Publicación
mensual del Oratorio. |
Núm. 136. DICIEMBRE. Año
1975. |
SUMARIO |
SER todos los hombres
hermanos porque Dios ha entrado en la |
Humanidad y se ha hecho
hermano de todos. Él rompió la |
barrera que separaba al
hombre de Dios, aunque los hombres |
no hemos derribado,
todavía, la que nos separa a unos de otros. |
No siempre por malicia.
Casi siempre, sí, por debilidad, por |
ignorancia, por tardía
disolución de los egoísmos... |
Pero caminamos ya, y
avanzamos, con Cristo a nuestro lado, por |
la Historia, y hasta más
allá de la Historia: en el Misterio y |
hacia el Misterio. Con
"buena voluntad". |
ESPERANZA |
HOMILÍAS |
CUATRO SIGLOS: 1575-1975 |
EL MISTERIO |
LAS RELACIONES CIVILES |
1 (161) |
Director: Ramón Mas
Casanelles |
Edita e imprime:
Congregación del Oratorio |
Placeta de san Felipe
Neri, 1 |
Apartado 182 - Albacete |
Depósito Legal: AB 103-62 |
2 (162) |
ESPERANZA |
NO LA ESPERANZA de la
iner- |
cia, porque su fruto no
puede |
ser premio de la pereza ni
de |
la indiferencia. Hay un
remi- |
tir a Dios las cosas más
arduas y |
comprometidas que
corresponden |
al hombre, que no es
esperanza, sino |
"tentación a
Dios". Dios no resuelve, |
sino que compromete. La
fe, ella mis- |
ma, es un compromiso con
Dios. En |
el Antiguo Testamento la
llamaban |
"alianza" entre
Dios y su pueblo: |
alianza en la que Dios
jamás desfa- |
llecía, en la que
solamente en el |
hombre cabía el descuido,
el desfa- |
llecimiento o la traición. |
Los pesimistas parecen
perpetua- |
mente interesados en
exagerar los |
desfallecimientos humanos,
como si |
solamente a costa de ellos
pudiera |
quedar más alta la
fidelidad de Dios. |
Pero seria negar la bondad
que Dios |
ha derramado fuera de sí
mismo, en |
HUH obras, si a éstas no
las recono- |
ciéramos capaces de
soportar toda |
la bondad con que Dios las
ha car- |
gado o si no admitiéramo9
el dina- |
mismo de esta bondad. |
Una de las cosas que más
nos |
cuesta, dentro de las
transformacio- |
nes a que nos somete el
mundo con- |
temporáneo, es
precisamente ésta |
del dinamismo de todo lo
bueno. Las |
cosas no están hechas, no
han cris- |
talizado en una quietud
fosilizante: |
inversamente, todo lo que
se mueve |
es, en principio, germen
de bondad. |
Para el cristiano, la
esperanza repre- |
senta el impulso de este
movimiento |
hacia el bien que acaba en
Dios. |
Toda la relación que el
hombre |
ha ido descubriendo entre
su propio |
ser y la transcendencia
divina, se ha |
ido desarrollando a través
de una |
proyección hacia metas de
bondad |
que la esperanza
dinamizaba. |
Tenemos esperanza porque
cree- |
mos en Dios; poro,
también, porque |
creemos en la semilla de
bondad |
que Dios ha esparcido en
todo lo |
oreado y, singularmente,
en el hom- |
bre, inteligente y libre:
capaz de |
entender lo que Dios le
propone, |
capaz de agradecer lo que
Dios le |
ha dado, y capaz de
entusiasmarse |
en utilizar todas sus
fuerzas y su |
inteligencia para a portar
a esa em- |
presa divina Y humana que
es un |
mundo por acabar: un mundo
al que |
la maravilla de la obra
creadora |
muestra como iniciado, y
ya riquísi- |
mo, pero él mismo en
expectativa |
―«como gimiendo»,
dice san Pablo― |
de su completez y
liberación; un |
mundo que hay que
desarrollar para |
el bien y desde el bien
que ya con- |
tiene como premisas
grandiosas pa- |
ra un quehacer magnífico. |
Tan fuerte es esta ley que
nos |
fuerza a completar la
bondad ore- |
ada, que incluso los
hombres que se |
olvidan de Dios, también
son arras- |
trados a la tarea que,
inevitablemen- |
te, al fin, les hará a
Dios encontradi- |
zo, si a ella se entregan
con genero- |
sidad. Y lo es la de
olvidarse de si |
mismos y lanzarse,
Valientemente, a |
lograr un mundo mejor para
todos. |
No hay éxtasis para la
esperanza |
Cristiana. Esperamos y
caminamos. |
El corazón busca, pero
también se |
siembra en el surco de la
vida com- |
partida. Y el fiel sabe
que, mientras |
el hombre de alana y
aporta genero- |
so el esfuerzo, Dios
converge estimu- |
lando la dinámica de las
libertades |
creadas, como aventando
las llamas |
que él mismo ha encendido. |
Y al final, en el reino de
sus hijos, |
#brillarán los justos en
inextinguible |
claridad. |
3 (163) |
A todos, |
para todos, |
en todo, |
ahora, |
siempre: |
una vida |
compartida |
en la verdad, |
la justicia, |
el amor, |
la libertad |
y la paz. |
¡Es Navidad! |
Muchas felicidades a todos |
nuestros amigos y lectores |
4 (164) |
HOMILIAS |
NO HACE tantos años que,
esta |
palabra
—"homilía"― parecía |
reservada al lenguaje
técnico-- |
litúrgico clerical. No
vamos a analizar |
las causas, no siempre
gratas, que han |
hecho pasar del
restringido uso de |
algún modo especializado,
al de do- |
minio público que ha
generalizado su |
presencia en el léxico
popular. Si bien |
continúa manteniendo, en
efecto, el |
mismo significado, ya casi
nadie recu- |
rre a los vocablos de
"sermón", "plá- |
tica",
"fervorín" y similares, sino que |
se ha impuesto la
designación de "ho- |
milía" para referirse
a todo comenta- |
rio de la Palabra de Dios
y explana- |
ción de la doctrina de la
Iglesia, hecha |
autorizadamente por un
ministro sa- |
grado, desde el altar o
con motivo de |
un acto sacramental. No
vamos a en- |
trar en matices sobre cuál
deba ser la |
correcta aplicación del
vocablo. |
Sin embargo, y a propósito
de homi- |
lías, sí vamos a recoger
un aspecto de |
la primera, verdaderamente
solemne |
y grande homilía, nada
ampulosa, pe- |
ro calificable de
histórica, que nos ha |
sido dado escuchar casi
colectivamen- |
te, en España,
recientemente, en la e |
Misa con que se inauguraba
solemne- |
mente el reinado de don
Juan Carlos I |
y que celebró el cardenal
Enrique y o |
Tarancón. |
El aspecto que recogemos
es el de |
sorpresa, o sensación de
cosa nueva e |
que en amplios sectores de
televiden- |
tes o de oyentes o de
lectores se ha |
suscitado. |
Pero, ¿sorpresa de qué? |
No puede serlo, si bien se
analiza, |
sobre la vertida doctrina
de la Iglesia |
sobre poder político,
justicia, paz, li- |
bertad y convivencia.
Tampoco el esti- |
lo, si se compara con el
de la mejor |
predicación del Evangelio,
que necesi- |
ta poca retórica. La
doctrina expuesta |
por el cardenal Tarancón,
no tenía |
nada de nuevo y está en
todos los |
documentos eclesiásticos
relativos a |
las enseñanzas cristianas,
tanto en los |
papales como en los de los
obispos |
incluso españoles. Y en
cuanto al estilo |
fue sincero, claro,
respetuoso, leal y |
generoso. |
Entonces, ¿en qué puede
consistir |
esa mentada sensación de
novedad |
sorprendente? |
Creemos que debe
explicarse por |
estos dos importantes
detalles: por un |
lado, era la primera vez
que una "ho- |
milía" tan autorizada
contaba con una |
difusión tan extensa,
simultánea, inte- |
gra y perfecta, cuyo
contenido o sínte- |
sis doctrinal llegaba a
todo el país; y, |
en segundo lugar, era
patente la aten- |
ción del Rey que oía la
Palabra de |
Dios en presencia de todo
su pueblo, y |
que le era anunciada
lealmente y sin |
adulaciones. |
Todo lo demás, no tenía
nada de |
extraordinario; sólo esta
coincidencia |
que honraba a todos. |
5 (165) |
Futuro esperanzador |
LLABLAR de un fu- |
turo esperanzador, tanto
en el orden re- |
ligioso como en el orden
social, parece |
una utopía. Pero es una
necesidad psico- |
lógica y es una predicción
fundada en |
razones muy fuertes y en
la misma histo- |
ria de la Iglesia y de la
humanidad. Y |
creo que el mundo futuro
será de quienes |
acierten a devolver la
esperanza a los |
hombres. |
No es ésta que estamos
viviendo la época |
más difícil por la que ha
pasado la Iglesia |
a través de su ya larga
historia. La mis- |
ma tribulación que la está
afligiendo tie- |
ne clarísimamente un
efecto purificador. |
Los principios cristianos
como reconocen |
todos los historiadores,
aun los no cre- |
yentes, han calado tan
hondamente en la |
cultura y en las
costumbres de la Huma- |
nidad que actualmente ya
se consideran |
como patrimonio de todos.
Y las enseñan- |
zas del magisterio, aunque
quizá menos |
atendidas que en otro
tiempo, no han te- |
nido nunca la difusión que
tienen ahora. |
No hay motivos serios para
la deses- |
peranza. Menos, para la
desesperación. |
Siempre, claro está, que
sepamos apro- |
vechar los elementos
positivos que exis- |
ten y acertemos a preparar
el futuro con |
inteligencia, con
prudencia, con audacia |
―que lleva consigo
la imaginación crea- |
dora―, y con fe. |
Card. TARANCÓN, |
(Adviento de 1975) |
6 (166) |
Cuatro siglos: |
1575 - 1975 |
ANTES de terminar este ano
de 1975 |
no queremos dejarnos la
referen- |
cia al acontecimiento que,
hace |
exactamente cuatro siglos,
y tam- |
bién en un "Año
Santo" ―el de 1575―, tuvo |
lugar en Roma, cuando el
papa Gregorio |
XIII se dirigía cal amado
hijo nuestro, |
Felipe Neri, sacerdote
florentino y Pre- |
pósito de algunos
sacerdotes y clérigos |
seculares, y para todos
los cuales «inst- |
ituía y erigía a
perpetuidad, una Congre- |
gación denominada del
Oratorio, a gloria |
de Dios y provecho de los
cristianos». |
El pontífice Gregorio XIII
quería dar |
forma segura y estable a
la obra de san |
Felipe con un interés que
parecía superar |
el del propio fundador, al
que amaba sin- |
ceramente, a pesar de
haber sido, en tan- |
tas ocasiones, discutida y
obstaculizada su |
obra e influencia en la
Ciudad, mientras, |
por otra parte, también
crecían sus adep- |
tos y resultaba evidente
el beneficio espi- |
ritual de sus actividades,
muy difíciles de |
definir, tanto por la
sencillez como por |
In originalidad que les
eran propias. In- |
cluso cuando se decía el
"Oratorio", se |
asociaba el nombre de la
obra al de sin |
Felipe: "el Oratorio
del padre Felipe", tal |
vez porque la institución
era, todavía, el |
hombre y, en este caso, el
Santo. |
El Pontífice quiso que ya,
en adelante, |
nadie más se metiera a
juzgar la origina- |
lidad del apostolado de
Felipe y; en la |
Bula. Jo erige en persona
jurídica, y le |
da el nombre de
Congregación, sin ni |
siquiera exigir
reglamentos o constitu- |
ciones que la definan más
concretamente. |
Lo único que, como detalle
específico, se |
podría extraer del texto
pontificio de |
erección, sería, en todo
caso, esa todavía |
demasiado general
declaración de «aten- |
der, con la ayuda divina,
a la celebración |
de la Misa y demás oficios
divinos, a la |
predicación de la divina
palabra al pue- |
blo fiel, a las
instrucciones que pueden |
conducirlo a la salvación
y, en fin, a otros |
varios ejercicios de
piedad». Eso es todo. |
San Felipe desconfiaba
mucho de re- |
glamentos, definiciones y
declaraciones |
por lo menos para lo que
él entendía en |
orden a su apostolado y el
modo de hacer |
el bien a las almas. Nunca
escribió una |
regla y sólo corrigió
algún detalle de lo |
que le parecía exagerado,
cuando vio que |
los suyos ensayaban un
modo de redac- |
ción razonada del hacer
que se había |
convertido en norma dentro
de la casa y |
en el estilo de las
actividades del Orato- |
rio. Será, en realidad,
doce años después |
de la muerte del Santo
cuando, no para |
repetir ningún ensayo
legislativo, sino |
por pura necesidad de
recoger, antes de |
que se pierdan, las
costumbres" del Ora- |
torio, que los padres
encomendarán a un |
discípulo predilecto de
Felipe, el padre |
Consolino (que, de niño,
le había ayudado |
tantas misas) quien pondrá
manos a la |
obra, sin poder evitar que
se inicien con |
estas palabras: «La
Congregación del |
Oratorio fue por san
Felipe Neri más |
bien amaestrada con
ejemplos que gober- |
nada con leyes. No tuyo,
como tienen |
otros religiosos, una
regla particular que |
le sirva de pauta al tomar
deliberaciones; |
sino que el buen Padre,
como inspirado |
por el Señor, aprobó e
instituyó todo |
aquello que la experiencia
cotidiana le |
enseñaba era de su agrado
para ser bue- |
nos, merecer bien de Dios
y progresar de |
día en día en la virtud». |
7 (167) |
El papa le dio a Felipe
una pequeña y |
ruinosa iglesia situada en
una depresión |
―la
"Vallicella", el pequeño valle― del |
barrio romano llamado,
todavía ahora, |
del 'Parione'. Pero
enseguida se procedió |
al derribo del
periclitante edificio y, el 17 |
de septiembre del mismo
año de 1575, se |
colocaba la primera
piedra, con el rito y |
solemnidad debida,
oficiando el arzobis- |
po de Florencia
―¡san Felipe, aunque lle- |
gara a amar tanto a Roma,
fue y se sintió |
siempre
florentino!―, Alejandro Médici, |
futuro papa León XI, y muy
amigo de |
nuestro santo Fundador. |
El que visita Roma si,
desde el centro, |
se dirige al Vaticano,
inevitablemente |
discurrirá por el 'Corso
Vittorio Emanue- |
le': al mismo salir de
'Piazza Venezia', |
encontrará el 'Gesú' y, un
poco después, |
sunt'Andrea alle Valle';
ya cerca del Va- |
ticano, casi antes de
cruzar el río, en una |
anchura para que pueda ser
vista, está |
la "Chiesa
Nuova" o, si se prefiere, de |
santa Maria in Vallicella,
que sucedió a |
la ruinosa de tiempos de
Gregorio XIII. |
Este año, en que se ha
conmemorado el |
cuarto centenario, al
atardecer del ani- |
versario, mil lámparas,
como pájaros de |
luz, han adornado la
fachada de la iglesia, |
besando sus piedras: eran
'le lucerne' de |
las grandes fiestas: los
romanos han re- |
cordado la cuatro veces
secular presencia |
de aquel Santo que veneran
como Patrón |
de la Ciudad, junto con
san Pedro y san |
Pablo, y que como ellos
tampoco había |
nacido en la ciudad del
Tíber, pero que |
allí, cada uno a su modo,
dieron la vida |
por la Iglesia: Pedro y
Pablo para plan- |
tarla, san Felipe para
restaurarla. |
Aquel día de 1575, san
Felipe, que ya |
cumplía sesenta años de su
edad, era y |
comenzaba, todavía, a ser
joven, otra vez, |
porque echaba los
cimientos a una iglesia |
grande y hermosa, y porque
el papa le |
había bendecido,
confiadamente, sin pe- |
dirle cuentas. |
NAVIDAD |
DE NUESTRO SEÑOR |
JESUCRISTO |
MISA |
DE MEDIANOCHE |
También en la noche de Año
Nuevo, |
Solemnidad de Santa María |
y Octava de Navidad |
8 (168) |
LA CONVIVENCIA |
La convivencia civil |
sólo puede juzgarse
ordenada, |
fructífera y congruente |
con la dignidad humana |
si se funda en la
verdad... |
Tiene que ser considerada,
ante todo, |
como una realidad
espiritual: |
que impulse a los hombres |
a defender sus derechos |
y a cumplir sus deberes; |
a desear los bienes del
espíritu; |
a disfrutar del justo
placer de la belleza |
en todas sus
manifestaciones: |
a la voluntad permanente |
de compartir con los demás |
lo mejor de sí mismos. |
(JUAN XXIII: Pacem in
terris, 35, 36) |
9 (169) |
El misterio |
MISTERIO es más que
fiesta. Y |
Navidad es un misterio. |
El misterio no excluye la |
fiesta; pero la fiesta
pasa y el misterio |
perdura. Misterio es vivir
tratando |
Dios con nosotros y
nosotros con él. |
No acabar nunca de
aprender; crecer |
continuamente en sabiduría
de Dios. |
No acabar nunca él de
hacerse Gracia |
para nosotros, y
enseñarnos a supri- |
mir las distancias de las
cosas, los |
olvidos de los tiempos y
hacerle "lu- |
gar" en el alma; pero
más que con un |
sentimiento. Ir
elaborando, en el trato |
con Dios, lo que de él
sabemos en |
saber creciente con el
manar de |
de la vida, nueva y
presente. |
Comulgar con Dios y
comulgar con |
la vida: con lo que
desvela la concien- |
cia en el propio ser de
cada uno; con |
lo que percibimos, con lo
que vemos y |
sabemos, con todo lo que
ocurre, que |
reconocemos engarzado,
como grano |
en un racimo, en el mundo
que él |
penetra. No podemos
divorciarnos de |
nada porque Dios está
allí, y no pode- |
mos apartarnos de Dios.
Sólo que Dios |
está escondido, en lo más
cercano de |
nosotros mismos y en lo
más íntimo |
de lo que miramos, y
vivimos de la |
pasión de descubrirlo. |
Dios no se oculta en el
rincón de un |
escondite, sino que está
en el centro de |
toda verdad, y la realidad
mantiene |
imborradas sus huellas. |
Dios entró en la Historia,
pero Dios |
no es historia, sino vida
palpitante, |
presentidad inextinguible,
presencia |
que abraza, ordena y
eleva. Está en |
todas partes, pero
especificó nuestra |
atención al avisarnos que
no pasára- |
mos de largo cuando le
podamos reco- |
nocer en las cosas más
humildes. El |
mismo se revistió de
humildad, abdicó |
de las legítimas grandezas
que le co- |
rrespondían, para
librarnos de la ten- |
tación de mezclar la
santidad con las |
vanidades macroscópicas.
Poco bagaje |
para no perder la agilidad
en lo esen- |
cial. |
10 (170) |
El misterio de Dios en
nosotros se |
descifra solamente en
clave de fe. Na- |
vidad es el misterio de la
encarnación, |
de Dios que se inclina al
hombre, que |
se hace hombre y camina
junto a la |
humanidad. Esta verdad es
misterio |
cálido de la presencia de
Dios. Más |
que pobreza, Belén fue
pureza, incon- |
taminación de lo que el
mundo valora |
y estima sin ser esencial
ni siquiera |
para la vida. Y Belén
sigue estando |
en todo lo puro e
incontaminado, en |
toda claridad humilde, en |
cada corazón limpio al que |
se le revela el misterio
de |
Dios. |
No es un éxtasis, sino una |
transparencia: es ver a
Dios |
a través de las cosas y
ver, |
antes, las cosas limpias,
con |
el corazón limpio. «Si la |
mirada es limpia, todo es |
limpio y luminoso». |
Belén todavía es historia
y |
no es misterio, porque
segui- |
mos imaginando, aún, que
Dios |
tenía que ser mayor, que
se pasó |
en humildad. No le hacemos
a él |
correcciones, pero las
hacemos en |
nuestra actitud:
pretendemos acer- |
cárnoslo sin abdicar de
nuestras ves- |
tiduras de prestigio. Para
acoplarnos |
a su pureza, a su
humildad, hemos de |
regresar imaginativamente
hacia sus |
mismos días y añadir a
nuestra fanta- |
sía, los paisajes por
donde ocurrió |
todo lo relativo a Jesús,
porque somos |
incapaces de
"verlo" ahora y aquí. |
Aquello ocurrió, pero
ahora ya no |
ocurre nada. |
Y es lo contrario, para
cada uno de |
nosotros. La historia
pasó, el misterio |
perdura. Nos interesa lo
perdurable, |
estamos en el misterio.
Jesús nace, |
todavía, ante nosotros,
ante el mundo, |
Solamente la fe nos
descubre este |
acontecimiento, y sólo al
descubrirlo |
nos cambiamos, nos
transformamos |
admirados de la grandeza
de Dios. |
Caen al suelo las efímeras
valoracio- |
nes de lo solamente
aparente, de lo |
mundano. No podemos
preguntar por |
el Hijo de Dios en el
palacio de Hero- |
des. Las seguridades son
corruptoras |
y nuestro Dios es puro. |
11 (171) |
El misterio mantiene
abierto el espíritu. Está en el presente y es una |
presencia. Por esto no se
agota en el pasado histórico; es presente vivo, |
y Dios mismo llena esta
presencia desde el corazón del hombre de fe. |
El misterio es esta fe
convertida en latido mientras penetra todo lo |
creado, sin romper nada,
pero haciéndolo permeable a la presencia y al |
aliento salvífico de Dios.
Una salvación purificadora, liberadora, espiri- |
tual e inmarcesible, a la
que Dios ha renunciado someter al automatismo |
maquinal de su
omnipotencia, porque quiere que el reparto de este poder |
que ha depositado en la
criatura racional, se sume voluntaria y libremen- |
te a su designio y
transforme en comunión humano-divina el esfuerzo |
total que la Gracia
vigoriza y hace convergente. |
Por esto el misterio no se
encierra en un hecho cristalizado, sino |
que se desarrolla,
creciente y abierto, en la medida en que la libertad del |
hombre y el don de Dios se
acercan a la liberación de todo lo creado. |
Y Dios desciende, entra en
la Historia, pero la sobrepasa, y estimula |
al hombre hacia la total
redención. |
DECLARACIÓN ACERCA DE
LAUS. |
En lo que el Artículo 24
de la vigente Ley de Prensa e Im- |
prenta afecta a esta
publicación, se hace constar: |
Que LAUS, Publicación del
Oratorio, es propiedad |
de la Congregación del
Oratorio de san Felipe Neri, |
persona jurídica
debidamente inscrita en el Registro |
de Empresas Periodísticas,
del Ministerio de Infor- |
mación y Turismo. |
Que, lo mismo que las
demás obras apostólicas del |
Oratorio, se mantiene,
económicamente, de las apor- |
taciones espontáneas de
los fieles y del producto del |
trabajo de los miembros de
la Congregación. |
Que Ramón Mas Casanelles,
como Director de la |
revista, es el responsable
de su contenido. |
Al cumplir con estas
declaraciones lo que prescribe la Ley |
y, en especial, en orden a
enterar a los lectores de los recur- |
y situación económica de
la publicación, tomamos ocasión |
para expresar nuestro
agradecimiento a cuantos nos alientan |
y ayudan en el
sostenimiento de nuestra modesta tarea. |
12 (172) |
LAS RELACIONES CIVILES |
La persona humana, |
sujeto de derechos |
y deberes |
EN TODA convivencia humana
bien ordenada y |
provechosa hay que
establecer como fundamento |
el principio de que todo
hombre es persona, esto |
es, naturaleza dotada de
inteligencia y de libre albedrío, |
y que, por tanto, el
hombre tiene por sí mismo derechos |
v deberes, que dimanan
inmediatamente y al mismo |
tiempo de su propia
naturaleza. Estos derechos y debe- |
res son, por ello,
universales e inviolables y a ellos no |
se puede renunciar por
ningún concepto. |
Si, por otra parte,
consideramos la dignidad de la |
persona humana a la luz de
las verdades reveladas por |
Dios, hemos de valorar
necesariamente en mayor grado |
aún esta dignidad, ya que
los hombres han sido redimi- |
dos con la sangre de
Jesucristo, hechos hijos y amigos de |
Dios por la gracia
sobrenatural y herederos de la gloria |
eterna. |
Derecho a la existencia |
va un decoroso |
nivel de vida |
Puestos a desarrollar, en
primer término, el tema de |
los derechos del hombre,
observamos que este tiene un |
derecho a la existencia, a
la integridad corporal, a los |
medios necesarios para un
decoroso nivel de vida, cuales |
son, principalmente, el
alimento, el vestido, la vivienda, |
el descanso, la asistencia
médica y, en fin, los servicios |
indispensables que a cada
uno debe prestar el Estado. |
De lo cual se sigue que el
hombre posee también el |
derecho a la seguridad
personal en caso de enfermedad, |
invalidez, viudedad,
vejez, paro y, por último, cualquier |
otra eventualidad que le
prive, sin culpa suya, de los |
medios necesarios para su
sustento. |
Derecho a la buena |
fama, a la verdad y |
a la cultura |
El hombre exige, además,
por derecho natural, el |
debido respeto a su
persona, la buena reputación social, |
la posibilidad de buscar
la verdad libremente y, dentro |
de los límites del orden
moral y del bien común, mani- |
festar y difundir sus
opiniones y ejercer una profesión |
13 (173) |
cualquiera, y, finalmente,
disponer de una información |
objetiva de los sucesos
públicos. |
También es un derecho
natural del hombre, el acceso |
a los bienes de la
cultura. Por ello, es igualmente nece- |
sario que reciba una
instrucción fundamental común y |
una formación técnica o
profesional de acuerdo con el |
progreso de la cultura en
su propio país. Con este fin hay |
que esforzarse para que
los ciudadanos puedan subir, si |
su capacidad intelectual
lo permite, a los más altos gra- |
dos de los estudios, de
forma que, dentro de lo posible, |
alcancen en la sociedad
los cargos y responsabilidades |
adecuados a su talento y a
la experiencia que hayan |
adquirido. |
Derecho al culto divino |
Entre los derechos de la
persona humana se debe |
enumerar también el de
poder venerar a Dios, según la |
recta norma de su
conciencia, y profesar la religión en |
privado y en público.
Porque, como bien enseña Lactan- |
cio, para esto nacemos,
para ofrecer a Dios, que nos crea, |
el justo y debido
homenaje, para buscarle a él solo, para |
seguirle. Este es el
vínculo de piedad que a él nos somete |
y nos liga, y del cual
deriva el nombre mismo de religión. |
A propósito de esto,
nuestro predecesor, de inmortal |
memoria, León XIII,
afirma: Esta libertad, la verdadera |
libertad, digna de los
hijos de Dios, que protege tan glorio- |
samente la dignidad de la
persona humana, está por encima |
de toda violencia y de
toda opresión y siempre ha sido el |
objeto de los deseos y del
amor de la Iglesia. Es ésta la |
libertad que para sí
reivindicaron constantemente los após- |
toles, la que confirmaron
con sus escritos los apologistas, la |
que consagraron con su
sangre los innumerables mártires |
cristianos. |
Derechos familiares |
Además tienen las personas
humanas pleno derecho |
a elegir el estado de vida
que prefieran y, por consi- |
guiente, a fundar una
familia, en cuya creación el varón |
y la mujer tengan iguales
derechos y deberes, o a seguir |
la vocación del sacerdocio
o de la vida religiosa. |
Por lo que toca a la
familia, la cual se funda en el |
matrimonio libremente
contraído, uno e indisoluble, es |
necesario considerarla
como la semilla primera y natu- |
ral de la sociedad humana.
De lo cual nace el deber de |
14 (174) |
atenderla con suma
diligencia tanto en el aspecto econó- |
mico y social como en la
esfera cultural y ética; todas |
estas medidas tienen como
fin consolidar la familia y |
ayudarla a cumplir su
misión. |
A los padres, sin embargo,
corresponde antes que a |
nadie, el derecho de
mantener y educar a sus hijos. |
Derechos económicos |
En lo relativo al campo de
la economía, es evidente |
que la persona humana
tiene derecho natural a que se |
le facilite la posibilidad
de trabajar y a la libre iniciativa |
en el desempeño del
trabajo. |
Pero con estos derechos
económicos está ciertamente |
unido el de exigir tales
condiciones de trabajo que no |
debiliten las energías del
cuerpo, ni comprometan la |
integridad moral, ni dañen
el normal desarrollo de la |
juventud. Por lo que se
refiere a la mujer, hay que darle |
la posibilidad de trabajar
en condiciones adecuadas a |
las exigencias y deberes
de esposa y de madre. |
De la dignidad de la
persona humana nace también |
el derecho a ejercer las
actividades económicas, salvan- |
do el sentido de la
responsabilidad. Por tanto, no debe |
silenciarse que ha de
retribuirse al trabajador con un |
salario establecido
conforme a las normas de la justicia, |
y que, por lo mismo, según
las posibilidades de la em- |
presa, le permita, tanto a
él como a su familia, mantener |
un género de vida adecuado
a la dignidad del ser hum- |
ano. Sobre este punto,
nuestro predecesor, de feliz |
memoria, Pío XII afirma:
Al deber de trabajar, impuesto al |
ser humano por la
naturaleza, corresponde asimismo un |
derecho natural en virtud
del cual puede pedir, a cambio |
de su trabajo, lo
necesario para la vida propia y de sus |
hijos. Tan profundamente
está mandada por la naturale- |
za la conservación del
hombre. |
Derecho a la propiedad |
privada |
También surge de la
naturaleza humana el derecho |
a la propiedad privada de
los bienes, incluidos los de |
producción, derecho que,
como en otra ocasión hemos |
enseñado, constituye un
medio eficiente para garantizar |
la dignidad de la persona
humana y el ejercicio libre de |
la propia misión en todos
los campos de la actividad eco- |
nómica, y es, finalmente,
un elemento de tranquilidad y |
15 (175) |
de consolidación para la
vida familiar, con el consiguien- |
te aumento de paz y
prosperidad en el Estado. |
Por último, y es ésta una
advertencia necesaria, |
el derecho de propiedad
privada entraña una función |
social. |
Derecho de reunión |
y de asociación |
De la sociabilidad natural
del ser humano se deriva |
el derecho de reunión y de
asociación; el de dar a las |
asociaciones que creen, la
forma más idónea para obte- |
ner los fines propuestos;
el de actuar dentro de ellas |
libremente y con propia
responsabilidad, y el de con- |
ducirlas a los resultados
previstos. |
Como ya advertimos con
gran insistencia en la encí- |
clica Mater et magistra,
es absolutamente preciso que se |
funden muchas asociaciones
u organismos intermedios, |
capaces de alcanzar los
fines que los particulares por sí |
solos no pueden obtener
eficazmente. Tales asociaciones |
y organismos deben
considerarse como instrumentos |
indispensables en grado
sumo para defender la dignidad |
y la libertad de la
persona humana, dejando a salvo el |
sentido de la
responsabilidad. |
Derecho de residencia |
y de emigración |
Ha de respetarse
íntegramente también el derecho |
de cada ser humano a
conservar o cambiar su residen- |
cia dentro de los límites
geográficos del país; más aún, |
es necesario que le sea
lícito, cuando lo aconsejen justos |
motivos, emigrar a otros
países y fijar allí su domicilio. |
El hecho de pertenecer
como ciudadano a una determi- |
nada comunidad política no
impide en modo alguno ser |
miembro de la familia
humana y ciudadano de la socie- |
dad y convivencia
universal, común a todos los seres |
humanos. |
Derecho a intervenir |
en la vida pública |
Añádase a lo dicho que con
la dignidad de la perso- |
na humana concuerda el
derecho a tomar parte activa |
en la vida pública y
contribuir al bien común. Pues, |
como dice nuestro
predecesor, de feliz memoria, Pío |
XII, el ser humano, como
tal, lejos de ser objeto y elemento |
puramente pasivo de la
vida social, es, por el contrario, y |
debe ser y permanecer su
sujeto, fundamento y fin. → |
16 (176) |
Derecho a la seguridad |
jurídica |
A la persona humana
corresponde también la defensa |
legítima de sus propios
derechos: defensa eficaz, igual |
para todos y regida por
las normas objetivas de la jus- |
ticia, como advierte
nuestro predecesor, de feliz memo- |
ria, Pío XII, con estas
palabras: Del ordenamiento jurí- |
dico querido por Dios
deriva el inalienable derecho del |
ser humano a la seguridad
jurídica y, con ello, a una |
esfera concreta de
derecho, protegida contra todo ataque |
arbitrario. |
Conexión necesaria |
entre derechos y deberes |
Los derechos naturales que
hasta aquí hemos recor- |
dado están unidos en el
ser humano que los posee con |
otros tantos deberes, y
unos y otros tienen en la ley |
natural, que los confiere
o los impone, su origen, man- |
tenimiento y vigor
indestructible. |
Por ello, para poner algún
ejemplo, al derecho del |
ser humano a la existencia
corresponde el deber de |
conservarla; al derecho a
un decoroso nivel de vida; el |
deber de vivir con decoro;
al derecho de buscar libre- |
mente la verdad, el deber
de buscarla cada día con ma- |
yor profundidad y
amplitud. |
El deber de respetar |
los derechos ajenos |
Es asimismo consecuencia
de lo dicho que, en la |
sociedad humana, a un
determinado derecho natural |
de cada ser humano
corresponda en los demás el deber |
de reconocerlo y
respetarlo. Porque cualquier derecho |
fundamental del ser humano
deriva su fuerza moral |
obligatoria de la ley
natural, que lo confiere e impone |
el correlativo deber. Por
tanto, quienes, al reivindicar |
sus derechos, olvidan por
completo sus deberes o no ley |
dan la importancia debida,
se asemejan a quienes con |
una mano derriban lo que
con la otra construyen. |
El deber de colaborar |
con los demás |
Al ser los seres humanos
por naturaleza sociables, |
deben convivir unos con
otros y procurar cada uno el |
bien de los demás. Por
esto, una convivencia humana |
rectamente ordenada exige
que se reconozcan y se res- |
peten mutuamente los
derechos y los deberes. De aquí |
se sigue también el que
cada uno deba aportar su colabo- |
ración generosa para
procurar una convivencia civil en |
17 (177) |
la que se respeten los
derechos y los deberes con dili- |
gencia y eficacia
crecientes. |
No basta, por ejemplo,
reconocer que el ser humano |
tiene derecho a las cosas
necesarias para la vida si no |
se procura, en la medida
posible, que el ser humano |
posea con suficiente
abundancia cuanto toca a su sus- |
tento. |
A esto se añade que la
sociedad, además de tener |
un orden jurídico, ha de
proporcionar al ser humano |
muchas utilidades. Lo cual
exige que todos reconozcan |
y cumplan mutuamente sus
derechos y deberes e inter- |
vengan unidos en las
múltiples empresas que la actual |
civilización permita,
aconseje o reclame. |
El deber de actuar |
con sentido de
responsabilidad |
La dignidad de la persona
requiere, además, que el |
ser humano, en sus
actividades, proceda por propia ini- |
ciativa y libremente. Por
lo cual, tratándose de la con- |
vivencia civil, debe
respetar los derechos, cumplir las |
obligaciones y prestar su
colaboración a los demás en |
una multitud de obras,
principalmente en virtud de |
determinaciones
personales. De esta manera, cada cual |
ha de actuar por su propia
decisión, convencimiento |
y responsabilidad, y no
movido por la coacción o por |
presiones que la mayoría
de las veces provienen de |
fuera. Porque una sociedad
que se apoye sólo en la |
razón de la fuerza ha de
calificarse de inhumana. En |
ella, efectivamente, los
seres humanos se ven privados |
de su libertad, en lugar
de sentirse estimulados, por el |
contrario, al progreso de
la vida y al propio perfeccio- |
namiento. |
Anunciar el Evangelio es
también denunciar lo |
que está en contradicción
con el Evangelio. |
Comis. Episcopal Francesa |
de Emigración |
18 (178) |
TODA LA VERDAD SOBRE LA
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