Publicación
mensual del Oratorio. |
Núm. 133. JUNIO. Año 1975. |
SUMARIO |
LA IGLESIA, como espiga de
hombres que va cre- |
ciendo en el campo del
mundo, zarandeada por los |
vientos, pero con el oro
en sus granos, como la gra- |
cia de Dios en las almas.
La lluvia y el aire limpian los |
tallos cimbreantes, y
crecen bendecidos por la claridad |
estival que se aproxima.
Los apóstoles están aquí, presi- |
didos por el primero de la
lista que nombra el Señor, |
cuando busca
"trabajadores" para su campo: es Pedro. |
"IGLESIA Y
MUNDO" |
EL DERECHO A LA LIBERTAD |
SÓLO LA LIBERTAD |
INDISPENSABLES CRITERIOS
CRISTIANOS |
LOS DERECHOS HUMANOS |
LOS ESTATUTOS DEL HOMBRE |
LIBERTAD, RESPETO,
PLURALISMO |
DESDE CONSTANTINO |
IGLESIA-ESTADO SEGÚN EL
VATICANO |
1 (101) |
IGLESIA Y MUNDO |
("Gaudium el
spes" - n. 76) |
ES de gran importancia,
sobre todo |
donde rige la sociedad
pluralista, |
que se tenga la visión
apropiada |
de la relación entre la
comunidad |
política y la Iglesia, y
que claramente se |
distinta entre lo que
obran los cristianos, |
individual o
asociadamente, en su propio |
nombre como ciudadanos
guiados por la |
conciencia cristiana y
entre lo que llevan |
a cabo en nombre de la
Iglesia, juntamen- |
te con sus pastores. |
La Iglesia, que no se
confunde de nin- |
guna manera con la
comunidad política, |
por razón de su oficio y
competencia y |
que no se liga a ningún
sistema político, |
es signo y juntamente
defensa de la tras- |
cendencia de la persona
humana. |
La comunidad política y la
Iglesia son |
independientes y autónomas
una de otra |
en el propio campo de cada
una. Ambas, |
con todo, aunque por
título diverso, están |
al servicio de la vocación
personal y |
social de los mismos
hombres. Este ser- |
vicio lo ejercitarán tanto
más eficazmente |
cuanto más procuren las
dos una sana |
cooperación entre sí,
teniendo en cuenta |
las circunstancias de los
lugares y los |
tiempos. En efecto, el
hombre no está |
limitado al solo orden
temporal, sino que |
viviendo en la historia
humana, conserva |
íntegramente su vocación
eterna. La Igle- |
sia a su vez, fundada en
el amor del |
Redentor contribuye a que
la justicia y |
la caridad florezcan cada
vez más dentro |
de una misma nación y
entre las nacio- |
nes; reverencia y promueve
la libertad |
política de los ciudadanos
y su responsa- |
bilidad, predicando la
verdad evangélica |
e iluminando todos los
campos de la |
actividad humana por medio
de su doc- |
trina y través el
testimonio de los cris- |
tianos. |
Los Apóstoles y sus
sucesores, así co- |
mo los cooperadores de
éstos, se apoyan |
para el ejercicio de su
apostolado en el |
poder de Dios, al ser
enviados para |
anunciar a los hombres a
Cristo Salvador |
del mundo, el cual
manifiesta bien a |
menudo la fuerza del
Evangelio en la |
misma debilidad de sus
testigos. Todos |
los que se dedican al
ministerio de la |
palabra de Dios, es
necesario que utili- |
cen los caminos y medios
propios del |
Evangelio, que son
diversos en muchas |
cosas de los medios que
usa la ciudad |
terrena. |
Las cosas terrenas y
aquellas que su- |
peran este mundo en la
condición huma- |
na están estrechamente
unidas entre sí, |
y la misma Iglesia usa las
realidades |
temporales cuanto lo pide
su propia mi- |
sión. No pone sin embargo
su esperanza |
en privilegios ofrecidos
por la autoridad |
civil; más aún, renunciará
al ejercicio |
de ciertos derechos
legítimamente ad- |
quiridos, allí donde con
su uso se ponga |
en duda la sinceridad de
su testimonio |
o donde las nuevas
condiciones de vida |
exijan otra ordenación.
Pero siempre |
y en todas partes, se le
ha de permitir |
que predique la fe con
auténtica libertad, |
que enseñe su doctrina
sobre la sociedad, |
que ejerza su oficio entre
los hombres |
de manera expedita y que
proclame su |
juicio moral aun de cosas
que tocan al |
orden político, cuando lo
exijan así los |
derechos fundamentales de
la persona o |
la salvación de las almas,
poniendo en |
juego todos y solo, los
recursos que es- |
tán conformes con el
Evangelio y con |
el bien universal según la
diversidad |
de los tiempos y la
variedad de las con- |
diciones. |
Adhiriéndose fielmente al
Evangelio y |
ejercitando su misión en
el mundo, la |
Iglesia a quien pertenece
fomentar y |
elevar todo lo verdadero,
bueno y bello |
que se encuentra en la
comunidad hu- |
mana (1), fortalece la paz
entre los hom- |
bres para gloria de Dios
(2). |
(1) Cfr. Conc. Vat. II,
Lumen gentium, n. 13. |
(2) Lucas, 2, 14. |
2 (102) |
El derecho |
a la libertad |
EL CONCEPTO de libertad es
hu- |
mano y es cristiano.
Después |
de Cristo, aun las
formulacio- |
nes históricas que no lo
han nom- |
brado, no obstante lo han
supuesto. |
El Cristianismo suprimió
la clasifi- |
cación de los hombres
entre libres |
y esclavos: no existe,
para él, más |
esclavitud que el pecado,
ni más |
libertad que la fe. La fe,
nos recor- |
dará el evangelista san
Juan (8, 32), |
es la verdad que hace
libres. |
En nuestra época existe
una sensi- |
bilidad más despierta por
la libertad |
del hombre, talvez porque
concurren |
las mayores posibilidades
tanto en |
el sentido de asegurar su
progreso, |
como en el de manipular al
hombre |
en sentido opuesto. |
Después de engancharse el
mundo, |
después de las
"guerras de religión", |
después de las
"revoluciones" con- |
vulsionantes, los hombres
han co- |
menzado A hacer proclamas,
sin |
duda bien intencionadas,
en pro de |
esa libertad esencial y
necesaria |
para que el ser humano
conserve su |
dignidad y la desarrolle. |
Hay un concepto liberal de |
la libertad y de su
derecho, que |
podemos encontrar en la
DECLA- |
RACIÓN DE LOS DERECHOS DEL |
HOMBRE Y DEL CIUDADANO, de
la |
Revolución Francesa de
1789, y, más |
recientemente, en la
DECLARACIÓN |
UNIVERSAL DE LOS DERECHOS |
DEL HOMBRE, de las
Naciones Uni- |
das, de 1048, y la
CONVENCIÓN EU- |
ROPEA SOBRE LOS DERECHOS |
DEL HOMBRE Y LAS
LIBERTADES |
FUNDAMENTALES, del Tratado
de |
Roma de 1950. |
La Iglesia ha mostrado
respeto y |
estima a estas
formulaciones; pero a |
partir de Juan XXIII, ha
añadido su |
reflexión teológica, ante
la ne- |
cesidad de aplicar la
noción y el de- |
recho a la libertad a la
necesidad de |
3 (103) |
vivir en una sociedad
pluralista, en |
la que es preciso superar
la intran- |
sigencia y facilitar el
dialogo. LA |
Verdad no se puede
imponer: como |
el alimento ―ella lo
es de la inteli- |
gencia, dice san
Agustin― ha de ser |
Asimilado, no tragado a la
fuerza. |
Es significativa la
actitud del papa |
León XIII respecto a los
católicos |
franceses reacios a
aceptar la amor- |
tización del antiguo
régimen y |
negándose colaborar con el
liberal. |
A poco menos de un siglo,
todavía |
sería útil a católicos de
países menos |
evolucionados, la lectura
de sus encí- |
clicas Immortale Dei y
Liber- |
tas. De todos modos, hasta
Pio XII, |
ha prevalecido en la
mayoría de |
4ectores católicos, la
posición que |
defendía el derecho a la
libertad |
fundándolo en el que tiene
la "ver- |
dad" en si misma, a
ser proclamada |
por encima de todo error.
Puesto |
que la verdad necesita y
exige la |
libertad por imperio de su
mismo |
Valor objetivo. |
Juan XXIII no niega el
valor y el |
derecho objetivo de la
verdad. Pero |
esta verdad es para el
hombre. No |
basta la simple
proclamación dog- |
mática. Ha de ser
protegido el bus- |
cador honesto y el
destinatario de |
esta verdad, para que
pueda ser una |
verdad viva, humana. El
hombre |
mismo en una verdad: es
una criatu- |
ra de Dios, que lo ha
hecho libre y |
que, por eso, conoce y
quiere. Esta |
capacidad humana, recibida
del Cre- |
ador, ha de ser amparada
por los |
derechos del hombre. |
La verdad es para el
hombre; el |
hombre en el sujeto de
esta libertad. |
El objeto es la verdad
buscada, acep- |
tada, creída, profesada,
proclamada, |
vivida, transmitida a la
sociedad en |
lo que influye. |
El fundamento de Can
libertad |
está en la exigencia de la
dignidad |
de la persona humana:
Todos los |
hombres deben estar
inmunes de |
coacción tanto de personas
parti- |
culares, como de cualquier
potestad |
humana, conforme a su
dignidad, |
impulsados a buscar la
verdad, sobre |
todo lo que se refiere a
la religión. |
A este respecto es
interesante leer |
la declaración conciliar
Dignita- |
tis humanæ, sobre la
libertad |
religiosa, en especial los
números 2 |
El límite de esta libertad
está en |
el justo orden público.
Que es la |
tutela eficaz, en favor de
todos los |
ciudadanos, de estos
derechos como |
parte fundamental del bien
común, |
que es el conjunto de
condiciones de |
la vida social mediante
las cuales |
los hombres pueden
conseguir su |
propia perfección y
desarrollo. Por |
lo demás, se debe
conservar la regla |
de entera libertad en la
sociedad, |
según la cual, debe
reconocerse al |
hombre el máximo de
libertad. |
Las limitaciones deben ser
iguales |
para todos los hombres, y
el derecho |
a la libertad ha de ser
reconocido |
en el ordenamiento
jurídico de la |
sociedad, de forma que se
llegue a |
convertir en un derecho
civil. |
El derecho a la libertad
es, desde |
Juan XXIII, no sólo el
derecho de la |
verdad especulativamente
conside- |
rada; sino el derecho de
la verdad |
para la vida, y para la
vida precisa- |
mente del hombre. Es un
derecho |
del hombre. La
documentación con- |
temporánea de la Iglesia a
este res- |
pecto es abundante y
retener que |
principios para
relacionarlos con |
las situaciones actuales
de convi- |
vencia resulta
indispensable al cris- |
tiano medianamente
formado. |
4 (104) |
Sólo la libertad |
pide la Iglesia a las
potencias de la tierra |
para llevar a los hombres |
su mensaje de vida |
LA FUERZA espiritual que,
por |
primera vez en la
Historia, se |
enfrenta con los poderes
tempo- |
rales para exigir una
distinción entre |
política y religión, es el
Cristianismo. |
En la vida de los hombres,
el origen |
del poder político y las
primeras for- |
mas de su organización,
van confun- |
didos con el concepto de
lo sagrado. |
Los reyes son dioses. |
Los primeros cristianos
pagaron el |
tributo de tres siglos de
persecuciones, |
de suplicios, cárceles,
torturas, difama- |
ciones y muertes, porque
se negaban |
a ofrecer incienso al
César, y «no |
podían dar al César lo que
era de |
Dios»). En un principio
las calumnias |
difundidas desde el poder,
pudieron |
impresionar a los
ciudadanos paganos, |
desconocedores de la
realidad de las |
vidas de los bautizados y
del sentido |
de las actividades de los
ministros del |
Señor, empleados en la
caridad indis- |
criminada, en la defensa
de los escla- |
vos, en el socorro de los
pobres... |
Si por el contrario los
cristianos más |
significados, obispos y
presbíteros, se |
hubiesen ofrecido como
policías del |
César, en vez de
perseguidos, hubie- |
ran sido glorificados,
recompensados |
y enaltecidos frente a
todos. |
Hemos de agradecer, las
generacio- |
nes posteriores, la
integridad y ente- |
reza de los primeros
cristianos. Ellos |
salvaron el espíritu que
tenían que |
transmitir a los demás
hombres, por- |
que, recordando la promesa
de Cristo, |
no temieron a «los que
pueden quitar la |
vida del cuerpo, pero no
la del alma». |
Y fue a costa de esta
valentía que |
consiguieron el primer
paso en la libe- |
ración del hombre. Hemos
de decir "el |
primer paso", porque
el proceso sigue |
todavía. Este primer paso
consiste en |
el reconocimiento, por lo
menos teóri- |
co, de la independencia de
la Iglesia. |
La práctica, que pertenece
al andar |
histórico, tiene sus más y
sus menos, |
entre épocas más pacíficas
y otras con- |
flictivas. La Iglesia, en
este mundo, |
sigue sometida al zarandeo
que el Se- |
ñor pronosticó a Pedro, el
primer Papa, |
refiriéndose precisamente
a sus angus- |
tias y al martirio que le
aguardaba. |
Y mártires fueron la serie
de los pri- |
meros papas que iniciaron
la era cris- |
tiana. |
Con el correr de los
siglos, si por lo |
menos en muchas ocasiones
no se ha |
podido negar este derecho
a la propia |
independencia, la práctica
de los reyes |
y gobiernos seculares,
difícilmente se |
5 (105) |
han mostrado limpios de
injerencias |
indebidas en lo
espiritual, y ha habido |
y sigue habiendo ejemplos
de rechazo |
total y el no menos
frecuente de teórica |
aceptación y hasta de
proclamación de |
esta independencia, pero
desmentida |
con procedimientos de
presiones e |
intromisiones tendentes a
convertir la |
religión en un agregado
político, do- |
mesticado y utilizado con
el evidente |
escándalo de las masas que
ven con- |
fundidos los planos
espiritual y tem- |
poral. |
Otras veces el escándalo
no es me- |
nor cuando, en el intento,
por otra |
parte de la Iglesia,
precisamente de |
mantenerse en su
independencia polí- |
tica, como es su deber, es
hostigada |
por negar una docilidad a
ultranza que |
no puede dar sin
traicionar la presen- |
tación de su mensaje,
desvinculado de |
todo monopolio político.
En no pocas |
ocasiones se la acusa de
"hacer políti- |
ca", y de
"políticos" se acusan, para |
desprestigiarlos, a sus
obispos y a sus |
sacerdotes, precisamente
porque se |
niegan a secundar la
política que se les |
impone, o, simplemente,
porque se |
muestran demasiado
neutrales ante |
bandos opuestos sobre
cuestiones que |
son opinables, o porque
auxilian a |
perseguidos o socorren a
pobres vícti- |
mas de cualquier forma de
opresión. |
En un mundo donde todavía
existe la |
tortura, la represión
violenta, y la |
razón de la fuerza, no es
extraño que |
la Iglesia, pacificadora
sin armas y |
predicadora de la verdad y
de la jus- |
ticia, que no puede
permanecer en |
silencio porque es, como
dice el Vati- |
cano II (IM, 76), «signo y
salvaguardia |
del carácter trascendente
de la perso- |
na humana», cause
irritación cuando |
predica su verdad y
recuerda las exi- |
gencias de la justicia. |
Por esta razón, en el
Concilio Vati- |
cano II, cuando los
obispos de todo el |
mundo se dirigieron a los
gobiernos de |
las naciones, lo único que
les pidieron |
fue la libertad para
predicar la verdad |
cristiana ―entera,
evidentemente―. Es |
cierto que la Iglesia no
puede prestarse |
a refrendar un determinado
régimen |
político o a hacer
propaganda de un |
partido; ella sirve al
pueblo, el bien |
común, que son, por otra
parte, lo que |
puede justificar a un
régimen en parti- |
cular o a los partidos
políticos. |
Decían a este propósito
los Padres |
conciliares: |
«¿La Iglesia, después de
casi dos mil años de vicisitudes de todas clases en |
relaciones con vosotros,
las potencias de la tierra, qué os pide hoy?... No os |
pide más que libertad: la
libertad de creer y predicar su fe; la libertad de amar |
a su Dios y servirlo: la
libertad de vivir y de llevar a los hombres su mensaje |
de vida. No la temáis: es
la imagen de su Maestro, cuya acción misteriosa no |
usurpa vuestras
prerrogativas, pero que salva a todo lo humano de su fatal |
caducidad, lo transfigura,
lo llena de esperanza, de verdad, de belleza. |
Dejad que Cristo ejerza
esa acción purificante sobre la sociedad. No lo cruci- |
fiquéis de nuevo; eso
sería sacrilegio, porque es Hijo de Dios; sería un suicidio, |
porque es Hijo del hombre.
Y a nosotros, sus humildes ministros, dejadnos |
extender por todas partes
sin trabas la buena nueva del evangelio de la paz, |
que hemos meditado en este
Concilio. Vuestros pueblos serán los primeros |
beneficiarios, porque la
Iglesia forma para vosotros ciudadanos leales, amigos |
de la paz social y del
progreso» (Mensaje, 4, 5). |
6 (106) |
Indispensables |
criterios |
cristianos |
PARA un gano criterio
cristiano |
en la interpretación del
mundo |
actual, no basta la
fidelidad im- |
plícita y genérica a la
Iglesia, sino que, |
cuando es posible a un
nivel medio de |
inteligencia, es
indispensable ilustrar |
las ideas cristianas
fundamentales con |
la más reciente y actual
doctrina ma- |
gistral de la Iglesia. Es
un contrasenti- |
do, por desgracia harto
frecuente, que |
todavía se den casos de
cristianos de |
buena fe, relativamente
cultos por |
haber recibido una
instrucción media |
o superior, pero que, en
lo que se re- |
fiere al cultivo de sus
ideas cristianas, |
no han sobrepasado el
estrato del ni- |
vel sentimental de la
infancia o el in- |
completo y crítico de la
adolescencia. |
No hay mala voluntad, pero
sí algo |
de pereza o falta de orden
en la orga- |
nización y desarrollo de
sus curiosi- |
dades o inquietudes
intelectuales, |
cuando del Cristianismo se
trata. |
Todos hablamos del
Concilio, de las |
directrices sociales de la
Iglesia, o invo- |
camos los principios en
que ella basa |
los derechos y deberes
políticos de los |
ciudadanos; todos queremos
renovar, |
como se dice, las
estructuras, hacer un |
mundo mejor, organizar más
justamen- |
te la convivencia; todos
queremos una |
Iglesia más cerca del
hombre, más con- |
creta en la aplicación de
la verdad |
cristiana a la vida, no
sólo individual, |
sino social y colectiva de
los hombres... |
Y mientras pensamos,
decimos o |
deseamos tales cosas
―muy nobles |
por cierto― no
dejará de haber algu- |
nos hombres que, en
verdad, se pre- |
ocupen y estudien y
reflexionen, con |
verdadera dedicación,
sobre todos es- |
tos aspectos y problemas.
¡Menos mal! |
Pero es de lamentar que
muchos |
hombres y mujeres podrían
más de |
cerca estar informados, y
conociendo |
mejor, ellos mismos
sentirse más se- |
guros en la posesión de la
verdad |
cristiana y más generosos
en la exten- |
sión de esta verdad, donde
quiera que |
estén. Por otra parte,
todos los cambios |
que se desean, no se
producirán por- |
que una minoría entusiasta
estudie, |
predique o escriba, y obre
y se com- |
prometa de acuerdo con lo
que des- |
cubre que la Iglesia le
propone y el |
mundo necesita, sino que
será preciso, |
para un efectivo cambio y
transforma- |
ción, no sólo aparente,
que todos cuan- |
tos seamos capaces de
saber y de |
entender, no cerremos
nuestras men- |
tes y nos ilustremos,
siquiera modera- |
damente, en el mayor
conocimiento |
de estos principios
renovadores que |
podemos encontrar en los
últimos do- |
cumentos de la Iglesia. |
Es indispensable a un
cristiano que |
haya cultivado su
inteligencia en otros |
campos, conocer, además,
los últimos |
documentos de la Iglesia.
No bastan la |
fe, el Credo, las
prácticas habituales de |
7 (107) |
piedad y el ajustarse a un
moralismo |
más o menos admitido como
cristiano. |
La vida, múltiple y
variada constante- |
mente, nos reta a una
interpretación |
nueva e inmediata para la
que necesi- |
tamos, además del
contenido que po- |
demos llamar tradicional
de la fe, el |
conocimiento de los
planteamientos y |
directrices más recientes
de la Iglesia, |
en el campo doctrinal. No
se trata de |
que todos seamos teólogos;
pero sí que |
se trata de adquirir el
hábito de referir |
a las directrices más
actuales de la |
Iglesia, los sucesos que
contemplamos, |
cuya realidad fluyente
está tan cerca |
de nosotros y que hasta,
en ocasiones, |
nos atañe en nuestras
propias respon- |
sabilidades de profesión o
de ciudada- |
nía, tanto a nivel
personal como en el |
compartido en la sociedad. |
El Cristianismo es
comunitario, 90- |
cial, universal. Ni la
Iglesia ni, por lo |
tanto, el cristiano,
pueden desenten- |
derse de «los gozos y las
esperanzas, |
las tristezas y las
angustias de los |
hombres de nuestro
tiempo... » porque |
«la Iglesia se siente
íntima y realmente |
solidaria del género
humano y de su |
historia» (IM, 1). |
Todo cristiano
medianamente ins- |
truido debe tener, entre
los libros de |
su pequeña o grande
biblioteca, ade- |
más de la Biblia y un buen
Catecismo, |
los Documentos del último
Concilio y |
alguna colección de los
escritos ponti- |
ficios que más
directamente se refieren |
a la vida social, política
y económica, |
desde una perspectiva
cristiana, en |
orden a la interpretación
de nuestra |
contemporaneidad. |
Recomendamos estos dos
volúmenes, ambos de la |
colección B.A.C. minor: |
• CONCILIO VATICANO II.
Constituciones. Decretos. |
Declaraciones. |
• OCHO GRANDES MENSAJES.
Rerum novarum. Qua- |
dragesimo anno. Mater et
magistra. Pacem in terris. |
Ecclesiam suam. Populorum
progressio. Gaudium et |
spes. Octogesima
adveniens. |
Los encontrará en toda
librería bien provista y, más seguramente, |
en una librería religiosa.
Si los solicita de la colección que le indi- |
camos, los adquirirá bien
editados, complementados con índices |
que facilitan su manejo y
de precio verdaderamente económico. |
Hay personas que se
lamentan de que la Iglesia no ofrece orienta- |
ciones que sean válidas
para nuestra época. Vd. nunca será de |
ellas si acude con
frecuencia a esta documentación y la aplica a la |
época que vivimos. |
8 (108) |
Los derechos humanos. |
La Iglesia proclama los
derechos del hombre y reconoce y |
estima en mucho el
dinamismo de la época actual, que está |
promoviendo por todas
partes tales derechos. (IM, 41). |
Es necesario que se
facilite al hombre todo lo que este necesita |
para vivir una vida
verdaderamente humana, como son: |
el alimento, el vestido,
la vivienda, |
el derecho a la elección
de estado y a fundar una familia, |
a la educación, |
al trabajo, |
a la buena fama, |
al respeto, |
a una adecuada
información, |
a obrar de acuerdo con la
norma recta de su conciencia. |
a la protección de la vida
privada y |
a la justa libertad
también en materia religiosa. (IM, 26). |
La conciencia más viva de
la dignidad humana ha hecho que |
en diversas regiones del
mundo surja el propósito de estable- |
cer un orden
político-jurídico que proteja mejor en la vida |
pública los derechos de la
persona, como son: |
el derecho de libre
reunión, |
de libre asociación, |
de expresar las propias
opiniones |
y de profesar privada y
públicamente la religión. (IM, 73). |
Es inhumano que la
autoridad política caiga en formas totali- |
tarias o en formas
dictatoriales que lesionen los derechos de la |
persona o de los grupos
sociales. (IM, 75). |
Les es lícito a los
ciudadanos defender sus derechos y los de |
sus conciudadanos contra
el abuso de tal autoridad, guardando |
los límites que señala la
ley natural y evangélica. (IM, 74). |
9 (109) |
LOS ESTATUTOS DEL HOMBRE |
(Del joven poeta brasileño
Tiago de Mello) |
ARTICULO 1 |
Se decreta: que, a partir
de este momento, |
la verdad es un valor; |
que de ahora en adelante, |
la vida es un valor. |
ARTICULO 2 |
Se decreta: que todos los
días de la semana, |
comprendidos los miércoles
de ceniza más oscuros, |
tienen el derecho de
convertirse |
en mañana de domingo. |
ARTICULO 3 |
Se decreta: que, a partir
de este momento, |
habrá girasoles en todas
las ventanas, |
y que todos ellos tendrán
derecho |
de abrirse en la sombra, |
y que todas las ventanas,
durante todo el día, |
permanecerán abiertas al
verdor de la esperanza. |
ARTICULO 4 |
Se decreta: que, a partir
de este momento, el hombre |
ya no tendrá más necesidad
de dudar de sus semejantes; |
que el hombre tendrá
confianza en el hombre |
como la palmera pone sus
brazos en el viento, |
como el viento pone sus
alas en el aire, |
como el aire en la luz y
el canto del cielo. |
ARTICULO 5 |
Queda establecido: que ya
no será jamás necesario |
usar de la coraza del
silencio |
ni de la armadura de las
palabras. |
Todo hombre se sentará a
la mesa |
con la mirada pura, |
porque la verdad será
servida |
antes que el
cubierto. |
10 (110) |
ARTICULO 6 |
Se decreta: que el más
grande sufrimiento, |
ha sido y será, siempre
jamás, |
no poder dar amor a quien
se ama |
y no saber que es el agua
quien da a la planta |
el gran milagro de la
flor. |
ARTICULO 7 |
Se establece, por
definición: |
que el hombre es un animal
que ama, |
y que en ello hay más
hermosura |
que en la primera luz de
las estrellas de la mañana. |
ARTICULO .8 |
Se decreta: que nada será
ni mandado ni prohibido. |
Todo estará permitido, |
incluso jugar con los
rinocerontes |
y el pasearse, al
atardecer, |
con una begonia inmensa en
el ojal. |
ARTICULO 9 |
Se decreta: que el dinero |
guardado en el gran cofre
del miedo, |
se transformará en arma
fraternal |
para defender el derecho a
cantar |
y a la fiesta del día que
nace. |
ARTICULO FINAL Declaramos:
está prohibido el uso de la palabra "Libertad". |
Además, esta palabra será
suprimida de los diccionarios |
y de la maceración
engañosa de las bocas. |
Desde este momento, |
la libertad será algo vivo
y transparente, |
y permanecerá |
y permanecerá, para
siempre, |
en el corazón del hombre. |
PARRAFO UNICO: «Una sola
cosa queda prohibida: |
amar sin amor». |
11 (111) |
Libertad, respeto,
pluralismo |
Merece alabanza la
conducta de aquellas naciones en las |
que la mayor parte de los
ciudadanos participa con verda- |
dera libertad en la vida
política. (IM, 31). |
El cristiano debe
reconocer la legítima pluralidad de opinio- |
nes temporales
discrepantes y debe respetar a los ciudadanos |
que, aun agrupados,
defienden lealmente su manera de ver. |
Los partidos políticos
deben promover todo lo que a su juicio |
exige el bien común;
nunca, sin embargo, está permitido ante- |
poner intereses propios al
bien común. (IM, 75). |
Son muchos y diferentes
los hombres que se encuentran |
en una comunidad política,
y pueden con todo derecho in- |
clinarse hacia soluciones
diferentes. (IM, 74). |
Quienes sienten u obran de
modo distinto al nuestro en ma- |
teria social, política e
incluso religiosa, deben ser también |
objeto de nuestro respeto
y amor. (IM, 28). |
La Iglesia, que por razón
de su misión y de su competencia, |
no se confunde en modo
alguno con la comunidad política, |
ni está atada a sistema
político alguno, es a la vez signo |
y salvaguarda del carácter
trascendente de la persona |
humana. (IM, 76). |
La Iglesia nada desea
tanto como desarrollarse libremente, |
en servicio de todos, bajo
cualquier régimen político que re- |
conozca los derechos
fundamentales de la persona y de la |
familia y los imperativos
del bien común. (IM, 42). |
12 (112) |
Desde Constantino |
LA IGLESIA iba creciendo,
al |
margen del Estado, y
perseguida |
intermitentemente por
éste, en |
los primeros siglos de
muestra era. |
Los recursos a la
legislación profana |
que protegía las
fundaciones funerati- |
cias ―las
catacumbas― y la interpo- |
sición de particulares que
ofrecían sus |
casas para el culto eran,
en un princi- |
pio, el único apoyo
externo, aunque |
precario, en que la
creciente sociedad |
podía apoyarse. Finalmente
se había |
convertido en una realidad
innegable |
y el mismo poder político
hubo de |
reconocerlo. |
Prescindiendo de leyendas,
el pri- |
mer emperador que
reconoció a la |
Iglesia como sociedad
organizada, ex- |
cusándola de rendir el
culto divino a |
su persona, fue
Constantino. Con algu- |
na precipitación se habla
a veces de |
la "conversión"
de este emperador, la |
cual, en todo caso, fue
muy tardía ... |
En realidad, por el Edicto
de Milán, |
de 313, aunque era el
Cristianismo el |
que quedaba favorecido por
la libertad |
que se le reconocía lo
cierto es que |
esta libertad se concedía
para toda |
religión, cristiana o no,
para que cada |
uno encuentre aquella
religión que él |
mismo considera que le
conviene. |
Lactancio escribirá que
«al fin Dios ha |
suscitado un gobernante
que ha roto |
los perversos y
sangrientos edictos de |
los potentados y se ha
compadecido |
del humanu linaje». |
La tentación |
constantiniana |
Constantino siguió
recibiendo ho- |
menajes de reconocimiento
divino por |
parte de sus súbditos,
sólo que no los |
exigía de los cristianos.
De cómo él |
entendió y de cómo trató a
la Iglesia, a |
la que daba la paz y
concedía libertad, |
es difícil formarse
criterios más allá de |
lo que los mismos hechos
manifiestan. |
Para algunos Constantino
encadenó a |
la Iglesia al poder
político y la conci- |
bió subordinada a él, como
un recurso |
de cohesión espiritual en
un momento |
crítico de desintegración
política y de |
peligro de desmoronamiento
imperial; |
otros, en cambio, edifican
toda una |
leyenda de visiones y
milagros, y casi |
le canonizarían. |
Es verdad que, en el
primer concilio |
de Nicea, el año 325,
cuando Constan- |
tino ofreció una comida a
los obispos, |
muchos de los cuales
habían sufrido |
el zarpazo de recientes
persecuciones, |
éstos ―cuenta el
historiador Eusebio― |
«creían hallarse en el
Paraíso». Era |
el descanso y el
reconocimiento del |
triunfo de la fe, después
de persecu- |
ciones, cárceles,
martirios y calumnias |
que el mismo poder secular
que ahora |
les agasajaba, antes les
había infligido. |
No debemos acusar de
debilidad |
a estos obispos; ni
tampoco llevar al |
extremo de la astucia la
táctica de |
Constantino. Éste, como
político, creyó |
13 (113) |
que una fe única y
universal, por otra |
parte probada y acreditada
con la |
ejemplaridad de quienes la
profesa- |
ban, le sería ciertamente
útil desde el |
punto de vista político. Y
por esto quiso |
protegerla. |
El ideal hubiera sido ni
protección, |
ni persecución; sino
simple y leal reco- |
nocimiento. Toda la
historia posterior |
de la Iglesia encontrará
las horas de |
su dolor más amargo y
humillante, en |
las desfiguraciones a que
la sometan |
sus
"protectores" y en las persecucio- |
nes de aquellos (¡a veces
los mismos!) |
que sin fe, no pueden
comprenderla |
«porque su reino no es de
este mundo». |
El cesaropapismo |
Fue Teodosio el Grande
quien, en |
el año 380 declaró el
Cristianismo reli- |
gión oficial del Estado.
Tanto la Iglesia, |
como su doctrina y su
derecho, pasan |
a formar parte del derecho
público ro- |
mano. El emperador
pretenderá, para |
sí, el poder de decidir
tanto sobre |
cuestiones disciplinares
como dogmá- |
ticas: convoca concilios,
toma parte en |
ellos, confirma sus
decisiones, promul- |
ga leyes contra la herejía
y el cisma. |
Puede decirse que es una
vuelta al |
criterio clásico imperial
romano, sólo |
que ahora el emperador no
tiene ho- |
nores de divinidad y que,
también, se |
ha arrinconado el
politeísmo; pero, |
como entonces, el
emperador monopo- |
liza lo sagrado y los
sacerdotes depen- |
den de él. |
La Iglesia no permanece
pasiva. |
Ambrosio de Milán
reacciona: «El em- |
perador está dentro de la
Iglesia, pero |
no encima de ella. Un buen
emperador |
busca favorecer a la
Iglesia, no com- |
batirla». |
El riesgo es evidente: en
vez de |
cristianizar lo civil, se
había civilizado |
(politizado) lo sagrado,
otra vez. |
El cesaropapismo tuvo dos
evolu- |
ciones debidas a la crisis
del imperio |
romano: el reparto de la
herencia de |
Teodosio, que lo dividió
en dos ―orien- |
tal y occidental―,
desembocó en la |
cristalización del
cesaropapismo aco- |
gido y desarrollado en
Constantinopla, |
del que es ejemplo la
Iglesia ortodoxa |
griega, dependiente del
poder civil, y |
la prevalencia, sembrada
de luchas, |
de la independencia de los
Papas, en |
Occidente. |
Cuando Odoacro remitió a
Constan- |
tinopla las insignias del
imperio ro- |
mano, que cede a la
avalancha de los |
pueblos del Norte europeo,
en el caos |
de Occidente, permanece
una sola |
fuerza real, aunque no
física, que es la |
Iglesia, no solamente
capaz de sostener |
todo un siglo de
invasiones bárbaras, |
sino de hacerse reconocer
por los re- |
cién llegados. Es el papa
León I, el |
que se enfrenta a Atila, y
amansa a sus |
huestes evitando, así, la
destrucción |
de Roma. |
Los pueblos tribales
venidos del |
Norte tampoco están
preparados para |
suceder al imperio romano.
Hay un |
vacío de poder que, en
principio mo- |
ralmente suple el Papado.
Pronto, |
apenas sea posible porque
el orden |
político se vaya
consolidando, el Papa |
pondrá la corona de
emperador a un |
rey cristiano, Carlomagno,
para que |
cuide de defender a la
Cristiandad. El |
Papa es Pedro, y envaina
la espada. |
Las dos espadas |
La resurrección de estos
títulos |
imperiales era una
ficción: había su- |
14 (114) |
cedido al mundo antiguo la
idea de la |
"Cristiandad",
la convergencia reli- |
giosa y estatal del reino
de Dios en la |
tierra. |
El papa Gelasio, a finales
del siglo |
V, se refiere a dos
poderes, a "dos |
capadas" para
gobernar el mundo: la |
de los sumos pontífices y
la de los re- |
Parecía una idea
equilibradora y per- |
durable; pero de la teoría
a la realidad |
los tiempos se movieron,
durante la |
Edad Media, en pro de una
u otra |
prevalencia. Había una
razón para la |
prevalencia moral de la
autoridad de |
los jerarcas
eclesiásticos, y era que |
representaban la única
autoridad con |
suficiente prestigio y
continuidad en |
el mundo occidental, la
que reunía a |
hombres más cultos, la que
asumía la |
atención de la
beneficencia, y, en es- |
pecial durante los siglos
XII y XIII |
con papas como Gregorio
VII, Inocen- |
cio III. Bonifacio VIII,
el desarrollo |
de la vida monástica y su
influjo civi- |
lizador, la irradiación
cultural de las |
universidades, hacía que
fueran, ade- |
más de los mejores
servidores del |
pueblo, los asesores en
toda empresa |
cultural o en cualquier
problema jurí- |
dico, en el que los reyes
se vieran |
implicados. |
Estos, más por acumular
fuerzas |
con que oponerse a sus
rivales, que |
por absorber a la Iglesia,
procuraban |
influir en ella y tenerla
a su disposi- |
ción, o castigarla si no
correspondía a |
sus pretensiones. |
No podemos olvidar que la
Sociedad |
de Naciones, y su
resurrección en la |
O.N.U. actual son creación
de nuestros |
días, y que, de alguna
manera, ese |
poder mediador,
pacificador y de co- |
hesión, correspondió, en
el Medioevo, |
por inercia de los
tiempos, a la Iglesia |
y de manera muy decisiva.
El concepto |
de "Cristiandad"
que hoy ya no nos |
vale - porque supondría un
error de |
Quienes son, o pueden
llegar a ser, capaces de |
ejercer ese arte tan
difícil y tan noble que es la |
política, prepárense para
ella y procuren ejerci- |
tarla con olvido del
propio interés y de toda ga- |
nancia venal. Luchen con
integridad moral y con |
prudencia contra la
injusticia y la opresión, la |
intolerancia y el
absolutismo de un solo hombre |
o de un solo partido
político; conságrense con |
sinceridad y rectitud, más
aún, con caridad y |
fortaleza política, al
servicio de todos.- (IM, 75). |
15 (115) |
perspectiva en los
actuales plantea- |
mientos del mundo que
amanece, |
jugaba un papel
indispensable en las |
relaciones entre los
pueblos tenidos |
por cristianos. |
Se reconocía que todo
poder viene |
de Dios y que, por lo
mismo, debe |
servir a Dios. La Iglesia
no ejercía el |
poder secular, pero,
indirectamente, |
lo alcanzaba: un rey
excomulgado no |
podía exigir obediencia de
sus súbdi- |
tos. |
Situaciones que hoy no
admitiría- |
mos, entonces eran
aceptadas. El mis- |
mo poder temporal del Papa
en los |
Estados Pontificios, que
sería ahora |
un lastre impertinente y
absurdo, ha |
sido, no obstante,
recogido en la mí- |
nima y simbólica expresión
del Estado |
de la Ciudad del Vaticano,
como ga- |
rantía de independencia
política del |
Papa, como Jefe de la
Iglesia. Menos |
afinado que esta actual
situación -los |
tiempos cambian y cambian
las ideas |
de los hombres, algo de
ello tuvieron |
los poderes políticos de
los pontífices |
medievales. |
El protestantismo |
y los regalismos |
La consolidación de la
revolución |
protestante se debió,
especialmente, al |
apoyo político, cediendo a
convertirse |
en "iglesias
nacionales" de sus respec- |
tivos reyes, e
independientes de Roma. |
Es la aplicación de las
ideas cesaristas |
la de que el súbdito debe
seguir la |
religión del rey, como
reza el principio |
consagrado finalmente en
Westfalia, |
al buscar el equilibrio
religioso euro- |
peo (1648). |
Pero, si por una parte los
príncipes |
protestantes piensan tener
a su dispo- |
sición una fuerza moral
complementa- |
ria para su política
interior, en tiem- |
pos en que la idea de
imperio también |
entra en crisis ("el
rey es emperador |
dentro de su reino"),
no quieren ser |
menos los soberanos
católicos: pro- |
nuncian siempre la palabra
de Dios" |
y se profesan devotos y
cristianos, |
pero exigen prerrogativas
"nacionali- |
zadoras" y tienden a
convertir a la |
jerarquía en burocracia
estatal, inter- |
viniendo en su
designación, imponien- |
do el "plácet" a
los documentos pon- |
tificios, y si bien suelen
premiar con |
dádivas a la Iglesia, no
son más que |
asignaciones por servicios
desempeña- |
dos en la enseñanza y
beneficencia |
que complementan las
limosnas de los |
fieles. |
El daño de esta injerencia
atávica |
ha sido grande para la
Iglesia, porque |
le ha proporcionado una
jerarquía |
dócil a los reyes, con
frecuencia |
ambiciosa de escalar
grados que ellos |
les concedieran, y menos
fiel a la sede |
Romana. Los peligros de
cismas, y los |
verdaderos cismas habidos
(arrianis- |
mo, protestantismo,
ortodoxos orien- |
tales...), no se podrían
explicar sin |
la injerencia de lo
secular en la Igle- |
sia. |
Los reyes tenían un
complemento |
espiritual que reforzara
su prestigio |
frente al pueblo. |
La misma elección del Sumo
Pontí- |
fice estaba sometida al
veto de los |
reyes, hasta principios de
nuestro ac- |
tual siglo XX, y por
cierto ejercido. |
Las diversas
manifestaciones rega- |
listas merecerían un
esclarecimiento |
aparte. De ellos no estuvo
inmune nin- |
gún príncipe
"católico" y constituyen |
el último capítulo de las
servidumbres |
de las que la Iglesia
intenta deshacer- |
se. |
16 (116) |
Principios fundamentales |
que deben regular |
las relaciones
Iglesia-Estado |
según el Vaticano II |
EL CONCILIO Vaticano II,
en varios de sus documentos, se refiere a las |
relaciones Iglesia-Estado.
Tomamos solamente algunos de sus párrafos |
más significativos: en
concreto el número 76 de la constitución Gaudium |
et spes, que trata de la
Iglesia y el mundo (IM) actual; el número 13 de la decla- |
ración Dignitatis humanae,
sobre la libertad religiosa (LR), y el número 7 del |
decreto Apostólicam
actuositatem, sobre el apostolado de los seglares (AS). Todos |
ellos son puntos básicos
de referencia que permiten establecer los siguientes |
principios: |
Libertad de la Iglesia. Es
el principio más importante. Libertad no sola- |
mente proclamada, ni sólo
sancionada con las leyes, sino también |
practicada con sinceridad.
Y debe haber concordancia entre libertad |
de la Iglesia y libertad
religiosa reconocida como un derecho a todos |
los hombres y a todas las
comunidades, cualesquiera que sean sus |
creencias. Son exigencias
de esta libertad: |
―regirse por sus
propias normas; |
―honrar a la
Divinidad con culto público; |
―ayudar a sus
miembros en el ejercicio de la vida religiosa y |
sostenerlos y orientarlos
mediante su doctrina; |
―promover
instituciones adecuadas a estos fines; |
—derecho (por supuesto) de
reunión; |
―nombrar, con entera
libertad, ministros y jerarquías propias, sin |
injerencia del poder
político; lo contrario desfiguraría a la so- |
ciedad religiosa y la
convertiría en "sección" de la administra- |
ción y los jefes
religiosos en "funcionarios estatales": |
―comunicarse
libremente con las autoridades y comunidades |
religiosas con sede en
otros países; |
―erigir edificios,
adquirir y disfrutar bienes convenientes a su |
misión; |
―enseñar, profesar
públicamente, de palabra y por escrito, la fe; |
―manifestar el valor
de la doctrina para la ordenación de la |
sociedad y beneficio de
toda actividad humana. |
17 (117) |
Autonomía del Estado y de
la Iglesia. Ambas comunidades, «la comuni- |
dad política y la Iglesia
son independientes y autónomas, cada una en |
su propio terreno. Ambas,
sin embargo, aunque por diverso título, |
están al servicio de la
vocación personal y social del hombre», como |
dice la const. Gaudium el
spes (76, c). Esta autonomía recíproca res- |
ponde a la voluntad del
Creador (id. 36, b). |
Cooperación para el bien
social. Puesto que tanto la comunidad política |
como la Iglesia están al
servicio de la vocación personal y social del |
hombre, cuanto más sana y
mejor sea la cooperación entre ellas, me- |
jor realizarán este
servicio. La Iglesia, al predicar la verdad evangélica |
e iluminar todos los
sectores de la acción humana con su doctrina y |
con el testimonio de los
cristianos, respeta y promueve también la |
libertad y la
responsabilidad políticas del ciudadano y consolida la |
paz en la humanidad para
gloria de Dios (IM, 76, c, e). |
Distinción, no confusión,
con todo poder político. En virtud de su misión |
y de su competencia, y
porque es a la vez signo y salvaguardia del |
carácter trascendente de
la persona humana. Máxime cuando la reco- |
nocida libertad del hombre
se manifiesta en la sociedad pluralista, en |
la que caben variadas
opciones políticas y soluciones técnicas, que son |
de la competencia de la
comunidad política y de los individuos perso- |
nalmente considerados. Por
eso, la recta concepción de las relaciones |
entre Estado e Iglesia,
debe evitar cualquier confusión y distinguir |
netamente, además, la
actuación personal o asociada de los cristianos |
como ciudadanos, de la que
lleven a cabo en nombre de la Iglesia y |
en comunión con sus
pastores (IM, 76, a). |
Discernimiento moral de
inspiración cristiana. La exigencia de la dis- |
tinción entre Iglesia y
Estado y partidos políticos, no puede conside- |
rarse como una inhibición
del deber que la Iglesia tiene y que, para |
ser fiel a la predicación
de la fe, le lleva a reclamar el que, en todo |
momento y en todas partes
pueda predicar esta fe con auténtica liber- |
tad, y enseñar su doctrina
social, ejerciendo su misión entre los hom- |
bres sin traba alguna y
dando su juicio moral, incluso sobre materias |
referentes al orden
político, cuando juzgue que lo exijan los derechos |
fundamentales de la
persona o la salvación de las almas. Precisamente |
la libertad y el no
poderse confundir con ideologías políticas ni esta- |
dos temporales, la
capacita para esta función de discernimiento cris- |
tiano sobre toda la
realidad de la actuación humana. |
Los medios. Como las
realidades temporales y las realidades sobrenatu- |
rales están estrechamente
unidas entre sí, la Iglesia se sirve de medios |
temporales en cuanto su
propia misión lo exige. Aunque no pone su |
esperanza en privilegios
dados por el poder civil, e incluso renuncia |
18 (118) |
al ejercicio de ciertos
derechos legítimamente adquiridos cuando com- |
prende que su uso puede
empanar la pureza de su testimonio o las |
nuevas condiciones de vida
exijan otra disposición. La Iglesia utiliza |
todos los medios con tal
que sean conformes al Evangelio y al bien de |
todos según la diversidad
de tiempos y de situaciones. Por esta razón |
los medios que convienen
al Evangelio se diferencian en muchas cosas |
de los medios que la
ciudad terrena utiliza. |
Todo lo cual, que responde
al pie de la letra de cuanto la Iglesia sostiene a |
este respecto, no
significa que sea ella enemiga ni del Estado ni de las relacio- |
nes que para el bien de
los hombres convenga que mantenga con él. Pero seña- |
la continuamente cuál es
su posición y reclama sin cesar esta independencia y |
libertad como premisa
indispensable de su propia vida y de la misión y servicio |
que ha de prestar a la
ciudad secular. |
No otro significado tiene
el voto manifestado en el Concilii Vaticani II, por |
la reunión de todos los
obispos del mundo, cuando en el n. 20 del decreto Chris- |
tus Dominus, sobre el
oficio pastoral de los obispos, se pide que en lo sucesivo no |
se concedan a las
autoridades civiles más derechos o privilegios de elección, |
nombramiento, presentación
o designación para el cargo del episcopado y se |
meta para la conveniente
liquidación de los existentes, por pacto o costumbre. |
: El mismo espíritu
reflejan los párrafos finales del Mensaje del Concilio a la |
humanidad, en el cual, al
dirigirse a los gobernantes de los pueblos, les piden, |
una vez más, la libertad. |
Sobre las bases de esta
auténtica y sincera libertad se puede edificar la sana |
y constructiva relación
entre la Iglesia y cualquier Estado o sistema político que |
no sea contrario al
Derecho natural y, por lo mismo, a los derechos de los hom- |
bres, y se evita el mal de
la persecución, o el opuesto y equívoco de la confusión |
o absorción pretendida por
las tentaciones totalitaristas, que pueden, tal vez, |
salvar apariencias de bien
a corto plazo, pero que acaban desfigurando la verda- |
dera faz de la Iglesia, o
se transforman en persecución, tan pronto ella reacciona, |
aunque sea pacíficamente,
y muestra los primeros signos de que se resiste a |
ser manipulada. |
LAUS |
no se publica durante los
meses |
de JULIO, AGOSTO Y
SEPTIEMBRE. |
Reaparecerá el mes de
OCTUBRE. |
19 (119) |
HORARIO DE MISAS |
JULIO - AGOSTO -
SEPTIEMBRE |
DOMINGOS Y DÍAS FESTIVOS: |
10, 11 Y 12 DE LA MAÑANA Y
8 DE LA TARDE |
SÁBADOS Y VÍSPERAS DE
FIESTA: |
8 DE LA TARDE |
DÍAS LABORABLES: |
7,45 DE LA MANANA Y 8 DE
LA TARDE |
EN OCTUBRE SE REPONDRÁ LA
MISA FESTIVA DE LA UNA |
LAUS |
Director: Ramón Mas
Casanelles - Edita e imprime: Congregación del Oratorio |
Placeta de S. Felipe Neri,
1. Apartado 182 - Albacete - D. L. AB 103/62 - 21. 6. 75 |
20 (120) |
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