Publicación mensual del Oratorio
Núm. 134. OCTUBRE. Año 1975
SUMARIO
MISIONES. Todos tenemos alguna, ni remota, ni
indefinida. Misión desde la fe; encargo de Dios,
no añadido a la vida, sino para que esté en el
centro mismo de nuestra vida. Vida que no cabe, ni acaba
con el tiempo; misión que trasciende el solo ser personal,
y que va más allá del quehacer temporal, porque nos lleva,
y nos impulsa a llevar a los demás a la transformación
del mundo y hacia Dios.
EVANGELIZAR NO ES HACER PROPAGANDA
TIERRA DE MISIÓN: ¿DÓNDE ESTÁ?
¿QUIÉN ES QUIÉN?
EL PERIODISMO CATÓLICO
EL ANUNCIO MISIONERO
REVOLUCIONES
EL "OPIO DEL PUEBLO"
VOCES LEJANAS QUE HACEN REFLEXIONAR
1 (121)
Evangelizar
no es
hacer
propaganda
HAY PALABRAS que se nos gastan
o cuyo significado genuino dege-
nera, porque se introducen otros
nuevos o porque se corrompe el original.
Al vocablo "propagar" ―y su derivado
"propaganda"― le ha ocurrido esto: an-
tes de que pasara a significar las técni-
cas de difusión y de imposición de las
ideologías voluntaristas contemporáneas
―comunismo, fascismos y degeneraciones
liberales―, servía para expresar la predi-
cación de ideas e ideales, sin menoscabo
de la aportación reflexiva, sin desprecio
de la racionalidad, y sin olvido de la
libertad del ser humano a quien se propo-
nía. Se partía del significado equivalente
a crecimiento, extensión, prolongación
del linaje, el retoño, el vástago o el sar-
miento...
Por esta razón la Iglesia lo empleaba
adecuadamente aplicándolo a la labor
misionera y así existía en ella un alto
organismo llamado de "propagación de
la fe". En la actualidad, para evitar ambi-
güedades, se le denomina "para la evan-
gelización de los pueblos".
Pero el reciente cambio de denomina-
ción expresa algo más que el deseo de
evitar confusiones indicativas. La Iglesia
ha querido dar a entender que la Palabra
de Dios debe ser anunciada sin coacción
psicológica alguna. Cuando no fuera así,
se podrían obtener adhesiones exteriores,
provisionales, fanáticas, interesadas o
sectarias, mas no hombres que descubren
que son "hijos de Dios" y se esfuerzan
para traducirlo en sus vidas y en la visión
del mundo, con el afán de prepararlo
para una renovación que desemboque en
su Reino.
EI Evangelio respeta la libertad huma-
na, no ya por mera elegancia o cortesía
respecto a la obra natural de Dios, sino
por pura y radical necesidad: porque el
hombre no puede llegar a aceptar nada
como válido y verdadero si él mismo no
se descubre como ser inteligente y libre
y si no acepta libremente la verdad que
le enriquece el espíritu, en la más noble
de sus capacidades. Es así que Cristo
decía: «la verdad os hará libres». No era
una frase hermosa solamente, sino una
profunda y radical evidencia.
La Iglesia, allí donde ha podido actuar
sin mediatizaciones, ha propuesto siem-
pre la Buena Nueva de Dios sin olvido
de las exigencias de la naturaleza y de la
dignidad humana. Al hacerlo así, no sola-
mente ha sido fiel al mandato de Cristo,
sino que ha proporcionado un ejemplo
de conducta a todos los hombres de buena
voluntad para que, incluso en el área de
lo profano, tengan en cuenta proceder
con el mismo respeto. También en lo
profano, ese respeto, confiere, a la postre,
eficacia a todas las ideas nobles, a todos
los proyectos y empresas generosas en
las que el hombre se abra y ofrezca la
participación de los demás.
¡Cuánta razón se ha perdido y cuánta
verdad se ha traicionado por causa de
haber querido defenderla o imponerla
por medios o métodos que se han olvida-
do o han despreciado al hombre y, en
general, el orden y derechos naturales!
2 (122)
Tierra de misión:
¿dónde está?
EL LÍMITE establecido entre el "mundo cristiano" y el
llamado "mundo pagano" ha desaparecido. Cuando aho-
ra hablamos de "misiones" hemos de modificar el con-
cepto del objeto a que nos referimos y el de la posición desde
la cual lo establecemos.
Tal suerte de división pudo más
o menos ser aceptada por el sentir
de los hombres occidentales hasta
la Revolución Francesa, a costa de
conceder que, para ciertos aspectos,
la Edad Media yo hubiese extendido
hasta allí. Hasta este momento, nues-
tro mundo occidental, confesional-
mente cristiano en su casi totalidad,
se había tenido por depositario do
una verdad sobrenatural que se
creía cristalizada en logros de ins-
tituciones seculares, después de las
cuales, como plenitud, cabía sola-
mente esperar un "reino eterno" pa-
sado el "reino cristiano temporal".
Pero al iniciarse una revisión de
las motivaciones que interfirieron o
condicionaron la predicación evan-
gélica inmediata al descubrimiento
de "nuevos" mundos y, también, al
valorar el alcance de la profundidad
significativa de las adjetivaciones
cristianas concedidas o asumidas
como definitivas en las estructuras
seculares, fue quedando al descu-
bierto la precipitación con que tal
rotundez cristiana se había empleado
en su denominación.
Y es que, el fin de la Edad Media
no se iniciaba solamente con el des-
cubrimiento de nuevos continentes
sino, todavía más, con el de nuevas
dimensiones humanas. A partir de
ellas, el ámbito por cristianizar se
ha extendido al valor, a la dignidad,
3 (123)
a la grandeza y A la responsabilidad
del hombre, como urgencias que,
sin negar el alcance de un destino
sobrenatural ―sino, bien entendido,
reforzándolo― le comprometen ya
sobre la tierra para completar con
su esfuerzo inteligente, ordenado y
libre, el mundo temporal en el cual
se mueva y evoluciona cada vez más
aceleradamente.
Lo que parecía definitivo, hecho y
concluido, resulta que está a medio
hacer: ni el mundo está terminado,
construido y realizado en el marco
del orden posible que el hombre
debe imprimirle, ni ―desde la fe― el
Evangelio ha sido comprendido,
Aceptado y vivido debidamente por
la sociedad que no sin énfasis, se
ha denominado cristiana, mientras
se ha hecho tantas veces ostensible
la contradicción de tal calificativo.
El Cristianismo, pues. ¿ha sido
inútil? ¿ha fracasado? No: simple-
mente le queda por penetrar y redi-
mir lo que va amaneciendo de nuevo
en el progreso humano. Las tensio-
nes surgen cuando se quiere un
Cristianismo sin progreso o se quie-
re progreso y evolución con éxtasis
cristiana. En el primer caso se utiliza
como enajenación: en el segundo
como etiqueta enmascaradora de la
profanidad, más temible que el des-
carado ateísmo porque, en definitiva
y aunque pretenda negarlo, es una
forma de ateísmo, sin presentarse
como tal y sembradora, por consi-
guiente, de confusión.
Hoy en día se ha de entender por
"tierra de misión" la que se denomi-
naba "tierra de cristianos" y es "mi-
sión" tan difícil ―o más, en determi-
nados casos― como lo que hasta
hace poco la denominábamos pro-
piamente Así. En ella, cuando se
produce el rechazo misionero, se
evidencia tanto más la ignorancia o
el orgullo que se cierra a la Palabra
de Dios, y prospera la indiferencia
o el endurecimiento que desvincula
fe y compromiso en el mundo. Poco
importa, cuando esto ocurre, que
las estadísticas de bautizados sean
altas o proclamadas las declaracio-
nes de ortodoxia o te cristiana, sl
la coherencia con el Evangelio se
abandona, si la Iglesia se desprecia.
En tales circunstancias, los "po-
bres" que han de ser evangelizados
son, todavía más que los que enca-
bezan las bienaventuranzas, los que
junto a una sabiduría simplemente
humana, están ayunos de la verdad
divina o pretenden que les baste in
comparablemente ínfima que res-
pecto de Dios poseen: los que junto
a las riquezas y al poder de este
mundo, siguen necesitados de gra-
cia, sentido cristiano de la justicia y
Paz y bondad evangélicas.
Ésa es la "tierra de misión" en el
Occidente otrora llamado Cristiano,
el cual, si realmente lo fuera ahora,
bastaría como predicación y ejemplo
para todos los pueblos jóvenes en
Apariencia alejados de la fe en Cris-
to. El Cristianismo no se hereda
COITO Un nombre, COMO un apellido:
su ostentación carece de sentido
cuando no se encarna en la vida de
los hombres y en sus instituciones;
el Cristianismo se reconoce allí don-
de da sus frutos; no está en los bla-
sones, sino en la vida individual y
colectiva, cuando se respeta y se-
cunda el orden natural oreado y se
completa con el esfuerzo por la
fidelidad al Evangelio, mientras es
anunciado.
4 (124)
¿Quién es quién?
LA INTERDEPENDENCIA entre
lo sagrado y la profanidad es
una relación que constantemen-
te recuerdan los sociólogos religiosos.
Un estudio de sociología religiosa
debe empezar, siempre, por un estudio
de la sociedad profana, civil, política,
en la que tiene lugar el fenómeno
religioso, la apariencia y el dato que
sometemos a análisis.
Todavía así, un estudio de sociología
religiosa ofrece no pocas dificultades
a la hora de querer aproximarse a
algo más que lo meramente indiciario.
Por lo menos en Europa ―que es la
parte del mundo donde se han conso-
lidado especialmente tales estudios, a
pesar de las anteriores iniciativas
americanas― la sociología religiosa ha
partido principalmente de las averi-
guaciones sobre la "práctica religiosa"
y no pocos lamentan que se haya
detenido ahí. Esta preocupación no
existe entre los reformados o protes-
tantes porque ellos acentúan la justifi-
cación entendiéndola exclusivamente
como resultado de la fe, desvalorizan-
do los aspectos prácticos y de organi-
zación de la religión.
Ciertamente, el progreso de la Gra-
cia no es reducible a fenómenos empí-
ricos ni encasillables en estadísticas.
Tampoco sería Cristianismo lo que
desvinculáramos de una referencia
sobrenatural o bien, por el lado opues-
to, consideráramos como evanescencia
sin traducción práctica. No se deberá
prescindir de los datos, pero no se
podrán absolutizar. De donde la im-
portancia de un previo estudio o cono-
cimiento de lo profano.
Por este motivo, cuando nos fijamos
en los cuadros estadísticos más recien-
tes sobre la composición religiosa de
los países europeos, y nos resulta que
España casi va a la cabeza de los "cató-
licos" con el 99,3 por ciento de la
población total del país, nos asaltan
dudas de la credibilidad que nos me-
rezca como medida de nuestro catoli-
cismo, esta cifra por demás optimista.
O habrá de buscar explicaciones para
que se matice lo que por aquí tomamos
por "Catolicismo".
Evidente que, este tanto por ciento,
no puede referirse ni a la "práctica
religiosa" (asistencia preceptual al cul-
to y regular participación sacramental)
tal como la entienden los sociólogos,
ni, menos todavía, si "práctica" se
refiere a comprobables manifestacio-
nes de moralidad cristiana. Aquí la
hipocresía ha sido diligente en inven-
tar las acomodaciones o en imponer
los silencios que según especiales inte-
reses convinieran al mejor situado. Y
hemos llegado a la contradicción de
una sociedad que presume más de lo
que puede, en punto a poder blasonar
de cristiana. El cardenal Angel Herre-
ra, no demasiado bien oído, nos recor-
dó con claridad este vicio nacional.
5 (125)
¿Quién es católico, pues?
No hace mucho, en Inglaterra, la
Newman Association, al sospechar
que las cifras que se daban sobre el
número de católicos no correspondía a
la realidad que computaba el Catholic
Directory, emprendió por su cuenta
una encuesta científica y llegó a la
conclusión de que, en los países de
Inglaterra y Gales la cifra de católicos
convencidos y practicantes, se remon-
taba a algo más de cinco millones, lo
que suponía casi dos millones más de
lo que contemporánea y oficialmente
figuraba en los registros.
En España no se trata del mismo
problema. El llamarse católico aquí
un ciudadano o el llamarse el país
como tal católico, es un hecho que se
produce en otro contexto social, que
hay que tener en cuenta y analizar
desde él mismo antes de hacerlo desde
el propio catolicismo. Aquí ha habido
falta de libertad para "no ser" católico,
lo cual no solamente revela la produc-
ción artificial y sociológica de un tipo
especial de catolicismo, sino que pone
de manifiesto un modo muy peculiar de
entender el ser católicos por quienes,
prácticamente, eran la coacción que
producía la casi obligada adscripción
católica. Lo importante, al estudiar el
catolicismo español, no es estudiar el
catolicismo, sino estudiar a España, la
actual y descubrimos, por ejemplo,
esa sorprendente contradicción: que
siendo el país que más blasona de ser
católico es aquel en el que, al mismo
tiempo, ha encontrado mayores difi-
cultades para aceptar ―todavía en
trance― la renovación surgida del
Concilio Vaticano II, con la ironía de
que, cuantos se habían olvidado del
Tridentino, ahora lo resucitan, estu-
dian e invocan, como argumento con-
tra el Vaticano II.
La Iglesia, en España y en todas
partes, como todo hombre, como toda
institución que se mueve en la Histo-
ria, tiene sus problemas. La felicidad
como consecuencia de la consolidación
pacífica de los triunfos, no pertenece a
este mundo, siempre en camino. Pero
cuando se habla de problemas de la
Iglesia en España, no son problemas
suyos: son los problemas de la época
y del mundo, y, más concretamente,
son los problemas del país, sus contra-
dicciones, porque insiste en llamarse
"católico" mientras se deteriora, día
tras día esta presumida calificación,
por causas que son ajenas a la Iglesia.
Ha habido demasiados "católicos":
demasiadas minas, demasiadas bendi-
ciones, demasiadas cruces, demasiada
vida de sociedad desplazando la vida
apostólica... Demasiados se han apro-
vechado del nombre de católicos o del
mismo Catolicismo, mantenido en la
ambigüedad del oportunismo que faci-
lita el poder, o favorece la vanidad, o
aprovecha al egoísmo, o justifica la
posición. Demasiadas cruces, porque
luego las desdeñamos, las desprecia-
mos, cuando ya no nos sirven para
mantener las propias corrupciones. +
Sólo si Dios existe, y si Jesucristo es Dios, cabe en
el mundo la posibilidad de la fraternidad humana.
J. Gomis, en EL CIERVO
6 (126)
El periodismo
católico
«Desgraciadamente nuestra época es de desinformación
organizada. Jamás en el pasado se ha volcado sobre el
mundo un torrente de noticias y de informaciones paran-
gonable al que hoy sumerge nuestro planeta; pero se trata
de una información manipulada y distorsionada o volunta-
riamente parcial y partidista, de una información converti-
da en instrumento de propaganda política o de publicidad
comercial».
Es, el transcrito, un párrafo de la
revista Civiltá Cattolica, que editan
los jesuitas romanos, revista cuya tra-
yectoria, superado el siglo de existen-
cia, hay que tener en cuenta a la hora
de repasar los últimos cien años de la
historia de la Iglesia, es decir, desde
los tiempos tan difíciles del papa Pío
IX hasta los nada fáciles de nuestros
días, con Pablo VI.
Es la revista acaso el más acreditado
y antiguo o, por lo menos, uno de los
más sólidos pilares del periodismo
católico. No es extraño, pues, que al
recurrir el centenario de su existencia
haya recogido la doctrina del papa
actual y ofrecido una síntesis de lo
que, según el pensamiento pontificio,
debe ser el periodismo católico.
El magisterio papal, dice la revista,
ha trazado las tres funciones funda-
mentales para todo periodismo, pero,
en especial, del periodismo católico:
el de la observación, el del juicio y el
de la proyección o mirada hacia el fu-
turo. Recoger, ofrecer noticias, es más
que publicar crónicas coleccionables.
La noticia
Otto Groth, el fundador de la Cien-
cia Periodística o, por lo menos, el
más enconado defensor, en el período
entre-guerras, del Periodismo como
ciencia cultural independiente, decía
que «la actualidad es la parte sobresa-
liente de la universalidad». La noticia
―materia prima y substancial del
periodismo― está en esta actualidad;
pero no es sola y mera "actualidad"
palpitante: esperada, puede ser lo
corriente, el tópico, pero con alguna
carga de interés presente; inesperada
e importante, incide con mayor carga
significativa en la presentidad y el
interés de su contenido. Es siempre
una parte más o menos urgente y viva
de lo universal que se ofrece al interés
7 (127)
del hombre que lo reclama. Por esto
informar, dar noticias, es un deber, y
es un derecho el ser informado correc-
tamente, es un derecho humano.
¿Cómo ha de ser esta información?
«Amplia y objetiva», dice el papa.
«Pero nos encontramos con que la
información está subordinada de ma-
nera preponderante y excesiva a la
ideología política o a los intereses co-
merciales de quienes tienen en su
mano los instrumentos para recoger y
difundir las noticias, hasta el punto
que, a veces, basta conocer de antema-
no la orientación ideológica de un
diario para saber qué informaciones
dará o silenciará, y en qué términos».
El juicio
Ver y juzgar.
La objetividad es difícil dado que,
por lo común, los hechos que se ven,
se observan y se recogen como noti-
ciosos, no son hechos "neutrales". Hay
modos de no decir, hay silencios sobre
lo que se debe decir, que constituyen
ya un comentario, un pronunciamiento
parcial. Seleccionar noticias ya es
juzgarlas.
Se impone, en estricta moral, un
primer paso consistente en distinguir
claramente la observación del hecho,
sin relatarlo deformadamente ―«am-
plia y objetiva» información, dice el
papa― y añadir el juicio que al relator,
como tal, le merece. «Comments are
free, but facts are sacred», decían las
primeras generaciones de periodistas
americanos. El que recibe la noticia ha
de poder distinguir bien entre "hecho"
libre de manipulación y comentario
subjetivo del transmitente. Cuando no
ocurre esto, se debe a fallos técnicos,
o defectos fisiológicos o psicológicos
(morales, ideológicos) humanos.
El juicio ha de ser sereno, sincero y
fuerte, con una fortaleza que le libre
de prejuicios y prevenciones. Por des-
contado que el periodista católico ha
de juzgar las ideas y los hechos que
sean noticia a la luz de los principios
del pensamiento católico,
Proyección al futuro
Ver y juzgar el presente para mirar,
entender y construir el futuro.
El tercer momento que el Santo Pa-
dre indica es el de proyectar el juicio
cristiano de la noticia, con la mirada
profética y dinámica hacia el porvenir.
El cristiano es capaz de divisar, aun en
las peores situaciones, «un vislumbre
de esperanza»; es capaz de aprender
más allá del mal rumorosamente ago-
biante, lo bueno, lo positivo, que no
falta jamás.
El periodismo católico ―concluye
la Civiltá Cattolica―  tiene «la función
de iluminar y alentar, pero, sobre
todo, la de formar a los cristianos en
la maraña atormentada y dramática
de la historia humana». Debe ayudar-
les a descubrir su sentido.
Entonces, lo noticioso, contribuye al
engrandecimiento del ser humano y
lo hace más abierto a lo universal. A
través de la verdad convertida en dato
para más bien.
No obstante, hace algunos años que
Emil Dovifat, otro gran teórico del
Periodismo, lamentaba: «Los sistemas
totalitarios han invertido la función
esencial del periódico».
Razón de más para el ejercicio del
periodismo desde el compromiso pro-
fesional y la integridad de la fe.
8 (128)
El anuncio misionero
EL ANUNCIO misionero del Evangelio de Jesucristo, es diferente, en su
estilo, de la propaganda de las ideologías.
Las ideologías pasan; el Evangelio ―la Palabra de Dios― permanece
y se desarrolla, como lo siempre "bueno", como lo siempre "nuevo". Evangelio
es Buena Nueva".
Las ideologías se imponen y temen y suprimen toda oposición razonada;
el Evangelio, en cambio, "se ofrece" ―"Si quieres..."― como sabe que es
semilla de la Verdad.
La impaciencia de las ideologías parte de su inicial envejecimiento; el
Evangelio es un continuo "renacer", descubrir y estrenar vida. El Evangelio es
exigencia pacífica de bien. Más fuerte que la vida, y por esto no teme ni la
muerte.
Anunciar la verdad de parte de Dios, a partir de esta serenidad, que parece
indefensa frente a las enormes precauciones que los mundanos emplean para
proteger sus pequeñas seguridades, es la actitud del predicador evangélico.
«Vosotros decid: paz. Y si son dignos de la paz la recibirán; si no son dignos,
volverá, aumentada, a vosotros».
Una vez más: el Evangelio no es una propaganda. Por esto sus métodos se
diferencian del de los grandes propagandistas".
LENIN había dicho:
«Para nuestro triunfo lo principal es la agitación y
la propaganda en todos los estamentos del pueblo».
HITLER, por su parte:
«La propaganda nos ha permitido permanecer en NL
el poder; la propaganda nos permitirá imponernos al
mundo».
CRISTO, en cambio, dijo:
«Anunciad el Evangelio a todo el mundo, y quien
crea será salvado...; la verdad os hará libres..., lo que
habéis recibido gratis, dadlo gratuitamente... quien
os reciba, a mí me recibe, y quien os rechace, a mí
me rechaza... »
El Evangelio comienza, siempre, por "redimir" o liberar de corrupciones
los medios y cauces a través de los cuales se expresa y transmite a los hombres.
Otros procedimientos pertenecen a falsas liberaciones, o falsean la auténtica
cristiana.
9 (129)
REVOLUCIONES
«Los últimos serán los primeros»
«Su Nombre puesto como Bandera de contradicción»
«He venido a traer fuego en el mundo»
«Sólo los esforzados conseguirán el Reino»
«Quien apueste su vida por mí, la ganará»
«Nacer de nuevo» ...
HAN habido pocas revoluciones.
Pero es posible que, en el futu-
ro, cuando se escriba la historia
de nuestros dos últimos siglos, se le
substituya el calificativo de CONTEM-
PORANEA y se le llame EDAD 0, más
modestamente, EPOCA DE LAS REVOLU-
CIONES. Podemos sospechar que sea
acertado denominarla así, porque, en
apariencia ―en nuestra apariencia, por
lo menos― se nos presenta derivando
hacia cambios o transformaciones ra-
dicales y tan rápidas que ya hemos
de comenzar a reservarnos el uso de la
palabra "revolución" para no agotar
su significado en lo puramente anecdó-
tico que vemos, en seguida, destinado
a integrarse en más amplio marco que
lo abarque y contenga y que ha de
ser, irreversiblemente, culminación
de un cambio más "revolucionario" y
total.
El hombre, incansable buscador de
la verdad o, más bien, de sí mismo,
ha consumido etapas revolucionarias
antes de la presente, pero con más
lentitud, aunque pudieran merecer
igual nombre. Los antropólogos, los
historiadores, los filósofos, sospechan
que, el primer cambio radicalizador
se obró en el hombre, por primera
vez, sólo luego de transcurrir proba-
blemente medio millón de años de
existencia, cuando dejó de andar por
el mundo cono animal depredador
―cazador, pescador o antropófago―
cuya actividad más inocente habría
sido la de arrancar de los vegetales
sus frutos salvajes para subsistir, y
comenzó a hacerse sedentario en el
modo de organizar más pacíficamente
su vida, ya sin la aventura diaria del
esfuerzo problemático y violento, por-
que tenía el propio cultivo cerca de
su vivienda y pastos conocidos para
su ganado. Esto habría ocurrido hace
solamente unos diez mil años, y algu-
nos sabios se resisten a llamar propia-
mente "revolución" a otros cambios
en la vida del hombre, porque los
juzgan, por ahora, menos radicales
que éste que llaman REVOLUCION
AGRICOLA.
Restos ancestrales de aquellos mie-
dos y rudezas atávicas de violencias
salvajes subsisten todavía, con descaro
10 (130)
o disimulo ideologizado. El hombre
sigue buscando la verdad, pero el
miedo salpica su camino con baches
de hipocresía.
Se sabe espiritual y, por lo tanto,
capaz de dominio sobre el mundo, y lo
supera, poco a poco, porque no lo pue-
de contener. El hombre se pasa de sí
mismo. Esta superación acaba en Dios.
Pero incluso el pensamiento del
hombre cuando ha albergado la idea
de Dios, ha ido progresando. Los cre-
yentes admitimos que la primera fe
es siempre una gracia, un don impo-
sible de alcanzar por las solas fuerzas
del hombre; pero del mismo modo se
nos evidencia, en la historia de la
relación del hombre con Dios, que la
Revelación ha sido gradual y no súbi-
ta, automática, sino que ha tenido en
cuenta los datos y el apoyo natural.
El Creador no ha anulado su obra,
sino que la ha engrandecido dándose
a conocer a ella y ha sido, cabalmente,
esa posibilidad de conocer, de algún
modo, à Dios, lo que le ha co-
municado su verdadera grandeza y
dignidad, y ha sido en la expansión
y desarrollo de este conocimiento,
donde ha sentido el crecimiento de
su libertad. Conocimiento, verdad y
libertad se conjugan.
¿Dónde está esta verdad que el
hombre, al conocerla, le propicia la
libertad, le aureola con la mayor dig-
nidad?
La verdad es Dios.
El hombre tiene inteligencia para
poder conocer a Dios. Ese conoci-
miento le hace libre. No se trata de un
conocimiento aséptico, de una simple
idea que se archiva en la mente; sino
que ha de traducirse vitalmente y,
sólo así, libera.
Esa traducción de Dios en la vida
del hombre, en la historia de la huma-
nidad, es Cristo. Por esto Cristo es
el "libertador" porque da la libertad
cuando es seguido y reproducido,
cuando creer en él es reproducir su
vida en la propia.
Los que tenemos fe, creemos que
eso es revolucionario; que esto cambia
radicalmente la vida del hombre y
todas sus relaciones. En este sentido,
Cristo es la gran REVOLUCION, porque
11 (131)
el cambio que introduce en la
humanidad que lo acepta, desborda
los límites, las simples posibilidades
naturales, sin destruirlas, o más
bien comprometiéndolas en el des-
tino de este misterio que llamamos
"reino de Dios".
Así considerado, Cristo es el gran
revolucionario.
¿En qué consiste la "revolución"
cristiana? En que Cristo es el Hijo
de Dios y es también verdadero
Hombre y en que, por él, los demás
hombres han de ser hijos de Dios,
de un Dios único y, por consiguien-
te, Padre de toda la humanidad. Y
que, esta verdad, ha de "hacerse".
Lo revolucionario, para la humani-
dad, es emprender seriamente, este
quehacer.
El Cristianismo no es revolución
si, adulterado o mutilado, se reduce
a un religiosismo talismánico-sen-
timental en el cual, sin negar inclu-
so los principios, se desista de la
buena voluntad y de la honradez de
llevarlos a la práctica, o se pretexte,
con falsa humildad, aplazarlos para
demasiado tarde o para la eterni-
dad, a modo de apoteosis utópica,
invocada para otra época con el fin,
egoísta y cobarde, de narcotizar las
exigencias presentes. Es una de las
más sutiles tentaciones que pueden
desfigurarlo.
Han existido movimientos, se
han propuesto doctrinas o reformas
que se han llamado "revoluciona-
rias". Y, en parte, a veces lo han
sido. Lo han sido en aquella parte
en que han recogido algún aspecto
de las exigencias cristianas: justicia,
igualdad, libertad, verdad, amor...
Cierto que, estas mismas palabras
se han deteriorado con frecuencia:
que los hombres han profanado la
justicia con la venganza, la igualdad
con el aprovechamiento, la libertad
con la desvergüenza, la verdad con
la mentira, y el amor con la limos-
nería. Pero cada vez que, aun fuera
del campo cristiano, se han profe-
sado y defendido los valores de
estas palabras, en realidad cristia-
nas, con sinceridad de labios hones-
tos, se hubiera podido repetir, con
el Evangelio, que «no estaban lejos
del reino de Dios».
La verdadera revolución de la
humanidad está en el propósito de
llevar adelante el "reino de Dios",
en no dejarlo en pura teoría imagi-
nada para el futuro, compensadora
fantástica de frustraciones presentes
en las que, lo que ni sirve como
valor natural, se pretende barnizar
de falso sobrenaturalismo, donde
el orgullo teológico se esconde en
beata apariencia de humildad o la
hipocresía farisaica a duras penas
contiene resentimientos no digeri-
dos. Ni pura teoría para el futuro,
ni añoranza del pasado prescrito.
Es la misma dialéctica de los
tiempos de Cristo, cuando él inició
su REVOLUCION: esa que está en el
Evangelio, en sus principios, en la
raíz misma de sus verdades, más
que en los moralismos acomodati-
cios que le intentáramos extraer
y que se envejecerían demasiado
pronto.
12 (132)
El "opio del pueblo"
DESDE el marxismo, se dice de
la religión. Si el Cristianismo
se reduce a "religión" y ésta se
interpreta como ideología ―es decir,
como un reflejo invertido, mutilado y
deformado de lo real, instrumentaliza-
do como fuente de resignación para
los oprimidos y justificación trascen-
dente para los opresores― no habría
más remedio que aceptar la acusación.
Como cualquier otra fuente de enaje-
nación o de perversión de la verdad y,
en especial, la violencia intelectual de
la persistente y unísona propaganda
política, el bombardeo publicitario
materializante y la aturdidora gratifi-
cación de hedonismo, todos ellos más
inmediatos y menos repelibles a la
humanidad indefensa, serían otras
tantas formas o técnicas de ador-
mecimiento de la conciencia y de la
dignidad y responsabilidad del hom-
bre, cuya única posibilidad de promo-
ción aunque deformada, sería la de
avenirse a colaborar con los sistemas
corruptores establecidos, corrompién-
dose él mismo.
Desde una actitud inicialmente crí-
tica, pero superficial, ya no es posible
decir del Cristianismo que es "opio"
de la conciencia del hombre. Los que
lo hayan dicho antes y, más especial-
mente, los que lo digan ahora que
tendrían más datos para analizar sus
observaciones, no sólo en los prin-
cipios que el Cristianismo mantiene
desde siempre, sino hasta en muchos
ejemplos, no llevan razón al descargar
acusaciones de esta índole. Cuando
esto ocurre, analizando de cerca a
quien las profiere, se llega a la alter-
nativa de que, si procede de buena
fe, lo hace, no obstante, con ligereza
irreflexiva o, si usa de la reflexión,
busca en la acusación autojustificacio-
nes de perversiones peores y más
reales que las que denuncia. Toda de-
nuncia que no es un anuncio, procede
del resentimiento, de la ligereza o de
la mala fe.
El Cristianismo, antes que una de-
nuncia, es un anuncio. Anuncio que
se hace denuncia, evidentemente, por-
que toda afirmación ―y el Cristianismo
es esencialmente positivo― suscita una
oposición simétrica contraria, vencible
sólo por la conversión a la verdad del
anuncio que se afirma. Las tinieblas
se oponen a la luz, hasta que se hacen
claridad.
La fe como ilusión
De las ideas de Feuerbach tomó
Marx el concepto ideológico, ilusorio
de la fe integrada en la superestruc-
tura de la sociedad primitiva, para
explicarse complementariamente lo
desconocido, para defenderse de los
"miedos" o canalizar en un super-
hombre la fuerza deficitaria de los
débiles; o integrada en la sociedad de
clases ―ya solamente en la capitalista―
13 (133)
como justificación de instituciones
opresivas en beneficio de sólo los esta-
blecidos en las más altas.
La acusación no es desdeñable sin
más, y afina en el blanco de lo que
puede pervertir la autenticidad de la fe
cristiana, en un Dios único, y una
hermandad universal. Fe que, si se
lleva adelante, excluye la perversión;
pero que fácilmente se traduce en ella
si permanece ideologizada. En este
sentido el marxismo ha sido un des-
pertador de la reflexión cristiana,
vuelta sobre sí misma, redescubridora
de las elementales, urgentes y trascen-
dentes exigencias del Evangelio, que
es "verdad y vida", no ilusión de
visionarios ni propaganda de miedos
de fantasmas, reservando lo positivo
para un estratégicamente aplazado
"más allá".
Marx cuando habla de la religión
relativa a la sociedad que critica, desea
una ―otra― sociedad en la que las
ilusiones no sean necesarias para po-
derse mantener; él criticaba ese "valle
de lágrimas que la realidad rodea de
un halo de santidad". Y decía: «La
superación de la religión como dicha
ilusoria del pueblo es la exigencia de
su dicha real». Pero la defensa de esta
realidad es una exigencia cristiana,
aunque los cristianos la olvidaren, la
silencien o la aplacen.
Olvidar,
silenciar,
aplazar
Este olvido, silencio o demora pue-
de ser el pecado de los cristianos. El
reino de Dios padece violencia, impo-
ne la impaciencia de su realización. El
marxismo no ha conseguido lo que no
ha conseguido el cristianismo; pero
una más profunda eficiencia cristiana
no habría dado lugar a la acusación
marxista.
Lenin, generalizando, ha podido
escribir: «La religión es uno de los
aspectos que pesa por todas partes
sobre las mazas populares, aplastadas
continuamente por el trabajo en pro-
vecho de otro, por la miseria y la
abyección. La debilidad de las clases
explotadas en la lucha contra los ex-
plotadores engendra inevitablemente
la creencia en una vida mejor de
ultratumba, del mismo modo que la
debilidad del salvaje en la lucha con-
tra la naturaleza engendra la creencia
en los dioses, en los diablos, en los
milagros... La religión predica humil-
dad y resignación en este mundo a
aquellos que pasan la vida en el tra-
bajo y en la miseria, consolándolos
con la esperanza puesta en la vida
celestial. Y, al contrario, a quienes
viven del trabajo ajeno, la religión les
enseña que les basta la beneficencia
en este mundo, ofreciendo así una
fácil justificación a sus exigencias de
explotadores y vendiéndoles barato
los billetes de ingreso en la felicidad
eterna. "La religión es el opio del
pueblo. La religión es una especie de
bebida alcohólica espiritual, en la que
los esclavos del capital anegan su per-
sonalidad humana y sus reivindicacio-
nes de una vida suficientemente digna
de hombres».
La no verificación de esta acusación,
toca a los cristianos.
Las narcotizaciones
Si queremos ser imparciales, hoy,
las narcotizaciones no se intentan ya
14 (134)
a través de la religión: son los mono-
polios informativos, las deformaciones
de la comunicación sobre las masas, la
creación técnica de ídolos colectivos
que polaricen hacia puntos neutros
(?) o que desvíen, por lo menos, la
atención y la fuerza del hombre cuando
se reúne con sus semejantes; ofertas
fáciles del placer o de la diversión
estúpida... Estas y otras cosas son la
nueva "religión" utilizada: que el
hombre sienta ―lo inás superficial-
mente posible nada más―, pero que
no piense, o que lo haga con datos
deformados que le incapaciten o le
desesperen de llegar a la verdad. Feu-
bach, Marx y seguramente el mismo
Lenin, hoy dejarían en paz la religión,
y acometerían contra estos narcóticos
sociales que la técnica al servicio del
dinero concentrado en pocas manos,
convierten en el medio más poderoso
de fuerza efectiva sobre la sociedad.
Afortunadamente el hombre, criatu-
ra de Dios, no podrá ser finalmente
destruido, porque Dios no lo ha creado
para que muera, sino para que viva
y su vida sea exuberante". Y sin que
sean necesarios milagros para eso,
sino porque como ser natural, Dios,
creador, lo ha equipado con fuerzas
bastantes al repartirlas en el universo.
Y es misión del hombre no solamente
no destruir lo creado, sino continuarlo,
acabar la Creación. Esta tarea ha sido,
además, reforzada después de Cristo.
Las corrupciones que se señalan, a
veces, al Cristianismo, o, más propia-
mente a los cristianos u hombres que
así se llaman, son en realidad regresos
al pre-cristianismo o, simplemente
extrañas a él, aunque acomodaticia-
mente le pongan su nombre.
El Cristianismo no es, no puede ser
una "razón general de consolación y
La libertad es medio, no fin;
no hay libertad para nada,
sino para algo, para un fin.
La libertad no consiste en
poder hacer lo contrario de
lo hecho hasta ahora, sino en
poder hacerse a sí mismo
definitivamente y de una vez
para siempre.
Esquivar la libertad
refugiándose en el recinto de
la pura seguridad vital, es
sencillamente inmoral.
Karl Rahner
justificación". Esta falsa concepción
no haría falta que la combatieran los
de fuera, los extraños a la fe, porque
ya se rechaza desde dentro, desde la
ortodoxia.
La fe cristiana no es un sopor, sino
una "sabiduría" para ver mejor la
realidad y más allá, trascendiendo de
ella misma, sin abandonarla, sino en-
grandeciéndola.
Es evidente que esta realización del
"reino de Dios" no se opera de un
modo automático, talismánico. En el
hombre todo es discursivo, todo tiene
forma de desarrollo y crecimiento y
hasta lo que parece obstáculo, es redi-
15 (135)
mible desde la perspectiva de la fe, no
como algo que hay que soportar fatal-
mente, sino como lección desde la que
hay que aprender una superior agili-
dad que purifica y, en definitiva, ace-
lera el verdadero desarrollo. La fe no
es una ilusión, sino una superior luci-
dez, en el hombre, para el hombre, en
esta vida y para esta vida. Progreso
dialéctico, dirán los marxistas; históri-
co-providencial, creativo, re-creativo,
diremos los cristianos. Y nos diferen-
ciaremos de ellos porque no nos limi-
tamos al simple valor y dato material;
pero no lo desdeñamos. Teilhard de
Chardin recordará a todos que «el es-
píritu es la incandescencia de la mate-
ria» y nos advertirá de no caer en el
maniqueísmo de una oposición que
mutilaría y descompondría el sentido y
el fin de toda la obra externa de Dios.
Los creyentes no estamos esperando a
ver si triunfa el "bien" o el "mal" en
debate en el mundo: los creyentes tra-
bajamos en el desarrollo y esperamos
el crecimiento del bien. Por "mal" no
entendemos más que la contradicción
de su demora.
Un hombre nada sospechoso, como
lo es Roger Garaudy, nos ha dicho
hace muy poco: «La verdadera alterna-
tiva entre una religión opio del pueblo
no es un ateísmo positivista, porque el
positivismo no es sólo un mundo sin
Dios, sino también un mundo sin el
hombre. La verdadera alternativa es
una fe militante y creadora para lo
cual lo real no es solamente lo dado,
sino todo lo posible acerca de un por-
venir que aparece siempre como im-
posible a quien no tiene el poder de la
esperanza». Y luego añade: «La pala-
bra de la Biblia y del Evangelio no es
propiamente la verdad en el sentido
aristotélico del término: es decir, una
correspondencia entre cosa y espíritu.
Porque hay una contradicción entre
Palabra de Dios y la realidad. La fe en
esta Palabra no engendra, pues, la
resignación, sino la impaciencia, el
conflicto con el mundo, y se desgaja de
lo dado. El momento profético de la
vida va definido por la decisión según
la cual nos distanciamos de toda idola-
tría, de toda presente alienación. La
vida del hombre debe estar hecha de
tales decisiones. Porque si el hombre
no es sólo naturaleza, sino historia,
entonces es menester considerar que
la historia no se acaba. No podemos,
pues, estar nunca satisfechos. La fe no
puede ser justificación de la historia,
sino su obertura».
Las vacilaciones
de los jóvenes
De una reciente encuesta realizada
en Italia sobre una amplia muestra de
la que algo más de la mitad se declara-
ba "creyente y practicante" o simple-
mente creyente un setenta y siete por
ciento, resultaba que el "personaje
histórico preferido" era, en un sesenta
y cinco por ciento, Jesucristo. Luego,
a gran distancia, seguían Garibaldi,
Martin Luther King, Marx, Gandhi,
Mao. Por orden de edades todavía los
jóvenes preferían a Cristo; pero aun
cuando las preferencias por Marx en
ellos no superaran el once por ciento,
este nivel era diez veces mayor que el
de las preferencias de los adultos por
el mismo personaje.
¿Por qué los jóvenes superan a los
mayores en sus preferencias por el
padre del marxismo?
No hemos de dar la respuesta. Sólo
desear que los jóvenes, en especial los
16 (136)
que llevados de alguna verdadera in-
quietud intelectual pretenden tomarla
en serio, que no se limiten a un estu-
dio superficial ni de Marx ni tampoco
de Cristo.
Da lástima tropezar en las aceras de
las universidades, con jóvenes de re-
cién estrenada vanidad de licencia-
dos o próximos a ella, que, superficial-
mente, arremeten contra el "fenómeno
religioso" desde posiciones positivistas
mal digeridas, apuntaladas apenas en
hervores irreflexivos, y muchas veces
sin ni siquiera haber leído los más
elementales textos de Marx, al que
nombran profusamente y, lo más cu-
rioso, que se dicen ex-cristianos, pero
que son verdaderos analfabetos bíbli-
cos, con apenas poder disimular su
radical ignorancia sobre las verdades
esenciales del Cristianismo, y sólo
aduciendo fragmentos mordidos de
historia que no es historia, para embo-
bar a mamás y abuelas iletradas o
asustar a beatos. Da lástima porque,
si en las demás cosas de la vida pro-
ceden con igual superficialidad, ni se-
rán marxistas, ni serán cristianos, ni
serán buenos profesionales de nada,
ni darán cabida a ideal alguno en su
vida, y ni serán ni harán felices a
nadie. Da lástima por ellos mismos y
da lástima por el bien que podrían
hacer. Porque es de presumir que, por
lo común, llegarán a mayores, se en-
cerrarán en su egoísmo, protestarán
menos, pero se aprovecharán todavía
más y, aburguesados y con hipocresía
de buenos modales, no podrán devol-
ver a esta vida nada de lo que ella les
ha dado.
Pero no todos los jóvenes son así,
ni mucho menos. El espíritu despierto,
la inquietud del buscador honesto de
la verdad ―que también existe en
muchos de los que van a ser la futura
generación― no debe alarmarnos
aunque, desde el reto marxista, ana-
lice la religión y se encare con Cristo:
el mismo exceso momentáneo de sus
críticas ponen al descubierto su porfía
por una mayor lucidez, cuando busca,
coteja y discute, ni por vanidad, ni
por esconder gritando su egoísmo, ni
para resarcirse de frustración alguna.
No está lejos del reino de Dios, ni «se
irá triste» si al cabo de recoger y de
preguntar y de meditar sobre todos
los datos que le alcanzan, el Señor se
le acerca y le invita a la fe.
Las nuevas medidas
del universo
Freud, Marx, Einstein... Do fueron
hombres deshonestos, ni superficiales,
ni perezosos. Es imposible entender
nuestra época o prepararse a vivirla
sin tenerlos en cuenta. Como es impo-
sible ―¡qué duda cabe!― compren-
derlos al margen de Dios creador y
Cristo redentor, del mundo y de los
hombres.
Hay personas que lo creen todo por-
que no creen nada; que lo aceptan
todo porque no les importa nada, o
que lo desprecian todo porque no
entienden nada.
Que ni la fe, ni la ciencia, ni la vida
de los jóvenes que nos siguen conoz-
can estas vaciedades y perversiones.
Y se admirarán al descubrir nuevas
medidas al universo, más profundida-
des al alma y, en definitiva, la vocación
a la libertad – la "redención", para
todos los hombres. Si son sinceros y
cultivan, austeramente, esperanzados,
esta limpieza de corazón, no están lejos
del "reino de Dios".
17 (137)
VOCES LEJANAS QUE HACEN REFLEXIONAR
De África crucificada:
paz y perdón
para Europa
A los pies del África mía crucificada desde
hace cuatrocientos años y que todavía respira,
deja que te diga, Señor,
mi plegaria de paz y de perdón.
¡Señor Dios, perdona a la Europa blanca!
¡Es verdad, Señor!
Desde hace casi cuatro siglos ella ha arrojado
la espuma y los ladridos de sus perros
feroces sobre mi tierra.
Y los cristianos,
renunciando a tu luz y a tu mansedumbre,
han quemado, han matado y han hecho
esclavos...
Pero es necesario que Tú olvides, Señor.
Y bendigas a estos pueblos blancos,
que nos han traído la Buena Noticia
y han abierto nuestros ojos a la luz de
nuestra fe
y nuestros corazones al conocimiento del
mundo y de los hermanos,
y con ellos bendice a todos los pueblos
del Asia, de América, del mundo;
a los pueblos que sudan sangre y sufrimiento.
Y haz que las manos cálidas de mi pueblo
estrechen sus manos
en una cadena de manos fraternas,
que rodee al mundo
bajo el Arco Iris de tu paz.
Leopoldo Senghor,
Presidente del Senegal.
18 (138)
El Cristianismo
no es
una
ideología
«Sé que en el África de hoy los jóvenes, para estar
a la moda, rechazan la religión como una superstición
primitiva. Sobre todo desde que van a la clínica, en vez
de consultar al hechicero, cuando les duele la cabeza.
En otras palabras, juzgan el cristianismo en términos
ideológicos. Es un instrumento de la opresión colonia-
lista. Creen ellos que el Dios de los cristianos ha aban-
donado el país como lo hizo el gobernador una vez
obtenida la independencia. Me entristece ver que los
jóvenes intelectuales son tan necios.
Para mí, Dios es más que una presencia, que un
concepto filosófico. Soy consciente, sobre todo cuando
me encuentro en soledad, que no estoy solo y que mis
gritos de angustia y de súplica son escuchados... »
Kenneth Kaunda,
Presidente de Zambia.
Capitalismo, no:
Cristianismo, si
«Tanzania no tiene religión, el Partido no tiene reli-
gión, el Gobierno no tiene religión, pero la mayoría de
los habitantes de Tanzania son religiosos, y el Partido
y el Gobierno garantizan a todo ciudadano la libertad
de escoger la propia religión... Nos oponemos al capi-
talismo y no al cristianismo, aunque muchos cristianos
son capitalistas. Si los cristianos desean propagar el
capitalismo junto con el cristianismo, nos opondremos
a ello... Por otra parte, la Iglesia en Tanzania es pobre
y no hace inversiones capitalistas».
Julius Nyerere,
Presidente de Tanzania.
19 (139)
¡Ay de mí,
tanto tiempo forzado a vivir
con los que no quieren la paz!
Yo les hablo de paz y justicia,
pero ellos siguen pensando en la guerra.
SALMO 119
LAUS
Director: Ramón Mas Casanelles - Edita e imprime: Congregación del Oratorio
Placeta de S. Felipe Neri, 1 - Apartado 182 - Albacete - D.L. AB 103/62 - 21. 10.75
20 (140)