Publicación
mensual del Oratorio. |
Núm. 140. ABRIL. Año 1976. |
SUMARIO |
«NO ES otra cosa la
Eucaristía que el amor reves- |
tido de discreción; Cristo
está presente y oculto |
en ella. Da el vértice de
la vida mientras asume |
todas las inmovilidades y
silencios de la muer- |
te. Es el lenguaje oculto
de Dios, pero es, además, la suge- |
rencia de un método:
conversión del mundo no desde el |
exterior al interior, sino
desde dentro afuera». — CARD. |
GIULIO BEVILACQUA, C. O. |
EL PRECEPTO DOMINICAL |
PARTIR EL PAN |
LOS NO COMULGANTES |
LA EDAD DE COMULGAR |
LA MISA DE AYER, DE HOY Y
DE MAÑANA |
LA ESPERANZA: TEOLOGÍA E
HISTORIA |
1 (61) |
EL PRECEPTO DOMINICAL |
SI todavía hoy la Iglesia
nos invita a celebrar juntos, |
cada domingo, el memorial
del Señor, lo hace por |
fidelidad al Maestro y
porque desea continuar una |
tradición de plegaria,
vital para su propia existencia co- |
munitaria y para su
desarrollo en el mundo. |
Esta invitación, a lo
largo del tiempo, ha tomado la |
forma de un precepto
porque la Iglesia sabe hasta qué |
punto este encuentro
fraterno con el Señor es fuente de |
vida. Sería tanto como
desconocer su intención profunda |
tomarlo como un simple
precepto legalista, arbitraria- |
mente impuesto desde
fuera: este precepto se reduce a |
traducir y concretar la
invitación del Señor a sus dis- |
cípulos de comer la Pascua
con ellos hasta su retorno |
glorioso. |
En verdad, no se trata
ante todo de "tener que" |
asistir a Misa, sino de
"poder" participar en ella. No se |
trata, en primer lugar, de
lo que nosotros podamos sen- |
tir o experimentar, sino
de lo que el Señor realiza en |
esta acción. Solamente la
fe puede abrirnos a éste que |
llamamos, precisamente,
"misterio de la fe" y permitir- |
nos medir o entrever su
valor. |
A cuantos se les ocurra
pretextar que la celebración |
litúrgica, tal como se les
ofrece a ellos, les resulta dema- |
siado extraña a la vida y
a los problemas de los hom- |
bres, o demasiado
artificial y anónima para que sea una |
verdadera comunidad y una
liturgia viva, les diremos: |
«Solamente tenéis derecho
a criticar la celebración de |
la asamblea en que estáis,
después de haber agotado |
todos los medios de
vuestra propia aportación autén- |
ticamente personal, como
algo de vosotros mismos». |
La Escritura compara a los
cristianos con las "pie- |
dras vivas" que han
de edificar conjuntamente el cuerpo |
de Cristo. La Iglesia es
algo que no puede construirse |
con materiales
"pre-fabricados", sino soldando con ce- |
mento cada piedra, porque
es a la totalidad de cada |
uno de nosotros a quienes
corresponde hacernos templo |
vivo en el que habita
Dios. |
L. J. card. Suenens, |
Primado de Bélgica |
2 (62) |
Partir |
el pan |
LOS PRIMEROS cristianos se
reunían para «partir el pan». El gesto |
de Cristo en el Cenáculo
fue recogido y repetido por los inmediatos |
seguidores suyos: ese
pequeño grupo adicto que le encontró a la orilla |
del Jordán, o a la del
lago de Galilea, o en los caminos y poblados, y |
que fue aumentando en
número, por las predicaciones y signos que en él |
veían, hasta que la
contradicción del Calvario y la confusión que de aquel |
fracaso les vino, fue
compensada por el redescubrimiento de la Pascua. |
Esos que habían conocido
directamente al Señor, vivían en el corazón |
y en la fe lo que de su
presencia misteriosa quedaba. |
A nosotros, los fieles de
veinte siglos más tarde, nos gustaría saber |
cómo fue la primera
Eucaristía, la primera Misa de los apóstoles cuando, |
sin la aforada compañía
del Señor, más vivo el recuerdo, después de |
Pentecostés, un día,
Pedro, reunido con los demás, curado ya de todos los |
miedos, fortalecido en su
fe y en su amor al Maestro, comenzó a hablar de |
su recuerdo y de aquel
Jueves, preludio de la Pasión, que ahora llamamos |
«Santo», y cogió el pan y
el cáliz con el vino, para repetir el gesto de Jesús, |
presentificando aquella
«acción en memoria suya». Y «dio gracias», «partió |
el pan» y «lo distribuyó».
Tres hitos de una acción misteriosa, de un sacra- |
mento. |
El Señor Jesús había
comenzado su obra con un grupo de amigos. Ésa |
había sido toda su
previsión organizativa. Los amigos son fieles al recuerdo |
y viven en el amor. El
recuerdo, ahora, no era una tristeza, no era el dolor |
de una ausencia, sino el
gozo de haber vivido con el Maestro. Y sin exigir |
la mediación de milagros,
sabían que, cuando estaban reunidos en su nom- |
bro, recordándolo, «el
Señor estaba en medio de ellos». |
No eran solamente los
doce, porque el grupo iba creciendo. La Eucaris- |
tía era el centro de
convergencia de amistad y de misterio. Sin ritual espe- |
cial, con sencillez
Absoluta, se celebraban las primeras Eucaristías. Eran |
expresión de la unión con
Cristo y de la caridad entre los hermanos. |
Era un banquete fraternal
y sagrado. La idea de banquete de carácter |
sagrado no es
exclusivamente cristiana: la encontramos en casi todos los |
3 (63) |
pueblos primitivos y
también entre los judíos. Los primeros cristianos lla- |
maban a estas reuniones
«âgapes»; reproducían la práctica profana y judía |
con la fidelidad al
ejemplo y ni recuerdo del Señor, que en el banquete |
pascual instituyó la
Eucaristía, llamada así porque en el Cenáculo comenzó |
Jesús «dando gracias», y
luego «partió el pan» y «lo repartió en comunión». |
Luego, cuando la comunidad
original creció, no siempre el aumento de |
la cantidad de fieles
correspondió con la misma profundización de la fe. |
San Pablo se verá
precisado a reprender a los corintios que tales cele- |
braciones hubieran
degenerado, entre ellos, en abusos y comilonas por las |
que, los recién
convertidos, una vez pasados los primeros fervores, volvían |
a las costumbres de los
banquetes paganos, impropios de la reunión fra- |
ternal de la comunidad de
fieles: el egoísmo, la exhibición de clase, no se |
habían erradicado con el
simple pasajero entusiasmo inicial. |
El rito eucarístico de la
«fracción del pan» hubo de estilizarse en fuerza |
del mismo deseo de
fidelidad y en evitación de desvíos. De todas formas, |
perduró, durante siglos,
una cantidad de formas de ritos eucarísticos, |
equivalentes, en
substancia, pero reveladores de la gran variedad de cul- |
turas en medio de las
cuales iba penetrando el Cristianismo. Prevaleció |
finalmente el formulario
eucarístico de la iglesia romana, tal vez porque |
fue precisamente el más
sencillo, sobrio y coherente. |
La Eucaristía es la Pascua
renovada en la Iglesia, es el cielo en el alma |
para el fiel, y es el
abrazo al Señor y a los hermanos junto al altar. Desea- |
ríamos para este
sacramento la pervivencia de su espíritu originario, no |
Yo sólo el del Cenáculo,
junto al Señor, sino el de los primeros cristianos, |
el de las reuniones que
Pedro presidia, que los demás apóstolos imitaron y |
que, como signo de fe y de
caridad, se fue celebrando en comunidades |
esparcidas por todos los
camino6 que pisaban los primeros discípulos del |
Señor, en reuniones donde
todos se conocían, todos se amaban, perseve- |
rando en la renovada
memoria del Señor, para siempre. |
«Ellos contaron cómo
habían reconocido |
al Señor al partir el
pan»- |
LUCAS, 24, 35 |
4 (64) |
Los no comulgantes |
CUANDO los derrotistas se
lanzan a |
denunciar la baja de la fe
de los |
cristianos, podríamos
objetarles, |
en nuestra situación, que
preci- |
samente es en estos
tiempos cuando en |
mayor número, los que
asisten a la cele- |
bración eucarística,
participan en ella |
acercándose a comulgar.
Poco a poco se |
comprende cada vez mejor,
que la santa |
Misa no es un rito para
presenciar, sino |
una acción que pide,
esencialmente, ser |
realizada y participada
comunitariamen- |
te, oyendo la misma
Palabra y comiendo |
del mismo Pan, para
glorificación de Dios |
Y crecimiento de la
caridad entre los |
hermanos. El recuerdo del
cenáculo y |
la fe en Cristo, que se
entregó por los |
hombres, no tendría ningún
sentido, aun- |
que fuese proclamada por
los asistentes, |
si la Misa se tomaba como
mera ceremo- |
nia para espectadores o
"cumplidores** |
de Misa de alcance... |
Los cristianos conscientes
no se han |
resignado nunca a ese mero
cumplimien- |
to, válido solamente para
retardados, |
olvidadizos o
semi-infieles que a duras |
penas arrastran, aunque
bautizados, la |
autodenominación de
"cristianos" o, re- |
forzando el título, de
"católicos". |
Nos ha de confortar ver
que cada día |
comulga mayor número del
relativo a los |
asistentes a la Misa; cada
vez está más |
lejos la asistencia pasiva
de los sólo pre- |
ocupados por absolver una
"obligación" |
de precepto, en una
ceremonia rutinaria |
Y, para ellos, siempre
demasiado larga. |
De todos modos, queda
todavía un |
margen largo de fieles que
asisten a la |
celebración de la santa
Misa y no se acer- |
can a comulgar. ¿Por qué
esa abstención? |
No podemos coger a cada
una de estas |
personas y establecer,
inconsideradamen- |
te, un juicio sobre ellas:
pero el conjunto |
del fenómeno sí que debe
ser, por lo |
menos, expuesto en líneas
generales, para |
deshacer errores, para
clarificar concep- |
tos y, tal vez, también
para ahuyentar |
escrúpulos. |
Debe haber, entre los no
comulgantes, |
personas de un gran
respeto hacia lo |
divino, que, con toda
honradez, no se |
creen dignos de acercarse
al Señor, pare- |
cidos al publicano del
Evangelio, a quien |
Cristo alabó; del mismo
modo que puede |
haber fariseos, que
presuman su piedad, |
como si Dios necesitara de
ellos. |
Pero entre esos humildes
publicanos |
debiera suscitarse el
estímulo de un acer- |
camiento sacramental a
Cristo: con ellos |
debe ocurrir, muchas
veces, que toman |
por impedimento a la
comunión, cosas |
que no lo son y que, una
conversación o |
una confesión con el
sacerdote, les aclara- |
ría dudas y les daría la
paz de descubrir |
que no están tan lejos del
reino de Dios, |
como ellos, por un exceso
de temor o |
de miramiento, encerrados
en sí mismos, |
suponen. |
Es también posible que, en
determina- |
dos casos, esa asistencia
mezclada de |
inhibición, son debida a
desconocimiento |
de lo que es la Mina, y
que deban ins- |
5 (65) |
truirse, catequizarse,
poner a la altura |
de los demás conocimientos
que poseen, |
los demasiado pobres y
elementales que |
tienen sobre Dios, el
Cristianismo, la Eu- |
caristía. |
Es cierto que la Iglesia
no ha urgido |
las conciencias a comulgar
constante- |
mente en cada Misa, a
todos los que a |
ella puedan asistir. Pero
ello no ha sido |
más que una transigencia
comprensiva |
hacia posibles situaciones
transitorias de |
conciencia, cuya
normalización dependía |
de la libertad del
cristiano. Por este res- |
peto a la conciencia, y
como un límite, en |
realidad mínimo, ha
establecido, desde |
siglos, que, por lo menos,
el fiel debe |
comulgar en Pascua, que es
lo que enten- |
demos por
"cumplimiento pascual" de |
los fieles. Pero esto no
puede tomarse |
como un límite jurídico,
soportado o |
cumplido el cual, ya basta
para ser |
cristiano. Ningún fiel de
la primera vene- |
ración de seguidores del
Evangelio lo |
habría admitido. Y ninguno
de ellos asis- |
tía a una celebración
eucarística sin que |
comulgara en ella. Una
Misa con asis- |
tentes no comulgantes,
habría sido un |
absurdo, no habría tenido
sentido. Sólo |
la introducción de una
mentalidad casuís- |
tica, objetivalizadora,
juridicista a ultran- |
za, perteneciente a
filosofías ajenas al |
Evangelio, ha podido
convertir en espec- |
táculo lo que debe ser
participación. |
Lo único que había en las
Misas primi- |
tivas con la admitida
presencia de no |
comulgantes, era la
catequesis que prece- |
día a la celebración
eucarística propia- |
mente dicha y que es, en
nuestra estruc- |
tura de celebración
actual, la parte que |
denominamos "Liturgia
de la Palabra, |
hace poco, "Misa de
los Catecúmenos". A |
esta parte asistían los
que se preparaban |
a recibir el Bautismo y,
también, los pe- |
nitentes que se disponían
a reintegrarse |
a la comunidad cristiana
que habían aban- |
donado. |
Hemos llegado, por inercia
y absurdos |
convencionalismos, a
admitir esas Misas |
de cumplido social, en
bodas, funerales, |
primeras comuniones... en
las que Dios y |
la Eucaristía ocupan sólo
alguna o ningu- |
na atención, sino simple
pretexto de fon- |
do para acompañar o quedar
bien con la |
familia o amigos, cosa muy
legitima. Pero |
en ella, poner una
celebración sacramen- |
tal a la que se asiste con
espíritu ajeno, |
en la que Dios es
postergado, resulta |
irrespetuoso. Dios no debe
ser un pretex- |
to para cumplidos de
acontecimientos |
sociales. |
¿Cuándo acabaremos con
todo ello? |
Un cristiano normal debe
sentirse ex- |
traño en una Misa en la
que no comulgue, |
o al imaginar una comunión
sin asistir a |
la Misa. Ni Misa sin
comunión, ni comu- |
nión, sin Misa. |
Ni Misa sin comunión, |
ni comunión sin Misa. |
6 (66) |
La edad de |
comulgar |
LA INDICACIÓN de los siete
años |
no constituye un precepto,
sino |
un criterio para designar
la apa- |
rición de la conciencia en
el hombre, |
ese principio de
responsabilidad, de |
capacidad de usar de la
inteligencia y de |
moverse con la voluntad en
la com- |
prensión y elección del
bien. Se puede |
discutir de si son o no
los siete años o si |
es sólo alrededor de esta
edad que se |
produce la aparición de la
conciencia |
humana, o de qué grado de
conciencia |
es capaz de alcanzar un
niño y de cuál |
es la indispensable para
acercarse a |
recibir al Señor. |
Siete años. ¿Y por qué los
siete años? |
Hay una tendencia cultural
a hacer |
intervenir el número siete
en los cóm- |
putos de las etapas de la
vida humana. |
El número siete no sólo es
importante |
y significativo
bíblicamente. Siete y |
los múltiplos de siete han
parecido |
marcar, más o menos, la
escala de |
capacidades del ser humano
en las |
instituciones jurídicas
romanas: siete |
el límite de la infancia,
catorce la pu- |
bertad y veintiuno (con
oscilaciones) |
la mayoría de edad. |
Infancia es la edad del
que no puede |
o no sabe hablar. Hablar
es expresar |
el pensamiento. Nada o
poco tiene |
que decir el que no sabe o
no puede |
pensar. Pero, todavía
esto, admitiría |
muchos matices y prolijas
discusiones. |
Hasta épocas relativamente
recientes |
se han cometido verdaderas
atrocida- |
des al suponer capacidad
de responsa- |
bilidades en menores de
edad, aunque |
supuestamente llegados a
la discreción |
post-infantil. |
Cuando se trata de
comulgar por |
primera vez, ¿es
suficiente una ele- |
mental y muy simple
discreción, sin |
más? ¿Bastan los simples
siete años? |
¿O señala la conveniencia
de acercar |
el niño a la Eucaristía,
esa tan frecuen- |
temente aducida razón de
la "inocen- |
cia" infantil? ¿Tiene
algún valor, o se |
puede llamar
inocencia" la "ignoran- |
cia" o incapacidad
tanto de bien como |
de mal?... Evidentemente,
la inocencia |
no es algo negativo, que
deba condi- |
cionar la Gracia,
eminentemente posi- |
tiva, de un sacramento. |
En el momento en que
despojemos |
de mundanidad la primera
comunión |
de los niños y, sobre
todo, en el mo- |
mento en que los padres
verdadera- |
mente cristianos, tomen,
precisamente |
ellos, la responsabilidad
de lo que es |
la primera comunión de sus
hijos, |
todas estas cuestiones
quedan fácil- |
mente resueltas. Lo que no
puede ser |
es acercar a un niño a la
Eucaristía si |
no le acompañan ―no
sólo en este |
acto, sino en el ejemplo
que debe pre- |
cederle y en la
perseverante práctica |
cristiana que lo ha de
continuar― co- |
mulgando al lado de ellos.
La primera |
7 (67) |
comunión no es "una
puesta de largo** |
sacramental, no es un
acontecimiento |
social ―que
"todos los niños lo hacen… |
entre
nosotros"―, no es una transi- |
gencia con la que han de
pactar incluso |
los no creyentes ni
practicantes, para |
que, en adelante, no les
molesten con |
preguntas los vecinos o
amigos cató- |
licos"... Sería tomar
el nombre y las |
cosas de Dios en vano, a
costa del bien |
de los propios hijos
comulgantes quie- |
nes, tras las primeras
juguetonas co- |
muniones infantiles, no
tardarían, por |
inercia doméstica y
social, en abando- |
narlas: como un juego
entraron en |
ellas y con igual ligereza
las abando- |
narían. |
Los padres cristianos que
creen |
que sus hijos han llegado
a la |
suficiente discreción para
que partici- |
pen y reciban la
Eucaristía, deben |
tomar este acontecimiento
como algo |
que les afecta totalmente:
ellos mismos |
han de dar ejemplo de
asistir y parti- |
cipar en la Eucaristía, y
no solamente |
en la inmediata
circunstancia de esta |
"primera
comunión" sino que, pre- |
viéndola ―en el caso
de que se hubie- |
ran alejado de Dios o
prescindido de |
los sacramentos― y
deseándola since- |
ramente, con fe cristiana,
como un |
bien para sus hijos, sean
ellos, los |
primeros por ser mayores,
quienes |
vuelven a Dios para que,
los niños, |
vean como normalidad el
acto que |
sólo consciente y
sinceramente se les |
invita a realizar. |
La Eucaristía es la
"comunión", la |
unión con Dios y los
hermanos: si |
esta unión con Dios y
fraternal no se |
intenta realizar, ¡por lo
menos!, a nivel |
familiar y de modo más que
esporádi- |
co, aislado o
circunstancial, no pasa |
de banalidad... por más
relojes que |
le regalen al nene o
medallas que le |
cuelguen a la nena y besos
a manta |
de abuelos y tías, y
desayunos extra- |
ordinarios, y fotografías,
y regalos, y |
vestidos, y estampas...
Riada munda- |
na, festera e inútil; Dios
trivializado, |
desconocido y ausente. |
Si esto pudiera ocurrir,
lo honesto |
es esperar, convertirse y
preparar lo |
que debe ser una
comunión" con el |
Señor, de todos los de la
casa, si la |
casa es de cristianos. La
primera co- |
munión de un niño que se
prepara (7) |
en soledad a ella, que
luego, si conti- |
núa comulgando o yendo a
Misa, se- |
guirá yendo solo y
aburrido, hasta |
que se olvide y lo deje
del todo, según |
el ejemplo doméstico, no
puede ser, |
salvo milagro, un bien
para ese niño. |
Es una mentira social, en
esta sociedad |
donde hasta lo santo y
religioso se |
somete a convencionalismo
huero, cos- |
tumbrista y sociológico. |
Es verdad que, en muchas
ocasiones, |
la conciencia de ese
ejemplo que hay |
que dar al niño
comulgante, supone |
un despertar en la
conciencia de los |
padres, no irreligiosos,
sino simple- |
mente olvidadizos,
aburguesados, pe- |
rezosos para las cosas de
Dios; pero |
aun en estos casos, el
despertar de la |
conciencia paterna es
necesario y su |
perseverancia
indispensable para que |
el niño que es acompañado
un día a |
recibir al Señor, tome
este acto como |
una prueba de amor
inolvidable de los |
que más quiere y más le
quieren en |
esta vida. |
La edad de comulgar de un
niño es |
aquella en que sus padres
(cristianos |
o vueltos a un sincero y
práctico cris- |
tianismo) y él, son
capaces de com- |
prender este abrazo que
juntos dan y |
juntos reciben a Cristo y
de Cristo. |
El número de los años no
tiene im- |
portancia. |
8 (68) |
Oración de caminante. |
SER en la vida romero, |
romero solo que cruza |
siempre por caminos
nuevos. |
Que no se acostumbre el
pie |
a pisar el mismo suelo, |
ni el tablado de la farsa, |
ni la losa de los templos |
para que nunca recemos |
como el sacristán los
rezos, |
ni como el cómico viejo |
digamos los versos. |
No sabiendo los oficios |
los haremos con respeto. |
Para enterrar a los
muertos |
como debemos |
cualquier sirve,
cualquiera… |
menos un sepulturero. |
Un día todos sabemos |
hacer justicia. |
Tan bien como el Rey
hebreo |
In hizo Sancho el escudero |
y el villano Pedro Crespo. |
Que no hagan callo las
cosas |
ni en el alma ni en el
cuerpo. |
Pasar por todo una sola
vez |
una vez sólo y ligero. |
ligero, siempre
lіgего. |
Sensibles a todo viento |
y bajo todos los cielos, |
poetas, nunca cantemos |
In vida de un mismo pueblo |
ni la flor de un solo
huerto. |
Que sean todos los pueblos |
y todos los huertos
nuestros. |
LEÓN FELIPE |
9 (89) |
La Misa de ayer, de hoy y
de mañana: |
¿comunidad, espectáculo,
devoción, costumbre o precepto? |
QUE TENGA que ser mandado
a |
un cristiano el ir a Misa
es, más |
bien, una vergüenza:
porque |
descubre que no sabe lo
que es la Mi- |
sa, o bien
―vergüenza todavía ma- |
yor― porque, aún
sabiéndolo, deja al |
Señor de lado, revelando
que la im- |
portancia de un encuentro
sacramen- |
tal con Cristo tiene, para
este perezoso |
o negligente, un valor
simplemente |
residual, es decir, que
relega la parti- |
cipación en la Eucaristía
para cuando |
no tenga "cosas más
importantes". |
Otras veces, lo que queda
de celo |
por asistir a las Misas
dominicales o |
festivas, parte del miedo
a cometer un |
pecado de omisión, sin que
se le ocu- |
rra que, la renovada Cena
del Señor, |
es el encuentro
sacramental con él y |
el fraternal con los
hermanos en la |
fe ―¿sospecha,
acaso, que los tiene?― |
Preocupado por librarse
de, al menos, |
ese pecado fácil de
evitar, acude re- |
signado a aguantar o estar
simplemen- |
te en una Misa
"válida para cumplir |
el precepto",
respecto de la cual le |
preocupa, con mentalidad
confusa- |
mente disciplinaria, la
casuística de |
desde hasta dónde se puede
recortar |
para que sea solamente
pecado venial, |
y hasta dónde sería
mortal: es el clá- |
sico "cumplidor"
farisaico que inva- |
riablemente recorta la
Misa al princi- |
pio o al fin y que, del
resto, está y |
soporta, distraída o
supersticiosamen- |
te, un rito que jamás
comprendió ni |
le importó comprender. |
El Dios de estos
cristianos es difícil |
de describir, pero no es
el Dios de |
Jesucristo. Se trata de un
dios ―¡hay |
que escribirlo en
minúscula!― más |
bien producto imaginativo,
acomoda- |
ticio al molde distante de
lo descom- |
prometido; un Dios neutro,
del cual |
tal vez se diga ―en
algún atropellado |
"Padrenuestro"―
que es padre de |
"todos", pero no
provoca ni exige her- |
mandad ninguna entre los
hombres; |
un dios para la frialdad
de la mente; |
un dios que, si alguna
exigencia llega |
a formular a quien cree en
él, ha de |
ser escondida y jamás
publicada, por- |
que sólo pueden ser
exigencias de lo |
que de antemano se le va a
negar y |
10 (70) |
archivar a disposición de
la oportuna |
misericordia de alguna o
ninguna con- |
fesión; cómoda
misericordia que per- |
dona y tan misericordiosa
(?) que |
dispensa de la corrección
y enmienda... |
Un dios tranquilizador,
justificador, |
solucionador, gratificador
y, sobre to- |
do, aséptico, lejano o
alejado con es- |
peso diafragma de silencio
para cual- |
quier delación de
hipocresías. Un |
dios que no contradice, ni
objeta, ni |
reprende; un dios
arreglador y pac- |
tista. Un dios
autofabricado, hecho a |
medida, a imagen y según
el interés |
del propio hombre que se
lo crea, para |
excluir, de cuajo, el
propósito y la |
alegría de descubrir,
respetar y desa- |
rrollar, en sí mismo y en
los demás, |
la imagen del Dios
verdadero, indele- |
ble aunque el orgullo la
emborrone, |
aunque el egoísmo la
contraiga. |
Un dios pagano, porque en
vez de |
creer en el Dios
verdadero, creen en |
las fuerzas, las razones,
las pasiones y |
los miedos, de los que no
se han libe- |
rado. Porque no se han
convertido |
del paganismo a la fe
cristiana, sino |
que han convertido su
"cristianismo" |
en otro, remodelado,
paganismo. Su |
cristianismo es una simple
colección |
de substituciones
mitológicas, que |
cultivan porque complace
sus miras |
y tranquiliza (?) su
psicología. |
Su ir a Misa, su
"estar" en la Euca- |
ristía, nunca les abrirá a
un encuentro |
comunitario. Quieren Misas
cortas, |
rápidas, neutras y
válidas. Los sermo- |
nes alargan inútilmente el
mínimo |
suficiente a la validez
del precepto. |
Se encuentran en el templo
extraños |
al sacerdote que celebra,
a los demás |
fieles asistentes que
concurren y sólo |
algo cerca de
"su" dios... porque este |
dios son ellos mismos. Van
allí a ado- |
rarse. «No son como los
demás hom- |
bres...» |
Para ellos, la Iglesia,
como mucho, |
es una gran
"administración" ―con |
paralelismo con lo civil
de lo que |
ellos entienden por
espiritual― de |
una especie de
"servicios públicos" |
que se llaman
"sacramentos" ―super- |
mercado de gracias y
perdones― por |
los que complace o
satisface necesida- |
11 (71) |
des, legítima situaciones
y calma |
inquietudes propias del
ser huma- |
no. Y basta. |
En cuanto a la Palabra de
Dios, |
se admiten referencias
solamente a |
supuestos muy distantes o
muy re- |
motos o bien el anuncio
con prin- |
cipios tan generales y
ambiguos |
(salvo para los
enemigos") que a |
nada comprometan y nada
denun- |
cien. Si Cristo no lo hizo
así, es por- |
que Cristo "era
diferente" y porque |
"nosotros no somos
Cristo". |
TROS cristianos no se
resignan |
con tanta fingida
neutralidad, |
con tanta asepsia y
prefieren elevar |
a signo colectivo, por lo
menos, la |
convergencia numérica de
tantos o, |
de otro modo, realzar
algún aspecto |
sensible que transforme en
espectá- |
culo, tributario de una
ideología o |
de un goce estético por lo
menos, |
la plural coincidencia de
fieles o, |
más bien, espectadores. |
No cabe duda que, buena
parte |
del ceremonismo exagerado
que |
han padecido los ritos
eclesiásticos, |
se ha debido a esta
inflación venida |
del mundo profano,
anticipador de |
triunfos que no son de
este mundo, |
y tendente a transformar
en cere- |
monias principescas o
reales log |
actos litúrgicos más
solemnes, en |
conciertos los cánticos
para alabar |
a Dios, en declamación
teatral o |
exhibición académica la
predica- |
ción sagrada, y la
concurrencia en |
vida de sociedad,
exhibicionista, |
clasista y mundana. |
Todo el oropel del que la
Iglesia, |
recogiendo el polvo de los
siglos, |
se quiere despojar, como
decía Juan |
XXIII, se debe a la pompa
palacie- |
ga, especialmente
renacentista, que |
si no en todas partes, sí
a veces en |
las más significativas, le
daba apa- |
riencias de señorialismo
feudal o |
de grandeza cortesana,
aunque per- |
dida en el aturdimiento
del boato |
mundano, se seguía
celebrando una |
Eucaristía sin
participación, deco- |
rativa y elegante, para
conmemorar |
¿Demasiado respeto o
frialdad de corazón? |
¿A causa de qué frialdad
de corazón, o de qué su- |
perstición puede suceder
que, los que se llaman cristia- |
nos, se mantengan alejados
de este sacramento? ¿No |
resulta verdaderamente
lamentable encontrar que se |
abstienen, algunos, de
participar en la mayor de las |
bendiciones al alcance de
nuestra miseria y pobreza? |
La verdadera razón por la
que algunas gentes no se |
Acercan a comulgar es
ésta: no desean llevar una vida |
verdaderamente de acuerdo
con la religión: no quieren. |
comprometerse a mantenerla
y piensan que, al comul- |
gar, este acto les
obligaría a reformas de vida que no |
quieren admitir. En el
fondo es también a causa de una |
profunda falta de
confianza... Por esta razón estas gen- |
tes no se acercan a Cristo
para vivir espiritualmente de |
él: saben, presienten que
si ellos no se entregan de ver- |
dad, tampoco él se
entregará a ellos. |
Card. John H. Newman, C.
O. |
12 (72) |
sucesos sociales o actos
políticos, |
trivializada y sin que la
mayoría de |
asistentes se acercaran a
recibir la |
comunión. Profanación
incompren- |
siblemente consentida del
sacra- |
mento de la Eucaristía, en
la que se |
confunde lo espectacular,
que le es |
ajeno, con lo comunitario,
que le es |
esencial y propio. Y esto
lo hemos |
visto incluso en nuestros
días. |
A esa pompa lamentable se
opo- |
ne, en ocasiones ―a
veces, curiosa- |
mente, coincide...―
una reacción |
piadosa, devota,
intimista. Se pasa |
de un extremo a otro, o se
juntan |
los extremos. |
A la soledad egoísta de un
Dios |
"sólo para mi"
se le añade un sen- |
timiento devocionero, como
el de |
esas Misas afortunadamente
decre- |
cientes, en las que,
paralela a la |
sumisa voz del sacerdote
celebran- |
te se sobreponían, a las
celebracio- |
nes eucarísticas, rezos y
prácticas |
con el mismo pragmatismo
incohe- |
rente y absurdo de los
que, todavía, |
llegan tarde a Misa,
aprovechan |
para confesar, alcanzan a
comulgar |
y salen del templo antes
de que se |
acabe la entera
celebración... Su- |
perficialismo e ignorancia
que no |
coinciden con las personas
menos |
cultas únicamente, sino en
el que |
inciden incluso las que se
tienen |
por "formadas"
(así lo creen ellas) |
cristianamente. |
Hasta que ese Dios
mío" no sea |
"nuestro", hasta
que no se supere |
en muchas almas esa
cerrazón cen- |
trípeta hacia dulzuras
imaginarias |
de un Dios demasiado
escondido, |
no llegaremos a la caridad
cristia- |
na, generosa y abierta.
«¡Id a todo |
el mundo!»..., dice
todavía el Señor |
a los que creen en él. |
EN LOS primeros tiempos
del |
Cristianismo no existía
ningún |
mandamiento, ni necesidad
de pre- |
cepto para acudir y
participar en |
la Eucaristía. El
cristiano deseaba |
encontrarse con sus
hermanos, y la |
comunidad de hermanos
echaba de |
13 (73) |
menos el ausente, cuando
no estaba |
a la hora de partir el
pan". Lo pe- |
or que hubiese podido
suceder a |
uno de ellos era verse
excluido de |
la comunión, del encuentro
sacra- |
mental y comunitario en la
Euca- |
ristía. Luego, a esto, lo
hemos lla- |
mado
"excomunión" y clasificado |
como "pena
canónica" o legal de la |
Iglesia, raramente
aplicable, porque |
no son detectables las
ocasiones |
en que pudiera hacerse o,
porque |
cuando aparecen, acompleja
fulmi- |
narla contra quien la
merece. |
Se excomulga el que se
encierra |
en su pecado, en su
desamor, en |
su dejación de la amistad
de Cristo |
y en el desprecio o
descuido de los |
hermanos. El pecado es el
desamor, |
o el amor agriado y vuelto
egoísmo: |
todo lo que podemos llamar
pecado |
contiene este núcleo
obtuso al bien, |
que va más allá y más a lo
cierto |
de las simples listas que
nos con- |
feccionamos. |
¡Claro que es un deber ir
a Misa! |
Pero, al mismo tiempo,
¡cuán des- |
graciado es el cristiano
que va a |
Misa solamente por deber!
¿Pode- |
mos considerar cristiano
al que no |
estima la Eucaristía? |
BIEN están, o bien
estarían las |
Misas numerosas, si a
ellas se |
acude o concurre no
simplemente |
a cumplir y despacharse un
precep- |
to, lo más deprisa,
mecánico y ex- |
pedito posible, sino con
el corazón |
sosegado, que es capaz y
está dis- |
puesto para sacar de la
misma |
magnitud en la que
participa con |
visión de fe, la elevación
comuni- |
taria, el significado de
fraternidad, |
que todos funden en la
alabanza |
de Dios y en la
participación de |
una misma verdad en la
Palabra |
que se anuncia y del mismo
Pan |
que se distribuye. Pero
estamos tan |
poco lejos de este ideal. |
Será preciso, no
precisamente |
reformar la Misa, sino
reformarnos |
a nosotros mismos, y
recomenzar, |
para que, en la
celebración euca- |
rística, sin traicionar su
sentido, |
seamos continuadores de
los pri- |
meros que se reunieron en
recuerdo |
de la Cena del Señor y se
miraban |
como hermanos. Habrá que
revisar |
actitudes para prepararlo
y dispo- |
nerlo. |
Posiblemente los que más
lo ne- |
cesitarían serían los
primeros en re- |
chazar la empresa, pero
alguna vez |
será preciso recomenzar de
veras. |
Falta gente en Misa, y
sobra gen- |
te en Misa. Y hay una
cantidad de |
cristianos hartos y
satisfechos en su |
mediocridad, pero
presumiendo a |
destiempo de cristianos,
que, plan- |
tados, como diría el
Señor, en la |
puerta, ni acaban de
entrar, ni |
dejan hacerlo a los que
quieren |
entrar. Y hay muchos que
creen |
que no son tenidos por
cristianos, |
que buscan a Dios, que no
se atre- |
ven a comulgar, que tienen
deseos |
sinceros del Señor, que
están más |
cerca de él que los hartos
y satisfe- |
chos de siempre, y no
podemos, por |
amor de ellos, seguir
cultivando el |
error por entretener la
bobería y |
callar la verdad. |
Las ideas no valen por lo
útiles que resultan, sino por |
lo mucho que cuestan y
exigen. ― Card. Giulio Bevilacqua, C.O. |
|
14 (74) |
LA ESPERANZA: |
teología e historia |
PARTIMOS de los dos tipos
de religiosidad: el on- |
tológico-cultural y el
ético-profético y tras anali- |
zarlos se aplicarán a la
realidad de nuestro |
cristianismo. |
La religión de los
"misterios" |
Este tipo de religión
florece en el helenismo, con su |
concepción pesimista,
circular, de la historia. En esta |
concepción del tiempo,
como algo que se repite siempre, |
nacen las religiones
mistéricas como un intento de libe- |
ración. Ya que el hombre
en esta cultura también está, |
como el tiempo, cerrado y
sin esperanzas. Esta religión, |
por medio del mito divino,
ofrece una esperanza. Re- |
cordemos que los misterios
más recurrentes atañían a |
la muerte y resurrección
del dios. Mito que nace de la |
experiencia cosmológica de
la muerte y resurrección de |
la naturaleza. De esta
manera, se ofrecía una esperanza |
por medio de la
identificación con el dios que rompía |
el círculo cerrado de la
historia del hombre. Esta salva- |
ción era individual y
fuera de la historia. |
La religión bíblica |
El Antiguo Testamento
ofrece una concepción lineal |
del tiempo, tiene un
principio y avanza hacia un fin y un |
final. Esta religión
bíblica es una religión de esperanza |
dentro de la historia. El
fin de la historia se concibe |
como solución, avance,
plenitud. Esta es la postura de |
15 (75) |
los profetas del Antiguo
Testamento (recordemos que |
la idea de la
resurrección, de la «otra vida», es bastante |
tardía, aunque haya una
cierta intuición de que el hom- |
bre no acaba tras la
muerte); así la esperanza mesiánica |
se vivía en la historia y
su horizonte era más bien te- |
rrestre, hasta los últimos
siglos antes de Cristo. |
El Cristianismo y |
sus desviaciones |
El cristianismo
neotestamentario parte de una acti- |
tud bíblica de concepción
lineal del tiempo, esperanza |
mesiánica que incide en la
historia, esperanza hacia la |
cual camina y avanza la
historia. |
Los primeros cristianos
han creído en la resurrección |
de Cristo, esta fe es el
núcleo del ser cristiano. La fe en |
la resurrección de Cristo
incluye una fe en nuestra resu- |
rrección (por una cierta
identificación con Cristo resuci- |
tado), es decir, una vida
misteriosa más allá de la muer- |
te. Con lo que el centro
de gravedad de la existencia |
humana del individuo se
transporta más allá de la |
historia. |
Es una modificación que la
fe cristiana hace de la |
concepción
veterotestamentaria, lo que le da una mayor |
analogía con la concepción
circular del tiempo de las |
religiones mistéricas.
Ahora bien, esta analogía es bas- |
tante superficial. Lo
confirma la idea de la parusía, la |
nueva venida de Cristo al
final. El camino no se había |
acabado, pues faltaba esta
nueva venida. La última pa- |
labra del Apocalipsis es:
«Ven, Señor Jesús». Así pues, |
la actitud del cristiano
primitivo es de esperanza, que |
se fija en la historia:
«ven aquí». |
Los cristianos, en el
transcurso de la historia y, so- |
bre todo, en los tiempos
modernos han hecho una sim- |
plificación del
enriquecimiento del Nuevo Testamento, |
fijándose en una
concepción semejante a los misterios |
paganos del helenismo. La
maldad del mundo, de la |
sociedad y del hombre; un
cierto fatalismo y una salva- |
ción que es un asunto
personal, mi identificación con |
Cristo, que viene del
cielo y no tiene nada que ver con |
la tierra. Lo importante
es, pues, que la gente, a través |
de una práctica litúrgica
con los sacramentos, con la |
sumisión a la pastoral de
los curas, obtenga esta iden- |
tificación y vaya al
cielo. Es una concepción pagana, |
mientras que los primeros
cristianos, de una manera |
más compleja que en el
Antiguo Testamento, decían |
16 (76) |
«Ven, Señor Jesús». El
Mesías de los profetas, es el del |
amor, de la lucha en el
mundo por la justicia, lucha de |
la verdad, del testimonio,
de vida vivida. |
Es éste un cambio radical
que se ha hecho poco a |
poco. Como cristianos
debemos reconocer que hemos |
interpretado mal el
cristianismo con graves resultados. |
Y con la responsabilidad
también histórica debemos |
reconocer las
consecuencias de esa mala interpretación |
del sentido del tiempo y
de la historia propios del cris- |
tianismo. |
Fuera del cristianismo, en
el siglo XIX, nació un |
movimiento caracterizado
por una fuerte esperanza his- |
tórica: El marxismo. |
Marxismo y Liberalismo |
Prescindiendo de otros
intereses que la verdad y la |
justicia, hay una cierta
analogía entre la actitud de los |
mejores marxistas y la
actitud bíblica en lo que se re- |
fiere a la concepción
lineal del tiempo y a la esperanza |
de que la historia puede
ser encauzada hacia un fin, |
que es una solución de
progreso. Por otra parte, veo |
una segunda analogía entre
el conservadurismo capita- |
lista (incluso el más
iluminado) y el pensamiento grie- |
go, en cuanto que ambos
presentan un pesimismo histó- |
rico. No hay, creo, ningún
liberal honesto que no tenga |
hoy conciencia del hecho
de que la sociedad liberal ca- |
pitalista es inhumana;
pero piensan que es imposible |
una mejor, y que cualquier
intento radical de cambiar- |
la está condenado a caer
en mayores males. He aquí su |
mesianismo histórico y he
aquí por qué el liberalismo |
intenta salvar algunas
grandes individualidades. (EI |
ideal del liberalismo no
es resolver el problema para |
todos, sino hacer que los
más dotados vayan adelante. |
Es una mentalidad de
élite). |
Así pues, éstos son los
problemas en el mundo ac- |
tual, frente al tercer
mundo, a América latina, etc., la |
comunidad cristiana es
profunda y fundamentalmente |
aliada del conservadurismo
social liberal-capitalista; es, |
pues, antitética a la
línea socialista. Mi reflexión quiere |
descubrir la raíz de este
hecho; no es un mero análisis |
político. |
Si el cristianismo no
hubiera perdido su concepto |
lineal del tiempo y el
sentido histórico de la esperanza, |
su reacción ante la
revolución del 1848 habría sido di- |
versa. Habría descubierto
el valor profundo del mar- |
xismo, frente a la
concepción circular del tiempo del |
inundo moderno, su
pesimismo histórico y su indivi- |
17 (77) |
dualismo exacerbado.
Habría podido reconquistar la |
visión lineal del tiempo y
de la historia que ofrece la |
biblia. Pero, por el
contrario, los cristianos aceptaron |
la concepción circular del
tiempo, el pesimismo históri- |
co y la concepción de una
salvación litúrgica, mistérica, |
independiente de la marcha
de la historia. |
Esperanza histórica |
y esperanza profética |
Antes de acabar quiero
hacer una clarificación im- |
portante. La esperanza
cristiana es propiamente una |
esperanza profética, no es
pues, en este sentido, una |
esperanza histórica. |
La esperanza profética no
excluye la esperanza his- |
tórica, pero no se
confunde con ésta. La esperanza his- |
tórica es una esperanza
que debe ser construida por el |
hombre con instrumentos de
análisis científico y de |
análisis racional, pero
con una apertura. Erich From |
(en La Revolución de la
Esperanza) dice que el funda- |
mento de esta esperanza
histórica es la certeza de la |
incertidumbre, es decir,
que la historia puede reservar |
siempre novedades. Es
cierto que tenemos una respon- |
sabilidad y una
posibilidad. Hay en esta esperanza una |
postura existencial: la no
aceptación del pesimismo |
definitivo. No es mítica,
pues busca en el presente la |
posibilidad de abrirse
hacia un futuro mejor. Evidente- |
mente la esperanza
escatológica, profética, religiosa, es |
una esperanza trascendente
porque espera una vuelta |
del Cristo vencedor. Y
esta esperanza es decididamente |
peligrosa, porque si se
comprende mal puede convertir- |
se en instrumento de
evasión y de injusto conformismo |
histórico. |
El creer o no creer no es
asunto simplemente de la |
inteligencia o voluntad,
es un misterio, pero para mí, |
creyente, la fe es
verdaderamente un acceso a la verdad; |
aunque profundo y
desconcertante. Por esto no es ex- |
traño que la fe sea
peligrosa, que sea fácil malinterpre- |
tarla, que sea posible
darle una explicación que no es |
otra cosa que una
traición, y no esta esperanza trascen- |
dente, auténtica, que es
compatible con la búsqueda de |
caminos para la esperanza
histórica y que incita a esto. |
La resurrección de |
Cristo y la historia |
del hombre |
La esperanza mesiánica es
peligrosa porque puede |
llevarnos a una especie de
pasividad... Ven, Señor |
Jesús y mientras llegas yo
canto tus alabanzas y basta. |
Este peligro se supera si
entendemos a Pablo (que por |
su dedicación al
"misterio" de Cristo y su helenismo |
es de los que más se
prestan a una mala interpretación |
según los misterios
griegos). |
18 (78) |
Pablo nos da el más
antiguo testimonio de la fe de |
los cristianos en la
resurrección de Jesús (1 Co 15). Nos |
dice que entre la
resurrección de Cristo y la parusía |
está todo el tiempo de la
historia, y durante este tiempo |
Cristo reina misteriosa y
ocultamente. Es un dato de fe. |
Reina para hacer avanzar
el amor y la justicia contra las |
potencias del mal en el
mundo (egoísmo, instrumentos |
de opresión y la opresión
misma) y la muerte es la últi- |
ma de las potencias
malignas que él vencerá. Esta es |
una concepción profética,
indicación de marcha que nos |
dice al menos esto: la
venida de Cristo no es inde- |
pendiente de lo que pasa
en la historia. No hay historia |
circular que repite la
opresión como si esto fuese el |
tejido fatal de la
historia y después, de repente, viene el |
En esta concepción pagana
no es el Señor el que |
viene, sino que somos
nosotros los que andamos en las |
nubes hacia el misterio de
aquel Dios. En Pablo, aparece |
que si no hay en la
historia una maduración de esta lucha |
contra las potencias, no
hay resurrección para nosotros |
y si no hay resurrección
nuestra no hay resurrección de |
Cristo y toda nuestra
religión sería un mito vacío. |
Si el creyente no busca en
la historia una esperanza |
histórica no es un obrero
de aquella esperanza trascen- |
dente. Esta esperanza
escatológica, sin confundirse con |
la esperanza histórica, es
convergente con ella. |
Si yo espero mi
resurrección es porque espero la ve- |
nida de Cristo, y si
espero la venida de Cristo es porque |
creo en su resurrección;
pero si creo en la resurrección |
de Cristo, yo creo que
Cristo es el Señor de la historia y |
que la historia está
misteriosamente redimida y que la |
salvación es también
historia y que, por tanto, se debe ir |
realizando en la historia
a manos de los hombres ilumi- |
nados por el Espíritu.
Incluso cuando no creen explíci- |
tamente. (Perdónenme los
no creyentes, como creyente |
pienso que incluso los que
no creen están bajo el influjo |
del misterioso Espíritu de
Dios). |
Debemos, pues, alcanzar el
peso que tiene la esperan- |
za en la fe cristiana. No
estamos ya más en un círculo, |
estamos en camino hacia la
justicia y juntos esperamos |
a Cristo que vendrá
―él― para concluir este camino de |
manera tan misteriosa como
incomprensible. |
José M. Díez-Alegría, |
en RASSGNA DI TEOLOGIA, n.
15 |
19 (79) |
«Cualquier palabra del
Evangelio no tiene |
vida por sí misma, sino
que está siempre en |
espera de una
circunstancia, de un suceso, |
de un encuentro. Cuando
éste llega te das |
cuenta que la palabra ha
sido pronunciada |
para ti y que tú eres para
ella. Y te coge, |
te oprime, te tortura, te
sabe a nueva, y ya |
no pertenece más al mundo
de las cosas |
escritas, sino que penetra
en tu sangre y no |
puedes deshacerte de ella.
No tienes otro re- |
medio que rebelarte contra
ella... o acoger- |
la, vivirla, y
transformarte para ser mejor». |
Card. Giulio Bevilacqua,
C. O. |
LAUS |
Director: Ramón Mas
Casanelles - Edita e imprime: Congregación del Oratorio |
Placeta de S. Felipe Neri.
1 - Apartado 182 - Albacete - D.L. AB 103/62 - 26. 4. 76. |
20 (80) |
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