Publicación
mensual del Oratorio. |
Núm. 143. OCTUBRE. Año
1976. |
SUMARIO |
OCTUBRE es austero, aunque
no triste. Se han reco- |
gido las últimas cosechas
del verano. La tierra ya |
no dará más, si, otra vez,
no le echamos primero. |
Por eso hay que preparar
los campos para la sementera. |
Hay que volver a tensar
los esfuerzos, menos clamorosos, |
pero más constantes. La
pausa tomada por las cosechas |
gozadas no puede ser
demasiado larga. Las fiestas inter- |
minables enervan, mientras
la vida erige y espera ―no |
sólo en los campos―
la generosidad de otra siembra. Se |
hará, y el hombre crecerá
otro poco, sobre la tierra, hacia |
otro sol de otro verano. |
LOS QUE SE
"BORRAN" DE DIOS |
LÍMITES |
Y AHORA, LOS NUDISTAS |
LA DESIGNACIÓN DE OBISPOS |
SÓLO DOS MIL AÑOS |
ATEÍSMOS |
EL NIÑO, SIN CLASE DE
RELIGIÓN |
AFIRMACIONES PARA NUESTRO
TIEMPO |
1 (121) |
LOS QUE |
SE "BORRAN" |
DE DIOS |
HA DE HABER un orden, |
también en la vida espiri- |
tual del hombre, como la |
hay, por pura exigencia |
de la misma naturaleza, |
en el orden físico y
biológico. |
Orden no es rigidez, ni
esclavitud, |
sino conducción de la
libertad. El des- |
ordenado acaba sofocado,
agotado, roto |
en la misma esclavitud de
su arbitra- |
rio, descuidado e
irracional proceder. |
Muchos se quejan de la
falta de me- |
dios de formación
cristiana, o de opor- |
tunidades para la puesta
al día de una |
instrucción deficiente,
recibida de mo- |
do elemental, en edad
infantil, y luego |
jamás remodelada. No es
extraño que |
se quejen de las
dificultades que en- |
cuentran para afrontar la
problemática |
de la vida cuando no se
quiere o no se |
puede arrinconar la fe al
intentar re- |
solverlas. Existe un
notable desnivel |
entre lo poco que se sabe
y se dedica |
de atención a Dios, y lo
mucho que |
nos absorben e interesan
las demás so- |
licitudes temporales. No
es extraño |
que se produzcan eso que
ha venido |
en llamarse "crisis
de fe" y, hasta cier- |
to punto, el no producirse
podría ser |
señal de inconsciencia.
Pero no basta |
con lamentarlo. Muchas
veces tales la- |
mentos proceden de muy
dudosa sin- |
ceridad, en vano intento
de justificar- |
nos de descuidos y perezas
por haber |
desperdiciado fáciles y
óptimas oca- |
siones para cultivar
nuestra fe. |
No nos perdamos en
lamentos, ni |
en reproches de deberes
incumplidos |
achacados a los demás.
Nosotros, ¿qué |
hacemos y, si algo
hacemos, con qué |
orden y con qué
constancia? Si duda- |
mos de qué medida debemos
aplicar a |
nuestra vida religiosa, a
mantenernos |
en una fe que no se
desentienda del |
contexto de todo nuestro
hacer y vivir, |
es fácil llegar a algún
criterio práctico |
comparando las energías
que dedica- |
mos a todo lo que no es
Dios. ¿Qué le |
dedicamos a Dios? ¿Cómo
asistimos a |
Misa? ¿Qué interés ponemos
en la vida |
de la Iglesia, como plan
de Dios en el |
mundo, no como mera
curiosidad po- |
lemizada para lucirnos en
discusiones, |
o para justificar nuestro
descuido, cul- |
pando a los demás? ¿Y qué
hacemos |
para que los demás, a
través de nues- |
tra vida y trato, puedan
ver (sin exhi- |
bicionismo ni disimulada
vanidad be- |
atil) la sinceridad de
nuestra fe? |
Lo sorprendente es que,
para mu- |
chos que todavía se llaman
cristianos, |
exista el recuerdo de
Dios, a pesar de |
dedicarle tan poca
atención. No es |
extraño que, después de
una larga |
temporada con una idea de
Dios tan |
"accidental",
acaben muchos borrán- |
dose del Cristianismo: o
porque han |
crecido en otros
conocimientos y han |
quedado atrasados en los
que les que- |
daban de Dios, o porque en
Dios ya |
no encuentran consuelo o
diversión o |
halago, o porque para ser
consecuentes |
para con su fe, aún
elemental, deberían |
imponerse unos esfuerzos a
los que se |
resiste su falta de
generosidad. Y por |
no tener que reconocerlo,
"se borran" |
de Dios. |
2 (122) |
Límites |
CONOCER sus propios
límites constituye el secreto de la fuerza del |
hombre. Conocerlos para
hacer todo lo que alcanza: conocerlos pa- |
ro no hacer menos, ni más. |
Esforzarse no es impregnar
de furia temperamental el impulso de cada |
intento, de cada acción.
Esforzarse es no ceder a pereza o cobardía algu- |
na; pero no es apostar y
romper, en hipoteca suicida, dando el salto en el |
vacío, tentando a Dios.
Los demasiado partidarios de esfuerzos extraordi- |
narios no suelen mantener
la constante del ordinario, esforzado y sencillo |
hacer. |
La fuerza de que
disponemos y que hemos de poner entera en el traba- |
jo, en la fiel dedicación
al bien que hemos de hacer, ha de ser iluminada; el |
impulso ha de ser
conducido. Hay una racionalidad incluso para lo santo: |
fuera de ella, o vivimos
de ilusiones, o tentamos a Dios. Lo primero es ton- |
tería, lo segundo es
pecado. |
Cuando incurrimos en
alguno de esos fallos, debemos imputarlo a no |
haber siquiera mirado, o a
haber confundido o a haber prescindido del |
dato de nuestros propios
límites: éstos nos los da la inteligencia, los juzga |
e interpreta la conciencia
y los decide la libertad depurada de arbitrarie- |
dades. La libertad es
preciosa, pero delicada porque su recto uso supone |
una profunda y arraigada
honradez. |
El limite de lo que
podemos y debemos hacer, en su validez inmediata e |
instantánea, está más
hacia ACA de la absoluta, última y rotunda perfec- |
ción de lo que alcanza el
ideal: el sonido es más rápido que los cuerpos te- |
rrestres concretos, la luz
es más rápida que el sonido, y la Inteligencia más |
rápido que la luz. Se
alcanza, finalmente, el ideal, no en la explosión de un |
instante, sino en el
progreso diligente de paso tras paso y día tras día. Hoy |
no podemos hacer, todavía,
la tarea de mañana, no podemos anticipar al |
3 (123) |
esfuerzo actual el
contorno circunstancial todavía inexistente ―no habría |
aire para este pájaro, ni
mar para este pez―: pero mañana depende ya de |
hoy y engarzamos su
eficacia en este presente no despreciado. |
La fuerza y la sabiduría
del hombre creyente dependen de la atención |
y el respeto a este orden
establecido por Dios: es un orden natural, pero |
que sirve de cauce
―como el de los ríos al agua― para todo lo sobrenatural. |
Hay que mantener,
indeclinable, la tensión hacia el ideal, pero sin olvi- |
dar los medios, andando a
pie los caminos. San Agustin nos hizo lo adver- |
tencia que en si mismo,
reflexivamente, experimentó, de que Dios que nos |
ha dado la existencia, el
ser, sin consultarnos a nosotros, no obra en noso- |
tros ningún crecimiento en
el bien, sin nuestra consciente y diligente cola- |
boración. Este crecimiento
o desarrollo no se opera de manera instantánea, |
sino sucesiva, esforzada y
prudente. |
Conocer los propios
límites, para no desperdiciar ni malgastar ninguna |
energía, lo mismo que para
no caer en el vértigo de ninguna presunción o |
temeridad. Hay falsas
humildades que cubren perezas o disimulan cobar- |
días, y fingidas valentías
enraizadas en la presunción y la soberbia. La vida, |
la libertad, no admiten
huidas ni dimisiones: exigen, sencillamente, honra- |
dez, generosidad,
modestia, constancia y fe. |
No un esfuerzo nacional, |
sino un esfuerzo humano. |
Yo imagino que la
Humanidad, cuando haya comprendido, en bloque, |
que está sellada sobre sí
y que solamente puede contar con ella en el |
mundo (si no en los
cielos) para salvarse (experimentalmente, bien |
entendido), sentirá en
primer lugar pasar por sus fibras un inmenso |
estremecimiento de caridad
interna. Nos ocurre al percibir, por relám- |
pagos, qué tesoros de
bondad oculta el hombre para el hombre, en su |
corazón. Pero estos
tesoros están casi siempre cerrados, de forma que, |
de la sociedad, apenas
conocemos más que las servidumbres y los tro- |
piezos: los hombres de hoy
viven al azar, sin buscarse y sin amarse...Si |
la presión de una gran
necesidad común llegase a vencer nuestras re- |
pulsiones mutuas y a
romper el hielo que nos aísla, ¿quién puede saber |
qué bienestar y qué
ternura no saldrían de esa multitud armonizada? |
Entrevemos justamente, en
la hora presente, lo que puede ser un |
esfuerzo nacional. Será
preciso, sin embargo, que la Humanidad adulta, |
bajo pena de perecer a la
deriva, se eleve hasta la idea de un esfuerzo |
humano, específico e
integral. |
Teilhard de Chardin |
4 (124) |
Y ahora, los nudistas |
NO SOMOS historiadores ni
an- |
tropólogos, y no vamos a
dis- |
cutir, aquí, de si el
vestido es o |
no indispensable al cuerpo
humano o |
simplemente se trata de un
adorno |
que comenzó por vanidad o
supersti- |
ción y que luego, en
progresiva sofis- |
ticación, el vicio
cultural ha convertido |
en imprescindible, entre
otras cosas, |
porque el hombre ha
descubierto la |
comodidad de la protección
térmica |
de tal envoltorio o el
realce estético, |
por lo menos ocasional,
que le propor- |
ciona. Y que si ahora, en
amplios |
sectores, no se acepta la
desnudez ha- |
bitual, es porque ya ha
perdido, sin |
hacer por recuperarla, su
primitiva |
ingenuidad y se le han
atrofiado las |
capacidades físicas de
acomodación o |
resistencia inmediata
frente a las in- |
clemencias exteriores.
Dicen que las |
guerras las hacen hombres
"vestidos"; |
pero también es verdad que
el buzo |
lo mismo que el astronauta
necesitan |
complicados
"vestidos" especiales pa- |
ra descender a las simas o
alcanzar las |
alturas de lo desconocido
y maravi- |
lloso. |
Todo puede y seguramente,
debe |
relativizarse. El hombre
es un ser en |
transformación y, al mismo
tiempo, |
transformador del entorno
que le en- |
vuelve y habría mucho que
discutir |
sobre hasta qué punto las
transforma- |
ciones o cambios que
introduce en su |
modalidad vital
constituyen siempre |
un hito del progreso
humano o, acaso |
representan, en alguna
ocasión, un re- |
greso que el cansancio de
lo sencillo, |
en ingrata reacción, le
provoca. La |
técnica ―también es
arte y es técnica |
el vestido― puede
multiplicar los va- |
lores naturales y
agilizarlos... y puede, |
contradictoriamente,
destruirlos. |
No vamos pues a discutir.
Pero sí a |
referirnos a algo
chocante, a nuestro |
juicio, porque puede
significar que, a |
pesar de la invocada
vuelta a la sim- |
plicidad, incurran (por lo
menos el |
sorprendente detalle que
vamos a re- |
latar) en aparentes
artificios y utiliza- |
ciones de lo divino, más
bien propios |
de la sociedad o culturas
que precisa- |
mente ellos, denuncian. |
La Federación
Internacional de Nu- |
distas, el pasado mes de
agosto, cele- |
bró su Congreso en una
isla de Rhin |
y, con tal ocasión,
solicitaron y obtu- |
vieron que un pastor
luterano fuese a |
bendecir su asamblea,
compuesta por |
miembros de todas las
procedencias |
ideológicas y religiosas
de un crecido |
5 (125) |
número de países,
principalmente |
europeos de aquende y
allende del |
"telón de
acero". Lo cierto es que, en |
otra no muy lejana
ocasión, y para un |
suceso semejante, habían
hecho la |
misma solicitud a
sacerdotes católicos, |
quienes, advertidos por su
obispo, no |
accedieron. |
Tenemos dos cosas a
objetar ―no al |
pastor, sino a los
nudistas―: en pri- |
mer lugar se nos antoja
que es que- |
rer "vestir" de
forzada religiosidad la |
simplicidad natural de la
filosofía que |
profesan. Lo cual nos
lleva de la mano |
a esta segunda reflexión,
ya apuntada: |
incurren o reproducen la
tendencia |
abusiva, tantas veces
criticada, de la |
hipocresía burguesa,
hipercivilizada, |
amiga de los
convencionalismos espiri- |
tuales y las apariencias
falaces, o invo- |
cadora de una
trascendencia que uti- |
liza como medio, pero se
resiste a ad- |
mitir como fin. |
Hoy, la Iglesia, las
iglesias, recupe- |
ran con vehemencia su
original misión |
de predicar, evangelizar,
enseñar, |
adoctrinar en la fe;
incluso denunciar |
los errores que se oponen
a ella y a lo |
que es fundamental en la
naturaleza, |
de modo que no queda
tiempo para |
adornos y comparsas,
políticas, cultu- |
rales o filosóficas. Se
resiste el Evan- |
gelio a ser utilizado. |
Cabe, en ellos, sin
embargo, una ex- |
cusa y es que, conscientes
o no de su |
error o su abuso, es
cierto que no han |
pedido a nadie que bendiga
armas ni |
aliente, sacrílegamente,
en nombre de |
Dios, guerra alguna; ni
predique espe- |
ranzas de cielo, callando
la denuncia |
de las injusticias de la
tierra. |
La «prenotificación
oficiosa» |
y el «derecho de veto» |
en la designación de
obispos |
LA LLAMADA
"prenotificación |
oficiosa" o
"simple", por la cual |
Ja Santa Sede comunica a
un Go- |
bierno los nombres de los
candi- |
datos al episcopado, por
si tiene |
objeciones políticas
oponibles a |
los respectivos
nombramientos, |
va a ser la forma que
sucede a la del desa- |
fortunado Concordato
―en desmantelación― |
de 1953, para la provisión
de las sede, epis- |
copales en territorio del
Estado español. |
Voces autorizadas se han
apresurado a |
puntualizar que tal
"prenotificación" no po- |
día equipararse al derecho
de veto", puesto |
que, tal como se
especifica en el documento |
suscrito por ambas partes
(Santa Sede y |
Estado español), la
valoración de las posi- |
bles objeciones políticas
corresponden, en |
ultimo término, "a la
prudente consideración |
de la Santa Sede". |
Esto, sin embargo, no
significa otra cosa |
que, de producirse y
mantenerse objeciones, |
la Santa Sede puede,
teóricamente, imponer |
su punto de vista y
desafiar las que estime |
improcedentes. Lo cual es
muy dudoso que |
llegue jamás a producirse.
Precisamente pa- |
ra que no se produzca se
desciende a este |
"acuerdo" que
transforma el más rígido y ce- |
sarista anterior, de 1953,
que tan perjudicial |
ha sido al bien espiritual
del pueblo fiel es- |
pañol, al dar una
reiterada imagen politiza- |
da a los miembros de la
jerarquía eclesiásti- |
ca española, con una
confusión a pique de |
reproducir la del
arrianismo histórico, siglos |
ha superado. |
El acuerdo, de todos
modos, tiene de po- |
sitivo el siguiente
significado: que reconoce |
prácticamente, por lo
menos, la inviabilidad |
de aquella confusión que
instrumentalizaba |
a la Iglesia para utilidad
del dominio polí- |
tico interior, en un
Estado débil y discutido. |
No corresponde a nosotros
analizar hasta |
qué punto benefició o
perjudicó al Estado |
tal estrategia; pero
ciertamente perjudicó a |
la Iglesia, mediatizada
políticamente, con |
males que sería largo
enumerar, pero que, |
6 (126) |
desde una visión de fe, es
fácil poner en |
evidencia. De proseguir se
habría llegado a |
una Iglesia poco más que
folclórica, conver- |
tida en elemento
administrativo del Estado. |
El bien de la levadura
evangélica no se |
habría acabado de
extinguir, pero siempre |
"a pesar" de la
falsa apariencia dada por la |
autodefinición oficial del
catolicismo nacio- |
nal. No es poco, pues, lo
alcanzado ahora. |
Pero no es bastante, y hay
que confiar que, |
el principio que con tal
acuerdo se estable- |
ce, progrese hacia la
total independencia |
espiritual y jerárquica de
la Iglesia. |
Córrase o no se corra para
aclarar que no |
se trata, la
"prenotificación oficiosa", de un |
"derecho de
veto", ya resulta sintomática |
que se hagan precisas
tales aclaraciones. |
Aunque sea evidente que,
formalmente, tal |
puntualización resulta
válida, queda expe- |
dita, sin embargo, la
posibilidad del hecho", |
o virtualidad implícita de
la coacción moral, |
incluso antecedente. El
compromiso del |
"secreto" con
que las diligencias se han de |
llevar a cabo protege la
consecuente. Esa |
"prenotificación"
no es pues un simple y |
comprensible acto de
cortesía", sino un ta- |
miz que actúa de
condicionador político. |
Antes existía la selección
política de dere- |
cho" y ahora el
condicionamiento político |
"de hecho". |
Resumidas
comparativamente, la situación |
creada por el Concordato
de 1953 y la actual, |
resulta lo siguiente: en
aquél, las objeciones |
a los seleccionados por el
Estado, las podría |
poner la Santa Sede;
ahora, las objeciones, a |
los seleccionados por la
Santa Sede, las pue- |
de formular el Gobierno
español. Después |
de un primer ensayo
primaveral, pero falaz, |
aquel procedimiento ha
conducido a blo- |
queamientos ya
irreductibles; está por ver |
a dónde nos va a conducir
el de ahora, más |
allá de los primeros
expectantes ensayos. |
Porque el problema sigue
siendo el mismo: |
con presiones llamadas
jurídicas", concor- |
datarias o contractuales
primero, o con tan- |
teos y, en realidad,
ofertas o consultas al |
César ahora. En lo civil,
la contra prestación |
correspondiente seria, que
también para los |
cargos políticos y
administrativos más rele- |
vantes, existiera el
requisito equivalente de |
una "prenotificación
oficiosa" a la Santa |
Sede, por si hubiera
objeciones "religiosas" |
oponibles al candidato del
Estado en las fun- |
ciones de gobierno. Por lo
mismo que se |
comprende que la Iglesia
nunca exigirá esto, |
no debiera ocurrir lo
contrario cuando se |
trata de la designación de
sus jefes o pasto- |
res. Es patente. |
Está muy bien el principio
que encabeza |
el artículo primero del
reciente documento, |
en el que se dice
textualmente: "El nombra- |
miento de arzobispos y
obispos es de la ex- |
clusiva competencia de la
Santa Sede". Pero |
esto se dice siempre: lo
malo son los aña- |
didos. |
El único matiz o condición
comprensible |
en la hipótesis de un
Estado aconfesional, |
podría ser la de que éste
se reservara la |
concesión del permiso
civil de residencia, |
en el extraordinario
supuesto de que los de- |
signados fueran
extranjeros. El resto es |
asunto interno y, como se
dice en el texto, |
de la exclusiva
competencia de la Santa |
Sede", de la Iglesia.
Y no menos. |
7 (127) |
Sólo dos mil años |
SI COMPARAMOS esta cifra
con |
la edad, indescifrable,
del mun- |
do; si se compara con la
del pla- |
neta Tierra, si con la
aparición de la |
vida en él; si con la edad
de la Huma- |
nidad o con los más
antiguos vestigios |
de su búsqueda de Dios,
¿qué son sólo |
dos mil años? |
Hace sólo casi dos mil
años que |
Jesucristo dijo a los que
eran simiente |
de la Iglesia: "Id
por todo el mundo, |
anunciad el Evangelio a
todos los |
pueblos". |
¿Se ha cumplido este
encargo de |
alcance universal? |
La Humanidad creía y sigue
cre- |
yendo en el Dios verdadero
o en dioses |
falsos, pero todavía,
tomada mayorita- |
riamente, el anuncio del
Evangelio de |
Jesucristo no ha cubierto
la faz de la |
tierra. ¿Son dos mil
millones, son tres |
mil millones los que falta
por evange- |
lizar? Dedicados
específicamente a es- |
ta parte de la humanidad
que no tiene |
noticia de Cristo, la
Iglesia tiene poco |
más de cien mil personas
―más del |
doble son mujeres―
plenamente de- |
dicadas a este apostolado
pionero o, |
como se le suele llamar,
"misional". |
El resto del apostolado
más o menos |
organizado se ejerce en el
manteni- |
miento de las grandes
zonas con tra- |
dición cristiana, de las
que tampoco |
es siempre posible restar
sacerdotes y |
religiosos y religiosas
para destinar a |
la evangelización
exterior. |
Además, el Evangelio no es
un pro- |
yecto culturizador, sino
un anuncio |
que espera la respuesta
libre de las |
conciencias y que, en el
marco social, |
Do debe desplazar las
culturas para |
imponer otras nuevas, sino
servir de |
levadura para fecundar en
la fe y la |
gracia las autóctonas.
Esta razón tam- |
poco permite la ligereza
"conquista- |
dora",
"propagandística" o política |
con que los poderes del
mundo impo- |
nen sus intereses e
ideologías domi- |
nadoras. No es "un
reino de este mun- |
do" o como los de
este mundo. Parece |
que la Iglesia va
despacio, pero, en |
comparación con el
alzamiento y el |
hundimiento y ruina de las
estrategias |
y reinos temporales, la
Iglesia, con |
medios más humildes,
mantiene una |
permanencia y crecimiento
superior a |
los regímenes, dinastías o
instituciones |
que han intervenido en la
Historia. |
Esta constatación, en modo
alguno, |
puede satisfacer al
verdadero creyen- |
te, para que se
desentienda de la mi- |
sión expectante, que es
esencial a la |
presencia de la Iglesia en
el mundo. |
Pues a pesar de la
superior permanen- |
8 (128) |
cia de la Iglesia, ésta no
ha desarrolla- |
do toda su eficacia, ni en
los mismos |
que nos profesamos
creyentes, ni ha |
sido siempre la santidad
el testimonio |
que los que desconocen a
Cristo, han |
podido contemplar en ella.
Su misma |
presencia en medio del
mundo la ha |
salpicado del polvo de sus
vanidades |
y egoísmos y, lo
prodigioso ha sido |
que, a pesar de tales
riesgos y condi- |
cionamientos históricos,
ha mantenido |
íntegra la verdad recibida
de Cristo: |
para decirla a los demás y
para apli- |
cársela a ella misma,
vuelta siempre |
en constante conversión. |
Cuando pensamos en lo que
falta |
todavía por evangelizar,
miremos, ade- |
más, cerca de nosotros
mismos, y mi- |
rémonos a nosotros mismos,
porque |
predican a los infieles no
solamente |
los cien mil misioneros,
hermanos |
nuestros, que están en
continentes dis- |
tantes. Los que allí se
les acerquen y |
les oigan las palabras del
anuncio |
evangélico, enseguida les
preguntarán |
de dónde vienen y, al fin,
nos mirarán |
a nosotros: mirarán
nuestra sociedad, |
nuestras leyes, analizarán
nuestras |
instituciones y los
ideales e intereses |
que nos dominan, y no
bastará que |
nos llamemos
"cristianos" si las con- |
ductas lo desmintieran. |
Si les hemos de predicar a
Cristo y |
esperamos de ellos una
adhesión no |
infantilizada, o fanática
o enajenante, |
sino una aceptación de
hombre libre |
que acaba de descubrir a
Dios y su |
proyecto en el mundo
―el Reino de |
Dios―, y hemos de
decirles la ver- |
dad, no podremos hacerlo
sin recono- |
cer que Judas y Caín están
todavía |
con nosotros, porque hemos
blasfema- |
do llamando
"santas" a algunas gue- |
rras, porque a ellos
mismos les vendi- |
mos Y Vendemos armas para
que |
hagan las suyas y nos
ahorremos de |
las nuestras, porque les
hemos robado |
sus riquezas, les hemos
explotado ha- |
ciéndoles trabajar y
vivido de este |
beneficio, y no les hemos
instruido |
por temor de que
descubrieran, más |
deprisa, nuestra
hipocresía. |
Esas grandes zonas de
tradición |
cristiana, no son todavía
cristianas: |
errores y pecados,
satisfacciones anti- |
cipadas y retrasos de
conversión man- |
tienen la misma urgencia,
necesitan |
la misma reiterada
predicación de una |
verdad sólo parcialmente
conocida o |
sólo parcialmente
aceptada. Sin poder |
negar todo el cambio
enorme que, |
desde hace dos mil anos, a
partir de |
la predicación del
Evangelio, se ha |
obrado en el mundo, queda,
todavía |
y aquí, otro tanto por
hacer. |
Lejos de su propio país,
en la avanzadi- |
lla misionera de la
Iglesia, hay poco más |
de 100.000 hombres y
mujeres que han |
consagrado su vida a la
evangelización |
de los que no conocen a
Cristo. De cada |
diez de ellos, uno es
español y, entre los |
españoles, la mayoría
vascos. |
9 (129) |
ATEÍSMOS |
PERDER la fe no es fácil.
Por más que, como don, no alcance |
P lo absoluto y, como
experiencia, sea un bagaje provisional, |
no definitivo, como todo
lo que cabe en la temporalidad de la |
vida del hombre. La fe
comienza como una gracia, cuyo conteni- |
do es la semilla de un
conoci- |
miento sobrenatural de
Dios, |
que luego la inteligencia,
la li- |
bertad y todas las
capacidades |
del hombre, peregrino en
este |
mundo, deben secundar. |
La fe es un principio de
cono- |
cimiento y una búsqueda de |
Dios. La fe no es el
producto de una conclusión silogística, aun- |
que ningún silogismo, sin
vicio lógico, se le puede oponer. Los que |
hubieren llegado a un
conocimiento de Dios como Ser cumbre |
puesto en la cima del
orden ontológico universal, no habrían lle- |
gado a tener fe por la
simple conclusión de su razonamiento, que |
conviene en llamar
"Dios" al ser supremo, tras el cual sigue la co- |
lección de los restantes
seres inferiores. |
Una idea naturalizada de
Dios puede resultar de alguna utilidad |
para explicarse otras
cosas, puede servirles de recurso para |
amortizar dudas o
ahorrarse indagaciones sobre problemas físicos |
o éticos difíciles de
afrontar. Pero Dios es más que una razón su- |
prema, o que un motor
universal. El Dios cristiano, por lo menos, |
no puede ser utilizado
para ahorrarnos los planteamientos más |
difíciles de la vida,
sino, en todo caso, para estimularnos 0, más |
bien, comprometernos a
encararnos con ellos e intentar resolver- |
los honesta y
generosamente, con criterios que no suprimen, desde |
la eminencia de la fe
auténtica, todo el esfuerzo natural, aunque |
elevado por y hacia la
trascendencia. |
Por estas razones, cuando
hay gentes que nos dicen que han |
perdido la fe, puede
pensarse que, en realidad, lo que han per- |
dido, con independencia
del nombre que le den, no era la fe, sino, |
10 (130) |
a lo sumo, alguno de sus
sucedáneos. No pudieron perder lo |
que no habían tenido. |
Y en cuanto a la pérdida
de la verdadera fe, a la apostasía como |
tal, al abandono total de
la referencia a Dios desde el conoci- |
miento sobrenatural de la
pri- |
mera, aunque imperfecta,
since- |
ra iniciación cristiana,
es algo |
que ocurre con poca
frecuencia, |
porque hace falta un
rechazo |
insistente y protervo que,
inclu- |
so para un acto negativo,
requie- |
re una fuerza y calidad
personal |
que no alcanza la
mediocridad de los que, tomando la fe como |
sugestión, también padecen
la sugestión de haberse desprendido |
de ella. |
Hay maneras de entender la
fe y formas de creer que no tienen |
nada, o tienen muy poco
que ver con la fe genuina. Existen |
verdaderos ateísmos
envueltos en leves sugestiones pseudo-religio- |
sas, insustanciales, a
modo de refugio, transferencia o simple |
enajenación. |
Por otra parte ―y
sin proclamar el principio de su legitimación |
universal―, hay
ateísmos o formas de negación de Dios, que |
no están lejos, en quienes
los profesan, de actos de acercamiento |
a la verdadera fe. Los que
rechazan a un "dios" convencional, |
complemento burgués de
egoísmos radicales, deformación mano- |
seada del Dios grande de
la Biblia y de Jesucristo, decoración cul- |
tural o acomodo
legitimador de seguridades discriminatorias, no |
merecen reproche ni desde
la posición de la fe. Reniegan de un |
dios que tampoco es
cristiano. Si lo confunden con el del Cristia- |
lo hacen por error. |
Si su negación de Dios no
parte de resentimiento alguno, sino de |
haber elegido algo que
estiman mejor, perseguido y procla- |
mado, bajo las formas de
justicia y de verdad, de respeto y |
11 (131) |
defensa leal de todo el
orden creado, en eso mismo ya se |
mueven, aunque lo ignoren,
a impulsos del mismo Dios ver- |
dadero, en quien dicen no
creer, aunque ya se hallan cerca |
de él. |
Está más cerca de Dios el
hombre que lo niega, pero se en- |
trega a un ideal de bien
para ser compartido con todos |
sus semejantes, sin
permitir que se le corrompa ese mismo |
ideal por concesiones al
propio egoísmo o a la soberbia, que |
el que se declara fiel y
cristiano, pero que sólo busca en Dios |
una seguridad que le
ampare, le honre o le libre de miedos, |
La fe, lo mismo que un
ideal, y más todavía que un ideal, |
vale más que la vida. Un
verdadero idealista puede com- |
prender algo de lo que es
la fe cristiana, aunque él mismo |
no sea creyente. Y un
verdadero cristiano puede ser el mejor |
idealista. |
Pero un resentido o un
perezoso, ni podrá racionalmente |
descubrir la felicidad, ni
será capaz de ideal alguno, ni |
podrá prepararse para el
primer acto de fe que ilumine y li- |
bere su vida y se
convierta en luz para los demás. |
El común de los hombres
consideran a Dios como |
un ser a distancia. Pero
el cristiano que se mueve |
en su presencia, que acoge
su Espíritu, no se ve |
precisado a buscar sus
huellas fuera de sí mismo. |
Movido, conducido por
Dios, le basta dejarse lle- |
var... Yo no digo que esto
ocurra de manera ab- |
soluta, pero sí que
resulta del estado del alma que |
se alcanza por la oración
mantenida y vigilante. |
Card. NEWMAN |
12 (132) |
comentario leve: |
EL NIÑO, |
SIN CLASE DE RELIGIÓN |
SE TRATA de un supuesto no |
imaginario: un niño
regresa |
del colegio público, al
comen- |
zar el curso y ya con los
libros |
"nuevos". El
maestro les ha dicho, |
en clase, que no les
explicará reli- |
gión, que la pueden
estudiar por su |
cuenta, en el libro de E.
G. B. co- |
rrespondiente. |
No vamos a discutir, aquí
y aho- |
ra, sobre la conveniencia
o no de |
incluir las materias de
religión en |
las escuelas de alumnos
supuesta- |
mente bautizados y
miembros, con |
sus familias, de la
Iglesia. Incluso |
vamos a prescindir de si
el maestro |
puede o no inhibirse de
esta parte |
del programa de enseñanza
esta- |
blecido. Puede que él
mismo no |
tenga fe y prefiera no
incurrir en |
hipocresías; puede que su
propia |
formación religiosa sea
tan elemen- |
tal o borrosa que no
llegue a situar |
su importancia en relación
con el |
conjunto de las otras
materias y op- |
te por "aprovechar
mejor el tiempo" |
explicando matemáticas o
geogra- |
fía...; puede, incluso,
que no sepa |
distinguir entre lo que,
en materia |
de religión, deba ser
objeto de es- |
tudio y conocimiento, de
lo que, |
por referirse a la
inmediata prepa- |
ración para recibir los
sacramentos, |
corresponda al sacerdote y
de este |
modo, olímpicamente, se
desentien- |
da de todo. |
Lo que aquí nos llama la
aten- |
ción es la más común
reacción que |
es obra de los padres del
niño que |
llegó a casa con el
mensaje de que |
en la escuela el maestro
les dijo que |
no enseñaría religión, que
la estu- |
dien por su cuenta.
Suponemos que |
la familia que oye al niño
es cris- |
tiana. ¿Cuál será su
reacción? Al fin |
y al cabo son los primeros
respon- |
sables del niño, antes y
por encima |
de la misma escuela. |
Es posible que la familia
lamente |
la indebida omisión; es
menos pro- |
bable que en la familia se
asuma la |
tarea de suplir y dar la
instrucción |
religiosa que el colegio
descuida. Y |
es casi seguro que, si en
vez de tra- |
tarse de la religión, el
niño hubiese |
llegado a casa diciendo,
por ejem- |
plo: "El señor
maestro nos ha dicho |
que no enseñará
aritmética, o gra- |
13 (133) |
mática, o historia... y
que, como |
está en el libro, la
estudiemos por |
nuestra cuenta", allí
se armaba la |
de Troya. |
La familia, llamada
cristiana o |
no, levantaba clamorosa
protesta, |
exigía inmediata
rectificación y ga- |
rantía de integridad en la
enseñan- |
za. Y si tal exigencia no
era infali- |
blemente atendida, obtenía
la ex- |
pulsión del maestro si se
tratara de |
un colegio estatal, o
infamaba al |
establecimiento y
directores si era |
un colegio privado, y el
niño era |
llevado a otro centro. |
Pero con la religión no
ocurre |
así. Salvo poquísimas
excepciones, |
incluso la familia
"cristiana", se re- |
signa. El niño, hasta
donde alcance |
en su reflexión, sacará la
conse- |
cuencia de que poca
importancia |
debe tener todo eso de
Dios y la re- |
ligión cuando el maestro,
sin rubor, |
la relega, y la familia se
desinteresa. |
La "religión"...
Eso: una costum- |
bre, una tradición, un
sentimiento, |
un complemento, un adorno,
a ve- |
ces una distracción. Lo
importante, |
lo único verdaderamente
importan- |
te para tantos paganos que
se lla- |
man ―no
importa― "cristianos", es |
lo demás. Lo demás, como
dicen, |
"da cuartos", y
los cuartos dan se- |
guridad, infunden respeto
y pro- |
porcionan bienestar.
Incluso bioló- |
gicamente, a los
espiritualmente |
huecos. |
Lo peor de estas familias,
no es |
que sean paganas, sino
que, siendo |
todavía, pasen o se hagan
pasar |
por
"cristianas". |
UN |
DIOS |
GRATUITO. |
Cuando Dios muere |
en una sociedad, |
de su cadáver surgen |
dioses alienantes. |
Pero el único Dios vivo |
es el Dios de Jesucristo; |
un Dios que no se impone, |
sino que se entrega; |
cuya relación con el
hombre |
no es una explicación, |
sino una salvación. |
Un Dios en lucha radical |
contra los dioses. |
Un Dios gratuito, |
pero no superfluo. |
Sólo la fe |
en este Dios gratuito |
esteriliza el cuerpo
social |
contra la alienación
religiosa. |
José M. González-Ruiz |
14 (134) |
documento: |
AFIRMACIONES |
PARA UN TIEMPO |
DE BUSQUEDA |
Con el título que
antecede, un grupo de teólogos españoles, muy próxi- |
mos a la Conferencia
Episcopal, presentaba, a principios del pasado verano, |
un documento que trataba
de "redefinir" el papel de la Iglesia en España, en |
el momento actual. Se
intenta desvincular la misión de la Iglesia de la que |
pudiera resultar de la
identificación con cualquier molde cultural, o un con- |
cepto de la sociedad, o un
medio político. Es algo de lo que, de modo y con |
estilo y oportunidad
periodística, nos han recordado y recuerdan con insis- |
tencia cristianos sinceros
como el moralista Aranguren o teólogos avanzados |
como González Ruiz. |
Aunque el documento es
interesante en toda su extensión, aquí reprodu- |
cimos solamente sus
últimos párrafos. |
Incompatibilidades |
estructurales y éticas- |
cas con el capitalis- |
mo y el marxismo |
• No pocos cristianos, que
perciben agudamente la |
incompatibilidad entre las
estructuras capitalistas y la |
realización de una
comunidad fraternal universal, optan |
por el socialismo,
considerado como alternativa global y |
opuesta a la sociedad
capitalista. |
Desde un punto de vista
teórico y global, no es difícil |
detectar la convergencia
existente entre ciertos objetivos |
del socialismo y las
exigencias éticas de la vida cristiana. |
La satisfacción de las
necesidades personales y comu- |
nitarias, en lugar de la
búsqueda del lucro privado; la |
abolición de cualquier
forma de explotación y opresión, |
mediante la creación de
estructuras opuestas a la discri- |
minación clasista; la
acentuación del carácter comunita- |
15 (135) |
rio del hombre....
solicitar la adhesión del cristiano, que |
quiere ser fiel a las
exigencias del seguimiento de Jesús. |
La Iglesia, Indepen- |
diente y crítica |
Con todo, sería peligroso
desconocer el pluralismo de |
las concepciones teóricas,
de las realizaciones prácticas y |
de los programas políticos
que se esconden bajo el mismo |
denominador común de
socialismo, dentro de los cuales |
se contienen afirmaciones
inconciliables con la fe cristia- |
na. La autonomía del
cristiano en la construcción del |
mundo no es tan ilimitada
que le permita acoger cual- |
quier ideología o aprobar
indiscriminadamente cualquier |
programa político. Si no
queremos desembocar en un nue- |
vo dualismo o en un
reduccionismo que extenúe los con- |
tenidos de la fe, hay que
reconocer a ésta la capacidad |
de someter a crítica,
desde su peculiar punto de vista, to- |
das las ideologías y
programas. |
La Iglesia estimula |
y anticipa la justi- |
cia y la fraternidad |
La salvación cristiana
trasciende las realizaciones hu- |
manas, al mismo tiempo que
asume y estimula las aspi- |
raciones y realizaciones
que contribuyen a crear progre- |
sivamente al hombre como
imagen de Dios, en su doble |
vertiente personal y
comunitaria. La convergencia no pue- |
de convertirse en
identificación; la fe no puede reducirse |
a cobertura de nuestros
proyectos; la racionalidad políti- |
ca no es la última palabra
para el cristiano; la Iglesia no |
es simplemente la reunión
de los que se identifican con el |
mismo proyecto social. |
La libertar de la |
Iglesia y la autono- |
mía de los cristia- |
nos • Hay que afirmar que
la Iglesia debe ser una comu- |
nidad real, en la que se
viva personal y socialmente el |
Evangelio más allá de las
exigencias de las leyes civiles |
y de los usos de la
sociedad circundante, de tal manera |
que aparezca ante los
hombres el ejemplo vivo de una vi- |
da humana reconciliada,
libre y liberadora, que sea a la |
vez crítica y estímulo
para la sociedad entera. Aunque la |
Iglesia, por su origen y
por la naturaleza de sus últimos |
objetivos, no puede
identificarse con ninguna institución |
humana ni ningún objetivo
histórico, ella tiene que testi- |
ficar y trabajar en favor
de un progreso real de la huma- |
nidad hacia el modelo
esperado del Reino de Dios, encon- |
trándose con todas las
fuerzas positivas y nobles que |
mueven a la humanidad, y
manteniéndose a la vez distan- |
16 (136) |
ciada y libre para
criticar en ellas todo lo que no esté su- |
ficientemente abierto u
orientado a esta plenitud final, que |
no nace de la tierra, sino
que tiene que ser esperada como |
don de Dios a los hombres
de buena voluntad. Los cristia- |
nos, bajo su personal
responsabilidad, tienen que trabajar, |
por todos los medios
posibles y legítimos, en favor de esa |
permanente humanización de
la sociedad, pensando que |
así cumplen los
mandamientos de Dios, santifican su nom- |
bre y preparan la venida
de su Reino. |
Por todo ello es preciso
reconocer la validez de los es- |
fuerzos por independizar a
la Iglesia de las vinculaciones |
sociológicas y políticas
que le impiden realizarse a sí mis- |
ma auténticamente como una
comunidad de creyentes y |
ejercer tanto su función
crítica y respecto de todos los as- |
pectos pecaminosos y
deficientes de la sociedad como su |
función estimulante y
anticipada en favor de una huma- |
nidad siempre más justa y
más fraterna. La Iglesia debe |
mantenerse siempre en una
dolorosa dialéctica con la so- |
ciedad entera, pero no
puede dejarse en volver enteramen- |
te por ninguno de los
polos dialécticos en que vive disocia- |
da la humanidad. Dejaría
de hacer sus aportaciones |
específicas al conjunto de
la sociedad y de la historia. |
La Iglesia, comuni- |
dad corresponsable |
• Los ministros de la
Iglesia son escogidos y consa- |
grados para dirigir la
vida religiosa de los creyentes, ali- |
mentar y estimular su fe,
presidir sus celebraciones, ex- |
presar y mantener
continuamente la unidad de cada |
comunidad de creyentes y
de todas las comunidades en- |
tre sí, sin perjuicio de
una auténtica corresponsabilidad |
de todos los miembros del
Pueblo de Dios. |
La primacía del cul- |
to "en espíritu y |
verdad" |
Esta misión no puede ser
nunca instrumentalizada por |
las opciones políticas de
quien las desempeña. Su ordena- |
ción y sus funciones
específicas tienen sólo significación y |
autoridad dentro de la
comunidad misma y respecto de |
los creyentes; ante el
conjunto de la sociedad, y desde un |
punto de vista civil, son
ciudadanos como los demás, so- |
metidos a las mismas leyes
que los demás, y sin otra |
autoridad o relevancia que
la que sus méritos personales |
les confieran. No tiene un
sentido claro que los sacerdotes |
se sientan dirigentes de
barrio o animadores de grupos |
17 (137) |
políticos, ni que los
obispos se sientan llamados a orientar |
las actuaciones políticas
de sus conciudadanos. Puede ser |
que el peso de nuestras
tradiciones haga esto todavía ine- |
vitable, pero es necesario
darse cuenta de que es ésta una |
situación confusa,
indiferenciada y arcaica, con demasia- |
dos rasgos de una sociedad
medieval, y aun precristiana. |
Mientras tanto, los temas
específicos que sustentan la fe |
y construyen la Iglesia no
son suficientemente atendidos, |
entre otras cosas, porque
no se confía suficientemente en |
el valor humanizador de la
religiosidad ni del culto ver- |
dadero respecto de todas
las realidades humanas; también |
las económicas, sociales y
políticas. |
La Iglesia ha de |
afirmarse desde sí |
misma |
Los cristianos y todos los
miembros de nuestra sociedad |
tienen derecho a esperar
de los pastores que aclaren los |
elementos y objetivos
primordiales de la Iglesia, su forma |
específica de situarse y
actuar en la sociedad contempo- |
ránea, así como las
principales incompatibilidades con |
las estructuras y con la
ética del capitalismo y del mar- |
xismo. Han quedado atrás
los tiempos de la indetermina- |
ción, de la timidez y de
las convivencias. La Iglesia debe |
afirmarse y hacerse
respetar desde ella misma y desde |
unas posiciones sólidas y
claras. |
La autonomía de la |
sociedad civil para |
sus problemas polí- |
ticos y jurídicos |
• Entramos en una época de
creciente libertad y plu- |
ralidad social. Es
importante que la Iglesia subraye su |
diferenciación del resto
de la sociedad. No en el sentido de |
ofrecer a los cristianos
refugio en un paraíso espiritualista |
al margen de la vida real
y de los verdaderos conflictos de |
los hombres, sino para
delimitar bien su propio origen, sus |
formas de vida, sus
propias competencias y sus aportacio- |
nes específicas a la
redención y a la liberación de la hu- |
manidad y de los hombres
concretos. Para ello es preciso |
reconocer a la sociedad
civil su plena autonomía respecto |
de sus propias cuestiones,
acostumbrarse a decidir los pro- |
blemas de la comunidad
política por procedimientos polí- |
ticos. Es urgente sentar
las bases para que los problemas |
políticos o jurídicos que
se pueden plantear dentro de poco |
entre nosotros no se
quieran resolver en el campo de los |
ordenamientos civiles por
procedimientos, y mucho menos |
por imposiciones,
religiosas. Que los problemas que hayan |
de ser dilucidados
políticamente en el campo de las insti- |
18 (138) |
tuciones y los
ordenamientos civiles y jurídicos no se |
conviertan en nuevas
divisiones dentro de la Iglesia ni en |
fuente de nuevos rechazos
desde la sociedad frente a una |
Iglesia civilmente
prepotente. Temas como el del divorcio |
tienen que tener un
tratamiento propio dentro de la Iglesia |
para los creyentes que
quieran vivir de acuerdo con las |
exigencias de la fe
cristiana, y otro diferente como objeto |
del ordenamiento civil. |
La fe es liberadora |
y humanizante |
• Deseamos una Iglesia que
sea de verdad la comu- |
nidad de los creyentes
convertidos al Evangelio de Jesu- |
cristo, una Iglesia de
hombres que crean en Dios como |
origen y garantía de la
plena salvación de los hombres y |
testifiquen ante la
sociedad el valor liberador y humani- |
zante de esta fe. Una
Iglesia que no pretenda imponerse |
al resto de la sociedad ni
quiera fortalecerse con privile- |
gios sociales, sino que
viva civil y políticamente en la |
misma condición que los
demás ciudadanos y grupos |
sociales; una Iglesia que
honre el nombre de Dios ante |
los hombres y contribuya
positivamente a acercar la vida |
humana al Reino de Dios
esperando, sin separarse de la |
historia y sin confundirse
con ella, sin huir del mundo y |
sin conformarse con él,
formando realmente parte de la |
sociedad, y no dejándose
asimilar por nada ni por nadie. |
Una Iglesia convertida y
sostenida por la esperanza de |
una humanidad justa y
feliz que viene de Dios. |
1 de junio de 1976 |
Ricardo Alberdi, Rafael
Belda, Olegario González de |
Cardenal, Juan Martin
Velasco, Antonio Palenzuela, |
Fernando Sebastián, José
María Setién. |
En los movimientos
juveniles estadounidenses |
(hippies) había mucha más
rebeldía que vo- |
luntad de revolución. |
José Luis L. Aranguren |
19 (139) |
HORARIO DE MISAS |
DOMINGOS Y DÍAS FESTIVOS: |
10, 11 Y 12 DE LA MANANA |
SÁBADOS Y VÍSPERAS DE
FIESTA: |
8 DE LA TARDE |
DÍAS LABORABLES: |
7,45 DE LA MAÑANA Y 8 DE
LA TARDE |
LAUS |
Director: Ramon Mas
Casanelles - Edita a imprime: Congregación del Oratorio |
Placeta de S. Felipe Neri,
1 - Apartado 182 - Albacete - D. L. AB 109/69 - 15. 10. 76 |
20 (140) |
|