Publicación mensual del Oratorio
Núm. 131. ABRIL. 1975
SUMARIO
PASCUA es el tiempo de la "presentidad" del Señor
en medio de los que han creído en él. La Iglesia
se forma a partir de esta conciencia, de este descu-
brimiento: «Hemos visto al Señor». La Iglesia viene del
Señor, de verlo, de creer en él. No vamos a Dios; venimos
de Dios.
LOS VIEJOS DESFILES PROCESIONALES
LOS CRISTIANOS DE VALLECAS
SÓCRATES Y CRISTO
LA ESCUELA CATÓLICA ¿ES NECESARIA?
PARA RESPONDER A LOS NIÑOS
EL AGRADECIMIENTO DE LA VIDA
CRISIS DE CRECIMIENTO
TIEMPO Y ETERNIDAD
EXAMINAR LA CONCIENCIA
1 (61)
LOS VIEJOS DESFILES
PROCESIONALES
UN ASPECTO del precio que ha
tenido que pagar esta cristian-
dad española por haber dormi-
tado hasta ayer mismo, es decir, por
haber tenido que enfrentarse desde su
talante o sensibilidad tridentinos con
el mundo moderno, es el de desgarros
y apresuramientos, confusionismos y
terrores... El otro aspecto no menos
importante es el de la tremenda frag-
mentación de sí misma en parcelas
totalmente heterogéneas, de una diver-
sidad y hasta de una oposición, las unas
frente a las otras, que ofrecen la ima-
gen precisamente apocalíptica y que
tanto gusta a algunos. En cuanto se ha
derrumbado la fachada de unidad, des-
de luego sólo muy externa y cuyas grie-
tas apenas podían disimularse, de la
Iglesia de los tiempos de Pío XII en que
entre nosotros si uno no aceptaba, pon-
gamos por caso, a don Marcelino Me-
néndez Pelayo ya resultaba herético,
la cristiandad española ha mostrado,
por un lado, las terribles mordeduras
del mundo moderno en punto a incre-
encia y a indiferencia religiosa, que,
por lo demás, ya eran un hecho muy
notable en el siglo XVIII y desde luego
en tiempos de la Segunda República,
y, por el otro, ha florecido en mil pe-
queños reinos de taifas religiosos, pa-
ra decirlo de alguna manera...
El país era o es católico de real or-
den, pero, por ejemplo, las pasadas va-
caciones de primavera, que coinciden
con la Semana Santa por puro homena-
je a la tradición de las ordenanzas labo-
rales, no creo que se diferencien gran
cosa de las vacaciones de primavera de
otros países que oficialmente están de-
sacralizados y secularizados, y este no
es más que un pequeño signo de otras
realidades más serias que tampoco des-
cubren las famosas encuestas y demás
expedientes sociométricos sobre la reli-
giosidad o la secularización. Pero, a la
vez, siguen saliendo por toda la ancha
piel de toro las viejas procesiones
barrocas que, a su vez, irritan a otros
cristianos o no cristianos, quizá por esa
condición tan hispánica que nos torna
impotentes para afirmar cualquier con-
vicción propia, sin que sea contra al-
guien, de manera dialéctica y agresiva.
¿Hasta qué punto estas procesiones ba-
rrocas están arraigadas en el sentir re-
ligioso popular y hasta qué punto son
pura supervivencia incluso folklórica
alimentada por la voluntad de religio-
sidad oficial o por los intereses de la
industria turística?...
En cualquier caso, no se ve todavía
con alguna claridad qué clase de cato-
licismo popular puede sustituir al cato-
licismo popular barroco. De momento,
no se ve otro sucedáneo que el de la
indiferencia religiosa o el de esas va-
caciones primaverales por otra parte
bien merecidas en esta cultura indus-
trial y su religión del trabajo y de la
producción.
Yo creo que sólo la reflexión com-
prensiva y profunda de todo lo que nos
está ocurriendo en este instante: desde la
supervivencia de estas procesiones bas-
ta el "asunto Vallecas" cuyas noticias
me siguen llegando mientras escribo
estas líneas, puede ayudarnos en esta
para nosotros difícil transición del ba-
rroco, la contra ―Reforma y contra― mun-
do moderno al corazón del siglo XX...
En realidad, es un drama imbricado
además de la peor manera en que pu-
diera estarlo: a la política.
JOSÉ JIMÉNEZ LOZANO
(en DESTINO, n" 1957)
2 (62)
Los cristianos
de Vallecas
LOS cristianos de Vallecas no
pensaban que llegaran a ser
tan famosos. Lo han conse-
guido sin pretenderlo. ¡Hasta
alguna revista americana, que tira
siete millones de ejemplares, se ha
ocupado positivamente de ellos! No
digamos de los diarios europeos y,
por supuesto, también en buen sen-
tido, la prensa más independiente
de nuestro país.
El interés que despierta lo genui-
no en la Iglesia es altamente conso-
lador. Ciertamente estamos en un
Amanecer de renovaciones que el
Concilio suscitó y que son impara-
bles. Es el Espíritu del Señor que
las suscita. Lo folklórico y ornamen-
tal, lo arqueológico y fosilizado se
Amortiza, y la riqueza de vida rever-
dece en el tronco secular y al mismo
tiempo joven de la Iglesia. Los c011-
trutos y críticas no deben sorpren-
der a nadie: representan el contra-
punto secular del progreso de la
Iglesia en el mundo, cuando, paso a
paso, se esfuerza por transmitir el
Evangelio a los hombres, por 100m-
pañarlos y comprender hoy en su vi-
da y por llevarlos a Dios.
La notoriedad que han adquirido
ha despertado el interés de muchos
por el contenido de lo que allí se
había estudiado y se ponía a discu-
sión, de tal modo que lo que allí por
causas ajenas no se ha podido dis-
cutir, ha sido el tema de discusión
en muchas más partes y ha llegado
a conocimiento de tantísimos que,
en otras circunstancias, no se ha-
brían enterado. El bien se ha multi-
plicado.
El temario era bien sencillo: "Cua-
lidades de la Iglesia", "La Iglesia en
el mundo" y "La Iglesia en su vida
interna". Aprobado, por supuesto,
por la Jerarquía y en estrecha con-
sonancia con los documentos del
concilio Vaticano II. Temario y aspi-
raciones que son las que la Iglesia
recoge en todas las partes del mun-
do: por lo cual tampoco representan
ninguna novedad, sino el consentir
de la generalidad de los cristianos
de todas partes, mientras se mueven
deseosos de la renovación iniciada
por el papa Juan XXIII y seguida
luego por el sector más dinámico y
espiritual de la Iglesia.
Como muestra bastaría repasar el
común sentir de la mayoría respecto
a la forma en que al presente se
administran los 58oramentos Y como
se desearía verla modificada. Nos
referimos a este aspecto sacramen-
tal porque es, junto con la predica-
ción actualizada, la tarea esencial de
la Iglesia, encomendada por Cristo
que, luego, a través de los tiempos,
ha de ir acomodándose a las necesi-
dades espirituales de los hombres,
tomados no sólo individualmente,
sino en comunidad, por ser el hom-
bre esencialmente social.
3 (63)
Así, la mayoría admitían que el
Bautismo se administrara a los ni-
ños, aunque con reservas y matiza-
ciones, en el sentido de no ser im-
puesto, ya que los padres deben, en
todo caso, asumir la responsabilidad
de educarles en la fe, puesto que no
se trata de un rito simbólico, sino de
un compromiso en el pueblo de Dios.
También que la Confirmación se
debería de administrar en la juven-
tud y previo un catecumenado juvenil
que preparase a la adultez cristiana.
Que la Eucaristía no se administra-
ra antes de los diez o, tal vez incluso
los diecisiete. Se juzga necesaria una
preparación a oscilar entre dos o
cinco años, vinculada a la comuni-
dad cristiana en la cual se recibe la
"primera comunión". No se trata de
jugar o trivializar en la inconscien-
cia infantil ese encuentro con el Se-
ñor en el abrazo eucarístico.
En términos generales se prefiere
la celebración comunitaria de la Pe-
nitencia. Este sacramento es, proba-
blemente, el que mayor evolución
experimentará en el futuro, puesto
que guarda relación con otras trans-
formaciones.
Se desea un nuevo estilo para la
celebración de la santa Misa. Debe
ser más que un "cumplimiento": ha
de convertirse en verdadera reunión
de cristianos que superen la distan-
cia del desconocimiento recíproco,
de la masificación y superficialidad
de espectadores. El pueblo cristiano
debería intervenir más. Tolo lo cual
presenta problemas urgentes: cómo
abrir una mayor participación, cómo
celebrar asambleas eucarísticas que
no se reduzcan, en el esfuerzo de
renovación que se auspicia, a novele-
rismos de curiosidad irresponsable
o exhibicionista, etc.
En cuanto al Matrimonio, se pre-
tende una dignificación del sacra-
mento que "significa" la unión y el
Amor de Cristo a la Iglesia. En los
casos que esto no pueda ser o no se
pretenda, ce preferible el matrimonio
civil, tanto para evitar la profanación
del signo sagrado sacramental, co-
mo por respeto a la libertad de los
contrayentes.
Etcétera. Todo esto, volcado así,
necesitaría ser discutido, matizado,
puntualizado, estudiado más profun-
damente. Sirva, sin embargo como
indicativo de una vitalidad y preo-
cupación por hacer más efectivo y
sincero un Cristianismo que no se
resigna a la simple apariencia ritual,
convencional y de fe ausento. No
puede llamarse cristiano lo que no
es cristiano.
Un ejemplo de este aliento de vida
y sincera fe cristiana nos lo han
dado los cristianos de Vallecas. Fa-
mosos, sin pretenderlo.
¿Qué ha cambiado en el mundo después de Pascua? Yo diría que nada y
todo. Nada: porque para las miradas no iluminadas por la luz de la fe, sigue
existiendo el dolor, la injusticia y la muerte. Todo: porque, gracias a la Pas-
cua, es el hombre mismo el que cambia, descubriendo un nuevo sentido en
su vida. Sabe que esta vida es la de Dios; experimenta, en sí mismo, que si
Cristo vive, vive para nosotros, vive en nosotros. Entonces, a la luz de Pas-
cua, el dolor y la muerte, el pecado y la injusticia adquieren nuevas di-
mensiones y son contempladas con ojos llenos de fe. Pascua también nos
revela lo que somos y lo que seremos. Por esto es la fiesta
de la esperanza, de la vida, del amor.
NARCISO JUBANY,
cardenal-arzobispo de Barcelona
4 (64)
SÓCRATES Y CRISTO
HAN SIDO comparados muchas
veces, por su vida y, principal-
mente, por su muerte: vivieron
para la Verdad y murieron en manos
de la injusticia, con tanta serenidad,
con tanta dignidad, que todavía acusan,
en silencio, a sus jueces... y a los su-
cesores de sus jueces.
Sócrates, casi más que humano. Cris-
to, Dios que se traduce en hombre. Hay
una convergencia de grandezas en es-
tas dos figuras. Grandezas que pueden
ser propuestas como ideal, especial-
mente a los jóvenes. A esa masa que
amanece en la humanidad contempo-
ránea, cuando la sociedad le ofrece,
merced al desarrollo, posibilidades
para una mejor participación en la
responsabilidad de hacer un mundo
mejor.
Un mundo mejor que saldrá no
solamente de una mejor ordenada
actividad humana, de una mejor admi-
nistración de las fuerzas y capacidades
de todos, sino del espíritu de todos,
cuando en la propia realización no
tenga que ver el entrenamiento para
el egoísmo, para la vanidad latente en
tantas formas de fingida generosidad
o alteza de miras. Cuando los jóvenes
vayan a la vida, no a aprovecharse, ni
a desplazar, desde la envidia, a nadie,
ni a despreciar lo que no entienden,
ni a construirse oropeles miserables
de fama, ni a asegurarse una medida
de codicia. Sino cuando vayan a cons-
truir y trabajar, creativamente, con
todo lo que permita su esfuerzo: sabien-
do, por un lado, reconocer y agradecer
el acervo que se les ha transmitido y,
por otro, no limitarse a copiar. Cuando
se les acierte a enseñar y se decidan
a aprender que lo que deben hacer,
más que las cosas, es el modo de hacer
las cosas que vean en los mayores.
Cuando sea el estilo y no el plagio
lo que tomen por estímulo. Cuando
triunfar no sea parecer, sino realizar.
Cuando tener no sea esconder, sino
emplear para el bien. Cuando no mi-
ren a los lados, sino adelante. Cuando
ni temerarios, ni protegidos, ellos mis-
mos eviten el aburguesamiento que
critican, y en el que acaban, tantísimas
veces, sepultándose, apenas han de
aceptar algo que parezca responsabili-
dad, o para no aceptarla... Aranguren
ha dicho muy bien que burgués es el
que teme la vida, la enfermedad, la
inseguridad, y pacta con el fariseísmo
que sea para ampararse y defenderse
de lo que teme. Nosotros no vamos a
la muerte, sino que venimos de la vida
porque somos cristianos. A no ser que
convirtiéramos el Cristianismo, defor-
mándolo, en otra "seguridad".
La Iglesia ha ido canonizando cris-
tianos que nos pudieran servir de
modelo para esta vida. La Iglesia ha
procedido con acierto, aunque luego
5 (65)
los hombres hemos deformado el
valor de estos cristianos ejemplares, y
hemos oscurecido su grandeza, para
hacer sus figuras más a nuestro gusto,
pero traductoras de un evangelio equí-
voco. Por esto hace falta volver siempre
a los modelos originales, que no en-
vejecen, que se resisten a la deforma-
ción. Los jóvenes de hoy los buscan,
y piensan, a veces, descubrirlos en los
artífices de las ideologías más radica-
les. Nos lamentamos los mayores. Pero
es sano que busquen la figura arque-
típica de una verdad que quisieran
realizar en lo que la vida, apenas
comenzada, les depara. La lástima
puede ser, en todo caso, que no acier-
ten en el modelo y que sus cansancios
desemboquen, desalentados, en la pos-
terior decepción, o en el error de una
construcción inútil. ¿Por qué no se
fijan en Cristo?
Pablo VI, en el día de Pascua pro-
ponía la novedad de vida del Señor
resucitado a las juventudes deseosas
de ideal.
Hace, también, unas semanas, Salva-
dor de Madariaga ―uno de esos viejos
jóvenes que, como un milagro, nos re-
serva la Providencia de vez en cuando:
Juan XXIII, Adenauer, Pisasso...― ha-
blando precisamente de la juventud,
decía que debería de solemnizarse la
entrada del hombre joven en la edad
adulta, cuando ya puede participar en
los compromisos cívicos, y que esta
solemnización podría comprender, en-
tre otras cosas, la entrega de un libro
en el que se narrara la muerte de
Sócrates tal como la refiere Platón, y
la de Cristo, tal como la refieren los
evangelios. Y que, en el momento de
entregarle este libro, se le debería de
decir lo siguiente: «No hagas nunca
nada que pueda envenenar a Sócrates.
No hagas nunca nada que pueda cru-
cificar a Cristo».
La Verdad, la Vida. Buscar la Verdad
porque venimos de la Vida. Y no en-
trar a arañazos en el campo de la dis-
puta para triunfos que luego entriste-
cen, o fracasos que crean resentidos. I
El regalo.
Quiero todas las manos de los hombres
para amasar montañas
de pan y recoger
del mar todos los peces,
todas las aceitunas
del olivo,
todo el amor que no despierta aún
y dejar un regalo
en cada una de las manos
del día.
Pablo Neruda
6 (66)
La escuela católica
¿es necesaria?
CUANDO los padres quieren que
sus hijos vayan a un colegio
"religioso" o, más propiamente,
confesional, ¿qué buscan, qué desean
para sus hijos?
La respuesta lógica y más sencilla
debiera ser la de que pretenden un
complemento, a través de la educación
escolar, de la formación cristiana que,
principalmente ellos como padres su-
puestamente cristianos, tienen el de-
ber de dar a sus hijos en el seno de la
familia.
Pero una tal respuesta no puede dar-
se en todos los casos en las familias
llamadas cristianas o, si se da, no
siempre puede valer como exacta, ya
que sucede con frecuencia que los pu-
dres apenas cumplen las obligaciones
de una educación cristiana de sus hi-
jos, a pesar de que estas obligaciones
las aceptaron al bautizarlos.
En el mejor de los casos, estos pa-
dres delegan en el colegio el deber que
no cumplen ellos mismos o cumplen
imperfectamente, sea por descuido,
por incapacidad o por ignorancia. En
tal situación es muy difícil que pros-
pere la formación cristiana del niño,
puesto que han de ser frecuentes los
desacuerdos entre las dos influencias:
la familiar y la escolar. Nos referimos,
naturalmente, a la influencia escolar
evangelizadora, no a la mera instruc-
ción científica y humanística, que suele
ser la que valoran con preferencia
tales familias.
En otros casos, sin disimulo alguno,
lo que los padres quieren de un tal
colegio, es sólo la eficiencia en la
enseñanza, el orden disciplinado y un
trabajo académico mejor controlado
que asegura el éxito en los exámenes
clave y en la capacitación profesional
a que se aspire o se desee para el hijo.
El influjo religioso, como domestica-
ción de la conducta juvenil, se suele
aceptar; pero enseguida se desmonta
todo asomo de verdadera influencia
que pudiera incidir en las conviccio-
nes del joven, que la familia cuida de
paganizar inmediatamente: premios
con dinero a los aprobados, suntuosi-
dades disipantes (para que "se hagan
hombres"...), estímulos a base de re-
galos costosos, y oportunas salpicadu-
ras de crítica o sutilezas irónicas a
costa de los maestros religiosos o de
las instituciones de que forman parte.
¡No sea que les conquistaran al hijo, o
que la hija se les hiciera monja! Para
eso están los hijos de los picapedreros
que necesiten promocionarse, o las
muchachas de pueblo que no quieran
servir. Cuando hay un "porvenir" por
delante...
7 (67)
Por esto, cuando dicen de alguien
que ha sido alumno de un colegio con-
fesional y, paradójicamente, ha perdi-
do la fe después de frecuentar aquel
colegio, habría que preguntarle qué es
lo que primaria y principalmente fue
a buscar a dicho colegio. Y se aclara-
rían muchas cosas. Tal vez no era fe
el bagaje espiritual con que llegó a él,
ni lo que en él buscaba.
Cuando se alaba la calidad de la
enseñanza impartida en los colegios
religiosos se cree constatar en ellos el
fruto de una dedicación que supera el
simple deber profesional, y una cons-
tancia y abnegación ejemplares. Si en
la calidad se reconoce esto, desde el
punto de vista cuantitativo es verdad
que, en muchas ocasiones, llena el va-
cío de las imprevisiones públicas y
privadas en materia de enseñanza, lo
cual también debe ser reconocido, y
hasta agradecido.
Pero discurrir sobre el concepto que
de la enseñanza confesional tienen los
que la contemplan desde fuera, nos
llevaría demasiado lejos. Lo que real y
objetivamente es interesante, forzosa-
mente ha de referirse al concepto que
los mismos religiosos que a ella se de-
dican tienen de su misión, generalmen-
te incomprendida o pasada por alto por
los que la juzgan desde prejuicios utili-
taristas, o simplemente malinformados.
F Mientras en la actualidad, ante las
transformaciones sociales por las que
pasamos, no faltan los que afirman que
«la formación religiosa no corresponde
a la escuela, sino a los padres y a la
comunidad cristiana», otros ―como
el "Consejo General de la Enseñanza
Católica" de Holanda― llegan a la con-
clusión de que precisamente «en este
mundo pluralista, la escuela católica
es más necesaria que nunca, porque
tiene como misión dar una respuesta a
las cuestiones existenciales del sentido
del nacimiento, de la vida y de la
muerte, del sentido del mundo y de la
relación con el hombre, y de todas las
posiciones éticas en derredor de estos
problemas. Y también porque la
evangelización integra y abierta de los
jóvenes con el anuncio del mensaje
de salvación, y su preparación para
una vida a la que este mensaje de un
sentido profundo, es la misión más
específica de la escuela católica».
Naturalmente, aunque siempre los
complete y en ocasiones supla o reme-
die sus deficiencias, esta dedicación
que parte de la iniciativa generosa de
la Iglesia, no dispensa del deber pri-
mordial de los padres a dar una for-
mación cristiana a sus hijos bautizados,
ni a la sociedad civil de asegurar la
debida y gratuita instrucción a todos
los ciudadanos,
se reparte gratuitamente a los
LAUS
amigos del Oratorio que lo so-
licitan. Envíen su dirección a:
Apartado 182 - Albacete
8 (68)
Para responder
a los niños
"POR QUÉ" esto y "por qué" lo
otro. Sobre todo a cierta edad,
el "por qué" cándido, pero
asediante, está siempre en los labios
rosados y en la claridad confiada de
los limpios ojos de los niños. Pero
todo este encanto no impide que llegue
el "por qué" al sobresaltado corazón
de los padres como un incómodo y
pícaro aldabonazo, sin acertar a res-
ponder a la precoz ―pero natural y
explicable― curiosidad de los niños.
Para superar, de momento, la mo-
lestia y la dificultad de este asedio
inocente, se ha recurrido a la leyenda,
a los convencionalismos o, simple-
mente, a auténticas mentiras, más o
menos adornadas de candidez y melo-
sidad.
"¿Entonces...?", replicarán muchos
padres.
Sí, que sepan solamente ―y clara-
mente―, que a un niño, por pequeña
que sea, nunca debe ni puede decírsele
una mentira. (La mentira nunca hace
bien, ni evita el mal; todo lo que pare-
ce que retarda el mal, aumenta el mal,
lo madura, lo hace mayor).
Es cierto que el niño no es capaz de
recibir ni de entender toda la verdad.
Y ahí entra en juego la prudencia de
los padres, en saber dosificarles, con
acierto y oportunidad, lo que, en cada
momento, los niños pueden recibir,
de tal manera que, no sólo no les sea
nunca un daño, sino siempre una oca-
sión de bien. Porque la verdad punca
es ni puede ser un mal, si se adminis-
tra bien.
"... Pero ―insistirá alguien― ¿cómo
se dicen ciertas cosas?"
Sencillamente: cuando la casa, el
hogar, no es una pensión de hombre
y mujer y una guardería de niños,
sino cuando es una verdadera familia,
donde esposos, padres e hijos convi-
ven sin prisas ni formalidades de ho-
tel; donde los padres están con los
hijos mucho tiempo, y todos los días,
hablando con ellos, hablando de ellos,
pensando en ellos; viendo sus juegos,
vigilando sus estudios, oyendo sus
conversaciones, y hacen todo esto sin
demostrar cansancio.
Hay quien no sabe hablar con los
niños, ni adaptarse a los niños, porque
apenas trata con ellos... Esta es la
razón principal, o el "por qué", mu-
chos padres, no saben responder a los
"por qué" de sus hijos.
9 (69)
El agradecimiento
de la vida
Hay, en nuestra odisea, un men-
saje grande de esperanza: pero
nosotros hemos sido sólo el vehí-
culo de este mensaje; su autor
es Dios.
En la inmensidad de esas monta-
ñas y esos cielos donde el silen-
cio azota el alma, nos preguntá-
bamos una y otra vez quiénes
éramos y para qué vivíamos.
Sufrimos y supimos ofrecer
nuestro dolor.
Cuando la angustia invadía el
ánimo de alguno, inmediatamen-
te había dos o tres a su lado
para darle conversación y co-
municarle nuestra fe común.
El canto era como una oración.
Con él la confianza sucedía a la
angustia y la alegría a la tristeza.
Le habíamos perdido el miedo a
la muerte, pero no creíamos que
llegaría.
Teníamos tres o cuatro frases que
nos repetíamos unos a otros todo
el día: «Dios no nos abandonará
nunca», «Si nos llama a la muer-
te es por algo».
Repartir las fuerzas de todos en
razón de las necesidades de cada
uno.
Lo importante es el grupo, no
uno de ellos. Nos hemos hecho
hermanos.
Al cabo de todo este tiempo
―setenta y dos días― estamos
nuevamente en este mundo al
cual hemos aprendido tanto a
querer.
En su día, el noticierismo sensacionalista
y hasta morboso, se fijó en otros detalles
de aquella catástrofe aérea, a cuatro mil
metros de altura, entre viento y nieve y la
muerte de diez compañeros. Sobrevivieron
dieciséis que se sintieron volver a la vida
y más cerca de Dios. Hemos seleccionado
arriba algunas de sus frases, después del
rescate.
10 (70)
HACE un par de años solamente, que
daba la vuelta al mundo la noticia
del rescate de los dieciséis urugua-
yos supervivientes de un desastre aéreo,
salvados después de más de dos meses
de hambre y soledad, de frío y angustia,
de enfermedades y muertes, de peligros y
contratiempos que les obligaron, en con-
junto, desde el aislamiento de su dramá-
tica convivencia, a repensar, viviéndolas,
sus ideas de la muerte, de la vida, de
Dios. Su vuelta a la normalidad vino a
ser parecida a la resurrección de Lázaro.
Eran los mismos, pero todo era visto
diferente, porque todo había sido pro-
fundizado. No era obstáculo a la juventud
de los protagonistas la seriedad ilumina-
da de gozo de todas sus palabras y el tes-
timonio de su comportamiento. «Desde la
muerte, dijeron, hemos logrado conocer
la vida, y desde la vida conocer a Dios».
Se vive, pero no se conoce la vida; no
se conoce, no se reconoce, no se agradece.
Se está ahí, como el glotón que la traga,
o el resignado que la soporta, o el in-
consciente que la desprecia. Pero no se
estima, no se descubre y valora, como un
don que se revela y crece en cada uno de
nosotros, dilatando nuestra capacidad pa-
ra algo superior que nos trasciende.
Algunos esperan la felicidad para "más
allá" de esta vida. Otros, glotones, se pre-
cipitan a saciar la avidez que en ella,
ahora y cuanto antes, puedan colmar.
Superan, éstos, a lo sumo ―se le llama
"educación" muchas veces― el aprendi-
zaje de la mínima corrección convencio-
nal e hipócrita, mientras que se lanzan
desenfrenados o astutos a la máxima
posesión y al goce y destrozo de todo.
Son dioses de sí mismos, calculadores,
egoístas, aprovechados, despegados, crue-
les, sin más límite que el que les pone la
propia inteligencia para ver y ambicionar
más, y el solo freno del disimulo que
asegure mantener abierta la cantera de
donde proveerse, envidiosos de quien les
parezca que la tienen mejor y resentidos
si no la pueden arrebatar. No tienen tiem-
po para olvidarse un poco de sí mismos
y mirar fuera con silencio de admiración
sin romper el don de las cosas creadas y
gozar de su claridad serena. Para ellos
nunca es primavera.
Tampoco lo es para los que se resignan,
aturdidos, renunciando al bien y al mal.
Los que no asumirán nunca una respon-
sabilidad, capaces, solamente, del esfuer-
zo para alcanzar la apariencia que la
vanidad disfraza, teatralizando mediocri-
11 (71)
dades que no arriesgan nada; que bas-
tan para conservar, sin peligros, el
lote miserable de las codicias que no
crecen, y pretenden ser respetables has-
ta el fin, inútiles y falsas. Nunca es
primavera en un jardín de flores arti-
ficiales.
La vida no es un don que ha de
absorber la codicia, ni una mentira
que ha de representar la mezquindad.
Conocer la vida desde la muerte, y
no como una oposición entre todo y
nada, existir o desaparecer; sino sope-
sar la existencia en el tiempo y el es-
pacio, valorándola hasta este paso que
nos enfrente definitivamente a Dios.
Ni siquiera como un juicio, sino como
un cambio de vida, como una transfor-
mación de la vida a través del misterio
de la trascendencia. Misterio porque
rebasa nuestra actual visión, porque
ninguna experiencia nos la puede evi-
denciar. Solamente, desde la fe y con
la fe, es posible aguzar el pensamiento
cuando se hace probable su inmediatez.
Conocer la vida desde la muerte no
como una liberación del miedo, o como
una alternativa del dolor, sino como
un descubrimiento del valor y la gran-
deza a donde apunta.
En la naturaleza hay un ensayo per-
manente y cíclico de la muerte a la
vida y de la vida a la muerte. La pri-
mavera es una resurrección florida
sobre los troncos rugosos de los árbo-
les; es un volverse a vestir de hojas
las ramas que ha desnudado el frío; es
extender el manto verde de la espe-
ranza fecunda sobre el ocre de la tierra
que sepulta silencios generosos de se-
millas que se mueren para multipli-
carse y dar fruto.
En el universo espiritual de cada
hombre y de todos los hombres, tam-
bién ruedan el dolor y la esperanza, la
aspereza del trabajo perseverante y el
consuelo de crecimiento con que se
dilata la vida. Y no hay una sola con-
tradicción, o un solo riesgo o fracaso
medido a nivel terreno que no se pue-
da traducir y, por lo tanto, multiplicar,
en significación de madurez existen-
cial y trascendente. Cuando esto no
ocurre es que la oportunidad no la
capta debido al apresuramiento me-
canizado de la precipitación egoísta,
miope o superficial. La vida se descu-
bre día a día, y vale cada vez más, y se
aproxima a Dios ―a la fe y al amor, a
la referencia y a la amistad con Dios―
en la medida en que su valor crece.
Como ocurrió, hace poco más de dos
años, a este grupo de cristianos, en la
forzada y austera soledad de la cordi-
llera andina, que ya les daba igual
vivir o morir, porque todo era vivir y
que, precisamente por ello, volvieron
transformados a la vida.
La vida no es para ser absorbida, ni
para ser despreciada. Es para ser en-
tendida, paso a paso, sin separarla de
Dios, y sin separar a Dios de la vida.
Entonces es agradecimiento y es gozo
y esperanza.
¿Qué es la vida? ¿Qué es la muerte? ¿Existe alguna conti-
nuación para nosotros? ¿Es todo un puro sueño o esta vida
y esta muerte tienen un significado? Nos vemos forzados
a contestar a esta pregunta si queremos seguir viviendo.
Gustav Mahler
12 (72)
CRISIS DE CRECIMIENTO
CON MENOS pánico, pero más honda y dilatadamente, se extiende, en es-
te año de 1975, la preocupación por la gran crisis que, parecida a la de
1929, afecta a todo el mundo. Han cambiado las circunstancias porque
se han multiplicado las interdependencias, y el conocimiento del hombre se ha
enriquecido con la experiencia técnica y con el dato de lo que fue aquella ca-
lamidad económica del 29, repetida ahora, pero que aparece no imprevista,
sino esperada y dominable. Tenía que llegar: aquélla pagó la guerra del cator-
ce, ésta la del treinta y nueve. Las guerras se pagan, no por quienes las deciden,
sino por los que las padecen: tienen, primeramente, el precio del dolor y la
muerte, y luego el de la pobreza y el hambre. El mecanismo por el cual llega
esta última factura retardada, es complejo, pero la efectividad es imprescriptible.
Cierto que, en último término, la Humanidad avanza, no a causa del hecho
de las guerras, sino a pesar de las guerras que alguna vez no han sido otra co-
sa que rompimiento de la oposición al inevitable desarrollo del devenir positi-
vo de la Historia. Pero este progreso del hombre en el tiempo y en el espacio,
hubiera sido posible y hubiera sido mejor sin las guerras.
La magnitud de las violencias colectivas que llamamos guerras ha hecho
reflexionar siempre a los hombres, una vez terminadas. Hoy recogemos una
palabra cristiana, escrita por un sacerdote jesuita, hace casi treinta años, ante
la perspectiva del final de la segunda Guerra Mundial, en un momento de me-
ditación y recogimiento, sin pensar en que verían la luz pública. Se trata del
padre Alberto Hurtado Cruchaga, tan vinculado a la Universidad Católica de
Chile y de una revista cristiana nacida a su impulso. El padre Hurtado, todavía
muy recordado allí, murió el año 1952, y lo que reproducimos estaba entre sus
papeles personales, en forma de notas escritas, después de una meditación. El
mismo las encabezaba así, después de trazar una cruz sobre el papel: Medita-
ción: ¿Cómo vivir la vida? A los que confundan "meditación" con análisis inti-
mista, o búsqueda sentimental de lo absoluto, o huida espiritual de la realidad,
les puede sorprender el tono de estas palabras que siguen que son, a pesar de
todo, verdaderamente cristianas, precisamente porque miran fuera.
1. Desorientados
Buscamos una orientación consciente
y nos sentimos desorientados; la deso-
rientación es tan profunda que nos alcan-
ce a nosotros mismos educadores.
Razón de esta desorientación: el mundo
en que vivimos, dominado por problemas
materiales formidables. En unos el pro-
blema es como ganarse la vida cuando la
lucha por la existencia ha llegado a tér-
minos formidables; la desocupación que
13 (73)
al terminar la guerra pasada inmovilizó
a 10.000.000 de hombres... y que ahora
se asoma como espectro en muchos hoga-
res; en otros, la competencia económica
de empresas nacionales o extranjeras que
concentra todas las energías en una mejor
producción y a menor costo; en el estu-
diante, su carrera universitaria llena de
exigencias, en la que teme ver a veces
puertas que se le cierran por temor de
los que ahora son profesionales, a la com-
petencia de los que vienen detrás de
ellos, y al término de sus esfuerzos no
sabe que logrará después de tanto sacri-
ficio... Situación de profesionales jóvenes
que andan a la caza de trabajitos minús-
culos porque no hay más. Empleados
amargados en su trabajo sin horizontes,
mecánico, incapaz de despertar un entu-
siasmo y cuyo sueldo no les permite
afrontar el problema de su matrimonio...
Políticos, asqueados de su propio voca-
bulario de promesas huecas, que se dan
cuenta que no afrontan los problemas
reales, que no saben de qué manera so-
lucionarlos.
Soldados que han peleado una guerra…
sin saber por qué, ni que ha ganado el
mundo después de ella. Militares que
lucen un uniforme y limpian armamento
que nunca han de usar... preocupados
con el porvenir y con el ascenso...
Solteros que no saben cuándo podrán
casarse; y casados, con mil problemas de
corazón, de dinero, de conciencia atrope-
llada a diario y que los hace vivir una
vida doble...
Una amargura está oculta en medio de
la trama de la vida, debajo de la máscara
de aparentes alegrías, y se acude 1 di-
versiones ininterrumpidas, precisamente
para desechar ese microbio que, como el
de la tisis, está allí, limando, royendo el
alma. En algunos 28 amargura los consu-
me materialmente, a muchos los vence
con las mil formas de perturbaciones
psíquicas, a algunos incluso los lleva al
suicidio.
Si somos sinceros nos daremos cuenta
que éste es también nuestro caso; y su
aún no ha llegado esa hora... es muy de
temer que llegue pronto.
¿Alrededor de qué idea orientarnos?
¿En qué terreno firme edificar una casa
que no echen abajo las tormentas?
2. La religión
¿La religión? Para muchos es una be-
lla canción de cuna de pueblos primiti-
vos; un ideal del corazón, pero que no
soporta la prueba de la edad adulta; una
emoción sana, hermosa pero irrealizable
en su forma integral: un ideal que se ve
hertr050 en unos ejercicios espirituales
pero que es incompatible en su forma
integral con la vida real que hay que
vivir ahora.
Y este último aspecto es el que temo
sea nuestro enemigo preciso: peligroso a
más no poder como esas heladas intem-
pestivas que matan el fruto aún en flor...
Y se guarda la religión, si: prácticas; aún
bastantes prácticas... pero no se le entre-
ga lo único que puede satisfacerla: la
donación completa de la voluntad deci-
dida a vivir su fe, a vivirla en cada
momento del día y de la noche... con más
o menos prácticas, si fuera necesario con
menos, pero a vivir por un motivo de
fe, a tener los ideales de su fe y también
a guiarse por ellos aunque lo estén ma-
tando...
Por otra parte, al mirar la vida religio-
sa ya con ojos de adulto, encuentra tanto
de que escandalizarse... La ignorancia,
los vicios... superstición de la masa
popular, la falta horrenda de caridad
de parte de tanta gente culta que pa-
recen contentarse con querer asegurarse
un cielo en la otra vida con su dinero,
y tomar para sí toda la felicidad en esta
tierra...
La mezcla irritante de religión y polí-
tica para cubrir con aquélla tantas atroci-
dades en nombre del orden.
14 (74)
3. Materialismo
Por un lado una fuerza brutal que lleva
al hombre a lo material, que centra su
alma, sus preocupaciones en lo terreno,
en lo terreno que necesita, en exigencias
que no puede postergar y que se hacen
presentes a cada hora, hasta en el sueño
de la noche y tan pronto despierte, allí
están ellas.
Y por otro lado el querer asirse a
la religión le parece algo tan etéreo,
tan poco consistente, tan incierto. Pro-
blemas que no sabe resolver y que están
allí, a pesar de todo, pidiendo una solu-
ción.
El ambiente de placer, de la atracción
de los sentidos que punza su carne con
vehemencia en un mundo todo organi-
zado para gozar. La prensa, la radio, la
música, el cine, las mujeres en la calle, las
conversaciones, todo habla de esa juven-
tud que se vive una vez, y que él está
malogrando tontamente...
4. La juventud
¿Qué sucederá en el alma joven ―en
el que está llamado a ser jefe no puede
menos de presentarse este problema―?
¿Qué será de su vida religiosa?, ¿de su fe
misma? En muchos sucumbirá... en otros
pasará una crisis más o menos duradera,
en otros saldrá airosa y afianzada y a
semejanza de esos árboles plantados en
lo alto del monte: los que resisten quedan
más firmemente arraigados y con sus
hojas limpias, purificadas del polvo, mien-
tras a su lado yacen muchos tumbados...
Pero los más, me temo, harán un com-
promiso: guardarán su fe, sus prácticas
―muchas al menos―, pero no le darán lo
único que a la fe puede contentar: una
voluntad entera, pronta, toda ella entre-
gada a Cristo para vivir la fe, para hacer
en todo la voluntad divina.
Esta vida de fe supone un gran amor,
un inmenso amor y una renunciación
entera: es el holocausto, el sacrificio com-
pleto. Pero si no se concibe así, en los que
son capaces de concebirla, no durará... se
irá extinguiendo y terminará por no
brillar, como con tanta pena lo podemos
constatar en quienes un tiempo brillaron
externamente, pero sin realizar jamás la
entrega completa de sus vidas.
5. ¿Cómo vivir,
por tanto,
la vida?
Vivirla en espíritu de fe. Lo que
supone, antes que nada, comprensión de
que Dios es Dios y yo soy yo. Que Él lo es
todo, la primera, la grande, In inmensa
realidad nunca pasada de moda. El pri-
mer sitio es el suyo: a su luz deberé mirar
todas las demás cosas... Para el sacerdote
lo mismo que para el seglar, la voluntad
divina es la suprema realidad.
Luego, el padre Hurtado, resume la realización de esta voluntad divina en
la santificación, por medio de un gran amor a Cristo, proyectado hacia fuera
«cayendo en la cuenta de que Cristo y yo somos uno: que trabajamos», para
hacer bueno y feliz el mundo, «sin salir del mundo», pero precisamente así
para «ser sal del mundo y su luz»).
Las dificultades no son obstáculos, sino un reto acaso, un estímulo, una
invitación a crecer más. Para un cristiano las crisis siempre han de ser de cre-
cimiento.
15 (75)
Tiempo y eternidad
Fragmento del libro "SECULARITZACIÓ I CRISTIA-
NISME", de Lluís M. Xirinacs, presbítero, premio "Carles
Cardó 1968".
LA ETERNIDAD no es un tiempo sin fin, puesto al final de
nuestra vida. Esto continuaría siendo el tiempo de la cro-
nología. La Eternidad está en el mismo centro de nuestra
vida, a nuestro alcance en cada momento del tiempo.
En el transcurso de nuestra breve existencia, todos podemos
recordar la experiencia de algunos "momentos eternos", descri-
tos como "elevados estados de conciencia" por los psicólogos,
y como "anticipación del paraíso" por los drogadictos. Para la
Ciudad Secular, aprovechar el tiempo significa hacer muchas
cosas en poco espacio de tiempo; lo cual es radicalmente distinto
de la condensación del tiempo que conduce a la Ciudad Eterna.
El aprovechamiento secular del tiempo se alcanza por la des-
carga de trabajo sobre los electrones que corren a grandes velo-
cidades por medio de complicadísimos ordenadores electrónicos.
Es el mismo sistema que emplea la naturaleza desde hace millo-
nes de años en el sistema nervioso de los animales.
En cambio, la densificación del tiempo que conduce a la Ciu-
dad Eterna consiste en una sensación de plenitud alcanzada por
un contenido de conciencia simplicísimo. El tiempo pasa "fuera"
sin que nos apercibamos. El amor humano nos ofrece experien-
cias aproximadas al "momento eterno", pero es la larga tradición
de enamorados de Dios la que nos proporciona la máxima abun-
dancia de testimonios. «Vale más un día en la casa del Señor que
mil fuera de ella», canta el salmista. Cuando alguien cae prisio-
nero del Único necesario, se convierte en un ser insobornable,
irresistible, eficaz de una eficacia radical.
16 (76)
EXAMINAR LA CONCIENCIA
Creemos útiles estas consideraciones del padre KLEMENS TILMANN,
del Oratorio de Múnich, y profesor de la Universidad de aquella ciu-
dad alemana, las cuales pueden, por lo menos parcialmente, ayudar
a una revisión del llamado "examen de conciencia", puesto que, junto
con la crítica a los formularios erróneos, ofrece un cauce positivo por
donde orientarse a la hora de analizar cómo entendemos y cómo rea-
lizamos nuestro modo de ser cristianos, nuestra vida con Dios.
LA VIDA cristiana es algo esencialmente distinto de la abstención de actos
prohibidos expresamente y del cumplimiento de obligaciones jurídica-
mente especificadas. Se diferencia de ello en estructura y naturaleza,
como la forma de un árbol se diferencia de una reproducción plástica.
El principio informante de la vida cristiana no es la ley que viene de fuera
(ésta tiene sólo el carácter de seguridad exterior, cuando falta lo verdaderamen-
te propio), sino un nuevo principio de vida interior que san Pablo llama "la ley
del Espíritu" o "la ley de Cristo". Es la respuesta de vida y de amor al Dios que
se nos revela, nos ama y tiene misericordia de nosotros, respuesta que brota de lo
más profundo del corazón del hombre. Es la vida tomando por modelo a Cristo, e
imitándolo; el cumplimiento del primero y más grande mandamiento, que nos
exhorta a que correspondamos a la prueba del amor de Dios; es el renacimiento
en el Bautismo y la incorporación a Cristo; es el Espíritu Santo que nos ha sido
infundido. Por eso dice santo Tomás de Aquino que "la nueva ley es principal-
mente la gracia del Espíritu Santo", con lo que no hace sino repetir lo dicho por
san Pablo en la epístola a los Romanos y en la primera a los Corintios.
Sólo un formulario de examen inspirado en esta ley del Nuevo Testamento
puede servir de verdadero espejo para la vida cristiana. Es necesario, natural-
mente, que en él se mencionen, con ejemplos concretos de las respectivas trans-
gresiones, los ámbitos de la realización de la ley de Cristo, como familia, pro-
piedad, respeto al prójimo, etc.
Errores en algunos formularios
Si consideramos los formularios de examen estructurados sólo sobre la
base de los diez mandamientos, enfrentándolos con la naturaleza, ya conocida,
de la vida cristiana, inducen a error:
1. EL COMIENZO
NO ES LA LEY
SINO EL AMOR
Los formularios de examen producen con frecuencia
la impresión de que los diez mandamientos son el co-
mienzo al que debe seguir nuestra respuesta median-
te su cumplimiento. Y no es así, ya que el comienzo
no consiste en mandamientos y leyes, sino en el amor
y misericordia divinos, en la encarnación, muerte y
17 (77)
resurrección de Cristo; en la vocación y el perdón; en
nuestra condición de hijos adoptivos de Dios.
2. EL PRINCIPIO
INFORMATIVO
Parece como si los mandamientos fueran el principio
informativo de nuestra vida, de modo que el cristiano
podría creer que, si en el formulario de examen no
halla ningún otro pecado, está ya en paz con Dios
(como creía el fariseo de la parábola que comparaba
Bu actitud con la del publicano); cuando la verdad es
que el principio informativo está constituido por el
amor a Dios inspirado por el Espíritu Santo, amor que
Be acuerda con la soberanía divina, es una respuesta al
amor divino y se realiza de conformidad con el orden
de la creación, con la situación de cada momento y,
sobre todo, con el llamamiento y la obra salvífica.
3. LA COMPLETEZ
Sólo mencionan las transgresiones y no inquieren so-
bre la buena intención, único origen de la bondad del
acto. Preguntan casi exclusivamente por el acto come-
tido, y dan lugar a que pase inadvertida de la concien-
cia la culpa derivada de la omisión. Inducen a creer
que lo que Dios quiere de nosotros es el cumplimien-
to de una serie de preceptos aislados, bien definidos;
creencia muy parecida a la del niño para quien la vi-
da de familia significara cerrar las puertas sin estré-
pito, dar un cariñoso beso de despedida al acostarse,
no quitar Dada a sus hermanos, etc. Por el contrario.
Dios quiere en realidad algo total, la vida con él en
obediencia, amor, devoción.
4. DEBERES ABIERTOS,
PERSONALES,
SOCIALES
Dan la impresión de que la voluntad de Dios se re-
fiere a prohibiciones y deberes delimitados, cuando
ella queda expresada principalmente en los grandes
e ilimitados preceptos perfectivos, preceptos que no
aconsejan, sino que obligan, y cuyo cumplimiento ha
de ser siempre la meta a que debemos dirigirnos.
Los formularios de examen dan a entender que los
deberes son los mismos para todo el mundo, con lo
cual dan lugar a que pasen inadvertidos los deberes
individuales que derivan del modo de ser de cada
persona, de sus dotes, de su misión en la vida, del
medio ambiente y de la situación. Muchos formula-
rios de examen proceden todavía de la época del in-
dividualismo, y de ahí que la mayoría de ellos hagan
caso omiso de los deberes sociales, ya sean los que
incumben a cada individuo respecto a la comunidad,
ya los que atañen a la comunidad respecto a cada
individuo y que éste comparte.
18 (78)
5. PROGRESAR
EN EL BIEN
Y DIALOGAR
CON DIOS
Los formularios de examen inducen a desatender la
ley del progreso. Cuando mayor es la madurez de un
cristiano en el amor, tanto mejor sabe aquél cómo se
halla obligado respecto a Dios, tanto más patente se
le hace la culpa de quien desobedece a un claro llama-
miento de la gracia, ya que la condición cristiana no
es estática. La vida cristiana no es algo definitivamen-
te acabado: preceptos prohibitivos y preceptos perfec-
tivos, orden de la creación, cualidades personales.
Olvidan la iniciativa de Dios, quien, tanto por la si-
tuación como por su gracia, puede presentarnos hoy
tareas que ayer no teníamos. Dios puede llamarnos
hoy, incluso de modo obligatorio, a lo que ayer no
nos llamó ni estábamos obligados. La voluntad de
Dios ni es una ley rígida ni un objetivo definitivo,
sino la voluntad del Padre y Señor que nos guía, nos
prepara para empresas mayores y nos confía nuevas
misiones; nos otorga por su gracia conocimiento más
profundo y amor más vivo, y espera de nosotros que
respondamos más sinceramente, con mayor ánimo,
más preparados y con menos limitaciones. Así se rea-
liza la vida con Dios: abriendo el corazón a la llamada
de Dios y estando dispuesto a corresponder con gozo a
la voluntad divina a medida que la vamos conociendo.
Pese a varios intentos de mejora en estos últimos años, la mayoría de nues-
tros formularios de examen se fundan en los diez mandamientos y, con ello, al
interpretarlos, se corre el gran peligro de engañar y engañarse, puesto que en
principio, no es aceptable una moral sólo de mandamientos.
En el caso de estructurar el formulario de examen a base de los diez manda-
mientos, debería hacerse resaltar claramente la importancia del primer man-
damiento y sus diferencias cualitativas respecto de los demás. Claramente se vería
que las relaciones inmediatas y personales con Dios implican algo cualitativa-
mente distinto que no se encuentra en los demás mandamientos; que se trata de
una conversión personal al Dios viviente, que estamos a la base de la reforma de
toda la vida y del cumplimiento de cada uno de los otros mandamientos.
Para dar una idea aproximada de lo que llevamos dicho, presentaremos un
texto concreto, aunque no resuelve la cuestión de cómo tendría que ser tratada
la materia según las edades y condición de las personas, clases sociales y gra-
dos de madurez de la vida religiosa.
VIVIR CON DIOS
1. ¿Qué ha hecho Dios?
Dios me ha creado y me ha dado al mun-
do como espacio vital. Todo lo bueno que
tengo y recibo, es regalo personal suyo.
Además, Dios me ha llamado, santificado y
adoptado como hijo. Me habla en su Pala-
bra, en las inspiraciones de la gracia. Cuida
de mí, me ama, me guía si quiero ir con El.
19 (79)
Me ha enviado a su Hijo como mensaje-
ro de la verdad, como maestro de la vida,
como víctima expiatoria de mis pecados,
como fuente de nueva vida.
Dios ha dado a mi corazón el Espíritu
Santo, me ha incorporado a su pueblo, a
la gran familia de los hijos de Dios, me ha
dado innumerables hermanos y hermanas
para que nos amemos unos a otros.
Nos ha confiado el mundo, este mundo
extraviado, dolorido, despiadado y necesi-
tado de amor, para que ayudemos a erigir
el reino de su verdad y de su amor, hasta
que El vuelva y complete la obra, dándo-
nos un mundo completamente glorioso.
Dios me regala su constante, misterioso
amor paternal, piensa en mi quiere li-
brarme de todos los males y llevarme a
la verdad, al amor ya su gloria eterna.
2. ¿Cómo he respondido a Dios?
¿Tomo a Dios en serio? ¿Es mi voluntad
vivir con Él? ¿Cómo se lo muestro? ¿Me
cuido de pensar más frecuentemente en
Dios, de escuchar sus llamadas? ¿Tengo
viva conciencia de ser hijo de tal Padre?
¿Me complazco en Dios, en su bondad,
en sus planes, en el fin sublime a que me
destina?
¿Le alabo y glorifico?
¿Adoro a Dios? ¿Me postro ante su
santidad? ¿Me someto a su sabiduría y
amor? ¿Me entrego sin reservas? ¿Siento
de corazón cuanto afecta a su honra?
¿Creo que Dios quiere siempre lo me-
jor para mí?
¿Atiendo a su Palabra? ¿Trato de
conocer sus designios? ¿Me esfuerzo para
ajustar mi vida a su Palabra y a las ins-
piraciones de su gracia?
¿Tengo la firme voluntad de servir a
Dios y vivir con Él en confianza filial?
¿Me pongo siempre de su parte?
¿Considero todos los bienes como rega-
los suyos? ¿Le expreso siempre mi agra-
decimiento, especialmente por la gracia
de ser cristiano? ¿Acudo a Él, lo más
pronto posible, con todas mis culpas y le
pido perdón? ¿Acepto todas las tribula-
ciones como permitidas por él y como
una misión que cumplir? ¿Tomo mi cruz
y sigo a Cristo?
¿Procuro practicar la oración cotidiana
(quietud, recogimiento, reverencia, dedi-
cación de tiempo, oración personal, ofre-
cer toda nuestra vida a Dios, corresponder
a su Palabra y acción, decírselo todo...)?
¿Me preocupo por aquello por que Dios
se preocupa, por los hombres y su salva-
ción, el prójimo, los hermanos y herma-
nas en el Señor, los que buscan, los que
están en el error, los que odian, los amar-
gados, los necesitados, los jóvenes y los
ancianos, los mundanos? ¿Por la exten-
sión de su Reino en mi ambiente y por la
evangelización del mundo? ¿Qué hago por
esto? ¿Trabajo por esta causa como traba-
jan muchos enemigos de la Iglesia contra
las cosas de Dios? ¿Oro con este senti-
miento?
¿Busco constantemente nuevas
fuerzas en la Sagrada Escritura, en la
Eucaristía? ¿En el trato con católicos fer-
vientes? ¿Procuro ir formándome en el
servicio de Dios y en el amor a El y al
prójimo?
LAUS
Director. Ramon M Cassanelles - Edita e imprime: Congregación del Oratorio
Placeta de S. Felipe Neri, 1 - Apartado 102 - Albacete - D. L. AB 103/G2 - 17. 4. 75
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