Publicación
mensual del Oratorio. |
Núm. 137. ENERO. Año 1976. |
SUMARIO |
NO NUEVO, y más nuevo que
otras veces. Ojalá. |
Para los cristianos, sin
embargo, esa novedad está |
siempre presente; el
tiempo es siempre una nove- |
dad que amanece para ser
colmada de crecimiento. Balan- |
ces y expectativas, para
recomenzar siempre, sin repetir, |
Inventando. |
REFERENCIAS DE UNA HOMILÍA |
EL BALANCE DE LA PAZ |
CRISTO, PARADOJA ABSOLUTA |
NUESTRA GLORIA Y NUESTRA
VERGÜENZA |
SIN PROBLEMAS |
GUERRAS MATERIALISMO
PLACER |
RESCOLDO DE LIBERTAD |
DEL DICHO AL HECHO |
UN MAPA PARA MEDITAR |
DOS POEMAS |
1 |
El cardenal Tarancón |
publica el texto de su |
homilía ante el Rey, |
con las referencias |
de las fuentes empleadas. |
EL ÚLTIMO número del
Boletín ofi- |
cial de la Archidiócesis
de Madrid- |
-Alcalá, que corresponde
al mes de |
diciembre de 1975, publica
la ho- |
milía pronunciada por el
cardenal Taran- |
cón en la misa del
Espíritu Santo, que se |
celebró en la mañana del
27 de noviembre |
pasado, con motivo de la
exaltación del |
Rey don Juan Carlos I al
trono de España. |
La novedad de esta nueva
visión con- |
siste en que ahora aparece
acompañada |
de un cúmulo de citas
bíblicas, de refe- |
rencias al Concilio
Vaticano II, al Sínodo |
de obispos en Roma (año
1971) y de los |
documentos de la propia
Conferencia |
Episcopal Española. Es
decir, que refiere |
el conjunto de las fuentes
a partir de las |
cuales se redactó la ya
famosa homilía. |
Prescindiendo de las citas
bíblicas, re- |
lativamente identificables
por el lector |
asiduo de las Sagradas
Escrituras, vamos |
a enumerar sucintamente
las de los docu- |
mentos eclesiales
utilizados en la homilía. |
Así, del Vaticano II cita: |
―"GAUDIUM ET
SPES" en sus nú- |
meros 43, 76, 27 y 35; |
• números 11 y 18; |
• Del Sínodo de los
obispos, celebrado |
en Roma el año 1971, dos
veces se refiere |
al documento sobre
"La justicia en el |
mundo". |
• De Pablo VI, cita la
"Octogésima ad- |
veniens" número 51. |
• De la Conferencia
Episcopal Españo- |
la cita los siguientes
documentos: |
―"ORIENTACIONES
DOCTRINA- |
LES Y PASTORALES SOBRE LA |
LIBERTAD RELIGIOSA",
del 22 |
de enero de 1968; |
―WALGUNOS PRINCIPIOS
CRISTIA- |
NOS RELATIVOS AL SINDICA- |
LISMO", del 21 de
julio de 1968; |
―"LA VIDA MORAL
DE NUESTRO |
PUEBLO", del 16 de
junio de 1971; |
―"LA IGLESIA Y
LA COMUNIDAD |
POLÍTICA", de 17 de
abril de 1975 |
en sus números 20, 46, 42
y 62: |
―"LA
RECONCILIACIÓN EN LA |
IGLESIA Y EN LA
SOCIEDAD", |
número 28. |
Es evidente que un
cristiano al corrien- |
te de las enseñanzas del
magisterio ecle- |
siástico no podía
sorprenderse de ningún |
extremo del contenido de
aquella homi- |
lía, síntesis transparente
y elemental de |
la posición de la Iglesia
y de cuáles deban |
ser sus relaciones con los
poderes de este |
mundo. |
OMISIÓN.- Nuestros
lectores habrán podido comprobar la falta de referencia al texto titula- |
do "LAS RELACIONES
CIVILES", que ocupaba las página 15-18 del Boletín del |
pisado mes de Diciembre.
Fue una omisión involuntaria: pertenece a la Encíclica |
"PACEM IN
TERRIS", de Juan XXII, en un números del 9 al 34, ambos inclusive. |
2 |
El balance |
de la paz |
LOS BALANCES. Todo el
mundo hace balances al fin y comienzo del |
año. Columnas de números o
listas de sucesos. Y todo clasificado: |
lo positivo, lo negativo;
pequeño juicio final de lo bueno y de lo malo. |
Junto a la lamentación de
los fracasos, la ilusión de las esperanzas, de |
las expectativas de
resarcimiento, del tesón que, aleccionado por la ex- |
periencia en uno y otro
sentido, afianza los aciertos y corrige las desvia- |
ciones. El
"debe" y el "haber", lo que se carga o acredita en la
cuenta de |
cada persona, de cada
entidad, de cada tarea, de cada ideal, de cada pro- |
pósito que ha sido
intentado. Números rojos y números negros, y comenzar |
de nuevo. |
Pero en nuestra época casi
que no se pueden llevar cuentas separadas |
de nada. Todo se influye y
condiciona, todo se relaciona, todo es interde- |
pendiente. Cuando queremos
elegir un nivel positivo que lo abarca todo, y |
volvemos la vista al año
transcurrido y miramos luego adelante, hacia el |
porvenir que nos espera,
lo que lamentamos de lo pasado y lo que más |
deseamos del futuro gira
en torno al tema de la paz, ese balance siempre |
negativo, de desaciertos,
tristezas, crímenes, injusticias, que sigue aver- |
gonzando al hombre, capaz
de progreso técnico, pero todavía incapaz de |
organizar la convivencia
justa y pacífica. |
En apariencia no hay en
estos días, grandes guerras: ni Alejandro, ni |
Aníbal, ni las guerras
medievales, ni la bota de Napoleón, ni la locura de |
Hitler son escándalo
presente. Pero de las experiencias de las pasadas |
crueldades el hombre ha
extraído no siempre una lección de buena volun- |
tad, constructiva y
pacífica, sino el refinamiento de un egoísmo cultivado a |
costa de injusticias
todavía vigentes. |
Se explotan las
rivalidades y los rencores de la infancia de los pueblos |
para que gasten sus
escasos ahorros en el juguete cruel de las armas, |
3 |
única mercancía cuyo
precio jamás se regatea; se utilizan los más pobres |
como colchón bélico de los
intereses de los más ricos; se ocupan de acuerdo |
o por fuerza, los puntos
neurálgicos y estratégicos del origen y de las rutas |
de las materias primas,
controladas monopolísticamente por una selección |
cooptada del poder
mundial, para que pueda vivir espléndidamente ―el |
rico Epulón de la parábola
evangélica―, mientras los más pobres, que son |
la mayoría, forman la
pirámide de dolores y de sangre en que se apoyan |
los astutos fratricidas. |
Caín anda todavía suelto. |
Es verdad que se habla de
justicia, pero si la palabra la pronuncia |
el débil se le llama
subversivo; si el poderoso que quiere ser honrado, le |
ridiculizan sus amigos
ricos. Y queda abierto el reto a la desesperación y a |
la violencia. Las guerras
no las hacen los pobres ―¿con qué?― para implan- |
tar su justicia, sino los
poderosos para detenerla. |
El progreso de la justicia
no es fruto de la convicción de los que suelen |
acumular el poder de
decisión en el mundo, sino solamente la transigencia |
medida e indispensable,
para evitar la paralización de los mecanismos so- |
ciales que permiten
continuar utilizando a los que reclaman, mientras se |
estudia una compensación
para resarcirse, sin que lo adviertan los perju- |
dicados, por si más
adelante osaran volver a exigir un poco más. Y no hay |
guerra mientras por este
procedimiento se continúa asegurando lo que, de |
otro modo, se exigiría por
la fuerza. |
El hombre no es amado,
sino utilizado. Todavía son muy pocos los que |
de verdad desearían un
mundo, en el que ya no sólo todos tuvieran más, |
sino que todos fuéramos
mejores. Da más miedo un hombre que quiera ser |
hombre, que quiera ser
libre, que no un glotón o un vanidoso. Por eso se |
sacrifica una parte
considerable de la humanidad a pasar hambre y persis- |
tir en su pobreza, para
poder aquietar o distraer a los mediocres cuyo ideal |
está en el estómago y cuya
gloria se exhibe en los escaparates para consu- |
mistas, La paz es la obra
de la justicia; la justicia es el fruto de la verdad, y la |
verdad está en el orden
que Dios ha puesto en las cosas. |
Pero a Dios lo dejamos
lejos, y, si se nos dice que se hizo hombre y que, |
todos somos hermanos suyos
y hermanos entre nosotros, le cantamos un |
villancico... pero
volvemos a lo nuestro. Es decir, al egoísmo, a la lucha por |
las seguridades, por la
eliminación de rivales, por el atrincheramiento en |
la fuerza acumulada. Y
decimos que los demás son malos, para que Dios |
tenga el deber de
complacernos solamente a nosotros, y le exigimos y le |
dictamos lo que ha de
hacer para nuestro bien. No nos convertimos a él, |
sino que lo convertimos a
nosotros. |
Así, el balance de la paz
continúa siendo miserable, pobrísimo. El hom- |
bre, la vida del hombre,
la dignidad del hombre, valen poco; valen las cosas, |
aunque sea a costa del
hombre. Y por esto no hay paz, verdadera paz, paz |
cristiana. |
4 |
CRISTO, |
PARADOJA |
ABSOLUTA |
NACIÓ pobre en un mundo
que |
interpretaba los bienes de
la |
tierra como señal de
bendición |
divina. Desde el principio
es persegui- |
do: la huida, el exilio;
viene a salvar |
y da lugar a la muerte de
los inocentes. |
Los pastores han podido
admirarse |
de la luz milagrosa, los
magos se han |
postrado en su presencia:
pero son, |
solamente, signos
esporádicos, antici- |
pación de la mañana
pascual. Lo cierto |
es que, desde su infancia,
su vida apa- |
rece como un comentario a
la palabra |
de Juan, después de la
curación del |
ciego de nacimiento: «he
venido a este |
mundo para que los ciegos
recobren |
la vista, y los que vean
se vuelvan |
ciegos» (9,39). |
La vida sigue. Un día
entra en una |
ciudad e invita a Levi
(que será Mateo) |
a que le siga. Es un
cobrador de im- |
puestos, un
colaboracionista del domi- |
nador que tiene el país
ocupado. ¡Qué |
discípulos escoge el
Mesías que viene |
a liberar a su pueblo,
sometido ahora |
al yugo romano! Los demás
discípulos |
no son ni doctores ni
maestros. Los |
doctores y los maestros
son los califi- |
cados de ciegos y
conductores de cie- |
gos. Desde hace tiempo,
ellos han |
administrado la salvación
como una |
empresa capitalista, y,
atentos a los |
conceptos y a las leyes,
se han olvida- |
do de la libertad y del
amor, sin los |
cuales la obediencia a
Dios es pura va- |
nidad. |
El escándalo va en
aumento: anuncia |
a Leví que va a comer con
él. "¿Por |
qué come con los
publicanos y peca- |
dores? (Mateo, 9, 9). Y
hará lo mismo |
con Zaqueo; y en esta
misma línea no |
tendrá inconveniente en
hablar con |
las mujeres, incluso
pecadoras, y que |
una de ellas derrame
perfume sobre |
sus pies. |
Su obra evangelizadora es
otra para- |
doja. ¿No estará perdiendo
el tiempo? |
¿No podría procurarse
medios más |
eficaces? ¿Visitar a los
poderosos? Pero |
ni siquiera les pide
permiso para |
anunciar su mensaje y
hacer milagros. |
¿No hubiera sido lo normal
que se |
apoyara en las personas
significadas y |
rectora, de la sociedad?
No las cree |
capaces de buena voluntad. |
Por otra parte, este
hombre habla |
de Dios como nadie jamás
lo ha hecho, |
y todos están de acuerdo
en reconocer |
en él una elevación moral
que no es |
común. Para los fariseos,
lo común, lo |
normal, es concordar con
su sociedad. |
Los propios familiares de
Jesús du- |
dan de él: «intentaron,
Bus parientes, |
llevárselo, porque decían:
ha perdido |
la cabeza» (Marcos, 3,
2/). Con todo, |
5 |
los fariseos quedan
sorprendidos ante |
las réplicas irónicas y
certeras, de la |
habilidad con que se
deshace de sus |
intrigas, hasta el día en
que Jesús |
cederá voluntariamente
porque habrá |
llegado la hora del
Padre... Pero inclu- |
so en este día, intentarán
mantener la |
ficción de locura. El
manto real con |
que Herodes lo cubrirá, el
cetro y la |
corona expresarán esta
impostura ante |
el mundo. |
La paradoja central,
origen de todas |
las demás, la que
convierte a Cristo en |
signo de contradicción, en
piedra de |
escándalo, se realiza en
la Cruz. Allí |
se expresa que, en un
mismo ser, cabe |
que sea amado de Dios y
tenido por |
malhechor. Paralelamente,
el misterio |
insondable de Jesús, amado
del Padre, |
y al mismo tiempo
sufriente: ¿puede |
quedar espacio al dolor en
un ser |
totalmente invadido por el
amor sin |
límite? |
En diversas ocasiones, el
evangelio |
de san Juan, nos presenta
a Jesús en |
una sorprendente
ambigüedad: habla |
de su
"elevación" sin precisar si se |
trata de la Cruz o de la
glorificación. |
Es el mismo camino el de
la Cruz que |
el de la glorificación.
Todas las teolo- |
gías y todas las
espiritualidades pro- |
fesan lo mismo: conviene
morir para |
vivir. De este modo Jesús
ha sido el |
primero en cumplir el
mensaje de las |
bienaventuranzas. Con su
ejemplo ha |
quedado claro cuál sea el
camino a |
seguir. Desde este
momento, la fe en |
Cristo, no sirve para
sufrir menos, |
sino para seguirlo mejor. |
El tema es todavía más
amplio. |
Podemos limitarnos a una
simple con- |
sideración: ¿Dónde está la
sociedad |
dispuesta a aceptar las
bienaventuran- |
zas como norma para el
desarrollo?... |
No hay que temer. La
sociedad sabe |
protegerse contra
pensamientos dema- |
siado elevados que puedan
poner en |
contingencia un orden
cuyas raíces |
están en la injusticia. A
los iluminados, |
como máximo, les deja
hablar; incluso |
utiliza sus palabras para
convertirlas |
en verdades de exhibición. |
Pero es preciso reconocer
que el |
orden de las sociedades no
es el orden |
de las personas. A las
personas se les |
puede predicar las
bienaventuranzas; |
las personas pueden
aceptarlas. Y no |
solamente pueden
aceptarlas, sino que |
deben aceptarlas cuando
pretendan |
salir de la mediocridad
vital, y seguir |
conscientemente a Cristo. |
E. Vilanova |
(en Q.V.C, n° 78) |
A veces se compara la
crueldad del hombre con |
la de las fieras; pero
esto es injuriar a las fieras. |
Dostoievski. |
6 |
Nuestra gloria |
y nuestra vergüenza |
TERTULIANO había
exclamado: |
«¡Cuánto debería valer
para |
Dios el hombre, que Dios
tam- |
bién se hizo hombre!». |
El hombre valía y vale lo
que Dios |
le ha hecho y le ha dado.
Es creación |
suya, reflejo suyo, espejo
y semejanza |
de su Inteligencia y de su
Libertad. |
Nosotros, los cristianos,
vemos la |
grandeza del misterio de
la encarna- |
ción de Dios, de su
entrada en nues- |
tra vida, por el
nacimiento de Cristo, |
desde Dios. Admitimos un
plan que |
incluye a "Dios con
nosotros": las dis- |
cusiones de si esa
inclusión funciona |
como cima apoteósica que
cierra todo |
el misterio de Dios con la
Creación, o |
de si viene como
precondicionada por |
la necesidad de
restauración del orden |
que el hombre altera,
dejado solo y li- |
bre, puede interesarnos
menos a la |
hora en que la
especulación es poste- |
rior al hecho, cuando
Cristo es parte |
de nuestra Historia. No
cabe ya alter- |
nativa entre gloria y
liberación, por- |
que la redención es gloria
y gozo, y el |
gozo y la gloria es
"libertad de hijos |
de Dios", y porque
Cristo ha querido |
"que nuestro gozo sea
pleno". |
Estamos todavía
discutiendo, los |
humanos, sobre nuestros
derechos na- |
turales, escribiendo o
exigiendo decla- |
raciones solemnes, o leyes
reformadas |
que incluyan de forma
explícita y |
aseguren de manera eficaz
el respeto |
de la dignidad humana. Y
todavía no |
lo hemos conseguido,
porque no nos |
sentimos aún depositarios
de la cali- |
dad natural que nos
enriquece, por- |
que nos desconocemos en lo
mismo |
que somos, porque
desconfiamos de |
nosotros mismos, porque el
pesimis- |
mo nos hace maniqueos
impeniten- |
tes... Pero debería de
haber bastado, |
si tenemos fe, si nos
atrevemos a lla- |
marnos
"cristianos", admitir que so- |
mos hermanos de
Cristo". ¡Esa es |
nuestra dignidad, nuestra
libertad, |
nuestra riqueza y nuestro
gozo! |
No es una dignidad sin
gozo, ni es |
un gozo si no procede de
la gratitud |
humilde y limpia; si no
nos admira, |
al margen de toda
utilitarista mecani- |
zación salvadora" o
aseguradora de |
negocios eternos".
Dios no se hace |
hermano nuestro para
quitarnos mie- |
dos, sino para darnos
alegría y gozo; |
luego "el gozo nos
hará fuertes" y esa |
"fuerza de Dios"
alejará los miedos. |
La vergüenza de llamarnos
cristia- |
nos está en que, ni como
humanos, |
nos respetamos a la hora
de buscar |
cómo organizar nuestras
relaciones y |
el reconocimiento y
respeto físico y |
espiritual de nuestra
simple condición |
creada. ¡Esa es nuestra
vergüenza! |
Como hombres, reconocer y
respe- |
tar; corno cristianos,
amar y liberar al |
hombre, para preparar el
"reino de |
Dios". Es inútil
hablar de "amor" y |
7 |
anunciar
"libertad" sin partir de la |
indispensable sinceridad
en el respe- |
to del hombre como ser
natural. Pro- |
nunciar estas palabras no
tiene ningún |
sentido, más allá de la
declamación |
huera, decorativa o
ignorante. |
Es sorprendente oír las
voces de los |
que ni siquiera son
cristianos, pero se |
sienten hombres y claman
por la de- |
fensa de la dignidad
humana, y lu- |
chan en busca de fórmulas
concretas |
con las que, además de los
principios |
teóricos (cada vez,
sincera o hipócri- |
tamente, menos atacados),
se den las |
condiciones reales y
prácticas en las |
que no se menoscabe la
eficacia de ta- |
les principios, sin
rupturas, violencias |
ni excepciones que los
desmientan. |
El hombre vale por lo que
es, por |
lo que Dios le ha hecho y
le ha dado. |
Constituye la maravilla
mayor, para |
el hombre mismo, su propio
ser, en el |
orden puramente sensible.
Cuando se |
le atropella, siempre es
sin razón y |
por no querer admitir o
buscar la |
verdadera razón, incluso
solamente |
natural, de su dignidad y
excelencia. |
Pero, además, Dios se ha
hecho her- |
mano del hombre. Cuando
nos juzgue |
de cómo hemos aceptado y
agradecido |
esta hermandad, nos medirá
de cómo |
lo hemos sabido encontrar,
descubrir |
y respetar ―¡y
amar!― en el pobre, |
en el hambriento, en el
forastero, en |
el encarcelado. Y es que
Cristo fue |
pobre en su tierra, y
mirado como ex- |
traño allí mismo ―no
sólo en Egipto, |
como un emigrado más...— y
fue de- |
tenido, y ejecutado, como
un subver- |
sivo, como un criminal
más. |
Nació en la miseria, y
murió en un |
patíbulo. De lejos, lo
bendecimos con |
la comodidad que da la
distancia. De |
cerca, no estamos seguros
de diferen- |
ciarnos demasiado de
aquellos mis- |
mos que lo vieron: de los
pocos que lo |
amaron y de los muchos que
lo maldi- |
jeron. |
La miseria... El
patíbulo... Todavía |
son posibles entre los
hombres que |
nos llamamos cristianos.
Ni hemos |
descubierto nuestra propia
dignidad, |
ni hemos agradecido la
fraternidad de |
Dios. Todavía. |
Avisen los cambios de
domicilio a: |
LAUS |
Apartado 182 |
Albacete |
y evitarán molestias a los
carteros, |
Asegurándose, además, de
recibir con |
normalidad este boletín. |
8 |
SIN PROBLEMAS |
QUISIERAN algunos, un
mundo |
sin problemas o, por lo
menos, |
su propia vida a salvo de
cual- |
quier contratiempo, dolor
o |
conflicto. Dios mismo es
admitido si |
se les presenta como
"complemento" |
(además gratuito) de las
insatisfaccio- |
nes temporales. Como si se
tratara de |
un Dios
"arrepentido" de haber crea- |
do al hombre endeble e
incompleto |
y por eso, comprometido,
de alguna |
maniera, a reparar sus
deficiencias. |
La hipótesis de un hombre
no total- |
mente completo, puede
admitirse pero |
no como consecuencia de un
fallo cre- |
ador, sino precisamente
como una |
condición que reta, al
mismo hombre, |
a una constante superación
de la que |
еѕ
сараz, у сuya capacidad ha recibido |
de Dios. |
Dios lo da todo; pero la
creatura |
racional no puede ser,
respecto de |
Dios, el
"aprovechado" que se arrima |
a la fuente de soluciones.
Dios no debe |
suplir las capacidades que
ya ha anti- |
cipado en el hombre y que
éste, sin |
perezas, debe poner y
mantener en |
movimiento. |
Lo malo de lo que se
recibe sin |
esfuerzo propio, no es ya
que no se |
suele agradecer, sino que
ni siquiera |
se estima y acaba,
fatalmente, malo- |
grado. |
Los espíritus egoístas, o
los apoca- |
dos pero que se miran
siempre a sí |
mismos, en el espejo de
una vanidad |
y un sentimiento que no
abandona el |
marco de la propia figura,
los que |
necesitan de la protección
ajena, los |
que necesitan más mimos
que ideas, |
más sensiblerías que
convicciones, los |
perezosos cuya única
excepción dili- |
gente es la del cultivo de
la picaresca |
del
"aprovechamiento", tendrán hartas |
dificultades para aceptar
a un Dios no |
falsificado, no reducido a
complemento |
vital, más o menos
hipotético, pero a |
fin de cuentas gratuito. |
Una vida sin dudas, sin
cansancios, |
sin angustias, sin
dolores, es imposi- |
ble. Sin la poda del
dolor, del esfuerzo, |
de la abnegación, el
hombre no se |
desarrolla, no pone a
flote todo lo |
bueno que Dios le ha dado.
Cualquier |
bondad superpuesta al
hombre, no |
sería ni comprendida ni
valorada ni |
agradecida ni estimada por
él, si él |
mismo no trabaja" y
descubre, por |
esa colaboración con el
don que recibe |
y el fruto que crea, el
valor y la her- |
mosura de su propio
crecimiento. |
No basta la simple y
pasiva recepti- |
vidad; ni basta pedir y
lloriquear. Hay |
que hacer, y hacer bien,
sin envidiar |
ni suplantar a nadie. Sino
mirando a |
Dios y acabando, en
nosotros, lo que |
él ha comenzado. |
No hay problemas. El
problema, si |
acaso, es pensar demasiado
en nosotros |
mismos; es la falta de
abnegación. |
9 |
jóvenes. |
SOIS vosotros, los jóvenes |
en cuya generación se ha
descubierto |
casi con espíritu
subversivo |
el desengaño de la
capciosa |
o al menos insuficiente |
sabiduría de las
generaciones |
que os precedieron |
las que os inculcaron |
la locura de la guerra por
el poder |
del materialismo como
única justicia |
del placer como turbia
ceguera |
por encima de los deberes |
y superiores destinos de
la vida. |
Jóvenes, el vacío os ha
devastado |
y un afán íntimo y
poderoso |
os ha vuelto a colocar |
casi inconscientemente |
en la corriente de una
invitación |
que no se puede rechazar: |
«Venid a Mi todos los que
estáis fatigados |
y cargados, que Yo os
aliviaré». |
PABLO VI, |
Navidad de 1975 |
GUERRAS MATERIALISMO
PLACER |
HABRÍA que invertir el
orden: no |
es que las guerras nos
hayan |
podido hacer materialistas
y |
que el materialismo nos
haya condu- |
cido al placer. Más bien
es, en todo |
caso, a partir de éste,
desde la gloto- |
nería enervante de toda
sensualidad |
que se degenera hacia la
miopía del |
materialismo: y es el
materialismo |
que desata el egoísmo
febril, descon- |
fiado y avariento, que
origina las gue- |
rras, esas violencias
colectivas cuyo |
substrato profundo siempre
es eco- |
nómico. No importa que los
ideólogos |
10 |
deformadores del
pensamiento y con- |
culcadores de la libertad
humana, |
hayan construido
justificaciones pos- |
teriores para pretender
legitimarlas. |
Ni la verdadera justicia,
aun humana, |
ni ningún derecho, aun
divino, pue- |
den triunfar con ninguna
guerra. |
Avergonzados de sus
propios críme- |
nes, los manipuladores de
la humani- |
dad, han pretendido
excitar el fana- |
tismo de los ignorantes
presentándoles |
las guerras como venganza
de Dios, |
cuya ejecución delegaba en
los mor- |
tales, y se ha hablado de
"guerras |
santas", de
"cruzadas", de "luchas de |
religión". Pero
resulta, aun histórica- |
mente, que la "Guerra
Santa" (1) de |
log musulmanes lo mismo
que las |
"Cruzadas" de
los cristianos (1) son, |
respectivamente, espúreas
sacraliza- |
ciones posteriores,
respectivamente, a |
Mahoma y a Cristo. |
Es un escándalo, para las
genera- |
ciones jóvenes de hoy, que
puedan |
asistir al espectáculo
mundial que |
pretende simultanear el
prestigio de |
los pueblos civilizados
con su paralelo |
activo Comercio de armas.
La explica- |
ción está en el
"dinero inicuo", no en |
otras razones. Las guerras
son sagradas |
sólo en la medida en que
el "dios" es |
el dinero", es decir,
se llaman "sagradas" [1] |
―tomando "en
vano" lo sagrado― |
cuando resulta que son
solamente |
idolátricas. |
Cierto que la idolatría,
que es sólo |
una falsificación del
verdadero Dios |
―no importa que usen
el nombre del |
11 |
Dios verdadero si designan
a un |
dios falso―, sirve
para absolutizar |
exigencias que ningún
poder sim- |
plemente humano, podría
imponer. |
Es, una vez más, el pecado
de tomar |
el nombre de Dios en vano;
de fal- |
sificarlo para mejor
aprovecharse |
del prestigio de lo
verdadero para |
que prospere la falsedad. |
Guerras, materialismo,
placer...Se |
impone un regreso a la
austeridad. |
La felicidad del hombre no
está |
en el estrago de los
sentidos: éstos |
no pueden substituir ni
sofocar la lla- |
ma del espíritu, sino que
deben ser |
lenguaje e instrumento de
su vigor. |
La materia, ni su dominio,
ni su |
reparto, pueden, por sí
solos, ser el |
fundamento de ninguna
justicia. |
El único triunfo posible y
válido, |
en este mundo, no puede
ser el de |
la fuerza, ni el de la
razón man- |
tenida por la violencia.
Porque el |
medio destruiría,
contradictoria- |
mente, cualquier
afirmación de ra- |
zón y de verdad. |
Langostinos con cáscara |
Invitado a una boda
relativamente distinguida, y en el banquete, le |
sirvieron a un amigo de
los novios, lo mismo que a los demás comen- |
sales, un plato de
langostinos. Algo inexperto en exquisiteces, le resul- |
taba una novedad y, sobre
todo, una complicación la de averiguar el |
modo correcto de comerlos
sin llamar la atención. |
Turbado y perplejo y sin
ni siquiera esperar a ver cómo se despa- |
chaban los demás, cogió
tenedor y cuchillo y consiguió seccionar las |
articulaciones y anillos y
se los comió con cáscara. |
Cuando luego, campechano,
contaba su aventura, añadía que no pu- |
do hacer otra cosa, ya que
carecía de libertad para decir allí, y para |
ahorrarse el tremendo
experimento, que no le gustaban". Antes, cierto |
que había comido marisco;
pero en los bares, sin etiqueta. |
En la vida hay muchas
cosas ―y no sólo "de comer"― que cuando |
afrontarlas pide algún
esfuerzo al que no se está acostumbrado o, sim- |
plemente, un esfuerzo que
no se quiere hacer, surge la misma alterna- |
tiva: si se permite la
reacción con libertad, se desprecia o rechaza con |
alguna conveniencia o
calificación vana: no me gusta", "no es impor- |
tante", "es
perder el tiempo"... (lo de Machado: altivez «que desprecia |
cuanto ignora»). |
Pero si no hay libertad...
Se come o se traga con cáscara. La indi- |
gestión o la nausea es
posterior, pero se ha salido del paso, si bien en- |
contrando disgusto en lo
que debía haber sido agradable, u obscuro lo |
que debía haber sido
claro, o malo lo que era realmente bueno. |
El problema de si la
libertad depende de uno mismo o de los demás, |
ya es otra cuestión. |
12 |
Rescoldo de libertad |
EN un artículo de Henri
Fresquet, |
sacerdote y periodista
católico, |
publicado en el diario
indepen- |
diente Le Monde, a
principios del pa- |
sado verano, se hacía
referencia al |
aumento progresivo de la
asistencia |
a los cultos que
―dentro de lo que |
cabe― es dado
registrar en los países |
de la órbita marxista;
tampoco faltan |
allí vocaciones al
sacerdocio y a la vida |
evangélica. |
¿Es posible buscar razones
a este |
fenómeno? ¿Es que allí
"eran" más |
cristianos que nosotros?
¿Es que se |
produce la reacción del
indómito ser |
humano, que desprecia lo
que es fácil, |
afirma lo que se niega, o
reclama lo |
que se le prohíbe?... |
Una explicación extremando
estas |
hipótesis reduciría al
capricho la se- |
riedad del fenómeno. Cabe
un examen |
más razonable acercándonos
a la rea- |
lidad de lo sucedido y
acercándonos |
al indeclinable valor del
espíritu hu- |
mano, inextinguible en las
exigencias |
de su inteligencia y de su
libertad. |
Allí, la Iglesia, al
principio de las |
restricciones y
difamaciones padecidas |
a causa de los
impedimentos y castigos |
"legales" del
sistema policíaco estatal, |
pasó por la humillación de
no poder |
contrarrestar la
propaganda de des- |
prestigio, cómodamente
organizada |
desde el poder, con miras
a sembrar |
el desconcierto y la
confusión de la |
masa creyente, cuyo sector
más débil |
y desorientable pasaría
enseguida a la |
duda y, desde sus primeras
vacilacio- |
nes, optaría por el
abandono; al mismo |
tiempo se producirían las
deserciones |
―solapadas primero,
acomodaticias |
o incluso descaradas al
fin― de los |
oportunistas de todas
partes que, des- |
de la ambigüedad o la
hipocresía, so |
apuntan al último vencedor
para hacer |
méritos ante las nuevas
situaciones. |
Cuando las situaciones de
poder bas- |
culan hacia un polo
exclusivo y mono- |
polista que se radicaliza
y discrimina |
y trata como enemigos a
los disidentes |
o no colaboradores, la
cobardía y el |
miedo sugieren mil formas
de huida |
del propio deber, de
deserción de la |
misma fe y hasta de
traición. Luego, si |
se puede, se buscan o
inventan razones |
o motivos que den
apariencia de justi- |
ficación al abandono o a
la infidelidad. |
Pero basta que quede, de
la Iglesia, |
un rescoldo de
autenticidad. «No ten- |
gas miedo, pequeño rebaño»
había |
dicho el Señor a la
minoría sencilla y |
fiel. Aunque la fe y la
perseverancia |
de los pocos no les
suprime el dolor. |
El dolor es la apuesta
cristiana para |
toda fecundidad
espiritual. El dolor |
ayuda, en primer lugar, a
volver a la |
verdad, a la realidad, al
"des-engaño". |
El dolor, desde la fe,
también es peni- |
tencia, por las veces en
que, colectiva- |
mente, los cristianos se
hubieran re- |
signado ―¿y
complacido?― con las |
apariencias de triunfos
paralelos a los |
13 |
mundanos, o comparsas de
los mun- |
danos. |
Pero el dolor o, más
claramente, la |
persecución, era infligida
a la Iglesia |
por los tiranos, no por
crueldad capri- |
chosa, sino porque, si
bien intencio- |
nados, pensaban que ella
era enemiga |
de la que creían verdadera
justicia |
que intentaban implantar y
hasta im- |
poner ―y el fallo
estaba en los medios |
injustos de
hacerlo―, o, si mal inten- |
cionados, la indignación
resentida de |
tener que reconocer que la
Iglesia, |
precisamente por su
esencia espiritual, |
constituía el último y
principal ba- |
luarte donde se afirmaban
y defendían |
―o se podían afirmar
y defender― |
los derechos naturales del
hombre, |
criatura de Dios, y esto
constituía para |
ellos un estorbo. Desde
Juliano el |
Apóstata hasta los
apóstatas de los |
derechos de Dios en el
hombre, en |
cualquier lugar, en
cualquier tiempo |
y bajo cualquier signo,
verán siempre |
en la Iglesia, cuando no
sea domesti- |
cable, una resistencia que
hay que |
eliminar, suprimiéndola o,
cuando ello |
no sea posible,
neutralizar su influjo |
con el metódico
desprestigio. |
Pero la más artera técnica
es al fin |
siempre vulnerable porque
se ha de |
enfrentar con algo que no
puede, de |
modo absoluto, ni suprimir
ni indefi- |
nidamente sofocar, y que
el mismo |
intento persistente pone
de manifiesto |
sus terribles
contradicciones. El valor |
de la esencia del hombre
es una cons- |
tante indestructible. Al
hombre se le |
puede momentáneamente
engañar, se |
le puede desviar, se le
puede utilizar |
y manipular, y es capaz de
corrupcio- |
nes; pero jamás de modo
absoluto. La |
obra de Dios permanece, y
todo cuanto |
se opone a ella y a sus
leyes, todo |
cuanto pueda parecer que
momentá- |
neamente la detiene y
falsifica, se tra- |
duce, al fin y en
conjunto, como un |
superior reto que la
estimula a la afir- |
mación y al crecimiento.
Al fin y en |
conjunto no es sólo al
final de los |
tiempos, sino también
ahora y aquí, |
sin aplazamiento. Es
absurdo cruzarse |
de brazos y esperar, dice
José Agustin |
Goytisolo, porque «no
existe un solo |
fin del Mundo, sino
pequeños fines de |
pequeños mundos». Y, ante
Dios, no |
hay mundo más pequeño, ni
más frá- |
gil que el de las
tiranías. |
Allí donde las tiranías
han agredido |
la libertad de los hombres
y, por lo |
mismo, la libertad también
de la Igle- |
sia, ésta ha conocido el
anuncio de su |
dolorosa purificación,
pero también de |
su paciente crecimiento.
Crecimiento, |
que no hinchazón;
realidad, que no |
apariencias; espíritu, y
libertad y ver- |
dad, que no ideologías
pseudojustifi- |
cadoras de egoísmos
pluralizados o |
soberbias sacralizadas.
Cuando esto |
ocurre, frente a toda
idolatría, la Igle- |
sia repite al hombre la
unicidad de |
Dios, y esta verdad es la
libertad del |
hombre. Sólo ella; las
esclavitudes son |
el peso de las idolatrías. |
Y por eso, los hombres,
que no |
pueden, finalmente,
renunciar a su sed |
de libertad, vuelven y
buscan a Dios. |
El rescoldo de la Iglesia,
es fuego de |
libertad. Libertad de
hijos de Dios. |
Muchos de los que
―dándose o |
sin darse cuenta― no
entienden a |
la Iglesia o han reducido
a Dios a un |
espantajo, no es que
tienen necesidad |
de convertirse: ante todo
les conviene, |
más bien, desentumecer su
mente, re- |
nunciar a la voluptuosidad
aturdidora |
y ser, en principio,
simplemente, hom- |
bres. Si es hombre y se
siente tal, será |
capaz de ser libre. Y,
libre, podrá ser |
hijo de Dios. |
14 |
DEL DICHO AL HECHO |
LAS PALABRAS que pronun- |
cian los hombres de la
Iglesia, |
re les quiere dar, en
ocasiones, |
mayor significado o
distinto significa- |
do del que les es propio.
Todavía, lo |
más lamentable es que, en
otras oca- |
siones, ni siquiera se
atiende a sus |
palabras, sino que se
quiere ―o requie- |
re― simplemente, la
simbólica pre- |
sencia de un personaje
eclesiástico |
para que añada color o su
peculiar |
prestigio sacral a lo que
concurre. |
Son modos equivocados de
enten- |
der. La lealtad, la
cortesía de los hom- |
bres verdaderamente
espirituales, no |
se inhibirá de esta
presencia si suponen [1] |
buena intención en quienes
les |
invitan. Pero la Iglesia,
donde quiera |
que sea invitada o pueda
estar, tiene |
una única misión esencial:
la de pre- |
dicar. |
Su predicación ni es un
refrendo, |
como desearían los siempre
dispuestos |
a utilizarla, ni es una
condena, como |
algunos podrían reconducir
determi- |
nados aspectos del anuncio
de su men- |
saje fielmente cristiano. |
La Iglesia ―la
Iglesia de Cristo, la |
verdadera Iglesia de
fariseada y evan- |
gélica― ni es
"partidaria" de un siste- |
ma económico, ni de un
régimen |
político, ni de una teoría
científica; ni |
tampoco es oponente. Como
mucho, es |
de modo irrenunciable
partidaria del |
hombre y de sus derechos,
porque el |
hombre es creación de Dios
y su dig- |
nidad y sus derechos se
los ha dado |
Dios mismo, reconózcanlo
luego, o no, |
las sociedades y los
regímenes del |
mundo. |
Quien quiera que tenga una
idea |
aproximada de la verdadera
naturale- |
za y auténtica misión de
la Iglesia, no |
entenderá de otro modo ni
sus pala- |
bras ni sus gestos. |
Es justo el que la deja
hablar, y es |
noble quien la quiere oír.
Pero ni es |
santo el oyente porque
oye, ni concede |
nada que exceda lo
simplemente natu- |
ral quien la deje hablar.
Dejar hablar |
es simplemente un deber;
oír es un |
acto de atención y de
libertad. Obrar, |
en cambio, es lo que
santifica, lo que |
califica de cristianos.
Por sus frutos |
les conoceréis. |
Pero el obrar de los
oyentes, ya no |
es imputable a la Iglesia.
Ella sólo lo |
es, delante de Dios, de
las palabras |
que les dice. |
Católico será
―dejando muy de lado |
toda presunción y
blasones― el que |
además de oír, hace. |
Cada vez que veamos una
cierta |
austeridad y sencillez en
un oyente, |
podemos suponer, en
principio, que |
quiere oír para poner en
obra lo que |
se le dice.
Contrariamente, cada vez |
que se exageren las
calificaciones y se |
cargue la ostentación de
adjetivos de |
catolicismo, podemos
sospechar que |
el tal catolicismo se
queda en pura |
decoración. |
15 |
UN MAPA PARA MEDITAR |
LA SOCIOLOGÍA es una
ciencia |
humana positiva que
consiste |
en la observación de los
hechos |
sociales considerados como
interre- |
laciones humanas y como
elementos |
colectivos que influyen y
condicionan |
los comportamientos, las
motivacio- |
nes, los valores y las
creencias de las |
personas y de los grupos. |
El hombre vive en
comunidad y en |
ella organiza sus
actividades. No nos |
puede sorprender que la
Iglesia, a la |
hora de proponerse el
mejor modo de |
hacer llegar a todos los
hombres el |
mensaje cristiano, también
observe los |
mismos hechos sociológicos
del lugar |
donde evangeliza. Esta
observación |
no alcanza hasta la
profundidad del |
espíritu de cada hombre,
ni mucho |
menos, e incluso se debe
limitar a |
datos que siempre son
relativos, pero |
que, por otra parte, por
lo menos de |
modo provisional, tienen
el valor del |
síntoma no desdeñable,
sobre todo si |
se relaciona con otros
aspectos que |
tiendan a completar la
realidad. |
16 |
Esto explica por qué se
vienen cele- |
brando estudios, congresos
y confe- |
rencias de
"Sociología Religiosa" y |
que adquieran, cada vez,
mayor relie- |
ve, tanto por la seriedad
de las inves- |
tigaciones, como por las
aplicaciones |
que de ellas se hacen en
el terreno |
pastoral. |
En España ha sido notable
el fruto |
de las actividades del
INSTITUTO DE |
SOCIOLOGÍA Y PASTORAL
APLI- |
CADAS, de Barcelona, al
frente de su |
director el Dr. Rogelio
Doucastella, |
cuya experiencia, no
consta sólo por |
las numerosas
publicaciones, estudios |
y aportaciones que tienen
en su haber, |
sino, últimamente, por su
colaboración |
en la XIII Conferencia
Internacional |
de Sociología de la
religión, celebrada |
el último verano en Lloret
de Mar, |
cerca de la Ciudad Condal. |
El mapa que ofrecemos a la
medi- |
tación de nuestros
lectores, y del que |
es autor el referido
sacerdote barcelo- |
nés, se apoya en la
observación de un |
hecho" para conjuntar
una perspectiva |
de la práctica religiosa
en España. El |
hecho elegido ha sido el
de la asis- |
tencia dominical a la
Celebración eu- |
carística. |
Sabemos de la relatividad
de estos |
datos, explica el citado
autor, pero |
creemos que aunque
representen par- |
cialmente la totalidad de
la vida reli- |
giosa de los católicos
españoles aún |
siguen siendo muy válidos
por varias |
razones. Y una de ellas es
el poder de |
convocatoria que tienen
todavía nues- |
tros templos todos los
domingos, su- |
perior ciertamente al de
los miles de |
espectadores de los campos
de fútbol, |
a pesar de la desmesurada
publicidad |
que les dedican los medios
de comu- |
nicación, pues en España
el periódico |
de mayor tirada es de tema
deportivo, |
el aliciente quinielístico
absorbe pen- |
samientos y conversaciones
de fin y |
principio de semana, etc. |
Otra razón es el hecho de
que, en |
la sociología de los
comportamientos |
humanos, el factor
religioso es alta- |
mente significativo por
sus derivacio- |
nes socio-políticas,
históricas, cultura- |
les y emotivas profundas. |
El mapa plantea, junto al
problema |
del vacío religioso en la
gran ciudad, |
el angustioso retraimiento
de las zonas |
industriales y la
fidelidad del mundo |
rural. Si bien es de notar
que, en cifras |
relativas, la zona de una
mayor reli- |
giosidad en todo el mapa
español la |
constituye el país Vasco,
a pesar de ser |
preponderantemente
industrializado, |
mientras que el nivel de
más baja re- |
ligiosidad corresponde a
la provincia |
de Madrid, donde el
predominio no |
es del sector industrial,
sino el de los |
servicios. De las cuatro
provincias que |
superan ligeramente el
mínimo de |
Madrid, solamente la de
Barcelona |
cuenta con la
preponderancia del sec- |
tor industrial, ya que
Almería y Huel- |
va son principalmente
agrícolas, y |
Cádiz, como Madrid, en
auge de los |
17 |
servicios. Una cierta
aproximación en |
renta per cápita,
correspondería a Vas- |
conia con Madrid y
Barcelona: casi el |
doble y, a veces, más que
la de las otras |
provincias citadas, del
Sur español. |
Pero si intentamos una
síntesis por |
regiones, podríamos
establecer los si- |
guientes datos: |
En Andalucía, de los
5.906.730 habitantes, van a misa el 22,4 por |
ciento de los
preceptuados; |
en Cataluña, con
5.457.441, van el 21,66; |
en la zona de Madrid
(Castilla la Nueva), de 5.492.165, van el 17,57; |
en Vasconia y Navarra, de
2.455.653, asisten el 71,27; |
y en Castilla la Vieja y
León, con 1.885.283, asisten el 65,27. |
El peso de Madrid,
Barcelona y An- |
dalucía son definitivos en
este balance |
estadístico. |
No se puede soslayar, al
considerar |
la religiosidad
preponderante del mun- |
do rural, la cuestionable
valoración |
cualitativa que debe
asignársele ante el |
fenómeno migratorio,
puesto que re- |
sulta evidente el abandono
religioso |
producido en los
desarraigados que |
llegan a la ciudad en
busca de trabajo |
o empleo que les faltaba
en el campo. |
¿Qué valor tenía aquella
religiosidad |
o aquella práctica tan
pronto abando- |
nada? |
De todos modos, cabe
concluir que |
algo más de diez millones
de españo- |
les van a misa cada
domingo. |
Y, de estos diez millones,
¿cuántos |
comulgan o cuántos, más
allá de la |
mantenida persistencia de
un compor- |
tamiento sociológico, se
sienten cris- |
tianos convencidos y
activos, y no |
meros cumplidores de un
precepto? |
Es un mapa para meditar.
Un mapa |
de la "católica"
España. |
Ésos que desean ser tan
fuertes como |
el universo, lo que de
veras desean es, |
únicamente, que el
universo sea tan |
débil como ellos mismos. |
Gilbert K. Chesterton |
18 |
Dos poemas |
Nada serenidad, paz
recogida. |
Eléctrica la luz, la voz,
el viento, |
y eléctrica la vida. |
Todo electricidad, todo
presteza |
eléctrica: la flor y la
sonrisa, |
el orden, la belleza, |
la canción y la prisa. |
Nada es por voluntad de
ser, por gana, |
por vocación de ser. ¿Qué
hacéis las cosas |
de Dios aquí: la nube, la
manzana, |
el borrico, las piedras y
las rosas?... |
¡Asfalto!: ¡qué impiedad
para mi planta! |
¡Ay, qué de menos echa |
el tacto de mi pie mundos
de arcilla |
cuyo contacto imanta, |
paisajes de cosecha, |
caricias y tropiezos de
semilla! |
Tristes guerras |
si no es amor la empresa. |
Tristes, tristes. |
Tristes armas |
si no son las palabras. |
Tristes, tristes. |
Tristes hombres |
si no mueren de amores. · |
Tristes, tristes. |
Miguel Hernández |
19 |
¿QUÉ ES EVANGELIZAR? |
EVANGELIZAR significa para
la Iglesia llevar la Buena |
Nueva a todos los
ambientes de la humanidad y, con |
su influjo, transformar
desde dentro, renovar a la mis- |
ma humanidad: «He aquí que
hago nuevas todas las |
cosas» (Apocalipsis, 21,
5). Pero la verdad es que no |
hay humanidad nueva si no
hay en primer lugar hom- |
bres nuevos, con la
novedad del bautismo (Romanos, |
6, 4) y de la vida según
el Evangelio (Efesios, 4, 23-24). |
La finalidad de la
evangelización es, por consiguiente, |
este cambio interior y, si
hubiera que resumirlo en |
una palabra, lo mejor
sería decir que la Iglesia evan- |
geliza cuando, por la sola
fuerza divina del Mensaje |
que proclama (Romanos, 1,
16), trata de convertir al |
mismo tiempo la conciencia
personal y colectiva de |
los hombres, la actividad
en la que ellos están com- |
prometidos, su vida y su
ambiente concretos. |
Exhortación apostólica, |
EVANGELII NUNTIANDI (8.
12. 1975) |
LAUS |
Director: Ramón Mas
Casanelles - Edita o imprimes Congregación del Oratorio |
Placeta de S. Felipe Neri,
1 - Apartado 182 - Albacete - D. L. AB 108/62 - 17. 1. 76 |
20 |
|