Publicación
mensual del Oratorio. |
Núm. 139. MARZO. Año 1976. |
SUMARIO |
NI HEMOS de esperar
milagros que nos releven de |
nuestro cotidiano esfuerzo
por el reino de Dios, ni |
encanto de sabidurías que
extasíen la inteligencia |
y complazcan la fantasía.
Milagros pide el faná- |
tico; ideas el descreído.
Los cristianos, en cambio, sólo |
tenemos a Cristo
crucificado: ese fracasado glorioso, que |
nos ofrece la sabiduría de
la fe y la fuerza de la abne- |
gación, sabiduría que
parece exceso y locura al mundano, |
y abnegación que
escandaliza al beato y al fariseo. |
EL SENTIDO DE LA CUARESMA |
CONVERSIÓN E IDENTIDAD |
CATECISMO PARA ADULTOS |
LAS SECTAS |
LOS SACERDOTES QUE
TENDREMOS |
PRIMERAS COMUNIONES |
PRÓLOGO AL "CATECISMO
PARA ADULTOS" |
1 (41) |
EL |
SENTIDO |
DE |
LA |
CUARESMA |
SI REGRESAMOS a la
antigüe- |
dad de la vida de la
Iglesia, |
veríamos que era el tiempo |
dedicado a la preparación
pascual: |
la Pascua era la fiesta
del triunfo |
del Señor y, su
celebración, incluía |
la incorporación del
cristiano a la |
"vida nueva" del
divino Resucitado. |
Esto se desglosaba en dos
senti- |
dos: la incorporación de
nuevos |
cristianos a través del
Bautismo, y |
el retorno, por medio de
la Peni- |
tencia, de los que se
hubieran ale- |
jado de la Iglesia. La
liturgia cua- |
resmal, y la solicitud
entera de la |
Iglesia, se dedicaba a
preparar a |
los neófitos y a disponer
para el |
perdón y la misericordia a
los pe- |
cadores y descarriados. |
En uno y otro caso se
hablaba de |
"conversión", y
lo era realmente. |
Sin un cambio profundo del
ser y |
de las actitudes en el
neófito o en |
el penitente, era
impensable una |
inauguración o una
restauración de |
la vida de gracia, de la
vida "en |
Dios". |
La riqueza de la liturgia
cuares- |
mal se comprende mejor
teniendo |
presentes estas ideas.
Pero estas |
ideas no sólo nos
recuerdan lo que |
fue la Cuaresma antigua,
sino que |
nos señalan la que debe
ser para |
nosotros. Se trata,
esencialmente, |
de prepararnos para una
sincera |
reconcienciación y
revalorización |
de nuestro Bautismo, al
fin y al |
cabo el sacramento capital
de la |
Iglesia. Dada la
generalización de |
este sacramento
administrado a los |
niños, carecería de
sentido, ahora, |
nuestra Cuaresma, si no
aplicára- |
mos la atención a
despertar la con- |
ciencia de nuestra
incorporación |
cristiana anterior y, en
su caso, de |
restaurarla. Por esta
razón se habla, |
más que en otros tiempos
litúrgicos, |
de "penitencia"
y de conversión"; |
pero éstas han de
entenderse, siem- |
pre, en función del
Bautismo que, |
si no hay que preparar, sí
por lo |
menos restaurar o
reconcienciar. |
No se trata, como dice un
emi- |
nente liturgista, «de un
mero per- |
feccionamiento moral, sino
de una |
profundización en nuestra
condi- |
ción de bautizados,
convertidos a |
Cristo e incorporados a su
misterio |
pascual. La ascesis es a
la vez fruto |
y medio de esa conversión.
Es más |
conveniente profundizar en
la fe e |
ir a la razón de la
ascesis, que bus- |
car por medio de ella una
justifica- |
ción de sí mismo». |
No se trata de indicar
demasiados |
medios o prácticas para
que ello |
nos resulte más fácil,
porque basta |
con acercarnos, si tenemos
ocasión, |
a la cotidiana celebración
de la |
santa Misa y atender a las
lecturas |
y meditarlas, para
inspirar una re- |
novación cristiana. |
2 (42) |
Conversión |
e identidad |
LA PALABRA
"conversión" es otra de estas palabras modernizadas y |
corre el riesgo de su
deterioro, al igual que tantas otras puestas ―o |
repuestas― en
circulación según la moda de adornarnos con noveda- |
des, o novelerías léxicas.
Seria especialmente lamentable que con |
ella nos ocurriera lo que,
de suceder con otras, podría no pasar de más o |
menos chocante. En este
punto resultaría fatal que la llegáramos a entender |
como otra superposición
sugerida por el oportunismo recién llegado, recién |
descubierto y recién
adoptado. |
Muchas cosas son
"moda"; muchas palabras entran en la colección |
de las más usadas, en un
momento dado, por pura inercia, cuando no por |
vanidad de estar al
corriente de todo lo que parece nuevo, pero que no pasa |
de novedoso. |
La conversión cristiana es
la primera palabra de la fe y encierra la idea |
de "cambio" o
"mutación". El peligro está, entonces, en que nos lanzáramos |
a la realización de este
cambio desde lo exterior, para autocontemplarnos |
en el espejo de la propia
satisfacción, quedando su eficacia en algo que |
permanece, en realidad,
fuera de nosotros mismos, fuera de nuestro propio |
ser, aunque pegado a la
apariencia que lo envuelve. |
Es peligroso coger y
"ponerse" palabras; es peligroso mirarse a si |
mismo, desde fuera. No
sería conversión, sino composición y contemplación, |
auto-contemplación, error
pseudo-estético, tontería, huera vanidad, melin- |
drez beata o, simplemente,
fariseísmo. |
La conversión no necesita
espejos, no va fuera de sí, sino que profundi- |
za, ahonda en sí mismo. La
conversión es buscar esa verdad muy cercana, |
asépticos a las
distracciones y a cualquier falacia vanidosa o cansancio |
estéril. La conversión es
descubrir ―la palabra también es nueva...― la pro- |
pia identidad, lo que
somos y debemos afirmar de nuestro ser para Dios. |
Y también aquí conviene
hilar fino para no llamar conversión a la razón |
―la más fácil y
cómoda― para justificarnos a nosotros mismos y no tener |
que mudar nada, ni
renunciar a nada, ni superar nada. La conversión no |
es una construcción
lógica, silogística, implantada desde la perspectiva más |
cómoda, para la quietud,
para la pereza, para poder ofrecer y ofrecernos |
3 (43) |
―¡oh, las
auto-sugestiones!― un razonamiento tranquilizador, pero inhibitorio |
frente a aquello que
podemos hacer, que debemos hacer, que Dios con |
de nosotros, porque nos ha
dado las fuerzas y la gracia para llevarlo a cabo. |
La conversión es
"hacernos", completarnos, crearnos y "re-crearnos" |
según la imagen de ese
llamamiento ―vocación cristiana― que nos ha hecho |
Dios, para que los
talentos que nos ha dado no se malogren, y fructifiquen |
en el bien que le ha de
dar gloria y que nos ha de hacer felices. Conversión, |
vocación, gloria de Dios,
felicidad... se inter-relacionan y encuentran en |
todo camino que profundiza
en la fidelidad que busca, siempre cerca, lo |
que Dios nos pide. |
La conversión no es
diversión con Dios, no es distracción, no es desvia- |
ción, no pérdida ni de
tiempo, ni de fuerzas, ni de ilusión. Pero la conversión |
pide, relama, necesita de
la prestación atenta, diligente, pacifica, pero no |
retardada ni perezosa,
Amorosa y esperanzada, sencilla, laboriosa; necesita |
una serena austeridad, un
sentido de dedicación y justicia que se aproxima |
lo más posible y siempre a
lo que debemos ser y, mientras esta aproxima- |
ción orece y se
desarrolla, prospera igualmente un olvido de sí mismo, |
absorbido en la diligencia
por buscar y encontrar a Dios junto al propio ser. |
La conversión es ser lo
que debemos ser para Dios. No solamente ser |
lo que creemos nosotros
mismos que somos o debem09 ser, ni lo que oreen |
los demás que somos
―¡cuántos errores pensando lo que son o cómo son |
los demás; y cuántos
errores de los demás pensando cómo somos noso- |
tros!―. La
conversión es una realización, es esforzarse por ser como debe- |
mos. Nadie, nada puede
cambiar o mudarse solo. Nosotros necesitamos la |
referencia de Dios,
dentro. Y decimos "cambiar", "mudar", pero es realmen- |
te purificarnos y
liberari109 de todo lo que nos cambiaría de cómo debemos |
ser, de cómo Dios nos ha
hecho y de cómo hemos de desarrollarnos para |
él, hasta lograr, o hacia
el logro de la propia Identidad. Y hacerlo, preten- |
derlo con lealtad, sin
engañarnos ni engañar, con absoluta honradez. |
San Ambrosio, obispo de
Milán, en la Cuaresma |
del año 390, al Emperador
Teodosio, al exigirle |
pública penitencia, por la
dureza de la represión |
usada en Tesalónica, en un
tumulto: |
Es ciertamente el poder
imperial lo que te im- |
pide conocer tu pecado, y
tu poder soberano |
oscurece tu razón. Sin
embargo, debes me- |
ditar cuán débil es la
naturaleza humana, |
y recordar que todos
debemos volver al pol- |
vo del que procedemos. |
4 (44) |
REPLANTEAR LA FE EN LA
PLENITUD DE LA VIDA: |
CATECISMO |
PARA ADULTOS |
HUBO un tiempo en que, por
lo |
menos en los domingos, los
ni- |
ños acudían a hora
oportuna y |
cómoda para sus padres, a
las iglesias |
o colegios católicos para
que se les |
enseñara, de memoria, las
primeras |
oraciones y también las
respuestas |
elementales a las
cuestiones esenciales |
de la doctrina cristiana.
Esto ha pasado |
o ha quedado enormemente
reducido; |
en buena parte porque lo
memorístico |
de esta enseñanza se
supone que se |
ha impartido en la escuela
o bien |
―¡ojalá así
ocurriera siempre!― se ha |
aprendido en casa. |
En especial, durante el
tiempo cua- |
resmal, se veía aumentado
el número |
de niños asistentes que lo
hacían en |
vistas a prepararse para
recibir la |
primera comunión. |
Un librito pequeño |
Todos los mayores de ahora
hemos |
tenido esos libritos que
no excedían el |
formato de octavo, con
pocas páginas, |
y que llevaban las
oraciones, manda- |
mientos y preguntas"
que debía de |
aprender todo "buen
cristiano". Nos |
podemos dar cuenta de que,
en la |
actualidad, ese esquema
tan reducido, |
ya no nos puede servir
demasiado; |
pero es preciso reconocer
la relativa |
bondad de aquellos
libritos preciosos, |
exactos e ingenuos al
mismo tiempo. |
El error de muchos de los
que los |
utilizamos tal vez haya
consistido en |
detenerse en ellos, como
si el conocer |
a Dios equivaliera a
saberse de me- |
moria los brevísimos
enunciados de |
un catecismo infantil, y
la bondad |
cristiana en llevar
fielmente el exa- |
men de conciencia y
neutralizar, casi |
mecánicamente, con
repetidas confe- |
siones, la reiteración en
los pecados". |
Al llegar a la edad más
consciente de |
la juventud o la madurez,
la pereza o |
la vergüenza para
reconciliarse con |
Dios y volver a comulgar,
sería, tal vez, |
obviada mediante unos
"ejercicios" o |
una "misión" que
estimulara al pe- |
cador a reemprender la
marcha con |
Dios. En no pocas
ocasiones, la prime- |
5 (45) |
ra comunión de un hijo
sugería una |
vuelta a los sacramentos
por parte de |
sus padres, que habían
dejado de reci- |
birlos desde años. |
Pero ser sencillamente
cristianos re- |
quiere algo más que vivir
de la renta de |
unos conocimientos
adquiridos en la |
infancia; algo más que
haber heredado |
una costumbre,
interrumpida y repara- |
da varias veces. La fe
necesita ser culti- |
vada, sin que ello deba
suponer la |
necesidad de estudiar
teología, pero |
sí, por lo menos, el tener
que ir ade- |
cuando progresivamente la
propia |
reflexión, de acuerdo con
todo el desa- |
rrollo de la conciencia y
de la inteli- |
gencia, sin olvidar la
relación de la |
vida de cada uno con el
resto que nos |
en vuelve: la marcha del
mundo, nues- |
tra relación con todos los
hombres. |
Biblia y Catecismo |
El cristiano cultiva su fe
acudiendo |
a la Biblia y al
Catecismo, ese resumen |
ordenado de la doctrina
cristiana, que, |
por una parte, se
desprende de la: |
Sagradas Escrituras y, por
otra, ayuda |
a entenderlas mejor,
cuando la Palabra |
de Dios se medita sin
aislarla de la |
cotidiana vivencia humana. |
Apenas se introduce la
costumbre |
de dar por supuesto que
estamos ya |
completamente enterados, o
"forma- |
dos" (como algunos
dicen) cristiana- |
mente, nos situamos en el
riesgo de |
anclarnos en la
paralización y acha- |
tamiento de la vida de fe.
Deficiencia |
que será suplida por
esporádicas emo- |
ciones, que llevará con
facilidad a la |
indiferencia, o que puede
favorecer |
auténticas desviaciones y
fanatismos |
religiosos, que nada o muy
poco ten- |
drían que ver con la fe
verdadera. |
La fe es para ser vivida;
pero en |
nuestra vida la
inteligencia, la com- |
prensión, la propia
conciencia, tienen |
un influjo decisivo. Sin
este supuesto |
reducimos a
sentimentalismo y emo- |
tividad, a capricho o
sectarismo, cual- |
quier arranque para
pretender llegar |
a Dios. Importa la vida,
pero la vida |
consciente. |
La fe comienza siempre
siendo una |
gracia; pero la
dilatación, la proyec- |
ción en la vida, la
conciencia de esta |
vida de fe, necesita del
cultivo refle- |
xivo de las verdades que
contiene. Y |
esto nos lo ha de dar un
Catecismo. |
Por un Catecismo
permanente |
Pensamos que el Catecismo
es para |
los niños. Y no habría
inconveniente |
en aceptarlo si no
concluyéramos que |
solamente es para ellos.
Todavía más |
que para ellos, el
Catecismo cristiano |
es para los adultos, para
los que tene- |
mos alguna idea de lo que
es y a lo |
que compromete, o puede
comprome- |
ter, el afirmar que
tenemos fe. |
La idea de un Catecismo
para adul- |
tos no es una consecuencia
del último |
Concilio, el Vaticano II.
Respondiendo |
a las condiciones
culturales de su |
tiempo, el Concilio de
Trento produjo |
la iniciativa del
Catecismo Católico |
de san Pío V, que era para
adultos. |
Recientemente, todavía
antes del Va- |
ticano II, se ha
manifestado la tenden- |
6 (46) |
cia a procurar una
formación a los |
niños, pero a partir de
los adultos que |
en ellos influyen
mayormente, como |
son los padres y los
maestros. Se hizo |
en Alemania posbélica con
notable |
fruto, y en la empresa
colaboraron, |
muy singularmente, los
oratorianos |
de München, por encargo
del episco- |
pado alemán. Pero el
esfuerzo más |
relevante, en este sentido
se debe al |
episcopado holandés, como
consecuen- |
cia del Concilio Vaticano
II, o más |
exactamente, como un
resultado para- |
lelo: es el famoso
CATECISMO PARA |
ADULTOS, vulgar y
mundialmente co- |
nocido como el Catecismo
Holandés. |
El ejemplo de Holanda |
El Catecismo Holandés no
va dirigi- |
do a los niños
directamente. Es decir, |
piensa también en ellos,
pero de modo |
que sean los mayores que,
auxiliados |
por la lectura y reflexión
sobre su |
texto, luego puedan
acomodar y trans- |
mitir, también a los
niños, lo que es |
producto de su previa
asimilación. |
No dudamos en recomendar
este |
Catecismo a las personas
mayores, |
seguros de que en él
encontrarán, con |
un estilo harto diferente
de los cate- |
cismos de antaño, una
exposición del |
mensaje cristiano ofrecido
en una am- |
plia perspectiva. No se
trata de un |
manual de teología para
seglares, ni |
de una lista metódica de
preguntas y |
respuestas, sino que
podría resumirse |
diciendo que parte del
hombre que |
busca su felicidad;
felicidad que se |
encuentra en Jesucristo y
en su "buena |
nueva"; se trata de
una alegría, de un |
gozo, cuyo camino es el
del amor. Se |
ve en la "historia
sagrada" que no se |
ciñe a la antigüedad
precristiana, ni |
acaba con Cristo, sino que
sigue con |
nosotros: es la
peregrinación de la |
humanidad hacia Dios, En
el centro |
la persona de Cristo y su
mensaje. |
Desarrollo, desde Cristo,
en la Iglesia, |
hasta hacer que el Señor
lo sea todo |
en todos. |
El Catecismo fue compuesto
por |
encargo del Episcopado de
Holanda, a |
partir de 1960, por un
equipo de teólo- |
gos, exegetas, y
pedagogos; pero tam- |
bién se consultó a padres
y madres, |
a sacerdotes expertos en
pastoral y |
apostolado, a multitud de
profesiona- |
les. La última redacción
correspondió |
a un autor único, que, de
todas formas, |
tuvo siempre a su lado, en
estrecha |
colaboración, a una
selección de ex- |
pertos consejeros e
inspiradores, y el |
texto fue revisado varias
veces por |
grupos de estudio y
diálogo. |
El estilo, la forma, es
nueva. La |
verdad es la de siempre.
Pero es sola- |
mente la forma inusitada
que despertó |
algunas sorpresas,
especialmente en |
espíritus conservadores y,
por lo co- |
mún, alejados de las
tareas apostólicas |
y de la inmediatez de la
vida del hom- |
bre contemporáneo. En la
actualidad |
todo recelo ha sido
superado porque |
se ha visto ―por lo
demás, como en |
toda obra― que no se
debe juzgar |
ningún aspecto o matiz
aislado de su |
contenido, sin abarcar el
conjunto. |
Como decía, con mucha
razón, el |
comentarista de una
revista católica |
alemana (W. Bless, en
"Verbum" 33, |
1966), «el Catecismo no
ahoga nada |
―en cuyo caso no
desempeñaría fun- |
7 (47) |
ción gana en la actual
evolución―, |
sino que trata de reflejar
la apertura |
del moderno pensamiento
cristiano |
con una gran confianza en
el futuro. |
La nueva imagen del hombre
y del |
mundo ofrece oportunidades
comple- |
tamente nuevas para la
predicación |
del mensaje de Jesucristo
al mundo». |
¿Crisis de qué? |
Se habla mucho de crisis.
Crisis |
quiere decir
"cambio" y vemos que, |
en verdad, todo está
sujeto a la ley de |
la evolución, y de ella no
van a sus- |
traerse las mismas
modalidades de la |
Iglesia. Se asustan
solamente los que |
tienen una concepción
fosilizada o es- |
tática de la existencia o
de alguno de |
sus aspectos. Pero si la
palabra "crisis" |
puede tener algún sentido
peligroso |
para los fieles
cristianos, no es el que |
se refiere a su propia
vida de fe per- |
sonal el menos importante.
Porque ha |
pasado el tiempo en que se
pueda uno |
creer que es y seguir
llamándose |
"cristiano" con
el solo bagaje de unas |
elementales, mínimas y
provisionales |
nociones infantiles (luego
no comple- |
tadas) sobre Dios, Iglesia
y vida cris- |
tiana. La fe necesita un
mínimo de |
ilustración, si hemos de
vivirla en un |
mundo que también
evoluciona y pro- |
gresa. No se es cristiano
sólo porque |
"se aguante una Misa
cada domingo, |
o porque se hizo la
primera comunión, |
o porque alguno que otro
año se co- |
mulgue por Pascua... La fe
no es una |
vaguedad sentimental que
nos cura de |
males y nos protege de
miedos. La fe |
es para la vida; ha de ser
consciente y |
ha de desarrollarse y es
preciso apli- |
car a ella, por lo menos,
la misma |
diligencia que
dedicaríamos a otra |
cosa que de veras nos
interesara. Si |
no, no es fe, por más que
siguiéramos |
llamándonos
"cristianos". |
«Actualmente se asiste un
poco en todo el mundo a la |
pululación de sectas
diversas y extrañas. Su capaci- |
dad de convocatoria es
para nosotros un grave de- |
safío, ya que nos invita a
que seamos capaces de |
ofrecer a los hombres, en
especial a los jóvenes, que |
tienen sed de idealismo,
la imagen de un cristianismo |
vivido según toda su
lógica y el calor de una fe au- |
téntica. Las advertencias
son necesarias, pero sólo |
la puesta en práctica de
nuestra fe será el signo |
válido de su
trascendencia». |
Card. Suenens, |
Primado de Bélgica. |
8 (48) |
Las |
sectas |
EN GENERAL, se puede decir
de las sectas que |
una de sus características
más chocantes es |
que interpretan muy
literalmente la Biblia, |
y sólo prestan atención a
uno u otro aspecto de su |
mensaje. Suelen reclutar
sus adeptos principalmente |
entre las gentes
sencillas. |
Su existencia es un reto a
la Iglesia, que ésta no |
puede despreciar a la
ligera. La gente busca a me- |
nudo en las sectas lo que
echa de menos en las co- |
munidades eclesiales: una
vida comunitaria a esca- |
la local, cooperación en
la vida del culto, fuerte |
entusiasmo, espíritu de
sacrificio. Alguna vez se ha |
dicho que las sectas son
las cuentas sin pagar que |
se presentan a las
comunidades eclesiales. Se trata |
de hombres a quienes
irrita la rutina y estrechez |
de miras que aparecen en
la Iglesia de todos los |
siglos. Los fundadores de
las sectas buscan la solu- |
ción en un profundo
separacionismo. Pero, ¿es éste |
el camino fecundo y
vivificador? Para responder |
eventualmente dirijamos
nuestra atención sobre las |
comunidades religiosas y a
otros grupos que profe- |
san los consejos
evangélicos. Allí se hace el ensayo |
de vivir en pie de
igualdad delante de Dios. Como no |
se da el matrimonio, nadie
es miembro de la comu- |
nidad por nacimiento ni
por derecho consuetudina- |
rio, sino únicamente por
conversión y vocación. |
Las comunidades
religiosas, cada una con su |
espiritualidad, son una
respuesta para quienes de- |
sean vivir el mensaje del
Señor con renovada fres- |
cura e intensidad en
pequeños grupos. En ellas |
encontrará oportunidad y
forma la entrega total a |
Dios y a los hombres. |
¡Ojalá, inspiradas por el
diario vivir de todos |
los creyentes, se renueven
constantemente, para |
conservar su antigua
juventud! Entonces serán leva- |
dura de Dios en la
Iglesia, un llamamiento a todos a |
vivir, en forma moderna,
el fervor y la alegría de la |
Iglesia madre de
Jerusalén. |
(Catecismo Holandés, |
ed. castellana, p. 313) |
9 (49) |
Tendremos los sacerdotes
que queramos |
¿Sacerdotes que la Iglesia
nos ha de dar, |
o que nosotros le hemos de
ofrecer? |
HEMOS tenido, y tenemos,
los sa- |
cerdotes que hemos
querido. |
Tendremos, en adelante,
los |
que queramos, los que
merezcamos, |
los que nosotros TALOA 104
prepa- |
remos. |
Pero no es fácil
prepararse un sa- |
cerdote. |
Disminuirá, cada vez más,
lo que |
pudiera quedar de idea
parecida a |
cierta "burocracia
del espíritu" o del |
sacerdote considerado como
"emplea- |
do del culto" o del
sacerdote simple |
consolador de abandonados
o desahu- |
ciados, o policía y juez
de la moral. |
No es que se trate de
corregir posi- |
cione erróneas, sino, más
bien, de |
desarrollar contenidos
evangélicos y |
de la mejor tradición
cristiana. No |
hemos podido deshacernos,
todavía, |
del legado profano con el
que el Cris- |
tianismo ha tropezado al
introducirse |
en las culturas
históricas. Damos por |
supuesto como definitivo
lo que, en |
muchos casos, es solamente
provisio- |
nal; por realizado y
logrado, lo que |
está todavía en proyecto o
solamente |
iniciado. Por eso
necesitaremos sa- |
cerdotes, no que sean más
transigentes, |
ni más indulgentes, mi más
modernos, |
ni más antiguos; sino más
realistas |
precisamente a fuer de
espirituales. |
La estructura de la
oficialidad ecle- |
siástica, que no ha sido
la Iglesia en |
imponer, sino las
políticas en construir |
y dominar, será
simplificada: habrá |
menos normas y más sólidos
princi- |
pios; más espíritu, más
generosidad, y |
menos casuística; más
conversión de |
corazón y menos
convencionalismos |
exteriores. |
10 (50) |
Pero todo esto es difícil.
No puede |
quedarse en simples
palabras. Exigirá |
en los ministros de la
Iglesia más sen- |
cillez, pero más entrega y
diligencia |
en la reflexión de la
verdad cristiana, |
en el estudio de la
palabra de Dios, |
en el conocimiento
clarividente de la |
marcha del mundo, en el
modo de ser |
y en lo que necesita para
su vida de |
fe el hombre de hoy. No
será posible |
entretener con beaterías a
nadie, ni |
sugestionar con ritos, ni
detener con |
excomuniones. |
Si alguien dice que ahora
faltan sa- |
cerdotes, se equivoca
seguramente: |
faltan, si acaso,
ambientes cristianos, |
familias, grupos, que los
susciten, que |
los produzcan, que los
ofrezcan a la |
Iglesia. El Cristianismo
no ofrece re- |
fugio para huir del mundo,
para sal- |
varse del mundo, o para
consolarse |
de los desastres del
mundo; sino, por |
el contrario, ha de
incitar a la tarea |
de liberar a este mundo de
todo lo |
que nos parece
despreciable e injusto, |
y ha de santificar y
reconducir a Dios |
todo lo positivo, todo
progreso, todo |
descubrimiento de esta
hora verdade- |
ramente acelerada que nos
toca vivir. |
Todo esto no es fácil;
pero es nece- |
sario, es hermoso y hay
que hacerlo. |
Hay que hacerlo desde la
Iglesia, con |
la Iglesia, como Iglesia,
y la Iglesia |
somos todos. Nos hacen
falta hombres, |
buenos, inteligentes,
trabajadores, per- |
severantes, alegres y
austeros al mis- |
mo tiempo; hombres
equilibrados en |
su inteligencia y en sus
sentimientos, |
que no será indispensable
que sean |
sabios, pero sí buenos
estudiosos y |
conocedores de la historia
del hombre |
que quieren ayudar a ser
cristiano y |
de la historia de Dios en
busca del |
hombre. |
Una vocación al
sacerdocio, para |
esta hora, ya no puede ser
el simple |
niño piadoso a quien se
ofrece el |
porvenir de una promoción
que, con |
una profesión cualquiera,
no podría |
alcanzar; no puede ser el
"san Luis" |
mimado, místico pescador
de alaban- |
11 (51) |
zas y recogedor de
regalos, con lo |
que no sabemos si se le
hace más |
llevadera la abnegación de
su "en- |
trega a Dios" o si
ésta le resulta |
un negocio o, por lo
menos, una |
solución, en vez de
"vocación". No |
puede ser sacerdote el que
"no sirve |
para otra cosa", el
que sería un |
fracasado en otro lugar;
no puede |
ser sacerdote un hombre
residual, |
sino un hombre cabal. Y
este hom- |
bre lo hemos de hacer
entre todos, |
y lo hemos de ofrecer los
cristia- |
nos. El hombre sacerdote
sale de |
las familias: ni en los
seminarios, |
ni en los conventos pueden
suplir |
lo que ellas deben darle,
hacerle y |
enseñarle. Lo mejor lo ha
de haber |
aprendido antes de
estudiar teolo- |
gía, o de profesar
cualquier modo |
especial de entrega a
Dios. |
De vez en cuando puede
produ- |
cirse el semi-milagro de
la auto- |
educación, de reaccionar
uno mis- |
mo y rehacerse como
persona y |
como cristiano; pero esto
exige un |
grado de personalidad que
no es |
demasiado común, aunque
por in- |
dulgencia se suponga más a
menu- |
do de lo que ocurra. |
Cuando deseamos, cuando
que- |
remos y esperamos más
sacerdotes |
y más personas (hombres y
muje- |
res) entregadas
verdaderamente a |
Dios en la Iglesia, para
el servicio |
apostólico de la comunidad
de los |
hijos de Dios, es a las
familias, a |
los padres especialmente a
los que |
hay que dirigir el
reclamo. En los |
hogares donde exista
verdadero |
amor, y verdadera ternura,
pero |
sin mimos ni
consentimientos que |
atonten a los hijos, donde
se enseñe |
la abnegación y el gozo
por hacer |
el bien a los demás; donde
jamás |
se hable de porvenir
medible en |
honores, comodidades o
dinero, sino |
en la felicidad en el
hacer el bien; |
donde la idea de Dios no
sea refu- |
gio de penas ni
instrumento de |
miedos, sino fe y amor
universaliza- |
dor y entusiasmo para la
vida, no |
faltarán vocaciones,
buenas voca- |
ciones a la Iglesia. No
hará falta |
hacer propaganda, ni
pedir, ni in- |
sistir, ni probar
aventuradamente, |
sobre dudosas aptitudes de
supues- |
tas vocaciones, sino que
éstas se |
manifestarán suficientes y
oportu- |
nas, para la constante
renovación |
de la Iglesia, y para el
bien del |
mundo de hoy. |
Tendremos vocaciones
evangéli- |
cas si las queremos, si
las produci- |
mos, si las merecemos. |
De acuerdo que hay que
refor- |
mar aspectos accidentales,
modos y |
maneras que les afectan.
Pero esto |
es secundario: no es el
continente, |
sino el contenido. Y el
contenido |
es el hombre. «Dadme
―decía san |
Felipe Neri― diez
hombres des- |
prendidos y os prometo que
cam- |
bio el mundo». |
Cuaresma: tiempo de
renovación cristiana |
|
12 (52) |
Hora de preparar las |
PRIMERAS |
COMUNIONES |
¿Quién? |
¿Cuándo? ¿Cómo? |
QUIEREN ser éstas, unas
refle- |
xiones para familias
cristianas, |
el caso de los niños cuyos
pa- |
dres carecen de fe, o
viven en la prác- |
tica prescindiendo de
ella, ofrece una |
problemática que no
abordamos: más |
que en los restantes
supuestos habría |
que referirse aquí, a la
"personalidad |
cristiana" del niño
que se va a acercar |
a comulgar. En ningún caso
la Euca- |
ristía es para seres
incapaces de cono- |
cer y amar a Dios; pero en
el caso del |
niño de padres
indiferentes, agnósti- |
cos, amorales o
simplemente incrédu- |
los, esta capacidad ha de
incluir la |
aptitud y la conciencia
personal de |
tener que superar el
contrasentido |
cristiano del ambiente en
el que nece- |
sariamente se mueve el
niño. |
Lo que es |
esencial |
Afectada la práctica de la
celebra- |
ción de la primera
comunión de los |
niños, por el tinte
sociológico profani- |
zador de lo sacramental,
en una gran |
cantidad de casos ha
degenerado, aun- |
que sin mala intención, en
la triviali- |
zación de una simple
"fiesta" familiar, |
o "costumbre"
social, quedando muy |
relegado lo que en el
acontecimiento |
debería ser tenido y
tratado como |
esencial: el encuentro
eucarístico del |
fiel, llegado ya al uso de
razón, con |
Jesucristo. |
La preparación, |
¿a quién corresponde? |
No solamente la iniciativa
corres- |
ponde, en primer lugar, a
los padres |
o a los responsables
directos del niño, |
sino también a ellos
incumbe el deber |
de prepararlo para
comulgar. La reali- |
dad puede evidenciarnos
que, en gran |
cantidad de casos
―¿...en la mayoría |
de ellos?― no haya
sido la familia la |
que haya asumido esa noble
y santa |
tarea, de modo directo.
Alegando falta |
de tiempo o de
conocimientos y apti- |
tud ―lo cual ya
delata la ambigüedad |
cristiana del ambiente
donde esto es |
alegable― dejan a
otros que les suplan |
en la instrucción
catequética y en la |
preparación espiritual del
niño. Los |
substitutos por no decir
los "responsa- |
bles", (nos dirían
muchos padres que |
creen opinar muy
cristianamente al |
afirmarlo) son el
sacerdote y la escuela. |
13 (53) |
TRIDUO PASCUAL |
JUEVES SANTO |
Tarde, a las 8, MISA DE LA |
CENA DEL SEÑOR. - Podrá |
visitarse el Santísimo
Sacra- |
mento sólo hasta la media- |
noche de este día. |
VIERNES SANTO |
Mañana, a las 8, VIA-CRU- |
CIS por el Parque. |
Tarde, 8, CELEBRACIÓN DE |
LA PASIÓN DEL SEÑOR. |
VIGILIA PASCUAL |
A las 11 de la noche del
sába- |
do. La celebración pascual |
se completa participando
en |
la liturgia del DOMINGO. |
14 (54) |
No negaremos que la
preparación |
para introducir a los
niños en la par- |
ticipación eucarística, es
una tarea de |
colaboración eclesial, y
así no pode- |
mos excluir el papel del
sacerdote ni |
la aportación de la
escuela católica; |
pero éstos resultan
inútiles, o de efica- |
cia fugaz y sólo aparente
cuando los |
padres se desentienden de
su principal |
y primaria
responsabilidad. Cuando |
los padres o responsables
de los niños |
no sean capaces de
prepararles para |
comulgar, mejor que
dedicar largas |
catequesis a la
preparación inmediata |
de los niños, con vendría
llamar a los |
padres y adoctrinarles
para que ellos |
mismos transmitan la
preparación a |
sus hijos. Es más: desde
mucho antes |
de la preparación
inmediata de los |
niños a la participación
eucarística, de- |
ben los padres
prepararles, con la trans- |
misión adecuada del
contenido de la |
fe y con el ejemplo de sus
vidas que |
la confirman. Todo lo cual
no pueden |
suplir ni el sacerdote más
celoso en su |
apostolado, ni el maestro
más diligente |
en la explicación del
catecismo. |
Imaginar que la Iglesia
crece porque |
le añadimos nuevas
generaciones de |
cristianos infantiles,
cuyos padres "no |
han tenido tiempo" de
hablarles ape- |
nas de Dios, o en cuyas
vidas Dios |
queda como algo
suplementario y |
relegado a
"especialistas", es mucha |
fantasía. El, digamos,
cristianismo de |
estos niños, su ir a misa
y comulgar, |
acabará más tarde en
aburrimiento de |
algo que no comprenden ni
pueden |
comprender porque sus
padres son |
los primeros que no lo
viven ni real- |
mente les interesa. El
sentimentalismo |
facilón, la piedad de
cuento de hadas |
con ángeles, muy pronto se
desmoro- |
nará, o quedará en la
vaguedad de una |
fe diluida, guardada para
curar miedos |
en casos extremos, o ni
siquiera eso. |
Más y antes que catequesis
para |
niños que han de hacer la
primera |
comunión, lo que con
vendría real y |
objetivamente, es una
verdadera cate- |
quesis para padres que
quieran ser |
cristianos y estar en
condición de |
preparar a sus propios
hijos cuando |
llegue la hora de
acercarse, con ellos, |
así que sean capaces, a
recibir al Se- |
ñor. No hacen falta
demasiados cate- |
cismos para niños; pero sí
hacen falta |
catecismos de adultos. Un
padre y |
una madre que saben bien
una cosa |
―del orden que
sea― saben mejor |
que nadie, también,
transmitirla a sus |
hijos. |
La catequesis que un padre
precisa |
para preparar a su hijo a
comulgar, no |
la puede improvisar quince
días antes |
de llevarlo al altar. Dios
es importante; |
el que no lo entienda así
es que tam- |
poco sabe quién es Dios. |
¿Cuándo debe |
iniciarse? |
Dicen de una madre que
esperaba |
dar a luz a su primer
hijo, que fue a |
ver a un filósofo para que
le dijera a qué |
edad del hijo que esperaba
debería |
iniciar su educación, para
cumplir co- |
rrectamente con su deber
de madre, |
y que el filósofo le
respondió: «Ya ha |
hecho tarde». |
Un hijo de padres
cristianos es para |
los padres y es para Dios.
Lo cual es |
algo que los padres no
deben olvidar |
en ningún momento sin que,
por ello, |
se quiera significar que
han de atibo- |
rrar a sermones, ni cansar
con pietis- |
mos al pobre niño que Dios
les ha |
confiado para que le
lleven a su amor, |
con delicadeza, pero sin
melindres ni |
dulzonerías que nada
tienen que ver |
con la auténtica piedad
cristiana. Evi- |
dente que se han de
respetar las leyes |
15 (55) |
naturales, del desarrollo
corporal e |
intelectual, del aflorar
sereno de la |
comprensión y el
sentimiento, del re- |
conocimiento del bien y de
la necesi- |
dad de hacerlo y de
dedicar a él toda |
nuestra actividad, según
la variada |
riqueza de matices que la
vida ofrece. |
Con sencillez, con
sinceridad, con ale- |
gría, con constancia. |
La vida cristiana de la
Gracia, a cuya |
responsabilidad accede la
conciencia |
en desarrollo del niño, no
suplanta ni |
prescinde de la ley de la
naturaleza, |
que también es obra de
Dios. Y los |
padres han de tener en
cuenta ambas |
cosas a la vez. |
La preocupación por
disponer al |
comulgante de modo que
hubiera re- |
cibido una catequesis más
completa, |
sugería que se aplazara el
momento |
de recibir la Eucaristía,
hasta haber |
progresado la edad de la
infancia cons- |
ciente. Pero fue el papa
san Pío X |
quien juzgó que esto era
un retraso |
que perjudicaba al niño;
lo cual tam- |
poco quiere decir que hay
que antici- |
par la comunión hasta
antes de que |
quien recibe al Señor sea
capaz de |
tener conciencia del acto
que realiza. |
Pero este momento ni ha de
ser de- |
morado, ni anticipado por
razones |
que no sean las del
beneficio espiri- |
tual del mismo sujeto, el
niño. La edad |
de los siete años es
solamente un dato |
de aproximación, que no
hay que to- |
mar como referencia
exacta. Además, |
por lo que venimos
diciendo, tal vez |
habría que añadir a él
consideracio- |
nes relativas a la
"edad cristiana" de |
los padres... tan
importante como la |
natural y racional del
niño, por lo |
menos. |
Con frecuencia se dispone
la cele- |
bración de las primeras
comuniones |
atendiendo a razones
económicas o |
cediendo a presiones
sociales, dados |
VIERNES |
SANTO |
VIA-CRUCIS |
a las 8 de la mañana |
16 (56) |
los condicionamientos que
la falta de |
sinceridad o el boato que,
en determi- |
nados ambientes, se añade
a la "fiesta" |
de la primera comunión. A
veces, lo |
menos importante para
todos los res- |
ponsables familiares del
niño, es pre- |
cisamente la comunión de
éste: todo |
se esfuma, se pierde, se
olvida o se re- |
lega, y prima el banquete,
la fiesta con |
payasos, los regalos que
distraen y |
mil otras excitaciones
más, del todo |
impertinentes. La falta de
autenticidad |
cristiana no se sorprende
de tales con- |
tradicciones. No nos
extrañe si luego, |
a falta de una verdadera
conversión, |
el comulgante no tarde en
olvidarse |
de Dios o incluso que
proclame que |
"ha perdido la
fe" (que, tal vez, nunca |
tuyo...). |
¿Cómo hay que preparar |
a los niños? |
Cometemos el frecuente
error de |
suponer, alternativamente,
menos y |
más capacidad de la real
en aquellos |
que tenemos más cerca.
Hemos de |
procurar una aproximación
acertada, |
sin forzar por un lado la
comprensión |
del niño, ni dejar de
reconocerle, por |
otro, su real capacidad, a
medida que |
se va manifestando. Un
niño no es |
una muñeca que habla, sino
una per- |
sona insinuándose. |
El Cristianismo en el que
le hemos |
bautizado y para el que,
por consi- |
guiente, los padres le
preparan, no es |
un modo de vivir, ni una
costumbre, |
ni un conjunto de
prácticas que hay |
aprender previo
entrenamiento, sino |
una verdadera vida. Hay
que deste- |
rrar de la formación
cristiana del niño |
lo que tiene aire de
imposición, lo que |
él no puede comprender; no
hemos |
de querer que soporte
ritos que no |
Conferencias |
Cuaresmales |
para |
hombres |
Días: del 12 |
al 14 de abril |
(lunes, |
martes y |
miércoles), |
a las 8,30 de |
la tarde, |
entiende, ni adquiera
"costumbres" |
por inercia inconsciente,
ni adhesio- |
nes pasivas; sino que
habrá que ir ra- |
zonándole y conduciéndole,
con la |
palabra y con el ejemplo,
en el trato |
con Dios, especialmente en
casa. Lle- |
var los niños a Misa,
cuando no han |
de participar a ella
(cuando no han de |
comulgar), cuando han de
soportar un |
rito incomprensible, es
antipedagógico |
y un error como
disposición para su |
primer abrazo con el Señor
en la Eu- |
17 (57) |
caristía. A lo más que
puede llegar, |
asistiendo pasivamente a
la celebra- |
ción eucarística, y ver a
otros del |
mismo modo, será que
aquello es una |
Misa de cumplimiento"
(es decir, de |
"cumplo" y
"miento"). |
No tratamos de establecer
fórmulas |
demasiado concretas de la
manera |
cómo ha de celebrarse una
primera |
comunión; pero, desde
luego, hay que |
purificar este
acontecimiento de la |
multitud, casi
carnavalesca, en ocasio- |
nes, o por lo menos
mundana y de |
fiesta social, en muchas
otras, con que |
se celebra en repetidas
circunstancias. |
Tan críticos como a veces
se muestran |
algunos respecto de los
estilos ecle- |
siásticos, es de lamentar
que, en este |
sentido, los críticos no
se muestren |
más exigentes en los
desvíos que, |
ciertamente al margen de
la mayoría |
de los sacerdotes, por lo
menos, toda- |
vía prevalecen en tantas
familias que |
se tienen por cristianas,
siquiera en |
"ese gran día"
de la primera comunión |
de sus hijos. |
Justo que sea un
acontecimiento, sin |
que pierda la debida
sencillez. Pero |
es indispensable volver a
una simpli- |
cidad más de acorde, no
sólo con el |
verdadero sentido
cristiano de lo que |
en ella se celebra, sino
con la capaci- |
dad de comprensión del
niño, ya que, |
si la tiene menos aguda
que los mayo- |
res, precisamente por ello
no debemos |
ponerle en trance de que,
en tal |
circunstancia, lo
verdaderamente im- |
portante quede relegado en
segundo |
término, mientras que lo
esencial, por |
vanidad, por
distracciones, por atur- |
dimiento, por
mundanidad... quede |
total, o casi totalmente
olvidado. Y |
acabe todo como riada
torrencial, |
familiar, emotiva,
festera, pero sin |
huella cristiana ni
sacramental. |
Ante las primeras
comuniones, y |
desde mucho antes de
ellas: ¡catecis- |
mo para adultos! |
¡BURGUESES! |
Mientras China explota,
mientras Rusia busca |
desesperadamente el
misterio del universo, mientras |
Vroman, como biólogo,
lucha por el misterio de la |
vida con pasión y con
belleza, mientras Teilhard |
tiene una visión del
universo que hace pensar en la |
visión que tiene Dios de
la creación, ¡nosotros vela- |
mos cuidadosamente
nuestros bienes, con nuestro |
avaro espíritu de libretas
de ahorro! |
Y ser cristiano es la gran
aventura. |
Para la gran mayoría, el
cristianismo significa |
seguridad, resguardo,
evitar riesgos, y utilizar, con |
todo egoísmo, a Dios como
una coartada, como una |
excusa de todo lo burgués,
de la falta de amor, como |
un pretexto que encubra la
mezquindad de espíritu. |
P. Van Der Meer |
18 (58) |
Sobre |
la utilización |
del "CATECISMO |
PARA ADULTOS" |
Palabras introductorias a
la edición original del llamado Catecismo |
holandés, que pueden
darnos una idea de su método y estructura, del |
modo de manejarlo, del
estilo empleado, de los destinatarios en quie- |
nes se piensa, y del
propósito que lo anima. |
EL SERVICIO que puede
prestar este |
Catecismo consiste en
exponer el |
mensaje cristiano en una
perspecti- |
va amplia. Pero también
intenta dar |
respuesta a muchas
cuestiones especiales. |
Por esto se aspira a hacer
de cada sección |
un todo completo en si
misino. En este |
aspecto, el presente
Catecismo, no es |
propiamente un único
libro, sino una |
colección de opúsculos, de
extensión |
entre tres y treinta
páginas. Informa |
sobre cuestiones que
exigen una respues- |
ta. Se puede empezar la
lectura, como |
más guste, por cualquier
parte. |
La línea estructural de la
obra es his- |
tórica. |
Para facilitar su
consulta, hay tres |
instrumentos: primeramente
el índice |
general al comienzo del
libro: luego, un |
índice alfabético al
final, y, finalmente, |
las cifras marginales que
remiten a las |
páginas en que se trata
también el tema |
correspondiente, a menudo
con mayor |
extensión o desde otros
presupuestos. |
El que quiera encontrar el
mensaje de |
la fe más resumido aún que
en este Cate- |
cismo, debe acudir primero
a los doce |
artículos del Símbolo
Apostólico, y al |
Credo algo más extenso de
la santa Misa, |
que son los símbolos
primigenios de la fe |
de la Iglesia. También el
índice de mate- |
rias que sigue, da una
breve síntesis, si se |
van siguiendo los títulos
de los capítulos. |
El lugar que este libro
espera ocupar |
en la biblioteca es el
lugar inmediato a |
la Biblia, pues el
Catecismo se propone |
llevar una y otra vez al
creyente a la |
fuente perenne de la
palabra de Dios. |
En la elección de los
temas tratados, |
ha servido de norma lo que
puede ser |
objeto de reflexión para
un creyente |
culto. Por lo que hace a
las expresiones, |
se ha renunciado lo más
posible a toda |
erudición; el fiel que
piensa seriamente |
no debe hallar obstáculos
innecesarios. |
Para terminar, un ruego a
católicos y |
y no católicos. Cada
palabra que profiere |
un hombre, puede dar lugar
a falsas |
interpretaciones: un libro
con tantas pa- |
labras se prestará a
muchas de estas |
interpretaciones erróneas.
Trátese, pues, |
de entender siempre lo
escrito según el |
espíritu de toda la buena
nueva. El que |
lea una página, atienda
también a las |
páginas que anteceden y a
las que siguen. |
A veces se explica y
explana allí lo que |
en una página se echó de
menos. En un |
libro que no trata de
ofrecer una expo- |
sición al dedillo, sino de
aproximarse a |
lo inefable, no se debe
desgajar una frase |
del conjunto. |
El centro de esta
predicación está en el |
mensaje de Pascua. Si de
este libro se qui- |
tara la resurrección de
Jesús, ninguna de |
sus páginas conservaría el
menor valor. |
La fe inconmovible en el
mensaje de |
Jesús y el mandato divino
de exponer el |
misterio inefable de Dios
en el lenguaje de |
nuestro tiempo, son los
dos elementos que |
han configurado el
presente Catecismo. I |
19 (59) |
OTRA COSA. |
Nos parece que la presente
crisis del mundo, |
caracterizada por un gran
desconcierto de |
muchos jóvenes, denuncia,
por una parte, un |
aspecto senil,
definitivamente anacrónico, de |
una civilización
mercantil, hedonista, mate- |
rialista, que intenta
todavía ofrecerse como |
portadora del futuro.
Contra esta ilusión, |
la reacción instintiva de
numerosos jóvenes |
reviste, dentro de sus
mismos excesos, una |
significativa importancia.
Esta generación |
está esperando otra cosa». |
PABLO VI |
LAUS |
Director: Ramón Mas
Casanelles - Edita e imprime: Congregación del Oratorio |
Placeta de S. Felipe Neri,
1 - Apartado 19 - Albacete - D. L AR Y - 21. 3. 76. |
20 (60) |
|