Publicación
mensual del Oratorio. |
Núm. 130. MARZO. Año 1975. |
SUMARIO |
MÁS ALLÁ del dolor, de la
muerte; más allá de las |
mentiras y de los pecados
de los hombres, está la |
verdad y la vida nueva que
Cristo estrena y ofrece |
a los hombres, asociados a
su misterio. Desde el tiempo, |
pero más allá del tiempo;
desde lo humano, pero más allá |
del hombre; en el mundo,
pero más allá de la creación. |
El misterio cristiano no
es una oscuridad, sino un amane- |
cer. Tal vez nos falte
comprender por qué y cómo el Bau- |
tismo es un nacimiento. |
MEJOR QUE ANTAÑO |
EL GOZO PASCUAL |
LA FE DIFÍCIL |
EN LA VERDAD, EN LA
BELLEZA |
DERECHOS HUMANOS Y
LIBERTAD RELIGIOSA |
LA VIDA SIGUE Y EL MUNDO
SE TRANSFORMA |
CATOLICISMO "DE
CONSUMO" |
"EL SACERDOTE Y LA
POLÍTICA" |
LA FE EN EL DIABLO |
1 (41) |
MEJOR |
QUE |
ANTAÑO |
HAY QUIEN siente
reluctancia |
a las estadísticas, a los
sondeos |
de opinión, a los estudios
so- |
ciológicos... No son más
que técnicas |
auxiliares de la capacidad
humana, |
prolongación, en cierto
modo, de su |
alcance natural, recurso
inteligente al |
servicio de su talento
observador, de |
su laboriosidad analítica,
previos a |
juicios y decisiones.
Sabemos que los |
juicios del hombre son
aproximados, |
que valen más por su
honestidad que |
por su matemático acierto,
sabemos |
que sus decisiones,
necesitan de conti- |
nuos afinamientos,
precisamente para |
no abdicar de su
perfeccionamiento |
inagotable. Por eso,
cuando se nos |
habla de cifras en función
de la fe o de |
otros valores
espirituales, no podemos |
darles valores absolutos
ni exactos, |
sino tomarlos como
aproximación de |
la realidad que se
describe. |
En nuestra época no faltan
los que, a |
propósito del
cristianismo, creen asis- |
tir a un descenso de su
vigor, a una |
disminución de sus fieles,
a vacilacio- |
nes que lo inhiben de la
realidad que |
lo reclama... |
Si tomamos, por ejemplo,
la propor- |
ción entre sacerdotes y
fieles, en los |
dos últimos siglos, en
España, cierto |
que asistimos a un
descenso relativo |
de reducción a la décima
parte: hace |
doscientos años que había,
en España, |
un sacerdote por cada
ciento cuarenta |
habitantes, mientras que
en la actuali- |
dad a un sacerdote le
corresponde una |
cantidad casi diez veces
superior de |
fieles. Pero ¿puede ello
tomarse como |
un descenso de la fe del
pueblo cris- |
tiano español? ¿Hace dos
siglos, la |
fe de los españoles, tenía
la vitalidad |
de hoy en día? ¿Cuál era
la calidad |
de aquella fe? ¿Qué
proyección en |
la cultura, el compromiso
social, la |
promoción de la justicia,
la defensa |
de la libertad, el respeto
de la dig- |
nidad humana, que
superara, con to- |
das sus deficiencias, la
situación |
actual? |
No se trata de desdeñar lo
positivo |
de épocas pasadas, puesto
que también |
aquellos valores han
influido en la re- |
vitalización y
concienciamiento actual. |
Lento renacimiento tenemos
hoy, pero |
renacimiento al fin. Se
puede objetar |
que la Iglesia es
criticada, incompren- |
dida, que la misma
autoridad del Papa |
es mirada recelosamente o
discutida. |
Pero no se debe olvidar,
por ejemplo, |
que en el siglo pasado, se
tachaba de |
marxista y socialista a
León XIII por |
haber publicado una
encíclica social, |
óptima en su tiempo, pero
de plan- |
teamientos débiles si los
comparamos |
con las exigencias de Juan
XXIII y de |
Pablo VI. |
Lo que ocurre es que
imaginamos |
que el cristianismo es
algo que se al- |
canza y tiene como un dato
que ya no |
varía. Lo que ocurre es
que, entonces |
como ahora, teníamos y
tenemos un |
catolicismo de adscripción
sociológica, |
heredado, supuesto, sin
bastante base |
reflexiva para un
compromiso vital. Y |
pasa que hoy, al urgir más
vivamente |
este aspecto, se nos cae
toda la teatra- |
lidad de apariencias que
sirven cada |
vez menos. Si algo se
pierde hoy, no |
se pierde nada, porque se
pierde lo que |
no vale. Por lo tanto,
progresamos. |
2 (42) |
El gozo pascual |
EL GOZO de nacer, el gozo
de renacer. Porque el gozo es la vida. |
Frente a nuestras
limitaciones, a nuestros errores, a nuestros males, los |
hombres reaccionamos con
el apresuramiento de remedios provisionales, |
pero no de curaciones, ni
de soluciones totales. No buscamos sentido, solu- |
ción o remedio de la vida,
sino simplemente remedios y correcciones de |
Aspectos parciales,
accidentales, de la vida. Nos cuesta centrar en lo sus- |
tantivo la razón, el
sentido, la fuerza del todo de la vida: la misma eternidad |
la dimensionamos y la
concebimos como un añadido, como una sucesión |
de la vida temporal. |
Por esto nuestros gozos
—también nuestras tristezas, es verdad— son |
igualmente parciales,
efímeros, accidentales. Para que vuestro gozo sea |
colmados, dijo el Señor;
pero nosotros no lo entendemos, a no ser a través |
de la imaginación de una
suma o colección reunido de pequeñas alegrías. |
Y Cristo no dijo
"gozosos", "alegrías": sino "gozo completo",
"alegría total". |
Lo dividimos todo y nos
dividimos a nosotros mismos. También Dios |
paso a ocupar una parte,
una sección de 1090tros mismos; no dejamos que |
nos invada, que actúe
desde el todo de nuestra personalidad. |
Por esta razón,
posiblemente, no acabamos de comprender el por qué |
de la grandeza del gozo
pascual, que tiene dos nombres, pero un solo |
sentido: la vida en
Cristo. Vida que se adquiere en el Bautismo, vida que se |
recupera o restaura en la
Penitencia reconciliadora. |
La Pascua, quo está en la
cúspide, es el centro de todo el culto de la |
Iglesia, que contiene la
plenitud de todo su mensaje cristiano, era la cele- |
3 (43) |
bración de la Resurrección
del Señor, no solamente en el recuerdo conme- |
morador de su triunfo
sobre la muerte, sino de su eficacia en los hombres. |
La alegría por la victoria
de Cristo se unía al pozo de ver crecer la vida de |
la Iglesia por el
nacimiento de nuevos hijos suyos, en el Bautismo de la |
noche pascual. Pero antes,
en el mismo orden, recibía, el Jueves Santo, la |
consolación de la
reintegración de los pródigos, de los penitentes que vol- |
vían a la casa del Padre.
Recuperados éstos, nacidos los bautizados, tras |
In catequesis que a partir
de la Biblia, seguida de espacios de oración, se |
había llevado a cabo
durante toda la Cuaresma. Porque ésta era el tiempo |
especialmente destinado a
la instrucción y preparación de los que iban a |
ser bautizados en Pascua
Y. Además, el tiempo en que serían reconciliados |
los pecadores públicos.
Quedan todavía, en nuestro actual Miércoles de Ce- |
niza, el rito simplificado
―extendido ahora a todos los fieles― por el cual |
estos pecadores eran
excluidos de la comunidad y destinados a la peniten- |
cia, hasta su readmisión
si daban pruebas de haberse convertido. El Ponti- |
fical Romano conserva
todavía los vestigios y el carácter colectivo de esta |
reconciliación, que tenía
lugar el Jueves Santo, que era como una Pascua |
anticipada. |
No eran estos simples
ritos místico-folklóricos. Una mezcla de legalismo, |
moralismo y rito de
cumplimiento "prêt à porter", con el que hemos trivia- |
lizado las cosas santas,
nos puede dificultar la comprensión de aquellas |
prácticas, que no
desembocan en la curación de remordimientos, sino en |
el gozo de la conversión y
la vida en Cristo: que no corregían un aspecto o |
añadían una carencia a lo
perfectible, sino que contemplaban la totalidad |
del hombre: que
sobrepasaban el individualismo, el privatismo egoísta, |
porque se pertenecía a la
comunidad, y era incompatible la idea de pecado |
sin entenderla como
separación de ella, como traición a ella, como daño |
causado a los hermanos. |
En el siglo IV podemos
contemplar a san Ambrosio que obliga al empe- |
rador Teodosio a hacer
pública penitencia, y el emperador se postra ante |
la asamblea de los
cristianos, como otro pecador, mientras rezan los fieles |
para que le sea perdonado
su pecado. El pecado era que, a raíz de haber |
sido asesinados algunos
funcionarios imperiales en Tesalónica, 61 ordenó |
una brutal represión.
«David ora rey y también fue pecador», decía al obispo |
excusándose Teodosio: pero
Ambrosio le replicó: «Pues si le has imitado |
siendo pecador, imítale
haciéndote penitente». San Ambrosio no temió ser |
acusado de injerencia
indebida en asuntos de orden público; el emperador |
pudo percatarse que la
conversión al Cristianismo le obligaba a algo más |
que a ostentar el nombre
de cristiano, y la Iglesia se gozó de recuperar a |
un pecador que se
reconciliaba con ella. |
Ello nos puede dar una
idea de la seriedad con que se valoraba tanto |
el Bautismo como la
necesidad de una conversión si éste era conculcado, |
fuese quien fuese. Ese
respeto, esa seriedad, desembocaban en el gozo |
pascual: algo más, mucho
más, que el sosiego y consolación privada y |
provisional a lo que
reducimos, tantas veces, la "paz del alma". |
4 (44) |
La fe difícil |
RETRASAR una adhesión
puede |
ser egoísmo, debilidad,
pereza, |
miedo; pero precipitarla
puede |
ser irreflexión y
ligereza. Cierto que |
los hombres somos capaces
de lo uno y |
de lo otro; pero conviene
que sepamos |
distinguir entre sí ambos
extremos, y |
más particularmente cuando
sea para |
referirnos a los problemas
de la fe. |
No se trata de hacer la
apología de |
las reticencias, pero no
es menos cierto |
que, quien fácilmente lo
cree todo, en |
la mayoría de los casos lo
que ocurre |
es que no cree nada. |
Hay espíritus que van
despacio a |
abrazar la integridad de
la fe que se |
les propone, no por
cobardía, sino |
precisamente por la
seriedad con que |
proceden y por el respeto
que Dios les |
merece. Puede ser,
incluso, que yendo |
más allá de la
materialidad del simple |
anuncio que de Dios les
llega, sientan |
la necesidad de tomar
perspectivas |
que dilaten el marco de la
original |
visión que se les descubre
y ahonden |
en la misma primera verdad
que les |
pone en contacto con el
problema de |
Dios. La fe no resulta de
un silogismo, |
no entra a empujones en el
alma, aun- |
que sí debe apoyarse en
una profunda |
y sobrenatural convicción,
que ni se |
improvisa cuando se inicia
ni en sus |
sucesivos desarrollos. |
A Newman, después de
haberse |
convertido, le achacaban
algunos ca- |
tólicos el que "no
hiciera más conver- |
siones" entre sus
amigos de la Univer- |
sidad, y no se daban
cuenta que se |
comportaba de acuerdo con
el doble |
respeto que Dios le
merecía y que le |
merecía la conciencia y la
libertad de |
sus amigos. La Iglesia no
aumenta ni |
se hace más santa porque
tenga más |
partidarios, sino porque
tenga más |
fieles que llegan a la fe
y secundan la |
gracia con y desde la
libertad que Dios |
ha sido el primero en
darles y, por |
igual razón, respetarles.
Apostolado |
no es proselitismo. |
Cristo mandó que su
Evangelio fuese |
anunciado a todos los
hombres; en |
Cristo, decía san Pablo,
se ha de con- |
jugar y ha de converger
todo, porque |
Dios quiere que todos los
hombres |
lleguen a él; la Iglesia
ha estereotipado, |
desde los escolásticos, la
frase de que |
los sacramentos han de
alcanzar y |
son para los hombres —
«sacramenta |
propter homines». Pero no
debemos |
de olvidar que, cada vez
que se dice |
"hombre" se
connota un ser racional |
y libre, al que
destruiríamos con el |
intento de reducirlo o no
dejarle que |
reaccione y nos responda
de acuerdo |
con sus características
esenciales. Sólo |
las propagandas despiertan
reacciones |
interesadamente dirigidas
a obtener |
la respuesta de la
sugestión, sin dar |
tiempo a la reacción
reflexiva y verda- |
deramente humana. Pero
evangelizar |
no es hacer propaganda. |
5 (45) |
En nuestros días se habla
mucho |
—¿demasiado?— de
"crisis de fe". Se |
tiene la impresión, en
ocasiones, que |
la expresión se utiliza
para englobar |
cualquier otra clase de
problema o |
para justificar,
entrándola en la co- |
rriente de la moda, Dios
sabe qué |
estupidez o ignorancia.
Pero no puede |
negarse que las
transformaciones pro- |
fundas de la vida que nos
toca pro- |
tagonizar, imponen
replanteamientos |
igualmente profundos y
decisivos. Esta |
exigencia, no exenta de
riesgos y de |
dramatismo, es sin embargo
saludable |
en lo que tiene de
purificadora, en la |
autenticidad que reclama
ante la asun- |
ción de Dios. |
Algunas veces, los
problemas de las |
conciencias que buscan y
no están |
lejos del Reino de
Dios", no se refieren |
al núcleo mismo de la fe,
sino a deri- |
vaciones de su
interpretación sobre |
las más inmediatas
responsabilidades |
que no podemos dejar de
asumir ni |
de relacionar con Dios:
sacramentos, |
oración, deberes
profesionales y cívi- |
cos, amor, educación,
política, justicia |
social, veracidad... Otro
problema, no |
indiferente, e igualmente
compatible |
con la integridad de la
fe, está en la |
inserción teórica y
teológicamente |
descrita del cristiano en
la Iglesia, |
pero en la práctica tan
diluida en la |
vaguedad comunitaria,
anónima, des- |
personalizada, de una
adscripción |
sociológica no fácilmente
superable, |
para la mayoría de los
cristianos. Todo |
lo cual no hace fácil la
fe, si se toma |
seriamente. |
No abogamos por un
quietismo fa- |
talista o resignado, que
niegue el |
apostolado, ni por una
dejación des- |
cuidada en los que acusen
los aldabo- |
nazos de la fe. Se trata
de purificar la |
actividad, se trata de
hacer como |
hace Dios, sin abdicar de
todo lo que |
somos y podemos, sin
deformaciones |
ni olvidos, humilde,
respetuosamente. |
Porque Dios es grande, y
nunca acaba |
de conocerse
completamente. |
Podemos ayudar a conocer a
Dios |
—somos imagen suya—, pero
no pode- |
mos imponer ni su
aceptación, ni todas |
las consecuencias de su
aceptación. |
Podemos completar su
actividad, pero |
no podemos suplir la
personal de |
quien ha de aceptarle.
Podemos com- |
prender, sin embargo,
―y debemos |
respetar― a los que
sinceramente le |
buscan, en la medida en
que también |
nosotros le busquemos. Y
le buscare- |
mos con tanta mayor
sinceridad, como |
nos respetemos
―también― a nosotros |
mismos. |
CONFERENCIAS |
SEÑORAS 12 AL 14 DE MARZO |
JUVENTUD 31 DE MARZO AL 2
DE ABRIL |
HOMBRES 12 AL 14 DE MARZO |
6 (46) |
Liturgia: |
En la verdad, |
en la belleza |
NOS QUEJAMOS con
frecuencia del devocionismo que todavía padecemos, |
en amplias zonas, y que
sacrifica el valor de la liturgia en aras de conce- |
siones anquilosantes, que
se camuflan como tradición venerable cuando, |
en realidad, no pasan de
posticerías para entretener, aunque se llamen actos de |
piedad. Pero
afortunadamente estamos en una situación que parecía envidiable |
a los que deseaban un
reencauzamiento del culto y de la verdadera piedad hace |
apenas un siglo o siglo y
medio. |
El Renacimiento había
asustado a los cristianos: menos a esos santos que |
emprendieron una
renovación cuyo impulso todavía nos alcanza, a través de las |
obras que
institucionalizaron. La Revolución Francesa fue apenas comprendida, |
y a ella se unió
rápidamente el fenómeno napoleónico que removió toda Europa |
y, enseguida, la
revolución industrial que cambiaba profundamente los empla- |
zamientos y las relaciones
de los hombres. Al fatalismo milenarista medieval |
le sucedía, ahora, el
pesimismo o el fanatismo milagrista que se endurecía en |
intransigencias
monolíticas mientras se esperaba una extraordinaria interven- |
ción de Dios que
restaurara el orden que se creía roto. Es la hora del romanti- |
cismo, de los que miran
hacia atrás ―historicistas― o se repliegan hacia adentro |
―sentimentales―.
Pero también es la hora de los que superan cualquier evasión |
y sacan de la Historia, de
la conciencia y de la mirada puesta en el mundo que |
les circunda, un aliento
de verdad, de belleza, de intuición que se proyecta al |
futuro y que señala
caminos de renovación. |
Es en este momento que
aparece el gran impulso del renacimiento litúrgico |
de la Iglesia, y su hombre
es el benedictino Próspero Pascual Guéranger. Su |
figura pertenece a una
colección de hombres de mente clara, de corazón valiente |
y enamorados de la
Iglesia, que señalan el principio de la renovación contem- |
poránea del Cristianismo
en Occidente. |
Comienza la renovación
litúrgica en Francia, con Dom Guéranger, y sus |
"Instituciones
Litúrgicas" y el más divulgado "Año Litúrgico". De Francia
pasa |
u Europa y, en España, a
principios de este siglo, entra y se mantiene en Mont- |
serrat. No más ni menos
lento aquí que en otras partes. Persiste la cerrazón de |
un tradicionalismo mal
entendido, que se opone o resiste, por lo menos, al "mo- |
vimiento litúrgico",
el cual, a pesar de todo, trabajosamente es verdad, avanza |
por toda Europa y logra,
casi ya en nuestros días, algunas reformas, hasta que |
7 (47) |
se celebra el II Concilio
Vaticano, cuyo primer documento será dedicado, preci- |
samente, a la renovación
de la Sagrada Liturgia. |
La renovación litúrgica
que, en un principio se apoyaba en la revisión his- |
tórica y la restauración
del canto gregoriano, llega a nuestros momentos en log |
que se plantea la
invención de formas nuevas, más adecuadas al hombre y a las |
circunstancias actuales. |
Llegaremos a ver algunas
de estas reformas. Pero lo importante será que |
sepamos recoger el
espíritu de los pioneros que las hicieron posibles, tanto |
tiempo atrás. Que amemos a
la Iglesia, que venzamos las turbaciones del vaivén |
que conmueve nuestra
época, que seamos sabios, que ―como ellos― sintamos un |
gran respeto a la
originalidad cristiana y una gran valentía frente a la novedad |
entusiasmadora de cada
instante, para que, con unción, con sentido y cultivo de |
la belleza, recojamos,
inventemos y ofrezcamos signos de conjunción que nos |
reúnan y hermanen en el
culto que hay que dar a Dios. Esos pioneros no fueron |
ni arqueologistas
románticos, ni gentes que jugaban a estrenar novedades, o |
"'a ponerse
reformas" porque creyeran que se les había hecho viejo el último |
juguete estrenado. Lo que
ellos nos dieron no se hizo viejo, sino que se fue |
desarrollando, a pesar de
las oposiciones y las incomprensiones de los timoratos, |
de los cerriles o de los
ignorantes, hasta provocar el actual clima de apertura, |
indudablemente prometedor
ante el futuro. |
En este año se cumple el
primer centenario de la muerte de este gran hom- |
bre que fue Dom Guéranger,
abad de Solesmes. No podemos olvidarnos, más |
cerca de nosotros mismos,
de los primeros que aquí recibieron e impulsaron |
aquella renovación:
Marcet, Gomá, Cirera, Carreres, Clascar, Gubianas, Sunyol... |
Y, precisamente fallecido
en estos días, no podemos olvidarnos del benemérito |
escolapio padre Miguel
Altisent, ese gran apóstol del canto gregoriano, sabio, |
trabajador, optimista,
generoso, de labor fecunda no solamente en la dirección |
y magisterio en el
Pontificio Instituto de Música Sagrada de Milán, en tiempos |
del cardenal Schuster,
sino también del Conservatorio Municipal de Música y |
del Seminario Conciliar de
Barcelona. |
Ellos supieron edificar el
culto a Dios en la verdad, la unción, el gozo, la |
belleza, y darle la
elocuencia sobrenatural del signo que, sin beaterías ni falsi- |
ficaciones, reúne junto a
la mesa del Señor, como retoños de olivo, a los hijos |
de la Iglesia. |
Donde la Iglesia obtuviera
una zona de "libertad" |
para ella sola, no
pasaría, a lo sumo, de conseguir |
"otra' esclavitud que
le impediría ser universal. |
8 (48) |
DERECHOS |
Y LIBERTAD |
CUANDO la Iglesia defiende
los |
derechos fundamentales
huma- |
nos frente a instancias
interna- |
cionales o nacionales,
frente a grupos o |
individuos, trátese de
derechos socia- |
les, políticos, culturales
o cualesquiera |
otros, está defendiendo la
libertad |
religiosa, y no puede
defender a ésta |
sin defender a aquellos
porque nacen |
de la misma raíz
teológica. El que |
arranque un derecho,
extirpa el mano- |
jo entero. |
Cuando la Iglesia defiende
la liber- |
tad religiosa de los
católicos está de- |
fendiendo la de todos los
hombres, y |
no puede defender la de
aquéllos sin |
la de éstos: si algo ha
quedado, además, |
claro en el Concilio es
que la Iglesia |
renuncia a situaciones de
privilegio |
que sean exclusivamente
tales: se con- |
tenta con ejercer los
derechos huma- |
nos también en el campo de
la libertad |
religiosa. (Y, cuidado con
batir palmas |
antes de tiempo, no exige
poco.) |
Podrá llamar la atención
que en un |
país donde la situación
histórica de |
la Iglesia ha parecido (y
en muchos |
aspectos ha sido)
privilegiada, afirme- |
mos que es preciso
aplicarle en ade- |
lante todos los corolarios
prácticos del |
principio de libertad
religiosa. |
En efecto, habrá que
vencer muchas |
rutinas en la mentalidad
de los ciuda- |
danos, muchas resistencias
en la de |
algunos políticos, muchos
malentendi- |
dos sistemáticamente
cultivados contra |
el Concilio. |
La Iglesia quiere libertad
para orga- |
nizarse internamente.
Comienza por |
querer decidir sin
intromisión exterior |
alguna el nombramiento de
los suceso- |
res de los apóstoles (es
problema inter- |
no de la Iglesia si estos
obispos van a |
ser auxiliares,
coadjutores, arzobispos |
o cardenales, cuántos y
con qué tareas). |
Es la Iglesia la única a
quien toca |
decidir si va a organizar
conferencias |
episcopales, nacionales, o
internacio- |
nales (para la Iglesia, lo
internacional |
es sólo regional) y qué
atribuciones |
van a tener. La
resistencia a reconocer |
la personalidad de la
Conferencia |
Episcopal o de comisiones
episcopales |
especializadas es poco
realista: la Igle- |
sia se presenta ante el
Estado tal como |
ella quiere ser y es. De
la misma |
manera, si el Concilio
ordena estable- |
cer consejos presbiterales
y pastorales, |
las diócesis los
establecerán, y las |
relaciones del Estado con
las diócesis |
tendrán en cuenta la
estructura que las |
diócesis se habrán dado a
sí mismas. |
Hasta con diáconos
permanentes si los |
obispos se han decidido a
ordenarlos. |
Las circunstancias
territoriales de |
la Iglesia son cosa suya
tanto si se trata |
de archidiócesis,
diócesis, arciprestaz- |
gos o parroquias, como de
los nombra- |
mientos de sus curas de
almas. Por |
ejemplo, dentro de las
fronteras de un |
Estado no pueden ser
criterios políti- |
cos los que determinen la
distribución |
de archidiócesis, sino
precisamente |
pastorales, que eviten que
nadie con- |
sidere a la Iglesia como
instrumento |
para la realización de
otros objetivos |
que los del espíritu, por
legítimos que |
en sí sean. |
Jesús Iribarren, |
en el diario
"YA", 22-1-75. |
9 (49) |
La vida sigue |
Y el mundo |
Se transforma |
|
CRISTO va llegando a su |
plenitud, por nuestra |
colaboración, suscitada
por el |
mismo, a partir de todas
las |
creaturas. Nos lo enseña
san |
Pablo. Hay quien se
imagina |
que la creación ha sido |
terminada hace mucho
tiempo, |
lo cual es erróneo, ya que
la |
prosigue en las zonas más |
bellas y profundas del
mundo. |
Hasta hoy la creación
entera |
está gimiendo toda ella
con |
dolores de alumbramiento |
(Rom 8,22). Y nosotros |
colaboramos a continuar la |
creación, aunque sea con
el |
trabajo más humilde de |
nuestras manos. Este es,
en |
definitiva, el sentido y
el premio |
de nuestros actos. Por
medio de |
cada una de nuestras
obras, |
trabajamos, atómicamente,
pero |
realmente, en la
construcción |
del Pléroma o, por mejor
decir, |
contribuimos a completar
la |
perfección de Cristo. |
TEILHARD DE CHARDIN |
en milieu divin. |
POR LOS DATOS que tenemos
los |
hombres actuales, nos es
imposible |
reconocer una
transformación en |
las ideas y un cambio en
la visión del |
mundo y sus relaciones con
los demás |
hombre que haya sido más
profundo y |
extenso que el que
Jesucristo nos traja |
con su mensaje, con el
ejemplo de su |
vida, con la perpetuación
de su influjo a |
través de la Iglesia, que
quiso formada |
de hombres, a los que
prometió no aban- |
donar, pero aseguró,
igualmente, que |
irían creciendo en el
conocimiento de |
la verdad que, recibida
del Padre, les |
transmitió a ellos, hasta
que se acabara |
la construcción del Reino
que el iniciaba |
y cimentaba en su
sacrificio, en la entrega |
de todo su amor a la
Humanidad. |
10 (50) |
La vida sigue. Él lo
confirma con su |
resurrección, a la que
asocia, por la fe y |
la gracia, a todos los que
creen en él. |
Desde Pascua, la vida es
diferente por |
el mundo. Los que
solamente buscan se- |
guridades, vacilan, dudan
y posiblemente |
acaben por abandonar a
Cristo. Los que |
buscan una verdad
creciente, los que |
encuentran en él al Hombre
divino, al |
Dios humano, ya no |
Le abandonan jamás; |
él es el nudo entre |
contingencia y trans- |
cendencia y desde él, |
es posible el camino |
de una progresiva a |
inocente liberación. |
Terrena para un solo |
hombre y para todos |
los hombres. |
Cristo no pide la |
parte de nada de |
lo nuestro: nos deja |
libres y por eso lo |
pide todo. No es el |
consuelo, o la razón, |
o el remedio, o la |
recompensa de nada: |
es el principio y el |
fin de todo: es la |
Vida. No cabe abrir |
paréntesis al tiempo, a
las fuerzas, al |
amor: Cristo suma y resume
todo, Cristo |
abraza al hombre entero:
no le da nada |
el que sólo le dé pedazos,
recortes o |
sobras de su ser, de su
trabajo, de su |
Ilusión, de su esperanza,
de la razón de |
todo su existir. |
Cristo no completa la
Humanidad, sino |
que in salva, la libera,
la redime, Cristo |
no añade, sino que
transforma. |
11 (51) |
Cristo ha entrado en la
Historia y |
ha tomado gestos nuestros:
ha andado |
por nuestros caminos, y su
voz se ha |
hecho eco en las manos del
aire, Y |
su mirada luz en los
rostros de los |
hombres, y su gracia ha
limpiado de |
tristezas los corazones
afligidos y ha |
liberado de angustias a
los pecadores. |
¡Ya es posible ser buenos
y recoger |
las fuerzas enardecidas
para seguir |
adelante y hacer un mundo
nuevo, |
como nueva es la vida que
él estrena |
y comparte con nosotros! |
En él, el misterio de esta
transfor- |
mación se llevó a cabo de
una vez para |
siempre; pero en cada
hombre, luego, |
se está haciendo siempre,
indefinida- |
mente, porque no cabe, ni
acaba en |
un momento, mientras la
vida sigue |
para cada mortal y para el
mundo. |
Por esta razón no entiende
a Cristo el |
que confunde la fe con una
adhesión |
estática, supuesta
implícitamente per- |
durable. Hasta en el seno
de la Iglesia |
la vida de fe está sin
cesar sometida a |
sacudimientos que la
estimulan y dis- |
ponen a una mejor
interpretación del |
mundo y de los hombres a
la luz de |
Cristo. |
Siempre está amaneciendo;
siempre |
aparecen luces nuevas en
los caminos |
del mundo y Cristo andando
por ellos, |
al encuentro de los que
creen en él, |
aun mezclando la fe con
confusiones |
y temores, mientras les
dice todos |
los días, como a los
discípulos: «¡No |
tengáis miedo; yo os
precedo; id a |
todos los hombres y
anunciad mi |
Evangelio!...». |
San Pablo añadirá:
«¡Cristo ya no |
muere más!» |
Nos falta, solamente,
comprender, |
inscribir en la suya
nuestras muertes, |
las contradicciones de los
límites hu- |
manos, de los errores y
malicias no |
redimidas todavía, y
surgirán de estos |
dolores
"cristianos" la fuerza libera- |
dora de la Humanidad, la
construcción |
del Reino de Dios. |
VIERNES |
SANTO |
VIA-CRUCIS |
a las 8 de la mañana |
12 (52) |
Catolicismo |
«de consumo» |
A CIERTA actualización o
pervivencia de deformaciones pasadas, se le po- |
dría llamar hoy
"catolicismo de consumo". No puede tener su origen en |
la verdadera y misma
Iglesia, porque se lo impide, afortunadamente, la |
Escritura siempre abierta,
la Palabra de Dios que es viva y cortante, el ejemplo |
de los santos, la historia
de dos milenios, las actitudes y las voces de los profe- |
tas de nuestros días, la
asistencia del Espíritu prometido. Allí donde callaran |
los hombres, hablarían las
piedras. ¿O es sólo dulce y lejana poesía el Evange- |
lio del Señor? |
El consumo |
El consumismo, por lo
menos en Occidente nos sitúa en una sociedad en |
la cual, bienes y
servicios se producen y se consumen, de forma creciente, por |
los miembros que se
integran en el sistema, con igual creciente satisfacción; es |
un modo de igualar al
hombre no transformándole, sino añadiéndole más cosas |
Y más necesidades; es
pretender servirle decírselo, por lo menos, no a base |
de ofrecerle lo que
necesita, sino fomentándole necesidades para que esté pen- |
diente, deseoso, de lo que
interesa —desde los polos de la economía, del poder— |
darle. No se colman
necesidades, sino que se crean, se artificializan, se manejan, |
excitan y dirigen, para
que solicite precisamente lo que se le quiere dar o ven- |
der. El consumismo tiende,
especulativamente, a satisfacer necesidades que |
sólo él crea, por
imposición o sugestión activa; no a desarrollar, respetándolo, |
al hombre como es. El
hombre como persona interesa poco; valen en cambio, |
las cantidades, el número
y la cifra. Cuando lo que se trata es reducible a can- |
tidad, se hace manejable,
utilizable. La cantidad es el alma, lo demás es papel |
fino de fantasía que lo
envuelve, adorna y disimula la rudeza o la dureza, fría, |
intrascendente. |
El consumismo, si por una
parte tiende a una cierta integración de las cla- |
ses sociales, aunque sin
producir la hermandad entre los hombres, por otra |
crea hábitos y moldea
mentalidades igualmente despersonalizadas: incapaces |
de pensar",
imprudentes para elegir, impotentes para bastarse. Sus alegrías no |
serán las de estrenar el
gozo de algo que acaban de crear, sino de llegar a tocar |
o tener lo que se ilumina
en los escaparates. No inventan, sino que compran y |
gastan; 110 aprenden, sino
que se divierten; no se alimentan, sino que mascan |
o paladean; no aman, sino
que se consuelan y detienen en el placer; no se pre- |
paran para la vida, sino
que se equipan para mejor aprovecharse de los demás. |
13 (53) |
Consumo y espíritu |
El consumismo materializa
al hombre; sofoca su desarrollo espiritual y, |
apenas adquiere una
pseudo-adultez, agudiza su egoísmo y canaliza por el cual- |
quier valor espiritual que
se le presente. Con tal que se tenga en cuenta ese |
egoísmo, que se fomente
discretamente, que se responda a su estimulación de |
manera adecuada, sin
ofender vanidades, es posible endosar productos espiri- |
tuales (?) con la
seguridad de su aceptación. Es posible vender cuadros para |
decorar paredes, y metros
de libros para llenar estanterías de bibliotecas sin |
que el adquirente entienda
de pintura o lea libro alguno; es posible encontrar |
quien patrocine una obra
cultural, no por amor a la cultura, sino porque el |
precio de la protección
resulta proporcionado y ventajoso —todo considerado— |
para el prestigio del
protector... |
Y, cuando lo espiritual no
sólo es arte, literatura o cultura en general, sino |
que incluye a Dios,
también es posible etiquetar productos preparados para |
consumir. Pero entonces
nos encontramos que lo espiritual se nos reduce a psi- |
cológico porque
descendemos al terreno del sentimiento y de las sugestiones, |
con el nombre de Dios al
fondo. |
Catolicismo "de
consumo" |
Sería posible, por
ejemplo, despertar miedos, cultivar escrúpulos, o levan- |
tar ilusiones cuya
respuesta posterior estuviera en el contenido de una religión |
que ofrecemos. Como se
ofrece un calmante para una dolencia física, podríamos |
hablar de un
tranquilizador para las conciencias; en vez de proponer un ideal |
verdadero, podríamos
entretener los sentimentalismos... En el caso del Cristia- |
nismo bastaría que
silenciáramos toda la fuerza de su carga positiva, compen- |
sándola o frenándola con
respuestas a invenciones o exageradas necesidades |
espirituales (por no decir
individualistas), a partir de parcialismos y deforma- |
ciones de lo que es
auténtico cristianismo. |
i No faltan los que, en
moral, en liturgia, en disciplina de sacramentos y en |
alguna otra materia,
silencian o tardan en declarar el valor de lo estrictamente |
preceptivo y presentan
como preceptos lo simplemente directivo; los que pre- |
tenden crear
incompatibilidades entre el significado del Evangelio y el orden |
de la Iglesia; los que se
pegan a las letras y sofocan el espíritu... Los que hablan |
hasta la saciedad de lo
que es "conveniente" como si se tratara de lo verdade- |
ramente necesario" y
silencian lo realmente "necesario"... como si no fuera |
conveniente. |
Claro: un catolicismo que
se entendiera así no impondría radicalizaciones |
ni exigencias totales. Y
por eso resulta más cómodo dar la vuelta y hacer ex- |
cursiones consumiendo
accidentalidades que nos eviten el compromiso de lo |
auténtico y válido. Por
ejemplo: nos gustan más los espectáculos litúrgicos que |
decidirnos a hacer y
mantener comunidades eucarísticas; preferimos que nos |
hablen de la confesión
"de devoción" que de la conversión de los pecados y, |
si nos hablan de pecados,
que sea dándonos enseguida la fórmula automática |
14 (54) |
que nos tranquilice, a
nivel íntimo, |
anónimo, descomprometido e
indivi- |
dualista, a que nos
encaren con la |
verdadera significación
del pecado en |
lo social y nos digan y
señalen qué son |
y dónde están estos
pecados. |
Un catolicismo reducido a
artículo |
de consumo psicológico,
como gastro- |
nómico lo sea una receta
de cocina, en |
la indumentaria y la
elegancia, una |
prenda de vestir, o en lo
estético una |
propaganda para adelgazar
sin pasar |
hambre, está a pique de no
tener más |
importancia ni
trascendencia que lo |
que convenga, en su orden,
al paladar, |
a la moda o a la buena
salud. |
El consumismo ha traído
los super- |
mercados, cuyo éxito
parece que está |
en que, además de que
constituye un |
permanente
espectáculo-feria, ofrece |
despersonalizadamente lo
que la apa- |
rentemente libre sugestión
del visitan- |
te al fin elige... y paga. |
No faltan los que imaginan
una Igle- |
sia como un gran y
universal super- |
mercado de gracias, en la
que uno |
entra y permanece
anónimamente y |
utiliza los mecanismos
sacramentales |
para tranquilizarse o
consolarse entre |
paréntesis vitales de
evasión del mun- |
do de la realidad para
subir a fantasías |
momentáneas en las que
parece que |
se está cerca de Dios,
porque se está |
lejos de todo. Un Dios
consumido por |
el sentimiento, o que
justifica tras los |
resquemores del
remordimiento; pero |
del que no se quiere que
nos pida |
nada, más allá del
silencio. |
Hay catolicismo de consumo
allí |
donde funciona la
alternativa miedo— |
consuelo, acomplejadora, y
generadora |
de mansedumbres fingidas,
de sonri- |
sas sin amor, de virtudes
adquiridas |
o construidas como las
colecciones de |
los álbumes. Hay
catolicismo de con- |
¡SEÑOR JESÚS! |
Mi Fuerza y mi Fracaso |
eres Tú. |
Mi Herencia y mi Pobreza. |
Tú mi Justicia, |
Jesús. |
Mi Guerra |
y mi Paz. |
¡Mi libre Libertad! |
Mi Muerte y Vida, |
Tú. |
Palabra de mis gritos, |
Silencio de mi espera, |
Testigo de mis sueños, |
¡Cruz de mi cruz! |
Causa de mi Amargura, |
Perdón de mi egoísmo, |
Crimen de mi proceso, |
Juez de mi pobre llanto, |
Razón de Mi Esperanza, |
¡Tú! |
Mi Tierra Prometida |
eres Tú... |
La Pascua de mi Pascua, |
¡nuestra Gloria |
por siempre |
Señor Jesús! |
Mons. Pedro M.
Casaldáliga, C.M.F. |
15 (55) |
sumo allí donde el medio
justifica el fin o, por lo menos, preocupa más que el |
fin; allí donde la
organización substituiría al Espíritu y el sentido de empresa |
la vida fraternal. Se
aleja, en cambio, esta tentación, allí donde se entiende |
principalmente como
positivo, constructivo, proyectado y compartido, en el |
mundo, en la vida, el
Evangelio del Señor. |
El peligro de un
catolicismo de consumo se aleja en la medida que vaya- |
mos haciendo más presente
y total en nuestros actos, esa Iglesia en la que nos |
incorporamos a Cristo, y,
por supuesto, en la medida en que nos respetemos y |
respetemos al hombre. Si
no partiéramos de esa actitud y esa honradez no po- |
dríamos entender jamás por
qué razón Cristo dijo a Pedro y a sus compañeros: |
«Os haré pescadores de
hombres», y, en cambio, no dijo a Mateo o a los del |
Templo: «Os haré
mercaderes de hombres». |
No podemos suponer lo que
no existe. |
Suponemos tener una fe que
nos falta. |
Suponemos un cristianismo,
en la sociedad, que |
todavía está por
desarrollarse. |
Suponemos unos éxitos que
sólo están en la fan- |
tasía de los hombres que
pretenden protago- |
nizarlos. |
Suponemos demasiadas
cosas, cuando nos refe- |
rimos a Dios; en último
término, suponemos |
que él cuidará de
suplirnos en todo. |
Cuando cunde la tristeza,
o el desaliento por |
parecernos que se
derrumban logros, o que se |
niegan triunfos, en
realidad deberíamos creer |
que sólo se desvelan
verdades: desaparecen |
los sueños. |
Dejemos de soñar, y
construyamos. Desde la |
verdad, buscada, recogida,
vivida, proclamada. |
Lo demás no lleva a Dios. |
16 (56) |
«Cartas cristianas» del
cardenal |
Enrique y Tarancón sobre |
"El sacerdote y la
política" |
«Son muchos los que acusan
a la Iglesia de hacer política |
desde el momento en que
ella deja de hacer su política». |
En el semanario diocesano
"Iglesia de Madrid", tiene |
costumbre de publicar cada
semana una colaboración el |
cardenal y obispo de
aquella archidiócesis, bajo la rubrica |
general de "Cartas
cristianas". El pasado 17 de febrero |
aparecía la primera de una
serie, sobre el mismo tema, |
que reproducimos a
continuación. |
LA OPINIÓN pública está
franca- |
mente desorientada. Se
dice y |
se repite con machacona
insis- |
tencia que la Iglesia
"hace política". |
Que muchos sacerdotes se
olvidan fre- |
cuentemente de su sagrada
misión y |
abordan temas y toman
posturas que |
no les corresponde, porque
son de |
marcado carácter temporal. |
Algunos han llegado a
afirmar que |
el Concilio Vaticano II y
varios Sínodos |
de los obispos,
particularmente los dos |
últimos, han querido dar a
la misión |
de la Iglesia una
proyección más quo |
temporal, especialmente
política, que |
está fuera del encargo que
hizo a la |
Iglesia Jesucristo y que
no se compa- |
gina con el Evangelio. |
Creo que es indispensable
hacer un |
poco de luz sobre esta
cuestión, en |
beneficio de todos. Y aún
juzgo indis- |
pensable anteponer unos
"prenotan- |
dos" que nos ayuden a
centrar el tema. |
1.° Es necesario advertir,
en primer |
lugar, que esta acusación
no es nueva. |
Se va repitiendo desde el
principio a lo |
largo de toda la historia
de la Iglesia. |
Las acusaciones que los
escribas y |
fariseos presentan ante
Pilato contra |
Jesucristo son acusaciones
políticas: |
«Prohíbe pagar el tributo
al César». |
«Solivianta al pueblo».
Por eso le pre- |
sentan el dilema con toda
claridad en |
el plano político: «Si
sueltas a éste, no |
eres amigo del César; todo
el que se |
hace rey se enfrenta al
César». |
2. ° Los que hemos vivido
en España |
en tiempos de la segunda
República, |
somos testigos de que
también enton- |
ces la persecución del
Gobierno contra |
la Iglesia, la quema de
conventos, las |
leyes discriminatorias
contra los cató- |
licos se querían
justificar por razones |
políticas: «La Iglesia es
enemiga del |
17 (57) |
régimen». «Los frailes son
enemigos |
del pueblo, que ha dado a
sí mismo la |
República». |
3. ° Es evidente, además,
que en |
otras épocas relativamente
recientes, |
el clero español estaba
enormemente |
"politizado".
Había curas "carlistas", |
"conservadores",
"liberales". Y nadie |
se extrañaba demasiado de
ello, aun- |
que, en no pocas
ocasiones, Bu postura |
política casi les
enfrentase con sus |
obispos y hasta con el
Papa. |
4.° Tampoco extraña ahora,
en algu- |
nos ambientes ―en
aquellos, precisa- |
mente, en los que más se
protesta por |
la supuesta politización
de eclesiásti- |
cos― que existan
curas plenamente |
identificados con
tendencias o movi- |
mientos políticos de signo
extremista |
conservador. |
Todos estos hechos nos
demuestran |
que el problema no es tan
sencillo ni |
tan claro como quieren
hacernos ver |
los que se rasgan
públicamente las |
vestiduras ante cualquier
afirmación |
de un sacerdote que no les
resulta |
grata o ante cualquier
postura sacerdo- |
tal que choque con su
postura política. |
Y que las acusaciones que
se formulan |
contra la Iglesia en
general o contra |
obispos o sacerdotes en
particular, no |
siempre son desinteresadas
ni obede- |
cen a motivos
exclusivamente religiosos. [1] |
5.° Es un hecho constante,
además, |
que todos los gobiernos de
todos los |
tiempos y de todos los
pueblos han |
querido
"utilizar" la fuerza moral de |
la Iglesia. |
Con rectitud de intención
muchas |
veces ―la Iglesia
puede ayudarles |
para mantener el orden y
la paz |
de la sociedad―, con
intención menos |
recta, otras
―quisieran "servirse" de |
la Iglesia para apoyar sus
propias con- |
vicciones o posturas
políticas―, lo |
cierto es que es esa una
constante en |
la Historia. |
Las mismas persecuciones
contra la |
Iglesia obedecen, la mayor
parte de |
las veces al hecho de que
no puedan |
conseguir ese servicio que
ellos le |
piden. |
La Iglesia, entonces, hace
política, |
según ellos, precisamente
porque se |
niega a hacer
"su" política. |
6° La postura del Concilio
ha pre- |
tendido clarificar ese
aspecto que en |
demasiadas ocasiones
estaba confusa. |
Ha querido concretar la
acción de la |
Iglesia —también en ese
campo— para |
evitar los perjuicios que
el anterior |
estado de cosas había
producido a la |
Iglesia. |
En teoría, ya casi todos
aceptan el |
planteamiento del
Concilio. |
La
"independencia" de las dos so- |
ciedades Iglesia-Estado, y
de las dos |
autoridades dentro de una
correcta y |
leal colaboración en
beneficio del |
hombre a cuyo servicio
están tanto la |
Iglesia como el Estado. |
Pero no parece fácil hacer
entender |
que la colaboración se
puede prestar |
y consintiendo o
disintiendo, alabando |
o criticando, siempre que
la crítica sea |
justa, razonable, correcta
y respetuosa. |
Ni es fácil conseguir que
las ideas |
encaucen y moderen las
apetencias |
particulares, sobre todo
cuando una |
práctica de muchos años y
unas ideas |
aceptadas como permanentes
han he- |
cho cristalizar una
actitud mental muy |
arraigada. |
Es necesario tener en
cuenta esos |
"prenotandos"
para poder hablar |
del tema "El
sacerdote y la política" |
con serenidad y para que
se haga la |
luz en esa confusión en
que nos vemos |
envueltos. |
18 (58) |
La fe en el diablo |
Resulta cómodo echar las
culpas al diablo. Es el recurso pobre del que quiere |
excusarse de los propios
yerros: como si la vida fuese un concurso de tensiones |
que nos sujetan
opuestamente, Dios hacia el bien, y el diablo hacia el mal; como |
una lucha entre dos
poderes, de resultado incierto; como si Dios pudiera "perder". |
Reproducimos unas palabras
del teólogo Peter Knauer, de la Facultad de Teología |
de Frankfurt, sobre el
diablo. |
PIENSO que un católico ni
tiene |
que creer, ni necesita
creer, ni |
puede crear en el diablo.
Senci- |
llamente: porque la fe de
los cristianos |
se refiere sólo a Dios...
En la fe se |
trata de nuestra unión con
Dios y de |
nada más; se trata de
nuestra partici- |
pación en la relación
divina de Jesús, |
y por eso la existencia de
seres crea- |
dos nunca puede ser objeto
de fe. |
Si se me preguntara sobre
la existen- |
cia del demonio, yo
respondería lapida- |
riamente con san Pablo:
«Los ídolos |
no son nada». Y puesto que
se habla |
tanto del diablo, se
podría decir en |
todo caso: con este nombre
se alude a |
toda forma de divinización
del mun- |
do, en contraposición a la
fe como |
unión con Dios: cuando uno
se hace |
un dios a su medida,
cuando uno se |
adhiere absolutamente a
cualquier co- |
sa de este mundo, cuando
uno tiene |
una mentalidad
humana". Es una ma- |
nera simbólica de querer
tener a Dios |
de otra manera, a querer
alcanzarlo de |
forma distinta que en la
fe. |
Con frecuencia se habla
del diablo |
como si fuera una
naturaleza personal |
y no meramente un símbolo.
Pero si |
es que tiene una
personalidad, es en |
todo caso una personalidad
que recibe |
prestada de Dios, en
cuanto que uno |
pervierte en cierto
sentido la relación |
personal que mantenemos
con Dios en |
la fe, orientándola hacia
algo del |
mundo. |
La fe en Jesucristo me
libera de la |
necesidad de creer en un
demonio. Ella |
hace innecesario el
imaginar un mundo |
poblado de toda clase de
espíritu y me |
sitúa en el mundo real. |
Cabe preguntar si hay
espíritus pu- |
ros, ángeles o demonios.
Pero esa cues- |
tión ya no pertenece al
ámbito de la |
fe, si es que bajo la fe
se entiende una |
relación exclusiva con
Dios. |
19 (59) |
TRIDUO PASCUAL |
JUEVES SANTO |
Tarde, a las 8. MISA DE LA
CENA DEL SEÑOR. |
Podrá visitarse el
Santísimo Sacramento sólo |
hasta la medianoche de
este día. |
VIERNES SANTO |
Mañana, a las 8,
VIA-CRUCIS por el parque. |
Tarde, a las 8,
CELEBRACIÓN DE LA PASIÓN |
DEL SEÑOR. |
VIGILIA PASCUAL |
A las 11 de la noche del
sábado. La Misa de esta |
noche es ya la de Pascua,
cuya celebración se |
completa con la
participación en la liturgia del |
DOMINGO. |
La iglesia se abre siempre
media hora antes de |
comenzar los cultos. |
LAUS |
Director: Ramón Mas
Casanelles - Edita e imprime: Congregación del Oratorio |
Placeta de S. Felipe Neri,
1 - Apartado 182 - Albacete - D. L. AB 103/62 - 7.2.75 |
20 (60) |
|