Boletín del Oratorio de Albacete
N.º 125. OCTUBRE. 1974.
SUMARIO
COMO las hojas que el viento se lleva, pasan los días,
los meses, los años. Pasan las cosas, pasamos nos-
otros. Pero la vida no sólo es pasar. Vivir es estar
y crecer; vivir es hacer y crear. Aunque los árboles
pierdan las hojas, el viento no alcanza a arrancar las raí-
ces. Sigue la vida también para el árbol. Las nubes de
otoño no apagan el sol, ni pueden subir y arrancar las
pupilas del cielo — estrellas altísimas...
Otoño es crecer todavía. Hacia dentro. Hacia arriba.
OCTUBRE, OTRA VEZ
DIOS Y DINERO
ACERTARÉIS, ACERTARÉIS...
MODOS Y MANERAS
EL ESPÍRITU DE TAIZÉ
TAIZÉ: "CARTA AL PUEBLO DE DIOS".
DENUNCIAS Y CELO INSINCEROS
CÓMO ANUNCIAR EL EVANGELIO HOY
EVANGELIZAR
LAS "BUENAS" Y LAS MALAS NOTICIAS
IGLESIA Y ESTADO EN CHILE
1 (121)
Octubre,
otra vez
QUERÁMOSLO o no, práctica-
mente recogidas las cosechas,
mitigado el calor estival, y con
el pensamiento en la siembra
próxima, octubre marca un reco-
mienzo cíclico en los campos, otra
vez un principio.
También, en especial para la gente
joven y, de rechazo, en las familias,
la reapertura del curso escolar in-
terviene en la reordenación de los
horarios domésticos.
La misma vida pública, la adminis-
tración y la política, reemprenden
igualmente el ritmo que ha relentado
el verano. Consiguientemente los tra-
bajos y los negocios, los proyectos
y todas las actividades se sienten
influidas, aceleradas, reordenadas.)
Se trata de un fenómeno que al prin-
cipio de cada otoño se reproduce y
que arrebata importancia al simbo-
lismo inicial que en otros tiempos se
concentraba en la fecha del principio
de año, cada mes de enero. Si se ha
podido, además, gozar de algún des-
canso verdadero, de unas mínimas
vacaciones, esta sensación otoñal
de recomienzo, se hace más real.
La sensación de recomenzar, es
siempre buena, porque ayuda a la
juventud de corazón: porque cultiva
la ilusión y apunta a ella el esfuerzo,
que lo es menos si un poco de gene-
rosidad y de esperanza en nosotros
mismos y en los demás no9 despierta
en camino de vida siempre nuevo.
Que la menor parte de todo nuestro
recomienzo no sea para Dios. Y ojalá
que no sea sólo "una parte", sino que
nos ingeniemos para que constituya
el "todo", de modo que todo lo inspire,
lo dirija, lo impulse y fecunde, revita-
lizando todas las actividades, empre-
sas, trabajos, ideales y esperanzas.
No como simples sueños, sino como
un vigor puesto certeramente en sur-
cos abiertos, en campo nuevo para
más cosechas, de las que no acaban
con las estaciones, ni se contienen en
los graneros. Y que, después de otros
vientos y lluvias, fríos y calores, car-
dos y flores, conducen a la bendición
del Señor. Otra vez.
MISAS EN EL ORATORIO
(DESDE OCTUBRE A JUNIO)
DÍAS LABORABLES: 7,45 de la mañana y 8 de la tarde.
DOMINGOS Y FESTIVOS: 11, 12 y 13 de la mañana y 8
de la tarde.
SÁBADOS Y VÍSPERAS DE FESTIVOS: 8 de la tarde
(Misa anticipada).
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Dios y dinero
DIOS o dinero, dinero o Dios; dinero en lugar de Dios, o Dios en lugar de
dinero. La disyuntiva no nos va y, acto seguido —tan seguido que "sigue"
todavía— pasamos a la copulativa: Dios "y" dinero. Posiblemente, no
sea ninguna exageración afirmar que la mayoría de hombres vive pendiente,
preocupada por el dinero; posiblemente tampoco lo sea el suponer que la
mayoría de fieles vivan preocupados —los capaces de preocupaciones— no
tanto por elegir entre Dios "o" el dinero, sino por conciliar Dios "y" el dinero.
Pero, ¿es posible tal conciliación? Aunque la leamos deprisa, la afirmación
de Jesús es tajante: «No podéis servir a Dios y al dinero». La leíamos, una vez
más, en el Evangelio de una Misa dominical, hace muy pocas semanas, y al
recorrer la mirada por cerca o lejos de nosotros misinos, nos podíamos dar
cuenta, también una vez más, que el deseo de conciliación persiste, tanto como
las lecciones patentes de su imposibilidad.
La humanidad, o por lo menos los que nos declaramos fieles, creyentes en
algún Dios que pueda serlo (bueno, infinito, justo), ¿estamos locos?
Preocupa menos la actitud de los que, de antemano, niegan a Dios o, sin
hacer explícita esta negación, nos podemos dar verdadera cuenta de que lo
arrinconan, lo olvidan o lo rebajan a caricaturas inofensivas, sin enmarañarse
en discusiones teóricas, pero erigiendo y dando culto práctico (lo que polariza,
lo que es lo primero, lo que absolutiza el resto vital) al dinero, o lo que con
el dinero se valora de uno u otro modo. Ricos de corazón y ricos prácticos,
"creyentes en el Becerro de oro", liberales respecto a los medios para el fin
(dinero), libres a su modo, servidores y esclavos al fin de lo que creen que les
independiza y les prepara la felicidad.
Más libertad tienen los pobres, por lo menos negativamente, para encontrar
y servir al verdadero Dios. Aunque, también los pobres prácticos, reales, si el
mal ejemplo de los ricos desata su codicia, su envidia, su resentimiento, pueden
arder en la misma pasión —«no sirvas a quien sirvió, ni pidas a quien pidió»,
dice el refrán popular— del oro deseado, hasta renegar del único verdadero
Señor de todos, si creían en él, y hacerse aduladores, serviles y hasta ladrones de
los ricos, con tal de escalar, poco a poco, su rango. Ni faltan, de vez en cuando,
los impacientes que, todo de una, y aun a costa del crimen, apuesten como sea
por la riqueza. Es la respuesta enloquecida al reto del escándalo de los ricos.
3 (123)
Aunque luego el convencionalismo de la sociedad se olvide o pase por alto la
culpa de los muchos y quiera tranquilizar su conciencia eligiendo un solo reo,
por todos, y digan: «He aquí el criminal».
La gran masa, la mediocridad estandardizada, puede que lo crea así. Pero
lo peor no es que esta masa sea lo mismo incapaz del crimen que de un acto de
heroísmo; lo peor es que, presa de la estupidización difusa que la envuelve,
no se detiene para alcanzar, reflexivamente, cada uno y todos, un mínimo de
sensatez para una visión honesta y humana, de lo que ha de ser la vida de
cada uno de los hombres, y las relaciones de unos con otros. Porque, cuando los
que más tienen o más codician, pidan y exijan y hasta paguen por un orden
externo que evite desasosiegos y crímenes demasiado patentes, no lo hará para
proteger, promocionar y salvar a cada hombre y a todos los hombres, sino para
salvar el propio patrimonio y la propia favorecida situación que lo acrecienta.
Los demás hombres interesan sólo si pueden ser utilizados para este fin, que
llaman "orden". La parte mínima que dediquen a fines buenos desinteresados,
es meramente decorativa y simbólica: nada o muy poco más.
En esta gran masa están, seguramente, la mayoría de los que se denominan
creyentes, para los cuales, el deber de procurar un mundo mejor, no se basa
únicamente en consideraciones de mera justicia o de razón natural, sino en la fe
que admite la excelencia infinita de Dios y su Paternidad universal sobre los
hombres.
Pero ocurre que la mayoría gastan la vida, a lo sumo, en la pretensión de
integrar a Dios con su dinero, en conciliar a Dios con... el anti-Dios. No se
niega al Dios teórico, pero se adora al dios del dinero. El verdadero Dios se sub-
ordina a los valores del mundo y, esta clase de fiel, saca de "su" fe, un "seguro
de eternidad". Quiere, aquí, una vida buena, rica, cómoda, exitosa, placentera,
colmada. Y quiere más: quiere "otra vida", quiere dos vidas. En estas vidas,
Dios es el talismán de la primera y un saldo a favor para la segunda.
Se prefiere todo a Dios, y ese "todo" es el dinero, o lo que con él se valora.
No es extraño, a pesar de las apariencias impuestas que éstas, de vez en cuan-
do, artificiales como son, se rompan, y surjan crímenes interesados, y existan
y prosperen negocios —legalizados o no— sucios, y se desaten guerras econó-
micas —todas lo son— y la sucesión de escándalos y locuras, tiranías v revo-
luciones, despilfarros y miserias, nos hagan menos fácil distinguir entre verdad
y mentira, justicia y corrupción, orden y opresión, honestidad y culpa. ¿Quién
es el inocente? ¿Quién es el culpable, más allá del chivo expiatorio elegido?
Es dramático. Drama que se traduce en dolor, aunque el dolor más agudo
no toque cada día a todos. Pero toca algún día. Como el dolor de la muerte, el
máximo dolor.
Si reuniéramos todas nuestras fuerzas y, con valentía, analizáramos y qui-
siéramos llegar a la raíz de estos dolores, de las violencias más agudas y apa-
rentemente más absurdas que nos aterrorizan, y nos aguantáramos la primera
reacción de desesperanza y el primer grito de protesta, tal vez llegaríamos a
descubrir en el árbol del mal que nos da frutos tan amargos, la savia maléfica,
que teje codicias y compra placeres, soborna jueces y paga guerras, obliga adu-
laciones y cubre verdades... y que se llama —un nombre para todo— dinero.
4 (124)
Acertaréis,
acertaréis!...
ACERTARÉIS si, en vez de deteneros en un solo culpable, buscáis la culpa.
Acertaréis, o faltará muy poco, preguntando y respondiendo, más o menos,
así:.
Móvil de un crimen? ... Dinero.
¿Motivos de una guerra? ... Dinero.
¿Riñas de familia? ... Dinero.
¿Envidias de vecinos? ... Dinero.
¿Traición de un amigo? ... Dinero.
¿Mentiras por verdad?... Dinero.
¿Justicia negada o demorada? ... Dinero.
¿Venganza por justicia? .... Dinero.
¿Excepción del deber? ... Dinero.
¿Profesión alabada? ... Dinero.
¿Porvenir feliz?... Dinero.
¿Placeres "honestizados"? … Dinero.
¿Constancia sorprendente? ... Dinero.
¿Robos legítimos? ... Dinero.
¿Poder asegurado? ... Dinero.
¿Razón por adelantado? ... Dinero.
¿Buen "partido"? ... Dinero.
¿Decencia? ... Dinero. :
¿Buena "familia"? ... Dinero...
¿Puertas abiertas? ... Dinero.
¿Don (...)? ... Dinero.
Dinero, dinero, dinero, dinero…
Es triste que muchas cosas sean, o que sean así. Pero la gente, tanto si presume
desafiando, como si envidia con resentimiento, continuará llamando "felicidad", "bue-
na suerte" y "bien" al dinero.
Llenan el aire palabras de sonido fuerte y ensucian las paredes letras grandes
"millones", "hágase rico", "gane mucho", "le damos dinero"....
La propaganda es prometer dinero;
5 (125)
el premio es dar dinero;
la razón es tener dinero;
el mérito es ganar dinero;
el valer es hacerse rico;
la inteligencia es entender de dinero;
el negocio es comprar y vender dinero ... de los demás, y que-
darse con el precio, porque el negocio es el negocio.
No sería tan triste si se dijera en los mercados, en las sociedades anónimas, en los
bancos ... solamente. Lo más triste es que, a pesar de todas las hipocresías domésticas,
de todos los disimulos sociales, de todas las astucias educadas, de todas las mentiras
para "servir a dos señores", muchos padres —padres bien, padres... decentes, "cristia-
nos"— desean, enseñan y transmiten a sus hijos, al "prepararles para la vida", como
prudencia, la codicia; como estímulo, la ganancia; como honor, la riqueza; como segu-
ridad, el dinero. Son ricos de corazón, pero tan pobres de todo verdadero bien, que
desconocen otra cosa mejor.
Es triste, porque si el dinero no sirve para algo más, para mucho, para muchísimo
más que para hacer negocios y para tantas mentiras, tenerlo, y aun desearlo cuando
no se tiene, es la peor de las maldiciones, porque pudre al que lo toca o lo espera. Da
igual que lo gane —¿a qué llamamos "ganar"?, o ¿quién y cómo "gano"?, y ¿quién
es Señor de algo?...— o que lo robe.
Después de esto, aunque "además" les hablen de Dios, no sirve para nada. Si el
primer dios es el dinero, el verdadero Dios les sonará como añadido, molesto, inútil o
falso. Ni confíen demasiado en posteriores conversiones; porque, en tales condiciones,
la mayoría de éstas no son para volver a Dios y entregarse a El, sino para acudir a
Dios y "sacarle" lo que ya no da de sí lo demás. Es otra codicia; no santidad.
Si no fuisteis de fiar en el vil dinero,
¿quién os confiará lo que vale de veras?...
Ningún siervo puede servir a dos amos;
porque o bien aborrecerá a uno y amará
al otro, o bien se dedicará al primero y
no hará caso del segundo. No podéis
servir a Dios y al dinero.
San Lucas, 16, 11-13
6 (126)
Temas morales:
Modos y maneras.
VIOLENCIA, PORNOGRAFÍA, JUEGO, EDUCACIÓN, POLÍTICA... (DINERO)
TODOS y maneras de entender o
de tomarse la moral, se descu-
bren cada día: basta reseguir
las columnas de un periódico en su
rúbrica de "sucesos", o harta de polí-
tica; basta atender a una conversación
condenatoria o apologética y detener-
se en la consideración y análisis de
expresiones arquetípicas acerca de la
bondad, los deberes y las actitudes
humanas, para poder componer una
variada antología de conceptos, o de-
masiado generales, o poco profundos,
o simplemente superficiales, frecuen-
temente con salpicaduras de tópicos
emocionales y hasta de verdaderos
disparates. Nos podemos dar cuenta,
al instante, de la poca atención que se
presta, en la mayoría de los casos, a
la idea básica de bien, y al valor de
integridad que debe contener, para su
coherencia, y para su realidad. Perdi-
dos entre vaguedades y ambigüedades
que lo hagan compatible con la
capacidad de egoísmo de cada cual,
emergen conceptos envueltos en apa-
riencias convencionales que inútilmen-
te pueden servirnos como expresión
del auténtico bien: por lo menos, de
esta realización de cada sujeto sin que
implique daño para los demás. .
Cuando ocurre algo extraordinario
que sacude la conciencia colectiva, o
simplemente impresiona a un grupo
humano más o menos considerable, es
la hora propicia para recoger tal va-
riedad de conceptos o analizar las di-
versas actitudes morales de las perso-
nas que se manifiestan. Lo cual ocurre
cada día, en un lugar u otro. Nos com-
placemos en citar unos ejemplos rela-
tivamente recientes, cada uno de ellos
merecedor de análisis y, probablemen-
te, de distinto juicio según el modo y
manera de entender y ser la moral de
quien los medite.
Ahí van:
Hace sólo unas semanas, en la Cámara
de los Comunes británica, uno de los
diputados más jóvenes proponía un ex-
perimento para reducir los delitos de
violencia, que, por lo visto, proliferan o,
por lo menos, preocupan, a la población
inglesa. Se trataría, según él, de suprimir
totalmente, durante tres años, en los
programas de TV del país, cualquier film
que incluyera escenas de violencia, temas
policíacos, combates de boxeo, propagan-
da y venta de juguetes de guerra, etc.
¿Nos atrevemos a decir que no tiene
razón?
En el "Bulletin municipal officiel de
la ville de Paris", se leía, en el mes de
septiembre pasado, una admonición del
consejero comunal Gilbert Gantier, en la
cual, además de proponer restricciones
en el anuncio de los films eróticos que
infectan la mayoría de las salas de proyec-
ción de l'Avenue de Champs-Elysées, y
que merecen la atención de gran cantidad
7 (127)
de turistas, para los cuales, sin tales filme
y algunas otras expansiones más. "París
no sería París", pedía que tales proyec-
ciones fuesen gravadas con un fuerte
impuesto especial, cuyo producto sería
destinado a la financiación de actividades
verdaderamente culturales, menos ren-
tables, pero más aconsejables. ¿Se trata
de una multa anticipada? Cuestión ardua,
ciertamente, en la que intervienen las
contradicciones entre medio y fin, o que
nos lleva a suponer, por lo menos, y tal
vez sin errar demasiado, que allí toleran la
pornografía cinematográfica por razones
parecidas a las que aquí nos llevan a
desfiguraciones como las de construir
plazas de toros en Sant Feliu de Guixols
o "tablaos" en Palamós.
Hace pocos meses, el magnate y es-
tratega de las finanzas mundiales
(casinos, barcos, petróleo, financiaciones
estatales...) Onassis, "de paso" por España
—Málaga y adyacentes—, después de
dedicar unas alabanzas sospechosamente
interesadas, al Jefe del Estado Español,
dejaba caer, como quien no dice nada,
que, «dado el nivel turístico de la zona que
visitaba, quedaría muy bien que además
hubiese allí algún casino de juego... mo-
derado, naturalmente». ¿Quería despertar
adhesiones para que luego no dudaran
otros en proponer un cambio en las leyes
españolas, prohibitorias del juego? Un ca-
sino de juego, atrae a los turistas selectos
—ricos—, y siempre es negocio... para el
dueño del casino. Si luego algún señor
feudal apuesta y pierde el precio de su
cosecha, a consecuencia de lo cual los
obreros de sus campos no cobren nada o
cobren muy poco, y emigren —nueva y
contemporánea forma de esclavitud— a
buscar el pan donde se sientan forasteros,
nadie o muy pocos se impresionarán, con
tal de que no se produzcan atracos contra
la tesorería del casino, o de los bancos
que operan con el mismo. Porque un
atraco —no lo discutimos— es inmoral... a
pesar del mayor riesgo de los protago-
nistas, y tal vez de la menor ganancia.
Una pudorosa señora, algo alarmada,
decía a su marido —un "cristiano"
caballero—, después de descubrir un ma-
nojo de revistas pornográficas, evidente-
mente extranjeras, en el pupitre de su
hijo universitario: «¡Mira... nuestro hijo,
tan "bien" educado! ¿Qué hemos de ha-
cer?» (Aunque más propio hubiera sido,
preguntarse: «¿Qué debiéramos de haber
hecho?»). Y le respondió el marido: «Mu-
jer, no te preocupes: son los veinte años.
Con tal que no se meta en política...»
Claro, que hay mala política, en cuyo
caso se pueden discutir los pareceres.
Pero si se entiende por política algo re-
ferente a la preocupación por el bien
común, regulada por el derecho, organi-
zada según justicia, para la convivencia
y promoción de todos los ciudadanos, el
tal "padre" prefería para su pobre hijo un
egoísmo glotón, cerrado, a la generosidad
abnegada abierta a un bien para todos.
Pero el padre, probablemente, ya no
pensó más en el incidente, y la madre
—¡cuesta entender a los hombres!— a lo
sumo diría alguna avemaría a la Virgen…
por su hijo. La fe "sirve" para mucho.
Y podríamos seguir con más ejem-
plos, que podría entender sólo el que
quisiera entender. Y —ya ven... —
casi no hemos dicho nada del dinero
inicuo", aunque, bien mirado, tal vez
descubriríamos que, patente o escondi-
do, es el diablo de todo mal, incluidos
estos ejemplos, naturalmente,
Una buena información sobre la Iglesia, ayuda
a robustecer nuestra fe. Lea semanalmente
VIDA NUEVA
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P.P.C. Jardiel Poncela, 4 Madrid - 16
8 (128)
jóvenes:
El espíritu de Taizé
LA EXPERIENCIA ecuménica de
Taizé, tan cerca del corazón de
Juan XXIII, ha protagonizado
este verano la apertura del "Concilio
de los jóvenes", como resultado de los
preparativos que tienen su origen en
los encuentros juveniles iniciados en
1966, cuando por primera vez, dos mil
jóvenes llegados de unos sesenta paí-
ses, recibieron, con el gozo de la Pas-
cua, el anuncio de este "Concilio". Este
verano, a principios de septiembre, se
congregaron cerca de sesenta mil mu-
chachos y muchachas de edades entre
los 16 y los 25 años, procedentes de 120
países, para algo más que para un fes-
tival "pop". Les acompañaron persona-
lidades como el cardenal Willebrands,
presidente del Secretariado Romano
para la Unidad de los Cristianos, que
representaba al Papa; el obispo angli-
cano de Worcester, en representación
del arzobispo de Cantorbery, y el pas-
tor Philip Poter, secretario general del
Consejo Ecuménico de las Iglesias.
En el intento de buscar una expre-
sión clave que de alguna manera sin-
tetizara todos los anhelos de aquella
juventud cristiana, se enarbolaba el
lema de "Lucha y contemplación".
Porque un mundo mejor no se debe
esperar del milagro, sino de la entrega
comprometida del hombre que no re-
húye el esfuerzo, mientras vive de la
fe y, desde ella, mira e interpreta el
mundo contemplando a Dios.
El "Concilio" de Taizé no se ha
fijado ningún objetivo de antemano;
pretende mantenerse en la espontanei-
dad para preservar la capacidad crea-
dora, suscitar la liberación de energías
y reconciliar el ideal de acción y con-
templación. No se pretende formular
un programa, sino suscitar un espíritu.
¿Lo conseguirá?
Los panegiristas de este "Concilio"
ven en él una manifestación exaltante
capaz de movilizar las reservas de
idealismo de los jóvenes del mundo
entero. Los detractores, en cambio,
hacen notar su aspecto emotivo, pero
ambiguo, que permite encontrar a cada
cual lo que le acomoda o sugestiona, e
incluso participar en sus denuncias de
aspecto profético, pero sin compromiso
mantenido.
Los participantes en el pertenecen a
todas las clases sociales, aunque, entre
los europeos, se nota la preponderan-
cia de los procedentes de familias
acomodadas y de tradición cristiana
intelectual; los sudamericanos perte-
necen en mayor número a la clase
trabajadora.
"Lucha y contemplación"... El tiem-
po nos dirá hasta qué punto la belleza y
oportunidad de este tema despierta una
vocación de intrepidez y santidad, más
allá del impacto de una simple interpe-
lación, para que, además de un clamor
profético, sea un compromiso apostóli-
co generosamente mantenido.
9 (129)
TAIZÉ: Texto de la "Carta
al Pueblo de Dios"
JÓVENES CRISTIANOS DE TODO EL MUNDO DIRIGEN UN LLAMAMIENTO DE INTERPELACIÓN A TODAS LAS IGLESIAS.
HEMOS nacido en una tierra que es
inhabitable para la mayoría de los
hombres. Una gran parte de la
humanidad es explotada por una minoría
que goza de privilegios intolerables. Son
muchos los regímenes policiales que pro-
tegen a los poderosos. Las sociedades
multinacionales imponen sus leves. Rei-
nan el lucro y el dinero. Los que ostentan:
el poder casi nunca escuchan a los hom-
bres sin voz.
Y el pueblo de Dios, ¿qué camino de
liberación abre? No puede esquivar este
interrogante.
Cuando los cristianos de los primeros
tiempos se encontraron delante de una
cuestión insoluble y vieron que iban a
dividirse, decidieron reunirse en conci-
lio. De ello nos acordamos en Pascua de
1970, cuando buscábamos respuesta para
nuestro tiempo. Y optamos no por un
fórum de ideas, tampoco por un congre-
so, sino por un concilio de los jóvenes, es
decir, una realidad que reúne a jóvenes
de todos los países y que nos comprome-
te sin ambigüedad a causa de Cristo y del
Evangelio.
En el corazón del concilio de los jóve-
nes se encuentra Cristo resucitado. Es a
él a quien celebramos, presente en la
Eucaristía, vivo en la Iglesia, escondido
en el hombre nuestro hermano.
Durante cuatro años y medio de pre-
paración, nos hemos hecho incesantes vi-
sitas los unos a los otros. Hemos recorri-
do la tierra en todos los sentidos, a pesar
de los medios muy precarios. En ciertos
lugares, las condiciones políticas nos han
hecho atravesar situaciones graves.
Poco a poco ha ido surgiendo una con-
ciencia común. Ha sido marcada muy
particularmente por la voz de los que
entre nosotros están sometidos a la de-
pendencia, a la opresión, o de los que es-
tán reducidos al silencio.
Y hoy tenemos una certeza: Cristo re-
sucitado prepara a su pueblo para que
llegue a ser, a la vez, pueblo contempla-
tivo, sediento de Dios, pueblo de justicia,
viviendo la lucha de los hombres y de
los pueblos explotados, pueblo de comu-
nión donde el no creyente encuentre
también su lugar de creatividad.
Nosotros somos parte integrante de ese
pueblo. Es por eso que le dirigimos esta
carta, para compartir con él las inquietu-
des que existen en nosotros y las espe-
ranzas que nos devoran.
Numerosas iglesias, tanto en el hemis-
ferio sur como en el hemisferio norte,
están vigiladas, molestadas, incluso per-
seguidas.
Algunas de ellas demuestran que, des-
ligadas del poder político, sin medios de
poder, sin riquezas, la Iglesia puede co-
nocer un nuevo nacimiento, llegar a ser
fuerza liberadora para los hombres e
irradiar a Dios.
Otra parte del pueblo de Dios, tanto en
el hemisferio norte como en el hemisferio
sur, pacta con la desigualdad. Hay cris-
tianos que —de manera individual, así
como muchas instituciones de Iglesia—
10 (130)
han capitalizado los bienes, amontonado
inmensas riquezas en dinero, edificios,
tierras, acciones en los bancos. Hay paí-
ses en donde las iglesias permanecen liga-
das a los poderes políticos o financieros.
De lo superfluo de lo que poseen dan
grandes cantidades para el desarrollo,
pero no modifican, sin embargo, sus
propias estructuras. Hay instituciones de
Iglesia que se procuran los medios más
eficaces para llevar a cabo su misión,
animar sus actividades, reunir sus comi-
siones; pero muchos comprueban que,
poco a poco, la vida desaparece dejando
a las instituciones girando en el vacío.
Las iglesias son cada vez más abandona-
das por los hombres de nuestro tiempo.
Su palabra pierde credibilidad.
Los cristianos de los primeros tiempos
lo ponían todo en común. Se reunían cada
día para orar. Vivían en la alegría y en la
simplicidad. En eso se los reconocía.
Durante los últimos años de prepara-
ción del concilio de los jóvenes, en medio
de la extrema diversidad de sugestiones
expresadas, he aquí las intuiciones que se
destacan sobre las demás y a las cuales
dedicamos el primer período del Concilio
de los Jóvenes:
Iglesia, ¿qué dices de tu futuro?
¿Vas a renunciar a los medios de poder,
a los compromisos con los poderes políti-
cos y financieros?
¿Vas a abandonar los privilegios, re-
nunciar a capitalizar? ¿Vas a llegar a ser
finalmente «comunidad universal que
comparte», comunidad al fin reconcilia-
da, lugar de comunión y de amistad para
toda la humanidad?
En cada lugar, y en toda la tierra, ¿vas
a llegar a ser semilla de una sociedad sin
clases y sin privilegios, sin dominación
de un hombre sobre otro, de un pueblo
sobre otro pueblo?
Iglesia, ¿qué dices de tu futuro?
¿Llegarás a ser «pueblo de las bien-
aventuranzas», sin otra seguridad que
Cristo, un pueblo pobre, contemplativo,
Creador de paz, portador de la alegría y
de una fiesta liberadora para los hom-
bres, a riesgo de ser perseguida a causa
de la justicia?
Si somos parte integrante de ella, sa-
bemos que no podemos pedir nada exi-
gente a los otros, in arriesgar nosotros
mismos el todo por el todo. ¿Qué podemos
temer? Ya nos dice Cristo: «¡He venido a
encender un fuego sobre la tierra y cómo
quisiera que ya ardiera!» Nos atreveremos
a vivir el Concilio de los jóvenes como
una anticipación de todo lo que pedimos.
Tendremos la audacia de comprometer-
nos juntos y de manera definitiva a vivir
lo inesperado, para hacer brotar el espí-
ritu de las bienaventuranzas en el pueblo
de Dios, para ser fermento de una socie-
dad sin clases y sin privilegiados.
Dirigimos esta primera carta al pueblo
de Dios, escrita en nuestros corazones,
para compartir esto que nos está que-
mando.
Apertura del Concilio de los Jóvenes.
Taizé, 1 de septiembre 1974
11 (131)
DENUNCIAS
Y CELO
INSINCEROS
NO PRETENDEMOS quitar nada a la necesaria lógica de una vida en la
I que se manifieste, entre los que profesan el Cristianismo, la fe que han
abrazado. Pero no podemos estar de acuerdo con el socorrido latiguillo
de los acusicas farisaicos que, sin apostar nada ellos, desde una posición de
meros espectadores, se escandalizan (?) de los que "todos los días se dan golpes
de pecho, y en cambio —dicen— no dan ejemplo..."; o de los que señalan
actitudes o modos de proceder de sacerdotes o religiosos, que les desagradan,
y hacia los cuales apuntan acusaciones con un celo por demás sospechoso. En
general les importa muy poco el bien o el mal: les duele, en cambio, lo que no
colabora con sus intereses o puntos de vista, y, ante la inseguridad de la propia
posición interesada, la ocultan y utilizan pretextos para conseguir oficios cla-
morosos, distantes del bien o el mal pretextado.
Tales acusaciones suelen proceder de despechados resentidos o de aprove-
chados desagradecidos. Unos porque, finalmente, han dado en hueso al intentar
aprovecharse, una vez más, envueltos en sonrisita o sin ella, de todo lo que
tratan; otros por envidia de imaginarias ventajas y por secreta frustración ante
la incapacidad y el egoísmo para cualquier verdadera abnegación, que tanto
más enérgicamente exigirían en los demás cuanto menos ellos mismos asumi-
rían. Todo lo cual, en no pocas ocasiones, resulta menos difícil de explicar si
recurrimos a la teoría freudiana compensatoria de las "transferencias"...
La mayor parte de las críticas —las más resonadas, por lo menos— que se
hacen en nuestra vida sociológicamente cristiana (desde el supuesto cuantitativo,
hereditario, sentimental y folklórico que con frecuencia la informa), contra
sacerdotes y religiosos y seglares cristianos significados por la limpieza de su
amor a la Iglesia, y por parte de elementos equívocamente autodefinidos como
fieles a la doctrina de Cristo, se debe a que les duele que tales personas no
colaboren en mantener las apariencias externas —lo interior no les interesa—
de lo que ellos, desautorizada y monopolísticamente, interpretan como cristia-
nismo, como "su" cristianismo. Pueden impresionar a los no informados, a los
12 (132)
superficiales; pero bastaría un ligero
análisis para descubrir que, en tales
falsos celadores, nunca ha existido la
preocupación por un cristianismo total:
les ha interesado, únicamente, las ven-
tajas que se pudieran extraer de una
apariencia (solamente). Por esta razón,
cuando en aras de la sinceridad evan-
gélica se les desmontan tales supuestos,
arremeten contra los no colaboradores,
y acusan y fingen escandalizarse, y
encarnan aquel tipo de "profetismo de
mal agüero" denunciado por el papa
Juan XXIII, extendiendo, sobre el
porvenir de la Iglesia, sombras y hasta
predicciones de derrotismo y desespe-
ranza.
La Iglesia es eterna. Para ellos, sin
embargo, la eternidad no existe; salvo
la imaginada por puertas custodiadas
por espantajos con guadaña. Pero la
Iglesia es eterna y espiritual y, por
ello mismo, más interesada y mejor
interesada —más total y profundamen-
te interesada— en la realidad temporal,
desde una perspectiva de objetividad,
de verdad, de libertad, de esperanza,
solamente posible desde superiores
perspectivas e intereses no contingen-
tes.
Evidentemente, esto supera las
mezquinas visiones de cualquier tin-
glado sociológico, y escapa del control
de las imposiciones y domesticaciones
terrenas. Porque en la misma medida
en que ahínca en lo eterno y se purifica
en lo espiritual, su existencia alcanza
también hasta las actitudes temporales
y presentes, las simplifica y tiende
vigorosamente a su transformación,
por supuesto no querida por los inmo-
vilistas avariciosos de "su" presente
—¡oh, si lograran detenerlo!—. Lo
eterno les interesa, de rechazo, sólo en
función de la presentidad codiciada. Y
«Los casos del obispo
Añoveros, del cura de
Fabara, son signos de una
Iglesia en la que hay vida,
hay problemas, hay
libertad, hay diversidad
de tendencias, hay
inquietudes, hay
esperanza, y en la que el
compromiso y la
inestabilidad se mezclan»,
afirmaba el obispo
auxiliar de Oviedo y
secretario de la
Conferencia Episcopal
Española, mons. Elías
Yanes, en unas:
declaraciones al diario
"La Tarde" de Santa
Cruz de Tenerife.
Y proseguía: «Sería sin
embargo un error reducir
la vida de la Iglesia a una
problemática particular,
y un error más grave aún
reducirla a los hechos
que saltan a la prensa».
En cuanto al futuro de
la Iglesia en España, lo
contemplaba «con una
gran esperanza: veo que la
Iglesia aquí ofrece cada
día un rostro más
evangélico. Pero no se
hará sin sufrimiento y sin
amor».
13 (133)
tiemblan o se irritan cuando presienten el desamparo de apelaciones misterio-
sas que se la garanticen, si ya no con cielos por premio a quienes se la respeten,
por lo menos con miedos de infierno a los que se la discutan.
Por eso se enfadan con los no colaboradores, y les acusan, y pretenden
denigrarlos.
En la sociedad donde viven, ellos estarían dispuestos, incluso, a pagar
—en su mente, todo es comprable y vendible— todos los "uniformes" para
"buenos", si con tal medida se pudiera mantener la decoración de una aparente
bondad colectiva, oficializada, en calles y plazas, en ambientes y convenciona-
lismos, importándoles muy poco los corazones y las' conciencias.
¡Que todo parezca bueno... por lo menos por fuera! ¡Que haya especialistas
dedicados a organizar y mantener la apariencia, a exaltar el símbolo, al precio
que sea!
Estiman que, todo considerado, bien vale la pena poner precio para sufra-
gar el esfuerzo de unos pocos que cumplan (?) por todos, con tal que de ello no
se aperciban demasiado los más ignorantes y embaucados, si así se ocultan o
disimulan los vicios de los avariciosos impenitentes, de los explotadores estra-
tegas, de los injustos, de los depredadores, de los falsificadores, mentirosos,
lascivos, soberbios; pero... dispensados, ellos mismos, de "dar ejemplo" porque
ya pagan para el espectáculo ferial de la apariencia de bondad, que les permite
decir, desahogados: «Aquí?... Aquí todos SOMOS católicos».
En el supuesto de que, al acusar, llevaran razón alguna vez, olvidan, sin
embargo, otras cosas importantes. Olvidan, en primer lugar, que el que es capaz
de ver el mal donde debiera haber un bien, puede —y debe—, por esto mismo,
ir él a hacer el bien que echa de menos. Pero no va: no le duele el mal que
finge descubrir.
Cristo tuvo, y la Iglesia de hoy tiene los que merodean acechando para
"encontrar en qué puedan acusar": el escándalo que fingen cuando llegan a
construir y manipular alguna acusación, el celo por el bien que blasonan, es
farisaico. Si el mal les doliera por el mismo mal, no dirían nada, sino que irían,
corriendo a hacer el bien.
Olvidan, también, que una acusación no justifica a nadie. Justifica la con-
versión. pero no la quieren.
LAUS se reparte gratuitamente a los
amigos del Oratorio que lo solicitan.
Manden su dirección a:
LAUS - Apartado 182 - Albacete
14 (134)
Cómo anunciar el Evangelio
en el mundo de hoy
SE TRATA de un tema apasionante, sobre el cual la Iglesia
de hoy se interroga sin cesar: ¿Cómo anunciar el Evan-
gelio a los hombres de nuestro tiempo? ¿De qué modo
proclamar la Buena Nueva a un mundo que se está
secularizando? ¿Cuáles son los obstáculos que frenan o se
oponen a esta evangelización?
El mandato de Cristo a su Iglesia de anunciar el Evangelio
a toda criatura (Marcos, 16, 15) es la misión que la define como
Iglesia de Jesucristo. No podrá jamás dejar de cumplirla si
quiere ser fiel al Señor.
Pero hoy estamos viviendo un fenómeno peculiar. Durante
siglos nos hemos movido en un contexto social en el que la
gran mayoría de los nacidos en nuestro país eran creyentes.
La tarea de la Iglesia estaba orientada principalmente a con-
servar y alimentar la fe de sus miembros. Ahora, en cambio,
cada vez son más los que prescinden e incluso abandonan la
fe cristiana. Comprobamos también la existencia de personas
a las cuales no ha llegado el anuncio eficaz del Evangelio de
Jesucristo, porque o bien han sido marginadas, o bien siste-
máticamente lo han rechazado e incluso combatido.
¿Vamos a replegarnos sobre nosotros mismos, lamentán-
donos del presente y viviendo nostálgicamente de la añoran-
za del pasado? Rotundamente, no. Las circunstancias
cambian; pero las dificultades que ahora se oponen a la pro-
clamación del Evangelio no son mayores que las vividas por
la Iglesia primitiva en su predicación a los gentiles y a los
judíos de aquellos tiempos. Ciertamente las dificultades son
otras; pero la asistencia del Espíritu y la fuerza de Cristo re-
sucitado —que están presentes y actúan en la Iglesia— son
las mismas.
No miremos pues la tarea del Sínodo como algo que in-
cumbe al Papa y a los obispos. Debe ser una preocupación
de toda la Iglesia.
NARCISO JUBANY,
Cardenal - Arzobispo de Barcelona, Septiembre 1.974
15 (135)
Evangelizar
Suponer que el mundo que llamamos "cristiano" lo es en realidad, es mucho
suponer. Pero hacer como los derrotistas que imaginan un cristianismo en
regresión, es falta de conocimiento del Evangelio y falta de verdadera fe
cristiana, y no cuesta demasiado aclarar, con un poco de examen, que lo que
verdaderamente les mueve, no es el progreso o regreso de la Iglesia que invocan
y cuya "fidelidad" proclaman, sino posiciones e intereses de honor temporal, de
control de riqueza, de situación política. Es sencillo también poder descubrir
que son estos intereses los que sufragan la exagerada noticiosidad que se con-
ceden a sus nostalgias derrotistas, a su falso espiritualismo, lanzado como una
estrategia más por el sanedrín de las codicias contra la Iglesia del Señor.
Los intereses de la Iglesia no son, como los de Cristo, de este mundo, y por
esto Ella aquí no puede perder nada. Eso que a veces dicen que pierde, no es
suyo. La misma Inquisición era una policía al servicio del Estado, disfrazada
por éste de clericalismo, con objeto de sacralizar el derecho a la represión, no
para defender la fe, sino para defender una determinada situación política, don-
de la sola alegación de deberes civiles no bastara.
Exigir, retrospectivamente, que las cosas en el pasado se hubieran hecho
mejor, es pretender que hubieran tenido, mucho antes que nosotros, la visión
que, gracias al tiempo y al progreso, podemos tener nosotros ahora, cuando
gozamos de la ventaja de podernos corregir de los errores en que ellos cayeron.
Las perspectivas se han dilatado.
. El reino de Dios que Cristo trajo para que se inicie en este mundo, sabernos
que no queda establecido poniendo, en las cabezas de los soberanos temporales,
coronas que rematen en cruz; sino que es preciso evangelizar, es decir, anunciar
la verdad —algo más que proclamar un triunfo— de Dios, como mensaje de
libertad para todos los hombres, y que esto es lo que quiere decir "salvación" y
"redención".
No es que el cristianismo comience ahora; pero tampoco es que antes hubie-
ra llegado a su plenitud, ni mucho menos. A través de la historia de la Iglesia el
fiel puede ir constatando un progreso, a épocas en las que la Iglesia ha ganado
aparentemente en extensión, o cuantitativamente, suceden otras que señalan un
interés depurador, cualitativo. Posiblemente nuestra época constituye un mo-
mento de purificación y profundización porque, a despecho de los materialismos
del signo que sea —sin descontar el de los políticos del clericalismo cortesano,
oscurantista—, se acentúa una preocupación espiritual, una sinceridad que
arrincona nostalgias interesadas, porque se proyecta hacia esperanzas renova-
doras de la Iglesia y del mundo.
El mundo todavía no es cristiano. La Iglesia no ha agotado su misión. La
verdad que tiene que decir a los hombres, no ha terminado de anunciarla toda-
vía. Evangelizar no es regresar, sino continuar, hasta los confines de la Tierra,
hasta el fin del tiempo.
16 (136)
Las "buenas"
y las malas noticias
BUENA noticia» es el Evange-
lio, el anuncio del Reino de
Dios a todos los hombres, la
liberación espiritual del hombre y,
desde el vértice del espíritu, de todo
su ser. Y no solamente del hombre,
remacharía san Pablo, sino de «toda la
creación, que está gimiendo mientras
espera ser liberada, para participar en
la libertad de la gloria de los hijos de
Dios» (Rom 8, 21).
Pero cuando este anuncio gozoso
tropieza con las miras egoístas de los
que creen imposible su propia libertad
(?) si no es a costa del sometimiento
injusto de los demás o del acapara-
miento de lo creado, el gemir del
mundo, el rechinar del orden creado
en busca de la paz necesaria para el
bien que debe prosperar, se propaga
en forma de miedos, de dudas, de
temores, de desconciertos, de vacila-
ciones en los corazones de las gentes
más sencillas, con frecuencia incapaces
o no bastante capaces, por sí solas, de
reaccionar con un esforzado acto de fe
en la Providencia, para salvar la sereni-
dad a pesar de los anuncios contrarios,
de las anti-noticias, del contra-Evan-
gelio, de la astucia tecnificada que se
especializa, incluso con apariencias
de objetividad, en propalar noticias
incompletas, o en ocultar noticias
verdaderas, o en no desmentir las
erróneas, o en no apostillar debida-
mente las inverosímiles, intentando
o permitiendo que la confusión, el
desconcierto o la sospecha turbe las
mentes de los más sencillos, práctica-
mente indefensos, desarmados frente
al bombardeo noticiero al servicio de
otros intereses que el de la verdad, de
objetivo y principal interés público.
Nos referimos, por lo que a nosotros
respecta, a las noticias desorientadoras
de tema religioso, confeccionadas o
difundidas a partir de una selección
temática o de una incompletez de
detalles que, por sí mismas, ofrecen un
aspecto deformado, y por consiguiente
desorientador, respecto al carácter
espiritual de la Iglesia, como institución
o de sus pastores: el mismo Papa, los
obispos, sus sacerdotes...
No pretendemos aquí que se divini-
cen tales personas, ni que se proclame
la perfección triunfante de la Iglesia,
ya en este mundo. Pero es sospechosa
la insistencia de ciertos medios (Radio,
Televisión, determinados periódicos y
agencias) en seleccionar lo que produce
sorpresa turbadora sobre la ingenuidad
popular.
No somos partidarios de ocultar las
verdades de interés público, ni siquie-
ra, como es natural, las de carácter
17 (137)
eclesiástico. Pero por la misma razón
nos parece injusta toda tendenciosidad
en manipular lo noticioso de la Iglesia,
tanto si se hace para procurar su des-
prestigio, como si se hace para ocultar
otras verdades o noticias de relativa
mayor vigencia. Mientras noticias inte-
resantes —eclesiásticas o no— se omiten
o desvirtúan, se procede a seleccionar,
abultar y destacar desproporcionada-
mente y con evidente deformación,
sucesos o hechos de la Iglesia que no
pueden ser, y finalmente resulta que
no son, tal como se presentan. La
clarificación o la rectificación, no sigue
luego, o llega tarde y semi-oculta, con
evidente injusticia y fraude a quien
tiene derecho al total silencio respe-
tuoso o a la verdad completa.
Es perfectamente posible y hasta
fácil, a la par que triste, poder hacer
colección de esas noticias (a veces
solamente "fabricadas", otras veces
incompletas o deformadas, producto
de un acecho interesado y malévolo)
que aparecen con regularidad periódica
y estratégica, en páginas, en ondas o
en imágenes (no importa que se llamen,
además de otros adjetivos, "católicas").
La falta de independencia y de impar-
cialidad en la información explica
este triste fenómeno. Por esta razón,
en lo que respecta a la Iglesia y a su
información, con reiteración aconseja-
mos, desde aquí, que todo buen católico
se procure medios informativos y
formativos que, aun con el riesgo de
limitaciones de espacio y tiempo, le
puedan ayudar a mantener sus crite-
rios sin injerencias espurias, en lo
que a la Iglesia y a su vida se refiere.
Cuando por otros medios, aunque
sean más poderosos, nos alcance una
noticia turbadora para nuestro amor a
la Iglesia o el buen sentido cristiano,
suspendamos, por lo me os, nuestro
juicio, y esperemos: lo más probable y
casi seguro es que, cuando nos llegue la
posible mejor información, se disipen
nuestras dudas al descubrir el juego
de la manipulación informativa. Y tal
vez podamos ayudar, además, a los
espíritus débiles que, desorientados,
nos pregunten o se expansionen con
nosotros.
La Iglesia, en el mundo, es, ha sido
y será siendo, un "signo de contradic-
ción" consigo misma porque no puede
cesar en su esfuerzo de superación
y purificación, incomprensible a los
mundanos; y frente a los mundanos,
que la adularán, si pueden utilizarla,
la desprestigiarán si se les escapa de
las manos, y la perseguirán si les dice
una verdad de parte de Dios.
Nada importa que los que la persi-
guen, difamen o utilicen digan «Dios,
Dios, Dios...»
No me gustan los beatos: los que como no tienen fuer-
za para ser de la naturaleza, creen que son de la gra-
cia; los que creen que están en lo eterno porque no
tienen el coraje de lo temporal; los que como no están
con el hombre creen que están con Dios; los que se
creen que aman a Dios simplemente
porque no aman a nadie.
CHARLES PEGUY
18 (138)
NINGUNA CELEBRACIÓN RELIGIOSA, EN CHILE,
PARA EL ANIVERSARIO DEL "GOLPE" DE ESTADO
EL PASADO mes de septiembre se cumplió el primer aniversario del golpe
militar chileno. El cardenal Silva Henríquez, arzobispo de Santiago, no se
ha prestado a colaborar con ninguna clase de manifestación religiosa. Esta
y otras actitudes precedentes del cardenal, ha disgustado a la dictadura de Pinochet
y, por esta misma razón, en estos últimos días, arrecia en la prensa, una violenta
campaña denigratoria que, a través de los periódicos, lleva a cabo la "junta" militar.
En efecto, el general Pinochet no puede tolerar que la Iglesia no le haya concedido
ni tampoco prometido el apoyo necesario para conferir a la dictadura violentamente
establecida, una mayor oficialidad, dada la casi totalidad de la población católica
chilena. No ha tenido lugar ninguna celebración religiosa, en todo el país, para
celebrar el recuerdo del golpe de estado.
Según una comunicación de los obispos, los ataques al cardenal primado y a otras
personas de la Iglesia católica en Chile, constituyen «procedimientos degradantes de
un periodismo que descalifica y deshonra nuestro país».
Dirigiéndose a los obispos reunidos, el mismo cardenal Silva Henríquez, ha re-
cordado que «la obra redentora de Cristo, aunque se proponga la salvación espiritual
de los hombres, se refiere también a la restauración del orden temporal en la justi-
cia», y que «la misión de la Iglesia no se agota con transmitir el mensaje de Cristo,
sino que incluye el compromiso de llevar el espíritu del Evangelio en el interior del
orden temporal».
Ha recordado las palabras de san Pablo: «Cristo me ha enviado no solamente a
bautizar, sino a predicar».
El cardenal ha terminado afirmando que «los obispos de Chile, siguiendo el ejem-
plo del Hijo de Dios encarnado, están dispuestos a sufrir la Cruz y a sacrificarse por
la paz, el amor y la verdadera liberación del país».
También el secretario de la conferencia episcopal, monseñor Carlos Camus Lare-
nas, ha puntualizado que los obispos chilenos, en conformidad con los documentos
conciliares y las palabras del Papa, saben bien que «la Iglesia está obligada a llevar
el Evangelio a todas las circunstancias de la vida. Es nuestra misión —ha dicho— eli-
minar el odio, porque el odio no es cristiano».
Es imposible un cristianismo auténtico sin un interés vivo por la Igle-
sia: no ya por su pasado, del que podemos desprender lecciones, sino
por el momento presente en que vivimos: un interés que tienda a glo-
balizar la comprensión de su presencia en el mundo, sintiéndonos parte
de ella. Ella... somos nosotros, los bautizados.
19 (139)
El pan y la verdad.
Dos terceras partes de la humanidad pasan hambre
física. Pero estas dos terceras partes casi coinciden con
la geografía humana que aún no conoce ni participa del
don de Cristo.
Pretender llevar a estos hombres la fe sin el pan pue-
de ser una alienación. Pero no lo es menos llevarles el
pan y la promoción humana sin llevarles al mismo tiem-
po el Mensaje del Evangelio.
En el ámbito de las cosas y de las realidades humanas
no todos podemos repartir. Los pobres, los que no tienen
voz, los que carecen de poder de decisión, ¿de qué po-
drán desprenderse? Son los ricos, los influyentes, aqué-
llos cuya voz cuenta, los que deben dar acceso a los
demás a un más justo disfrute, a una más equitativa
participación, a un sentirse escuchados y valorados.
Pero no sucede lo mismo, me refiero a los cristianos,
en el ámbito de la Fe. En este campo, todos los cristianos
somos poderosos, ricos y decisivos.
Pretender vivir la fe cristiana sin colaborar a su difu-
sión universal sería lo mismo que creer que Jesucristo
sólo ha muerto por mí.
Mons. J. M. LARRAURI,
Ob. aux. de Pamplona :
LAUS
Director: Ramón Mas Casanelles - Edita e imprime: Congregación del Oratorio
Placeta de S. Felipe Neri, 1 - Apartado 182 - Albacete · D. L. AB 103/62 - 23. 10. 74
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