Publicación
mensual del Oratorio. |
Núm. 135. NOVIEMBRE. Año
1975. |
SUMARIO |
SI el silencio que imponen
los primeros fríos sirviera |
para recoger nuestro
pensamiento, para encontrar- |
nos a nosotros mismos y
abrirnos al ámbito sincero |
de la fe, podríamos hacer
la vida más hermosa |
y fecunda, aunque veamos
ahora caer las hojas de los |
árboles. |
No importa, no es la
muerte: cuando las ramas se |
hacen rugosos brazos
desnudos e, inmisericorde, el leñador |
tala el mudo ademán
tendido al cielo invocando la ultima |
luz, no obstante, debajo
tierra, silenciosamente, permane- |
cen intactas las raíces y
crecen más deprisa, para que el |
árbol tenga, cuando
vuelvan las hojas y las flores y los |
frutos, el tronco más
recio. |
No hay muerte, no hay
dolor infinito, no hay fracaso. |
Todo es esperanza,
dolorosa y humilde, pero inmortal. |
«MYSELF AND MY CREATOR» |
MIRAR HACIA DIOS Y MIRAR
EL MUNDO |
HISTORIA DE LA IGLESIA |
LA ÚNICA ESPADA: LA
PALABRA |
LOS OBISPOS ARRIANOS |
LOS PRIMEROS EMPERADORES
CRISTIANOS" |
1 (141) |
El Cristo aburrido de los
aburridos cristianos |
El Cristo aburrido de los
aburridos, el de |
quienes, porque creemos
que ya tenemos fe, |
nos hemos olvidado de Él. |
Si uno saliera hoy a
nuestras calles para |
preguntar a los
transeúntes qué saben de |
Cristo, qué conviven de
Cristo, ¿qué res- |
puesta recibiríamos? |
Somos como aquel hombre
que nació a la |
sombra de la catedral y
jugó y creció en sus |
atrios, y nunca se ha
molestado en mirarla. |
¿Cristo? Ah, sí. Sabemos
que nació en |
Belén, que estuvo un
montón de años en Na- |
zaret, que luego predicó
unos meses, que |
al final lo mataron. |
Sabemos también que era
Dios, pero |
¿qué significa eso para
nosotros? |
Vivimos al lado de esta
verdad como |
junto a esa catedral que
ni miramos. |
Dios hizo al hombre
semejante a sí mis- |
mo, y el aburrido hombre
ha terminado por |
creer que Dios es
semejante a ese aburri- |
miento. |
J. L. Martin-Descalzo |
La vida de la Iglesia,
semana tras semana, |
sígala a través de |
vida nueva |
si todavía no la recibe,
suscríbase pidiéndola a |
P.P.C. Jardiel Poncela, 4
Madrid-16 |
o a una librería religiosa |
2 (142) |
«Myself and |
my Creator» |
UNAMUNO, ese gran
preocupado por la muerte, pensador, buceador |
de su misterio, había
dicho: «La vida es la continua revelación de |
nosotros mismos; cada día
nos descubrimos; sólo con la muerte se |
completa esta revelación»
y nuestra propia vida. |
Vamos a la muerte, los
creyentes, para descubrir, para encontrar a Dios. |
Ese Dios que imaginamos
lejano, pero que llevamos dentro, tan cerca, |
haciéndose claridad en el
cielo interior de nuestra conciencia, limpia, |
silenciosamente, como en
un cielo estrellado en espera del gran amanecer, |
en la soledad clamorosa
del gran PRESENTE. |
Descubrirnos a nosotros,
poco a poco, es ir descubriendo a Dios. Descu- |
brimiento que Newman
experimentó ―myself and my Creator― cuando |
nos confiesa que fue
arrebatado por el pensamiento de esa doble realidad, |
absoluta y luminosamente
evidente, equivalente, como vivencia, a algo más |
que a una conversión. |
Superando los
existencialismos, no es que nuestro destino cobra sentido |
o se manifiesta absurdo
según la alternativa de cómo lo refiramos a la |
muerte. Para el cristiano
la muerte es un hito ―el más decisivo, después de |
nacer― en el que se
acumula, resume y polariza, como experiencia y como |
latido, el nacer y el
vivir, descubriendo definitivamente a Dios: «yo, yo solo, |
y Dios, mi Creador». |
Que la vida sea no
solamente preparar este descubrimiento, este en- |
cuentro; pero que
prepararlo resulte de haber comenzado a experimentar |
su evidencia, mientras se
hace creciente. Solamente de este modo se supera |
toda fatalidad y, como nos
diría Marcel, «el pasado y el porvenir se unen |
en el seno de lo profundo»
para hacernos «permeables a las infiltraciones |
de lo invisible, para que,
a partir de este momento, nosotros, que quizá no |
éramos al principio más
que solistas no ejercitados y, por eso mismo, |
pretenciosos, tendamos a
convertirnos poco a poco en miembros fraternales |
y maravillados de una
orquesta en que aquéllos a quienes indecentemente |
llamamos los muertos,
estén sin duda mucho más cerca que nosotros de |
Aquél del que quizá no se
debe decir que dirige la sinfonía, sino que ES |
la sinfonía en su unidad
profunda e inteligible; una unidad a la que no |
3 (143) |
podemos esperar acercarnos
más que insensiblemente, a través de las |
pruebas individuales, cuyo
conjunto, imprevisible para cada uno de nos- |
otros, es, sin embargo,
inseparable de la vocación propia». |
La idea de la muerte
interviene como acto de comunión' que participa |
en un orden de ámbito
divino, alcanzable solamente a través del amor. |
De todas formas es preciso
superar, también aquí, el simple platonismo. |
Es a partir de myself and
my Creator, es a partir de la convergencia |
viviente del 'yo y
Dios" que se mira a lo demás, a los demás, y que nos |
Vamos abriendo,
comunicando, abrazando, descubriendo el bien, haciendo |
el bien, haciendo bueno lo
que descubrimos, haciéndonos buenos mientras |
hallamos. Esa es la gran
'comunión' cristiana, hasta que, en la muerte, |
nos abriremos a lo que
hemos vivido en la tierras concluye también un |
personaje marceliano en La
soif. |
Por lo tanto, es necesario
'vivir" intensamente, vivir 'yo y Dios', mantener, |
partir siempre y llegar
siempre a esta experiencia que ya hemos dicho, |
Newman expresó condensando
el tacto de Dios dentro del alma, en sí mis- |
mo: myself and my Creator.
Porque es la vida, y todo lo que hay más |
allá de la vida,
convertido en vida desde «el instante en que todo quedará |
sepultado en el amor». |
El pensamiento de la
muerte acompaña constantemente el camino del |
hombre lúcido. Los más
sensibles (Jorge Manrique, Quevedo, Machado, |
Unamuno, Miguel Hernández
...) y sinceros no han eludido enfrentarse |
con él. Nuestro mundo, a
pesar de todas las euforias o manipulaciones |
experimenta también su
amenaza, y lleva las heridas, nunca acabadas de |
restañar, de sus últimos
zarpazos. Y sigue con miedos que le acobardan |
mientras le imponen
silencios y falsedades en sus actitudes. Se llama 'vivir" |
A lo que es sólo actividad
vital falsificada. Harían falta valientes, para |
encontrarse a sí mismos y
encontrar a Dios. Y con Dios en el corazón, |
mirarlo todo, descubrirlo
―re-descubrirlo― todo, y VIVIR, hasta que la muerte |
―lo que llamamos
'muerte'― fuese alcanzada como el marco más amplio, |
definitivo, de la plenitud
de plenitudes: de nosotros en Dios, y de Dios en |
todo. |
San Pablo ya había dicho:
«Todo es vuestro, vosotros sois de Cristo y |
Cristo es de Dios». Más
amplio o, por lo menos, más explícito que la "plenitud |
de plenitudes" de la
redundante y Angustiada intuición unamuniana. |
La muerte, tu esclava,
está a mi puerta. Ha cruzado el |
mar desconocido y llama,
en tu nombre, a mi casa. |
Está oscura la noche y
tiene miedo mi corazón. Pero yo |
cogeré mi lámpara, abriré
la puerta de mi casa, y le |
daré, rendido, la
bienvenida; porque es mensajera tuya |
la que está en mi puerta. |
La saludaré, llorando, con
las manos juntas. La saludaré |
mientras pongo a sus pies
el tesoro de mi corazón. |
Rabindranath Tagore |
4 (144) |
Mirar hacia Dios |
y mirar el mundo |
MIRAR HACIA Dios, mirar la |
propia conciencia, mirar
el |
mundo. |
Cristo nos abrió los ojos
a un modo |
nuevo de dirigirlos a esa
triple con- |
templación de la vida, que
por él |
sabemos que no es sólo
movimiento, |
que no es sólo
pensamiento, que no |
es sólo temporalidad. |
Hay que mirar afuera desde
dentro; |
hay que mirar hacia dentro
hasta |
llegar a Dios y hay que
contemplar a |
Dios, desde la fe,
situándonos nosotros |
y comprendiendo el mundo.
Pensar, |
creer, mirar. Triple
visión que "se |
traduce" en novedad
de vida: todo es |
diferente; todo queda
agilizado, tras- |
cendido, transformado. |
«Para que los ciegos
vean...» |
La peor de todas no es la
ceguera |
del cuerpo; la mayor
claridad no es la |
luz cósmica. Concretas,
cuantificables, |
quedan como trampolín de
analogías |
para verdades más altas,
para vida |
más plena, desde que
Cristo vino a |
abrirnos los ojos a otra
"luz" que nin- |
guna tiniebla puede
sofocar, mientras |
sube más alto,
inalcanzable a los vien- |
tos. El huracán que
pretendiera extin- |
guir su llama, por el
contrario la |
aventaría, provocando la
incandescen- |
cia del residuo de humo
que se resin- |
tiera a la ignición,
secando las ramas |
verdes para que puedan ser
ofrenda |
abrasada en el fuego,
acelerando así y |
purificando la
transformación del pro- |
yecto evangelizador que se
va hacien- |
do realidad y anuncio del
auténtico |
Reino de Dios. |
«No tengáis miedo de los
que sólo |
pueden matar el cuerpo...
» |
El Señor da ánimos porque
el miedo |
es la forma de dolor más
escondida en |
el alma humana y la más
extendida |
entre los mortales. Sólo
puede ocurrir |
que el resplandor sea más
grande, si |
el dolor persiste. Se nos
puede con- |
sentir que demos para el
cristiano y, |
por supuesto, para la
Iglesia, un sig- |
nificado más que
antropológico a la |
conocida frase de Freud:
«tanto como |
dure su sufrimiento, puede
todavía el |
hombre superarse un poco,
alcanzar |
algo más» («So lange der
Mensch lei- |
det, kann er noch etwas
bringen»). |
Estamos en camino y es
preciso |
andar con los ojos
abiertos: ver, con- |
templar, entender, juzgar,
interpretar |
desde la propia conciencia
unida a |
Dios, la realidad
circundante, que |
nunca se da como una cosa
definitiva- |
mente hecha, sino
fluyente, inacabada, |
necesitada incluso de un
sentido supe- |
rior que, sin negligencia
de lo evidente |
y natural, lo eleva
activamente a la |
integración
universalizadora, espiri- |
tualizadora y trascendente
del Reino |
de Dios, todavía en trance
de hacerse, |
5 (145) |
iniciado solamente y
necesitado, por |
lo tanto, todavía, del
esfuerzo paciente |
y perseverante, para ser
llevado al |
óptimo no alcanzado,
aunque sabemos |
que es vocación suya y
nuestra, porque |
somos hijos de Dios. |
No sólo la humanidad, en
sus más |
vivas y profundas
aspiraciones, sino, |
dirá san Pablo, "la
creación entera es- |
tá como gimiendo mientras
espera es- |
ta transformación"
iniciada por Cristo, |
Señor del mundo, y
destinada a ser |
completada por la Iglesia,
extensión y |
crecimiento misterioso de
Cristo en el |
mundo que él mismo ha
conquistado |
y destinado a la suprema
libertad de |
hijos de Dios. Libertad
que será mere- |
cida y participada, si se
acepta por la |
fe y se intenta realizar
generosamente |
con la vida: mirando a
Dios desde la |
propia conciencia,
mientras contem- |
plamos este mundo que,
gozosamente, |
restituimos a Dios. |
Debe ser desterrada la
concepción |
de hacer compatible
"mundo" y |
"Evangelio"
porque conduce a un mo- |
ralismo glotón y cicatero,
cualesquie- |
ra que sean los disimulos
tranquiliza- |
dores. Es, en todo caso,
el compromiso |
de una empresa por
transformar el |
mundo en Reino de Dios,
desde la fe, |
que no es ni un añadido,
ni un ador- |
no, sino una visión
totalizadora y |
transformante, fecundada
por la expe- |
riencia agradecida del don
de Dios, |
Gracia, amistad y vida de
Dios en el |
hombre, que por fuerza ha
de ver las |
cosas y tratarlas y
realizarse a sí mis- |
mo, de un modo
"diferente" al simple- |
mente natural. El que mire
o juzgue |
al cristiano o a la
Iglesia desde el án- |
gulo de esta sola visión,
jamás lo com- |
prenderá, o los combatirá
como un |
regreso, o como un exceso,
igualmen- |
te absurdos. |
Ha sido preciso esperar
hasta nuestros días para |
que los hombres puedan
tener', si quieren, el pensa- |
miento y el corazón más
libres para Dios. Ha sido |
preciso llegar a esta
época para que caiga el velo |
de los enigmas que
recubrían este mundo. En ade- |
lante el hombre puede
contemplar el mundo tal co- |
mo es y, por lo tanto, ya
no puede |
confundirlo con Dios. |
Ha sido preciso que
llegáramos a esta época en la |
cual existe una historia
total en la que todos parti- |
cipamos. Acaban de
comenzar las verdaderas opor- |
tunidades para el
Cristianismo. |
Karl Rahner |
6 (146) |
HISTORIA |
DE LA IGLESIA |
SE HA DICHO que la
historia de |
los Concilios de la
Iglesia, es la |
historia de los cismas y
herejías |
cristianas. Pero esto
equivaldría a lo |
que, paralelamente,
también podría |
decirse de la historia
profana, si la |
consideráramos como la
narración |
ordenada de las guerras y
batallas de |
los pueblos y series de
reyes que las |
protagonizaron. Lo cual,
con razón, se |
rechaza, como igualmente
rechazamos, |
por simplista, la primera
hipótesis. El |
romanticismo descubrió que
la Histo- |
ria no la hacen los reyes,
sino los |
pueblos, y que hay una
alternancia |
dialéctica hacia el
progreso, cuyos |
momentos críticos o
dramáticos, son |
síntomas o efectos de
procesos más |
profundos que hay que
investigar, |
recoger y construir, con
ellos, síntesis |
provisionales a partir de
las cuales |
nos abramos a una superior
evolución, |
incesante como la sucesión
del tiempo, |
y varia como la extensión
múltiple de |
fenómenos paralelos
interrelacionados |
que influyen en el caminar
de la hu- |
manidad. |
No vamos a hacer filosofía
de la |
Historia, ni de la
Historia de la Iglesia, |
pero sí que debiéramos
referirnos |
siempre a ella, no como
quien mira |
desde el exterior y se
detiene en algún |
hecho o suceso señalado,
sino añadien- |
do a nuestra contemplación
el presu- |
puesto de la fe para que,
lo que nos |
atrae o aquello en lo que
nos detene- |
mos, pueda ser juzgado en
función de |
ella, y nos sirva, de este
modo, para |
nuestra misma vida de fe. |
Es inútil, para el fiel,
hacer referen- |
cia alguna a la herejía,
si el caso con- |
creto que analiza no lo
considera como |
integrante del riesgo que
entraña la |
búsqueda de la verdad
revelada, del |
esfuerzo por desarrollar
esta verdad, |
estimulado, tal vez, por
buscar en ella |
una respuesta al reto que
plantean |
unas determinadas
circunstancias his- |
tóricas. Sin lo cual, todo
lo que pudié- |
ramos pensar de una
desviación doc- |
trinal, pongamos por caso,
podría con |
facilidad parecernos un
dato más de |
una serie de disparates
teológicos pro- |
ducidos por la estupidez
del heresiarca |
de turno, que inventó otra
aberración. |
No hay que querer pensar
en una ver- |
dad divina para poder
llegar a la in- |
vención de nuevas
herejías; pero si |
que es cierto que jamás
comete error |
alguno el que, siquiera
sea por pereza |
mental, tampoco usa su
inteligencia |
para aplicarla,
reflexivamente, a ver- |
dad alguna. |
Ello explica que, cada vez
que pon- |
gamos nuestra mirada
cristiana en la |
vida de la Iglesia, no
podemos hacerlo |
7 (147) |
sin acompañarla de la
reflexión del |
creyente. En cuyo caso,
tanto de lo |
que ―según una
mirada asépticamente |
natural― pudiera
resultar positivo |
(éxitos de la Iglesia),
como negativo |
(fracasos, problemas),
siempre redun- |
daría en ejercicio de la
fe y, por con- |
siguiente, en desarrollo y
crecimiento |
de ella. |
Solamente los enfermizos,
débiles o |
infantilizados, son los
que necesitan |
de continuos estímulos y
alientos (pro- |
pagandas, estadísticas
optimistas, in- |
sinceridad triunfalista,
disimulación |
cobarde de las realidades,
estrategias |
deformadoras,
ocultaciones, exagera- |
ciones...). Cuando la
verdad es que la |
Providencia nos
suministra, mezcladas |
y alternadas,
confortaciones y pruebas; |
cuando también es verdad
que, al mi- |
rar el caminar de la
Iglesia en su viaje |
temporal, encontramos
igualmente |
momentos de confortante
crecimiento |
o purificación y otros de
oscuridad y |
zarandeo crítico. |
Pero... ¡no pasa nada!
Para los pri- |
meros cristianos las
persecuciones y |
el martirio no suponían
una catástrofe |
aunque sí la habría
considerado tal |
cualquier mentalidad
pagana, mien- |
tras, desde lejos,
nosotros mismos, |
consideramos que aquella
experiencia |
fue gloriosa para la
Iglesia y a ella con |
evidente fruto podemos
referirnos ca- |
da vez que, circunstancias
parecidas, |
han proporcionado nuevos
dolores a |
los cristianos o a
nosotros mismos. |
Además, Cristo fue el
primer mártir: |
«el que quiera seguirme
que se des- |
preocupe de defender su
vida, que |
tome su propia cruz y que
me siga, y |
donde yo esté también
estará él». |
Las herejías a las que,
desde nuestra |
óptica, aplicamos esquemas
segura- |
mente demasiado sencillos,
sabemos |
que fueron el chisporroteo
perdido de |
un fuego de verdad que se
hizo, poco |
a poco, luz de la Iglesia.
Como sin |
persecuciones no habríamos
tenido |
mártires, sin errores que
discutir, sin |
búsqueda afanosa,
inacabada, de una |
verdad que la fe necesita
como ali- |
mento, no habríamos tenido
Doctores |
para sistematizar, de
alguna manera, |
el tesoro de la verdad que
la Iglesia |
quería legar a los hombres
presentes |
y a las generaciones que
siguen. |
Incluso el dolor de los
cismas, se- |
paraciones y rupturas de
obediencia, |
dispersiones en el rebaño
del que de- |
bía ser único bajo un solo
Pastor, sir- |
vieron para precisar la
calidad y al- |
cance del orden que debe
reunirnos |
en el camino hacia Dios a
través del |
tiempo, qué clase de
autoridad o poder |
es el de la Iglesia,
cuáles son los pun- |
tos críticos de su
estructura, probable- |
mente todavía demasiado
parecida a |
las temporales, pero sin
duda relativa- |
mente mejor que ellas, a
las que ha |
sobrevivido mientras, con
medios mu- |
chísimo más débiles, ha
conseguido |
mayor eficacia, habida
cuenta de la |
debilidad de los hombres,
que es la |
constante de cualquier
institución hu- |
mana y temporal. |
La mirada sobre la
Iglesia, tanto en |
el pasado como en el
presente, debe |
limpiarse de derrotismos
fatalistas lo |
mismo que de apologías
triunfalistas |
y soberbias, para dar
lugar a una mi- |
rada serena y ferviente,
desde la fe. |
El cristiano no mira la
Iglesia desde |
fuera, sino que se siente
y está dentro |
de ella, y se alegra del
bien que reci- |
be, y descubre el bien que
le falta, y |
entiende los caminos por
donde Dios |
la conduce, y vive
―convive― su mis- |
ma vida. En cualquier
caso, el pasado |
es lección, el presente
reto. |
8 (148) |
La única espada: la
Palabra |
CUENTAN de Clodoveo, el
rey |
franco, que mientras
escuchaba |
el relato de la Pasión de
Cristo, |
llevado con indudable
buena fe y típi- |
co fervor de neófito,
exclamo: «¡Ah, si |
yo hubiese estado allí con
mis fran- |
cos!...» |
Comprensible, perdonable.
Pero del |
mismo modo que el Señor no
aceptó |
el magnífico proyecto que
le ofreció |
el diablo, cuando fue
tentado en el de- |
sierto, habría renunciado
al recurso a |
la fuerza, a la seguridad
del poder y a |
la presión del prestigio y
habría pre- |
ferido, otra vez, un
cristianismo cruci- |
ficado. Incomprendido
especialmente |
por los poderosos, y
crucificado por |
ellos. |
El mensaje cristiano ha de
ser fuerza |
de Dios, no imposición de
los hombres. |
Entre los judíos, la
exclusividad de |
Dios en toda obra
verdaderamente |
santa, ya la indicó
Gamaliel, cuando |
los otros grandes
sacerdotes pedían la |
muerte de los primeros
predicadores |
de la Palabra:
«¡Israelitas, tened cui- |
dado con lo que vais a
hacer con estos |
hombres!» Y les recuerda
el triste |
fracaso de dos agitadores
―Theudas y |
Judas el Galileo―
que, parada la racha |
efímera de algunos éxitos,
su influjo |
quedó en el fracaso. Y
continuó: «Este |
es mi parecer: no os
ocupéis de esta |
gente y dejadla en paz. Si
su idea y su |
obra vienen de Dios, por
mucho que |
hicierais no las podréis
dominar y os |
estáis exponiendo a
combatir contra |
el mismo Dios». |
Esta advertencia vale
solamente pa- |
ra el perseguidor que cree
en la Divi- |
nidad; mas no en el caso
del incrédulo. |
Aunque es difícil de
admitir que la |
persecución ―toda
persecución― no |
lleve emparejada la
incredulidad, o la |
pretextación de un
concepto de Dios |
que equivale al ateísmo.
Porque quien |
de veras admite y respeta
a Dios, res- |
peta igualmente su obra. |
El que persigue no es de
Dios, sino |
que tiene el espíritu de
la carne, diría |
san Pablo: «El hijo de la
carne perse- |
guía al hijo del espíritu
y así ocurre |
todavía hoy» (Gálatas, 4,
29). Por el |
contrario, sucede que
«todos los que |
quieren vivir piadosamente
en Cristo, |
sufrirán persecución» (2
Timoteo, 3, 12). |
El evangelista san Juan,
en el Apoca- |
lipsis ve a la Iglesia en
figura de mujer |
que huye de la
persecución, y simbo- |
liza a los perseguidores
en la gran |
prostituta que persigue a
los santos. |
Así establecido parece
como si que- |
dara en completo desamparo
la misión |
del Evangelio, puesto que
san Pablo |
ni siquiera para imponer
la verdad |
admite que sea forzada o
violentada |
la conciencia de nadie,
porque ejercer |
tal tipo de presión, no
sería solamente |
herir la conciencia del
débil, sino pe- |
car contra Cristo (2
Corintios, 20). Y |
afirma, seguidamente, que
«las armas |
de nuestro combate no son
carnales». |
De modo más tajante
establecerá en la |
carta a los Efesios (6,
17) que el arma |
única, «la única espada
del predicador |
de Cristo es la Palabra
―el derecho a |
predicar―, porque la
palabra es la |
espada del espíritu». |
9 (149) |
Los |
Obispos |
arrianos |
«Los pastores se han
comportado como unos insensatos, porque, salvo un |
pequeño número que ha sido
olvidado a causa de su insignificancia, o que |
ha resistido a causa de su
virtud, y que debía permanecer como semilla y |
raíz de donde brotaría la
Iglesia, renacida bajo el influjo del Espíritu Santo, |
todos han cedido a las
circunstancias, con la sola diferencia de que algunos |
se han alineado entre los
que triunfan como campeones y caudillos de la |
impiedad, y otros han
quedado como simples soldados, semi derrotados por |
el miedo, pero egoístas y
aduladores o, lo que tiene menos excusa, vencidos |
por su propia ignorancia». |
ERA SAN GREGORIO
Nacianceno |
quien, con las palabras
que pre- |
ceden, en el año 360,
resumía |
(Orat. XXI, 24) lo que
había ocurrido |
con la crisis arriana. Por
el mismo |
tiempo (a. 363) no le iba
a la zaga san |
Jerónimo, que escribía:
Casi todas |
las Iglesias ―es
decir, diócesis― del |
mundo entero, bajo
pretexto de paz y |
de sumisión al emperador,
se han |
contaminado de
arrianismos. Y son |
de entonces las célebres
palabras que |
resonaron en el concilio
de Rimini: |
«Ingemuit totus orbis et
se te Aria- |
num miratus est»; que era
como decir: |
«los fieles de la
cristiandad se han dado |
cuenta, con sobrecogedora
sorpresa, |
que sus jefes los han
hecho arrianos». |
Fue aquélla la mayor
crisis que |
jamás haya padecido la
Iglesia, recién |
salida, casi, de las
catacumbas, cuando |
ya, en el marco del
reconocimiento |
oficial de su derecho a
evangelizar, el |
ser obispo no equivalía a
una candi- |
datura para el martirio,
sino que se |
Comenzaba a convertir en
promoción |
honorable, paralela y
hasta depen- |
diente de los cargos de
responsabili- |
dad política. De
perseguida la Iglesia |
pasaba a reconocida y a
protegida. Y |
fue entonces cuando
comenzó la atro- |
cidad de una confusión
político-ecle- |
siástica, como jamás se
haya repetido |
en época alguna, puesto
que incurrie- |
ron en la herejía la
inmensa mayoría |
de los obispos. |
10 (150) |
Suceso irrepetible, pero
que es pre- |
ciso tener en cuenta
cuando se quiera |
comprender cualquier otra
crisis pos- |
terior: el cisma de
Oriente, el com- |
plejo problema de las
investiduras en |
el Medioevo, la escisión
protestante |
que inaugura la Edad
Moderna, log |
regalismos
contemporáneos...por citar |
los hitos más importantes,
fueron y |
son de algún modo,
siempre, revivis- |
cencias de aquella
tremenda original |
experiencia, prototípica
de los dolores |
y pruebas de la Iglesia
sometida al |
zarandeo de la Historia.
Como si las |
palabras del Señor a Pedro
–*... y te |
llevarán adonde tú no
querrá se |
cumplieran, en cada ciclo
histórico, |
para que el esfuerzo por
superar la |
contradicción del
conformismo mun- |
dano, resurja,
rejuvenecida de eterni- |
dad y purificada de
incrustaciones |
espúreas de triunfalismos
anticipados, |
la que todavía ha de
actuar redimien- |
do ―liberando―
a los hombres, des |
arrollando ella misma,
cada vez más, |
su libertad, su
autenticidad, |
John Henry Newman
precisamente |
iba en busca de esa
"autenticidad" de |
la Iglesia, hace siglo y
medio cumplido, |
cuando dio con el filón de
este período |
histórico decisivo. Se
detuvo en él, lo |
estudió a fondo, y nos
legó su obra |
decisiva sobre THE ARIANS
OF THE |
FOURTH CENTURY; ella
representa la |
premisa intelectual que le
dispuso a |
la gracia de su conversión
al Catoli- |
cismo: llegó al
convencimiento de una |
coincidencia de
situaciones entre la |
época arriana y el estado
de la Iglesia |
anglicana, en la que había
sido edu- |
cado y de la que era
ministro. Su |
reflexión fue consciente,
dilatada y |
profunda: terminó de
escribir THE |
ARIANS en diciembre de
1832 y entro |
en la Iglesia católica el
9 de octubre |
de 1815. |
Los manuales de historia
eclesiástica |
al uso, demasiado
esquemáticamente, |
ordenan y sitúan la
sucesión de cis- |
mas y herejías, como
crisis que ata- |
ñen, respectivamente, a la
obediencia |
o vinculación en la única
Iglesia de |
Cristo, o como negación de
verdades |
dogmáticas. En
determinados casos en |
difícil no sólo deslindar,
en un mismo |
conflicto, la parte que
corresponde a |
cada uno de tales
aspectos, sino el |
grado en que uno
interviene en fun- |
ción del otro. Eu el caso
concreto del |
arrianismo, por más que se
insista en |
la cuestión conceptual o
dogmática, lo |
decisivo fue la
intervención del poder |
imperial y el juego de
ambiciones, |
para obtener o mantenerse
en sedes |
11 (151) |
episcopales unos, o, desde
el interés |
imperial, por premiarlos
para ase- |
gurarse fieles
colaboradores políti- |
cos. La momentánea
prosperidad |
del error se debió o la
intervención |
política en la designación
y remo- |
ción de los pastores de la
Iglesia, |
liberada de las
catacumbas, pero |
no todavía de los poderes
de este |
mundo que veían en su
interven- |
ción una continuidad con
lo que se |
había observado
anteriormente al |
regular, desde el poder
imperial, el |
culto a los dioses paganos
y hasta |
a la arrogada
"divinidad" del em- |
perador. Era pedir
demasiado, en |
tan poco tiempo, más allá
de esta |
"utilidad" en la
nueva fe, que sim- |
plificaba en una sola el
maremág- |
num de divinidades
anteriores, pero |
que no conseguía, tan
rápidamente, |
el deslinde entre poder
temporal y |
libertad espiritual. |
Los que critican o se
lamentan |
―¡y tantas veces con
sobrada ra- |
zón!― del poder
temporal en los |
asuntos de la Iglesia, no
deberían |
de olvidar que la escisión
protes- |
tante pudo prosperar
merced al |
apoyo que buscaron en los
reyes |
los disidentes del
Catolicismo, ce- |
diendo, naturalmente, a
cambio de |
la protección, una parte
sustancial |
de lo que debieran haber
sido sus |
poderes espirituales y su
disciplina |
interna. Los regalismos
católicos |
posteriores surgirán,
desgraciada- |
mente, como una imitación
de la |
invención protestante, y,
en gene- |
ral, serán de menor
intensidad, |
aunque las tensiones que
produzcan |
puedan alcanzar momentos
verda- |
deramente dramáticos para
la Igle- |
sia, siempre celosa de su
libertad, |
pero inerme, por
principio, para de- |
fenderla frente al aparato
temporal. |
Newman se dio cuenta que
la |
Iglesia anglicana, con una
jerarquía |
nombrada y dependiente del
poder |
real, con una estructura
nacional, |
no cumplía los ideales de
univer- |
salidad y libertad que
Cristo dejó |
a Pedro y, desde la
contemplación |
de la gran confusión
arriana, pudo |
comprender todas las demás
y, sin- |
gularmente, la que tenía
tan cerca. |
Y se hizo católico. |
El vidrio, el sol, aquel
verde sembrado, |
ante la luz, de trigo
transparente, |
y la Verdad, no tienen más
que un lado: |
el silencio de Dios, más
elocuente |
que todo el idioma con que
doro |
tanta verdad como la
lengua miente. |
Miguel Hernández |
12 (152) |
HISTORIA DE LA IGLESIA: |
Los primeros emperadores
"cristianos" |
EN LA EVOLUCIÓN de la vida
de la Iglesia tuvie- |
ron singular importancia
los detentadores del |
poder temporal, en el
momento en que ella pasa |
de la clandestinidad de
las catacumbas al público |
reconocimiento
institucional y jurídico. No nos puede |
sorprender, ni
escandalizar el inicial entusiasmo y el |
agradecimiento de los
cristianos hacia los emperadores |
―en especial
Constantino― que les concedieron la |
libertad para profesar
públicamente la fe en Cristo. Los |
consideraron como
instrumentos providenciales al ser- |
vicio de Dios, y en
realidad ―consciente o inconscien- |
temente― lo eran,
aunque ello no eliminaba su posición |
de políticos, ni alteraba
la substancia de su mentalidad |
pragmática y temporalista.
Lo contrario hubiera sido |
un milagro, equivalente al
final triunfal de la Iglesia. |
Ésta, en su caminar por el
mundo, no perecerá; pero |
será siempre peregrina;
cualquier triunfo que pareciera |
definitivo, o cualquier
instalación en la seguridad, le |
serán siempre ajenos, en
su faz auténtica de fidelidad a |
Cristo. |
Las persecuciones habían
exigido la pureza de una |
fe a prueba de la propia
vida. El Cristianismo no era |
un honor, sino más bien
una infamia; el sacerdocio no |
era una dignidad, sino más
bien una candidatura al |
martirio. Las calumnias de
los perseguidores habían |
conseguido mantener,
durante largo tiempo, la hostili- |
dad de las gentes contra
el naciente Cristianismo, pre- |
sentado como enemigo de la
sociedad y del Estado. Por |
otra parte, los cristianos
no disponían de ninguna voz |
para defenderse, ni de
poder alguno para exigir que |
13 (153) |
pudieran ser oídos. Sólo
la paciencia, el derramamiento |
abnegado de la propia
sangre, y la infamia que les |
reducía al silencio y a la
clandestinidad: allí la fe era la |
llama de su vida, y la
vida enamoramiento desinteresado |
y generoso de Cristo. |
Tantos y tan grandes
fueron aquellos dolores que, |
al conseguir la primera
libertad, la sorpresa del alivio |
pudo traducirse en
tentación de que toda posterior difi- |
cultad había cesado para
siempre. No todos, ni siempre |
supieron mirar más alto y
vencer la tentación; tentación |
"constantiniana". |
Constantino |
Ello explica el mito con
que se ha exagerado la figura |
y la misma intervención de
Constantino, al que sólo muy |
hipotéticamente podemos
llamar emperador "cristiano". |
Fue en verdad el primero
que permitió al Cristianismo |
salir de la
clandestinidad; pero todavía ahora nos sigue |
resultando difícil
descifrar hasta qué punto aceptó la fe |
cristiana o cuáles fueran
sus convicciones religiosas. |
Los historiadores actuales
ven en él a un político de |
gran estilo, y fue
precisamente su buen sentido político |
que le llevó a reconocer
para los cristianos el derecho |
a profesar la propia
religión. No otro es el significado |
del Edicto de Milán, de
313: |
«Hemos tomado esta
resolución inspirados por |
la sana y noble convicción
de que nadie ha de |
ser privado de la libertad
de elegir y obedecer |
las costumbres y el culto
de los cristianos. Y |
por ello con viene que a
cada cual se le de la |
facultad de encontrar la
religión que él mismo |
considere que le
conviene». |
Con ello Constantino
dejaba de postergar a una parte, |
aunque minoritaria, de sus
súbditos, cuando se había |
demostrado la falsedad de
las calumnias que durante |
más de dos siglos se
habían fomentado y, por otra parte, |
junto a la risibilidad con
que el mismo Cicerón se había |
referido a las divinidades
del Olimpo (si bien juzgaba |
indispensable fomentar su
culto por el bien del Estado), |
la probada lealtad
ciudadana de los cristianos les hacía |
acreedores de ese mínimo
respeto a su libertad de con- |
ciencia. Constantino al
concederles este reconocimiento |
aseguraba la paz y la
convivencia ciudadana. Fue un |
pragmático que obedecía a
razones de Estado ―observa |
14 (154) |
Duchésne― cuando
obsequiaba a los obispos, lo mismo |
que lo había sido
Diocleciano cuando los encarcelaba. |
El Cristianismo sucedía,
en cierto modo, al deca- |
dente, diverso y disperso
culto pagano. El Cristianismo |
representaba una semilla
de cohesión, universalizadora, |
que prosperaba y se
introducía sin renunciar a la man- |
sedumbre; no sólo no había
que temerle, sino que podía |
ayudar, moralmente, a la
unidad, desde la Iglesia, y por |
reflejo, al mismo imperio. |
Cuando con ocasión de la
crisis arriana Constantino |
toma la iniciativa
―¡no era ni siquiera bautizado!― de |
convocar el concilio de
Nicea, para zanjarla, lo que |
le preocupa es la unidad
manifiestamente política; en |
cambio considera
«cuestiones de poca importancia, |
juegos de estudiantes
inexpertos, materias en las cuales |
cada uno puede pensar lo
que le acomode» los más |
trascendentales problemas
teológicos, como entonces |
y en aquellos debates eran
las grandes cuestiones trini- |
tarias. Y escribía, en
efecto, al papa san Melquiades: |
«Vuestra solicitud no
ignora mi respeto por la Iglesia |
católica auténtica, y no
permitiré que seáis negligentes |
o consintáis cualquier
inicio de cisma o división». |
Del |
pre-cristianismo |
al |
Cristianismo |
El Estado romano puede
considerarse, al aparecer no |
el Cristianismo, como la
última evolución del Estado |
pre-cristiano, o
típicamente pagano: Toma la religión |
―hecho común en la
antigüedad― por su propia cuenta: |
sacramentaliza el concepto
de Estado, socializa lo divino |
y deifica la política. El
Estado romano representa la |
evolución más elaborada de
la convergencia que se u |
descubre, en las más
remotas formas de civilización, |
entre poder político y
poder sagrado, entre "divinidad" |
y "realeza". |
Constantino, tributario
del concepto pagano del |
Estado, dio libertad a la
Iglesia, pero no comprendió el |
Cristianismo. Esa falta de
comprensión no procedía de |
la malicia del emperador,
sino de la mentalidad de la |
que no se había
desprendido. Mentalidad, por lo menos |
errónea, que seguiremos
encontrando en muchos "pro- |
tectores" de la
Iglesia. El cardenal Charles Journet, que |
ha reflexionado
principalmente ―antes del Concilio... ― |
sobre la teología de la
Iglesia, llega a la conclusión de |
que la dificultad que el
Cristianismo encontraba en el |
15 (155) |
Estado pagano, no era el
que éste negara la divinidad, |
sitio el haber socializado
la religión y convertido en |
idolatría el poder
temporal. Es el error en que rein- |
cidirán los regalismos, a
pesar de llamarse sospechosa |
y contradictoriamente
"católicos" cuando en realidad |
repiten la paganización
del Cristianismo; es decir, cuan- |
do lo reducen, como los
emperadores romanos con sus |
divinidades, a un factor
complementario, útil y saludable, |
instrumentalizado al
servicio de sus miras temporales. |
Reducción |
pagana |
El Estado pre-cristiano
persiguió, primero, el Cris- |
tianismo; más tarde lo
permitió; finalmente se declaró |
cristiano. Pero el
Cristianismo oficialmente aceptado, si |
bien superaba a las
desacreditadas divinidades paganas, |
les "sucedía"
sin lograr operar, por automatismo histó- |
rico, el cambio de
mentalidad de los gobernantes, para |
quienes, más que por el
Reino de Dios (sólo indiscutido |
si coincidía con el
concepto e interés de sus propios |
reinos terrenos), se
movían por razones de táctica políti- |
ca o preocupaciones de
orden público. Cualquier situa- |
ción posterior en la que
se repitiera el predominio de |
las mismas razones, será
un Estado igualmente pre-cris- |
tiano, sin que valga el
énfasis con que se recargue la |
confesionalidad que quiera
acreditar. Y, cuando deci- |
mos pre-cristiano,
decimos, por supuesto, pagano. |
La Historia es pródiga en
confesionalidades, en |
aceptaciones del
Cristianismo que no equivalen más |
que a una reducción pagana
del mismo. A un superfi- |
cialismo que no sobrepasa,
a lo sumo, las categorías |
culturales, pero que no
profundiza en las radicales |
exigencias evangélicas. Se
ha aceptado el Cristianismo |
sin comprenderlo; se ha
aceptado precisamente porque |
no se ha comprendido. Se
ha aceptado un cristianismo |
pomposo, sólo parcialmente
moralizante y, por consi- |
guiente, mudo o
enmudecido, reducible a "magia" sin |
Palabra, o a palabra sin
Verdad, o a verdad sin Vida. |
No es el fracaso del
Cristianismo, porque no es el |
Cristianismo. |
El historiador Eusebio
refiere cómo, en Nicea, con- |
cluidas las sesiones del
concilio, el emperador Constan- |
tino que celebraba
entonces el vigésimo aniversario de |
su imperio, invitó a los
obispos a un banquete suntuoso. |
Los obispos, algunos de
los cuales llevaban en sus cuer- |
16 (156) |
pos los estigmas de las
torturas padecidas en las cárceles |
y detenciones ordenadas
por los precedentes empera- |
dores, no salían de su
asombro y creían encontrarse en |
la antesala del Paraíso,
como en un sueño. Aquello era |
como el refrendo de una
paz alcanzada ya, merecida |
después de tantos
sufrimientos, martirios, infamias y |
contratiempos. |
Después |
de Constantino, |
la purificación |
en la fe |
No podemos reprochar a
aquellos pastores la inge- |
nuidad de su confianza en
los poderes imperiales tan |
benevolentemente
exteriorizados; ni podemos tampoco |
criticar sin más la
táctica de Constantino y exigirle |
actitudes sobrenaturales
de las que era incapaz. Pro- |
porcionó un sosiego a la
Iglesia, que ésta se apresuró a |
agradecer; si bien, más
que inaugurar una época de paz, |
sería el punto de partida
de una serie de violentas |
luchas que ocuparían la
historia de la Iglesia durante |
medio siglo. Antes, en las
persecuciones, habían pa- |
decido los cuerpos; ahora
padecerían las inteligencias. |
Las heridas y la
purificación no sería en la carne, sino |
en la fe. |
Ello vendría a confirmar
que la paz del mundo no |
es el ambiente donde se
fragua la paz de Cristo, y que |
la verdad del Evangelio
será, perpetuamente, como un |
signo de contradicción. La
Iglesia no se establece, sino |
que peregrina por el
mundo. No se alcanza la rotundi- |
dad de un triunfo para
vivir, luego, de la ventaja de su |
conquista, sino que se
progresa y desarrolla de una etapa |
a otra, en continua
superación de un desarrollo que no |
puede hacerse definitivo
en el solo marco del tiempo. |
El primer obispo |
"cortesano" |
y Constancio |
Constantino muere en 337,
tras haber aceptado el |
bautismo cristiano en el
lecho de muerte y de manos de |
un obispo hereje, Eusebio
de Nicomedia, que desplazó |
al mismo Arrio en el
progreso de la herejía, merced a |
aventajar a éste en el
arte de la ambigüedad y la intriga |
política. Consiguió
aparecer, con puntual oportunismo, |
como enmendado de sus
desviaciones arrianas, debido |
a la intervención de la
hermana del emperador y ver |
realizada su ambición de
ser nombrado obispo de la |
capital del Imperio,
Constantinopla. A partir de lo cual |
17 (157) |
jugaría un importante
papel apenas desapareciera el |
emperador Constantino. |
«Es, este obispo, el
primer ejemplo de esa desagra- |
dable clase de teólogos y
prelados cortesanos ―escribe |
el historiador Ludwig
Hertling―, dúctiles y aduladores |
que en lo sucesivo apenas
faltaron nunca allí donde |
hubo soberanos que
ambicionaran influir sobre los des- |
tinos de la Iglesia». |
Constancio, al suceder a
su padre, en 337, no se li- |
mitó a salvaguardar la paz
y la unidad de la Iglesia, sino |
que aspiró a imponer en
ella su voluntad y sus convic- |
ciones, que eran las
arrianas. Su mentor era el obispo |
Eusebio. |
Pero Constancio, astuto,
procedió, en un principio, |
con cautela, no sólo para
asegurar las posiciones que |
iba tomando, sino en
consideración de su hermano, |
Constante, que gobernaba
Occidente y era contrario al |
arrianismo y seguidor
estricto, por tanto, de las defini- |
ciones de Nicea. Pero una
vez muerto Constante, desató |
su severidad contra los
católicos, y dedicose a toda clase |
de presiones,
deportaciones, nombramientos, hasta que- |
rer imponerse al mismo
papa Liberio, a quien sometió a |
toda clase de vejámenes,
de forma parecida a como Na- |
poleón haría para
coaccionar a Pío VII, siglos más tarde. |
La voz indómita |
de la ortodoxia: |
san Atanasio |
La Iglesia no permanecía
muda: las voces de san Ata- |
nasio de Alejandría y de
san Hilario de Poitiers, fueron |
vigías permanentes y
certeros, a quienes ni las amena- |
zas, ni destierros, ni
infamias hicieron callar jamás. |
Desde la esfera política,
se instalaba o se deportaba |
a obispos, o se les hacía
huir con amenazas de muerte, o |
se esparcían infamias
tendentes a neutralizar su influjo |
en la Iglesia. Lo inás
importante ya no era la defensa de |
la verdad, o la
clarificación de la doctrina: ambiciosos, |
los expectantes aduladores
buscaban la ocasión de "me- |
recer" el apoyo
imperial para ocupar o ascender a sedes |
honorables; por parte del
poder imperial, la de seleccio- |
nar colaboradores adictos
a sus miras políticas, descui- |
dada la fe. |
En 361 murió el emperador
Constancio, harto dife- |
rente de su padre
Constantino. Solamente parecido a él |
en que también fue
bautizado en el lecho de muerte. |
18 (158) |
La máxima |
confusión |
Los que escriben la
Historia suelen definir a Juliano |
el Apóstata, primo y
sucesor de Constancio, como hábil |
general en la guerra, pero
mal político en la paz, por |
fanático, presuntuoso,
rayano en la neurosis. |
Juliano el Apóstata no
quiso ser ni católico, ni arria- |
no. Deberíamos calificarle
de neopagano. Hasta llegar al |
poder se había fingido
cristiano; pero apenas convertido |
en emperador, se declaró
filósofo, revistiéndose de la |
máscara de la
imparcialidad y la justicia, y ordenando |
su política respecto a la
religión, en dos frentes por una |
parte intentando enfrentar
a católicos y arrianos para |
que ellos mismos se
destruyeran en recíproca lucha, y |
creando indirectas
persecuciones legales, incruentas, |
pero decisivas, que
obligaban al silencio toda auténtica |
predicación de la Palabra
de Dios. |
La cristiandad fue presa
de indecible pánico y ya |
creían que se encontraban
a las puertas de las persecu- |
ciones de un nuevo Decio o
un nuevo Diocleciano. |
Juliano no quiso atacar
directamente a nadie, pero sí |
confundir a todos,
preparar el desprestigio del Cristia- |
nismo e iniciar un regreso
a las instituciones paganas |
del viejo imperio, más
dúctiles. |
Pero su obra destructora
se detuvo cuando moría |
en el campo de batalla al
cabo de guerrear dos años |
escasos contra los persas. |
Graciano: |
la abolición |
del paganismo |
Constantino y los
emperadores "cristianos" que le su- |
cedieron retuvieron, sin
embargo, el título y ministerio |
de "sumo
pontífice", lo cual, por sí solo, ya demostraba |
la ambigüedad de su
posición respecto al Cristianismo. |
El primer emperador que
rehusó estas prerrogativas |
paganas fue Graciano, que
prohibió todos los sacrificios |
de divinización, clausuró
los templos paganos y suprimió |
este culto. Con su gesto
se desdivinizaba el poder (hoy |
diríamos que se
"secularizaba"). «A Dios lo que es de |
Dios y al césar lo que es
del césar». |
No obstante, en el futuro
y hasta casi nuestros días, |
en Occidente, la teoría de
los orígenes y fuentes del |
poder político, intentará
reconstrucciones más o menos |
filosóficas para
reconducirlo a esta sacralización, espe- |
cialmente los absolutismos
teóricamente confesionales, |
que buscarán en Dios su
autojustificación. Ello contri- |
19 (159) |
buirá a desfiguraciones
lamentables de la Iglesia y, en definitiva, a un retraso |
del Evangelio. |
Pero el Reino de Dios, aun
siendo "de Dios", no puede hacerse sin los |
hombres. Pacientemente, a
través de dolores, de incomprensiones sin cuento, |
de nuevas persecuciones,
pero sin agotar jamás la esperanza, la Iglesia camina |
arrastrando el polvo de
los siglos y los errores y los pecados de los hombres, |
aguzando la fe,
purificándose en el mismo dolor surgido del esfuerzo por ser fiel |
a su Maestro: en el mundo,
sirviendo así al mundo, pero sin ser del mundo. |
HAY acusadores exigen- |
tes que se dirigen a la
Iglesia: «Decir, anunciar |
solamente, no basta», le
reprochan. |
Pero deberían reconocer
que no es poco decir con |
sinceridad, decir con
totalidad, decir con oportu- |
nidad. |
Decir así, es más que
decir: es hacer. |
Decir así es el quehacer
esencial y primario de |
la Iglesia. |
Cristo murió por decir así
la misma verdad que |
la Iglesia transmite,
también con dolores, dificul- |
tades e incomprensiones, a
los hombres de todos |
los tiempos. |
LAUS |
Director: Ramón Mas
Casanelles - Edita e imprime: Congregación del Oratorio |
Placeta de S. Felipe Neri,
1 - Apartado 182 - Albacete - D. L. AB 103/62 - 21. 11.75 |
20 (160) |
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