Publicación mensual del Oratorio.
Núm. 139. MARZO. Año 1976.
SUMARIO
NI HEMOS de esperar milagros que nos releven de
nuestro cotidiano esfuerzo por el reino de Dios, ni
encanto de sabidurías que extasíen la inteligencia
y complazcan la fantasía. Milagros pide el faná-
tico; ideas el descreído. Los cristianos, en cambio, sólo
tenemos a Cristo crucificado: ese fracasado glorioso, que
nos ofrece la sabiduría de la fe y la fuerza de la abne-
gación, sabiduría que parece exceso y locura al mundano,
y abnegación que escandaliza al beato y al fariseo.
EL SENTIDO DE LA CUARESMA
CONVERSIÓN E IDENTIDAD
CATECISMO PARA ADULTOS
LAS SECTAS
LOS SACERDOTES QUE TENDREMOS
PRIMERAS COMUNIONES
PRÓLOGO AL "CATECISMO PARA ADULTOS"
1 (41)
EL
SENTIDO
DE
LA
CUARESMA
SI REGRESAMOS a la antigüe-
dad de la vida de la Iglesia,
veríamos que era el tiempo
dedicado a la preparación pascual:
la Pascua era la fiesta del triunfo
del Señor y, su celebración, incluía
la incorporación del cristiano a la
"vida nueva" del divino Resucitado.
Esto se desglosaba en dos senti-
dos: la incorporación de nuevos
cristianos a través del Bautismo, y
el retorno, por medio de la Peni-
tencia, de los que se hubieran ale-
jado de la Iglesia. La liturgia cua-
resmal, y la solicitud entera de la
Iglesia, se dedicaba a preparar a
los neófitos y a disponer para el
perdón y la misericordia a los pe-
cadores y descarriados.
En uno y otro caso se hablaba de
"conversión", y lo era realmente.
Sin un cambio profundo del ser y
de las actitudes en el neófito o en
el penitente, era impensable una
inauguración o una restauración de
la vida de gracia, de la vida "en
Dios".
La riqueza de la liturgia cuares-
mal se comprende mejor teniendo
presentes estas ideas. Pero estas
ideas no sólo nos recuerdan lo que
fue la Cuaresma antigua, sino que
nos señalan la que debe ser para
nosotros. Se trata, esencialmente,
de prepararnos para una sincera
reconcienciación y revalorización
de nuestro Bautismo, al fin y al
cabo el sacramento capital de la
Iglesia. Dada la generalización de
este sacramento administrado a los
niños, carecería de sentido, ahora,
nuestra Cuaresma, si no aplicára-
mos la atención a despertar la con-
ciencia de nuestra incorporación
cristiana anterior y, en su caso, de
restaurarla. Por esta razón se habla,
más que en otros tiempos litúrgicos,
de "penitencia" y de conversión";
pero éstas han de entenderse, siem-
pre, en función del Bautismo que,
si no hay que preparar, sí por lo
menos restaurar o reconcienciar.
No se trata, como dice un emi-
nente liturgista, «de un mero per-
feccionamiento moral, sino de una
profundización en nuestra condi-
ción de bautizados, convertidos a
Cristo e incorporados a su misterio
pascual. La ascesis es a la vez fruto
y medio de esa conversión. Es más
conveniente profundizar en la fe e
ir a la razón de la ascesis, que bus-
car por medio de ella una justifica-
ción de sí mismo».
No se trata de indicar demasiados
medios o prácticas para que ello
nos resulte más fácil, porque basta
con acercarnos, si tenemos ocasión,
a la cotidiana celebración de la
santa Misa y atender a las lecturas
y meditarlas, para inspirar una re-
novación cristiana.
2 (42)
Conversión
e identidad
LA PALABRA "conversión" es otra de estas palabras modernizadas y
corre el riesgo de su deterioro, al igual que tantas otras puestas ―o
repuestas― en circulación según la moda de adornarnos con noveda-
des, o novelerías léxicas. Seria especialmente lamentable que con
ella nos ocurriera lo que, de suceder con otras, podría no pasar de más o
menos chocante. En este punto resultaría fatal que la llegáramos a entender
como otra superposición sugerida por el oportunismo recién llegado, recién
descubierto y recién adoptado.
Muchas cosas son "moda"; muchas palabras entran en la colección
de las más usadas, en un momento dado, por pura inercia, cuando no por
vanidad de estar al corriente de todo lo que parece nuevo, pero que no pasa
de novedoso.
La conversión cristiana es la primera palabra de la fe y encierra la idea
de "cambio" o "mutación". El peligro está, entonces, en que nos lanzáramos
a la realización de este cambio desde lo exterior, para autocontemplarnos
en el espejo de la propia satisfacción, quedando su eficacia en algo que
permanece, en realidad, fuera de nosotros mismos, fuera de nuestro propio
ser, aunque pegado a la apariencia que lo envuelve.
Es peligroso coger y "ponerse" palabras; es peligroso mirarse a si
mismo, desde fuera. No sería conversión, sino composición y contemplación,
auto-contemplación, error pseudo-estético, tontería, huera vanidad, melin-
drez beata o, simplemente, fariseísmo.
La conversión no necesita espejos, no va fuera de sí, sino que profundi-
za, ahonda en sí mismo. La conversión es buscar esa verdad muy cercana,
asépticos a las distracciones y a cualquier falacia vanidosa o cansancio
estéril. La conversión es descubrir ―la palabra también es nueva...― la pro-
pia identidad, lo que somos y debemos afirmar de nuestro ser para Dios.
Y también aquí conviene hilar fino para no llamar conversión a la razón
―la más fácil y cómoda― para justificarnos a nosotros mismos y no tener
que mudar nada, ni renunciar a nada, ni superar nada. La conversión no
es una construcción lógica, silogística, implantada desde la perspectiva más
cómoda, para la quietud, para la pereza, para poder ofrecer y ofrecernos
3 (43)
―¡oh, las auto-sugestiones!― un razonamiento tranquilizador, pero inhibitorio
frente a aquello que podemos hacer, que debemos hacer, que Dios con
de nosotros, porque nos ha dado las fuerzas y la gracia para llevarlo a cabo.
La conversión es "hacernos", completarnos, crearnos y "re-crearnos"
según la imagen de ese llamamiento ―vocación cristiana― que nos ha hecho
Dios, para que los talentos que nos ha dado no se malogren, y fructifiquen
en el bien que le ha de dar gloria y que nos ha de hacer felices. Conversión,
vocación, gloria de Dios, felicidad... se inter-relacionan y encuentran en
todo camino que profundiza en la fidelidad que busca, siempre cerca, lo
que Dios nos pide.
La conversión no es diversión con Dios, no es distracción, no es desvia-
ción, no pérdida ni de tiempo, ni de fuerzas, ni de ilusión. Pero la conversión
pide, relama, necesita de la prestación atenta, diligente, pacifica, pero no
retardada ni perezosa, Amorosa y esperanzada, sencilla, laboriosa; necesita
una serena austeridad, un sentido de dedicación y justicia que se aproxima
lo más posible y siempre a lo que debemos ser y, mientras esta aproxima-
ción orece y se desarrolla, prospera igualmente un olvido de sí mismo,
absorbido en la diligencia por buscar y encontrar a Dios junto al propio ser.
La conversión es ser lo que debemos ser para Dios. No solamente ser
lo que creemos nosotros mismos que somos o debem09 ser, ni lo que oreen
los demás que somos ―¡cuántos errores pensando lo que son o cómo son
los demás; y cuántos errores de los demás pensando cómo somos noso-
tros!―. La conversión es una realización, es esforzarse por ser como debe-
mos. Nadie, nada puede cambiar o mudarse solo. Nosotros necesitamos la
referencia de Dios, dentro. Y decimos "cambiar", "mudar", pero es realmen-
te purificarnos y liberari109 de todo lo que nos cambiaría de cómo debemos
ser, de cómo Dios nos ha hecho y de cómo hemos de desarrollarnos para
él, hasta lograr, o hacia el logro de la propia Identidad. Y hacerlo, preten-
derlo con lealtad, sin engañarnos ni engañar, con absoluta honradez.
San Ambrosio, obispo de Milán, en la Cuaresma
del año 390, al Emperador Teodosio, al exigirle
pública penitencia, por la dureza de la represión
usada en Tesalónica, en un tumulto:
Es ciertamente el poder imperial lo que te im-
pide conocer tu pecado, y tu poder soberano
oscurece tu razón. Sin embargo, debes me-
ditar cuán débil es la naturaleza humana,
y recordar que todos debemos volver al pol-
vo del que procedemos.
4 (44)
REPLANTEAR LA FE EN LA PLENITUD DE LA VIDA:
CATECISMO
PARA ADULTOS
HUBO un tiempo en que, por lo
menos en los domingos, los ni-
ños acudían a hora oportuna y
cómoda para sus padres, a las iglesias
o colegios católicos para que se les
enseñara, de memoria, las primeras
oraciones y también las respuestas
elementales a las cuestiones esenciales
de la doctrina cristiana. Esto ha pasado
o ha quedado enormemente reducido;
en buena parte porque lo memorístico
de esta enseñanza se supone que se
ha impartido en la escuela o bien
―¡ojalá así ocurriera siempre!― se ha
aprendido en casa.
En especial, durante el tiempo cua-
resmal, se veía aumentado el número
de niños asistentes que lo hacían en
vistas a prepararse para recibir la
primera comunión.
Un librito pequeño
Todos los mayores de ahora hemos
tenido esos libritos que no excedían el
formato de octavo, con pocas páginas,
y que llevaban las oraciones, manda-
mientos y preguntas" que debía de
aprender todo "buen cristiano". Nos
podemos dar cuenta de que, en la
actualidad, ese esquema tan reducido,
ya no nos puede servir demasiado;
pero es preciso reconocer la relativa
bondad de aquellos libritos preciosos,
exactos e ingenuos al mismo tiempo.
El error de muchos de los que los
utilizamos tal vez haya consistido en
detenerse en ellos, como si el conocer
a Dios equivaliera a saberse de me-
moria los brevísimos enunciados de
un catecismo infantil, y la bondad
cristiana en llevar fielmente el exa-
men de conciencia y neutralizar, casi
mecánicamente, con repetidas confe-
siones, la reiteración en los pecados".
Al llegar a la edad más consciente de
la juventud o la madurez, la pereza o
la vergüenza para reconciliarse con
Dios y volver a comulgar, sería, tal vez,
obviada mediante unos "ejercicios" o
una "misión" que estimulara al pe-
cador a reemprender la marcha con
Dios. En no pocas ocasiones, la prime-
5 (45)
ra comunión de un hijo sugería una
vuelta a los sacramentos por parte de
sus padres, que habían dejado de reci-
birlos desde años.
Pero ser sencillamente cristianos re-
quiere algo más que vivir de la renta de
unos conocimientos adquiridos en la
infancia; algo más que haber heredado
una costumbre, interrumpida y repara-
da varias veces. La fe necesita ser culti-
vada, sin que ello deba suponer la
necesidad de estudiar teología, pero
sí, por lo menos, el tener que ir ade-
cuando progresivamente la propia
reflexión, de acuerdo con todo el desa-
rrollo de la conciencia y de la inteli-
gencia, sin olvidar la relación de la
vida de cada uno con el resto que nos
en vuelve: la marcha del mundo, nues-
tra relación con todos los hombres.
Biblia y Catecismo
El cristiano cultiva su fe acudiendo
a la Biblia y al Catecismo, ese resumen
ordenado de la doctrina cristiana, que,
por una parte, se desprende de la:
Sagradas Escrituras y, por otra, ayuda
a entenderlas mejor, cuando la Palabra
de Dios se medita sin aislarla de la
cotidiana vivencia humana.
Apenas se introduce la costumbre
de dar por supuesto que estamos ya
completamente enterados, o "forma-
dos" (como algunos dicen) cristiana-
mente, nos situamos en el riesgo de
anclarnos en la paralización y acha-
tamiento de la vida de fe. Deficiencia
que será suplida por esporádicas emo-
ciones, que llevará con facilidad a la
indiferencia, o que puede favorecer
auténticas desviaciones y fanatismos
religiosos, que nada o muy poco ten-
drían que ver con la fe verdadera.
La fe es para ser vivida; pero en
nuestra vida la inteligencia, la com-
prensión, la propia conciencia, tienen
un influjo decisivo. Sin este supuesto
reducimos a sentimentalismo y emo-
tividad, a capricho o sectarismo, cual-
quier arranque para pretender llegar
a Dios. Importa la vida, pero la vida
consciente.
La fe comienza siempre siendo una
gracia; pero la dilatación, la proyec-
ción en la vida, la conciencia de esta
vida de fe, necesita del cultivo refle-
xivo de las verdades que contiene. Y
esto nos lo ha de dar un Catecismo.
Por un Catecismo permanente
Pensamos que el Catecismo es para
los niños. Y no habría inconveniente
en aceptarlo si no concluyéramos que
solamente es para ellos. Todavía más
que para ellos, el Catecismo cristiano
es para los adultos, para los que tene-
mos alguna idea de lo que es y a lo
que compromete, o puede comprome-
ter, el afirmar que tenemos fe.
La idea de un Catecismo para adul-
tos no es una consecuencia del último
Concilio, el Vaticano II. Respondiendo
a las condiciones culturales de su
tiempo, el Concilio de Trento produjo
la iniciativa del Catecismo Católico
de san Pío V, que era para adultos.
Recientemente, todavía antes del Va-
ticano II, se ha manifestado la tenden-
6 (46)
cia a procurar una formación a los
niños, pero a partir de los adultos que
en ellos influyen mayormente, como
son los padres y los maestros. Se hizo
en Alemania posbélica con notable
fruto, y en la empresa colaboraron,
muy singularmente, los oratorianos
de München, por encargo del episco-
pado alemán. Pero el esfuerzo más
relevante, en este sentido se debe al
episcopado holandés, como consecuen-
cia del Concilio Vaticano II, o más
exactamente, como un resultado para-
lelo: es el famoso CATECISMO PARA
ADULTOS, vulgar y mundialmente co-
nocido como el Catecismo Holandés.
El ejemplo de Holanda
El Catecismo Holandés no va dirigi-
do a los niños directamente. Es decir,
piensa también en ellos, pero de modo
que sean los mayores que, auxiliados
por la lectura y reflexión sobre su
texto, luego puedan acomodar y trans-
mitir, también a los niños, lo que es
producto de su previa asimilación.
No dudamos en recomendar este
Catecismo a las personas mayores,
seguros de que en él encontrarán, con
un estilo harto diferente de los cate-
cismos de antaño, una exposición del
mensaje cristiano ofrecido en una am-
plia perspectiva. No se trata de un
manual de teología para seglares, ni
de una lista metódica de preguntas y
respuestas, sino que podría resumirse
diciendo que parte del hombre que
busca su felicidad; felicidad que se
encuentra en Jesucristo y en su "buena
nueva"; se trata de una alegría, de un
gozo, cuyo camino es el del amor. Se
ve en la "historia sagrada" que no se
ciñe a la antigüedad precristiana, ni
acaba con Cristo, sino que sigue con
nosotros: es la peregrinación de la
humanidad hacia Dios, En el centro
la persona de Cristo y su mensaje.
Desarrollo, desde Cristo, en la Iglesia,
hasta hacer que el Señor lo sea todo
en todos.
El Catecismo fue compuesto por
encargo del Episcopado de Holanda, a
partir de 1960, por un equipo de teólo-
gos, exegetas, y pedagogos; pero tam-
bién se consultó a padres y madres,
a sacerdotes expertos en pastoral y
apostolado, a multitud de profesiona-
les. La última redacción correspondió
a un autor único, que, de todas formas,
tuvo siempre a su lado, en estrecha
colaboración, a una selección de ex-
pertos consejeros e inspiradores, y el
texto fue revisado varias veces por
grupos de estudio y diálogo.
El estilo, la forma, es nueva. La
verdad es la de siempre. Pero es sola-
mente la forma inusitada que despertó
algunas sorpresas, especialmente en
espíritus conservadores y, por lo co-
mún, alejados de las tareas apostólicas
y de la inmediatez de la vida del hom-
bre contemporáneo. En la actualidad
todo recelo ha sido superado porque
se ha visto ―por lo demás, como en
toda obra― que no se debe juzgar
ningún aspecto o matiz aislado de su
contenido, sin abarcar el conjunto.
Como decía, con mucha razón, el
comentarista de una revista católica
alemana (W. Bless, en "Verbum" 33,
1966), «el Catecismo no ahoga nada
―en cuyo caso no desempeñaría fun-
7 (47)
ción gana en la actual evolución―,
sino que trata de reflejar la apertura
del moderno pensamiento cristiano
con una gran confianza en el futuro.
La nueva imagen del hombre y del
mundo ofrece oportunidades comple-
tamente nuevas para la predicación
del mensaje de Jesucristo al mundo».
¿Crisis de qué?
Se habla mucho de crisis. Crisis
quiere decir "cambio" y vemos que,
en verdad, todo está sujeto a la ley de
la evolución, y de ella no van a sus-
traerse las mismas modalidades de la
Iglesia. Se asustan solamente los que
tienen una concepción fosilizada o es-
tática de la existencia o de alguno de
sus aspectos. Pero si la palabra "crisis"
puede tener algún sentido peligroso
para los fieles cristianos, no es el que
se refiere a su propia vida de fe per-
sonal el menos importante. Porque ha
pasado el tiempo en que se pueda uno
creer que es y seguir llamándose
"cristiano" con el solo bagaje de unas
elementales, mínimas y provisionales
nociones infantiles (luego no comple-
tadas) sobre Dios, Iglesia y vida cris-
tiana. La fe necesita un mínimo de
ilustración, si hemos de vivirla en un
mundo que también evoluciona y pro-
gresa. No se es cristiano sólo porque
"se aguante una Misa cada domingo,
o porque se hizo la primera comunión,
o porque alguno que otro año se co-
mulgue por Pascua... La fe no es una
vaguedad sentimental que nos cura de
males y nos protege de miedos. La fe
es para la vida; ha de ser consciente y
ha de desarrollarse y es preciso apli-
car a ella, por lo menos, la misma
diligencia que dedicaríamos a otra
cosa que de veras nos interesara. Si
no, no es fe, por más que siguiéramos
llamándonos "cristianos".
«Actualmente se asiste un poco en todo el mundo a la
pululación de sectas diversas y extrañas. Su capaci-
dad de convocatoria es para nosotros un grave de-
safío, ya que nos invita a que seamos capaces de
ofrecer a los hombres, en especial a los jóvenes, que
tienen sed de idealismo, la imagen de un cristianismo
vivido según toda su lógica y el calor de una fe au-
téntica. Las advertencias son necesarias, pero sólo
la puesta en práctica de nuestra fe será el signo
válido de su trascendencia».
Card. Suenens,
Primado de Bélgica.
8 (48)
Las
sectas
EN GENERAL, se puede decir de las sectas que
una de sus características más chocantes es
que interpretan muy literalmente la Biblia,
y sólo prestan atención a uno u otro aspecto de su
mensaje. Suelen reclutar sus adeptos principalmente
entre las gentes sencillas.
Su existencia es un reto a la Iglesia, que ésta no
puede despreciar a la ligera. La gente busca a me-
nudo en las sectas lo que echa de menos en las co-
munidades eclesiales: una vida comunitaria a esca-
la local, cooperación en la vida del culto, fuerte
entusiasmo, espíritu de sacrificio. Alguna vez se ha
dicho que las sectas son las cuentas sin pagar que
se presentan a las comunidades eclesiales. Se trata
de hombres a quienes irrita la rutina y estrechez
de miras que aparecen en la Iglesia de todos los
siglos. Los fundadores de las sectas buscan la solu-
ción en un profundo separacionismo. Pero, ¿es éste
el camino fecundo y vivificador? Para responder
eventualmente dirijamos nuestra atención sobre las
comunidades religiosas y a otros grupos que profe-
san los consejos evangélicos. Allí se hace el ensayo
de vivir en pie de igualdad delante de Dios. Como no
se da el matrimonio, nadie es miembro de la comu-
nidad por nacimiento ni por derecho consuetudina-
rio, sino únicamente por conversión y vocación.
Las comunidades religiosas, cada una con su
espiritualidad, son una respuesta para quienes de-
sean vivir el mensaje del Señor con renovada fres-
cura e intensidad en pequeños grupos. En ellas
encontrará oportunidad y forma la entrega total a
Dios y a los hombres.
¡Ojalá, inspiradas por el diario vivir de todos
los creyentes, se renueven constantemente, para
conservar su antigua juventud! Entonces serán leva-
dura de Dios en la Iglesia, un llamamiento a todos a
vivir, en forma moderna, el fervor y la alegría de la
Iglesia madre de Jerusalén.
(Catecismo Holandés,
ed. castellana, p. 313)
9 (49)
Tendremos los sacerdotes que queramos
¿Sacerdotes que la Iglesia nos ha de dar,
o que nosotros le hemos de ofrecer?
HEMOS tenido, y tenemos, los sa-
cerdotes que hemos querido.
Tendremos, en adelante, los
que queramos, los que merezcamos,
los que nosotros TALOA 104 prepa-
remos.
Pero no es fácil prepararse un sa-
cerdote.
Disminuirá, cada vez más, lo que
pudiera quedar de idea parecida a
cierta "burocracia del espíritu" o del
sacerdote considerado como "emplea-
do del culto" o del sacerdote simple
consolador de abandonados o desahu-
ciados, o policía y juez de la moral.
No es que se trate de corregir posi-
cione erróneas, sino, más bien, de
desarrollar contenidos evangélicos y
de la mejor tradición cristiana. No
hemos podido deshacernos, todavía,
del legado profano con el que el Cris-
tianismo ha tropezado al introducirse
en las culturas históricas. Damos por
supuesto como definitivo lo que, en
muchos casos, es solamente provisio-
nal; por realizado y logrado, lo que
está todavía en proyecto o solamente
iniciado. Por eso necesitaremos sa-
cerdotes, no que sean más transigentes,
ni más indulgentes, mi más modernos,
ni más antiguos; sino más realistas
precisamente a fuer de espirituales.
La estructura de la oficialidad ecle-
siástica, que no ha sido la Iglesia en
imponer, sino las políticas en construir
y dominar, será simplificada: habrá
menos normas y más sólidos princi-
pios; más espíritu, más generosidad, y
menos casuística; más conversión de
corazón y menos convencionalismos
exteriores.
10 (50)
Pero todo esto es difícil. No puede
quedarse en simples palabras. Exigirá
en los ministros de la Iglesia más sen-
cillez, pero más entrega y diligencia
en la reflexión de la verdad cristiana,
en el estudio de la palabra de Dios,
en el conocimiento clarividente de la
marcha del mundo, en el modo de ser
y en lo que necesita para su vida de
fe el hombre de hoy. No será posible
entretener con beaterías a nadie, ni
sugestionar con ritos, ni detener con
excomuniones.
Si alguien dice que ahora faltan sa-
cerdotes, se equivoca seguramente:
faltan, si acaso, ambientes cristianos,
familias, grupos, que los susciten, que
los produzcan, que los ofrezcan a la
Iglesia. El Cristianismo no ofrece re-
fugio para huir del mundo, para sal-
varse del mundo, o para consolarse
de los desastres del mundo; sino, por
el contrario, ha de incitar a la tarea
de liberar a este mundo de todo lo
que nos parece despreciable e injusto,
y ha de santificar y reconducir a Dios
todo lo positivo, todo progreso, todo
descubrimiento de esta hora verdade-
ramente acelerada que nos toca vivir.
Todo esto no es fácil; pero es nece-
sario, es hermoso y hay que hacerlo.
Hay que hacerlo desde la Iglesia, con
la Iglesia, como Iglesia, y la Iglesia
somos todos. Nos hacen falta hombres,
buenos, inteligentes, trabajadores, per-
severantes, alegres y austeros al mis-
mo tiempo; hombres equilibrados en
su inteligencia y en sus sentimientos,
que no será indispensable que sean
sabios, pero sí buenos estudiosos y
conocedores de la historia del hombre
que quieren ayudar a ser cristiano y
de la historia de Dios en busca del
hombre.
Una vocación al sacerdocio, para
esta hora, ya no puede ser el simple
niño piadoso a quien se ofrece el
porvenir de una promoción que, con
una profesión cualquiera, no podría
alcanzar; no puede ser el "san Luis"
mimado, místico pescador de alaban-
11 (51)
zas y recogedor de regalos, con lo
que no sabemos si se le hace más
llevadera la abnegación de su "en-
trega a Dios" o si ésta le resulta
un negocio o, por lo menos, una
solución, en vez de "vocación". No
puede ser sacerdote el que "no sirve
para otra cosa", el que sería un
fracasado en otro lugar; no puede
ser sacerdote un hombre residual,
sino un hombre cabal. Y este hom-
bre lo hemos de hacer entre todos,
y lo hemos de ofrecer los cristia-
nos. El hombre sacerdote sale de
las familias: ni en los seminarios,
ni en los conventos pueden suplir
lo que ellas deben darle, hacerle y
enseñarle. Lo mejor lo ha de haber
aprendido antes de estudiar teolo-
gía, o de profesar cualquier modo
especial de entrega a Dios.
De vez en cuando puede produ-
cirse el semi-milagro de la auto-
educación, de reaccionar uno mis-
mo y rehacerse como persona y
como cristiano; pero esto exige un
grado de personalidad que no es
demasiado común, aunque por in-
dulgencia se suponga más a menu-
do de lo que ocurra.
Cuando deseamos, cuando que-
remos y esperamos más sacerdotes
y más personas (hombres y muje-
res) entregadas verdaderamente a
Dios en la Iglesia, para el servicio
apostólico de la comunidad de los
hijos de Dios, es a las familias, a
los padres especialmente a los que
hay que dirigir el reclamo. En los
hogares donde exista verdadero
amor, y verdadera ternura, pero
sin mimos ni consentimientos que
atonten a los hijos, donde se enseñe
la abnegación y el gozo por hacer
el bien a los demás; donde jamás
se hable de porvenir medible en
honores, comodidades o dinero, sino
en la felicidad en el hacer el bien;
donde la idea de Dios no sea refu-
gio de penas ni instrumento de
miedos, sino fe y amor universaliza-
dor y entusiasmo para la vida, no
faltarán vocaciones, buenas voca-
ciones a la Iglesia. No hará falta
hacer propaganda, ni pedir, ni in-
sistir, ni probar aventuradamente,
sobre dudosas aptitudes de supues-
tas vocaciones, sino que éstas se
manifestarán suficientes y oportu-
nas, para la constante renovación
de la Iglesia, y para el bien del
mundo de hoy.
Tendremos vocaciones evangéli-
cas si las queremos, si las produci-
mos, si las merecemos.
De acuerdo que hay que refor-
mar aspectos accidentales, modos y
maneras que les afectan. Pero esto
es secundario: no es el continente,
sino el contenido. Y el contenido
es el hombre. «Dadme ―decía san
Felipe Neri― diez hombres des-
prendidos y os prometo que cam-
bio el mundo».
Cuaresma: tiempo de renovación cristiana
12 (52)
Hora de preparar las
PRIMERAS
COMUNIONES
¿Quién?
¿Cuándo? ¿Cómo?
QUIEREN ser éstas, unas refle-
xiones para familias cristianas,
el caso de los niños cuyos pa-
dres carecen de fe, o viven en la prác-
tica prescindiendo de ella, ofrece una
problemática que no abordamos: más
que en los restantes supuestos habría
que referirse aquí, a la "personalidad
cristiana" del niño que se va a acercar
a comulgar. En ningún caso la Euca-
ristía es para seres incapaces de cono-
cer y amar a Dios; pero en el caso del
niño de padres indiferentes, agnósti-
cos, amorales o simplemente incrédu-
los, esta capacidad ha de incluir la
aptitud y la conciencia personal de
tener que superar el contrasentido
cristiano del ambiente en el que nece-
sariamente se mueve el niño.
Lo que es
esencial
Afectada la práctica de la celebra-
ción de la primera comunión de los
niños, por el tinte sociológico profani-
zador de lo sacramental, en una gran
cantidad de casos ha degenerado, aun-
que sin mala intención, en la triviali-
zación de una simple "fiesta" familiar,
o "costumbre" social, quedando muy
relegado lo que en el acontecimiento
debería ser tenido y tratado como
esencial: el encuentro eucarístico del
fiel, llegado ya al uso de razón, con
Jesucristo.
La preparación,
¿a quién corresponde?
No solamente la iniciativa corres-
ponde, en primer lugar, a los padres
o a los responsables directos del niño,
sino también a ellos incumbe el deber
de prepararlo para comulgar. La reali-
dad puede evidenciarnos que, en gran
cantidad de casos ―¿...en la mayoría
de ellos?― no haya sido la familia la
que haya asumido esa noble y santa
tarea, de modo directo. Alegando falta
de tiempo o de conocimientos y apti-
tud ―lo cual ya delata la ambigüedad
cristiana del ambiente donde esto es
alegable― dejan a otros que les suplan
en la instrucción catequética y en la
preparación espiritual del niño. Los
substitutos por no decir los "responsa-
bles", (nos dirían muchos padres que
creen opinar muy cristianamente al
afirmarlo) son el sacerdote y la escuela.
13 (53)
TRIDUO PASCUAL
JUEVES SANTO
Tarde, a las 8, MISA DE LA
CENA DEL SEÑOR. - Podrá
visitarse el Santísimo Sacra-
mento sólo hasta la media-
noche de este día.
VIERNES SANTO
Mañana, a las 8, VIA-CRU-
CIS por el Parque.
Tarde, 8, CELEBRACIÓN DE
LA PASIÓN DEL SEÑOR.
VIGILIA PASCUAL
A las 11 de la noche del sába-
do. La celebración pascual
se completa participando en
la liturgia del DOMINGO.
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No negaremos que la preparación
para introducir a los niños en la par-
ticipación eucarística, es una tarea de
colaboración eclesial, y así no pode-
mos excluir el papel del sacerdote ni
la aportación de la escuela católica;
pero éstos resultan inútiles, o de efica-
cia fugaz y sólo aparente cuando los
padres se desentienden de su principal
y primaria responsabilidad. Cuando
los padres o responsables de los niños
no sean capaces de prepararles para
comulgar, mejor que dedicar largas
catequesis a la preparación inmediata
de los niños, con vendría llamar a los
padres y adoctrinarles para que ellos
mismos transmitan la preparación a
sus hijos. Es más: desde mucho antes
de la preparación inmediata de los
niños a la participación eucarística, de-
ben los padres prepararles, con la trans-
misión adecuada del contenido de la
fe y con el ejemplo de sus vidas que
la confirman. Todo lo cual no pueden
suplir ni el sacerdote más celoso en su
apostolado, ni el maestro más diligente
en la explicación del catecismo.
Imaginar que la Iglesia crece porque
le añadimos nuevas generaciones de
cristianos infantiles, cuyos padres "no
han tenido tiempo" de hablarles ape-
nas de Dios, o en cuyas vidas Dios
queda como algo suplementario y
relegado a "especialistas", es mucha
fantasía. El, digamos, cristianismo de
estos niños, su ir a misa y comulgar,
acabará más tarde en aburrimiento de
algo que no comprenden ni pueden
comprender porque sus padres son
los primeros que no lo viven ni real-
mente les interesa. El sentimentalismo
facilón, la piedad de cuento de hadas
con ángeles, muy pronto se desmoro-
nará, o quedará en la vaguedad de una
fe diluida, guardada para curar miedos
en casos extremos, o ni siquiera eso.
Más y antes que catequesis para
niños que han de hacer la primera
comunión, lo que con vendría real y
objetivamente, es una verdadera cate-
quesis para padres que quieran ser
cristianos y estar en condición de
preparar a sus propios hijos cuando
llegue la hora de acercarse, con ellos,
así que sean capaces, a recibir al Se-
ñor. No hacen falta demasiados cate-
cismos para niños; pero sí hacen falta
catecismos de adultos. Un padre y
una madre que saben bien una cosa
―del orden que sea― saben mejor
que nadie, también, transmitirla a sus
hijos.
La catequesis que un padre precisa
para preparar a su hijo a comulgar, no
la puede improvisar quince días antes
de llevarlo al altar. Dios es importante;
el que no lo entienda así es que tam-
poco sabe quién es Dios.
¿Cuándo debe
iniciarse?
Dicen de una madre que esperaba
dar a luz a su primer hijo, que fue a
ver a un filósofo para que le dijera a qué
edad del hijo que esperaba debería
iniciar su educación, para cumplir co-
rrectamente con su deber de madre,
y que el filósofo le respondió: «Ya ha
hecho tarde».
Un hijo de padres cristianos es para
los padres y es para Dios. Lo cual es
algo que los padres no deben olvidar
en ningún momento sin que, por ello,
se quiera significar que han de atibo-
rrar a sermones, ni cansar con pietis-
mos al pobre niño que Dios les ha
confiado para que le lleven a su amor,
con delicadeza, pero sin melindres ni
dulzonerías que nada tienen que ver
con la auténtica piedad cristiana. Evi-
dente que se han de respetar las leyes
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naturales, del desarrollo corporal e
intelectual, del aflorar sereno de la
comprensión y el sentimiento, del re-
conocimiento del bien y de la necesi-
dad de hacerlo y de dedicar a él toda
nuestra actividad, según la variada
riqueza de matices que la vida ofrece.
Con sencillez, con sinceridad, con ale-
gría, con constancia.
La vida cristiana de la Gracia, a cuya
responsabilidad accede la conciencia
en desarrollo del niño, no suplanta ni
prescinde de la ley de la naturaleza,
que también es obra de Dios. Y los
padres han de tener en cuenta ambas
cosas a la vez.
La preocupación por disponer al
comulgante de modo que hubiera re-
cibido una catequesis más completa,
sugería que se aplazara el momento
de recibir la Eucaristía, hasta haber
progresado la edad de la infancia cons-
ciente. Pero fue el papa san Pío X
quien juzgó que esto era un retraso
que perjudicaba al niño; lo cual tam-
poco quiere decir que hay que antici-
par la comunión hasta antes de que
quien recibe al Señor sea capaz de
tener conciencia del acto que realiza.
Pero este momento ni ha de ser de-
morado, ni anticipado por razones
que no sean las del beneficio espiri-
tual del mismo sujeto, el niño. La edad
de los siete años es solamente un dato
de aproximación, que no hay que to-
mar como referencia exacta. Además,
por lo que venimos diciendo, tal vez
habría que añadir a él consideracio-
nes relativas a la "edad cristiana" de
los padres... tan importante como la
natural y racional del niño, por lo
menos.
Con frecuencia se dispone la cele-
bración de las primeras comuniones
atendiendo a razones económicas o
cediendo a presiones sociales, dados
VIERNES
SANTO
VIA-CRUCIS
a las 8 de la mañana
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los condicionamientos que la falta de
sinceridad o el boato que, en determi-
nados ambientes, se añade a la "fiesta"
de la primera comunión. A veces, lo
menos importante para todos los res-
ponsables familiares del niño, es pre-
cisamente la comunión de éste: todo
se esfuma, se pierde, se olvida o se re-
lega, y prima el banquete, la fiesta con
payasos, los regalos que distraen y
mil otras excitaciones más, del todo
impertinentes. La falta de autenticidad
cristiana no se sorprende de tales con-
tradicciones. No nos extrañe si luego,
a falta de una verdadera conversión,
el comulgante no tarde en olvidarse
de Dios o incluso que proclame que
"ha perdido la fe" (que, tal vez, nunca
tuyo...).
¿Cómo hay que preparar
a los niños?
Cometemos el frecuente error de
suponer, alternativamente, menos y
más capacidad de la real en aquellos
que tenemos más cerca. Hemos de
procurar una aproximación acertada,
sin forzar por un lado la comprensión
del niño, ni dejar de reconocerle, por
otro, su real capacidad, a medida que
se va manifestando. Un niño no es
una muñeca que habla, sino una per-
sona insinuándose.
El Cristianismo en el que le hemos
bautizado y para el que, por consi-
guiente, los padres le preparan, no es
un modo de vivir, ni una costumbre,
ni un conjunto de prácticas que hay
aprender previo entrenamiento, sino
una verdadera vida. Hay que deste-
rrar de la formación cristiana del niño
lo que tiene aire de imposición, lo que
él no puede comprender; no hemos
de querer que soporte ritos que no
Conferencias
Cuaresmales
para
hombres
Días: del 12
al 14 de abril
(lunes,
martes y
miércoles),
a las 8,30 de
la tarde,
entiende, ni adquiera "costumbres"
por inercia inconsciente, ni adhesio-
nes pasivas; sino que habrá que ir ra-
zonándole y conduciéndole, con la
palabra y con el ejemplo, en el trato
con Dios, especialmente en casa. Lle-
var los niños a Misa, cuando no han
de participar a ella (cuando no han de
comulgar), cuando han de soportar un
rito incomprensible, es antipedagógico
y un error como disposición para su
primer abrazo con el Señor en la Eu-
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caristía. A lo más que puede llegar,
asistiendo pasivamente a la celebra-
ción eucarística, y ver a otros del
mismo modo, será que aquello es una
Misa de cumplimiento" (es decir, de
"cumplo" y "miento").
No tratamos de establecer fórmulas
demasiado concretas de la manera
cómo ha de celebrarse una primera
comunión; pero, desde luego, hay que
purificar este acontecimiento de la
multitud, casi carnavalesca, en ocasio-
nes, o por lo menos mundana y de
fiesta social, en muchas otras, con que
se celebra en repetidas circunstancias.
Tan críticos como a veces se muestran
algunos respecto de los estilos ecle-
siásticos, es de lamentar que, en este
sentido, los críticos no se muestren
más exigentes en los desvíos que,
ciertamente al margen de la mayoría
de los sacerdotes, por lo menos, toda-
vía prevalecen en tantas familias que
se tienen por cristianas, siquiera en
"ese gran día" de la primera comunión
de sus hijos.
Justo que sea un acontecimiento, sin
que pierda la debida sencillez. Pero
es indispensable volver a una simpli-
cidad más de acorde, no sólo con el
verdadero sentido cristiano de lo que
en ella se celebra, sino con la capaci-
dad de comprensión del niño, ya que,
si la tiene menos aguda que los mayo-
res, precisamente por ello no debemos
ponerle en trance de que, en tal
circunstancia, lo verdaderamente im-
portante quede relegado en segundo
término, mientras que lo esencial, por
vanidad, por distracciones, por atur-
dimiento, por mundanidad... quede
total, o casi totalmente olvidado. Y
acabe todo como riada torrencial,
familiar, emotiva, festera, pero sin
huella cristiana ni sacramental.
Ante las primeras comuniones, y
desde mucho antes de ellas: ¡catecis-
mo para adultos!
¡BURGUESES!
Mientras China explota, mientras Rusia busca
desesperadamente el misterio del universo, mientras
Vroman, como biólogo, lucha por el misterio de la
vida con pasión y con belleza, mientras Teilhard
tiene una visión del universo que hace pensar en la
visión que tiene Dios de la creación, ¡nosotros vela-
mos cuidadosamente nuestros bienes, con nuestro
avaro espíritu de libretas de ahorro!
Y ser cristiano es la gran aventura.
Para la gran mayoría, el cristianismo significa
seguridad, resguardo, evitar riesgos, y utilizar, con
todo egoísmo, a Dios como una coartada, como una
excusa de todo lo burgués, de la falta de amor, como
un pretexto que encubra la mezquindad de espíritu.
P. Van Der Meer
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Sobre
la utilización
del "CATECISMO
PARA ADULTOS"
Palabras introductorias a la edición original del llamado Catecismo
holandés, que pueden darnos una idea de su método y estructura, del
modo de manejarlo, del estilo empleado, de los destinatarios en quie-
nes se piensa, y del propósito que lo anima.
EL SERVICIO que puede prestar este
Catecismo consiste en exponer el
mensaje cristiano en una perspecti-
va amplia. Pero también intenta dar
respuesta a muchas cuestiones especiales.
Por esto se aspira a hacer de cada sección
un todo completo en si misino. En este
aspecto, el presente Catecismo, no es
propiamente un único libro, sino una
colección de opúsculos, de extensión
entre tres y treinta páginas. Informa
sobre cuestiones que exigen una respues-
ta. Se puede empezar la lectura, como
más guste, por cualquier parte.
La línea estructural de la obra es his-
tórica.
Para facilitar su consulta, hay tres
instrumentos: primeramente el índice
general al comienzo del libro: luego, un
índice alfabético al final, y, finalmente,
las cifras marginales que remiten a las
páginas en que se trata también el tema
correspondiente, a menudo con mayor
extensión o desde otros presupuestos.
El que quiera encontrar el mensaje de
la fe más resumido aún que en este Cate-
cismo, debe acudir primero a los doce
artículos del Símbolo Apostólico, y al
Credo algo más extenso de la santa Misa,
que son los símbolos primigenios de la fe
de la Iglesia. También el índice de mate-
rias que sigue, da una breve síntesis, si se
van siguiendo los títulos de los capítulos.
El lugar que este libro espera ocupar
en la biblioteca es el lugar inmediato a
la Biblia, pues el Catecismo se propone
llevar una y otra vez al creyente a la
fuente perenne de la palabra de Dios.
En la elección de los temas tratados,
ha servido de norma lo que puede ser
objeto de reflexión para un creyente
culto. Por lo que hace a las expresiones,
se ha renunciado lo más posible a toda
erudición; el fiel que piensa seriamente
no debe hallar obstáculos innecesarios.
Para terminar, un ruego a católicos y
y no católicos. Cada palabra que profiere
un hombre, puede dar lugar a falsas
interpretaciones: un libro con tantas pa-
labras se prestará a muchas de estas
interpretaciones erróneas. Trátese, pues,
de entender siempre lo escrito según el
espíritu de toda la buena nueva. El que
lea una página, atienda también a las
páginas que anteceden y a las que siguen.
A veces se explica y explana allí lo que
en una página se echó de menos. En un
libro que no trata de ofrecer una expo-
sición al dedillo, sino de aproximarse a
lo inefable, no se debe desgajar una frase
del conjunto.
El centro de esta predicación está en el
mensaje de Pascua. Si de este libro se qui-
tara la resurrección de Jesús, ninguna de
sus páginas conservaría el menor valor.
La fe inconmovible en el mensaje de
Jesús y el mandato divino de exponer el
misterio inefable de Dios en el lenguaje de
nuestro tiempo, son los dos elementos que
han configurado el presente Catecismo. I
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OTRA COSA.
Nos parece que la presente crisis del mundo,
caracterizada por un gran desconcierto de
muchos jóvenes, denuncia, por una parte, un
aspecto senil, definitivamente anacrónico, de
una civilización mercantil, hedonista, mate-
rialista, que intenta todavía ofrecerse como
portadora del futuro. Contra esta ilusión,
la reacción instintiva de numerosos jóvenes
reviste, dentro de sus mismos excesos, una
significativa importancia. Esta generación
está esperando otra cosa».
PABLO VI
LAUS
Director: Ramón Mas Casanelles - Edita e imprime: Congregación del Oratorio
Placeta de S. Felipe Neri, 1 - Apartado 19 - Albacete - D. L AR Y - 21. 3. 76.
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