Boletín
del Oratorio de Albacete. |
Núm. 123. MAYO. Año 1974. |
SUMARIO |
TODOS somos deudores de
Dios. En el orden de la |
Providencia, además, somos
deudores de aquéllos |
que Dios nos ha puesto en
el camino para conocerle |
mejor, para mejor caminar
hacia Él. La veneración |
a los Santos responde a
esa necesidad de gratitud, a Dios |
ya ellos, por la gracia de
los ejemplos, de los estímulos, de |
los descubrimientos, de la
mediación con que acompañan |
el camino de la Iglesia.
Dentro de ella, todos nos debemos |
algo, unos a otros,
respecto de Dios. Además, con frecuencia |
sentimos que somos
deudores de algo especial en relación |
con algunos que nos han
acogido en su Casa, como si les |
sucediéramos en la amistad
y en la familia y en los pro- |
pósitos de apostolado y en
el esfuerzo por continuar, en la |
Iglesia, y en el mundo, su
estilo y su obra. Por eso nos |
alegramos al recordar a
san Felipe Neri, que estimamos |
como Padre espiritual y
como maestro, en este intento de |
caminar, con alegría y
venciendo flaquezas, por los cami- |
nos del Evangelio y del
amor a la Iglesia, también en esta |
hora, tan parecida a la
que él vivió. |
MÁS O MENOS SANTOS |
«AMO A SAN FELIPE», decía
Juan XXIII |
CREO EN DIOS |
SAN FELIPE NERI |
JOHN HENRY NEWMAN |
1 (81) |
Prefacio de N. P. San
Felipe. |
Realmente es justo y
necesario, |
es nuestro deber y
salvación |
darte gracias, |
siempre y en todo lugar, |
Señor, Padre Santo, |
Dios todopoderoso y
eterno: |
que llenaste con los dones
de tu gracia |
al bienaventurado Felipe |
y lo abrasaste en amoroso
fuego. |
El cual, inflamado por
esta caridad inefable, |
una nueva Congregación
instituía |
para el bien de las almas, |
y completó con el ejemplo
de sus obras |
las enseñanzas de
salvación que a los otros daba. |
Rogamos, pues, a tu
clemencia, |
que al celebrar su fiesta
nos llenes |
de santa alegría, |
nos muevas a seguir el
ejemplo de su vida, |
con su palabra nos
instruyas |
y con su intercesión a ti
tan grata |
nos protejas. |
Por eso, |
con los ángeles y los
arcángeles |
y con todos los coros
celestiales, |
cantamos sin cesar |
el himno de tu gloria. |
2 (82) |
Más o menos santos |
UNA de las consecuencias
reno- |
vadoras posconciliares, se
ha |
manifestado en la
reducción - |
del Santoral, que ha
tenido |
por efecto la limitación
del número |
de los santos 11 los que
se les dedica |
un culto general en toda
la Iglesia, |
dejando a los demás, o a
la venera- |
ción particular de
instituciones, lu- |
gares 0 países, 06
sencillamente |
cancelando su nombre en
los casos |
en que solamente se
apoyaba en la |
leyenda. |
Es curioso que la primera
expur- |
gación o reducción de este
género, |
la llevó a cabo un
oratoriano, el Padre |
Cesare Baronio, segundo
Prepósito |
del Oratorio fundado por
50 Felipe, |
predilecto y fiel
discípulo de nuestro |
Santo Padre. El papa
Gregorio XIII, |
en 1580, le encargó la
reforma del |
Martirologio que Baronio
llevó a |
cabo después de laboriosa
expurga- |
ción do cuanto pudo
suponer contra- |
rio a los datos históricos
a su alcance. |
En substancia, el elenco
del Santoral |
vigente hasta nuestros
días, ha sido |
el de la revisión
baroniana. |
Tal vez de aquellos
esfuerzos por |
restituir a la fidelidad
histórica 1r |
lista de los héroes del
Evangelio, 50 |
originó el frecuente
dicho, entre los |
primeros miembros del
Oratorio ro- |
mano, de que «un hijo de
san Felipe |
debía pretender más bien
ser santo |
del Cielo que no del
calendario». Lo |
cual tampoco debía
entender e co- |
mo un desprecio por los
ejemplos y |
virtudes de los mejores
entre los se- |
guidores de Cristo, pues
nos consta |
explícitamente cómo
nuestro santo |
Padre Felipe recomendaba
además |
de la lectura y meditación
de la vida |
y las palabras del Señor,
la de los |
«libros comenzados por S»,
es decir, |
los escritos por los
puntos y los que |
trataban de sus vidas con
seriedad |
y edificación. |
Pero es verdad que en el
Oratorio |
se ha producido un
fenómeno pare- |
cido al que se da también
en la Car- |
tuja: que no tenemos más
santo que |
el de nuestro fundador en
la Cartuja |
sólo san Bruno, en el
Oratorio san |
Felipe. Existe, después de
cuatro |
siglos de vida de la obra
de san Fe- |
lipe, una verdadera estima
por los |
beatos y venerables
propios del |
Oratorio, pero no han sido
los mis- |
mos oratorianos los que
han tomado |
con mayor fuerza la
iniciativa por |
llevar a delante las
causas de beati- |
ficación y de sucesiva
canonización |
de los más esclarecidos en
lo referen- |
te a la virtud, que han
seguido a san |
Felipe. En la actualidad,
la activación |
de la causa de
beatificación del car- |
denal Newman, aunque el
Oratorio |
ha colaborado
sustancialmente —era |
indispensable— en los
testimonios y |
documentación newmaniana,
ha sido |
la curia diocesana de
Birmingham |
la que más energías ha
dedicado y |
dedica para el
reconocimiento ofi- |
cial de las
extraordinarias virtudes |
y significación ejemplar
del gran |
convertido John Henry
Newman, a |
quien el cardenalato —lo
mismo que |
había ocurrido con
Baronio, promo- |
vido cardenal por Clemente
VIII, a |
pesar suyo: o,
recientemente, con Be- |
vilacqua, promovido por
Pablo VI…— |
no supuso un alejamiento
de su co- |
munidad, sino una
confirmación de |
su apostolado desde ella.
León XIII |
consintió a los deseos de
Newman, |
3 (83) |
de seguir en el Oratorio
de Birmin- |
gham: Pablo VI A
Bevilacqua de |
continuar en Brescia, y
Baronio no |
abandonó su celda de la
Vallicella, |
cuya llave celosamente
siempre lle- |
vaba consigo, lamentando
en todo |
momento lag Ausencias que,
por |
apostolado, estudio o
servicio espe- |
cial de la Iglesia,
ocasionalmente lo |
eran inevitables. |
En los Padres más antiguos
había |
dos cosas especialmente
temidas: |
las dignidades
eclesiásticas y la |
separación de la
comunidad. |
Y había también, sin que
en nin- |
gún momento se pudiera
calificar de |
desprecio o de crítica de
los demás, |
un cierto
"descuido" —un no cuidar, |
no preocuparse, no dedicar
atención |
especial...— ni a
canonizaciones de |
los propios miembros —San
Felipe |
casi lo fue por aclamación
popular |
de los romanos—, ni a
leyes estruc- |
turadoras de la forma de
la vida |
comunitaria que se inició
con san |
Felipe. Este les enseñó a
amar al |
Papa, a servir a la
Iglesia, A respetar |
a la jerarquía, pero no
menos a huir |
de las dignidades, de las
"esperanzas |
cortesanas" de las
honorificencias |
inevitables en cualquier
ordenación |
humana; del mismo modo que
ponía |
tan poca confianza en las
leyes y |
estructuras
constitucionales que los |
hombres suelen poner a las
obras do |
Dios, apostolados,
extensión del in- |
flujo cristiano, si bien
recomendaba |
siempre recoger los
ejemplos de los |
religiosos —él no se
consideraba tal |
ni los suyos tampoco— y de
venerar- |
los como espirituales. Sin
votos, sin |
Apenas reglas; pero con un
fervor |
siempre en renovación,
espontáneo |
y constante, hacia una
forma de |
santidad no catalogable,
aparente- |
mente desestructurada,
realmente |
sincera, libre, simpática,
total, «como |
del mundo sin ser del
mundo». |
Porque aunque fuese una
manera |
de santidad más o menos
coinciden- |
te, más o menos diferente
de los |
módulos generalmente
suministra- |
dos o admitidos, convenía
también |
A la Iglesia que, como
solía repetir |
cato propósito, «se adorna
con la |
variedad». |
El día |
26 de Mayo |
LA IGLESIA UNIVERSAL |
celebra |
la fiesta de |
SAN |
FELIPE |
NERI |
venerado |
con especial gozo |
en el Oratorio |
como Padre |
y Fundador |
¡Demos gracias a Dios! |
4 (84) |
En Roma, al caer la tarde: |
«Amo a san Felipe, |
de modo particular» |
decía el joven Ángelo
Roncalli, |
futuro Juan XXIII |
ROMA tiene ese trasiego de
gentes forasteras —hombres de negocios, |
turistas, personajes del
arte o del espectáculo mundial, diplomáticos y |
políticos del momento— que
ofrecen a diario titulares para los aconte- |
cimientos que relata la
prensa y fotos de escalerillas de avión o secuencias |
televisadas informativas;
tiene la gran masa ciudadana con el peculiar matiz |
occidental y latino que le
caracteriza, diligente, a veces incluso señorial con |
una exquisitez que no
empaña la democracia; tiene los arrivali, como en todas |
las capitales importantes,
políticas, comerciales o culturales: son los que, allí |
finalmente, alcanzan la
suspirada meta de ambiciones tras esfuerzos, alguna |
vez nobles, otras más de
superación mezquina y envidiosa de complejos de |
inferioridad pueblerina o
provinciana, algunos de los cuales como promoción |
no han podido pasar la que
les permite vestir un uniforme impecable con casco |
de plumas y sable
brillante e inservible, pero decorativo... Y tiene esos barrios |
de todas las grandes
urbes, que son casi pueblos dentro de la misma ciudad, |
con personalidad propia,
como Anniéres de París, o San Andrés de Barcelona, |
o Vallecas de Madrid: la
Garbatella romana, por ejemplo. Y luego, como si se |
olvidara del correr de los
tiempos, tiene Roma ese Transtevere que se puede |
llamar en cierto modo
pagano todavía, devoto y supersticioso, de mercados en |
las calles y de ropa
tendida en las ventanas, de chiquillos medio desnudos, por |
espontaneidad más que por
pobreza, de talleres casi al aire libre, de canto del |
agua en las fuentes sin
llave y ruido de motores acelerados, de los que no |
podemos saber si es por
prisa que toman velocidad, o por malabarismo |
deportivo del conductor
joven que lo cabalga: es allí donde la Roma de ahora |
conserva, en sus gentes,
algunos rasgos de aquellas que la habitaron, tal vez, |
antes del cristianismo,
cuando el Transtevere era el extranjero" de la Roma |
clásica, donde huían los
infames, o donde eran vendidos los esclavos: como |
si los más humildes de la
Roma de la decadencia hubiesen huido allí empuja- |
dos por los bárbaros, al
fin progresistas, que los desplazaron del otro lado del |
río. |
5 (85) |
Pero, sobre todo desde el
Renacimiento, Roma adquiere una relevancia |
clerical, en parte por el
afianzamiento universal de la Iglesia, que desde allí va |
organizando su extensión
por el mundo, y en parte, también, porque el Papado |
llena de alguna manera el
vacío producido por la dejación política del imperio |
romano, tras su decrepitud
y fragmentación. Las sucesivas transformaciones y |
el surgimiento de Italia
en 1870 y el establecimiento de su capitalidad en la |
ciudad del Tíber, no hi
quitado a Roma su significación y su colorido clerical. |
Por eso, una mirada, una
observación de la ciudad no puede prescindir, desde |
el primer momento, de la
presencia de esta parte notable de la población cons- |
tituida por sacerdotes,
religiosos y jóvenes estudiantes en inmensa proporción |
extranjeros junto a los
muchos italianos que matizan por su porte e indumenta- |
ria el aspecto de las
gentes que transitan por las calles. De manera especial los |
atardeceres. |
Tramonto romano |
Todavía en nuestro tiempo,
en que desaparece o, por lo menos, decrece el |
uso exterior de hábitos y
sotanas, en las calles romanas todavía perduran las |
salpicaduras de la
indumentaria clerical, hasta constituir una nota peculiar, por |
su abundancia,
especialmente en los atardeceres —un poco antes del tramonto |
Bolar— en medio del
bullicio y la prisa de toda ciudad moderna, abunda por |
las aceras y calles
romanas, un destacado porcentaje de sotanas, vestidos |
Oscuros, hábitos,
"becas"... también caminando deprisa. No sólo el breve e |
El poco tiempo de que
disponemos en nuestra vida, |
hemos de emplearlo
obrando. |
No nos preocupemos en
buscar y saber cuál pueda |
ser el estado futuro de
nuestra vida, ni lo que hará |
Dios con nosotros más
adelante; sino consagrémonos |
enteramente en el empleo
de todos los medios posibles |
que nos ofrecen las
gracias del momento presente y |
depositemos toda nuestra
confianza, en lo que nos |
concierne, en la
Providencia de Dios, |
siguiéndole con sencillez. |
Buscar otra cosa es, con
frecuencia, no buscar a Dios, |
sino buscarnos a nosotros
mismos. |
Car. Pierre Bérulle, C. O. |
6 (86) |
higiénico paseo, en busca
de alguna distención, por el Gianicolo o el Lungotevere, |
sino también sobre las
anchas aceras, donde las haya, o el ennegrecido y acerado |
adoquinado de vía Giulia,
Piazza Farnese, la Minerra o las cien callejuelas de |
artigiani y tiendas de
todo. |
Son el pequeño enjambre
clerical, salido de las colmenas. |
La mayoría de ellos han
madrugado bastante, celebrada u oída la santa |
Misa y, muchos luego han
ido a ocupar sus puestos en las diversas oficinas |
curiales vaticanas o
religiosas, o en la docencia —Roma es el centro nervioso |
en la organización y la
inteligencia de la Iglesia—, mientras la casi totalidad de |
los jóvenes levitas (de
alguna diócesis del norte o del sud de Italia, de un país |
europeo, o de Oceanía o
América...) han asistido a las clases de las universida- |
des eclesiásticas. |
Por la tarde, después de
un tiempo de estudio o de acabar algunas tareas |
otros, justo antes de que
se cierren tiendas y comercios, es, para casi todos ellos, |
la hora de la passeggiata:
un poco de aire y de descanso antes de la cena |
—siempre temprana... en
Europa—, y dar due passi, tal vez aprovechando para |
echar una carta a los
amigos o parientes lejanos, o para, por lo menos, entrar |
en una librería y
"ver" libros, y, sin entretenerse mucho más, antes de recogerse |
donde se resida, entrar en
alguna iglesia —¡en la Ciudad Santa hay quinientas! — |
y acercarse un momenlino a
los pies del Sagrario y, muy a menudo también al |
sepulcro de un santo de
predilecta veneración. |
El fervor de Ángelo
Roncalli |
El papa Roncalli, de
joven, había sido uno de estos estudiantes sonrientes, |
apresurados, bulliciosos.
Como otros, había transitado muchos pomeriggi por |
esas calles y plazas
romanas y visitado sus iglesias haciéndose, al fin, asiduo a |
las visitas breves de las
que espiritualmente le atraían con preferencia. Mon- |
señor, cardenal y
finalmente papa, cuando volvía a la Chiesa Nuora, para arro- |
dillarse una vez más ante
el sepulcro de san Felipe, en la capilla lateral decorada |
con la pintura de Guido
Reni, recordaba sus años de estudiante y aquellos |
atardeceres fervorosos y
esperanzados —de gracias, no de dignidades— de |
poco antes de su
sacerdocio. Algo de sus sentimientos podemos adivinarlos si |
abrimos su Giornale
dell'anima, desde un par de años antes de estrenar sacer- |
docio. Después de un
retiro nos dice, por ejemplo, en una de sus páginas: |
Visité a san Felipe, san
Ignacio, san Juan Bautista de Rossi, san Luis, |
san Juan Berchmans, santa
Catalina de Siena, san Camilo de Lelis... |
Y no nos cuesta nada
imaginar ese cruzar calles, plazas y callejuelas para alcan- |
zar las no demasiado
distantes iglesias de la Vallicella, el Gesú, Sant Ignazio, la |
Minerva..., en uno de sus
atardeceres fervorosos, cuando se apaga, despacio, la |
luz del sol, y se enciende
la del alma. |
7 (87) |
San Felipe de 1903 |
Pero a nosotros nos ha
llamado especialmente la atención la nota espiritual |
que el mismo día de san
Felipe, del año 1903, cuando acababa de ser ordenado |
subdiácono en la basílica
de san Juan de Letrán. Recuerda haber asistido a la |
fiesta del Santo en la
Chiesa Nuova: |
«Hoy el pensamiento de san
Felipe me ha sostenido suavemente todo |
el día. Desde una tribuna
de la iglesia he asistido cómodamente a las |
solemnísimas funciones en
la Vallicella, he saboreado la música de |
Capocci, he visitado con
piedad las habitaciones del santo, y también |
lag tan históricas y
preciosas de san Girolamo della Carita; pero |
más que todo he vuelto mis
ojos, mi pensamiento, mi corazón a la |
gloriosa tumba, y he
rezado mucho. |
¿Por qué no tengo ni
tiempo ni una pluma tan fácil para escribir de |
este santo como quisiera
como el corazón me dictaría? San Felipe es |
uno de los santos que me
es más familiar, a cuyo nombre se unen tan- |
tos dulces recuerdos de mi
historia íntima. Siento que amo a san Fe- |
lipe de un modo
particular, y me encomiendo a él con gran confianza. |
¡Oh mi buen padre Felipe!,
me entendéis sin hablaros. Se acerca el |
tiempo; ¿dónde está en mí
el tomar vuestra imagen? ¿dónde el espejo |
de vuestras virtudes? 1Ayl
ojalá entienda yo los principios de vuestra |
escuela mística para el
cultivo del espíritu, y me aproveche de ellos: |
humildad y amor. Seriedad,
seriedad, bendito Felipe, y alegría sana, |
purísima, y entusiasmo
fecundo de grandes obras. |
En esta novena del divino
Espíritu, vuestra novena de otro tiempo, |
volveré de nuevo a vos con
frecuencia. Bendito Felipe, ayudadme a |
preparar la casa; acerco
mi pecho helado al vuestro abrasado de |
amor, de Espíritu Santo:
¡Fac ut ardeat cor meum!» |
Aquel 26 de Mayo de 1903
peregrinó holgadamente por los lugares romanos |
de san Felipe —en Roma, el
día de san Felipe, era festivo ya que es co-patrón de |
la ciudad junto con los
apóstoles san Pedro y san Pablo— y visitó, después de |
san Juan de los
Florentinos, la iglesia —más bien el "nido" del Oratorio— de |
san Jerónimo de la
Caridad, que casi por fuerza el santo dejó para trasladarse |
a la nueva iglesia de la
Vallicella. Pero aquí es donde san Felipe vivió los últi- |
mos tiempos, celebró sus
últimas memorables misas y descansa en el sepulcro |
que todo romano conoce y
venera. |
El 26 de mayo de 1963, el
papa Roncalli yacía lúcido, en el umbral de la |
muerte, y recordaría el
tránsito, día por día, de su amado san Felipe. |
Nosotros aquí, en
Albacete, colocábamos la primera piedra a nuestra igle- |
sia con esperanza y con el
amor a nuestro Santo y al Papa: el papa Juan, cuyo |
dolor nos parecía semilla
en los cimientos de lo que nos atrevíamos a iniciar. |
8 (88) |
Creo en Dios y creo en el
hombre, |
imagen de Dios |
Creo en los hombres, |
en su pensamiento, |
en su trabajo agotador |
que los ha hecho ser lo
que son. |
Creo en la vida 1 |
como alegría y como
duración: |
no préstamo efímero
dominado por la muerte, |
sino como un don
definitivo. |
Creo en la vida |
como posibilidad ilimitada |
de elevación y
sublimación. |
Creo en la alegría |
y la gloria de cada
estación, |
de cada etapa, |
de cada Aurora, |
de cada ocaso, |
de cada rostro, |
de cada rayo de luz, |
que parte del cerebro, |
de los sentidos, |
del corazón. |
Creo en la posibilidad de
una gran familia humana |
como Cristo la quiere: |
intercambio de todos los
bienes del espíritu |
y de las manos |
en la paz. |
Creo en mí mismo, |
en la capacidad que Dios
me ha conferido, |
para que pueda
experimentar la mayor de las alegrías, |
que es la alegría de dar y
de darse. |
Card. Giulio Bevilacqua,
C.O. |
9 (89) |
«No me da miedo nada, si
antes tengo un poco de tiempo para tratar con Dios» |
SAN FELIPE NERI, |
fundador, sin pretenderlo,
de la |
CONGREGACIÓN DEL ORATORIO |
POR LAS calles de Roma,
allá por |
cl año 1590, se veía pasar
a aquel |
hombre lleno de bondad, de
frente |
clara, barba frondosa,
alto, desgarbado, |
que se movía con amplios
gestos y reía y |
hablaba con todo el mundo.
Se llamaba |
Felipe Neri. Nada le
agrada tanto como |
decir una agudeza, mezcla
chispeante de |
inteligencia, picardía
bondadosa, cono- |
cimiento de los hombres y
optimismo |
cristiano, que provoca la
risa a quien le |
oye, pero que, a flor de
un nivel que |
parece simplemente humano,
siempre |
ofrece una lección
simpática de las cosas |
del espíritu y un
irresistible estímulo |
para el bien obrar. A
veces se diría que |
se propone no decir nada
en serio. Pero |
no es más que una forma de
ejercer la |
humildad; humildad y
desenvoltura, mez- |
cladas de gentileza, que
atraen infalible- |
mente a las almas. |
ALGO MÁS QUE "DON DE
GENTES" |
Camina por las calles, más
bien de |
prisa; siempre le aguarda,
más cerca o |
más lejos, un deber de
caridad, de celo |
apostólico. De todas
maneras, ti encuen- |
tra a un conocido, no deja
de saludarle y, |
en la mayoría de las
ocasiones, se une a |
él, deteniéndose, si le
sobra tiempo, o |
arrastrándolo a paso
largo, y riendo, |
mientras dice algo que
pueda ser benefi- |
cioso al acompañante,
difícilmente in- |
demne a la observación del
Padre Felipe, |
que se fija en todo y
habla y mira al in- |
terlocutor, no se sabe si
en broma o le- |
yendo en el alma lo que
Dios le revela. |
Siempre descubre algo de
que reírse y |
algo bueno que decir:
envuelve las sen- |
tencias serias con una
sonrisa y, cuando |
reprende, parece que
acaricia el corazón; |
pero no le gustan las
dulzonerías pseudo- |
piadosas. Es compasivo,
humano; sonríe |
siempre y, sin dejar de
hacerlo, alienta y |
empuja a todos en el
cumplimiento sen- |
cillo y abnegado del deber
de cada día y |
de cada instante. |
10 (90) |
Tiene muchos adeptos,
porque todos |
quieren ser amigos suyos.
Sus discípulos |
forman una alegre brigata,
que todos co- |
nocen en Roma. Diríase que
en ella sólo |
se busca el jolgorio, y no
pasa día sin que |
el Padre Felipe gaste una
broma a alguien, |
o a varios de los que se
le acercan. Su |
continua hilaridad de
espíritu es |
comunicativa, y el sentido
del hu- |
mor del cual nunca se
desprende, |
es el punto de confluencia
de la ter- |
nura con la ironía, del
consejo mo- |
ral y de la broma, la
encrucijada en |
que, la libertad del
espíritu cristia- |
no, estalla en alegría
clara y limpia. |
UN MÍSTICO QUE |
NO LO PARECE |
Pero, al mismo tiempo,
este per- |
sonaje tan curioso y
desconcertan- |
te, es un hombre de
maravillosa |
pureza de espíritu y un
gran místi- |
co, a quien el cielo colma
de gracias |
visibles y de carismas
espirituales. Cuén- |
tase que, el mismo
Jesucristo, lo ha mar- |
cado con una señal, en un
misterioso cara |
a cara del cual Felipe no
habla jamás; se |
dice que, en uno de sus
largos ratos de |
oración, fue tal la
vehemencia de sus |
suspiros, que se sentía
morir; sobre todo |
cuando, aun antes de ser
sacerdote, en |
vísperas de la fiesta del
Espíritu Santo, |
vio descender un globo de
fuego que le |
entró en el corazón,
hinchándolo hasta |
arquearle las costillas,
que cedieron a la |
turgencia milagrosa del
órgano dilatado, |
incapaz de contener la
inmensidad de su |
amor sobrenatural. La
dulce angustia de |
aquel momento pasará, pero
ya para |
siempre sentirá un calor
sobrenatural y |
unas palpitaciones
anunciadoras de los |
éxtasis que lucha por
evitar y que aca- |
barán por obligarle a
decir misa en su |
habitación, porque ya le
es imposible |
celebrarla sin esos
arrobamientos habi- |
11 (91) |
tuales, que le confunden y
que, ni las |
bromas ni las agudezas, de
que es |
pródigo su hablar, son
capaces de |
disimular mientras mezcla
sus sonrisas |
con lágrimas... |
APÓSTOL SIN MÉTODO |
Su deseo de hacer el bien,
no tiene |
límites, ni pretende fines
especiales, |
con tal que puedan
inscribirse en la |
órbita inmensa de la
caridad. No |
1 pretende apoyarse, ni
establecer una |
espiritualidad propia;
pero los que se |
acercan a él y siguen sus
consejos, se |
dan cuenta cómo se les
simplifica la |
vida espiritual, que cada
vez se parece |
más a la de los cristianos
de la primera |
generación de la Iglesia.
No inventa |
métodos, ni le preocupa
demasiado la |
organización, ni confía
mucho en los |
sistemas. Dice siempre
que, si le dejan |
tiempo para orar, no le
preocupa ni le |
asusta nada y se siente
con fuerzas |
para todo. Vive en una
época agitada, |
convulsa, cuando el
protestantismo ha |
causado profundas heridas
en el cuer- |
po de la Iglesia. No
faltan los que se |
preocupan organizando,
estudiando, |
planeando obras y
emprendiendo san- |
tas batallas para el
triunfo del bien: él |
aplaude y hasta ayuda
generosamente |
todas estas empresas; pero
se apoya y |
confía en motivos aún más
sobrenatu- |
rales y, por lo tanto, más
sencillos, |
más universales, más
duraderos. Ora- |
ción, sacramentos,
liturgia, caridad: |
eso es todo y todo está en
eso. |
CAMBIA A LOS HOMBES, |
Y CAMBIA ROMA |
Respeta la fisonomía
espiritual de |
cada alma, y conduce a
cada una según |
el particular modo de ser
de ella y lo |
especial que Dios le pide.
Acuden a |
su confesonario y recogen
lecciones |
santas, más bien breves;
pero siempre |
certeras, que les orientan
hacia el |
trato con Dios, por la
oración y los |
sacramentos, y al
ejercicio vital de la |
caridad. Y todo con
sinceridad, con |
alegría, con sencillez y
constancia que, |
poco a poco, transforma la
vida de |
la ciudad de Roma, porque
acuden a |
sus plantas los pobres y
los ricos, los |
sencillos y los sabios,
los criados, los |
empleados, los médicos,
los hombres |
de leyes, los sacerdotes y
religiosos, |
los obispos, los
cardenales y el mismo |
Papa, en demanda de
oraciones y de |
luz. A veces no es preciso
que los |
penitentes abran su
corazón: el Padre |
Felipe les adivina los
pecados, espe- |
cialmente aquellos que no
dirían o |
que se olvidaban... Si el
penitente le |
pregunta cómo ha podido
conocer las |
faltas y el estado del
alma, el Padre |
Felipe responde con una
clara sonrisa |
y dice: «por el color de
tu pelo» y, |
dándole un tirón de
orejas, que sabe |
más a caricia que a
reprensión, le |
impone la penitencia y le
despide. |
Así era ese Felipe Neri,
que Floren- |
cia había visto nacer en
1515 —año |
fasto en que santa Teresa
también |
había venido al mundo en
Ávila—, de |
una familia de la
burguesía, lindando |
con la nobleza, pero
pobre; que de |
pequeño habíase mostrado
tan encan- |
tador, hasta merecer el
sobrenombre |
de "Pippo buono"
—el buen Felipín— |
y que a los diecisiete
años, en lugar |
de aprender los secretos
del negocio, |
junto a uno de sus tíos,
se había entre- |
gado súbitamente al
servicio de Cristo. |
COMENZÓ COMO |
APÓSTOL SEGLAR |
Durante años, viviendo a
la buena de |
Dios, durmiendo en los
pórticos de las |
iglesias si, después de
larga oración, |
12 (92) |
se le echaba encima la
noche, o en su |
cuarto pobrísimo y
limpísimo, que un |
amigo florentino le cedía
a cambio de |
cuidar de la instrucción
de sus hijos, |
había sido el joven Felipe
en Roma, |
uno de aquellos apóstoles
seglares, |
testimonios sencillos de
la palabra de |
Cristo, inconcebibles hoy
día, pero no |
tan extraños en aquellos
tiempos y en |
aquella Roma. En todos los
barrios, |
aun en los de peor fama,
predicaba al |
aire libre, a un auditorio
benévolo, y |
alcanzaba sorprendentes
conversiones. |
Hacía excursiones por la
campiña que |
rodea la Ciudad Santa y se
detenía |
largamente en los lugares
que favore- |
cían la oración, por la
vía Appia, o |
emprendía el peregrinaje a
las "siete |
iglesias", las más
célebres y santas |
basílicas de la ciudad. |
La Cofradía de la Caridad,
que en- |
tonces contaba con
miembros de todas |
las clases sociales, no
tenía servidor |
más abnegado, que este
raro seglar de |
labios llenos de Dios,
dispuesto siem- |
pre a ofrecerse al
prójimo. |
Poco a poco se constituye,
en torno |
suyo, un grupo de fieles,
reclutado en- |
tre aquellas gentes que
interpelaba |
por las calles, con el
grito famoso: «Y |
bien hermano, ¿no es hoy
que nos |
disponemos a practicar el
bien?». Es |
curioso ver cómo vivía
totalmente |
entregado a Dios, pero no
se le ocurría |
hacerse sacerdote, por más
que había |
seguido los estudios de
filosofía y de |
teología. Había estudiado
para mejor |
conocer a Dios, y poder
amarle más |
y poder hablar de él en
todo lugar y |
ocasión, sin embargo se
gozaba en su |
condición de seglar, que
le permitía |
penetrar en todas partes
donde se |
pudiera hacer el bien,
llevando la |
luz de la verdad y el
calor del amor |
cristiano: calles, plazas,
tiendas, ban- |
cos, amigos por todos los
sitios, a los |
que el sacerdote habría
retraído, pero |
que, en cambio, recibían
con simpatía |
las palabras de Felipe y
hasta le |
seguían en sus buenas
obras. |
EL PRINCIPIO |
DEL ORATORIO |
No obstante, el sacerdote
que le |
confesaba, Persiano Rosa,
mitad padre |
espiritual y mitad
compañero de sus |
hazañas, le convenció,
finalmente, de |
que su total consagración
al bien de |
las almas resultaría
híbrida sin el |
sacerdocio y, puesto que
preparación |
no le faltaba, en poco
tiempo se dispuso |
para recibir las órdenes
sagradas. |
Tenía entonces, san
Felipe, treinta y |
seis años. En su cuarto de
s. Girolamo |
della Caritá, cuya iglesia
servía junto |
con otros sacerdotes, se
reunían algu- |
nos de sus discípulos, sin
aire formal |
alguno, para tratar de las
cosas de |
Dios, tomando tal vez, al
comenzar, |
un pasaje de un buen libro
y lanzán- |
dose en seguida al
comentario familiar |
y espontáneo, en el que
participan |
todos, si bien al
terminar, el Padre |
Felipe resume y, si es
preciso, corrige |
y puntualiza en pocas
palabras lo más |
importante. |
Pronto el cuarto del Santo
fue inca- |
paz y se le unió la
habitación contigua; |
pero ni aun con el derribo
de un |
tabique se resolvía la
angostura del |
lugar, por lo cual
tuvieron que invadir |
el desván de la iglesia,
al que llamaron |
el Oratorio, porque era
menos que |
iglesia y más que
cuarto... Allí, mayor |
número de asistentes,
pueden parti- |
cipar en las reuniones,
que siguen |
conservando las mismas
características |
con que se iniciaron y
terminan con |
un poco de oración en
común. Más |
adelante se pasa a la
iglesia, buscando |
13 (93) |
un espacio mayor, sin
embargo sigue |
llamándose el Oratorio, no
ya por |
razón del lugar, sino de
las prácticas |
que integran las
originales reuniones. |
Los que a ellas asisten
son los hijos |
espirituales del Padre
Felipe, los del |
Oratorio. Aun así siguen
los seglares |
participando en los
comentarios, que |
versan sobre la vida de
Cristo y de los |
Santos más imitables y
sobre la historia |
de la Iglesia, en especial
de los prime- |
ros tiempos, sobre las
virtudes cristian- |
as, y cabe también la
música, de la |
que Felipe es un enamorado
original y |
exigente: no quiere que
siga la costum- |
bre de cantar en la
Iglesia melodías |
dulzonas y afeminadas, por
más que |
tal fuera el estilo de
entonces, y encar- |
ga a alguno de sus hijos
espirituales, |
que son músicos, la
composición de |
melodías en las que se
emparejen la |
unción religiosa, con la
sencillez y la |
dignidad artística. Esos
músicos son |
Palestrina, Aminuccia,
Soto... Para oca- |
siones especiales, les
encarga composi- |
ciones más largas, pero no
tanto que su |
ejecución dure más de una
hora, en las |
que se glosa un paisaje
bíblico, o se |
escenifica un misterio
cristiano, dando |
lugar a las piezas
musicales conocidas |
con el nombre de
Oratorios, que más |
tarde cultivarán otros
músicos, también |
famosos, como Bach,
Haendel, Perosi... |
CRECIMIENTO Y PRUEBAS |
Aquellas peregrinaciones y
visitas a |
lugares sagrados que, de
seglar, reali- |
zaba él solo, ahora las
repite acompa- |
ñado de esta pléyade de
asistentes al |
Oratorio, cada vez más
numerosos. |
No falta quien tilde a
Felipe de in- |
novador y que sospeche de
sus buenas |
intenciones; otros le
censuran porque |
prescinde de ciertos
formalismos tra- |
dicionales que considera
inactuales y |
accidentales y, por ello,
un obstáculo |
para su labor apostólica.
En especial le |
echan en cara el que
admita a seglares |
en los sermones que se
hacen en la |
iglesia, durante el
Oratorio: él contesta |
que está siempre presente
para evitar |
que se desvíe la sana
doctrina y para |
corregir si se errara, aun
cuando cuida |
que los que hablan no lo
hagan sin |
preparación, cuando no se
limitan a in- |
terrogar para aprender,
sino que expo- |
nen algún punto razonado
de doctrina |
o de la vida de Cristo y
de la Iglesia; |
dice que así la gente
entiende más, en |
especial si se evita que
los sermones |
sean demasiado largos,
para lo cual él |
ha decidido que los que se
predican |
allí tengan una cuarta
parte de la ex- |
tensión que habitualmente
se les con- |
cede en otros lugares. Las
acusaciones |
llegan al mismo Papa, por
boca de es- |
píritus mezquinos y
envidiosos. Se le |
presenta a Felipe una
dolorosa prueba, |
que supera con la gracia
de Dios, y que |
sirve para que enseguida
su Obra pros- |
pere y acoja a muchas más
almas, hasta |
convertirse en el medio
principal que |
tiene la Providencia para
restaurar las |
costumbres y devolver el
esplendor de |
la virtud eclesiástica a
la corrompida |
sociedad romana de
aquellos tiempos. |
Obrando así, ¿pensaba
Felipe Neri |
crear una Orden?
Ciertamente no, y se |
habría sorprendido si
alguien le hubie- |
se dicho que, sin saberlo,
fundaba una. |
Incluso hubiese
respondido, con su risa |
abierta, que ya había
bastantes con las |
antiguas, que estaban en
trance de re- |
formarse, y con todas las
que habían |
sido creadas en los
últimos treinta años: |
los Padres Teatinos, los
Barnabitas... |
y los Oblatos de Monseñor
Carlos Bo- |
rroneo, sin olvidar los
más activos de |
todos, los del Padre
Ignacio, a los que |
su nuevo General conducía
a la gloria... |
No había necesidad de una
nueva Con- |
14 (94) |
gregación. Y, aunque no lo
había pre- |
tendido, tal va a ser el
resultado del |
espontáneo esfuerzo del
buen Santo. |
CONSOLIDACIÓN |
Entre todos los que
cotidianamente |
participan en los
ejercicios del Orato- |
rio, ha nacido una
hermandad. Algunos |
toman en ella un papel
relevante: el |
sastrecillo florentino
Parigi, que sirve |
durante treinta años a
Felipe en san |
Jerónimo; el antiguo
comerciante Cac- |
ciaguerra, que se ha
convertido en un |
místico exaltado; el
elegante Tarugi, |
camarero secreto del Papa
a quien sus |
bellas vestiduras de
terciopelo no le |
impiden mezclarse con la
fiel brigata; |
el rústico estudiante de
los Abruzzi, |
Baronio, que será cardenal
y un gran |
investigador. |
Desde ahora, el Oratorio
celebra sus |
reuniones en la nueva
iglesia, más vas- |
ta, de Santa María in
Vallicella, y mul- |
titudes enteras solicitan
tomar parte en |
ellas. Pero el grupo que
dirige todo eso |
sigue siendo pequeño,
acaso no llegue a |
quince miembros. Cierto
que, en otras |
partes, a pesar de las
dudas y resisten- |
cias del Santo, surgen
imitaciones de su |
apostolado. No obstante,
él sigue sin |
preocuparse de
organizarlo, confiando |
más en la espontaneidad
progresiva de |
los sucesos, impulsados
por el celo y la |
rectitud de intención, que
por el com- |
promiso de las leyes. No
es hasta 1575, |
por orden expresa del
Papa, que Felipe |
aceptará que su libre
movimiento jurí- |
dicamente se convierta en
una nueva |
Congregación. Pero será
una Congrega- |
ción de tipo muy singular
cuyos miem- |
bros, sometidos a una
regla simple, |
vivirían en unión de
plegaria y de ac- |
ción, donde la observancia
se regiría |
más por el amor a la Casa
y a los herma- |
nos que por una
reglamentación rígida. |
INFLUJO DEL ORATORIO |
Y con todo, este primer
Oratorio, tan |
original, tan poco
organizado, ejercerá |
una influencia
considerable y formará |
al servicio de la Iglesia
un grupo de |
selección para las grandes
luchas de su |
tiempo. La idea
proliferará, más que |
la institución misma:
tanto irradiaba de |
ella el poder espiritual.
En el siguiente |
siglo la recogerá en
Francia el cardenal |
de Bérule, para formar un
Oratorio |
poderoso, sólido, muy
distinto en sus |
apariencias, pero muy
próximo en el |
espíritu, al del sublime
vagabundo de |
las calles de Roma. En su
tiempo y en |
su propio país, el ejemplo
del Oratorio |
actuó sobre el clero: a
esta «escuela de |
santidad y alegría
cristiana», los cléri- |
gos de Italia, deben quizá
ciertos rasgos |
característicos de
simplicidad y de |
gentileza que aún
conservan. |
En cuanto al Santo
fundador, reclui- |
do en su celda por la
enfermedad y la |
vejez, tendrá un fin digno
de su vida. |
Flaco, vuelto semejante a
un bello cirio |
o a un pergamino gastado,
estará siem- |
pre y hasta el fin,
abrasado por la mis- |
ma fiebre gozosa, por la
misma llama |
sobrenatural. A todos los
que acuden a |
visitarle, repetirá
incansablemente el |
precepto que ha hecho suyo
desde su |
adolescencia: «Vivir
siempre en Dios |
y morir a sí mismo...»
Después, en el |
momento que los médicos,
solemnes, |
anunciarán que su salud es
perfecta, y |
que octogenario, llegará a
nonagenario, |
un día, como si fuera su
última jugarre- |
ta, dulcemente descansará
en el Señor, |
mientras ante los escasos
testigos de su |
tránsito, alza, para
bendecir, una mano |
muy pálida, y un murmullo,
apenas |
perceptible, fluye de sus
labios. Era la |
Festividad del Corpus, el
26 de mayo |
de 1595. |
Daniel Rops, |
de la Academia Francesa |
15 (95) |
John |
Henry |
Newman |
Varias veces nos hemos
ocupado de Newman, y lo haremos de nuevo. Pero en |
estas semanas, en los
medios católicos su nombre ha resonado con mayor relieve. |
Una síntesis de su
actualidad dentro del marco general de la Iglesia que podemos |
llamar
"conciliar", dada la repercusión que ha tenido el Vaticano II, nos
la ofrece |
el académico francés Jean
Guitton, buen conocedor y estudioso del célebre orato- |
riano inglés, que hace
algún tiempo dio una conferencia magistral en el Oratorio |
Romano, que resumimos a
continuación. |
CUANDO en 1879, el papa
León |
XIII creaba cardenal al P.
John |
Henry Newman, del Oratorio
de |
Birmingham, este gran
apologeta de la |
Iglesia elegía para su
escudo una línea |
quebrada, símbolo del
devenir de la |
historia, y tres
corazones, que signifi- |
caban estas tres facetas
del amor: amor |
eterno, comunicación
intima del amor y |
el amor a Dios. Su lema
fue: Cor ad cor |
loquitur: el corazón habla
al corazón. |
Es preciso penetrar con el
corazón |
en el corazón de Newman
para vis- |
lumbrar su genio y su
Santidad, e in- |
terpretarlos, en esta hora
del Concilio, |
con toda actualidad. |
¿Quién era Newman? |
Sin duda alguna, junto con
Pascal, |
es uno de los mayores
genios del cato- |
licismo; tal vez el mayor
de todos, en |
los tiempos modernos. |
Se da una relación de
reciprocidad |
entre los grandes genios y
los sucesos |
extraordinarios de la
historia: aquéllos |
los anuncian con reclamo
profético, |
mientras que éstos, con
claridades de |
luz retrospectiva,
confirman las profe- |
cías de los primeros. |
Asimismo Newman nos aclara
el su- |
ceso del Concilio, y el
Concilio viene a |
justificar a Newman.
Porque el proble- |
ma de hoy es el problema
que Newman |
ya se había planteado: la
humanidad |
se desenvuelve en un mundo
nuevo, |
descubierto después del
siglo XVI, en |
sus dimensiones de
historia y concien- |
cia. Ahora bien, para
recorrer, explo- |
rar y definir este mundo,
carecemos de |
instrumental o, mejor
dicho, no nos lo |
han suministrado los
pensadores cató- |
licos, sino los reformados
o incluso los |
mismos ateos (Hegel,
Nietzsche, Marx, |
Freud, Sartre, Bultmann,
Kierkegaard, |
Barth). Pero hay una sola
excepción, en |
el siglo XIX, y ésta es
Newman, que ha |
querido dar a la Iglesia
un nuevo méto- |
16 (96) |
do, adaptado a las nuevas
dimensiones |
del mundo, a la
problemática nueva, |
no para destruir, sino
para salvar el |
catolicismo. |
De donde hay que
considerara New- |
man como un genio
verdaderamente |
excepcional, fascinador,
por su estilo |
—prosa o poesía—, por su
ansiedad |
abnegada, por su confianza
sin límite. |
Esto explica su encuentro
con la men- |
talidad oratoriana, con el
genial san |
Felipe Neri, el santo de
espiritualidad |
intima, maestro de almas,
por la men- |
talidad —la razionale—, al
estilo, a su |
modo, de san Agustín, de
santo Tomás. |
Es de notar que los
grandes espíritus |
raramente hablan de sí
mismos; sin |
embargo Newman, como san
Agustín, |
no oculta la propia
personalidad y nos |
la descubre revelando un
profundo |
conocimiento de la propia
intimidad. |
Tres aspectos |
del genio de Newman |
Camino, verdad, vida: he
aquí los |
tres aspectos con que se
nos presenta |
Newman, porque su genio es
todo eso. |
Seguir su camino significa
penetrar |
en la esencia de su
predestinación, si |
examinamos, una vez más,
la parábola |
de su existencia. |
Nacido en 1801, en el seno
de una |
familia rígidamente
calvinista, que |
odiaba todo lo que tuviera
el más |
lejano sabor de
"papismo", profunda- |
mente sensible y dotado de
una aguda |
inteligencia, más bien
tímido, pero |
ansioso, atormentado por
el ansia de |
verdad, a los dieciséis
años descubre |
la experiencia espiritual
de la soledad |
absoluta de su existencia. |
Cuenta treinta y tres años
cuando |
llega por primera vez a
Roma, donde |
se mezclan en él
sentimientos de |
admiración y de horror
ante el espec- |
táculo de la Ciudad
Eterna, vista desde |
el ángulo de sus
prejuicios. Baja hasta |
Sicilia y la enfermedad lo
pone al bor- |
de de la muerte. Regresa a
Inglaterra; |
pretende restaurar el
sacerdocio angli- |
cano depurando su Iglesia.
Se dedica |
ansiosamente a la historia
de la Iglesia, |
ávido de verdad, y
comienza a com- |
probar que, en la Iglesia
católica, el |
laico ocupa un lugar
eminente. Más |
adelante dirá que el laico
debe ser |
consultado incluso en
materia de fe, |
y se entretendrá en
demostrar que, |
varias veces, los laicos
han salvado |
a la Iglesia, por la
fidelidad a sus |
dogmas, incluso frente a
defecciones |
masivas de los obispos (en
el Arrianis- |
mo, por ejemplo). |
La verdad, |
la filosofía |
El segundo aspecto, la
verdad. |
Para Newman filosofar es
buscar la |
verdad, pensando, como los
clásicos |
y, además, rogando. |
17 (97) |
Los problemas de Dios, de
la reali- |
dad histórica de Cristo,
de la Iglesia, |
le acucian constantemente
en su red |
de verdad. Y Newman,
sincerísimo, |
se plantea un problema
fundamental, |
encarándose con la
hipótesis de la |
verdad de la Iglesia
católica, para |
aclarar, de una vez, si se
trata de la |
verdadera Iglesia de
Cristo o de una |
traición al Evangelio. |
Es éste un problema
ecuménico por |
excelencia. |
Newman repasa la liturgia,
examina |
toda la edificación
dogmática, el Papa- |
do, el culto a María, y se
pregunta qué |
relación tienen con las
verdades reve- |
ladas. ¿Se trata de una
corrupción o |
de una identidad? En busca
de una |
respuesta escruta los
concilios, observa |
lo que ha dado origen a
las herejías... |
Finalmente, en el
recogimiento de |
Littlemore, llega a la
conclusión de |
esta certidumbre luminosa:
la Iglesia |
católica es la
continuadora de la Iglesia |
fundada por Cristo, que
crece como |
planta grandísima surgida
de la hu- |
mildad de la simiente. |
Medita entonces sobre la
historia de |
esta Iglesia, la
verdadera; revisa ideas, |
formas, estructuras,
tiempos, cambios; |
reconoce el desarrollo de
la verdad, |
sin caer en el
evolucionismo. Definiti- |
vamente: encuentra en la
Iglesia el |
solo eje en el que
permanece la idea |
original de Dios, la
permanencia del |
tipo, la conservación del
pasado, la |
consideración esperanzada
de lo por |
venir. |
Es entonces cuando, a
pesar de todo |
—su propia Iglesia
(anglicana), sus |
parientes, sus amigos, su
ambiente—, |
penetra en la que él llama
"plenitud |
católica". Esto
ocurría en 1815: en el |
mismo año en el que Renan
perdía |
la fe, Newman entraba en
la Iglesia |
católica. |
La vida: alma y tiempo |
Los grandes evolucionistas
desem- |
bocan en la inmanencia;
sin embargo |
Newman, que descubre la
verdad y la |
vida en el desarrollo del
pensamiento, |
reafirma la trascendencia
de Dios, |
creador del tiempo y
activo a través |
del mismo. Descubre la
verdad en la |
identidad, cuando se le
evidencia el |
solo lugar —la Iglesia
católica— en el |
cual permanece la verdad,
y desarrolla, |
entonces, el misterio
metafísico más |
profundo: el de la
presencia de la ver- |
dad en el tiempo, «imagen
móvil de |
la eternidad». |
Newman, con su vida, nos
transpor- |
ta hasta el campo de la
inteligencia y |
de la piedad: desde la
intimidad del |
Ser por excelencia —myself
and my |
Creator—, hasta el
encuentro con san |
Felipe Neri, tan diferente
de él, aunque |
tan unido a él también,
precisamente |
en virtud del lema elegido
por el futuro, |
cardenal: cor ad cor
loquitur. |
El amor lo lleva a buscar
y a encon- |
trar, en el espíritu de
san Felipe, la |
tranquilidad de ánimo, la
alegría, el |
gozo de sentirse a un
tiempo ciuda- |
dano del cielo y de la
tierra. Cual |
«explorador de un mundo
invisible», |
Newman penetra en la
historia y nos |
inicia en la
espiritualidad del amor, |
a través de una
experiencia personal |
vivida profundamente, en
intimidad y |
pureza. |
Newman ahonda en los
conceptos de |
alma y tiempo. Nos
advierte que el |
presente tiene sus
obscuridades, pero |
que, sin embargo, adquiere
relieve |
con el recuerdo de Cristo,
mientras |
que el pasado se revive y
la memoria |
se santifica. Un
desarrollo purificador |
nos lleva desde el tiempo
hasta la |
eternidad... |
18 (98) |
En conclusión: el Concilio
ha venido |
dar vida a cuanto Newman
había |
vaticinado, en cuanto a la
liturgia, 80- |
bre el pueblo de Dios,
sobre la tradición |
viva, sobre la libertad
religiosa, sobre |
el primado de Pedro. El
proceder de |
los Papas Juan XXIII y
Pablo VI, que |
se abren al mundo para
atraerlo con |
las armas de la luz y no
para conde- |
narlo con anatemas,
coincide con la |
idea newmaniana sobre el
desarrollo |
de la Iglesia; y lo mismo
el interés por |
hallar fórmulas nuevas
para hacer |
penetrar ideas inmutables
y eternas. |
El misterio de Newman —que
ya Pío |
XII había presentido como
un futuro |
doctor de la Iglesia— nos
lleva hasta |
san Agustín, que se nos
revela en sus |
Confesiones y que
contempla a la |
Iglesia en su Civitas Dei. |
Agustín y Newman, dos
genios, dos |
doctores de la Iglesia.
Newman se |
destaca y crece como un
gigante, en |
nuestra época: es Grecia,
es el Ático |
que se hacen cristianos a
través de |
las brumas británicas y a
través de la |
meditación gálica y
céltica. |
En la hora actual es
necesario situar |
el pensamiento moderno de
la historia |
y de la conciencia, más
allá del ateísmo |
que amenaza dominarlo,
porque —tal |
como Agustín y Newman han
demos- |
trado— la conciencia
humana y el deve- |
nir de las cosas conducen
a la Iglesia. |
Algunos consejos de s.
Felipe. |
• No quiero escrúpulos ni
melancolías entre |
los de mi casa. |
• No hurtéis el hombro a
la cruz que el |
Señor os envía porque os
exponéis a tro- |
pezar con otra mayor. |
• Que los jóvenes se
mantengan castos y |
los mayores no se dejen
dominar por la |
avaricia y todos seremos
santos. |
• Nunca hará progreso
alguno en la virtud |
quien, de algún modo, se
deja llevar de |
la avaricia. |
• Si encontrara a diez
hombres verdadera- |
mente desprendidos, me
vería con ánimo |
de convertir el mundo. |
• No dejéis nunca la
oración para ir en pos |
de lo que os divierta:
primero la oración, |
después la diversión. |
19 (99) |
EL DIA |
26 DE MAYO |
LA IGLESIA UNIVERSAL |
BLE CELEBRA |
LA FIESTA DE |
SAN |
FELIPE |
NERI |
VENERADO |
CON ESPECIAL GOZO |
EN EL ORATORIO |
COMO PADRE |
Y FUNDADOR |
LAUS |
Director. P. Ramón Mas,
C.O. - Edita o Imprime Congregación del Oratorio |
Placeta da S. Felipe Neri,
1 - Apartado 182 - Albacete - D.L AB 103/22 - 15. 6. 74 |
20 (100) |
|