Publicación
mensual del Oratorio. |
Núm. 144. NOVIEMBRE. Año
1976. |
SUMARIO |
HAY una primavera oculta,
de pensamientos y de |
H ideales, hacia adentro,
a punto de florecer, en el |
I silencio del frío, en el
alma que se recoge, cuando |
los vientos desnudan los
árboles y señalan el invierno |
inmediato. La actividad
humana no se detiene, el hombre |
no muere, la vida sigue.
Sólo los espantajos del miedo |
quiebran las voces de
esperanza. Pero la esperanza tam- |
poco muere, porque está,
pura, en todo lo espiritual. Y el |
espíritu es incorruptible,
aunque no lo sepan los cobardes |
y los violentos. |
EL AMBIENTE |
LA IGNORANCIA DE DOLOR |
LA TERNURA DE LA IGLESIA |
SER Y HACER |
APRENDER A MORIR |
CREADOS PARA LA VIDA |
LA HISTORIA NO ES NUESTRO
ABSOLUTO |
1 (141) |
tiempo de orar: |
EL AMBIENTE |
Señor, es hora de que
tengas, |
porque nuestro tiempo pasa |
y nuestro mundo se acaba. |
Tú nos diste la vida para
convivir |
y nosotros lo llevamos
todo a la muerte, |
a la guerra, |
a la competencia |
y al rechazo indiferente. |
Tú nos diste árboles y
bosques |
y nosotros nos dedicamos a
talarlos. |
Tú diste la primavera a
los pájaros |
y los ríos a los peces, |
y nosotros contaminamos el
aire |
y pudrimos las aguas |
con los residuos
industriales. |
Ya la primavera se hace
amorfa, |
se vacían de vida los
ríos, |
se enrarece corrompida la
atmósfera. |
Tú nos diste el equilibrio
de la creación |
y nosotros la destruimos |
y llevamos al fracaso. |
Nuestro tiempo pasa,
Señor. |
Danos "tu"
tiempo, para que podamos, todavía, vivir. |
Danos el valor de servir a
la vida y no a la muerte. |
Danos tu futuro a nosotros
y a nuestros hijos. |
J. Moltmann |
2 (142) |
La ignorancia |
de dolor |
EL HOMBRE es un ser
limitado, pero abierto al crecimiento. El dolor, |
cuando es entendido por el
hombre, se convierte en escozor saludable |
de ese crecimiento. Y lo
que sería el supremo dolor, la muerte, desde |
una visión cristiana no es
la coronación de un absurdo, como pensara |
Heidegger, ni el fin de la
historia de un fracaso, como dijera Jaspers. Con |
una intuición a
desarrollar probablemente por el mismo, Roger Garaudy, |
acaba de recoger, en el
libro PAROLE D'HOMME, unas palabras de Walt |
Whitman que le sirven para
expresar, en una meditación de la muerte, la ri- |
queza y generosidad de los
que no pasan por la vida inútilmente encerrados, |
perezosos, envidiosos y
egoístas: La muerte es lo más hermoso que puede |
sucedernos. |
Dolor que avisa del límite
de la fuerza humana y muerte que señala la |
meta sensible y temporal
de las relativas posibilidades de este ser cargado |
de misterio y esperanzas,
el hombre. Pero dolor y muerte que lo hacen sa- |
bio. porque le encauzan y
le apremian para el ceñimiento a la verdad, y la |
verdad es profundamente
pacificadora y bella: por eso la muerte es lo más |
hermoso... Sólo lo
inauténtico se resigna con la quincalla, imitadora y falaz. |
El Cristianismo ha puesto
en el dolor el valor del esfuerzo para el bien |
y el sentido del lenguaje
del amor. Y ha cambiado la muerte en puerta de |
la Vida. |
La muerte es hermosa, el
dolor es fuente de sabiduría. Excepto para el |
presuntuo80, que aquieta
con íntima y escondida arrogancia, el desprecio |
de lo que desconoce e
ignora, levantando por fuera banderas de harapos |
que no son más que
polvorientas miserias. La miseria no es una sabiduría: |
es un fracaso, aunque
padecido a veces sin toda la culpa. |
Cuando contemplam09 log
males del mundo y de los hombres ―¡tantos!―, |
no hace falta que nos los
intentemos explicar cómo el efecto de grandes |
maldades radicales. No
somos maniqueos. Basta darse cuenta de las todavía |
grandes ignorancias
humanas y ver a los que andan vacíos de ideas claras |
y sólidas, como se
apresuran no siempre a aprender, sino a aparentar: no |
siempre a ser, sino A
improvisar astutamente la vanidad de una ficción |
oportunista, Consumidora
de las etiquetas de la moda, en palabras, en acti- |
tudes, en enunciados, que
no surgen de la convicción, sino de la somnolente |
mediocridad consumista,
creadora de nada, aprovechada de todo. |
3 (143) |
El dolor no se ha de
buscar, ni la muerte ha de ser buscada, pero el he- |
donismo que proclama
felices a los que nunca sufren. O afortunados a los |
protegidos sólo capaces de
dolores imaginarios; o las enajenaciones que |
tienden a falsificar
incluso los mejores valores espirituales dejando sola- |
mente espacio al dolor de
la envidia, pueden llegar a secar el corazón del |
hombre y a endurecer su
sentimientos hasta hacerle pasar por el mundo |
sin enterarse de lo mejor
de la vida, sin hacer ningún bien a nadie, salvo el |
gratificado, aprovechado
nato del bien ajeno, infecundo Inconsciente y pre- |
suntuoso del verdadero
amor. |
Para ser felices, para
hacer felices, hemos de aprender y hemos de |
enseñar la sabiduría
serena del dolor. El dolor no buscado ni maldito, el |
que la Providencia
dosifica, el que Dios mismo unió a la dimensión humana |
de la Encarnación, como
lenguaje de su verdad, como verdad de su amor. |
El hombre, y más el hombre
cristiano, no ha de ser actor en la vida, no ha |
de representar, ni
preocuparse demasiado por parecer, aparentar, compo- |
ner su imagen. El hombre,
especialmente el hombre cristiano, ha de ser |
autor de su vida, ha de
ser, no en la apariencia de un marco construido o |
elegido fuera de si mismo,
sino desde dentro de sí mismo, desde el vértice |
del mismo ser personal, en
abertura indefinida hacia la generosidad grande |
como el mundo. |
Sin el dolor que fuerza el
vértice de esa apertura, es imposible crecer |
en el ser y es imposible
multiplicar el amor en el mundo. Por esto hay ma- |
les en el mundo. No por
las consecuencias de grandes maldades radicales, |
sino por las grandes
ignorancias, especialmente por la ignorancia del do- |
lor. Ignorancia de los
hombres que, en apariencia moralmente neutrales |
en la pobreza de su
Vaciedad, aplican a ella el coeficiente de las aunque |
no grandes sí verdaderas
desviaciones de la vanidad, del egoísmo y de la |
envidia y disparan el
producto de los desastres, de las injusticias y de |
la infelicidad que, con
frecuencia, se cierne incomprensiblemente en los |
grupos humanos. |
Es la ignorancia de dolor. |
El insensibilizado o el
ignorante de dolor, nunca encontrará gozo en |
crear nada; nunca será
creador de nada, nunca dará nada. Dispuesto al |
Cómodo recibir y
guardarse, maldecirá la fuente que él mismo agota, sin |
dar gozo A nadie, sin
agradecer bien a nadie. Incapaz de la verdadera ale- |
gría, incapaz de la
sabiduría cristiana, incapaz del amor. |
La presencia del dolor en
la vida del hombre, y la culminación de In |
muerte, experiencia
indeclinable y única, seguirá siendo un misterio a des- |
cifrar: pero sabemos que
no es inútil su inserción en la vida del hombre. El |
hombre solamente tiene una
felicidad «semejante a Dios» cuando, de algún |
modo, también crea, y el
hombre sólo cree en la pureza y en la generosidad |
del dolor. El hombre no es
feliz cuando hereda ―en el Paraíso bíblico, el |
hombre, heredero de Dios,
envidió a su Hacedor: el primer pecado fue de |
envidia de Dios, más que
de orgullo, o como instrumento de orgullo―: el |
hombre es feliz cuando
orea. La creación, en Dios, es redundancia de su |
gozo infinito; en el
hombre, la creación, os esperanza y escozor doloroso. |
Pero en uno y otro, es
amor. |
Es amor y es juventud:
sólo lo creado es nuevo: sólo el creador es joven: |
sólo el joven es feliz y
sólo es feliz el joven. Sólo el que es capaz de ser feliz |
es capaz de la generosidad
creadora del dolor. Sólo desde esta generosidad |
se alcanza la sabiduría. |
Hay una fusión de
eternidad y temporalidad. La eternidad puede incidir en cada |
instante de nuestra vida.
Es una experiencia en definitiva mística.- ARANGUREN |
|
4 (144) |
jóvenes: |
La ternura |
de la Iglesia |
EL HECHO a que vamos a
referir- |
nos no lo comprenderían
los |
que, incluso el ministerio
sacer- |
dotal, lo consideran
principalmente |
"útil" e
indispensable, todavía, para |
aglutinar y mantener la
perseverancia |
en la fe a los que
profesan el cristia- |
nismo. Introducidos los
conceptos de |
"utilidad",
"necesidad" y "escasez" |
en la economía, y
convertida en ins- |
trumento de ésta a la
política, nuestra |
sociedad materializa y
contabiliza has- |
ta lo que es espiritual y
lo desvirtúa y |
corrompe. El hombre se
hace superfi- |
cial y desprecia
―por orgullo― lo |
que ignora y denuncia los
defectos de |
lo que él mismo rompe o
corrompe. |
Pero lo material ocupa uno
sólo de |
los sentidos que
entrecruzan el caña- |
mazo sobre el que se
construyen los |
destinos del mundo. El
cosmos no es |
unidimensional, diga lo
que quiera la |
pedantería que sólo a
gritos ahuyenta |
el miedo de la propia
vaciedad. |
Hay otro sentido de
coordenadas |
que son las direcciones
del espíritu, y |
el espíritu es
inextinguible. Más toda- |
vía: no solamente
inextinguible, sino |
también espiritualizador
de la materia |
que intersecciona. Por
esto pudo decir |
clarividente y profético,
Teilhard de |
Chardin, que «la materia
es la incan- |
descencia del Espíritu». |
La Iglesia no es
materialista, sino |
espiritual y
espiritualizadora. Y el |
peso de la aparente
excesiva organi- |
zación, se lo han cargado
los hombres, |
no Jesucristo. Por esta
razón asistimos |
hoy a una progresiva
simplificación |
que, cuando no se sabe
interpretar, |
tanto a partir de las
iniciativas de sus |
más altas instancias como
del análisis |
de las contradicciones
providenciales, |
se toman sus crisis por
manifestacio- |
nes de derrumbe y no de
purificación. |
Pero esto lo hacen los
pesimistas. La |
Iglesia es espiritual,
principalmente |
espiritual, y por eso
inmarcesible. |
Hace unos meses, Pablo VI
rompió |
una ley en favor del
espíritu: unos lo |
tomaron como una concesión
senti- |
mental, otros como un acto
inútil. En |
cambio, se trataba, siendo
realmente |
un gesto de ternura, de un
acto profun- |
damente espiritual,
cristiano en el me- |
jor sentido del Evangelio
y de la vida |
enraizada en Cristo. |
En Turín, un joven de 19
años, |
enfermo desde tiempo y
consciente |
de su próxima muerte,
deseaba ser |
5 (145) |
sacerdote. Manifestó su
deseo al obis- |
po y el obispo habló al
Papa y el Papa |
no vacilo en hacer
excepción a la regla |
de la edad y a los
estudios. El joven, |
que se llamaba Cesare
Bisognin, fue |
ordenado sacerdote el día
cuatro del |
pasado mes de abril y
expiraba san- |
tamente veinticinco días
más tarde. |
Pudo celebrar la santa
Misa, en su |
mismo lecho de muerte,
sólo diecisiete |
veces: lúcidamente,
serenamente, dul- |
cemente. |
Con sencillez, sin
dramatismos, con |
plena conciencia de la
proximidad de |
la muerte o, mejor dicho,
de la proxi- |
midad con Cristo, Cesare
Bisognin, |
anticipándose en la
adultez del alma, |
se configuró con Cristo
sacerdote, y |
convirtió en Misa su vida
y su muerte, |
más allá de lo ritual y
espectacular. |
Cuando se habla de
"falta de sacer- |
dotes" y de escasez
de vocaciones" a |
algunos pareció inútil y
ribeteado de |
sentimentalismo el acto en
el que, el |
cardenal Pellegrino,
arzobispo de Tu- |
rín, rodeado de sólo los
familiares del |
enfermo y un reducido
grupo de ami- |
gos íntimos, convertía en
catedral la |
sencilla habitación de
aquel mucha- |
cho, en altar el lecho y
en ministro y |
ofrenda el jovencísimo
sacerdote que |
consagraba. |
Los que se extrañaron o
criticaron, |
no se daban cuenta de que
nuestro |
tiempo no debe preguntarse
si faltan |
O sobran sacerdotes, sino
si somos o |
no somos bastante
cristianos los que |
así nos denominamos. La
preocupa- |
ción no puede partir de
los datos de |
las estadísticas, sino del
misterio y |
de la vida, de la
sinceridad y de la fe |
cristiana. Cuestionar
desde esta pers- |
pectiva podría llevarnos
―¿quién sa- |
be?― a la conclusión
de que faltan |
como de que sobran
sacerdotes. |
Hay que desechar la idea
del sacer- |
dote como
"funcionario" de una "ad- |
ministración
sobrenatural" (?) llamada |
Iglesia. Queda cada vez
más atrás el |
equívoco o la tentación de
que la aspi- |
ración al sacerdocio sea
una promo- |
ción por la que se
"asciende" y sitúa y |
prestigia al que se
introduce en el esca- |
lafón eclesiástico. Queda
atrás incluso |
el tufillo de vanidad
tontil, disfrazada |
de espiritualismo de
bombonería, de |
que «el sacerdote tiene un
poder que ni |
tuvo la Virgen» o de que
está revestido |
de «una dignidad que ni
Dios concedió |
a los ángeles», etcétera.
Esto nos lle- |
varía a la refutación de
una cierta líri- |
ca mariana con que se ha
pretendido |
lavar la culpa de la
discriminación |
eclesiástica de la mujer
por parte de |
las corrientes
conservadoras y a la |
valoración del movimiento
seculari- |
zador que disipa falsas
espirituali- |
dades. |
Como en el Vaticano I se
puso el |
énfasis en el papado y en
el Vaticano |
II se detuvo en el
episcopado, habrá |
―lo exigirán las
circunstancias, sin |
tardar mucho― otro
momento de la |
Iglesia, cada vez más
espiritual, que |
revisará y revalorizará el
sacerdocio |
cristiano. Y la Iglesia
crecerá en lo |
hondo, como Cristo en el
corazón de |
ese joven de Turín. Porque
la Iglesia |
todavía es muy joven para
que no es- |
peremos de ella muchas
cosas más. |
Tiene, todavía, muchas
reservas de |
amor, de ternura, que le
vienen de |
Dios, y va superando las
leyes de los |
hombres para dar paso al
espíritu del |
Señor. |
Ella es fundamentalmente
espiri- |
tual, como el amor. Somos
los hom- |
bres que la recargamos de
estructuras |
opresivas, o que no
entendemos sus |
gestos de amor. |
6 (146) |
SER Y HACER |
NO PODEMOS renunciar a la |
existencia. Ser, existir,
es lo |
primordial: todo el resto
im- |
porta por referencia al
acto cons- |
ciente del propio ser que
es capaz |
de conocer, contemplar y
relacio- |
nar. Y es a partir de este
acto que |
nos abrimos a la realidad
inmensa |
envolvente, llamados a
colmar la |
capacidad de comprensión
natural |
y, enseguida, despertados
a una as- |
piración por superarlo
todo; aspira- |
ción que, desde la fe,
llamamos |
vocación a la
trascendencia. |
Sin Dios sería impensable
la rea- |
lidad, la maravilla y la
fuerza del |
orden y de la bondad que
descu- |
brimos: nos dignifica,
porque pone |
de relieve nuestra propia
grandeza; |
pero al mismo tiempo nos
reta, por- |
que nada es estático,
porque todo |
aguarda un desarrollo, un
creci- |
miento que, desde el
momento en |
que lo descubrimos, ya
depende |
de nosotros. |
Lo admirable y grandioso
no es |
sólo que Dios nos haya
dado este |
mundo, sino que, además,
nos haya |
equipado con fuerzas para
transfor- |
marlo, para superarlo,
para me- |
jorarlo. |
No somos para estar, sino
que |
somos para hacer. |
No cree el que está en la
Iglesia, |
o no está en la Iglesia el
que cree; |
sino que está en la
Iglesia el que |
hace, y cree el que hace,
y por eso |
está en la Iglesia: por
creer hacien- |
do, por hacer creyendo. La
fe no |
es estática. No puede
serlo porque |
es para este mundo, y este
mundo |
se mueve y es para ser
movido. |
Movido hacia Dios, hacia
el Reino |
de Dios. |
Ser para hacer. |
Ni la fe substituye la
racionali- |
dad del hombre; ni la
gracia pres- |
cinde de las fuerzas
naturales, ni la |
aspiración a Dios, si es
legítima, |
puede enajenarnos de la
realidad |
inmediata, que es marco de
nuestra |
actividad. |
Donde haya todavía falta
de de- |
sarrollo de la
racionalidad, donde |
haya somnolencia mental,
donde el |
egoísmo haya transformado
en hi- |
pócritas los esfuerzos
para hacer |
del trabajo, elegido o
impuesto, mu- |
ralla para asegurar
avideces, ce- |
rrando más al hombre,
atrofiando |
o estrangulando su
verdadera voca- |
ción, el hacer no ayudará
al creci- |
miento del ser humano ni
al verda- |
dero progreso del mundo.
El hom- |
bre puede que
"tenga" más cosas, |
pero no será más hombre,
ni mejor |
7 (147) |
hombre. Y el mundo tampoco
será |
mejor. |
El hombre, ser libre y
racional, |
"es" según lo
que sabe y quiere |
hacer proyectado al mundo,
mejo- |
rando al mundo,
entregándose y |
"restituyendo" a
través de esta en- |
trega, el mayor don
recibido. El |
hombre cristiano crece en
la medi- |
da en que construye el
Reino de |
Dios. |
Es un hacer, es un trabajo
que |
es una restitución. Es un
despren- |
dimiento, una abnegación
libera- |
dora que enriquece el
"ser" del |
hombre. El hombre no es lo
que |
tiene, ni lo que se pone,
ni la fama |
que se prepara, sino lo
que sabe y |
lo que hace de bien para
el mundo, |
para terminarlo. Porque el
hombre |
es más que un habitante o
un con- |
sumidor de este mundo; el
hombre |
ha sido creado creador, y
debe |
seguir la creación, o
renunciar a |
ser hombre, malgastando o
rene- |
gando, desagradecido e
insensato, |
de su propia naturaleza. |
Las realidades últimas. |
Las llamadas realidades
últimas son, de hecho, las |
"primeras". El
hombre tiene que intentar comprender- |
se radicalmente a partir
de su plenitud. |
Lo que se realiza en la
existencia cristiana es, en el |
fondo, un
"nacimiento". El cristiano vive, en cuanto |
que es cristiano, en la
alteridad radical, en una gran- |
deza única, en un futuro
insuperable que se llama |
bienaventuranza, cielo... |
Por eso el gusto por la
felicidad, la alegría de lo |
grande, no es que
pertenezca también al Cristianismo, |
sino que caracterizan toda
la realidad cristiana como |
esperanza y orientación
hacia adelante; como el ama- |
necer de un día esperado. |
Un hombre comienza a ser
cristiano cuando de- |
muestra a su prójimo,
mediante una actitud ejercitada |
y vivida, que nuestra vida
está aún en devenir, que |
Dios nos prepara una
alegría eterna, que caminamos |
hacia la plenitud de una
vida que tiene el marco del |
infinito. |
L. Boros |
8 (148) |
APRENDER |
A MORIR |
NO HACE mucho, la revista
francesa |
"Gerontologie"
ofrecía un resu- |
men de las conferencias de
la doc- |
tora americana Elisabeth
Kübler-- |
Ross, que se había
dedicado a interrogar |
a centenares de enfermos
incurables. |
Las preguntas, en
sustancia, eran estas: |
¿Qué significa morir? ¿De
qué tienen, en |
especial, necesidad los
moribundos? ¿Qué |
se puede hacer por ellos?
¿Qué es lo que |
puede serles de alguna
ayuda? |
La doctora Kübler-Ross
estaba conven- |
cida de que tales
enfermos, próximos a |
la muerte, se encontraban
en una profun- |
da soledad y cercados por
el terror. Sus |
investigaciones se
orientaban a buscar el |
medio de remediar y evitar
ambas cosas. |
Llegó a la conclusión de
que, los mori- |
bundos, desean hablar de
su muerte, si |
bien el diálogo debe
elegir el momento |
oportuno. Además, lo
normal es que los |
moribundos hablen de la
muerte con me- |
nos terror que los sanos
que les rodean. |
Los moribundos deben ser
respetados en |
su libertad de personas,
pero tienen el de- |
recho de ser ayudados,
mejor que nunca, |
en el momento supremo de
su existencia: |
el trance de la muerte. |
La doctora Kübler-Ross
narra el caso |
de un niño hospitalizado
en Chicago, con |
un tumor cerebral
incurable. Obtuvo, en |
la imposibilidad de una
respuesta oral, un |
dibujo del niño en el que
le representaba |
su actitud consciente
frente a la muerte: |
había diseñado un enorme
tanque a punto |
de arrasar una pequeña
casita escondida |
en medio de la hierba, de
los árboles, bajo |
un sol luciente. Le puso
el titulo: "La ba- |
talla del tanque". El
tanque ―en un niño |
la guerra― era el
símbolo aterrador de la |
muerte. Entre el tanque y
la casita, a pun- |
to de ser abatida, había
una diminuta se- |
ñal de "stop",
que representaba el deseo |
del niño, con ganas,
todavía, de vivir, de |
detener la fuerza brutal
de esa destruc- |
ción incomprensible. |
La doctora prosiguió el
trato con el ni- |
ño, siempre en lenguaje de
dibujos, ilu- |
minados con lápices de
colores. Al niño |
le gustaba dibujar y,
despierta y vívida |
su inteligencia, le
compensaba de la im- |
posibilidad de hablar. Se
hicieron amigos |
y conversaron" muchas
veces. Finalmen- |
te le ofreció, con una
sonrisa de felicidad, |
un dibujo que substituía
al del tanque |
amenazador o, más bien, lo
completaba: |
el tanque estaba abajo,
duro e incom- |
prensiblemente inhumano,
resumiendo la |
más aberrante forma de
violencia y de |
muerte, la guerra. La
casita seguía escon- |
dida entre el follaje de
los árboles y el |
verde de la hierba. El sol
también se des- |
hacía en temblorosos rayos
de azul y |
amarillo, presidiendo una
deseada clari- |
dad superadora del drama
de la tierra. |
Pero de la casita
escondida y amenazada |
acaba de escaparse un
pájaro con las alas |
abiertas en actitud de
subir al cielo. El |
pájaro estaba dibujado en
blanco y negro, |
pero en una de sus alas
alcanzaba uno de |
los temblorosos rayos
amarillos del sol y |
la teñía, como dorándola. |
Le ofreció otro papel para
que le aca- |
bara de explicar lo que
significaba aquel |
dibujo. Y el niño escribió
esto: «Es el pá- |
jaro de la paz, que escapa
de la muerte y |
huye al cielo, cogido de
la luz del sol. Y |
el pájaro es muy feliz». |
Con oportunidad, con amor,
con since- |
ridad, hay que aprender y
hay que ense- |
ñar a morir. |
9 (149) |
Creados para la vida |
Oh Dios, no de los
muertos, sino de los vivos: |
concédenos, hoy, que
elevemos nuestra plegaria |
con todos los que han
terminado |
su camino corporal. |
Los que han muerto después
de alcanzar el tiempo |
de la vejez, |
para contemplar su vida |
y deducir la lección que
da el tiempo, |
para disponer el encuentro
contigo |
y convertirlo en alabanza. |
Los que han muerto al ver
destrozada su tarea, |
apenas iniciada. |
Los que han muerto por el
odio de los hombres. |
Los que han muerto
mientras se preparaban para odiar. |
Los que han muerto sin ver
la luz del día. |
Los que han muerto
quitándose ellos mismos la vida. |
Todos están cabe ti, |
arrancados de nuestras
disputas, |
de nuestra asistencia, de
nuestros juicios. |
Eres tú quien interviene |
y nuestras manos, |
lo mismo solícitas que
justicieras, |
se han plegado. |
10 (150) |
Ellos son, en tu mano, |
lo que somos nosotros |
en la desnuda realidad, |
cuando nuestra tensión
puesta en acto |
se esfuerza para inscribir
dentro del mundo |
la fuerza de la verdad. |
Ellos y nosotros, te
rogamos, |
oh Padre inmenso, |
a quien nadie ha podido
jamás dar un consejo: |
te rogamos |
para que se termine en
ellos |
la deseada venida de tu
Reino, |
hasta la resurrección de
sus cuerpos |
y el acabamiento de tu
justicia en el mundo. |
Te confiamos nuestros
hermanos en la fe: |
que tu ternura los
purifique |
Y a nosotros nos eleve
hasta ellos. |
Te confiamos a todos los
hombres, |
porque a todos tú los
creaste, |
y no para la muerte, |
sino para la vida. |
Del libro
"PROVOCATION A LA PRIERE", |
de In comunidad dominicana
de Arbresle. |
11 (151) |
Todas las semanas en |
vida nueva |
―Una completa
información de la Iglesia |
en España y en el mundo |
―Un estudio del
problema de mayor ac- |
tualidad ―Una visión
cristiana del mundo político, |
social, cultural y
artístico |
vida |
nueva |
Revista semanal de |
información general |
y religiosa |
P.P.C. - E. Jardiel
Poncela, 4 |
Apartado 19.049 - Madrid
(16) |
12 (152) |
documento: |
LA HISTORIA |
NO ES |
NUESTRO ABSOLUTO |
Continuador de la
corriente cristiana y personalista iniciada por Emma- |
nuel Mounier, juzgamos
interesante, dentro de las expectativas de nuestra |
circunstancia, el trabajo
de Jean-Marie Domenach, que, con el título L'histoire |
n'est pas notre absolu,
apareció en el número 23 de LUMIERE ET VIE como |
un análisis crítico de las
absolutizaciones que una irreflexiva aceptación del |
marxismo podrían
introducirse, como nuevas enajenaciones, en los cristianos |
en pugna por liberarse de
las propias. Ofrecemos solamente los párrafos más |
salientes. |
La gran pretensión de
nuestra época es la de volver a |
empezar. |
Ni el cristianismo ni el
marxismo son algo de ayer, ni |
su alianza ni su
confrontación. El debate entre ellos no |
comienza, sino que vuelve
a empezar. |
Un punto es olvidado con
frecuencia por las dos partes: |
la raíz de pensamiento de
Marx es su radical crítica de la |
religión que, yendo más
allá de una crítica de la religión |
del Estado, fundamenta una
antropología en la cual la ſe |
en Dios, incluso concebida
como algo privado, no puede |
encontrar su lugar, ya que
es el principio que no cesará |
de segregar la alienación. |
La primacía de las |
masas sobre la per- |
sona Sin embargo, Althuser
y sus discípulos consideran esta |
crítica de la religión
como un estadio superado del joven |
Marx, ya que éste no llegó
a ser marxista sino mucho más |
tarde, después de la
"ruptura epistemológica". El marxis- |
mo sería en realidad una
ciencia, precisamente el funda- |
13 (163) |
mento de toda ciencia del
hombre. Pero al proclamar que |
«la filosofía es la lucha
de clases en la teoría», Althu- |
ser no anula solamente la
religión, sino toda la historia |
del espíritu humano en su
búsqueda del bien y de la ver- |
dad. Y proclamando que «la
historia es un proceso sin |
sujeto», Althuser no
elimina solamente a Dios, sino a la |
persona, llevando al
extremo la primacía de las masas so- |
bre la persona. |
Nos encontramos, pues,
ante un dilema: o el marxismo |
es un humanismo construido
sobre un fundamento anti- |
rreligioso (según la
mayoría de los intérpretes), o el mar- |
xismo es un antihumanismo,
la ciencia de las estructuras |
sociales. |
En el primer caso, el
problema del ateísmo se presenta |
de la forma tradicional:
Dios debe desaparecer para dejar |
existir al hombre. Y
entonces es todavía posible a los cre- |
yentes explicar que este
Dios rival es un Dios falso. Es |
posible, al menos
teóricamente, aceptar el reto del comu- |
nismo: el hombre futuro,
desembarazado de sus ídolos, |
reencontrará la necesidad
y el verdadero rostro de Dios. |
El humanismo ateo |
y la "muerte del |
hombre" |
En el segundo caso, la
misma posibilidad de una resu- |
rrección del Resucitado
queda excluida, ya que tal acon- |
tecimiento no puede tener
lugar en un sistema donde todo |
lo que no es producido por
las masas carece de consisten- |
cia alguna al no poderse
referir a las instancias colectivas |
donde la historia se
inmoviliza en una inmensa transpa- |
rencia, encerrada en sí
misma. Este reo-marxismo coloca |
a los creyentes ante una
situación imprevista: luego de |
tantas batallas contra el
"humanismo ateo", resulta que |
el ateísmo condena al
humanismo. Y esta "muerte del |
hombre es probablemente
más grave para la fe que la |
"muerte de
Dios". El que Dios falte al hombre es una |
prueba que se supera en la
esperanza de la resurrección, |
pero el que el hombre
falte a Dios, excluye toda posibili- |
dad de encarnación. |
La verdad de la ac- |
ción Hablar del marxismo
no tiene hoy ningún sentido, pues |
hay varios marxismos. Los
cristianos deberían interrogar- |
se ante este hecho. Su
encuentro con el marxismo era |
totalmente deseable,
muchos le deben (le debemos) un |
14 (154) |
instrumento de crítica,
implacable e irreemplazable. Pero |
tengo la impresión de que
no es esta disciplina lo que |
muchos cristianos van a
buscar en el marxismo, sino por |
el contrario un lirismo
abstracto cuyos grandes temas |
reflejen los símbolos de
su fe: la alienación es la figura |
del pecado original, el
proletariado es el Cristo Salvador, |
la revolución es el
Paraíso. Frustrados en su dogma reli- |
gioso que se deshace, les
es necesario un dogma político |
que tenga respuesta para
lodo. No hace mucho, un movi- |
miento de acción católica
proclamaba orgullosamente que |
«había optado por la lucha
de clases», como si la lucha |
de clases fuera una
cuestión de opción. |
La "ortopraxis"
y |
la ortodoxia" |
Yo he creído, y sigo
creyendo, que el marxismo es un |
elemento fundamental de
toda conciencia política. Creí, |
y sigo creyendo, que la
caridad se prueba en la acción |
política. Pero se cae en
la ilusión cuando se cree que una |
doctrina puede dar en la
política el mismo género de certe- |
za que el creyente
encuentra en su fe. Hoy día escuchamos |
una palabra nueva,
"ortopraxis", que se opondría a la |
"ortodoxia".
Pero esta noción de una "acción verdadera" |
no es consistente.
¡Cuántos han actuado en espíritu de |
verdad y se han
equivocado! |
En ningún caso la acción
es un criterio de verdad. Por el |
contrario, la acción
supone una opción de valor y una lec- |
tura de la historia. La
"ortopraxis" supone una operación |
intelectual y no puede
vanagloriarse de ninguna superio- |
ridad sobre la reflexión.
Escogemos en un sentido o en |
otro, ya que
"leemos" de una cierta manera el Evangelio, |
y analizamos de una cierta
manera el dato histórico. |
"Actuar bien"
suscita más problemas que el "pensar bien". |
Uno y otro están unidos en
una misma oscuridad, en una |
misma dificultad. Pensar
es fácil cuando no hay que ac- |
tuar. |
Las vacilaciones de |
los marxistas |
Si hubiera una
"ciencia de la política", si el marxismo |
nos suministrara el medio
de comprender la historia y de |
actuar como es preciso, no
hubiera habido tantas dudas y |
tantos errores. |
A pesar de poseer la
doctrina de la lucha de clases, los |
marxistas alemanes (los
más sabios de todos los marxistas) |
15 (155) |
tardaron mucho tiempo en
ver claro, y su error facilitó la |
toma del poder por el
nazismo. Igualmente, a pesar de su |
generosidad, los marxistas
chilenos no se dieron cuenta |
del peligro que les
amenazaba. Y hablando de la América |
Latina, donde el análisis
marxista parece más adaptado, |
más operatorio que en las
ciudades superindustrializadas, |
no se pueden contar los
cambios de táctica, las idas y |
venidas ruinosas... (por
ejemplo sobre la guerrilla). Todo |
esto no habría podido
darse si el análisis marxista fuera |
tan luminoso como
pretenden algunos. |
Los totalitarismos |
marxistas |
Justamente porque en el
marxismo las opciones son |
múltiples, la ortopraxis
arrastra consigo fatalmente la |
ortodoxia y el dogmatismo.
Una "ciencia" susceptible de |
interpretaciones
diferentes, no puede subsistir a no ser |
que una autoridad, un
Estado, imponga la suya. Y así |
surgen las filosofías de
Estado, y el totalitarismo. Estali- |
nismo o maoísmo. Cuando
leo este elogio de un joven |
cristiano: «la China, ese
inmenso convento obligatorio», |
pienso que decididamente
nadie podrá impedir que la |
historia vuelva a empezar
ni tampoco que los cristia- |
nos sigan buscando en la
política lo que ésta jamás les |
podrá dar. |
Seguridad y ver- |
güenza Si tantos
cristianos recurren al marxismo como a la |
"ciencia construida
de la práctica", se debe a un doble |
motivo: por la llamada
«necesidad subjetiva de seguri- |
dad de los agentes de la
historia» y por la vergüenza |
que sienten de la larga
solidaridad de su Iglesia con los |
regímenes de explotación y
de dictadura. |
Por un lado, se quiere ir
sobre seguro, se quiere por |
encima de todo que ya
desde ahora se haga la separación |
entre buenos y malos, se
busca una compensación a la |
inseguridad de la fe
comprometida en "lo temporal", |
apoyándose sobre un
conocimiento "positivo" ("científico") |
de las leyes de la
política. |
Por otro lado, después de
muchos siglos de predicar |
a los cristianos la
obediencia al orden establecido, con- |
cebida como una réplica al
orden divino, ahora predica |
la revolución como una
réplica a la subversión de Dios, |
y se sustituye a los
pobres por la clase obrera. |
16 (156) |
Las idealizaciones |
históricas |
Y, prescindiendo del hecho
de que la clase obrera es |
en un gran número de
países un factor reaccionario, es |
lamentable que los
creyentes pongan sus esperanzas y |
su caridad en un sujeto
histórico idealizado (como por |
ejemplo, antaño, en la
nación-Estado). Con el riesgo de |
ser mal comprendido por
mis camaradas, debo recordar |
que el obrerismo ha jugado
un papel anti-político y |
reaccionario en la
Iglesia, como lo prueba la historia del |
catolicismo social. La
lucha de clases es una realidad |
esencial (un elemento
mayor de la interpretación de la |
historia), pero no es la
única (el motor de la historia). |
A menudo he prometido una
fuerte recompensa a quien |
me citara un
acontecimiento de importancia mundial |
después del 36, cuyo
determinante principal haya sido |
la lucha de clases (*).
Jamás he recibido una respuesta. |
Y es que la lucha de
clases es un elemento más, trabado |
dentro del conjunto de
fuerzas del cual todavía hoy por |
hoy no tenemos teoría
alguna que lo explique. |
Los factores
nacionalistas, culturales, religiosos han |
jugado y juegan un papel
considerable. ¿Por qué reducir- |
los todos al determinismo
de la producción? ¿Por qué no |
admitir que un hombre
pueda aferrarse a su tierra o a su |
lengua hasta arriesgar su
vida por ellas? |
La ambigüedad de |
la historia |
Para mí éste es el punto
de contradicción más fuerte |
entre marxismo y
cristianismo. Que el marxismo edifique |
su teoría sobre la
negación de Dios me parece menos |
temible que la reducción
que le inflige a la historia. El |
mayor de los engaños es
pensarse que una doctrina |
puede explicar la
totalidad de la realidad, pues el misterio |
no está sólo en el cielo
sino en la tierra, y no existiría un |
misterio de la fe si no
existiera un misterio de la historia. |
Actuamos y continuaremos
actuando sicut in enigma- |
te, en la ambigüedad
fosforescente de la historia y no en |
la plena luz que nos
prometen los doctrinarios. |
() Quizá, he excluya el
abominable golpe de estado de Chile. Ya he dicho |
que en América Latina en
donde el análisis marxista resulta más convin- |
cente. Aun así, en el caso
chileno fueron factor determinante las clases me- |
dias ante las que el
análisis marxista resulta balbuciente (cosa de la que |
Europa ya se dio cuenta
cuando el máximo tomó el poder). |
17 (157) |
la superación de la |
historia |
Si poseyéramos el secreto
de la historia, el Dios de |
Jesucristo no existiría,
la revelación se encontraría en |
otro sitio: en una clase
concebida sin pecado. No podemos |
al mismo tiempo conocer a
Jesucristo y conocer la última |
palabra de la historia
como no podemos verdaderamente |
desalienarnos sin confesar
nuestra alienación de creatu- |
ras. Nuestra finitud
condiciona muestra liberación como |
nuestra ignorancia del
mañana condiciona nuestra espe- |
ranza. Estamos plenamente
en la historia sólo porque hay |
un absoluto que la supera.
La historia no es nuestro abso- |
luto. Si lo fuera, se
aboliría a sí misma, y en esto Althuser |
nos muestra el final
lógico del marxismo. |
La integración del |
marxismo |
Se engañaría quien viera
en estas conclusiones una La integración del |
razón para abandonar el
estudio de Marx. Como antes marxismo |
Descartes, Marx ha entrado
en nuestro pensamiento co- |
mún. Los cristianos pueden
integrar el marxismo y deben |
hacerlo, como los ateos
integraron hace tiempo el carte- |
sianismo. Ya no podemos
pensar seriamente sin Marx, |
pero él no lo ha pensado
todo. Hay tantas cosas sobre la |
tierra y en el cielo sobre
las que no ha hablado... |
El marxismo como todos los
dogmas se ha convertido |
en un impedimento para
vivir, para comprender, para |
actuar. Cuando nosotros,
católicos, tomamos distancias |
respecto a nuestro dogma,
¿vamos a reanimar otro? En |
nombre de la revolución,
en nombre de las liberaciones a |
realizar, comencemos por
liberarnos de veneraciones ana- |
crónicas. |
Creo en la inmortalidad
del alma, pero no me |
imagino la Eternidad como
un coro de especta- |
dores pasivos y absortos,
mirando a Dios. La sien- |
to y la deseo de una
manera activa, junto a mis |
seres queridos; junto a
los seres que Dios y yo |
Amamos por una misma
razón. |
Narciso Yepes |
18 (158) |
«Volvería a renunciar a
todo |
para seguirle». |
Levi.― El jefe, al
que algunos llaman por su figura… |
el Cristo. Yo no fui en su
busca; fue él quien vino |
a buscarme. Estaba en la
puerta del banco, para |
guarecerme de la lluvia y
tuvo que apartarse para |
dejarme paso. Aunque había
oído hablar de él, |
era la primera vez que le
veía y he de reconocer |
que su mirada me
impresionó. Aquella mañana |
apenas pude trabajar, le
veía a través de las pare- |
des de cristal de mi
despacho... hasta que de pron- |
to se acercó y entró. Le
ofrecí un cigarro, y mien- |
tras él lo encendía —has
oído, Simón, lo aceptó |
yo pensaba: «éste viene,
como todo el mundo, a |
sacarme dinero», y por
primera vez en mi vida |
estaba dispuesto a
conceder un crédito sin garan- |
tía, fuera cual fuera la
cantidad. Cuando le pre- |
gunté qué deseaba, me
contestó: «Deja todo esto, |
Leví, y únete a nosotros»,
y salió sin esperar si- |
quiera mi respuesta. Pocos
días después dimitía |
de mi puesto y daba en mi
casa una cena en su |
honor. ¿Cuáles son sus
intenciones? ¿Qué progra- |
ma tiene? ¿A dónde nos
conduce? Ni lo sabía en- |
tonces, ni apenas lo sé
ahora, después de tanto |
tiempo. Habla de justicia,
de libertad y de paz, |
aunque eso lo dicen y lo
han dicho todos los polí- |
ticos del mundo... pero
¿es un político? Volvería a |
renunciar a todo para
seguirle. |
Jaime Salom, |
en "Tiempo de
espadas", p. 39 |
19 (169) |
Caminos. |
¿Para qué llamar caminos |
a los surcos del azar?... |
Todo el que camina anda, |
como Jesús, sobre el mar. |
Caminante, son tus huellas |
el camino, y nada más; |
caminante, no hay camino, |
se hace camino al andar. |
Al andar se hace camino, |
y al volver la vista atrás |
se ve la senda que nunca |
se ha de volver a pisar. |
Caminante, no hay camino |
sino estelas en la mar. |
Antonio Machado |
LAUS |
Director: Ramon Mas
Cassanelles - Edita e imprime: Congregación del Oratorio |
Placeta de S. Felipe Neri,
1 - Apartado 182 - Albacete - D.L AB 103/62 - 2. 11. 76 |
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