Publicación
mensual del Oratorio. |
Núm. 129. FEBRERO. Año
1975. |
SUMARIO |
LA CUARESMA, entendida
sólo como austeridad, |
coincide, este año, con el
principio de una época |
crítica que afecta a todo
el mundo. Pero para el |
Cristianismo la austeridad
no es solamente privación y |
ayuno, sino,
principalmente, tiempo de reforma, de con- |
versión. Podemos, en el
mundo, en nuestro mundo, tomarlo |
y tratarlo desde nuestra
reforma personal y social y, |
desde esta asunción, no
tendremos más remedio que ayu- |
nar, que desprendernos. No
llegaremos a ser "buenos" |
porque ayunamos, sino que
haremos bueno y generoso |
nuestro ayuno si nos
convertimos. |
BUENO, MEJOR, ÓPTIMO |
DIOS, MÁS GRANDE |
LA RECOMENDACIÓN |
«LOS CURAS... QUE
TRABAJEN» |
FALTA LIBERTAD |
CREER EN DIOS, EN
JESUCRISTO, EN EL AMOR |
LAS "RIQUEZAS"
DE LA IGLESIA |
HACIA ADELANTE |
1 (21) |
Bueno, |
mejor, |
óptimo |
EL PRINCIPIO de la
Cuaresma |
de este año 1975
coincidirá, en |
España, con la entrada en
vigor |
del nuevo Ritual de la
Penitencia, tal |
como ha decidido la última
Asamblea |
de la Conferencia
Episcopal española. |
No vamos a dar aquí un
resumen |
de su contenido, cuya
introducción y |
comentario —puesto que se
trata de |
una reforma calificada de
importante— |
necesitaría ser precedida
de una sufi- |
ciente ilustración
histórica en relación |
con este sacramento y su
observancia y |
uso en la Iglesia. El solo
hecho de la |
actual reforma da por
descontado que |
la disciplina hasta ahora
vigente no era |
satisfactoria. Ahora se
tratará de apre- |
ciar cómo la reforma que
se introduce |
remedia lo que parecía ya
inadecuado |
Se admiten tres modos de
celebrar |
la reconciliación:
confesión y absolu- |
ción individual; en
segundo lugar, y |
en el marco del templo con
varios |
penitentes, pero
manteniendo también |
la confesión y absolución
individual |
para cada uno de ellos; en
tercer lugar, |
para casos o situaciones
verdadera- |
mente especiales y
extraordinarios, la |
confesión y absolución
general. Todo |
lo cual no altera, sino
que más bien |
recoge y ordena, con leves
variaciones, |
lo observado hasta el
presente, desde |
la reforma tridentina, en
el siglo XVI, |
salvo la novedad de
introducir la lec- |
tura de la Palabra de Dios
y alguna |
modificación en cuanto al
lugar y sede |
de la celebración, que
acabarán de ser |
precisadas en la atendida
reforma del |
Código de Derecho
Canónico. |
Tal como ocurre en casos
parecidos, |
los que esperaban una
reforma pro- |
funda, creen escasa en
posibilidades |
la lograda, y,
opuestamente, parece |
muy grande y hasta
exagerada, a aque- |
llos que imaginan que la
disciplina |
sacramental del Concilio
de Trento se |
limitó a canonizar módulos
sacramen- |
tales que habían llegado
invariados |
hasta el desde los
orígenes del Cristia- |
nismo. En el centro, sin
opinar, está |
la gran masa de
imparciales o, mejor, |
de indiferentes, que ni
les preocupa |
demasiado el rito que
desaparece, ni |
el que modestamente lo
reforma. |
Cualquier parecer o juicio
se plantea |
siempre del mismo modo,
frente a la |
masa de bautizados: cómo
resolver la |
alternativa entre primacía
de la evan- |
gelización o de la
sacramentalización; |
opciones a oponer y
conciliar, en el |
más noble esfuerzo
pastoral, pero siem- |
pre problemáticas. Desde
Trento son |
cuatro siglos; hasta
Trento fueron die- |
ciséis, entroncados,
precisamente, con |
las primeras generaciones
cristianas. |
A los decepcionados les
diríamos |
que no se puede pasar por
alto el sig- |
nificado de una reforma,
siquiera sea |
pequeña, en una materia
que parecía |
intocable. La experiencia
posterior |
puede sugerir otras. Las
soluciones |
óptimas no pertenecen al
orden de este |
mundo; las buenas"
merecen llamarse |
buenas si están abiertas a
la supera- |
ción, a mejorarse. Y, hoy
en día, nadie |
puede negar a la Iglesia,
tomada en |
conjunto, esa apertura. |
2 (22) |
Dios, más grande |
TAL VEZ se llame en el
futuro, nuestra época, la de la secularidad. Será, en |
todo caso, en un sentido
más profundo que el que pueda darle la moda |
de cierta superficialidad
acomodaticia que, en el juego de las inevitables |
variaciones de la fluidez
de la vida, adopta posiciones y usa vocablos que se |
introducen sin preocuparse
demasiado de lo que significan y, por lo tanto, de |
aquello a lo que
comprometen. Nuestra época será, seguramente, la de la |
secularidad: entendida no
como disolución de cristianismo, sino como univer- |
salización de su influjo,
penetración de su fuerza en el mundo, aunque a veces |
ese influjo no vaya
etiquetado con su nombre. |
En los albores de la
humanidad, cuando el hombre establecía los primeros |
contactos con el Absoluto,
al margen de la misma revelación, creía descubrir |
la voz de Dios en el
fragor de los ríos caudalosos, en la fuerza impetuosa del |
viento, en la altura
imponente de las montañas, en la claridad vivificadora del |
Bol... Más tarde, el
hombre logra abstracciones personalizadas y construye con |
ellas mitologías, y acude
a Dios o a los dioses en busca de la última explicación |
de los misterios de la
naturaleza; o de una justificación sacralizadora del poder |
de unos sobre otros para
imponer o mantener una jerarquía en las relaciones |
humanas; o para colmar el
déficit de tantas debilidades e insuficiencias mediante |
la complementariedad
implícita de lo divino. En conjunto era un camino hacia |
la universalización de la
relación del hombre con Dios. Sabemos que el pueblo |
que mejor se dispuso a
lograrla fue el que el mismo Dios se fue cuidando y en |
medio del cual apareció,
históricamente, hecho Hombre. |
Pero esa fuerza
universalizadora de la relación divino-humana que Cristo |
representaba, era tan
enorme que, este pueblo, el mejor preparado y, a fin de |
cuentas, el que
"mejor" le recibió (los primeros colaboradores, los primeros |
cristianos, fueron
judíos...), no alcanzó, unánimemente, a comprender el signi- |
ficado universal de esa
entrada de Dios en la Historia. Cristo fue sacrificado; |
las primeras dificultades
que tuvieron los apóstoles les vinieron de sus mismos |
hermanos de raza. |
3 (23) |
El concepto de
"raza" será substituido, luego, en veinte siglos, por otros |
que se irán relevando,
pero con efectos equivalentes: las dificultades que va a |
encontrar el Evangelio
serán las surgidas de no resistirse a ser limitado, exclu- |
sivizado, controlado,
sometido... Los hombres le ofrecerán recompensas, le |
pagarán precios, si se
resigna a servir de "complemento" a sus intereses con |
tal que no los trascienda.
Las pompas, las grandezas, los honores, aunque se |
digan para honra de Dios,
no serán nunca desinteresados. |
Pero la Historia, que Dios
empuja, va haciendo su camino y, con o sin eti- |
queta divina, se prolonga
en dilatación universalizadora, abriendo más cómodo |
marco para la autenticidad
del Evangelio. Algunos, sin embargo, llamarán y |
llaman crisis, peligro,
pérdida, a lo que no es ni más ni menos que acercamiento |
a los designios de Dios,
siempre positivos. |
Resultará siempre más
difícil abrirse y aceptar y comprender esta perspec- |
tiva secularizadora, en la
medida que, desinteresados en mayor o menor grado |
del resto de los hombres
que Dios quiere transformar en hijos de su reino, la |
idea que tuviéramos de
Dios fuese reducible a la pagana o pre-cristiana de un |
Dios capaz de ser
aprovechado" por nosotros, de un Dios que tenemos al lado, |
de un Dios
"importante" y propicio, que nos complemente, "que nos
dé" como |
nos puede dar un amigo
rico, temido y reverenciado, junto al cual podemos |
ser pobres sin
incomodidad, porque él es rico por nosotros y, junto al cual, |
conservamos ficticiamente
el honor de la pobreza y las ventajas de la riqueza. |
Una carga de paganismo y
judaísmo, no mal intencionado, pero favorecido |
por inercias que nada
tienen a ver con la virtud en ninguno de sus verdaderos |
sentidos, puede, con
frecuencia, colocarnos en semejantes actitudes. No pasamos |
de admitir y
"adorar" a un Dios a nuestra disposición: consolador, talismánico, |
legitimador. Y rebajamos
insensiblemente —y trivializamos— los sacramentos |
a facilidades consoladoras
o tranquilizantes, y la ampulosidad o artificialidad |
de los ritos en moldes
culturales de valor social, más que de significado sobre- |
natural. |
La secularización desmonta
los errores individuales y la teatralidad social |
del Evangelio así
utilizado, de la Iglesia así entendida, así profanizada, reducida, |
emparejada con lo que le
es ajeno y que, por ello mismo, la disipa, esclaviza y |
falsifica. |
Nuestros días representan
un capítulo más en este andar de la Iglesia |
mezclada en la historia de
los hombres. Es un tiempo bendito, en el cual, |
con claridades y dolores,
se dan pasos hacia el bien de la verdad evangélica |
que libera, que
espiritualiza, que universaliza el mensaje del Señor. |
No es que Cristo vino al
mundo, hubo unas cuantas persecuciones de los |
malos y se hizo la calma y
todo quedó bien y hecho definitivamente, salvo el |
surgir esporádico de uno
que otro subversivo que dijo algo impertinente o |
molesto. No. La Iglesia
sigue comenzando, como Cristo, frente a la Sinagoga y |
frente al mundo. Ni puede
ser continuación de la Sinagoga, ni puede ser un |
poder más entre los
poderes. A diferencia de la calidad de éstos, el de ella es |
espiritual, es, por lo
tanto, universal en extensión y profundidad, es... "dife- |
rente". Secularidad
quiere decir, para ella, bien entendido, esa diferencia que |
universaliza su eficacia. |
4 (24) |
moral colectiva: |
La recomendación |
LA PRÁCTICA de la
"recomendación" es un síntoma de ausencia de senti- |
do moral, o de deformación
social con la que nos tropezamos una y otra |
vez. Personas de las que
se podría esperar un amor a la justicia y una |
rectitud humana en las
actitudes en que basan sus relaciones con los demás, |
nos ofrecen, una y otra
vez, el triste ejemplo, en el que alternan o se mezclan |
la ignorancia, la
ligereza, la picardía, la vanidad o el egoísmo, que hacen impo- |
sible cualquier
mejoramiento para una justa convivencia basada, como ha de |
ser, en la honestidad. No
digamos nada de los que abiertamente prescinden, |
por principio, de
cualquier base para una ética social. |
Aunque no la hayamos
incluido en la lista que nos hemos confeccionado |
de nuestras cosas malas,
la "recomendación" es, a secas, inmoral. La práctica |
de la recomendación
inutiliza la eficacia de las buenas leyes, relegándolas a la |
categoría de decoración o
espantajo sólo para pobres e ignorantes; los listos, los |
pillos, se hacen, entre
ellos, cada vez que les conviene, privilegios a medida. |
Desprecian el Derecho y
desprecian, si no los utilizan, a los demás. |
Pero, para la inmoralidad
de la recomendación, no hace falta que ella |
constituya una excepción
clandestina del orden legal; basta que incida contra |
cualquier norma en la que
se base la convivencia humana. La recomendación |
siempre es para colar o
para colarse, por encima del orden que deben observar |
los demás —los honestos o
los pobres—; es no querer esperar lo que debe |
compartirse o repartirse
entre todos; la recomendación está siempre en favor |
del encumbrado, del
colocado en el puesto clave, del que ofrece o del que se |
esperan "favores a
cambio", igualmente al margen del orden y, por lo tanto, |
de la justicia escrita o
no escrita. |
Cuando a un ordenamiento
social supuestamente justo se le hacen conti- |
nuas excepciones o se le
opone un sistema relacional o de soluciones basadas |
en la recomendación",
dejamos que un cáncer corroa el sentido general de |
justicia, cultivando el
desaliento de los buenos, el resentimiento impotente de |
los desfavorecidos y el
desprecio de los más inteligentes hacia las instituciones |
en las que el orden y la
justicia se suelen representar. |
Algunos de escandalizan
por la inmoralidad de la recomendación frente a |
situaciones de verdadera
entidad cuantitativa o de significación institucional |
social, económica o
política, pero la practican en su esfera más reducida con |
absoluto espíritu de
despreocupación y ligereza, sin apercibirse que, propor- |
cionalmente, incurren en
la misma clase de responsabilidad que censurarían |
en instancias superiores. |
5 (25) |
Tal ligereza, compartida
en amplios sectores, lleva al error irreflexivo de |
aceptar fácilmente como si
el hacer una "recomendación" equivaliera a hacer |
una "obra
buena". No se dan cuenta, o pretenden no darse cuenta que, al reco- |
mendar a alguien para que
obtenga sin merecer, o pase sin deber, o consiga |
anteponiéndose a otro, lo
que hacen es actuar como si tuvieran autoridad para |
sentenciar con peor suerte
a los que carecen de recomendación o, simplemente, |
no recurren a su sistema. |
Hasta cierto punto puede
decirse que os peor un hábito social de esta índole |
que una ley injusta: ésta
puede corregirse al ser descubierta o denunciada en |
una sociedad sana; en
cambio, un medio social saturado de repetidas y minús- |
culas corrupciones, se
hace prácticamente indiferente a las leyes injustas y |
sabe prescindir de las
justas que no le acomodan. |
Cuando pretendiendo
justificar la "recomendación se invoca la injusticia |
de la norma o la
insuficiencia o dificultad de alcanzar lo pretendido por cauces |
normales o según el orden
establecido, el remedio estará en cambiar, o en crear |
las situaciones que
permitan cambiar la realidad general injusta, más que |
mantener la viciosa
táctica de perpetuar con excepciones repetidas la absurdi- |
dad de una normativa o la
ausencia de una autoridad frente a lo injusto. Cuando |
se pueda alegar que el que
pretende conseguir un favor o ejercitar un derecho |
os incapaz por sí mismo de
hacerlo y que por esto se le "recomienda", no puede |
llamarse a esto
recomendación, sino gestión o intercesión —que es muy dife- |
rente—, pero aun así, y
salvando la emergencia de cada situación, lo correcto |
es instruir y formar al
interesado para que, capacitado, cuando sea posible, por |
sí mismo obtenga lo que
pretende. También es lícita la intercesión o mediación |
cuando tiende a corregir o
neutralizar la manifiesta injusticia del que debe |
conceder lo que se pide,
pero sabemos que actúa por favoritismo o "acepción |
de personas". Pero
tal juicio es muy arriesgado. |
No es
"recomendación" hacer un favor que no perjudica a nadie, que no |
antepone ni cuela a nadie,
sino que facilita y amplía a más el beneficio compar- |
tido de lo bueno y de lo
útil. |
No es recomendación
interceder en favor del pobre, del oprimido, del |
marginado. Pero éstos, por
desgracia, no tienen quien les recomiende, y muy |
pocos que intercedan o
medien por ellos. |
LAUS |
se reparte gratuitamente a
los |
amigos del Oratorio que lo
solicitan. |
Envíen su dirección as |
LAUS - Apartado 182 -
Albacete |
6 (26) |
«LOS CURAS... |
¡QUE TRABAJEN!» |
ES VERDAD que se ha
asimilado la actividad de los ministros de la |
Iglesia a la de ciertas
profesiones liberales o intelectuales y que, |
cuando se evoca el
concepto "trabajo" se quiere significar, con fre- |
cuencia, el pico, la pala,
el martillo, la máquina... Pero, curiosamente, los |
que en principio
aplaudirían que los sacerdotes fueran mandados a ese |
trabajo, no mandan al
mismo a los abogados, médicos, maestros o ingenie- |
ros. Se puede y se debe
suponer, legítimamente, que si éstos han de llevar |
a cabo con la debida
dedicación y competencia el ejercicio de su profesión |
específica, no les quede
demasiado tiempo para otros trabajos o que, si les |
sobrara algún momento, tal
vez no conseguirían demostrar peculiar habili- |
dad precisamente en el
trabajo mecánico. ¿Será que no se atreven a exigir- |
les talos fatigas
complementarias porque la justa norma de pagar por sus |
servicios y consultas ha
acostumbrado a sus clientes a estimar cuantitativa- |
mente —¡somos tan
materialistas los humanos! — el valor de sus respectivas |
profesiones? |
Pero al sacerdote no le
exigimos, en su orden, menos "capacitación |
profesional", aunque
no paguemos las consultas. Olvidamos, contra cual- |
quier leyenda edificada
por la vulgaridad, por la ignorancia o por la envidia, |
que el sacerdote ha tenido
que adquirir una cultura humana y teológica por |
lo común con medios más
austeros que los de las personas que se han |
dedicado a estudios
civiles y que el esfuerzo posterior para mantener un |
nivel cultural de acuerdo
con las exigencias de su vocación en servicio de |
los hombres no han podido
ser menores. Los fieles exigen, del sacerdote, |
ciencia y experiencia que
no se obtiene por infusión, sino con trabajo y |
estudio y sin expectativas
de gratificaciones. La posibilidad y la capacidad |
para mantener ese nivel en
servicio de los demás es necesariamente varia- |
ble. Pero en general, en
la Iglesia, no tenemos menos de lo que nos mere- |
cemos y de lo que, entre
todos los fieles, hemos sido capaces de posibilitar: |
Si en este aspecto alguien
encuentra faltas, que dé un paso adelante, |
que estudio y rece, que se
entregue a Dios, que venga y que nos ayude a |
servir mejor a los
hermanos: en el supuesto, naturalmente, de que sea |
creyente. Pero si no tiene
fe y nos juzga, que compare la Iglesia —fieles y |
7 (27) |
pastores— con otras
instituciones y con las que mejor conoce por ser parte |
de ellas y vea si, en
proporción, se hacen más cosas: asistencia sanitaria, |
docencia, trabajo
editorial, arte... |
¿Negocios en todo esto?...
En cualquier caso, para el que no creyera |
y no pudiera ver en dicho
trabajo un medio apostólico, debiera de reconocer |
el justo precio de un
servicio prestado. Pero es sintomático que no se den |
demasiadas imitaciones
privadas de sistemas parecidos. Si fuera realmente |
"negocio", las
habría. Solamente puede hacerlo el Estado con el respaldo |
del contribuyente, como es
lógico. Y lo normal es que al Estado le cueste |
una cama en el hospital o
una plaza en una clase, algo más de lo que, para |
un mismo servicio, todo
considerado, logre la economía en una casa asis- |
tencial religiosa o en una
escuela de la Iglesia. |
Pero ¡ya tenemos al cura
que trabaja!... |
Si se dedica a un trabajo
manual no le faltarán críticos que piensen y |
digan que es lástima
congelar, en aquellas horas de trabajo, la posibilidad |
de rendimiento cultural
que sus estudios podrían ofrecer, en vez de parali- |
zarse en cansancios
musculares. De todas formas, es posible que el propio |
interesado supere tales
juicios materialistas y piense que el Señor también |
trabajó manualmente. |
Si la ocupación a que se
dedica es menos humilde, de acuerdo con su |
capacidad profesional o
científica complementaria, entonces las críticas |
también existirán para
censurar, por lo menos, el que «ocupe un puesto |
que haría más falta a un
padre de familia... etc.» |
Tal vez la explicación de
todo esté en la enorme superficialidad y falta |
de conocimiento con que
suele hablarse de estas cosas por los profanos, |
aunque se llamen creyentes
a sí mismos, o cristianos... |
Daría ganas de decir a los
que critican de esta manera: «¡Vengan aquí, |
no sigan fuera:
entréguense a Dios, pónganse a nuestro lado, ayúdennos, |
enséñennos y hagamos,
entre todos, las cosas mejor: el Cristianismo no es |
un espectáculo para ver, o
un ágora para discutir simplemente, sino una |
vida para vivir, y para
vivirla entre muchos. Vengan, vengan más cerca: no |
para criticar sin
compromiso, sino para prometer y comprometer la vida!» |
Pero no vendrán; lo más
fácil es que no vengan, o que vengan muy |
pocos. Muy pocos son,
entre los que critican así, que saben lo que es trabajo |
o que han ganado, alguna
vez, el pan que se comen, |
anualmente. |
Como quiera que no puede
edificarse comunidad cristiana alguna que |
no tenga como raíz la
Santa Eucaristía y en torno a su celebración se |
desenvuelva, los miembros
de la Congregación del Oratorio la conside- |
ran como el centro de toda
su vida y unidad. |
(Const. del Oratorio, n.
10) |
8 (28) |
Falta libertad |
SE TRATE de Chile o de
Checoslovaquia, los totalitarismos no se resignan |
a dominar los cuerpos,
sino que quieren controlar las inteligencias y, |
desde ellas, gobernar el
hombre o reducirlo por la coacción o el miedo. |
En Checoslovaquia tropieza
la Iglesia con continuas dificultades, aunque |
no puede, el Estado,
erradicar la fe de sus súbditos. Pero la coacciona, la asusta |
y la discrimina. Cuando un
obrero checoslovaco solicita un puesto de trabajo, |
debe rellenar un
cuestionario, en el que se encuentran, entre otras, las siguien- |
tes preguntas: «¿Es usted
defensor de la ideología científica marxista, y desde |
cuando? ¿Frecuenta usted
las ceremonias religiosas? En caso afirmativo, ¿desde |
cuándo? ¿Qué necesidad
tiene usted de asistir a esos ritos? ¿Sus hijos están |
inscritos en los cursos de
instrucción religiosa? ¿Van a la iglesia?» |
Naturalmente el candidato
al puesto de trabajo será admitido o excluido, |
no solamente según la
necesidad que haya para ocuparlo, sino teniendo en |
cuenta el sentido dado a
las preguntas que se le han formulado. |
Si dejamos el signo
marxista checoslovaco y pasamos al neofascismo chile- |
no, vemos que la dictadura
del general Pinochet toma sus medidas de represión |
contra una Iglesia que no
le es dócil, ni silenciosa, que no se limita al modelo |
de una Iglesia apartada de
los problemas de los hombres, preocupada de la |
gloria de Dios", y
callada aunque se violen los derechos fundamentales de la |
persona humana, se
mantengan encarcelamientos sin proceso y se torture a los |
detenidos. En efecto, el
cardenal de Santiago, Silva Henríquez, y el obispo de |
Valdivia, Santos Ascarza,
fueron elegidos regularmente para representar a la |
Conferencia Episcopal
chilena en el pasado Sínodo de Obispos tenido en Roma: |
pero el dictador lee
prohibió salir de Chile para ir a Roma, temeroso de que |
dieran una imagen no
aprobatoria de la política del país frente a los demás |
obispo y que acudieron de
todas las partes del mundo, a la Ciudad Eterna. |
Aunque, sin necesidad de
que los dos prelados viajaran ni abrieran la |
boca, In imagen de
aprobatoria la daba el mismo general Pinochet con su gesto |
de prohibición. Desde un
principio no le ha perdonado al cardenal que no se |
prestara a moldear una
Iglesia nacional domesticada, aduladora, o simplemente |
silenciosa, y se
mantuviera, en cambio, respetuoso e inflexible, recordando las |
exigencias del Evangelio
en orden a la justicia y a la verdadera paz. |
9 (29) |
Creer en Dios, |
creer en Jesucristo, |
creer en el amor |
y en la vida |
«Quien cree que Jesús es
el Cristo, |
ha nacido de Dios..." |
Y ésta es la victoria que
ha vencido |
al mundo: nuestra fe». |
(I Juan, 5, 1-4) |
SABEMOS que las
"profesiones de fe" |
no agotan el contenido de
la misma. |
El conjunto de conceptos
que enun- |
cia tienen un valor de
creencia colectiva |
modélica, paradigmática,
simbólica: de |
donde "símbolo de la
fe". La Iglesia no |
duda en adoptar esa
denominación. |
Las verdades que son
contenido de la |
fe, no se crean; a veces
se descubren, se |
desarrollan, se
explicitan. En esa expli- |
citación y desarrollo
intervienen factores |
de capacidad y madurez
cultural humana. |
No sería difícil
comprobarlo al examinar |
las sucesivas fórmulas o
símbolos de la fe |
que la historia de la
Iglesia ha producido. |
El cardenal Newman en el
siglo pasado, |
el padre Arintero, cerca
de nosotros, en el |
presente, se ocuparon de
este fenómeno; |
por otra parte, el anuncio
implícito en las |
palabras de Cristo, cuando
hablaba a los |
apóstoles asegurándoles
que irían siendo |
guiados hacia la completez
de la verdad, |
sucesivamente, se refería
a la asistencia |
divina, conduciendo al
hombre hacia la |
total liberación
—"total "redención"— de |
la Verdad de Dios aceptada
como vida. |
El hombre es para la
verdad, y el |
hombre es para Dios.
Busca, se acerca. A |
veces no importa demasiado
cómo se |
denomine esta dinámica. Es
una parábola |
misteriosa, pero
verdadera, en cuyo senti- |
do se mueve y avanza toda
la humanidad, |
según leyes finalmente
convergentes, co- |
mo san Pablo proclamaba en
su carta a |
los Romanos. |
Dios, Jesucristo, el
mundo, el amor, la |
existencia... son la
respuesta colectiva a |
una serie de preguntas que
una revista |
francesa hace poco ha
formulado a sus |
lectores. Respuestas
reveladoras de una |
mentalidad fiel
contemporánea, incomple- |
ta seguramente, pero
significativa porque |
pertenece a nuestro tiempo
y lo armoniza |
con la trascendencia. |
En realidad ésta es la
tarea de la fe, |
que es siempre "en el
tiempo", fuera del |
cual ya no cabe. |
10 (30) |
Con las numerosas
respuestas obteni- |
das por dicha revista
—"Informations |
Catholiques
Internationales"— sería po- |
sible confeccionar un
"credo" o, si se |
prefiere, un "símbolo
de la fe" de nuestro |
tiempo. |
Nosotros ofrecemos algunas
muestras, |
a continuación, a modo de
florilegio. |
«Creo en Jesucristo, el
único porvenir del |
hombre y de la humanidad». |
«Creo en Dios Creador, el
cual, teniendo |
en cuenta a la creatura
hecha a su imagen, |
ha encarnado su Amor
infinito en la humani- |
dad de Jesús, su Hijo, que
se ha manifestado |
por su Espíritu». |
«Creo en el Espíritu que,
lo mismo hoy |
como siempre, permite que
nos reconozca- |
mos como hijos de un mismo
Padre y como |
hermanos de Jesucristo y
también hermanos |
entre nosotros». |
«Creo en Dios, en su amor
revelado por |
Jesucristo, y lo amo por
su Espíritu. Creo |
que permanece en nosotros,
si nosotros cre- |
emos en Él». |
«Creo en Dios Padre, que
nos ha manifes- |
tado su amor mandándonos a
su Hijo, Jesu- |
cristo, el cual, por su
pasión, su muerte y su |
resurrección, nos ha
obtenido el Espíritu |
Santo, prenda de nuestra
filiación divina |
y garantía de la esperanza
de nuestra resu- |
rrección gloriosa por los
méritos de Jesu- |
cristo». |
«Creo en Jesucristo, Dios
y hombre, resu- |
citado y viviente, que nos
ha revelado el |
amor del Padre que lo ha
enviado en medio |
de nosotros, que por medio
del Espíritu San- |
to, nos ha agrupado como
hermanos». |
«Creo en el Amor que se
comunica en y |
por Jesús, el Cristo». |
«Creo en Jesucristo, el
Hijo de Dios, que |
nos ha mandado el Espíritu
para hacernos |
vivir en Iglesia». |
«Creo en Dios que nos ha
enviado a su |
Hijo para enseñarnos el
Amor, y el Espíritu |
para conducirnos a la
unión». |
11 (31) |
«Creo en Dios, el solo
capaz de dar un |
sentido a la vida. Creo
que es un padre |
que nos ama como nos lo ha
demostrado |
al entregarnos a su Hijo.
Creo en el Hijo |
de Dios que me ha amado y
se ha entre- |
gado por mí; en quién y
por quién poseo |
Ta la vida eterna. Creo en
el Espíritu |
Santo que me conduce y
hace de mí un |
hijo de Dios, un miembro
del Cuerpo de |
Cristo, que es la
Iglesia». |
«Creo en Jesucristo, que
nos ha revela- |
do el amor del Padre y que
nos lo sigue |
revelando hoy en día, por
su Evangelio |
siempre actual, por su
Espíritu vivifica- |
dor, por su Iglesia que lo
escucha y por |
el mundo, lazo de Su
Presencia». |
«Creo en un Dios de amor
único que |
ha creado el Mundo, y
enseguida lo ha |
rescatado y le ha revelado
el Amor y el |
Camino hacia una Salvación
en la cual la |
humanidad reconocerá su
verdadera faz». |
«Creo en Jesús de Nazaret,
Hijo de Dios |
viro, Tenido a la tierra
para comunicar- |
nos su Palabra de Vida y
su Espíritu de |
Amor, para que la
humanidad se pueda |
reunir definitivamente en
la Alegría y en |
la gloria del Padre». |
«Creo en Jesucristo, como
revelación |
concreta del Amor de Dios
para mí, para |
nosotros. Creo en el
Espíritu que me per- |
mite perdonar». |
«Creo en Dios, "Aquel
que Es", mani- |
festado en cada uno de los
hombres por |
medio de su Espíritu.
Jesucristo es la más |
elevada realización de lo
que el hombre |
ha sido llamado "a
ser"». |
«Creo, ante todo, en la
plenitud de una |
vida que no puede sacar
sus fuerzas ni |
desembocar en otra cosa
que en el amor, |
y en Jesucristo que me lo
ha hecho des- |
cubrir». |
«Creo en Dios que su Amor
y luz de log |
hombres; en Jesucristo su
hijo que nos |
ha revelado este Amor y en
el Espíritu |
que tanto hoy como ayer
permite que nos |
reconozcamos conjuntamente
como hijos |
de un mismo padre». |
La predicación sacerdotal,
especialmen- |
te difícil en las
circunstancias actuales...- |
no debe exponer la Palabra
de Dios de |
modo general y abstracto,
sino aplicando |
la perenne verdad del
Evangelio a las |
circunstancias concretas
de la vida. |
(P. O. n. 4) |
Lo que modo de exhortación
dice el Concilio a los sacer- |
dotes en su deber de
instruir al pueblo en las cosas de Dios |
al comentar la divina
Palabra, vale también para todos los |
cristianos cuando abren la
Escritura Santa y convierten su |
lectura en oración
iluminadora y estimulante para la vida |
concreta de cada día y
cada circunstancia. |
12 (32) |
Las "riquezas" |
de la Iglesia |
NO HACE mucho, con el fin
de puntualizar algunos extremos aireados por |
la ligereza periodística
de cierta prensa sensacionalista y mal informada |
—o mal informadora—, que
había hecho incursiones en el sensacio- |
nalismo fácil e impune de
las finanzas vaticanas, el diario de la Ciudad del |
Vaticano.
"L'OSSERVATORE ROMANO", publicó unas sencillas y serenas |
palabras en sus páginas.
Decía, entre otras cosas que omitimos por amor a la |
brevedad: |
«Los medios financieros de
la Iglesia no se nutren de tributos o impuestos. |
Existe la espontánea
generosidad de los fieles y, al mismo tiempo el sentido |
de responsabilidad de
quien debe administrar los bienes que provienen de |
la caridad y a la caridad
vuelven, después de haber cumplido su misión de |
justicia. Existen, además,
severos controles que, según la estructura de la |
Iglesia, son ejercidos por
aquellos que, en virtud de su autoridad, correspon- |
de responsablemente.
Indagaciones extrañas son, por lo menos, indiscretas; |
y es descortés, por no
decir ofensivo, que se pretenda indagar y prejuzgar |
desde la incompetencia o,
peor todavía, desde posiciones de menos garantía |
de honestidad en
comparación de los responsables en la materia». |
A veces cabe pensar que,
como la Iglesia no tiene cárceles, ni policía, ni |
ejército para hacer valer
por la fuerza sus derechos, por esta razón, los hombres |
materialistas, a los que
impresiona solamente la fuerza, no temen ser impru- |
dentes e injustos con
ella, seguros de la impunidad, pues los deberes de la |
conciencia cuentan poco
para ellos. Como replicaba Napoleón a las razones |
objetivas de la Iglesia,
indócil a sus pretensiones: Pero... ¿cuántas divisiones |
tiene el Papa? Y arremetió
contra él. |
Cómo surgió el patrimonio
eclesiástico |
Es obvio que la misión de
la Iglesia necesita algún apoyo material: la evan- |
gelización, el culto, las
obras de misericordia por ella emprendidas y sostenidas |
fueron posibles y
crecieron merced a los dones espontáneos de los fieles. Espe- |
cialmente en la Edad
Media, mientras la ciudad secular se organizaba y atendía a |
sus gastos por los
impuestos obligatorios que los reyes exigían de sus súbditos, |
13 (33) |
la Iglesia se diferenciaba
por la libertad que respetaba en éstos y se dedicaba |
al bien y al trabajo,
mientras los jefes de los pueblos empalmaban unas guerras |
con otras, debatiendo en
ellas ambiciones, predominios y rivalidades, que diez- |
maban a sus súbditos y
agotaban las arcas reales. La Iglesia, mientras tanto, |
representaba la paz
laboriosa, la cultura, la beneficencia. Las limosnas, las |
propiedades acumuladas, la
austeridad y buena administración —por lo menos |
mejor que las de los
seculares— permitía la dedicación, además del culto y la |
predicación que le eran
esenciales, a multitud de obras de asistencia totalmente |
relegadas a su solicitud:
asilos, hospitales, colegios. Las Universidades, las |
bibliotecas, los centros
de cultura, nacieron y estuvieron largo tiempo bajo el |
único amparo de la
Iglesia. |
La Iglesia cuidaba los
cuerpos enfermos; la Iglesia enseñaba, incluso, el |
mejoramiento de los
cultivos; la Iglesia copiaba los libros sagrados y las obras |
clásicas de la antigüedad;
la Iglesia estimaba el arte: la Iglesia formulaba el |
Derecho y discutía el
absolutismo de los príncipes, no sólo en su defensa, sino |
todavía con mayor énfasis
para proteger a los más abandonados e incapaces de |
hacerse oír por ellos
mismos —Vitoria, Suárez, Bartolomé de las Casas... — |
aunque le acarreara la
represión de los reyes que se llamaban "cristianos", y |
tal vez creían serlo, pero
a su modo, y a base de un Evangelio previamente |
censurado. |
En la Edad Media y entrada
la Moderna, los hombres fuertes y emprende- |
dores, pero materialistas,
preferían dedicarse a la guerra, que les diera gloria y |
botín afortunado, o
establecerse en lugares donde el comercio pudiera enrique- |
cerlos fácilmente, o
partir a países lejanos para conquistas de tesoros fabulosos. |
Mientras, los hombres de
Iglesia —"ora et labora"— se dedicaban al culto y al |
estudio y predicaban el
amor cristiano y civilizaban la rudeza de costumbres |
todavía bárbaras de
hombres para los que el nombre de Dios representaba |
algo, aunque no bastante
para que les sirviera más para esta vida que como |
remedio de los miedos de
la otra. |
Las discusiones con los
reyes |
La Iglesia, no se podía
negar, era un "poder", pero esencialmente un poder |
popular: que no descendía
de arriba, sino que subía del pueblo. Y era a ella a |
quien el pueblo acudía
cuando se sentía amenazado por cualquier forma de |
despotismo. En el
asentamiento de su influencia social valía el reconocimiento |
popular de una misión
espiritual; valía, también, la confianza de su bondad y |
doctrina, y valía,
finalmente, el apoyo que le daba su independencia económica, |
obtenida por acumulación
espontánea, austera y generosa del cumplimiento de |
misiones espirituales y
humanitarias que todos podían reconocer. |
Pero los reyes, salvo
excepciones, no se entusiasmaban demasiado con las |
doctas sabidurías, ni les
inquietaban las verdades eternas si no se creían en el |
mismo borde de la
eternidad... En cambio, si codiciaban las posesiones ecle- |
siásticas, por lo cual las
relaciones con la Iglesia no pudieron, en razón de esto, |
14 (34) |
ser siempre pacíficas.
Reclamaban a la Iglesia tributos para sostener las campa- |
ñas militares, del mismo
modo que exigían la contribución de todos los demás |
súbditos; pero la Iglesia
se resistía a que unos bienes que debían atender a |
obras de misericordia
espiritual o corporal, se utilizaran para los presupuestos |
de guerra. Ella prefería
la paz a la guerra, los libros a las espadas, las univer- |
sidades y los monasterios
a los cuarteles y a los palacios. |
El mantenimiento del
poder, transmitido incluso como herencia familiar, |
y la satisfacción de la
gloria y la fama eran las preocupaciones de los reyes. |
Si la sabiduría y la
virtud eran invitadas al final, se hacía, en todo caso, para |
prestigiar lo consumado
que si, por añadidura, se acompañaba con algún honor |
sagrado, tanto mejor
completaba el adorno y la justificación ante el pueblo de |
buena fe que, a la postre,
era el único que sufría y pagaba las guerras y las |
absurdas emulaciones de
príncipes rivales codiciosos. |
La Iglesia defendía su
independencia, con más éxito o con menos; y con |
más o menos acierto. A la
hora de emitir cualquier juicio sobre sus actitudes, |
no puede hacerse sin
contemplar el conjunto de su relación con el mundo |
donde se hallaba situada y
se verá, como constante, la porfía por mantener una |
independencia con medios
pacíficos para anunciar libremente el Evangelio, no |
siempre perseguido, pero
muchas veces temido por los situados en el poder. |
Si la verdad que ella ha
de decir no incidiera en este mundo real en que vivi- |
mos, no molestaría jamás.
Y si incidiera, pero no rozara en absoluto la justicia |
y las realidades
económicas, tampoco le pasaría nada. |
El primer anticlericalismo |
No hace mucho que Pablo
VI, en uno de sus discursos, y a propósito de la |
moda del anticlericalismo,
ya observaba que no surgió, el primero, de las cla- |
ses populares. Estas se
hacen hostiles o críticas de la Iglesia, cuando, abusando |
de su ignorancia, los más
poderosos y astutos las incitan demagógicamente para |
engañarlas y, así,
distraerlas de otros problemas que los situados no podían |
resolver con su poder y su
fuerza, ni con su astucia y saber. Así, por ejemplo, |
aunque la "Semana
Trágica" de Barcelona, en 1909, se achacara a Francisco |
Ferrer y Guardia y se
pretendiera hacer justicia mediante su precipitada con- |
dena a muerte y ejecución
consiguiente, lo más interesante —nunca aclarado— |
sería saber quién o
quiénes, con qué dinero y de dónde, mandaron a Alejandro |
Lerroux a aquella ciudad
—que, como otras, tenía sus problemas, pero no |
principalmente religiosos—
para que incitara a la violencia y al incendio san- |
guinario, soliviantando a
las masas, que de este modo desviaban, pero no re- |
solvían ningún problema.
¿Qué tenían que ver los conventos incendiados con |
todo aquel haz de
problemas político-sociales? O, en 1834, ¿qué tenían que ver |
los cien frailes
asesinados en Madrid, con la epidemia del cólera, y cómo expli- |
car la pasividad de las
autoridades para no atajar los asesinatos? |
Si España era pobre, si la
sanidad era mala, si el pan era caro, si los men- |
digos muchos, resultaba,
segura y principalmente, de que no había podido, o no |
15 (35) |
CONFERENCIAS |
CUARESMALES |
EN EL ORATORIO |
SENORAS: Días 12, 13 y 14
de marzo |
(de miércoles a viernes).
A |
las 5,30 de la tarde. |
JUVENTUD: Días 31 de
marzo, 1 y 2 de |
abril (de lunes a miérco- |
les), a las 8,30 de la
tarde. |
HOMBRES: Días 12, 13 y 14
de marzo |
(de miércoles a viernes),
a |
las 8,30 de la tarde. |
En cada una de las series
de conferencias, pre- |
cederá la celebración de
la santa Misa: para las |
señoras, a las 5 de la
tarde; para la juventud y |
para los hombres, a las 8
de la tarde, |
en la capilla del
Oratorio. |
16 (36) |
había sabido, o no le
habían dejado, o no había querido administrar mejor un |
imperio que se le caía de
las manos entre algaradas zarzueleras y codicias exa- |
geradas de los
encumbrados; pero la culpa no era de la Iglesia. Ésta, no dudará |
en prestar su inteligencia
y rectitud —Balmes, o la bondad excesivamente |
crédula de un hombre
piadoso San Antonio M. Claret— para tratar de salvar |
a España de sus males;
pero no lee harán caso. |
La desamortización de 1837 |
En realidad fue un bien
para la Iglesia, una purificación; aunque sus auto- |
res no pretendieran esto
precisamente. Lo lamentable fue que los bienes del |
expolio no fueran
empleados en remediar ningún mal. O lo que es lo mismo: |
que fueran a parar a las
arcas de los codiciosos de siempre, que nada tocara a |
los pobres, que la
pregonada "reforma agraria" ni se hiciera entonces ni nunca |
jamás. |
No habría inconveniente en
traspasar al Estado el cuidado de aquellas obras |
que la Iglesia atendía, en
orden a la cultura y a la asistencia y que, en tal su- |
puesto, pudieran ayudar
aquellos bienes —¡y no sólo aquéllos! — a misión tan |
noble. Pero sabemos que no
fue ese su destino, que las pretendidas reformas |
sociales partiendo de la
base económica que ofrecieran aquellos bienes inmo- |
vilizados, no llegó nunca;
que no revirtió en los pobres, cuyos nuevos amos |
—cuando se trató de
tierras de cultivo— fueron más exigentes y menos gene- |
rosos que los anteriores;
que fue un engaño para el pueblo y un beneficio sólo |
para los ya establecidos
en el poder, para mejorar títulos nobiliarios o constituir |
la base fácil de otros
nuevos. No importa que luego, para "hacer la paz" con la |
Iglesia, y para no hacerse
de mal-ver del todo por los gobernados, se accediera |
a una mínima compensación
que representaba, simbólicamente, la restitución de |
lo usurpado. Restitución
que se llamó, en los presupuestos estatales, "dotación |
para el clero" o, más
vulgarmente, "paga" de los curas, porque sólo la percibían |
los que tenían, en la
Iglesia, "cura de almas". |
La Iglesia, cuando se
resistía al expolio, no lo hacía con menos derecho, |
aunque sí con menos
fuerza, que la que hubiera opuesto cualquier otra entidad. |
La Iglesia no tiene
cárceles, ni policía, ni ejército para hacer valer sus derechos |
con la exigencia de la
coerción física. Tiene solamente su razón. En aquella |
ocasión le faltaban las
garantías de que sus bienes se iban a destinar a los fines, |
aunque no religiosos, de
mejoramiento social que se decía. La experiencia no |
se hizo esperar para
confirmar los motivos de esta sospecha. Luego, en todas |
partes, se ha podido
demostrar que nadie ha hecho mejor ni más económica- |
mente, en cultura y en
beneficencia, lo que ella ha sido capaz de hacer. |
Para qué necesita dinero
la Iglesia |
En esencia, la misión de
la Iglesia, podría bastar en la celebración del culto |
a Dios y la predicación en
libertad del Evangelio. Necesita pues, en esencia, |
17 (37) |
lo que de soporte material
y económico sea preciso para esto: necesita poder |
formar a sus ministros,
necesita poder hacer llegar su doctrina a los hombres, |
necesita poder celebrar el
culto para sus fieles. |
Tiene derecho, además, a
los derechos que no se pueden negar a nadie: a |
hacer el bien, toda clase
de bien a los hombres. Y derecho a todas las activida- |
des que, en justicia, no
se pueden negar a las personas físicas o jurídicas. Los |
derechos que a ella se le
reconozcan dependerá del concepto más o menos |
exacto que se tenga de la
justicia. Tiene derecho a la propiedad, a la libertad, |
al respeto, a la
comunicación. Puede dar y aceptar, decidir, vender, comprar |
cosas materiales en
relación con sus fines esenciales y con sus actividades |
secundarias, pero siempre
benéficas y de las que tomó la iniciativa y el cargo, |
generosamente, cuando la
sociedad más atrasada, era lanzada a las guerras y |
los poderes no se
preocupaban de la asistencia misericordiosa de los cuerpos |
y de la instrucción de los
espíritus. |
Hoy, más evolucionada la
sociedad, los poderes públicos asumen el deber |
de la asistencia y la
seguridad social, de la cultura, de multitud de servicios |
indispensables a la
convivencia, y la Iglesia se alegra de que sea así. Pero ella, |
aun en el supuesto del
secularismo más exigente, tiene, como otro ente, perfec- |
to derecho a elegir y
regular sus actividades, esenciales o secundarias, y a ser |
respetada. Nadie puede
monopolizar el derecho a hacer el bien. |
Si todavía es blanco de
críticas, éstas proceden de espíritus malévolos y |
desagradecidos de todo y
tanto bien como ella ha hecho a través de los siglos, |
cuando otros más poderosos
económicamente, y más obligados, malversaron |
riquezas que poco o nada
beneficiaron a la humanidad. Y todavía hoy en día, |
ella acompaña su
evangelización, en todas partes, con esa multitud de obras |
buenas y generosas cuyo
valor, económicamente estimable, no se debe criticar, |
sino reconocer y alabar,
como un ejemplo que perdura, impenitente en hacer |
el bien, a pesar de las
pasadas expoliaciones, de las pasadas y presentes envi- |
dias y de las ligerezas de
siempre, de los que la juzgan sin conocerla, o le |
exigen sin exigirse. |
La edad de las naciones ha
pasado: ahora se tra- |
ta, si no queremos
perecer, de sacudir los viejos |
prejuicios y de construir
la tierra. |
Teilhard de Chardin |
18 (38) |
Hacia adelante |
CONSTANTEMENTE el pasado
del hombre le empuja hacia atrás. |
Pero Dios, sin cesar, lo
impulsa hacia adelante, hacia el porvenir |
que le abre. |
Cuando el hombre imagina a
Dios, se lo representa como dotado |
de un cuerpo
inconmensurable: tanto, que no cabe imaginar un |
porvenir que pueda ser
otra cosa que la pura y simple prolongación |
de este pasado inmenso. |
Pero el Dios bíblico, el
que aparece y se muestra en la Sagrada |
Escritura, vemos que no
cesa de recordarle la urgencia de disponer- |
se a construir lo nuevo,
totalmente nuevo, y que quiere hacer enten- |
der que su eternidad ha de
ser para sus creaturas, una desbordante |
sorpresa, manifestada y
crecida poco a poco, hacia horizontes adon- |
de las conduce. |
El hombre, en cambio, al
pensar en la felicidad y en el paraíso, |
siente que su corazón se
funde de nostalgia, y se vuelca hacia paraí- |
sos perdidos. Pero el Dios
bíblico intenta, todavía, llevarlo adelante, |
hacia la Jerusalén
celestial, ciudad universal cimentada en el amor |
de Cristo, que se
construye día a día con las piedras vivas que so- |
mos nosotros. |
El hombre se da cuenta de
su miseria, tiene conciencia de su |
pecado y se siente
aprisionado por la fatalidad de sus propios actos: |
cae una y otra vez sobre
sus propios errores, vuelve rencorosamente |
mal por mal, y desespera
de encontrar una salida a su desgracia. |
El Dios bíblico solicita
su conversión, lo invita a volver su rostro |
hacia la esperanza.
Concediéndole su perdón, quiere que suprima de |
su mente la pesadilla de
la culpabilidad y le propone ser su amigo. |
Desde esta amistad podrá
entrar en comunicación con el mundo y |
con los hermanos: así, el
horizonte se ilumina, el porvenir se abre... |
Es lo que decía el
patriarca Atenágoras: «Si nos abrimos al Dios- |
Hombre que todo lo hace
nuevo, desaparece el pasado, él mismo lo |
borra y nos brinda un
tiempo nuevo en el que todo es ya posible»). |
(Del libro de A-M Besnard,
titulado |
"Pour Dieu il n'est
jamais trop tard") |
19 (39) |
CONFERENCIAS |
CUARESMALES |
EN EL ORATORIO |
SENORAS: Días 12, 13 y 14
de marzo |
(de miércoles a viernes),
a |
las 5,30 de la tarde. |
JUVENTUD: Días 31 de
marzo, 1 y 2 de |
abril (de lunes a miérco- |
les), a las 8,30 de la
tarde. |
HOMBRES: Días 12, 13 y 14
de marzo |
(de miércoles a viernes),
a |
las 8,30 de la tarde. |
LAUS |
Director: Ramón Mas
Casanelles - Edita e imprime: Congregación del Oratorio |
Placeta de S. Felipe Neri,
1 - Apartado 182 - Albacete - D. L. AB 103/62 - 10.2.75 |
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