Publicación
mensual del Oratorio. |
Núm. 141. MAYO. Año 1976. |
SUMARIO |
NOS ALEGRAMOS de ser hijos
de Dios, miembros de |
la Iglesia y discípulos de
los santos, en este mundo |
y en esta hora, cuando
todavía es tiempo de Dios |
y la tierra campo de la
Iglesia para la fecundidad |
de la gracia. |
VOLVER AL EVANGELIO |
LOS SANTOS, COMO
CURIOSIDAD |
¿QUÉ HACÉIS AHÍ
PLANTADOS?... |
CALCAR LE STELLE |
EL ESPÍRITU DE SAN FELIPE
NERI |
VENDER LOS LIBROS |
IGNACIO DE LOYOLA Y FELIPE
NERI |
1 (81) |
Te damos gracias, Señor. |
Te damos gracias, |
Señor, Padre Santo, |
Dios todopoderoso y
eterno: |
porque llenaste con los
dones de tu gracia |
al bienaventurado Felipe |
y lo abrasaste en amoroso
fuego. |
El cual, |
inflamado por esta caridad
inefable, |
una nueva Congregación
instituía |
para el bien de las almas, |
y completo con el ejemplo
de sus obras |
las enseñanzas de
salvación que a otros daba, |
Rogamos, pues, a tu
clemencia, |
que al celebrar su fiesta |
nos llenes de santa
alegría, |
nos muevas a seguir el
ejemplo de su vida, |
con su palabra nos
instruyas |
y con su intercesión a ti
tan grata |
nos protejas. |
Por eso, |
te damos gracias, Señor, |
y te bendecimos. |
2 (82) |
Volver |
al Evangelio |
TAL VEZ sea hora do que
vayamos acercándonos al Evangelio, purifi- |
cados de la buscada
utilidad para remediar los males del mundo. El |
Evangelio no es el remedio
del hombre, sino el alimento de la fe. Sin |
esta fe es inútil abrir
sus páginas, porque no se entenderá casi nada. |
Los santos lo leyeron con
fe: ésta les iba llevando la verdad del Evange- |
lio a la vida. Para ellos
vivir significaba hacer algo bueno y hermoso y man- |
tenerse, sin
arrepentimiento ni concesiones, en este afán. De esta búsqueda |
y vuelta incondicionada al
Evangelio hicieron toda su vida, y fueron felices A |
partir de la fidelidad y
constancia en su propósito. No e detuvieron a pensar |
que se «sacrificaban» por
nada, sino que pensaron que «ganaban» felicidad, |
ya desde ahora y para
ahora, y que esta felicidad se les iba haciendo mayor, |
serenamente, en la medida
en que la vida evangélica ―o «apostólica», como |
se llamó en los primeros
tiempos del Cristianismo― lee emparejaba con los |
primeros inmediatos
seguidores de Cristo, como fueron los apóstoles. |
De donde, In primera y tal
vez más peligrosa tentación que pudiera tener |
la primitiva Iglesia,
hubiera sido la de abandonar el mundo y escapar al |
desierto, para evitar el
riesgo de las contradicciones y sufrimientos que la |
realidad temporal y humana
aparejaba a la que no evita su contacto. Hubo, |
inmediatamente antes de
los tiempos de Cristo y hasta su contemporanei- |
dad, el grupo judío de los
esenios, observantes de una vida austera y |
espiritual, pero alejada,
separada del resto del pueblo, que Cristo segura- |
mente conoció pero no
imito ni enseñó a sus discípulos. |
En cambio, Cristo, a sus
inmediatos seguidores, les dio el mandato de ser |
predicadores y testigos
suyos en todo el mundo, no fuera del mundo. Le obe- |
decieron así, porque
después de la Resurrección del Señor, el anuncio de su |
Palabra se centrifuga por
toda la humanidad entonces conocida, con per- |
severancia y paciencia y
venciendo persecuciones con tesón y gozo interior, |
que el martirio no
apagaba. Fueron fuerte, porque eran felices. Creyeron |
siempre que el Señor les
había llamado a la felicidad: «¡Bienaventurados...!». |
Más adelante, en el
transcurso de la historia de la Iglesia, cada vez que |
se opera un esfuerzo de
crecimiento y so hace general un deseo de purifica- |
ción (porque esta
presencia necesaria en medio del mundo salpica de polvo |
la blanca vestidura de la
Esposa de Cristo), se producen «vueltas al Evangelio» {1}. |
3 (83) |
que tampoco son huidas del
mundo, aunque faltos de perspectiva, los |
mundanos lo juzguen así. |
La primera importante
reacción de este género, es el monacato, iniciado |
en Oriente y enseguida,
extendido a Occidente. Merced a él se remodelan |
los rasgos evangélicos de
la Iglesia, se cultiva y guarda el estudio de la Bi- |
blia, se desarrolla la
doctrina de la fe, y, desde nuestra posición, San Benito |
puede ser considerado como
―Padre de Europa―, por lo que contribuyó él y |
los monasterios en él
inspirados, a ordenar el caos causado por el desmo- |
ronado imperio romano
Occidental. |
En la Edad Media, en otros
momentos de oscuridades, dejaciones o igno- |
rancias, serán las Ordenes
mendicantes las que asumirán la instrucción del |
pueblo, con métodos que
podríamos considerar, atendidas las circunstan- |
cias de aquella sociedad,
como revolucionarios, y obtienen, en efecto, entre |
su labor y la desarrollado
por el anterior movimiento monástico de Cluny, |
una reacción beneficiosa
para la Iglesia y para los pueblos europeos, igno- |
rantes, violentos y mal
organizados. |
En el Renacimiento,
después del rompimiento luterano, serán las organi- |
zaciones religiosas
nacidas del impulso de los santos, todavía más abiertos |
que sus predecesores, los
que harán la verdadera reforma, desde la Iglesia. |
Y encontrarán dificultades
parecidas a las que relativamente, ha encontrado |
el movimiento legitimado
por el reciente Concilio, en los conservadurismos |
inmovilistas, del orden
social en el que la reforma incide. Hubo, en el Rena- |
cimiento, impulsos
renovadores con miras organizativas universales, como |
la de san Ignacio de
Loyola, y las hubo más ceñidas a la constancia de una |
labor mantenida en un
lugar, como san Felipe, apóstol ciudadano, que cum- |
ple bien reformando la
ciudad de Roma, con sus prelados, clero y pueblo, |
después de una larga vida
consagrada a la ciudad a la que llegó como fo- |
rastero, pero acabó amando
como propia. |
Todos procedieron del
mismo modo: volviendo, desde la fe, al Evangelio, |
que les era nuevo, siempre
nuevo, para cada situación, para su propia con: |
Versión, que nunca
creyeron acabada, y para la evangelización de los de- |
más, tanto más necesaria
cuanto más se daba por supuesta. |
Los santos no huyeron del
mundo. Sin dejarlo, se hicieron con medios |
por los cuales, aun
estando en el mundo, no fueron absorbidos por él, aino, |
al contrario, influyeron
en él sin ser rebasados. Sólo por falta de fijarnos en |
ellos los creemos tan
distantes del mundo: imaginamos A san Antonio solita- |
rio en el desierto, pero
olvidamos que sostuvo espiritual y moralmente a su |
amigo san Atanasio,
comprometido en una de las más difíciles batallas que |
tuvo que soportar la
Iglesia, frente a los errores y al abuso del poder político |
sobre la Iglesia: vemos a
san Bernardo, pero no nos fijamos en el influjo y |
Asistencia que prestó al
papa Inocencio III: y parecidamente podríamos de- |
cir de otros santos, como
de san Felipe en la Roma de su tiempo. |
Los santos eran frescor
del Evangelio en medio del mundo, para renovar |
a la Iglesia en cada
momento que era más necesario recordar su juventud. |
Y, cada vez que el mundo,
con su egoísmo se hacía triste y con sus tristezas |
se hacía viejo,
rejuvenecían esperanzas de verdad nueva, de parte de Dios, |
que la Iglesia, presente
en el mundo, especialmente por ellos, ofrecía con |
mensaje nuevo, más nuevo,
a todos los hombres. |
La Iglesia es hermosa,
sigue siéndolo, porque puede, especialmente por |
ellos, ofrecer todavía,
siempre, la libertad de la verdad y la fuerza de la feli- |
cidad. |
4 (84) |
Los santos, |
como curiosidad |
COMO otra forma de
heroísmo, |
también los santos,
despiertan |
la curiosidad, tan propia
del |
hombre. Pero de poco le
sirve que se |
fije en ellos, si la
curiosidad no evolu- |
ciona en interés por
conocerlos mejor. |
La curiosidad es
superficial, el interés |
profundiza. |
Hay personas que se
precipitan por |
tener algún dato
superficial sobre lo |
que sea, pero que no
persisten en ago- |
tar el conocimiento que
inician con |
las primeras noticias de
lo interesante. |
Su posición responde más a
una acti- |
tud novelera y cambiante,
que una |
vez satisfecha apenas,
abandona un |
objeto para pasar a otro,
que igual- |
mente relegará... El
curioso ni acepta |
ni rechaza nada; se pasca,
simplemen- |
te, por lo nuevo, o que le
parece |
nuevo. |
Es diferente la actitud
del que es |
capaz de interesarse. Este
es como |
una puerta abierta desde
donde mira |
y busca, para añadir a sus
encuentros, |
la decisión de la
voluntad, la respon- |
sabilidad de hacer una
opción. |
Los santos fueron
personajes que se |
interesaron fuertemente
por Dios, y |
no pueden ser entendidos
por quien |
no sea capaz por
interesarse en algo |
bueno, más allá de la sola
curiosidad, |
superficial y fugaz. |
Al querer popularizar a
los santos se |
ha incurrido, alguna vez,
en tomarlos |
por los aspectos que
pudieran llamar |
más la atención, en
singularidades |
intrascendentes, en
fijarnos y poner el |
énfasis en aspectos
meramente acci- |
dentales que, tomados
singularmente, |
conducían a verdaderas
deformacio- |
nes y falsificaciones...
La Iglesia, cada |
vez que ha querido
emprender una |
labor depuradora de
leyendas aplica- |
das a las historias de los
santos, ha |
tropezado con los
fanáticos que han |
opuesto sus fantasías a la
realidad |
histórica que se les
quería hacer en- |
tender, y que rechazaban
encerrados |
en indolencias o
conveniencias que |
les hacían más cómodo el
error que la |
verdad. Hay derivaciones
del culto a |
los santos que son
verdadera idolatría |
material. |
Pero los santos no han
podido tener |
mejor suerte que Cristo.
También de |
él los curiosos, los
simplemente curio- |
sos han hecho objeto de
estudio (?) |
parcial e intrascendente,
con menos- |
cabo de lo que es esencial
en el Evan- |
gelio. Ello ha llevado, en
ocasiones, a |
deformaciones prácticas
que reduci- |
rían el adoctrinamiento de
Cristo a |
pura traducción
moralizante, fruto de |
un esfuerzo que trata de
esculpir un |
hombre nuevo, sólo de
nombre, pero |
descuidando la conversión
interior, |
5 (85) |
que es la verdadera
renovación que |
Cristo impone desde la fe. |
Lo mejor de los santos no
son que |
anécdotas, ni sus
"milagros", sino la |
evolución de sus almas
compenetradas |
con Dios, su entender a
Dios, su entre- |
ga a la Iglesia, su
sinceridad evangéli- |
ca... Todo lo demás es
resultado no |
medido, pero amplísimo y
generoso, |
de una conversión
profunda, interior, |
creciente,
rejuveneciéndose incesante- |
mente, hasta el mismo
momento de su |
muerte, con una juventud
de alma sin |
límites, que las
dificultades no amila- |
nan ni las oposiciones
detienen. Aman |
a los hombres, pero miran
a Dios. |
Los santos no son
extáticos, sino |
activos, profundamente
activos, si bien |
el alma está pendiente de
Dios en todo |
cuanto ven y hacen, en
todo cuanto |
dicen e impulsan. Nada les
es indife- |
rente, pero son
indiferentes a lo es- |
pectacular y, por eso
mismo, no hacen |
ni dicen para ser vistos,
para exhibi- |
ciones ni
espectacularidades, aunque |
la presencia de Dios les
comunica una |
valentía y aplomo, audaz y
sencillo a |
un mismo tiempo, y parecen
exigen- |
tes simplemente porque son
sinceros |
y porque entienden
noblemente que, |
pedir menos, seria engañar
a los que |
quieren llevar a Cristo o
a los que |
hablan de Dios. |
No tienen importancia los
milagros |
de los santos. Son de
escaso interés |
las anécdotas que de ellos
se cuentan |
―a veces las mismas
atribuidas a san- |
tos distintos...―
cuando no ponen en |
descubierto la profunda
dedicación a |
Dios y el amor con que
dedican su vi- |
da a los hombres. |
Los santos no son seres a
los que |
hemos de remitir la
santidad de la |
Iglesia como si ellos ya
nos excusaran |
a los demás bautizados.
Los santos son |
seguidores de Cristo, como
nosotros |
que, igual que ellos,
hemos de hacer |
de Cristo nuestra vida. |
Los que se acercan a sus
vidas con |
espíritu de curiosidad,
nada entende- |
rán de lo mejor de los
santos. Serán a |
lo sumo, los curiosos,
coleccionistas |
de biografías, con datos
relativos a |
personajes ilustres,
auténticos o su- |
puestos, pero no
penetrarán nunca en |
lo único realmente
importante que |
fueron. Pasarán de largo,
sin compren- |
derlos y sin aprender
nada. |
Los primeros cristianos y
los santos no disponían |
de pruebas más
convincentes que las que tenemos |
nosotros; sólo que su fe
era más vigorosa. |
Card. John H. Newman, C.
O. |
6 (86) |
jóvenes: |
«¿Qué hacéis ahí
plantados, |
mirando al aire?» |
ESTAS mismas palabras, que |
están entre los primeros
ver- |
sículos del libro de los
Hechos |
de los Apóstoles, se
podrían decir a |
multitud de embobados,
como las |
hubiera podido decir ese
joven za- |
ragozano, hace unas
semanas, a un |
buen grupo de
conciudadanos su- |
yos, espectadores pasmados
de un |
incendio que ―según
relato de los |
periódicos―
"contemplaban sin |
reaccionar ante las voces
de auxi- |
lio" que salían de
una casa envuelta |
en llamas. Pensarían,
seguramente, |
que "ya se había
avisado a los |
bomberos, que para eso
están". Así |
de previsores, de
organizados y có- |
modos; así de egoístas, de
pobres y |
de miedosos. |
Pero el joven no les dijo
nada. |
Pasaba ocasionalmente por
allí |
montado en su moto.
Simplemente: |
se detuvo, descendió del
pequeño |
vehículo, paró el motor,
vio y oyó |
lo que todos y, sin
dudarlo ni ha- |
blar, se metió en la casa
ardiendo |
y al poco rato, sacó sus
seis únicos |
habitantes, que eran todos
niños... |
Una vez a salvo los niños,
el jo- |
ven cogió rápido el
manillar de su |
moto y, sin más
ceremonias, se |
marchó acelerando y
echando |
humo. |
Gracias. |
Dicen que ahora aquellos
tran- |
seúntes y vecinos
espectadores del |
incendio y testigos del
gesto del |
salvador desaparecido han
acudido |
al Ayuntamiento de
Zaragoza para |
que se averigüe la
identidad del |
joven motorista y, una vez
locali- |
zado, se le tribute un
homenaje. |
Pero pensamos que ojalá no
lo |
encuentren. ¿Para qué? Un
home- |
naje no limpia la
vergüenza de la |
pasividad y negligencia de
muchos |
que acudirían a aplaudir.
Ni con- |
templar incendios ni
aplaudir ho- |
menajes. Menos fiesta para
todo, y |
todo para la vida. Para la
vida de |
uno y de los demás, porque
todos |
y todo es de Dios. |
El muchacho de la moto
será |
igualmente feliz ―o
más feliz― si |
no turban su gozo puro y
sencillo |
de haber cumplido con su
deber. |
Seguramente, como buen
joven, |
pensaría que no hay que
premiar |
7 (87) |
lo debido, ni hay que
convertir el |
deber en negocio ni
tampoco en |
autopremio. |
Dicen de la juventud... Y
habrá, |
como en todo, de todo.
Pero hay |
buena juventud. |
Nos impresiona y llama la
aten- |
ción esa noticia captada
por el in- |
formador, porque revela la
belleza, |
no sólo de salvar la vida
de cinco |
seres humanos, sino porque
se trata- |
ba de niños, y los niños,
sin tópicos, |
son la esperanza de la
humanidad. |
Pero es bella, además y
sobre todo, |
por el modo de hacerlo.
Los cobis- |
tas, los vanidosos, los
que se com- |
ponen y se esfuerzan por
"parecer" |
fuertes, o bellos, o
sabios, o pode- |
rosos... pero esconden,
envuelta en |
corteza de apariencias, la
mediocri- |
dad vergonzante con que se
arras- |
tran por el mundo, nunca
sabrán |
imitar gestos
adverbializados con |
esta simplicidad
elegantísima ―ágil, |
oportuna y
transparente― como "de |
ángel de la guarda",
que lo es por- |
que se ignora a ella
misma, que no |
se busca a sí misma, sino
que busca |
el bien y lo hace. |
Alegra ver, alguna vez, en
los |
periódicos, noticias
confortadoras, |
como ésta. El bien no sólo
es posi- |
ble, sino que existe, y
existe entre |
los jóvenes. Aunque estas
noticias, |
cuando aparecen, no se
destaquen |
en grandes titulares, como
las que a |
veces se conceden a las
creaciones |
o deformaciones de
noticias que |
pretenden sensacionalismos
a base |
de la verdad bastarda. |
No se trata de mirar al
cielo, ni |
de pararse ante las
hogueras de la |
tierra. Se trata de mirar
al corazón |
y, desde el corazón, salir
a apagar |
las llamas o, por lo
menos, a salvar |
las esperanzas. Las
esperanzas son |
la semilla cierta de la
vida, la vida |
es de Dios, y el cielo es
el corazón. |
Que mire sin ver, que
discuta |
sin entender, que se pare
sin oír la |
bobería, pronta siempre al
espectá- |
culo morboso del mal, o a
la diver- |
tida fabricación de héroes
para un |
día. Pero la vida es
hermosa por- |
que hay que seguir
andando; los |
caminos nos esperan. Ni la
venera- |
ción de los santos nos
libra de ser |
virtuosos, ni los héroes
provisiona- |
les de cumplir con el
propio deber. |
Adelante. El nombre no
importa. |
«La palabra
"amor" no estuvo referida a |
Dios hasta que apareció
Jesucristo» |
Paul Valéry |
8 (88) |
CALCAR LE STELLE |
Se l'anima ha da Dio
l'esser perfetto, |
Sendo, com'è, creata in un
istante, |
E non con mezzo di cagion
cotante, |
Come vincer la dee mortal
oggetto? |
Là 've speme, desio,
gaudio e dispetto |
La fanno tanto da sè
stessa errante, |
Si che non veggia, e l'ha
pur sempre innante, |
Chi bear la potria sol con
l'aspetto. |
Come ponno le parti esser
rubelle |
Alla parte miglior, nè
consentire? |
E questa servir dee,
comandar quelle? |
Qual prigion la ritien,
ch'indi partire |
Non possa, e alfin col piè
calcar le stelle, |
E viver sempre in Dio, e a
sè morire? |
SAN FELIPE NERI, |
en su juventud |
9 (89) |
El espíritu |
de san Felipe Neri |
en el cardenal Bevilacqua |
JEAN GUITTON, académico
francés, al referir su encuentro romano con el |
cardenal Bevilacqua,
relata la imagen que el ilustre oratoriano le daba de san |
Felipe, en la cual, sin
darse cuenta, se revelaba a sí mismo. Jean Guitton es- |
taba en Roma con ocasión
del Concilio Vaticano II, en el que participaba co- |
mo observador laico, y
acababa de dar una conferencia en el Oratorio, sobre |
Newman, cuyo conocimiento
revela en varias de las obras que ha publicado. |
Aquí transcribimos un
fragmento de un trabajo como homenaje al cardenal |
Giulio Bevilacqua, al
producirse su muerte, precisamente en el mes de mayo |
y cerca de la celebración
de la Fiesta de san Felipe... |
NO ES frecuente que, a la
edad en que he llegado, ocurra el |
fenómeno de nacer, crecer
y desarrollarse una de aquellas |
amistades profundas cuya
raíz se encuentra en la admi- |
ración. |
Durante el Concilio un
amigo me presentó al Padre Bevi- |
lacqua, diciéndome:
"Se trata de un religioso del tipo de aquel |
Monsieur Pouget que usted
mismo ha descrito y dado a conocer |
en Francia; es un hombre
único en su género, desconocido y |
maravilloso". Yo vi a
un oratoriano, con el cuello blanco, y |
pensé enseguida en
Bérulle, Malebranche, Gratry, Newman...; |
pero era diverso. |
10 (90) |
Bevilacqua me condujo al
Oratorio de Roma, en donde yo |
acababa de hablar sobre La
actualidad de Newman: en com- |
pensación me hizo visitar
las capillas, las reliquias de san Felipe |
Neri, fundador de los
Oratorianos. Hablaba con entusiasmo, |
anhelante: recuerdo que se
sentó frente a la mascarilla de san |
Felipe, una de las más
puras que existen en el mundo, humana |
y sacerdotal al mismo
tiempo. Me tomó la mano y se puso a |
hablarme en estos términos
(he encontrado en mi Journal las |
huellas de esta
conversación. Permítaseme transcribirla sin en- |
miendas, porque contienen
la vida del Padre, destilando gota a |
gota desde su
espontaneidad...) |
"Es un santo
extraordinario. Posee la arrogancia, la ale- |
gría, el genio y el
espíritu de independencia de los florentinos, |
pero además el grancejo
sobre sí mismo que es como la flor y la |
sal y la gracia del
verdadero humor (recordar aquel "spernere se |
11 (91) |
sperni" —burlarse de
ser burlado, que es la razón de sus ocu- |
rrencias y de sus bromas). |
Pero tiene también el
sentido humano del buen pueblo de |
Roma, el sentido de la
"buena vida", tan distante del de la |
"dolce vita" que
la frivolidad internacional atribuye a los ve- |
necianos. Felipe se
mezclaba con el pueblo, se le podía encon- |
trar por los mercados y
tiendas, amaba las fiestas romanas. Su |
vida mística, tan fuera de
serie, pero libre en absoluto de mor- |
bosidades; el fuego de su
corazón, vivo, lleno de vida y vivifi- |
cante, hasta agitarlo
arrobadamente, pero con fervor que que- |
ría mantener en secreto.
Para contenerlo, cuando celebraba la |
Misa, tenía que rezarla
deprisa, y así ocultar emociones. Pero |
aquí, en esta capilla
donde ahora nos encontramos, decía la |
Misa despacio, tan
despacio que quien le ayudaba podía lar- |
garse un buen rato,
desayunar incluso, y volver más tarde... |
San Francisco de Asís
experimentaba gracias místicas que |
lo alejaban fuera de las
condiciones humanas, por lo menos al |
final de su vida. Y no
podía ocultarlas; diría, casi, que no que |
ría ocultarlas. Don Bosco
era muy poco crítico sobre sus esta- |
dos, y muy hábil en los
negocios. Pero aquí no se trata de eso. |
Diría, con Bergson, que se
trata del misticismo en su plenitud, |
el misticismo completo. |
Y, entre paréntesis, yo
encuentro vuestro Bergson como un |
pensador también único y
fuera de serie, un pensador de la ra- |
za de san Felipe: su
búsqueda dura toda la vida, es hombre y |
filósofo, lo mismo que
Felipe es hombre y santo. Bergson, al |
final, se inclina ante
Dios que ha descubierto a través de los |
místicos completos, que
sólo el Cristianismo puede producir. |
Yo entiendo por místico
completo el místico desconocido |
por los demás, que vive la
vida que viven todos, la vida más |
común, la más
independiente y la más jovial, sin sistema, aun- |
que no sin intuiciones
fulgurantes; sin narcisismo, sin ostenta- |
ción, sin "devoción
particular": y ved cuán raro es encontrar |
esto en la historia del
misticismo. |
12 (92) |
Con todo esto, y diría que
in- |
cluso a causa de esto, una
autori- |
dad tan notable sobre
todos, incluso |
sobre Carlos Borromeo que
lo criti- |
caba, incluso sobre el
Papa (a quien |
frecuentaba Baronio). Sin
nada |
extraordinario en
apariencia, muy |
al contrario de Catalina
de Siena, |
y sin ideas políticas
personales, si |
se exceptúan la ideas de
reconcilia- |
ción (sobre España y Luis
IV, o por |
la vuelta de Enrique IV).
Con una |
gran admiración por
Savonarola |
(próximo, en eso, a
Catalina de |
Ricci); mientras que
Savonarola |
representa la Edad Media,
Felipe |
anuncia la época moderna,
el ver- |
dadero Humanismo
cristiano. |
Yo no sé si vosotros, los
france- |
ses, habéis entendido esto
del Ora- |
torio. Porque el espíritu
oratoriano |
es lo opuesto al espíritu
cartesiano. |
Y en Francia sois
demasiado car- |
tesianos... |
Decía estas últimas
palabras con |
la benevolencia de una
sonrisa, y |
luego continuaba: |
Ningún particularismo, ni
siquie- |
ra en la santidad. No
tenía pro- |
gramas. Solamente el
corazón |
lleno, colmado, encendido
por el |
Espíritu Santo, y aquello
que en |
cada momento se le hacía
espontá- |
neamente reclamo. Un punto
y |
26 de mayo |
festividad |
de |
SAN |
FELIPE |
NERI |
fundador |
del |
Oratorio |
13 (93) |
basta. Era totalmente él
mismo, pero abierto al Impulso divino: |
ninguna composición
previa, ninguna puesta en escena, ningún |
aparato teatral. Alegría,
alegría, lágrimas de alegría. La vida |
humana asumida enteramente
en la cruz y en el gozo. |
Y pasar todo el día
hablando con todo el mundo. La puer- |
ta siempre abierta.
Acoger, sublimar. Un poco de fantasía, un |
poco de improvisión,
agudeza y gracia, pero todo divino. La |
familiaridad constante con
el más grande y con el más |
pequeño. |
San Felipe fue el tipo más
acabado de italiano y, me |
atrevo a decir, de romano:
una nobilísima sencillez sonriente |
con todo el mundo.
Contemplad este rostro, que la muerte no |
pudo apagar..." |
Yo lo oía, pensando que me
estaba dando, en silencio, la |
llave de oro para
conocerle precisamente a él mismo. |
Una de las ideas más
amadas por Bergson era la división |
entre "cerrado"
y "abierto": Bevilacqua era un espíritu tan |
naturalmente abierto que
puede decirse de su vida que fue |
empleada para abrir un
poco más a cuantos se le acercaron |
a él y le trataron. |
Se debe venir a la Iglesia
(desde la conversión), no |
para ponernos a salvo de
las desilusiones que haya |
podido darnos el mundo,
sino para hacernos santos. |
Si llevamos este motivo,
no sufriremos decepción |
alguna; si llevamos otro,
estamos ya engañados. |
Card. J. HENRY. NEWMAN, C.
O. |
14 (94) |
Vender |
los libros |
HUBO un tiempo en que los
libros |
eran un tesoro. Todavía,
ahora, |
son la mayor riqueza para
un |
estudioso. Aunque, en
nuestro tiempo, |
queda muy diversificada la
clase de |
libros: no es lo mismo un
libro de |
texto o científico, uno
literario o na- |
rrativo, un
libro-reportaje o informe, |
un libro de referencia
fundamental, |
etc. No envejecen todos de
la misma |
manera: la permanencia del
interés |
de un libro-reportaje
puede superar |
muy poco el de un número
de revista |
o hasta de periódico
informativo de |
vigencia fugaz, mientras
que un libro |
científico o de referencia
fundamental |
tardará más en hacerse
viejo. De to- |
das formas, en las
librerías, cuando |
alguien medianamente
entendido va |
a comprar un libro,
inevitablemente |
mira la fecha de edición y
se exige |
siempre la más reciente,
como si un |
libro no acabara de ser
nunca algo |
definitivo, como si los
libros, aun los |
científicos,
"crecieran". |
Cuando los libros no
"crecían", |
cuando no había, apenas,
ediciones |
posteriores de una obra
"corregida y |
aumentada", los
libros conservaban |
un valor constante, tanto
como instru- |
mento científico o
cultural, como ma- |
terial y económico.
Desprenderse de |
ello suponía una doble
abnegación y |
renuncia. |
Hace cuatro siglos, cuando
los libros |
eran así de valiosos y
tener algunas |
docenas representaba algo
más que |
tener ahora unos cientos,
san Felipe, |
que terminaba de estudiar
con éxito |
filosofía y teología en
Roma, recoge |
todos sus libros y los
vende. |
En nuestros días, vender
los libros, |
no representaría el mismo
desprendi- |
miento. Existen, es
cierto, cerca de las |
universidades, en
callejuelas inmedia- |
tas al emplazamiento de
las buenas y |
bien provistas librerías
más o menos |
especializadas, que están
al día de las |
novedades que puedan
interesar al |
curioso o necesitar el
estudioso, las |
librerías de lance, pero
tienen menos |
importancia que en otros
tiempos por- |
que los libros envejecen
en las mismas |
librerías de nuevo,
rechazados, si no |
pertenecen a su última
edición. El va- |
lor de los libros viejos
en las librerías |
de lance, se debate entre
la excepción |
de dar con algún ejemplar
de edicio- |
nes ya agotadas, o el del
papel viejo, |
excepto en los de
narrativa de desigual |
interés y valor. |
¿Por qué vendió todos sus
libros san |
Felipe, en especial,
cuando sabemos |
que, de sacerdote y
entrado en años, |
tenía buenos libros en su
celda y es- |
taba al corriente de las
cuestiones |
debatidas en las aulas de
los estudios |
romanos y gustaba de
discutirlas, con |
verdadera agilidad mental,
entre los |
jóvenes estudiantes? ¿Es
que se había |
cansado, como cuentan de
algún centro |
de estudios donde el
aprender algunas |
15 (95) |
materias se toma como
camino y carga |
inevitable para empleos y
condición |
indispensable, pero
odiada, por ello, |
finalizado el último
examen, se quema |
el último libro de texto
de la materia |
aprobada, o se clava en la
pared? |
San Felipe jamás despreció
la cien- |
cia ni tuvo de ella la
idea de ser utili- |
zable en provecho propio y
nada más. |
Él, sin pensar ser
sacerdote, acudió a |
las aulas de la Sapienza
de Roma, para |
estudiar la ciencia de
Dios. Si luego |
resultó que al ser
ordenado sacerdote, |
varios años más tarde, ya
tenía, sin |
haberlo pretendido, los
conocimientos |
exigidos para ejercer el
ministerio |
que asumía por la
ordenación, fue algo |
que había dispuesto la
Providencia, |
sin previos cálculos del
mismo Felipe. |
De joven y seglar
aprovechaba sus co- |
nocimientos de Dios para
hablar con |
todo el mundo, sin énfasis
ni arrogan- |
cias, y llevar muchos a la
conversión |
y a una vida sinceramente
cristiana |
Fue, antes que sacerdote,
un apóstol |
seglar espontáneo, pero
documentado. |
Debió comprender que, casi
siempre, |
lo que se llama crisis de
fe o crisis |
religiosa y los problemas
que dicen |
tener los creyentes en
relación con |
Dios y la Iglesia, se
reducen a la pura |
realidad de su ignorancia. |
Pero los libros tampoco lo
son todo |
sin la conversión del
alma. Y la con- |
versión es imposible donde
no hay |
desprendimiento. Por eso
se quiso |
desprender de su única
riqueza y, sin |
duda, de lo que,
materialmente, más |
quería. |
Que el producto de la
venta lo dedi- |
cara a obras de piedad y
de miseri- |
cordia era normal en su
espíritu, ya |
que al apostolado
espontáneo llevaba |
consagrado todo su tiempo
y todo su |
hacer, excluido el tiempo
indispensa- |
ble para ganarse
honestamente el pan |
que comía. No tuvo
codicias, no fue |
pordiosero, no molestó a
nadie, con- |
servó su aire juvenil y
simpático, |
estudio, se dedicó
intensamente a |
Dios, habló de Dios sin
previos pre- |
parativos exteriores, pero
habiendo |
estudiado, rogado y
reflexionado lar- |
gamente,
ininterrumpidamente sobre |
Dios, la Iglesia y el
ambiente donde |
se movía. Luego, cuando a
los treinta |
y cinco años fue ordenado
sacerdote, |
casi sin darse cuenta, no
tuvo que |
hacer otra cosa que
continuar una vida |
que ya llevaba de tiempo
ordenada a |
un mismo fin invariado. |
Volvió a tener libros y
quiso que |
los de su casa los
tuvieran, y estimuló |
las vocaciones
intelectuales de los |
suyos, cuando el sujeto se
prestaba a |
ello. Sin perder su
sencillez, pero sin |
degeneración plebeya, ni
la ciencia ni |
tampoco las artes le
fueron indife- |
rentes y fue, el Oratorio
romano, un |
cenáculo de mentes
inteligentes, de |
talentos artísticos y de
hombres apos- |
tólicos. |
El egoísmo, el apego al
dinero, es suficiente |
para hacer estériles todas
las gracias. |
Card. J. H. Newman, C. O. |
16 (96) |
De un imperio, |
de una ciudad: |
Ignacio de Loyola |
y |
Felipe Neri |
CONSTITUYERON dos figuras |
características de su
tiempo y |
de su lugar de origen.
Coinciden |
en su amor a Dios y a la
Iglesia, viven |
una misma época, llegan a
encontrarse |
en un mismo lugar, Roma,
pero reali- |
zan su apostolado de modo
totalmen- |
te diferente. Surgen de
ellos dos orga- |
nizaciones u obras que
perpetúan su |
influjo ―la Compañía
en san Ignacio, |
el Oratorio en san
Felipe―, que igual- |
mente reflejan el diverso
origen e ins- |
piración, como método. |
No se trata aquí de
comparar para |
preferir, o para
menospreciar. Los dos |
santos eran amigos y,
mientras san |
Ignacio lamentaba no
haberlo recluta- |
do para su Compañía, san
Felipe de- |
cía, para ésta y otras
ocasiones, para- |
fraseando un salmo, que
"la Iglesia se |
adorna con la
variedad". |
La referencia a los dos
santos tiene |
algún interés por la
relevancia univer- |
sal que tuvo san Ignacio.
Si san Igna- |
cio hubiese sido de
Castilla, habría |
seguido pensando en los
moros, como |
la contemporánea y gran
santa Teresa, |
castellana; pero san
Ignacio era vasco, |
de un país periférico y
abierto al mar, |
no propenso a confundir el
tesón con |
la obsesión, ni aun con
propósito de |
bien, Santa Teresa, cuando
el mundo |
se hace súbita y
geográficamente gran- |
de, no piensa en
continentes lejanos, |
sino que ahonda para
descubrir mora- |
das interiores, los
continentes del al- |
ma. San Ignacio piensa en
el mundo, |
en "la conquista del
mundo" y conci- |
be una organización
rígida, honesta y |
poderosa, como un ejército
espiritual, |
la Compañía. Era soldado y
le va bien |
el esquema militar, sin
deshumanizar- |
le; llegaba a Roma como
español, y no |
podía desprenderse del
prejuicio im- |
perial de su oriundez.
Para él era pre- |
ciso conquistar el mundo,
y el mundo, |
le parecía poco para Dios.
Estudia, |
medita, reflexiona, reza,
organiza, con- |
quista elementos y
emprende. Su efi- |
cacia, admirada o
envidiada, desper- |
tará la atención de todos,
en todas |
partes. Otros, creyendo
imitar algo |
diverso, repetirán casi
todos o por lo |
menos algunos de los
rasgos de su |
técnica organizativa y
apostólica. Exis- |
17 (97) |
ten pocos hombres
inventores y el |
mimetismo es también una
constante |
de los paralelos
históricos. A esta imi- |
tación no escaparon muchos
conventos |
de otras Ordenes y
Congregaciones, |
ni los Seminarios y Casas
de forma- |
ción. Lo cual no es
necesariamente un |
mal en sí mismo. Todavía,
en nuestra |
época, serían repetibles
formas actua- |
lizadas de las
renacentistas de san Ig- |
nacio, en obras que
parecen totalmente |
distintas, algunas ni
siquiera reli- |
giosas. |
San Felipe era diferente.
San Felipe |
era toscano, florentino, y
también lle- |
gó a Roma con su peculiar
bagaje de |
la tierra que le vio
nacer, que abando- |
nó en la adolescencia,
pero que jamás |
olvidó. El Renacimiento,
en la historia, |
no es Roma, aunque Roma lo
reciba, |
sino que es Florencia, que
se lo da sin |
perderlo. La Roma
renacentista la |
hicieron los florentinos.
Florencia no |
era un imperio, sino un
centro de arte, |
civilización, ciudadanía,
laboriosidad |
y libertad. En Florencia
había las |
"botteghe" de
artesanos y artistas, de |
comerciantes, de
tejedores, de cera- |
mistas; había estudios,
escritores, po- |
líticos y poetas. Allí lo
material no era |
jamás simple cantidad,
sino recep- |
táculo de la forma
cualitativa de la |
belleza o del orden sabio
de la utilidad |
común. Y había fiestas,
alegría com- |
partida, no para no
trabajar, sino por |
haber trabajado y merecido
el gozo, |
sólo turbado por
injerencias extrañas, |
cuando la ambición interna
de la mi- |
noría triste, se aliaba
con la envidia |
lejana de los despotismos
amenazan- |
tes, o de rivalidades
europeas. |
Savonarola, admirado y
venerado |
por fan Felipe, había sido
uno de esos |
mártires a la fuerza,
víctima de la |
última de esas crisis que
turbó Floren- |
cia, poco antes de
abandonarla san |
Felipe. |
San Felipe, en Roma, no
pensará en |
organizaciones, sino en la
espontanei- |
dad y saber democrático
florentinos. |
El no concebirá ninguna
organización |
a modo centralizado,
imperialista y |
controlador, sino que, tal
vez para |
evitar degeneraciones, ni
siquiera que- |
rrá, en principio, fundar
obra alguna. |
No se le ocurre. Forzado,
casi, accede- |
rá, presionado por el
Papa, a constituir |
la "Congregación del
Oratorio" y ten- |
drá siempre muy poca
confianza en |
leyes, reglas, votos o
métodos... Que |
los adopten, que las
sigan, que los |
hagan los que sientan
inclinación por |
ello. El ama la genuina
espontaneidad. |
Bevilacqua ha descrito
este espíritu |
característico de san
Felipe. Pero san |
Felipe será constante en
esta misma |
sencillez; san Felipe
permanecerá toda |
la vida en Roma, y
cambiará a Roma. |
San Ignacio primero hizo
unas leyes, |
las guardó y luego fundó,
meditada y |
prudentemente, su
Compañía. San Fe- |
lipe no quiso escribir ni
una sola ley. |
Por eso su comunidad, como
ocurre |
en las familias, vivió de
costumbres |
más que de reglas y,
cuando éstas |
fueron escritas por sus
discípulos tu- |
vieron más bien estilo de
crónica que |
de cuerpo legal. Y, cada
casa, luego, |
sería, también como las
familias, autó- |
noma, aunque amiga,
también como |
en las familias cuando, de
muchos |
hijos, crecen nuevos
hogares, y siguen |
amándose. |
San Ignacio llamaba a san
Felipe |
*campana" porque
"tocaba a Misa y |
se quedaba fuera"
pues le había man- |
dado algunas vocaciones
que fueron |
luego óptimos jesuitas,
pero él, a pesar |
de ser instado, no fue.
Rivalidades no |
hubo entre los dos santos.
San Felipe |
18 (98) |
seguía con lágrimas en los
ojos la lec- |
tura de las cartas que
Javier mandaba |
de misiones y casi le
entró en duda de |
si debía, él mismo, hacer
otro tanto. |
Pero un buen religioso al
que consultó |
le dijo tajantemente
después de aten- |
derle y encomendarlo a
Dios: "Felipe, |
tus Indias son Roma".
Y Felipe lo |
siguió al pie de la letra.
De gran cora- |
zón, no se dejó llevar de
impulsos |
románticos, ni de
aventuras que Dios |
no le pedía. Roma, pi
grandeza de |
gestos, ni jugarse la
vida, sino gastarla |
cada día junto al mismo
corazón de la |
Iglesia, en aquel momento
un tanto |
grandilocuente y
paganizada por in- |
flujo de grandezas que
habían llegado |
de fuera, incompatibles
con el Evan- |
gelio. |
Le iría bien, a Roma,
adonde llega- |
ban embajadores
imperiales, convir- |
tiendo en Corte del mundo
el rodal |
de la Silla de Pedro,
alguien que no |
pretendiera hacer nada
grande, sino |
una "bottega" de
santidad que, en |
principio, ni casa
necesitaba, porque |
el bien, sin hábitos
incluso, se podía |
hacer en la misma calle,
en las plazas, |
en los mercados, tanto
como en las |
iglesias. |
El llevó a Roma la
simplicidad, el |
sentido de la cultura no
ostentosa, el |
espíritu de libertad de su
ciudad, ese |
tener tiempo también para
lo bello, no |
reñido con la diligente
laboriosidad: |
la independencia para
seguir siendo |
uno mismo con el fin de
poderse en- |
tregar mejor a los demás.
Y todo, no |
como un juego de protesta,
como una |
explosión anárquica, sino
como un |
servicio que se ignora a
sí mismo, co- |
mo una disponibilidad
simpática y leal, |
purificada de ambiciones,
allí mismo |
donde las ambiciones
llegaban de le- |
jos no siempre para pedir
perdón de |
sus excesos, sino para
conseguir ben- |
diciones a sus respectivos
proyectos |
de grandeza. |
No habría bastado pensar
en "con- |
quistar" el mundo,
como san Ignacio |
imaginó, convirtiendo a
Dios el pre- |
juicio imperialista que le
acompañaba |
si se hubiese dejado de
lado el corazón |
mismo de la Iglesia, es
decir Roma. |
Pero lo más bello es que
san Felipe |
tampoco imaginó que le
fuese asignada |
esa tarea, como una
exclusividad ca- |
rismática. Simplemente lo
hizo, con la |
perseverancia de todo su
amor por |
aquella ciudad que habían
pisado los |
apóstoles y que era la
sede de los |
Papas. |
Los del Oratorio nos
esforzamos por inter- |
pretar y actuar otra vez
la vida que se hacía |
en la primitiva Iglesia. |
Card. Francisco M. Tarugi,
C.O. |
19 (99) |
Hacer algo bueno es todo
lo contrario a resignar- |
se con una bondad
mediocre. |
Es imposible que haga
oración el que no está |
dispuesto a mortificarse;
como es imposible que |
un pájaro pueda volar sin
alas. |
El que esté dominado por
la avaricia, o piense |
en haciendas o las desee,
jamás tendrá espíritu. |
Se convierte antes un
sensual que un avaro. |
Dadme diez personas
verdaderamente desprendi- |
das y, con ellas,
convertiré el mundo. |
El tiempo de esta vida no
es tiempo de dormir: |
el cielo no se ha hecho
para los poltrones. |
Huid de las malas
compañías, no miméis con |
delicadezas vuestros
cuerpos, aborreced la ociosi- |
dad, orad mucho y recibid
los Sacramentos. |
Confiad en Dios y pensad
que si quiere alguna |
cosa de vosotros, Él os
hará buenos y os dará con |
seguridad las fuerzas para
obrar. |
SAN FELIPE NERI |
LAUS |
Director: Ramón Mas
Casanelles - Edita e imprime: Congregación del Oratorio |
Placeta de S. Felipe Neri,
1. Apartado 182 - Albacete - D. L. AB 103/62 - 18. 5. 76 (93). |
20 (100) |
|