Publicación
mensual del Oratorio. |
Núm. 145. DICIEMBRE. Año
1976. |
1 (161) |
SUMARIO |
CUANDO Dios entra en la
historia – tiempo y espacio, |
de los hombres, también
nace". Luego acepta la humil- |
dad de morir, como los
hombres; pero transforma la |
muerte en un supremo y
glorioso nacimiento: la Resurrección. |
Dios se encarna y entra en
nuestra vida, y los cristianos cree- |
mos y la fe nos incorpora
a la suya: renacemos después de na- |
cer. Ya no es la vida un
continuo morir, ni el hombre un |
proyecto para la muerte,
sino un ser abierto a la bienaventu- |
ranza. Por eso los
primeros cristianos llamaban, a lo que los |
paganos denominaban
"muerte", el nacimiento para el cielo" |
v la "vida en
Cristo". Hay dos nacimientos: el terreno y el de |
la bienaventuranza; para
el fiel siempre es Navidad. |
UNA SÚPLICA A JESU-CRISTO |
JESUCRISTO |
TESTIGOS DE JESUCRISTO |
PENSAMIENTOS DE GANDHI
SOBRE JESUCRISTO |
UNA MUJER... |
EL APOCALIPSIS DE SAN JUAN |
EL CAMINO DE LA FE |
2 (162) |
Cuando |
todos |
los hombres |
quieran |
ser hermanos |
el mundo entero |
se habrá |
convertido |
en familia |
de Dios |
y siempre |
en todas partes |
para todos |
será |
Navidad |
Felicidades |
y la paz de Cristo |
a todos nuestros amigos y
lectores |
3 (163) |
tiempo de orar: |
UNA SUPLICA |
A JESU-CRISTO |
Señor Jesu-Cristo, |
tú, que eres a un mismo
tiempo, el Dios que salva a los hombres |
y el Hombre que lo puede
todo ante Dios, |
nosotros te invocamos, |
te alabamos y dirigimos a
ti nuestra súplica. |
Hazte presente, en medio
de nosotros, |
con tu indulgencia, |
con tu compasión, |
con tu perdón. |
Despierta, en nuestros
corazones, los deseos que tú puedas colmar; |
en nuestros labios, las
súplicas que puedas complacer: |
en nuestras obras, los
actos que puedas bendecir. |
Cuando pensamos en tu
nacimiento según la carne, |
no te pedimos que se
repita de nuero para nosotros, |
la maravilla que sucedió
una vez; |
pero sí te rogamos que nos
hagas nacer a tu Divinidad. |
Lo que tú, por puro don,
realizaste corporalmente en María, |
de un modo único, |
llévalo a cabo, ahora, por
tu Espíritu, en la Iglesia. |
Que su fe indefectible te
conciba; |
que su inteligencia, sin
error, te alumbre y manifieste; |
que su alma, fortalecida
por el Todopoderoso, |
te guarde y sostenga por
siempre jamás. |
(Misal mozárabe) |
4 (164) |
Jesucristo |
EL QUE SE APROXIME a
Jesucristo con ideas preconcebidas y cerra- |
das sobre Dios, poco o
nada comprenderá de su mensaje. Esta pre- |
concebida cerrazón o
seguridad conceptual, con Dios como pretexto, |
pero en realidad producto
del egoísmo o del orgullo, no hay que atri- |
buirla solamente a los
fariseos de entonces ya sus sucesores, que de modo |
inexacto pero
provisionalmente válido llamamos "beatos", sino también a |
los hipercríticos y
escépticos de entonces y de ahora, porque todos ellos |
partían y parten de
preconceptos que son incapaces de revisar. |
No es a fuerza de aplicar
la idea de Dios ―o una idea de Dios― a Jesu- |
cristo que se nos
manifestará su divinidad. Verdadero Dios y verdadero |
hombre, no es desde Dios
que constatamos que es realmente hombre (éste |
quedaría difuminado), sino
que es desde el hombre Jesucristo que se nos |
revela Dios: Quien ve a
mí, ve al Padres. |
Antes de que la divinidad
sea gloria de la naturaleza humana de Cristo, |
la humanidad de Cristo es
instrumento de la divinidad. |
No somos partidarios del
hombre Jesús, que sirvió de envoltorio histó- |
rico a la divinidad: no
somos "jesusistas". Nos llamamos y somos "cristia- |
nos", es decir,
creemos en un hombre ungido, penetrado, en la raíz misma |
de su ser, allí donde se
hace única la persona (en el mismo gozne donde se |
apoya), por la divinidad:
divinidad que se nos manifiesta" a través de su |
integra y entera
humanidad. |
Jesucristo es el hombre
salvador ungido por la divinidad, formando con |
ello un solo ser,
soportado en una sola personalidad. |
Cristo es hombre,
coincidente en todo con nosotros, menos en el mal de |
que venía a liberarnos. |
No podemos disminuir al
hombre para que resplandezca Dios, ni rele- |
gar la divinidad
enfatizando al hombre. Jesucristo es la presencia de Dios |
en el hombre: es el Reino
de Dios, ya aquí, realizado en su convergencia |
divino-humana, como debe
realizarse en nosotros, en la fe y la gracia. |
5 (165) |
Verdaderamente hombre, con
hambre y sed como la nuestra con frío, |
calor y cansancios como
los nuestros: con gozos y tristezas humanas; con |
Amor, misericordia y
compasión que empeñan enteramente su corazón de |
hombre: su valentía y
generosidad. Su alma serena y su entrega sublime |
tuvieron expresión humana,
como pueden tenerla nuestros actos y nuestros |
sentimientos, nuestra
inteligencia y nuestros ideales. Cabalmente por esto |
somos, los hombres,
capaces de entenderle y, entendiendo a Cristo, se "nos |
manifiesta" Dios. |
Los Evangelios nos
muestran cómo entendieron n Cristo los primeros |
cristianos, son la
respuesta de la fe de los primeros que le conocieron y |
comenzaron a comprenderle.
Esta comprensión ―esta fe― le hizo libres. |
Entendieron que Cristo
era, efectivamente, el Salvador, el libertador. |
No podrá entender a Cristo
―o comenzar a entenderle― el que suponga |
que in fe en el producto
organizado de conceptos estáticos sobre la divini- |
dad. La fe es la apertura
del alma a la manifestación de los signos divinos. |
El vehículo del
"signo" siempre es humano, y Jesucristo es el gran signo de |
Dios, el grande y único
Sacramento, en el que se realiza el encuentro del |
hombre con Dios. Nadie
puede ir al Padre si no es por medio de 61, de Cristo. |
Y para conocer al Padre,
hemos de aprenderlo de Cristo, nos lo ha de reve- |
lar él. Descubriremos el
rostro de Dios en los rasgos del hombre de Nazaret |
y. Al ir profundizando en
el conocimiento de Cristo, llegaremos a descubrir |
la huella y los rasgos de
Dios en los demás hombres. Es la síntesis del Reino |
de Dios. |
En el rostro de Cristo no
leerán la presencia de la divinidad el fatuo y |
el saciado, el pedante o
el rico, el que se cree sabio o el egoísta desconfia- |
do, el escéptico, el
computador pragmático, el que infinitiza su propia limi- |
tada racionalidad... tanto
si lo hace "en favor de Dios o "en contra" de |
Dios. Descubrirá la
divinidad en el hombre de Nazaret el que tenga hambre |
y sed de justicia: el que
sea bastante inteligente para reconocer humilde- |
mente su propia pequeñez,
el que sea limpio de corazón... |
Como la Virgen, como José,
como los pastores, como aquellos forasteros |
astrónomos, sabios
humildes... |
No como Herodes, ni como
los escribas y fariseos, ni como Pilatos, ni |
como Caifás... Ni siquiera
los que crean en el verdadero Dios. Hi su modo |
de creer tiene espíritu de
secta. No comprenderán a Cristo los que presumen |
de creer, ni los que
presumen de no creer. No sabrán qué es la libertad, no |
tendrán el gozo de ser
hijos de Dios, no conocerán a Dios como Padre. Do |
serán hermanos de
Jesucristo, el hermano mayor de los hombres, el primo- |
génito universal. |
Leyendo la historia de
todo lo que Cristo ha hecho, me parece |
que el cristianismo aún no
ha sido realizado... En la vida de |
una religión, dos mil años
pueden ser pocos.― MAHATMA GANDHI |
|
6 (166) |
LOS PRIMEROS |
TESTIGOS |
DE JESUCRISTO |
PARA las primeras
generaciones |
cristianas un santo era,
ante to- |
do, un "testigo"
de Cristo, una |
piedra viva de la Iglesia,
un ser huma- |
no en el que se había
realizado el Rei- |
no de Dios. |
Si nosotros nos
detuviéramos a con- |
siderarlos única y
principalmente co- |
mo "modelos de
virtudes" o como "va- |
lederos
intercesores", no podríamos |
comprender lo mejor del
Evangelio, |
más allá de darle una
coloración poéti- |
ca y sacarle una utilidad
moralizadora. |
Los santos eran
―son― miembros |
de la comunión mística con
Cristo. No |
eran adheridos, sino
unidos a Cristo. |
Eran, sin borrar su
personalidad, ex- |
tensión y desarrollo,
testimonio y has- |
ta "palabra" de
Cristo a los hombres, |
como Cristo era la Palabra
del Padre. |
Un ejemplo ―duda el
más com- |
pleto que podemos hallar
en todo el |
calendario― lo
tenemos en un grupo |
de santos que siguen
inmediatamente a |
la celebración del
nacimiento de Nues- |
tro Señor Jesucristo. Es
claro que nos |
referimos a s. Esteban
protomártir, los |
santos Inocentes y u. Juan
evangelista. |
Desde principios de la
Edad Media |
―siglos V y
VI― ya aparece su rela- |
ción con la celebración de
la Navidad |
en todas las liturgias
existentes, como |
figuras ceñidas
armónicamente al sig- |
nificado de la fiesta del
Señor, que les |
antecede como núcleo
mistérico del |
que reverberan. |
No es por azar, decía san
Thomas |
Becket, que la Iglesia
celebra la fiesta |
de san Esteban casi al
mismo tiempo |
que la del nacimiento del
Señor; cuan- |
do gozamos recordando el
nacimiento |
de Cristo nos dolemos, al
mismo tiem- |
po, pensando en su muerte
y cuando |
nos dolemos de la muerte
―de los pe- |
cadores causantes de la
muerte― del |
primer mártir de Cristo,
nos alegra- |
mos de que fuera éste su
primer testi- |
go en la tierra y su
primer santo que |
nace al cielo. «No lo
olvidéis ―con- |
cluía el santo inglés, al
fin también él |
mártir― porque es
posible que, den- |
tro de poco, tengáis otro
mártir que, |
con seguridad, tampoco
será el último. |
Pensad a menudo en ello». |
Newman, a propósito del
martirio |
de san Thomas Becket, veía
en la |
acción de Enrique II de
Inglaterra |
contra Becket, el
inevitable contraste |
entre el mundo y la
Iglesia. La Iglesia |
solamente no es perseguida
cuando |
incumple su misión, decía
Newman. |
Los Herodes del mundo no
la persi- |
guen cuando no habla de
conversión, |
o cuando vende
adulaciones. |
El llanto de las madres de
Belén por |
el derramamiento de la
sangre de sus |
hijos, apenas nacidos, es
símbolo de los |
estragos que hasta en los
más inocentes, |
comete el miedo del
déspota, que no |
quiere otro reino que el
suyo propio. |
Juan, el más joven de los
apóstoles |
del Señor, pero también el
que sobre- |
vive a todos, es la
palabra encendida |
del Evangelio que ninguna
persecu- |
ción puede apagar; es la
juventud in- |
marcesible de la fe; es la
Navidad que |
no acaba, que culmina en
ese mar de |
luz que él mismo nos
descubrirá en el |
Apocalipsis, donde Dios
iluminará los |
rostros de todos los que
le han confe- |
sado, de todos los que han
sido, con |
su valentía y su
inocencia, "testigos" |
de Cristo en el mundo. |
7 (167) |
Pensamientos de Gandhi |
sobre Jesucristo |
Jesús pertenece al mundo
entero, a todas las razas, a todos los |
pueblos, cualquiera que
sea el modo como Dios se manifieste |
en ellos a través de la fe
heredada de sus antepasados. No se |
debiera celebrar el
nacimiento de Cristo en un solo día del |
año, sino cada día, porque
él revive, continuamente, en cada |
uno de nosotros. |
Estoy convencido de que,
si Cristo volviera al mundo, ben- |
deciría las vidas de
muchos que jamás oyeron mentar su |
nombre, pero que, con su
vida han reproducido las virtudes |
que Cristo practicó:
virtudes de amar al prójimo más que a |
uno mismo, de hacer el
bien a todos y de no hacer mal alguno |
a nadie. |
No siento la necesidad de
compartir la fe de los cristianos |
para que me dé cuenta del
influjo de Cristo en mi vida. Yo |
también rechazo las armas
impuras como él rechazaba el |
peso de todo pecado... Yo
me siento unido al Creador, no al |
destructor de la vida. |
Muchas veces me ha
sucedido no saber por dónde tomar par- |
tido. En tales casos he
acudido al Nuevo Testamento y he |
encontrado, en su mensaje,
iluminación y fuerza. |
8 (168) |
Dondequiera que reina el
amor en plenitud, sin idea alguna |
de venganza, Cristo está
allí, viviente. Cuando será establecida |
la verdadera paz, ya no
será necesario hacer ninguna mani- |
festación: se hará patente
y esplendorosa en nuestra vida |
individual y colectiva.
Entonces podremos decir que Cristo |
no nace en un día del año.
Será un suceso que se realizará |
en cada una de nuestras
vidas... Es posible permanecer en |
paz en medio de todos los
conflictos y contradicciones, pero |
solamente cuando se hace
sacrificio de la propia vida, y cuan- |
do se acepta la propia
cruz para resolver tales contradicciones. |
He aquí por qué no podemos
pensar en el nacimiento de |
Cristo sin pensar, al
mismo tiempo, en su muerte, en su muer- |
te de cruz, que es un
suceso eterno reproduciéndose, sin cesar, |
en esta nuestra
tempestuosa vida. |
Me sentí lleno de alegría
cuando leí el Evangelio: encontraba |
en él una confirmación de
mis pensamientos, precisamente |
allí donde menos se me
había ocurrido que podía ocurrir. |
Los hombres no han sido
bastante humildes, ni bastante des- |
prendidos de sus bienes,
ni purificados de su afán de poder |
para alcanzar a comprender
el mensaje de Cristo. |
9 (169) |
Una |
mujer... |
LAS MADRES, las esposas,
las her- |
manas, las vírgenes...
Todas las |
mujeres buenas se pueden
ver |
en este espejo colosal que
san Juan se- |
ñala en el marco sin
límites del cielo. |
Juan, en Patmos, llegado a
la an- |
cianidad, no pudo contener
más, se- |
pultada en el corazón, la
imagen que |
había recogido en aquel
día de su ju- |
ventud cuando, crujiendo
la tarde, el |
Maestro, desangrándose en
la Cruz, |
moría completamente
desnudo, pero |
le ofrecía a él, discípulo
amado, toda |
y su única riqueza
terrena: una mujer, |
aquella mujer que le había
compren- |
dido, correspondido y
ayudado: «He |
aquí a tu madre». Y a
ella: «He aquí |
a tu hijo». Y Juan,
abrazándola como |
un tesoro inmarcesible, la
llevó a su |
casa y vivieron juntos
todo el naci- |
miento de la Iglesia. La
Iglesia era to- |
do el precio del dolor y
toda la gloria |
del amor de Cristo. |
Una mujer era entonces,
poco me- |
nos que ahora, un ser
humano secun- |
dario. No obstante, para
confusión de |
los fuertes, en Cristo
había resultado |
el elemento humano
colaborador más |
fiel, más generoso y más
inteligente. |
Acostumbrados, ya
entonces, los va- |
rones, a presidir, a
decidir y a depre- |
dar, despreciaban a las
mujeres: se |
utilizaba su asistencia,
se silenciaban |
sus méritos, se explotaban
sus cansan- |
cios sin recompensa como
sierva y |
criada gratuita, humillada
como un |
objeto dócil al capricho
del hombre. |
Aunque el judaísmo
superaba en sen- |
tido humano y espiritual
las corrien- |
tes paganas, no se veía
inmune de ese, |
por lo menos tácito,
relegamiento in- |
discutido. |
Pero Cristo habló con las
mujeres. |
Era imposible que no
fueran o no se |
hicieran buenas al tratar
con él. Juan, |
más cerca que nadie,
recogió este da- |
to, hizo, con él, una
imagen en su co- |
razón, y la guardó. Le fue
creciendo |
en el cielo del alma, como
el contem- |
plativo que ve fuera lo
que lleva, lu- |
10 (170) |
minoso, dentro. El cielo
de su alma no |
perdió jamás el azul de su
primera |
juventud y, un día, como
tesoro guar- |
dado en cofre que rompe la
cerradura, |
se abrió, en el
Apocalipsis, con este |
grito glorioso para dar,
en pocas pala- |
bras, en la fuerza viva de
una visión |
celestial, lo que
hermosamente veía y |
entendía que es la
Iglesia. Es como |
una mujer: es una madre y
esposa y |
hermana y virgen. Y se
extasió con- |
templándola. Era la
exaltación de lo |
femenino traducido en
elocuencia |
cristiana, de lo que él
había aprendi- |
do desde la Cruz y hasta
la última Eu- |
caristía y el último
anuncio del Evan- |
gelio y la última
confidencia que la |
Madre de Jesús le había
hecho del Hijo. |
Por eso, cuando Juan ha de
hablar, |
sin poder callarse, del
ideal, de la |
obra y del amor de Cristo,
estiliza y |
multiplica por cifras de
estrellas y |
envuelve con mantos de sol
la figura |
de aquella mujer que amó y
guardó |
por encargo de Cristo. Una
mujer que |
fue la primera cristiana,
la piedrecita |
primera y más limpia de la
Iglesia. |
Tan limpia hasta romperse
en clari- |
dades refulgentes de los
colores de to- |
das las piedras preciosas,
convertidas |
en muros translúcidos y en
almenas |
centelleantes, en puertas
de oro y en |
bóvedas de luz del Templo
de Dios, |
de la Iglesia gloriosa. |
Un día, meditándolo,
Teilhard de |
Chardin escribiría: «Nada
grande se |
construye en este mundo
sin la mu- |
jer... ¡ni siquiera la
Encarnación!». |
Apareció en el cielo una
magnífica señal: una mujer en- |
vuelta en el sol, con la
luna bajo sus pies y en la cabeza |
una corona de doce
estrellas... Vi entonces un cielo nue- |
vo y una tierra nueva... Y
vi bajar del cielo, de junto a |
Dios, a la ciudad santa,
la nueva Jerusalén, ataviada co- |
mo una novia que se adorna
para su esposo... Y se acer- |
có uno de los siete
ángeles y me habló así: «Ven acá, voy |
a mostrarte a la novia, a
la esposa del Cordero»... Tem- |
plo no vi ninguno, su
templo es el Señor Dios, soberano |
de todo, y el Cordero...
La gloria de Dios la ilumina... y |
se pasearán las naciones
bañadas en su luz. |
(Apocalipsis, 12, 1; 21,
1, 2, 9, 23, 24) |
11 (171) |
El Apocalipsis |
de san Juan |
CUANDO, desde nuestro
medio |
cultural, nos acercamos a
la Bi- |
blia, influidos como
estamos por |
el pensamiento griego y la
practicidad |
romana, se nos hace
difícil evitar re- |
ducciones en alguno de
estos sentidos |
incluso en los escritos
del Nuevo Tes- |
tamento. Todavía podemos
afinar más |
diciendo que, de las
influencias reci- |
bidas, son creadoras de
una verdadera |
historiografía, dos
civilizaciones, dos |
pueblos: el griego y el
israelita. Pero |
conviene que no olvidemos
que, mien- |
tras en Grecia forman el
centro de su |
historia e historiografía,
la política y las |
luchas de los estados y de
los poderes, |
en Israel su historia
comienza con la |
creación del mundo por
Dios y el cen- |
tro de la misma es la
acción de este |
Dios sobre los hombres y
el mundo, ha- |
cia un fin que la
escatología anuncia y |
que el desarrollo del
profetismo, o sea |
la apocalíptica, describe
cómo llegará. |
Profecía y apocalipsis se
relacionan. |
El género apocalíptico no
aparece, por |
supuesto, con el último
libro del Nue- |
vo Testamento, atribuido a
san Juan. |
Este libro está, en
realidad, impregna- |
do de imágenes, de ideas y
de palabras |
del Antiguo Testamento, y
se nutre |
del inmenso acervo de la
tradición |
judía, y nada o muy poco
de él com- |
prenderá quien lo quiera
interpretar |
a base de conceptos ajenos
a esta cul- |
tura, rica, específica y
relativamente |
cerrada, toda vez que los
influjos que |
le llegaran de fuera,
resultaban en |
cualquier caso integrados
desde un ta- |
miz espiritual y estricto,
conscientes |
como eran los judíos de su
identidad |
y de su
"elección". |
De donde, cuando se hace
referencia |
a las dificultades
interpretativas que |
tiene el libro del
Apocalipsis, es que |
se llega a él con el
desconocimiento |
previo de la tradición en
que se apoya, |
en especial los libros de
Daniel, de |
Isaías, de Zacarías y de
Ezequiel, por |
citar los más
significativos. Y conocer |
a estos profetas no es
solamente leer- |
los, sino situarlos en el
contexto histó- |
rico interno y paralelo. |
San Juan escribió el
Apocalipsis al |
final del siglo primero,
cuando los ma- |
les de la Iglesia no
podían venirle de |
la falta de cohesión
interna, sino de |
corrientes gnósticas y de
un cierto ra- |
cionalismo a fin de
cuentas otra vez |
judaizante. Y más que
esto, la presen- |
cia de un poder político,
el del imperio |
romano, que amenazaba con
aniquilar |
a la Iglesia apenas
nacida: estamos en |
el momento de la
persecución de Do- |
miciano: que no es el
Herodes judío, |
sino el Herodes universal,
dispuesto a |
tragarse a ese hijo
―el Cristo místico― |
que la Iglesia engendra,
como se nos |
describe en la imagen del
dragón ―el |
césar― amenazando a
la mujer ―la |
Iglesia―. |
San Juan quiere confortar,
dar espe- |
ranzas, insistiendo en la
fidelidad has- |
ta el triunfo total, que
Dios, Señor del |
mundo y de la historia de
los hombres, |
prepara para ser el mismo
su fidelidad. |
Los símbolos, nunca
arbitrarios ―ni |
siquiera los contenidos en
cifras mate- |
máticas― disimulan
frente al profano |
el significación que
tenían para aquel |
presente, y alargan a
todos los tiempos |
el valor de su aplicación
a toda la histo- |
ria de la obra de Cristo y
de la misión y |
presencia en el mundo de
la Iglesia. |
12 (172) |
documento: |
EL CAMINO |
DE LA FE |
En la encrucijada de un
mundo nuevo, que surge entre angustias y espe- |
ranzas, los obispos
holandeses publicaron, este año, una carta pastoral, invi- |
tando a abrir los ojos,
para interrogar el momento presente, en el que, entre |
clamores de justicia y
libertad, se anteponen radicalismos de violencia, que |
algunos creen justificada,
pero que en realidad es opuesta al ansia y al des- |
tino de amor y felicidad,
que el ser humano busca y necesita; violencia que, |
descarada o enmascarada de
hipocresías, es siempre anti-cristiana, venga de |
donde venga. |
¿La fe en Jesucristo,
sirve para algo, en este momento de cambio? Sí, la |
fe nos permite llegar a
ser verdaderamente hombres, aun entre las fluctua- |
ciones entre la esperanza
y el temor, entre los endurecimientos que retrasan |
y las ansias que empujan
la irreversible renovación, entre las alegrías y las |
amarguras. |
Seleccionamos algunos
párrafos del cap. II de esta carta pastoral, cuando |
se refiere a Jesucristo. |
Las enseñanzas y el
destino de Jesús fueron vividos, |
por sus discípulos, como
una liberación. Por esto se atre- |
vieron a darles el nombre
de "Evangelio", es decir, de |
Buena Nueva. Pero el vigor
de este Evangelio parece |
como si se hubiera
debilitado con el curso de los siglos. |
Existen pensadores
contemporáneos que se preguntan, |
con cierto desdén, qué
clase de liberación pretende pre- |
conizar. Exhiben el
argumento de que la mayoría de cris- |
tianos no tienen el
aspecto de ser "liberados" de casi nada. |
Además, estos cristianos,
¿acaso no participan, en gran |
parte, a la instalación de
una cultura que no tiene nada |
de liberadora? |
13 (173) |
Las grandes pregun- |
tas sobre Jesucristo |
Es preciso preguntarse que
había en el corazón mis- |
mo de la vida de Jesús, y
cómo se explica la intensidad |
de las esperanzas de sus
primeros discípulos. ¿Cuál era: |
la fuente de la alegría
provocada por la promesa de una |
liberación general,
prefigurada en el mismo destino de |
Jesús? Y, todavía más:
existe una visión del mundo ca- |
paz de aportar algún apoyo
al destino del hombre?¿0 |
es que permanece impotente
en medio del dinamismo de |
nuestra época? |
El camino de la fe |
Nosotros creemos que
Jesucristo es a un mismo tiem- |
po, verdadero Dios y
verdadero hombre. Por esto sabemos |
que su persona contiene,
para nosotros, profundidades |
insondables y un misterio
impenetrable. La grandeza |
misteriosa de Jesus se
impuso también a sus contempo- |
ráneos en circunstancias
determinadas. Los Evangelios |
refieren, repetidas veces,
como la gente se maravillaba |
ante su persona, sus
palabras, sus actos... «¿Quién es |
éste a quien hasta los
vientos y el mar obedecen?» (Mt. 8, |
27). Ni siquiera los
mismos apóstoles comprendieron a |
fondo a Jesús durante su
vida terrena. Su espíritu es- |
taba entenebrecido. Sólo
muy lentamente, a través de |
pruebas, de incertidumbres
y de dudas, llegaron, final- |
mente, a la plena fe en
Jesús. En este proceso de los |
apóstoles hacia la fe,
podemos reencontrarnos también |
nosotros, cuando vemos en
la historia que nos relata el |
Evangelio, que sólo
lentamente arraigo en el corazón de |
los apóstoles. |
Jesús, diferente de |
los fariseos |
Del campo insignificante
de Galilea un joven irrumpe, |
de manera inesperada, en
la actualidad. Pero, ¿puede |
salir algo bueno de un
pueblo como Nazaret? Se trata de |
un predicador que recorre
el país enseñando. Pero no |
lo hace, como los
fariseos, envolviendo conceptos entre |
sutilidades y
charlatanerías; él enseña con autoridad. |
¿Qué significa esto?
Porque la autoridad difícilmente con- |
siente ser definida, sino
que se impone por los resultados: |
puede, en el fondo de
cuanto dice, reconocerse la semilla |
de la Ley de Moisés, pero
como una tarea que debe ser |
llevada a término y como
una salvación que hay que |
realizar. |
14 (174) |
Jesús, presencia de |
de Dios |
Esa autoridad insondable
se exterioriza y prolonga |
en un poder sorprendente
para transformar en práctica |
viva la palabra enseñada.
Jesús cura enfermos y expulsa |
espíritus impuros; su
acción libera vidas hundidas. Anun- |
cia de modo convincente
que el hombre puede encontrar |
la salvación, que Dios ha
venido en busca del hombre. |
Pero Jesús no solamente
predica, sino que hace presente |
a este Dios esparciendo,
con la vida de cada día, la gracia |
y el perdón. Sus hechos y
sus gestos constituyen la pre- |
sencia de Dios. |
El choque y las con- |
tradicciones |
Su manera de obrar es tan
inspiradora y purificadora |
que coge de improviso y
sorprende a muchas personas |
Este choque produce
resultados diferentes. Algunos se |
sienten atacados: ven que
se derrumba la credibilidad |
de su propio personaje
―construido a la medida de su |
egoísmo o de su
vanidad― y se cierran a la conversión |
pedida por Jesús. A partir
de este momento andan en |
busca de una acusación
contra Jesús, para hacerle des- |
aparecer y morir. |
Pero otros se llenan de
entusiasmo, porque descubren |
que sus vidas se abren a
rieras posibilidades, y de este |
descubrimiento sacan
fuerzas para comenzar de nuevo, |
para convertirse. Se hacen
discípulos de este rabí, de su |
maestro, el Maestro: ¿a
quién iríamos, sino a él que posee |
palabras de vida eterna?
(conf. Jo 6, 68). Sedientos de |
espíritu, beben su mensaje
de confianza en Dios, de co- |
munión fraternal y de
servicio modesto. |
Perciben que están
liberados respecto a las fuerzas |
que les impedirían vivir
en espíritu y de verdad. |
Cuando se interrogan sobre
las intenciones más pro- |
fundas de la vida de
Jesus, descubren la voluntad de |
llevar a los hombres al
Reino de Dios. Este Reino se cons- |
truye a partir del amor
desinteresado a Dios y a los |
hombres. En Jesus mismo
este reino se ha hecho realidad |
viva. En sus relaciones
con el Padre, Jesús lo revela |
como un Padre que ama y
que toma sobre si el cuidado |
de los hombres. Este
cuidado y esta bondad hacia ellos, |
sobre todo hacia los más
pobres, muestran que estos hom- |
bres que nos parecen
extranjeros son, en realidad, nuestros |
hermanos. |
15 (175) |
Lo esencial: Dios |
Padre de los hom- |
bres |
La conducta de Jesús atrae
nuestra atención sobre un |
punto que, precisamente en
nuestra situación, reviste gran |
importancia, porque puede
constituir una fuente de valen- |
tía frente a la vida.
Desde ahora, en la vida cotidiana, |
Dios es nuestro Padre;
desde ahora, mientras el crecimien- |
to doloroso se cumple en
nuestra historia, todavía, con sus |
caprichos y sus
ambigüedades; desde ahora, podemos. |
DECLARACIÓN ACERCA DE
LAUS. |
En lo que el Artículo 24
de la vigente Ley de Prensa e Im- |
prenta afecta a esta
publicación, se hace constar: |
Que LAUS, Publicación del
Oratorio, es propie- |
dad de la Congregación del
Oratorio de san Felipe |
Neri, persona jurídica
debidamente inscrita en el |
Registro de Empresas
Periodísticas, del Ministerio |
de Información y Turismo. |
Que, lo mismo que las
demás obras apostólicas |
del Oratorio, se mantiene,
económicamente, de |
las aportaciones
espontáneas de los fieles y del |
producto del trabajo de
los miembros de la Con- |
gregación. |
Que Ramón Mas Cassanelles,
como director de la |
revista es el responsable
de su contenido. |
Al cumplir con estas
declaraciones lo que prescribe la Ley |
y, en especial, en orden a
enterar a los lectores de los re- |
cursos y situación
económica de la publicación, tomamos |
ocasión para expresar
nuestro agradecimiento a todos cuan- |
tos nos alientan y ayudan
en el sostenimiento de nuestra |
modesta tarea. |
16 (176) |
pues, aceptar nuestra
existencia plenamente confiados, |
toda vez que Dios es
nuestro Padre. |
La vida de Jesús nos
muestra cómo podemos nosotros |
sacar fuerzas
insospechadas de este abandono a Dios, |
nuestro Padre. La
certidumbre de que Dios nos ama pue- |
de convertirse en nuestra
existencia, en una prueba de ver- |
dad indiscutible, en el
sello que marca al creyente. Jesús |
nos da el ejemplo de una
vida enteramente vivida en la |
intimidad del Padre, hasta
el final. |
El fracaso humano |
de Jesús |
Cuando decimos hasta el
final, queremos también in- |
dicar hasta el fondo de la
amargura. Porque la historia |
de Jesús, cuyo inicio fue
lleno de promesas, se acaba en |
el dolor, la humillación,
el abandono y la muerte. Los |
enemigos de Jesús
encontraron, por fin, una acusación |
que, a pesar de los fallos
que contenía, pudo ser transfor- |
mada en condenación. El
suceso (en la "justicia" de los |
hombres se repite muchas
veces) no logró atraer demasia- |
do la atención. Excepto
para algunos fieles adictos, la |
gente está demasiado
ocupada en preparar las fiestas que |
se echan encima. Y es en
esta soledad casi total que mue- |
re el profeta de la vida
nueva e indestructible. Su Dios, |
¿dónde está ahora? ¿Dónde
están sus hermanos? |
La última palabra |
no dicha |
Las Escrituras enseñan que
"la última palabra" no |
ha sido todavía
pronunciada. El Dios fiel que mantiene |
sus promesas hará sus
pruebas, durante el viaje a través |
del desierto árido y
después de haberlo cruzado. El que |
orienta de este modo su fe
no puede conocer jamás el fra- |
caso definitivo; el dolor
se transformará en fecundidad de |
bien, dará sus frutos. He
aquí lo que dice el salmista a |
propósito del creyente, la
vida del cual mira y camina |
hacia Dios: «Es como un
árbol plantado junto al curso |
del agua, que da fruto
cuando llega el tiempo; no se |
agostan, no caen sus
hojas, y todo lo que emprende pros- |
pera» (Salmo 1). |
La figura típica del |
justo |
Jesús es la figura de este
destino del justo. Ha sido cla- |
vado en la cruz y
entregado a la muerte. Pero Dios lo ha |
llamado nuevamente a la
vida, lo ha librado de las an- |
gustias de la muerte,
porque no era posible, no podía per- |
17 (177) |
mitir que fuese retenido
en poder de ésta (Act. 2, 23-24). |
Dios no deja que se
pierdan los que andan buscando sus |
caminos. Dios no abandona
a la corrupción a los que ca- |
minan con la fe puesta en
él y obedeciendo su voluntad: |
los que son justos, los
que son para los hombres una fuerza |
de salvación. |
En Jesus ha sido revelado
el destino final del justo. En |
el abandono más total, en
la humillación más vergonzosa |
ha comenzado la
realización esplendorosa del plan de |
Dios para la humanidad
entera. El Salvador de tantas |
personas reencontradas,
Dios, que lo había suscitado, no |
lo ha abandonado a la
corrupción. Ha resucitado y se ha |
convertido en nuestro
Salvador o, como dice Pedro a la |
multitud reunida en el
primer Pentecostés, «que toda la |
casa de Israel sepa con
certeza: que Dios lo ha constituido |
Salvador y Cristo» (Act.
2, 36). |
El suceso de la
resurrección ha abierto los ojos a sus |
discípulos y les ha dado
el testimonio que resuena desde |
entonces, cuando lo
pronunció el apóstol Tomás, en toda |
la Iglesia: «Señor mío y
Dios mío» (Jo. 20, 28). Jesús es el |
Hijo de Dios. |
El Cristianismo no |
es una promoción, |
sino un camino |
Nosotros, los cristianos,
no somos gente "que ha llega- |
do", gente "que
ha ascendido", gente que ha conseguido |
que el mundo reconozca su
mérito... Somos, los cristianos, |
como dijo san Agustin,
gente que está en marcha, que ca- |
mina, y, el que camina,
"no ha llegado". Simplemente, |
trabajamos como todos los
hombres en la realización de |
una existencia digna del
hombre. Este trabajo no es un |
pasatiempo, ni consiste en
lograr una felicidad estrecha. |
A la luz de la promesa de
Dios, el esfuerzo que ponemos |
por su Reino distingue
nuestra manera de entender la vi- |
da, ahora y aquí, en la
obediencia creadora a su voluntad. |
Obediencia que no sigue
únicamente caminos de seguri- |
dades previamente
señaladas. Se trata de una obediencia |
en la búsqueda, atentos a
las exigencias cambiantes |
de cada tiempo. Esta
obediencia muestra la fuerza del |
Evangelio que, sin
descanso, nos empuja bien consciente- |
mente a cómo la voluntad
de Dios se ha de cumplir aquí |
ahora. |
18 (178) |
Todas las semanas en |
vida nueva |
―Una completa
información de la Iglesia |
en España y en el mundo |
―Un estudio del
problema de mayor ac- |
tualidad ―Una visión
cristiana del mundo político, |
social, cultural y
artístico |
vida |
nueva |
Revista semanal de |
información general |
y religiosa |
P.P.C. - E. Jardiel
Poncela, 4 |
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NAVIDAD |
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También en la noche de Año
Nuevo, |
Solemnidad de santa María |
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LAUS DEO |
LAUS - PUBLICACION DEL
ORATORIO - APARTADO 182 - ALBACETE |
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