trinas sobre remisión de las "penas tem-
porales" debidas por los pecados y de las
"indulgencias": de este modo se creía es-
11 (51)
piritualizar el sentido material y jurí-
dico de las remisiones y reconciliacio-
nes liberadoras de los jubileos judíos.
La intención de celebrar un año san-
to" cada cien años, se redujo luego a
cada cincuenta, posteriormente a cada
treinta y tres —supuesta edad de Cristo
y aniversario de la Redención, o libe-
ración espiritual de la Humanidad—,
y, finalmente, en 1470, Pablo II esta-
bleció la celebración jubilar para cada
veinticinco años y la llamó 'año santo".
En busca de un sentido actual
No todos los cristianos —católicos o
no católicos— han recibido del mismo
modo el anuncio del "Año Santo 1975".
Prescindimos, aquí, de las oposiciones
sistemáticas y recogemos, como mues-
tra, alguna crítica de matización po-
sitiva.
Nos parece particularmente intere-
sante la del doctor Lukas Vischer,
miembro del Consejo Ecuménico de
las Iglesias. Propone, desde el punto
de vista protestante, que se prescindie-
ra de los aspectos que pudieran acen-
tuar las diferencias entre las diversas
confesiones cristianas y que, sobre la
base de lo que fueron las antiguas ce-
lebraciones judías, se aunaran los es-
fuerzos de todos en el intento de un
retorno hacia la justicia.
Los judíos, para expresar que no les
pertenecía la tierra en propiedad y
que, por lo tanto, no la podían usar
indiscriminadamente, suspendían du-
LAUS se manda gratui-
tamente a los amigos del
Oratorio que lo solicitan
rante un año las faenas del campo.
Nosotros deberíamos aprender, de su
ejemplo, un respeto hacia la naturale-
za, del que estamos muy necesitados y,
de este modo, disponernos a una ver-
dulera repuesta a la crisis ecológica;
repuesta que no puede darse si no es-
tablecemos una nueva relación entre
la producción, el crecimiento, el desa-
rrollo y el progreso).
Además, los judíos consideraban
que la tierra y sus frutos son propie-
dad de Dios y que, por tanto, a los
hombres les corresponde disfrutarlos
sin prevalencias, en un plano de igual-
dad. El doctor Vischer piensa que no
es difícil trasponer a la época ac-
tual el espíritu que a ellos les hacía,
restituir las propiedades a los antiguos
dueños y perdonarse las deudas, y se
pregunta: «¿por qué no podría ser el
año santo una ocasión de las iglesias
de comprometerse juntas a la hora
de reclamar una justicia mayor, a la
hora de luchar contra la explotación
económica y en favor del desarrollo del
orden social y para conseguir una
legislación que imposibilite la espe-
culación de la tierra, especialmente en
los suburbios de las grandes ciudades
en continuo crecimiento?»
Para los judíos el año jubilar era
el momento de la liberación de los
esclavos. La esclavitud, sin embargo,
tenía causas económicas. Actualmente
las iglesias deberían meditar juntas y
predicar al mundo el significado que
tienen hoy las palabras "liberación" y
"libertad"; tienen necesidad de esta
predicación aun las mismas naciones
"cristianas". Y se pregunta también:
«¿Por qué un año santo no ha de ser
un año de los derechos del hombre y
la ocasión de un esfuerzo especial en
favor de los prisioneros políticos bajo
12 (52)
regímenes totalitarios, sean de dere-
chas o de izquierdas?»
Un año santo con este programa
interesaría a todos los cristianos juntos,
favorecería su hermandad y sería un
beneficio positivo para el mundo de
hoy.
Todo tiempo es santo...
Las actitudes críticas más frecuentes
se fundamentan en la resistencia a
relacionar la santificación con tiempos
"especiales", determinados. Tal vez
recuerden las viejas palabras con que,
no hace tantos años, en las misas
dominicales, después de anunciar las
fiestas del santoral y días señalados
en el calendario semanal, el sacerdote
celebrante concluía los avisos con ésta
u otra parecida fórmula: «Todos los
días son santos y buenos vividos en la
gracia de Dios».
Es verdad: todos los días son santos.
Pero tampoco parece correcto suponer
que al establecer un año santo", éste
se sacramentaliza en perjuicio de la
constante y universal disponibilidad
de la gracia de Dios para todos los
que, dondequiera y cuando sea, sin-
ceramente le buscan. La calificación
o, mejor, la denominación es tópica,
relativa y no excluyente.
Pero veamos, en las críticas nobles
y leales, el buen deseo por salvar los
aspectos primordiales de lo espiritual,
de lo cristianamente auténtico. Un año
santo no puede tomarse como parte de
una "operación prestigio", de apolo-
gismo triunfalista, o bajo los aspectos
de las ventajas económicas de las
agencias de turismo. Ni la Iglesia es un
reino de este mundo, ni el Evangelio
una propaganda, ni el templo ha de
ser para los mercaderes.
Tratad de dejar el
mundo en mejores
condiciones de las
que tenía cuando
entrasteis en él. De
esta manera,
cuando os llegue la
hora de morir
podréis hacerlo
sintiéndoos felices
porque, por lo menos,
no perdisteis el
tiempo e hicisteis
cuanto os fue
posible por hacer
el bien…
Que Dios os ayude
a hacerlo así.
Baden Powell
13 (53)
elogios:
De Noruega
EL MÁS afortunado de los Premios Nobel no ha sido precisamente el de la
11Paz. Los pocos aciertos más o menos reconocidos quedan Oscurecidos
por la contradicción de los desaciertos; a s veces porque no ha habido
candidato; otras porque el candidato, por pudor (como el reciente Le Duc Tho),
no lo han aceptado, aunque no haya ocurrido lo mismo con Kissinger, con quien
lo comparte.
Esta última concesión ha parecido, no solamente a los noruegos, sino a gran
parte del mundo, una transigencia excesiva con los intereses propagandísticos
de la hegemonía de moda, y el pueblo noruego ha querido reparar el lamentable
desacierto con una campaña de pocos meses, no solamente para protestar por
la decisión del Comité Nobel, sino para crear un nuevo Premio de Paz: el des-
tinatario ha sido ese candidato "universal" al que sólo hacían silencio o cuya
labor ponían en entredicho los conservadurismos opresores de la humanidad.
Helder Camara, arzobispo de Recife, en el Brasil, al que llamaban "obispo rojo"
porque defendía a los pobres frente a la injusticia, o tildaban de subversivo"
porque es pacifista.
Pero aquí nosotros no alabamos al arzobispo católico, sino la conciencia de
ese pueblo civilizado y honrado que ha querido deshacer equívocos: un Premio
de la Paz ha de ser para un "pacifico". Y eso han visto en Helder Camara, aunque
se trate de un arzobispo católico y ellos sean luteranos en mayoría y los católi-
cos allí alcancen una cifra irrisoria. No importa. Son, antes que nada, gentes
honradas, a pesar de la imagen desfigurada que la vanidad latina de "señor
venido a menos" ha creado respecto a los países que blasonan menos de sus
creencias.
Monseñor Helder Camara, hombre espiritual, no necesita estos estímulos
para perseverar en su apostolado evangélico; pero el mundo tal vez si necesite
del ejemplo de este «Premio del Pueblo para la Paz», para descubrir que la
conciencia de los hombres no está dormida. Esta vez el ejemplo lo da Noruega;
pero podría haber sido en otra parte donde los hombres de conciencia quisieran
ponerla en acto, supieran hacerlo y pudieran lograrlo. Esto: Premio Popular para
la Paz no ha sido creado de la renta ni de los remordimientos del inventor de
la pólvora, sino de la aportación masiva, espontánea y bien ordenada del pueblo
que transita sencillamente por las calles; de la buena voluntad de todos.
14 (54)
exámenes de conciencia:
Dios, el prójimo, tú mismo
NO SE TRATA de proponer el último formulario de moda para examinar
la conciencia: pero sí puede tener utilidad para introducir una visión
menos juridicista del pecado. Por esto reproducimos cae apéndice del
nuevo ritual sobre la penitencia en el que se contiene un cuestionario agrupado
junto a tres frases del Señor, relacionadas como una gradación que nos lleva
en primer lugar, a referirnos a Dios mismo, a mirar luego a nuestro prójimo y,
desde nuestra propia realidad. Tres puntos que pueden determinar todo el
plano de nuestra vida de cristianos.
No es infrecuente que se considere la propia perfección sin tener en cuenta
la estrecha relación que tiene con el ejercicio del amor y de la justicia; ni es
infrecuente que imaginemos que hacemos bien a los demás, con abstracción de
considerarlos como hermanos en un Padre que nos es común. Por esto es ade-
cuado, para una perspectiva sobrenatural y cristiana, que comencemos mirando
hacia Dios, y, desde Dios, considerar a los que él mismo pone en relación con
nuestra vida y, por último, nosotros mismos.
Es posible que, haciéndolo así, lo que entendemos por nuestra perfección
personal nos ofrezca menos problemas si, olvidados de nosotros, somos más so-
lícitos con nuestro prójimo. Y es también muy posible que, si nos preocupamos
de amar a Dios y de servirle como deben hacerlo los buenos hijos, no sea tan
difícil el amor al prójimo, y el compromiso por la justicia.
Por esto es bueno que comencemos por repasar si amamos a Dios "con
todo el corazón".
I. DICE EL SEÑOR: «AMARÁS A TU DIOS
CON TODO EL CORAZON»
1. ¿Tiende mi corazón a Dios de manera que en verdad lo ame sobre todas las
cosas en el cumplimiento fiel de sus mandamientos, como ama un hijo a su
padre, o, por el contrario, vivo obsesionado por las cosas temporales? ¿Obro
en mis cosas con recta intención?
2. ¿Es firme mi fe en Dios, que nos habló por medio de su Hijo? ¿Me adhiero
firmemente a la doctrina de la Iglesia? ¿Tengo interés en mi instrucción cris-
tiana escuchando la Palabra de Dios, participando en la catequesis, evitando
cuanto pudiera dañar mi fe? ¿He profesado siempre, con vigor y sin temo-
res, mi fe en Dios? ¿He manifestado mi condición de cristiano en la vida
pública y privada?
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3. ¿He rezado mañana y noche? ¿Mi oración es una auténtica conversación
—de mente y corazón— con Dios o un puro rito exterior? ¿He ofrecido a Dios
mis trabajos, dolores y gozos? ¿Recurro a Él en mis tentaciones?
4. ¿Tengo reverencia hacia el nombre de Dios o le ofendo con blasfemia, falsos
juramentos o usando su nombre en vano? ¿Me he conducido irreverente-
mente con la Virgen María y los santos?
5. ¿Guardo los domingos y días de fiesta de la Iglesia participando activa, atenta
y piadosamente en la celebración litúrgica, y especialmente en la misa? ¿He
cumplido el precepto anual de la confesión y comunión pascual?
6. ¿Tengo, quizá, otros "dioses", es decir: cosas por las que me preocupo y en
las que confío más que en Dios, como son las riquezas, las supersticiones, el
espiritismo o cualquier forma de inútil magia?
II. DICE EL SEÑOR: «AMAOS LOS UNOS A
LOS OTROS COMO YO OS HE AMADO»
1. ¿Tengo auténtico amor a mi prójimo o abuso de mis hermanos usándoles para
mis fines o portándome con ellos como no quisiera que se portasen conmigo?
¿Los he escandalizado gravemente con palabras o con obras?
2. ¿He contribuido, en el seno de mi familia, al bien y a la alegría de los demás
con mi paciencia y verdadero amor? Han sido los hijos obedientes a sus
padres, prestándoles respeto y ayuda en sus necesidades espirituales y
temporales? ¿Se preocupan los padres de educar cristianamente a sus hijos,
ayudándoles con el ejemplo y con la paterna autoridad? ¿Son los cónyuges
fieles entre si en el corazón y en la vida?
3. ¿Comparto mis bienes con quienes son más pobres que yo? ¿Defiendo en lo
que puedo a los oprimidos, ayudo a los que viven en la miseria, estoy junto
a los débiles o, por el contrario, he despreciado a mis prójimos, sobre todo a
los pobres, débiles, ancianos, extranjeros y hombres de otras razas?
4. Realizo en mi vida la misión que acepté en mi Confirmación? ¿Participo en
las obras de apostolado y caridad de la Iglesia y en la vida de mi parroquia?
¿He tratado de remediar las necesidades de la Iglesia y del mundo? ¿He ora-
do por ellas, especialmente por la unidad de la Iglesia, la evangelización de
los pueblos, la realización de la paz y la justicia?
5. ¿Me preocupo por el bien y la prosperidad de la comunidad humana en la que
vivo o me pago la vida preocupado tan sólo de mí mismo? ¿Participo, según
mis posibilidades, en la promoción de la justicia, la honestidad de las costum-
bres, la concordia y la caridad en la convivencia? ¿He pagado mis tributos?
¿He cumplido con mis deberes cívicos?
6. ¿En mi trabajo o empleo soy justo, laborioso, honesto, prestando con amor
mi servicio a la sociedad? ¿He dado a mis obreros o sirvientes el salario
justo? ¿He cumplido mis promesas y contratos?
7. ¿He prestado a las legítimas autoridades la obediencia y respeto debidos?
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8. Si tengo algún cargo o ejerzo alguna autoridad a ¿los uso para mi utilidad
personal o para el bien de los demás, en espíritu de servicio
9. ¿He mantenido la verdad y la fidelidad o he perjudicado a alguien con pala-
bras falsas, con calumnias, mentiras o violación de algún secreto?
10. ¿He producido algún daño a la vida, la integridad física, la fama, el honor
o los bienes de otros? ¿He procurado o inducido al aborto? He odiado i
alguien? ¿Me siento separado de alguien por riñas, injurias, enemistades
u ofensas? ¿He rehusado, por egoísmo, presentarme como testigo de In
inocencia de alguien?
11. ¿He robado o deseado Injusta y desordenadamente cosas de otros o les he
infligido algún daño? ¿He restituido o reparado ese daño?
12. Si alguien me ha injuriado ¿me he mostrado dispuesto a la paz y a conceder,
por el amor de Cristo, el perdón o mantengo deseos de odio y venganza?
III. CRISTO, EL SEÑOR, DICE: «SED PER-
FECTOS COMO VUESTRO PADRE ES
PERFECTO»
1. ¿Cuál es la dirección fundamental de mi vida? ¿Me anima In esperanza de la
vida eterna? ¿Me esfuerzo en avanzar en la vida espiritual por medio de la
oración, In lectura y la meditación de la Palabra de Dios, la participación en
los sacramentos y la mortificación? ¿Estoy esforzándome en domar mis vicios,
mis inclinaciones y pasiones malas como la envidia o la gula en comidas
y bebidas? ¿Me he levantado contra Dios, por soberbia o jactancia, o he
despreciado a los demás sobreestimándome a mí mismo? ¿He impuesto mi
voluntad a los demás en contra de su libertad y derechos?
2. ¿Qué uso he hecho de mi tiempo, de mis fuerzas, de los dones que Dios me
dio? ¿Los le usado en superarme y perfeccionarme a mí mismo? He vivido
ocioso o sido perezoso?
3. ¿He soportado con serenidad y paciencia los dolores y contrariedades de la
vida? ¿He mortificado mi cuerpo para ayudar a completar «lo que falta a la
Pasión de Cristo»? ¿He observado la ley del ayuno y la abstinencia?
4. ¿He mantenido mis sentidos y todo mi cuerpo en la pureza y la castidad como
templo que es del Espíritu Santo llamado a resucitar en la gloria y como
signo del amor fiel que Dios profes a los hombres, signo que adquiere toda
su luz en el matrimonio? ¿He manchado mi carne con la fornicación, con la im-
pureza, con palabras o pensamientos indignos, con torpes acciones o deseos?
¿He condescendido a mis placeres? ¿He mantenido conversaciones, realizado
lecturas o asistido a espectáculos o diversiones contrarias a la honestidad
humana y cristiana? ¿He incitado al pecado a otros con mi falta de decencia?
¿He observado la ley moral en el uso del matrimonio?
5. ¿He actuado alguna vez contra mi conciencia, por temor o por hipocresía?
6. ¿He tratado siempre de actuar dentro de la verdadera libertad de los hijos
de Dios, según la ley del espíritu, o soy siervo de mis pasiones?
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La independencia
de VIDA NUEVA
ALGÚN periódico nacional ha presentado a «VIDA
NUEVA como órgano oficioso de la Conferencia
Episcopal». «LE MONDE» nos presentaba como
portavoces del Cardenal Tarancón. Alguien dice que
es la voz de la nunciatura la que transmitimos. Y hasta
un divertido gamberro nos ha enviado una carta sin
más dirección que el nombre de la revista y el subtítulo
de «Revista de la Conferencia Episcopal».
Si esta carta ha llegado a nuestras manos es más
gracias a la imaginación admirable del cuerpo de Co-
rreos que a la exactitud de la dirección. VIDA NUEVA
no es órgano de nadie. Nadie exterior al grupo que
la publica dirige sus ideas, nadie controla o supervisa
sus editoriales, de nadie recibimos protección y mucho
menos dinero o cualquier tipo de ayudas.
„VIDA NUEVA se siente muy feliz al oír que sus
editoriales coinciden con el pensamiento de los obispos.
Hacia ellos siente y trata de practicar una cristiana
obediencia, pero no es su órgano. Quienes nos conocen
bien saben que la Jerarquía puede contar siempre con
nuestro cariño y nuestro apoyo. Apoyo que será de
aplauso cuando coincidamos plenamente con sus direc-
trices prácticas y que será de filial crítica cuando en
algo nos sintamos obligados a discrepar.
No nos gusta vestirnos con plumas ajenas. #VIDA
NUEVA a nadie representa. Es simplemente el esfuerzo
de un grupo de cristianos que trata de interpretar y
ayudar a la comunidad católica española, parte fun-
damental de la cual es, evidentemente, la Jerarquía.
Quienes nos lean deben saber que sólo nos leen a
nosotros. Que nuestras son nuestras ideas y nuestros
son los aciertos y los desaciertos. Nadie habla a través
de nuestras páginas. Tenemos la valentía suficiente
para aceptar nuestros riesgos y la elemental discrec-
ión de no comprometer a nadie en nuestras opciones.
(Editorial del n. 919,
9, Febr. 74)
Suscríbase a VIDA NUEVA, Ap. 19.049, Madrid
18 (58)
SEMANA SANTA
DOMINGO DE RAMOS
Mañana, a las 11,15, BENDICIÓN DE RA-
MOS, en el portal de la primitiva capilla;
PROCESIÓN; acto seguido, SANTA MISA,
en la iglesia, que permanecerá cerrada
hasta la entrada procesional de los fieles.
Las demás misas se celebrarán con el
horario de costumbre: 11 y 13 de la ma-
ñana y la vespertina de las 8.
JUEVES SANTO
Tarde, a las 8. MISA DE LA CENA DEL
SENOR.
Podrá visitarse el Santísimo Sacramento
sólo hasta la medianoche de este día.
VIERNES SANTO
Mañana, a las 8, VIA-CRUCIS por el
parque.
Tarde, a las 8. CELEBRACIÓN DE LA
PASIÓN DEL SEÑOR.
VIGILIA PASCUAL
A las 11 de la noche del sábado. La Misa
de esta noche es ya la de Pascua, cuya
celebración se completa con la participa-
ción en la liturgia del DOMINGO.
La iglesia se abre siempre media hora
Antes de comenzar los cultos.
19 (59)
"Original y propia"
es la misión de la Iglesia
UN EDITORIAL de «Ecclesia» (16. 3. 74), en el que se hace referencia al
llamado «caso Añoveros», destaca las características del «deber sagrado
que tiene la Iglesia de tutelar y reivindicar, sin paliativos, su derecho
a ejercer libremente su misión evangélica». Misión que no puede ser
dictada, ni sugerida, ni limitada, ni, por supuesto, impedida o deformada
por extraños; sino misión sagrada "original y propia". Y añade: «Libertad
e independencia por la que ha tenido que luchar constantemente y le han
ocasionado innumerables sufrimientos e incomprensiones. Esta inviola-
ble libertad de acción pastoral, libertad de predicar el Evangelio y de
iluminar con su verdad la vida entera de los hombres, supone una apor-
tación original y propia de la Iglesia, que en el transcurso de los siglos
ha enriquecido las culturas y ha elevado y madurado hondamente la
convivencia social de los pueblos. La voz de la Iglesia, guiada siempre
por el deseo de promover los valores morales de justicia, amor, concor-
dia y paz, puede resonar en algunas ocasiones con acentos críticos que
produzca desasosiego en los oyentes, pero el cristiano consciente sabe
bien cuánto necesita de este estímulo para superarse Individual y co-
lectivamente. Silenciar la voz libre de la Iglesia sería privarnos de un
elemento esencial de nuestro progreso».
LA COMISIÓN Permanente de la Conferencia Episcopal hizo público un comu-
nicado oficial, el día 9 de marzo, en el que los obispos proclaman la fraterna
comunión con el obispo de Bilbao y su rectitud de intención.
TAMBIÉN, los obispos de la provincia eclesiástica de Sevilla (a la que había
pertenecido monseñor Añoveros), reunidos el 5 y 6 de este mes, expresaron «su
dolor por las acusaciones hechas públicas contra el señor obispo de Bilbao, que
lesionan, de una parte, su dignidad personal y siembran, de otra, la confusión y
la desconfianza entre los fieles. El juicio de prudencia pastoral sobre una deter-
minada situación diocesana corresponde al obispo propio y, sobre la actuación
de éste, al Romano Pontífice».
LAUS
Director P. Ramón Mas, C.O. - Edita e imprima Congregación del Oratorio
Placeta de S. Felipe Neri, 1 - Apartado 182 - Albacete - D. L AB 103/13 - 18.3. 74.
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