Publicación mensual del Oratorio.
Núm. 136. DICIEMBRE. Año 1975.
SUMARIO
SER todos los hombres hermanos porque Dios ha entrado en la
Humanidad y se ha hecho hermano de todos. Él rompió la
barrera que separaba al hombre de Dios, aunque los hombres
no hemos derribado, todavía, la que nos separa a unos de otros.
No siempre por malicia. Casi siempre, sí, por debilidad, por
ignorancia, por tardía disolución de los egoísmos...
Pero caminamos ya, y avanzamos, con Cristo a nuestro lado, por
la Historia, y hasta más allá de la Historia: en el Misterio y
hacia el Misterio. Con "buena voluntad".
ESPERANZA
HOMILÍAS
CUATRO SIGLOS: 1575-1975
EL MISTERIO
LAS RELACIONES CIVILES
1 (161)
Director: Ramón Mas Casanelles
Edita e imprime: Congregación del Oratorio
Placeta de san Felipe Neri, 1
Apartado 182 - Albacete
Depósito Legal: AB 103-62
2 (162)
ESPERANZA
NO LA ESPERANZA de la iner-
cia, porque su fruto no puede
ser premio de la pereza ni de
la indiferencia. Hay un remi-
tir a Dios las cosas más arduas y
comprometidas que corresponden
al hombre, que no es esperanza, sino
"tentación a Dios". Dios no resuelve,
sino que compromete. La fe, ella mis-
ma, es un compromiso con Dios. En
el Antiguo Testamento la llamaban
"alianza" entre Dios y su pueblo:
alianza en la que Dios jamás desfa-
llecía, en la que solamente en el
hombre cabía el descuido, el desfa-
llecimiento o la traición.
Los pesimistas parecen perpetua-
mente interesados en exagerar los
desfallecimientos humanos, como si
solamente a costa de ellos pudiera
quedar más alta la fidelidad de Dios.
Pero seria negar la bondad que Dios
ha derramado fuera de sí mismo, en
HUH obras, si a éstas no las recono-
ciéramos capaces de soportar toda
la bondad con que Dios las ha car-
gado o si no admitiéramo9 el dina-
mismo de esta bondad.
Una de las cosas que más nos
cuesta, dentro de las transformacio-
nes a que nos somete el mundo con-
temporáneo, es precisamente ésta
del dinamismo de todo lo bueno. Las
cosas no están hechas, no han cris-
talizado en una quietud fosilizante:
inversamente, todo lo que se mueve
es, en principio, germen de bondad.
Para el cristiano, la esperanza repre-
senta el impulso de este movimiento
hacia el bien que acaba en Dios.
Toda la relación que el hombre
ha ido descubriendo entre su propio
ser y la transcendencia divina, se ha
ido desarrollando a través de una
proyección hacia metas de bondad
que la esperanza dinamizaba.
Tenemos esperanza porque cree-
mos en Dios; poro, también, porque
creemos en la semilla de bondad
que Dios ha esparcido en todo lo
oreado y, singularmente, en el hom-
bre, inteligente y libre: capaz de
entender lo que Dios le propone,
capaz de agradecer lo que Dios le
ha dado, y capaz de entusiasmarse
en utilizar todas sus fuerzas y su
inteligencia para a portar a esa em-
presa divina Y humana que es un
mundo por acabar: un mundo al que
la maravilla de la obra creadora
muestra como iniciado, y ya riquísi-
mo, pero él mismo en expectativa
―«como gimiendo», dice san Pablo―
de su completez y liberación; un
mundo que hay que desarrollar para
el bien y desde el bien que ya con-
tiene como premisas grandiosas pa-
ra un quehacer magnífico.
Tan fuerte es esta ley que nos
fuerza a completar la bondad ore-
ada, que incluso los hombres que se
olvidan de Dios, también son arras-
trados a la tarea que, inevitablemen-
te, al fin, les hará a Dios encontradi-
zo, si a ella se entregan con genero-
sidad. Y lo es la de olvidarse de si
mismos y lanzarse, Valientemente, a
lograr un mundo mejor para todos.
No hay éxtasis para la esperanza
Cristiana. Esperamos y caminamos.
El corazón busca, pero también se
siembra en el surco de la vida com-
partida. Y el fiel sabe que, mientras
el hombre de alana y aporta genero-
so el esfuerzo, Dios converge estimu-
lando la dinámica de las libertades
creadas, como aventando las llamas
que él mismo ha encendido.
Y al final, en el reino de sus hijos,
#brillarán los justos en inextinguible
claridad.
3 (163)
A todos,
para todos,
en todo,
ahora,
siempre:
una vida
compartida
en la verdad,
la justicia,
el amor,
la libertad
y la paz.
¡Es Navidad!
Muchas felicidades a todos
nuestros amigos y lectores
4 (164)
HOMILIAS
NO HACE tantos años que, esta
palabra —"homilía"― parecía
reservada al lenguaje técnico--
litúrgico clerical. No vamos a analizar
las causas, no siempre gratas, que han
hecho pasar del restringido uso de
algún modo especializado, al de do-
minio público que ha generalizado su
presencia en el léxico popular. Si bien
continúa manteniendo, en efecto, el
mismo significado, ya casi nadie recu-
rre a los vocablos de "sermón", "plá-
tica", "fervorín" y similares, sino que
se ha impuesto la designación de "ho-
milía" para referirse a todo comenta-
rio de la Palabra de Dios y explana-
ción de la doctrina de la Iglesia, hecha
autorizadamente por un ministro sa-
grado, desde el altar o con motivo de
un acto sacramental. No vamos a en-
trar en matices sobre cuál deba ser la
correcta aplicación del vocablo.
Sin embargo, y a propósito de homi-
lías, sí vamos a recoger un aspecto de
la primera, verdaderamente solemne
y grande homilía, nada ampulosa, pe-
ro calificable de histórica, que nos ha
sido dado escuchar casi colectivamen-
te, en España, recientemente, en la e
Misa con que se inauguraba solemne-
mente el reinado de don Juan Carlos I
y que celebró el cardenal Enrique y o
Tarancón.
El aspecto que recogemos es el de
sorpresa, o sensación de cosa nueva e
que en amplios sectores de televiden-
tes o de oyentes o de lectores se ha
suscitado.
Pero, ¿sorpresa de qué?
No puede serlo, si bien se analiza,
sobre la vertida doctrina de la Iglesia
sobre poder político, justicia, paz, li-
bertad y convivencia. Tampoco el esti-
lo, si se compara con el de la mejor
predicación del Evangelio, que necesi-
ta poca retórica. La doctrina expuesta
por el cardenal Tarancón, no tenía
nada de nuevo y está en todos los
documentos eclesiásticos relativos a
las enseñanzas cristianas, tanto en los
papales como en los de los obispos
incluso españoles. Y en cuanto al estilo
fue sincero, claro, respetuoso, leal y
generoso.
Entonces, ¿en qué puede consistir
esa mentada sensación de novedad
sorprendente?
Creemos que debe explicarse por
estos dos importantes detalles: por un
lado, era la primera vez que una "ho-
milía" tan autorizada contaba con una
difusión tan extensa, simultánea, inte-
gra y perfecta, cuyo contenido o sínte-
sis doctrinal llegaba a todo el país; y,
en segundo lugar, era patente la aten-
ción del Rey que oía la Palabra de
Dios en presencia de todo su pueblo, y
que le era anunciada lealmente y sin
adulaciones.
Todo lo demás, no tenía nada de
extraordinario; sólo esta coincidencia
que honraba a todos.
5 (165)
Futuro esperanzador
LLABLAR de un fu-
turo esperanzador, tanto en el orden re-
ligioso como en el orden social, parece
una utopía. Pero es una necesidad psico-
lógica y es una predicción fundada en
razones muy fuertes y en la misma histo-
ria de la Iglesia y de la humanidad. Y
creo que el mundo futuro será de quienes
acierten a devolver la esperanza a los
hombres.
No es ésta que estamos viviendo la época
más difícil por la que ha pasado la Iglesia
a través de su ya larga historia. La mis-
ma tribulación que la está afligiendo tie-
ne clarísimamente un efecto purificador.
Los principios cristianos como reconocen
todos los historiadores, aun los no cre-
yentes, han calado tan hondamente en la
cultura y en las costumbres de la Huma-
nidad que actualmente ya se consideran
como patrimonio de todos. Y las enseñan-
zas del magisterio, aunque quizá menos
atendidas que en otro tiempo, no han te-
nido nunca la difusión que tienen ahora.
No hay motivos serios para la deses-
peranza. Menos, para la desesperación.
Siempre, claro está, que sepamos apro-
vechar los elementos positivos que exis-
ten y acertemos a preparar el futuro con
inteligencia, con prudencia, con audacia
―que lleva consigo la imaginación crea-
dora―, y con fe.
Card. TARANCÓN,
(Adviento de 1975)
6 (166)
Cuatro siglos:
1575 - 1975
ANTES de terminar este ano de 1975
no queremos dejarnos la referen-
cia al acontecimiento que, hace
exactamente cuatro siglos, y tam-
bién en un "Año Santo" ―el de 1575―, tuvo
lugar en Roma, cuando el papa Gregorio
XIII se dirigía cal amado hijo nuestro,
Felipe Neri, sacerdote florentino y Pre-
pósito de algunos sacerdotes y clérigos
seculares, y para todos los cuales «inst-
ituía y erigía a perpetuidad, una Congre-
gación denominada del Oratorio, a gloria
de Dios y provecho de los cristianos».
El pontífice Gregorio XIII quería dar
forma segura y estable a la obra de san
Felipe con un interés que parecía superar
el del propio fundador, al que amaba sin-
ceramente, a pesar de haber sido, en tan-
tas ocasiones, discutida y obstaculizada su
obra e influencia en la Ciudad, mientras,
por otra parte, también crecían sus adep-
tos y resultaba evidente el beneficio espi-
ritual de sus actividades, muy difíciles de
definir, tanto por la sencillez como por
In originalidad que les eran propias. In-
cluso cuando se decía el "Oratorio", se
asociaba el nombre de la obra al de sin
Felipe: "el Oratorio del padre Felipe", tal
vez porque la institución era, todavía, el
hombre y, en este caso, el Santo.
El Pontífice quiso que ya, en adelante,
nadie más se metiera a juzgar la origina-
lidad del apostolado de Felipe y; en la
Bula. Jo erige en persona jurídica, y le
da el nombre de Congregación, sin ni
siquiera exigir reglamentos o constitu-
ciones que la definan más concretamente.
Lo único que, como detalle específico, se
podría extraer del texto pontificio de
erección, sería, en todo caso, esa todavía
demasiado general declaración de «aten-
der, con la ayuda divina, a la celebración
de la Misa y demás oficios divinos, a la
predicación de la divina palabra al pue-
blo fiel, a las instrucciones que pueden
conducirlo a la salvación y, en fin, a otros
varios ejercicios de piedad». Eso es todo.
San Felipe desconfiaba mucho de re-
glamentos, definiciones y declaraciones
por lo menos para lo que él entendía en
orden a su apostolado y el modo de hacer
el bien a las almas. Nunca escribió una
regla y sólo corrigió algún detalle de lo
que le parecía exagerado, cuando vio que
los suyos ensayaban un modo de redac-
ción razonada del hacer que se había
convertido en norma dentro de la casa y
en el estilo de las actividades del Orato-
rio. Será, en realidad, doce años después
de la muerte del Santo cuando, no para
repetir ningún ensayo legislativo, sino
por pura necesidad de recoger, antes de
que se pierdan, las costumbres" del Ora-
torio, que los padres encomendarán a un
discípulo predilecto de Felipe, el padre
Consolino (que, de niño, le había ayudado
tantas misas) quien pondrá manos a la
obra, sin poder evitar que se inicien con
estas palabras: «La Congregación del
Oratorio fue por san Felipe Neri más
bien amaestrada con ejemplos que gober-
nada con leyes. No tuyo, como tienen
otros religiosos, una regla particular que
le sirva de pauta al tomar deliberaciones;
sino que el buen Padre, como inspirado
por el Señor, aprobó e instituyó todo
aquello que la experiencia cotidiana le
enseñaba era de su agrado para ser bue-
nos, merecer bien de Dios y progresar de
día en día en la virtud».
7 (167)
El papa le dio a Felipe una pequeña y
ruinosa iglesia situada en una depresión
―la "Vallicella", el pequeño valle― del
barrio romano llamado, todavía ahora,
del 'Parione'. Pero enseguida se procedió
al derribo del periclitante edificio y, el 17
de septiembre del mismo año de 1575, se
colocaba la primera piedra, con el rito y
solemnidad debida, oficiando el arzobis-
po de Florencia ―¡san Felipe, aunque lle-
gara a amar tanto a Roma, fue y se sintió
siempre florentino!―, Alejandro Médici,
futuro papa León XI, y muy amigo de
nuestro santo Fundador.
El que visita Roma si, desde el centro,
se dirige al Vaticano, inevitablemente
discurrirá por el 'Corso Vittorio Emanue-
le': al mismo salir de 'Piazza Venezia',
encontrará el 'Gesú' y, un poco después,
sunt'Andrea alle Valle'; ya cerca del Va-
ticano, casi antes de cruzar el río, en una
anchura para que pueda ser vista, está
la "Chiesa Nuova" o, si se prefiere, de
santa Maria in Vallicella, que sucedió a
la ruinosa de tiempos de Gregorio XIII.
Este año, en que se ha conmemorado el
cuarto centenario, al atardecer del ani-
versario, mil lámparas, como pájaros de
luz, han adornado la fachada de la iglesia,
besando sus piedras: eran 'le lucerne' de
las grandes fiestas: los romanos han re-
cordado la cuatro veces secular presencia
de aquel Santo que veneran como Patrón
de la Ciudad, junto con san Pedro y san
Pablo, y que como ellos tampoco había
nacido en la ciudad del Tíber, pero que
allí, cada uno a su modo, dieron la vida
por la Iglesia: Pedro y Pablo para plan-
tarla, san Felipe para restaurarla.
Aquel día de 1575, san Felipe, que ya
cumplía sesenta años de su edad, era y
comenzaba, todavía, a ser joven, otra vez,
porque echaba los cimientos a una iglesia
grande y hermosa, y porque el papa le
había bendecido, confiadamente, sin pe-
dirle cuentas.
NAVIDAD
DE NUESTRO SEÑOR
JESUCRISTO
MISA
DE MEDIANOCHE
También en la noche de Año Nuevo,
Solemnidad de Santa María
y Octava de Navidad
8 (168)
LA CONVIVENCIA
La convivencia civil
sólo puede juzgarse ordenada,
fructífera y congruente
con la dignidad humana
si se funda en la verdad...
Tiene que ser considerada, ante todo,
como una realidad espiritual:
que impulse a los hombres
a defender sus derechos
y a cumplir sus deberes;
a desear los bienes del espíritu;
a disfrutar del justo placer de la belleza
en todas sus manifestaciones:
a la voluntad permanente
de compartir con los demás
lo mejor de sí mismos.
(JUAN XXIII: Pacem in terris, 35, 36)
9 (169)
El misterio
MISTERIO es más que fiesta. Y
Navidad es un misterio.
El misterio no excluye la
fiesta; pero la fiesta pasa y el misterio
perdura. Misterio es vivir tratando
Dios con nosotros y nosotros con él.
No acabar nunca de aprender; crecer
continuamente en sabiduría de Dios.
No acabar nunca él de hacerse Gracia
para nosotros, y enseñarnos a supri-
mir las distancias de las cosas, los
olvidos de los tiempos y hacerle "lu-
gar" en el alma; pero más que con un
sentimiento. Ir elaborando, en el trato
con Dios, lo que de él sabemos en
saber creciente con el manar de
de la vida, nueva y presente.
Comulgar con Dios y comulgar con
la vida: con lo que desvela la concien-
cia en el propio ser de cada uno; con
lo que percibimos, con lo que vemos y
sabemos, con todo lo que ocurre, que
reconocemos engarzado, como grano
en un racimo, en el mundo que él
penetra. No podemos divorciarnos de
nada porque Dios está allí, y no pode-
mos apartarnos de Dios. Sólo que Dios
está escondido, en lo más cercano de
nosotros mismos y en lo más íntimo
de lo que miramos, y vivimos de la
pasión de descubrirlo.
Dios no se oculta en el rincón de un
escondite, sino que está en el centro de
toda verdad, y la realidad mantiene
imborradas sus huellas.
Dios entró en la Historia, pero Dios
no es historia, sino vida palpitante,
presentidad inextinguible, presencia
que abraza, ordena y eleva. Está en
todas partes, pero especificó nuestra
atención al avisarnos que no pasára-
mos de largo cuando le podamos reco-
nocer en las cosas más humildes. El
mismo se revistió de humildad, abdicó
de las legítimas grandezas que le co-
rrespondían, para librarnos de la ten-
tación de mezclar la santidad con las
vanidades macroscópicas. Poco bagaje
para no perder la agilidad en lo esen-
cial.
10 (170)
El misterio de Dios en nosotros se
descifra solamente en clave de fe. Na-
vidad es el misterio de la encarnación,
de Dios que se inclina al hombre, que
se hace hombre y camina junto a la
humanidad. Esta verdad es misterio
cálido de la presencia de Dios. Más
que pobreza, Belén fue pureza, incon-
taminación de lo que el mundo valora
y estima sin ser esencial ni siquiera
para la vida. Y Belén sigue estando
en todo lo puro e incontaminado, en
toda claridad humilde, en
cada corazón limpio al que
se le revela el misterio de
Dios.
No es un éxtasis, sino una
transparencia: es ver a Dios
a través de las cosas y ver,
antes, las cosas limpias, con
el corazón limpio. «Si la
mirada es limpia, todo es
limpio y luminoso».
Belén todavía es historia y
no es misterio, porque segui-
mos imaginando, aún, que Dios
tenía que ser mayor, que se pasó
en humildad. No le hacemos a él
correcciones, pero las hacemos en
nuestra actitud: pretendemos acer-
cárnoslo sin abdicar de nuestras ves-
tiduras de prestigio. Para acoplarnos
a su pureza, a su humildad, hemos de
regresar imaginativamente hacia sus
mismos días y añadir a nuestra fanta-
sía, los paisajes por donde ocurrió
todo lo relativo a Jesús, porque somos
incapaces de "verlo" ahora y aquí.
Aquello ocurrió, pero ahora ya no
ocurre nada.
Y es lo contrario, para cada uno de
nosotros. La historia pasó, el misterio
perdura. Nos interesa lo perdurable,
estamos en el misterio. Jesús nace,
todavía, ante nosotros, ante el mundo,
Solamente la fe nos descubre este
acontecimiento, y sólo al descubrirlo
nos cambiamos, nos transformamos
admirados de la grandeza de Dios.
Caen al suelo las efímeras valoracio-
nes de lo solamente aparente, de lo
mundano. No podemos preguntar por
el Hijo de Dios en el palacio de Hero-
des. Las seguridades son corruptoras
y nuestro Dios es puro.
11 (171)
El misterio mantiene abierto el espíritu. Está en el presente y es una
presencia. Por esto no se agota en el pasado histórico; es presente vivo,
y Dios mismo llena esta presencia desde el corazón del hombre de fe.
El misterio es esta fe convertida en latido mientras penetra todo lo
creado, sin romper nada, pero haciéndolo permeable a la presencia y al
aliento salvífico de Dios. Una salvación purificadora, liberadora, espiri-
tual e inmarcesible, a la que Dios ha renunciado someter al automatismo
maquinal de su omnipotencia, porque quiere que el reparto de este poder
que ha depositado en la criatura racional, se sume voluntaria y libremen-
te a su designio y transforme en comunión humano-divina el esfuerzo
total que la Gracia vigoriza y hace convergente.
Por esto el misterio no se encierra en un hecho cristalizado, sino
que se desarrolla, creciente y abierto, en la medida en que la libertad del
hombre y el don de Dios se acercan a la liberación de todo lo creado.
Y Dios desciende, entra en la Historia, pero la sobrepasa, y estimula
al hombre hacia la total redención.
DECLARACIÓN ACERCA DE LAUS.
En lo que el Artículo 24 de la vigente Ley de Prensa e Im-
prenta afecta a esta publicación, se hace constar:
Que LAUS, Publicación del Oratorio, es propiedad
de la Congregación del Oratorio de san Felipe Neri,
persona jurídica debidamente inscrita en el Registro
de Empresas Periodísticas, del Ministerio de Infor-
mación y Turismo.
Que, lo mismo que las demás obras apostólicas del
Oratorio, se mantiene, económicamente, de las apor-
taciones espontáneas de los fieles y del producto del
trabajo de los miembros de la Congregación.
Que Ramón Mas Casanelles, como Director de la
revista, es el responsable de su contenido.
Al cumplir con estas declaraciones lo que prescribe la Ley
y, en especial, en orden a enterar a los lectores de los recur-
y situación económica de la publicación, tomamos ocasión
para expresar nuestro agradecimiento a cuantos nos alientan
y ayudan en el sostenimiento de nuestra modesta tarea.
12 (172)
LAS RELACIONES CIVILES
La persona humana,
sujeto de derechos
y deberes
EN TODA convivencia humana bien ordenada y
provechosa hay que establecer como fundamento
el principio de que todo hombre es persona, esto
es, naturaleza dotada de inteligencia y de libre albedrío,
y que, por tanto, el hombre tiene por sí mismo derechos
v deberes, que dimanan inmediatamente y al mismo
tiempo de su propia naturaleza. Estos derechos y debe-
res son, por ello, universales e inviolables y a ellos no
se puede renunciar por ningún concepto.
Si, por otra parte, consideramos la dignidad de la
persona humana a la luz de las verdades reveladas por
Dios, hemos de valorar necesariamente en mayor grado
aún esta dignidad, ya que los hombres han sido redimi-
dos con la sangre de Jesucristo, hechos hijos y amigos de
Dios por la gracia sobrenatural y herederos de la gloria
eterna.
Derecho a la existencia
va un decoroso
nivel de vida
Puestos a desarrollar, en primer término, el tema de
los derechos del hombre, observamos que este tiene un
derecho a la existencia, a la integridad corporal, a los
medios necesarios para un decoroso nivel de vida, cuales
son, principalmente, el alimento, el vestido, la vivienda,
el descanso, la asistencia médica y, en fin, los servicios
indispensables que a cada uno debe prestar el Estado.
De lo cual se sigue que el hombre posee también el
derecho a la seguridad personal en caso de enfermedad,
invalidez, viudedad, vejez, paro y, por último, cualquier
otra eventualidad que le prive, sin culpa suya, de los
medios necesarios para su sustento.
Derecho a la buena
fama, a la verdad y
a la cultura
El hombre exige, además, por derecho natural, el
debido respeto a su persona, la buena reputación social,
la posibilidad de buscar la verdad libremente y, dentro
de los límites del orden moral y del bien común, mani-
festar y difundir sus opiniones y ejercer una profesión
13 (173)
cualquiera, y, finalmente, disponer de una información
objetiva de los sucesos públicos.
También es un derecho natural del hombre, el acceso
a los bienes de la cultura. Por ello, es igualmente nece-
sario que reciba una instrucción fundamental común y
una formación técnica o profesional de acuerdo con el
progreso de la cultura en su propio país. Con este fin hay
que esforzarse para que los ciudadanos puedan subir, si
su capacidad intelectual lo permite, a los más altos gra-
dos de los estudios, de forma que, dentro de lo posible,
alcancen en la sociedad los cargos y responsabilidades
adecuados a su talento y a la experiencia que hayan
adquirido.
Derecho al culto divino
Entre los derechos de la persona humana se debe
enumerar también el de poder venerar a Dios, según la
recta norma de su conciencia, y profesar la religión en
privado y en público. Porque, como bien enseña Lactan-
cio, para esto nacemos, para ofrecer a Dios, que nos crea,
el justo y debido homenaje, para buscarle a él solo, para
seguirle. Este es el vínculo de piedad que a él nos somete
y nos liga, y del cual deriva el nombre mismo de religión.
A propósito de esto, nuestro predecesor, de inmortal
memoria, León XIII, afirma: Esta libertad, la verdadera
libertad, digna de los hijos de Dios, que protege tan glorio-
samente la dignidad de la persona humana, está por encima
de toda violencia y de toda opresión y siempre ha sido el
objeto de los deseos y del amor de la Iglesia. Es ésta la
libertad que para sí reivindicaron constantemente los após-
toles, la que confirmaron con sus escritos los apologistas, la
que consagraron con su sangre los innumerables mártires
cristianos.
Derechos familiares
Además tienen las personas humanas pleno derecho
a elegir el estado de vida que prefieran y, por consi-
guiente, a fundar una familia, en cuya creación el varón
y la mujer tengan iguales derechos y deberes, o a seguir
la vocación del sacerdocio o de la vida religiosa.
Por lo que toca a la familia, la cual se funda en el
matrimonio libremente contraído, uno e indisoluble, es
necesario considerarla como la semilla primera y natu-
ral de la sociedad humana. De lo cual nace el deber de
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atenderla con suma diligencia tanto en el aspecto econó-
mico y social como en la esfera cultural y ética; todas
estas medidas tienen como fin consolidar la familia y
ayudarla a cumplir su misión.
A los padres, sin embargo, corresponde antes que a
nadie, el derecho de mantener y educar a sus hijos.
Derechos económicos
En lo relativo al campo de la economía, es evidente
que la persona humana tiene derecho natural a que se
le facilite la posibilidad de trabajar y a la libre iniciativa
en el desempeño del trabajo.
Pero con estos derechos económicos está ciertamente
unido el de exigir tales condiciones de trabajo que no
debiliten las energías del cuerpo, ni comprometan la
integridad moral, ni dañen el normal desarrollo de la
juventud. Por lo que se refiere a la mujer, hay que darle
la posibilidad de trabajar en condiciones adecuadas a
las exigencias y deberes de esposa y de madre.
De la dignidad de la persona humana nace también
el derecho a ejercer las actividades económicas, salvan-
do el sentido de la responsabilidad. Por tanto, no debe
silenciarse que ha de retribuirse al trabajador con un
salario establecido conforme a las normas de la justicia,
y que, por lo mismo, según las posibilidades de la em-
presa, le permita, tanto a él como a su familia, mantener
un género de vida adecuado a la dignidad del ser hum-
ano. Sobre este punto, nuestro predecesor, de feliz
memoria, Pío XII afirma: Al deber de trabajar, impuesto al
ser humano por la naturaleza, corresponde asimismo un
derecho natural en virtud del cual puede pedir, a cambio
de su trabajo, lo necesario para la vida propia y de sus
hijos. Tan profundamente está mandada por la naturale-
za la conservación del hombre.
Derecho a la propiedad
privada
También surge de la naturaleza humana el derecho
a la propiedad privada de los bienes, incluidos los de
producción, derecho que, como en otra ocasión hemos
enseñado, constituye un medio eficiente para garantizar
la dignidad de la persona humana y el ejercicio libre de
la propia misión en todos los campos de la actividad eco-
nómica, y es, finalmente, un elemento de tranquilidad y
15 (175)
de consolidación para la vida familiar, con el consiguien-
te aumento de paz y prosperidad en el Estado.
Por último, y es ésta una advertencia necesaria,
el derecho de propiedad privada entraña una función
social.
Derecho de reunión
y de asociación
De la sociabilidad natural del ser humano se deriva
el derecho de reunión y de asociación; el de dar a las
asociaciones que creen, la forma más idónea para obte-
ner los fines propuestos; el de actuar dentro de ellas
libremente y con propia responsabilidad, y el de con-
ducirlas a los resultados previstos.
Como ya advertimos con gran insistencia en la encí-
clica Mater et magistra, es absolutamente preciso que se
funden muchas asociaciones u organismos intermedios,
capaces de alcanzar los fines que los particulares por sí
solos no pueden obtener eficazmente. Tales asociaciones
y organismos deben considerarse como instrumentos
indispensables en grado sumo para defender la dignidad
y la libertad de la persona humana, dejando a salvo el
sentido de la responsabilidad.
Derecho de residencia
y de emigración
Ha de respetarse íntegramente también el derecho
de cada ser humano a conservar o cambiar su residen-
cia dentro de los límites geográficos del país; más aún,
es necesario que le sea lícito, cuando lo aconsejen justos
motivos, emigrar a otros países y fijar allí su domicilio.
El hecho de pertenecer como ciudadano a una determi-
nada comunidad política no impide en modo alguno ser
miembro de la familia humana y ciudadano de la socie-
dad y convivencia universal, común a todos los seres
humanos.
Derecho a intervenir
en la vida pública
Añádase a lo dicho que con la dignidad de la perso-
na humana concuerda el derecho a tomar parte activa
en la vida pública y contribuir al bien común. Pues,
como dice nuestro predecesor, de feliz memoria, Pío
XII, el ser humano, como tal, lejos de ser objeto y elemento
puramente pasivo de la vida social, es, por el contrario, y
debe ser y permanecer su sujeto, fundamento y fin. →
16 (176)
Derecho a la seguridad
jurídica
A la persona humana corresponde también la defensa
legítima de sus propios derechos: defensa eficaz, igual
para todos y regida por las normas objetivas de la jus-
ticia, como advierte nuestro predecesor, de feliz memo-
ria, Pío XII, con estas palabras: Del ordenamiento jurí-
dico querido por Dios deriva el inalienable derecho del
ser humano a la seguridad jurídica y, con ello, a una
esfera concreta de derecho, protegida contra todo ataque
arbitrario.
Conexión necesaria
entre derechos y deberes
Los derechos naturales que hasta aquí hemos recor-
dado están unidos en el ser humano que los posee con
otros tantos deberes, y unos y otros tienen en la ley
natural, que los confiere o los impone, su origen, man-
tenimiento y vigor indestructible.
Por ello, para poner algún ejemplo, al derecho del
ser humano a la existencia corresponde el deber de
conservarla; al derecho a un decoroso nivel de vida; el
deber de vivir con decoro; al derecho de buscar libre-
mente la verdad, el deber de buscarla cada día con ma-
yor profundidad y amplitud.
El deber de respetar
los derechos ajenos
Es asimismo consecuencia de lo dicho que, en la
sociedad humana, a un determinado derecho natural
de cada ser humano corresponda en los demás el deber
de reconocerlo y respetarlo. Porque cualquier derecho
fundamental del ser humano deriva su fuerza moral
obligatoria de la ley natural, que lo confiere e impone
el correlativo deber. Por tanto, quienes, al reivindicar
sus derechos, olvidan por completo sus deberes o no ley
dan la importancia debida, se asemejan a quienes con
una mano derriban lo que con la otra construyen.
El deber de colaborar
con los demás
Al ser los seres humanos por naturaleza sociables,
deben convivir unos con otros y procurar cada uno el
bien de los demás. Por esto, una convivencia humana
rectamente ordenada exige que se reconozcan y se res-
peten mutuamente los derechos y los deberes. De aquí
se sigue también el que cada uno deba aportar su colabo-
ración generosa para procurar una convivencia civil en
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la que se respeten los derechos y los deberes con dili-
gencia y eficacia crecientes.
No basta, por ejemplo, reconocer que el ser humano
tiene derecho a las cosas necesarias para la vida si no
se procura, en la medida posible, que el ser humano
posea con suficiente abundancia cuanto toca a su sus-
tento.
A esto se añade que la sociedad, además de tener
un orden jurídico, ha de proporcionar al ser humano
muchas utilidades. Lo cual exige que todos reconozcan
y cumplan mutuamente sus derechos y deberes e inter-
vengan unidos en las múltiples empresas que la actual
civilización permita, aconseje o reclame.
El deber de actuar
con sentido de responsabilidad
La dignidad de la persona requiere, además, que el
ser humano, en sus actividades, proceda por propia ini-
ciativa y libremente. Por lo cual, tratándose de la con-
vivencia civil, debe respetar los derechos, cumplir las
obligaciones y prestar su colaboración a los demás en
una multitud de obras, principalmente en virtud de
determinaciones personales. De esta manera, cada cual
ha de actuar por su propia decisión, convencimiento
y responsabilidad, y no movido por la coacción o por
presiones que la mayoría de las veces provienen de
fuera. Porque una sociedad que se apoye sólo en la
razón de la fuerza ha de calificarse de inhumana. En
ella, efectivamente, los seres humanos se ven privados
de su libertad, en lugar de sentirse estimulados, por el
contrario, al progreso de la vida y al propio perfeccio-
namiento.
Anunciar el Evangelio es también denunciar lo
que está en contradicción con el Evangelio.
Comis. Episcopal Francesa
de Emigración
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TODA LA VERDAD SOBRE LA IGLESIA
en
vida nueva
El principio de año
es una oportunidad
para suscribirse a
vida
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Revista semanal de
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NAVIDAD
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Solemnidad de Santa María
y Octava de Navidad
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