Publicación mensual del Oratorio.
Núm. 146. ENERO. Año 1977.
SUMARIO
PAZ. Una paz por hacer, que vamos a hacer, que ya
estamos haciendo. Una paz que no es descanso ni
reposo en algo cristalizado, estático, inmóvil; sino
que surge del esfuerzo de cada día, de cada ins-
tante, de cada impulso.
Cristo vino a hacer, a comenzar a hacer, a iniciar lo que
todos hemos de completar. Paz en la tierra; pero paz que
la tierra quiera, busque, construya.
No la paz resignada al fatalismo de las injusticias o las
mentiras inevitables; sino paz que conquista la verdad y
que se acerca a la justicia, incesantemente, caminando
con Cristo al lado.
ORACIÓN UNIVERSAL
LA PAZ, ¿QUIÉN LA QUIERE?
EL MOVIMIENTO DE OXFORD
LUTERO, SI TODAVÍA VIVIERA HOY
BALANCE DE LAS RELIGIONES
LAS EXIGENCIAS DE LA PAZ
AMÉRICA, LA FE COMO COMPROMISO
RUSIA, PUEBLO DE DIOS
DEFENDER LA VIDA, CONDICIÓN PARA LA PAZ
1
tiempo de orar:
ORACIÓN
UNIVERSAL
Señor Jesucristo,
Rey del universo,
expectación y esperanza de todos los pueblos,
que pusiste tu sangre como precio
para el bien de todos los hombres,
extiende tu mirada piadosa
sobre todas las razas que cubren la inmensidad de la tierra,
y concédeles que lleguen al conocimiento de tu verdad.
Acuérdate, Señor,
de la amargura de tus sufrimientos de cuerpo y de espíritu,
de la traición que recibiste,
de la pasión padecida,
de la crucifixión en que expiraste,
y ten misericordia de sus almas.
Ya ves: una porción, solamente, de la humanidad,
tiene noticia de tu nombre,
y otra parte de hombres, no la mayor, te adora,
mientras quedan miles y miles de hombres,
desde Oriente al Ocaso, desde el Norte al Sur,
que pasan, cada hora, a la eternidad, sin haberte conocido...
... Vuelve a esta tierra, enseguida,
para que todos los hombres te conozcan,
para que todos crean en ti,
para que todos quieran servirte,
a ti, que eres nuestra salvación,
nuestra vida
y nuestra resurrección...
y que vives para siempre.
John H. card. Newman, C. O.
2
La paz,
¿quién la quiere?
TAMBIÉN se han llamado "paz" las somnolencias y las perezas, los
silencios impuestos por el miedo o aceptados por la complicidad
flemática de los mediocres oportunistas y astutos; también la gélida
mudez del campo de los muertos donde yacen insepultas las víctimas
de la violencia institucionalizada, devorados por los buitres del terror. Paz
la injusta justicia, paz la boca cerrada, paz la pluma rota, paz la mentira no
protestada y el dolor escondido del inocente indefenso, paz la vida encerra-
da y paz la muerte.
De todas las palabras erosionadas, gastadas y adulteradas por la charla-
tanería, la hipocresía y el oportunismo logrero o de salón es, la paz, una de
: las más heridas, de las peor tratadas por la falsedad humana.
Paz, palabra que muere rota en los labios, cuando la pronuncian los que
preparan, emprenden o viven de las guerras, mientras cínicamente afirman
que van a "defender la paz".
Paz escarnecida: tranquilidad del desorden establecido en favor del po-
deroso indiscutible. Paz traicionada por los silencios "prudentes" de los que
deben anunciarla, por la impostura calculada de los que deben custodiarla
y mantenerla, por la sed de justicia sofocada allí mismo donde debía pro-
clamarse, protegerse y defenderse...
Paz vendida a sueldos enormes, progresivos e intangibles, a recompensas
secretas de transferencia indetectable. Paz cenicienta, siempre demorada,
posterior a todo o sólo admisible como abstracción conceptual o idílica y,
sobre todo, lejana, de modo que únicamente pueda aludir a denuncias o
plantear exigencias tan distantes que su ejercicio resulte descomprometido
de toda urgencia o inmediatez con lo que todos vemos y nos afecta. Paz
cuya invocación jamás moleste al aprovechado astuto ni indigne al cómplice
privilegiado disfrazado de honestidad.
En fin, paz inútil, enajenadora, compatible con el cultivado letargo de la ig-
norante torpeza, estomacal y vegetativa, acompañada de vez en cuando, pa-
ra no ser inelegante, del adorno pseudohumilde que esconde la mal disimu-
lada vaciedad humana. Paz decorativa, léxico de circunstancias, programa
3
declamatorio; pero no la verdadera paz anhelada por los profetas y procla-
mada por Cristo: la paz que nace de la libertad, que es fruto de la justicia,
que lleva al amor no manoseado por preceptivas de cumplido y mentira, de
moral y fariseísmo, de estrategia y autodefensa, buscando incluso en Dios
un cómplice al propio egoísmo o a la vanidad estulta, creando oposiciones
maniqueas, que desfiguran la faz y la voluntad de Dios en vano provecho
de seguridades de avestruz, cerrados los ojos y totalmente de espaldas a la
esperanza, a la hermosura y a la consolación del deseado Reino de Dios,
reino de paz y de justicia, reino de amor y de verdad.
¿Quién quiere la paz de Dios, la paz cristiana? ... Es la paz que Dios da, pe-
ro que el fiel ha de recoger, en la fuente misma del agua más pura de la
propia conciencia, de donde mana el centelleo transparente de la sinceri-
dad, de la verdad que crece en la vida afanosa por abrir surcos de justicia
para sembrar en ellos el bien, y para que se multiplique, cerca o lejos, hoy v
siempre, en uno mismo y en los demás. Paz dulce y subversiva, paz que com-
promete y libera, paz que empobrece y colma el alma, paz que gana cuando
pierde y que resucita cuando muere; paz que amanece cada día, como sol
nuevo y que es proclamada por los hijos de Dios, o por las "piedras", si hicie-
ra falta, cuando estos hijos, renegados, callaran. Sufrirían la vergüenza de
oir que les relevan, en la exigencia divina, los mismos que dicen que no co-
nocen a Dios. Y surgirían voces de levante y de poniente, de mediodía y sep-
tentrión, para repetir el anuncio de los profetas y de los santos. Porque, al
fin de los tiempos, será de Dios, no el que diga "Señor, Señor" sino el que ha-
ga su voluntad, proclame su verdad y busque su Reino.
Suscríbase a
vida
nueva
Revista semanal de
información general
y religiosa
P.P.C. - E. Jardiel Poncela, 4
Apartado 19.049 - Madrid (16)
4
El Movimiento de Oxford,
las comunidades religiosas anglicanas
y el ecumenismo
CUANDO, en nuestros días, se
quiere citar un espléndido
ejemplo del espíritu ecuméni-
co, fuera de la misma Iglesia católica
—Juan XXIII, Concilio...—, se pro-
nuncia el nombre de Taizé, ese lugar
que el fervor juvenil, mezcla de curio-
sidad y entusiasmo cristiano, ha sabi-
do descubrir y estimar. Pero se equi-
vocarían los que imaginaran que las
intuiciones, los esfuerzos y las espe-
ranzas para la unión de los cristianos
comienzan apenas ahora.
La radicalización de posiciones que
provocó el estallido de la Reforma, en
especial por la publicación del tratado
De Votis, de Lutero, que contenía no
sólo un estudio crítico sino fuertes
arremetidas contra los votos y la vida
monástica, mantuvo, por mucho tiem-
po a los protestantes a distancia y re-
celosos de lo que hoy ya no temen en
denominar y fomentar, en el seno de
sus respectivas Iglesias, "vida religio-
sa". Por otra parte, los príncipes que
acogieron el surgir de los movimien-
tos protestantes, anticiparon, en su
provecho, la incautación de los bienes
de los monasterios, como más tarde,
el primer liberalismo burgués y cató-
lico (?) lo haría por medio de las leyes
de desamortización, bajo el pretexto
de reformas agrarias jamás emprendi-
das y siempre acabando por enrique-
cer a los ya ricos o en pagar favores a
caciques o colaboradores políticos.
Pero desde mediados del siglo pasa-
do y principios de éste, pacificadas las
tensiones religiosas, los sectarismos
tienden a debilitarse y nos encontra-
mos con brotes de espiritualidad lle-
vada a la máxima exigencia de una
entrega total y evangélica, misionera,
caritativa y contemplativa, en todas
las áreas cristianas, católicas o no ca-
tólicas. Y puede hacerse esta constata-
ción generalizada: que el deseo de en-
cuentro y de unión de los cristianos,
si a veces no constituye –entre las
nacientes comunidades religiosas pro-
testantes, el motivo principal de la
consagración de su vida —incluso, con
frecuencia, por la emisión de votos re-
ligiosos—, por lo menos es uno de los
propósitos contenidos en su ideal. Ello
confirma que, por encima de progra-
maciones o tácticas o discusiones, el
ecumenismo —la posibilidad de una
universal convergencia cristiana, para
«que todos sean uno, como yo y tú, oh
Padre»— depende más bien de la ge-
nerosidad con que se entiende el ser
cristiano y de la vida de oración y
búsqueda sincera de Dios.
En Francia, en Alemania, en Ingla-
terra, en Escandinavia... y extensiones
de tales iniciativas en USA, Japón,
Nueva Zelanda, Australia, etc., sería
5
posible enumerarlas. Pero nuestro
propósito es limitarnos, en esta oca-
sión, a Inglaterra y haciendo concreta
referencia, para su inicio, en el llama-
do Movimiento de Oxford, protagoni-
zado entre otros, y principalmente,
por John Henry Newman, convertido
al catolicismo en 1845 y fundador del
Oratorio en Inglaterra.
No vamos a referirnos a la oleada
de sacerdotes anglicanos que, como
Newman, pasaron al catolicismo como
consecuencia de la revisión y reflexio-
nes que despertaron los Tracts publi-
cados en la polémica universitaria de
Oxford. El Movimiento de Oxford no
sólo constituyó la aproximación de
muchos anglicanos a la Iglesia católi-
ca, sino que marcó al mismo anglica-
nismo de modo que salió, más que
diezmado, beneficiado por el reto que
aquel éxodo suponía, inspirándole
una mayor autenticidad cristiana.
El Movimiento de Oxford pretendía
buscar, en la historia de los primeros
siglos del Cristianismo, el fundamento
de una renovación esencial de la Igle-
sia de Inglaterra, demasiado oficia-
lizada y en contradicción con la
innegable universalidad querida por
Cristo. Una búsqueda en el pasado,
sin prejuicios sectarios, llevaría a unos
a reconocer la conexión de los oríge-
nes cristianos con la Iglesia católica, y
a otros, aún permaneciendo anglica-
nos, mostraría importantes aspectos
positivos —en la liturgia, en la espiri-
tualidad, en la misma teología— de
que se habían privado con las pasadas
radicalizaciones de rechazo de cuanto
pudiera parecer una coincidencia con
la Iglesia de Roma. La vida de total
consagración a Dios fue uno de estos
aspectos recuperados y, enseguida, en
estrecha relación con ella, la vertiente
ecuménica.
Nacido el Movimiento de Oxford de
una amistad profundamente espiritual
entre jóvenes estudiantes, crecida y
purificada con los años —Newman,
Froude, Pusey... y al fondo la venera-
ble figura de Keble—, la primera idea
que se les ocurrió fue la de una comu-
nidad de sacerdotes anglicanos céli-
bes; pero el proyecto fue demorado
hasta que las circunstancias llevaron
a Newman y un grupo de sus compa-
ñeros al retiro de Littlemore, muy
cerca de Oxford, en 1843, dos años
antes de su conversión al catolicismo.
El mismo año de la conversión de
Newman, tiene lugar, la fundación,
también en Oxford, de una herman-
Educad
para
no regaléis
juguetes
de guerra
a los niños
6
dad de hombres que puede conside-
rarse como un intento de vida de con-
sagración religiosa. Lo mismo en
Londres en 1855. Pero seguramente
no se llega a una verdadera y propia
cristalización de vida consagrada a
Dios en comunidad hasta la de la So-
ciedad de San Juan Evangelista, en
1866. Luego seguirán otras.
Por el contrario, en lo referente a
mujeres, y en el marco y efervescen-
cia del citado Movimiento de Oxford
y alentadas en primer lugar por sus lí-
deres –Newman, Keble, Pusey...-
varias jóvenes se disponían a empren-
der la vida religiosa en el seno del
anglicanismo, después de visitar y es-
tudiar algunas comunidades del con-
tinente. La primera fundación se
llamó de la Santa Cruz y tuvo lugar en
1845. A esta iniciativa se unieron
otras, de modo que, a principios del
s. XX eran más de cuarenta las distin-
tas fundaciones femeninas llevadas a
cabo. La vida comunitaria se asemeja
a la de las religiosas católicas, rezan
el breviario católico —resumido y tra-
ducido al inglés— y era nota genera-
lizada el espíritu ecuménico.
No hace falta decir cuántos recelos
suscitaron entre la misma Iglesia in-
glesa, que veía mal toda imitación o
aproximación a ritos y estilos del cato-
licismo. No obstante, también el tiem-
po sirvió para vencer obstáculos y, en
la actualidad, lo mismo que la Iglesia
católica tiene una Congregación o di-
casterio romano para los asuntos de
todas las comunidades de vida de con-
sagración a Dios, la Iglesia de Inglate-
rra, desde 1935, cuenta con el Advisory
Council for Religious Communties, en-
cargado de cuanto concierne a la vida
religiosa y las relaciones de las comu-
nidades con los obispos.
LUTERO,
si todavía
viviera
hoy
NO HA faltado quien ha afirmado
que, si Lutero viviera en nuestros
días, estaría lejos de alinearse en-
tre los que pugnan por las más
progresistas renovaciones de la Iglesia.
Fueron más radicales los luteranos que el
mismo Lutero. El prior de la comunidad
protestante de Taizé, Roger Schutz, que
fue observador en el pasado Concilio Va-
ticano II, cuenta cómo, al oír las interven-
ciones en el aula conciliar, pensó muchas
veces que Lutero, de haber estado pre-
sente, "no hubiera hecho más que ale-
grarse al comprobar cómo allí se expre-
saban sus intenciones más esenciales, las
aspiraciones más profundas que tenían
su origen en lo íntimo de sí mismo", como
si el Vaticano II fuese una respuesta dada
a él después de cuatro siglos de haber
sido invocada.
En realidad, el mismo Lutero no previó
las consecuencias de su propia actitud ni
tuvo conciencia de haber consumado una
ruptura definitiva con la Iglesia. Aunque
anteriores a la crisis protestante, existen
testimonios que sólo son comprensibles
si se admite esta verdad. En 1519 Lutero
arremete contra los cristianos de Bohemia
que quieren romper con Roma porque
creen que la Iglesia romana alberga de-
masiados corrompidos. «Si crees, replica
Lutero, que los sacerdotes y los papas o
quien sea, se han corrompido, y si además
ardes en verdadero amor cristiano, no
7
te alejarás de la Iglesia, sino que, por el
contrario, acudirás más presuroso a ella,
aunque tengas que atravesar la distancia
de un extremo al otro del mundo, para
llorar junto a ella, para exhortar, para
persuadir, para removerlo todo... a fin
de obedecer la enseñanza del Apóstol
cuando dice "llevad las cargas unos de
otros"».
En estas mismas fechas, no era solo en
desear la reforma de la Iglesia. El papa
Adriano VI, en 1522, el año de la dieta de
Núremberg, enviaba a su nuncio con esta
instrucción: «Has de decir que nosotros
reconocemos libremente que Dios ha per-
mitido esta persecución a causa de los
pecados de los hombres y, en particular,
de los sacerdotes y de los prelados. La
Sagrada Escritura nos enseña, a lo largo
de sus páginas, que los pecados del pue-
blo nacen, con frecuencia, de los pecados
del clero. Por eso mismo, cuando Nuestro
Señor quiso purificar de males la ciudad
de Jerusalén, comenzó yendo a rogar en
el templo. Sabemos que, incluso en la
Santa Sede, y desde hace muchos años,
se han cometido abominaciones: abuso
de las cosas santas, transgresión de pre-
ceptos, y dado motivo de escándalo. To-
dos nosotros, prelados y eclesiásticos,
nos hemos desviado del camino de la
justicia».
Lo de Lutero fue un drama de concien-
cia, lo mismo que ocurrió con otros cris-
tianos, seglares o sacerdotes, de su época,
en el frenesí de una renovación y refor-
ma acabada en el vértigo, por lo común
no previsto, de la rebelión y los radica-
lismos maximalistas que corrientes e
intereses políticos también aprovecharon
para dar paso a Iglesias "nacionales", do-
mesticadas, más distantes o separadas de
Roma.
Pero hoy los tiempos han cambiado.
La unión de los cristianos no está a la
vuelta de la esquina, pero los motivos de
la separación se desmontan y los de con-
vergencia y fraternidad se descubren,
en el ánimo, los propósitos y las esperan-
zas de todos.
Balance de
las religiones
Cualquier estadística tiene siempre
un valor harto relativo, en especial
cuando se refiere al fenómeno
religioso, que trasciende el límite
de lo meramente cuantitativo. La
calidad no es computable; las
conciencias escapan al control de las
mediciones humanas; los grados de
la Gracia los conoce sólo Dios.
Es una breve advertencia que hay
que anteponer, siempre, a cualquier
cifra, porque el "misterio cristiano"
—la intensidad de la relación entre
Dios y el fiel— es indescifrable.
Dicho esto, a modo de balance, un
poco como se hace en otros aspectos
de la vida al comenzar el ejercicio
anual o llegar a un hito de las
actividades humanas, podemos
ofrecer estos números:
8
Total de creyentes en el mundo de hoy: 3.873.733.000
De los cuales, son cristianos: 1.205.028.000
Po De los cristianos, son católicos: 705.028.000
son protestantes: 350.000.000
ortodoxos: 150.000.000
De los no cristianos, son musulmanes: 550.000.000
son hinduistas: 510.000.000
son budistas: 280.000.000
son sintoístas: 75.000.000 :
son taoístas: 50.000.000
son hebreos: 16.000.000
son confucianos: 310.000.000
Pertenecen a otras religiones: 877.705.000
En relación con la población mundial, y por continentes, resultan
estas cifras y porcentajes:
África con 391.178.000 hab., son católicos 46.292.000 (11,8 por 100)
América ‘’ 546.907.000 ‘’ ‘’ ‘’ 336.421.000 (61,5 ‘’ 100)
Asia 66 2.253.230.000  ‘’ ‘’ ‘’ 53.740.000 (2,5 ‘’ 100)
Europa 66 661.708.000  ‘’ ‘’ ‘’ 263.441.000 (40 ‘’ 100)
Oceanía" 20.710.000  ‘’ ‘’ ‘’  5.134.000 (24,9 ‘’ 100)
Proporcionalmente los fieles que pertenecen a la Iglesia católica
constituyen el grupo religioso mayor del mundo, aunque sólo representa
el 18,3 por 100 total de la población mundial.
¡Señor, que venga tu Reino, en paz y para bien de todos los hombres!
9
Las exigencias de la paz
Antes del Concilio Vaticano II —y en parte, inspirador de alguna de sus formula-
ciones en orden a las actitudes cristianas en el mundo de hoy—, el filósofo Jacques
Maritain, había resumido, a modo de presupuestos para la paz, la posición del
hombre y del creyente, en el discurso que pronunció en la segunda reunión de la
Conferencia General de la UNESCO, en 1947. De él extraemos el siguiente párrafo.
SABEMOS todos que si la obra de la paz debe prepararse en el
pensamiento de los hombres para que llegue a convertirse en la
conciencia de las naciones, es a condición de que los espíritus
lleguen a persuadirse profundamente de principios tales como
los siguientes:
• que una buena política es ante todo y sobre todo una política justa,
• que cada pueblo debe esforzarse por comprender la psicología, el de-
sarrollo y las tradiciones, las necesidades materiales y morales, la
dignidad propia y la vocación histórica de los demás pueblos, por-
que cada pueblo debe considerar no sólo su propia ventaja, sino
también el bien común de la familia de las naciones;
• que este despertar de la comprensión mutua y del sentido de la co-
munidad civilizada, si supone, dados los lamentables hábitos secu-
lares de la historia humana, una especie de revolución espiritual,
responde a una necesidad de salvación pública en un mundo que
es desde ahora uno para la vida o para la muerte, sin dejar de se-
guir desastrosamente dividido en cuanto a los intereses y a las
pasiones políticas;
• que colocar el interés nacional por encima de todo es el medio segu-
ro de perderlo todo;
• que una comunidad de hombres libres no es concebible si no se re-
conoce que la verdad es la expresión de lo que es, y el derecho, de
lo que es justo —y no de lo que sirve mejor en un momento dado
al interés del grupo humano—;
10
• que no es lícito matar a un inocente porque se haya convertido para
la nación en una carga inútil o costosa o porque sea un estorbo pa-
ra el éxito de las empresas de un grupo cualquiera;
• que la persona humana tiene una dignidad que el bien mismo de la
comunidad supone y que ha de ser respetada, y que, como tal per-
sona humana, como persona cívica, como persona social u obrera,
tiene derechos fundamentales;
• que el bien común está sobre los intereses particulares, que el mundo
del trabajo tiene derecho a las transformaciones sociales requeri-
das por su acceso a su mayoría de edad histórica, y que las masas
tienen derecho a participar en los bienes de la cultura y del espíritu;
• que el fuero de las conciencias es inviolable;
• que los hombres de diferentes creencias y distintas familias espiri-
tuales deben reconocer sus derechos mutuos como conciudadanos
en la comunidad civilizada;
• que el Estado tiene el deber, en servicio mismo del bien común, de res-
petar la libertad religiosa como la libertad de la investigación;
• que la igualdad fundamental de los hombres hace de los prejuicios de
raza, de clase, o de casta, y de las discriminaciones raciales, una
ofensa a la naturaleza humana y a la dignidad de la persona y un
peligro radical para la paz.
11
AMÉRICA,
la libertad
para todos
y la fe como
compromiso
EN ESTADOS UNIDOS de Améri-
ca, un 94 por ciento de sus habi-
tantes confiesan que creen en
Dios y, de ellos, un 71 por ciento per-
tenece a una Iglesia o a una sinagoga.
En la ciudad de Atlanta (1.700.000hab.),
por ejemplo, hay una iglesia por cada
120 habitantes. Si nos guiamos por las
estadísticas, hay que sacar la conclu-
sión de que los Estados Unidos cons-
tituyen un país extraordinariamente
religioso, y el que aventaja a todos los
demás países, en este aspecto, entre los
del mundo industrializado.
Los Estados Unidos de América, no
sólo han evitado el tener ninguna gue-
rra en su propio territorio (lo cual
admite diferentes interpretaciones),
después de haber constituido la Unión,
sino que jamás han intervenido ni
emprendido guerras "de religión"(lo
que sí dice algo en su favor). Desde
un principio la propia Constitución se-
para la Religión del Estado y proclama
la libertad más explícita en materia
de fe y creencias. Sin embargo, no hay
acto ni discurso oficial importante en
que no se invoque a Dios. El ser un
ciudadano creyente siempre se consi-
dera como un valor positivo; blasonar
de ateísmo para llamar la atención o
hacerse más importante, es un recurso
fallido, aunque no se discuta con los
ateos, en realidad más escasos que en
Europa.
Nadie es molestado por la fe que
desee profesar, ni por la religión que
invente... Es posible que, en parte, ello
sea debido a que la población origina-
ria allí llegada hace dos siglos, hubo
de sufrir en Europa a causa de la fe
abrazada y, alcanzar la orilla de Amé-
rica supuso algo parecido a la huida
al desierto de los israelitas que esca-
paron de Egipto. Es posible también,
que la religiosidad americana, cual-
quiera que sea la Iglesia o forma es-
pecífica que revista, tiene algo que ver
con la larga peregrinación del pueblo
judío y, como en la antigüedad de éste,
alberguen implícitamente el mito de
una predilección providencial de Dios,
para que, por medio de América, lle-
gue la salvación al resto del mundo...
Pero esta sensación de pueblo pre-
dilecto o "elegido" la han experimenta-
do también otros pueblos en coinci-
dencia con el momento hegemónico
que han vivido, a partir del supuesto
de que los éxitos terrenos sean bendi-
ciones de Dios y de que el poder de
hecho que éstos confieren ha de em-
plearse en dominar a los demás a fin
de mantener y conservar la preponde-
rancia alcanzada. Lo cual lleva a con-
fundir los conceptos de "Reino de
Dios" y "reino de este mundo". Nin-
gún pueblo que ha alcanzado un cierto
grado relevante de poder se ha visto
libre, desde la hegemonía, de esta
tentación, aunque haya seguido invo-
cando a Dios. ¿Le ocurre también ahora
a América?
12
Con ocasión del bicentenario de la
fundación de los Estados Unidos de
América, no han faltado, en su conme-
moración, voces himnódicas, ingenuas,
o triunfalistas, que podían hacerlo su-
poner: América tiene la misión de
"arreglar el mundo"... Pero, al mismo
tiempo también se han alzado los gru-
pos más responsables de los creyentes
americanos para poner en entredicho
los resultados de tan general profesión
de fe en Dios. En este sentido, el año
pasado, el comité interreligioso com-
puesto por católicos, judíos y el Con-
sejo Nacional de Iglesias protestantes,
ha denunciado la "atmósfera de cinis-
mo y crueldad" con que se ha pretendido
justificar la propia seguridad y el pro-
pio egoísmo nacional, en vez de respon-
der al espíritu revolucionario y gene-
roso que inspiró el origen de la Unión.
En cambio se han querido justificar las
desastrosas intervenciones militares
en el Sureste asiático, y monopolizar
las riquezas del mundo con manifiesto
egoísmo: los americanos representan
sólo el 6 por ciento de la población
mundial, pero —dicen los denuncian-
tes— consumen el 40 por ciento de la
producción total de la Tierra, lo cual,
si hay que ser fieles a la tradición na-
cional y religiosa del país, hay que
hacer que el resto de la familia huma-
na participe más equitativamente de
las riquezas terrenas, bajo pena de ser
causa de escándalo ante el mundo.
Hay que evitar tanto el descorazona-
miento como el cinismo y la indife-
rencia: es posible y debemos ayudar a
los pueblos oprimidos, lo mismo que
deseábamos ser ayudados cuando, en
el principio, los oprimidos éramos no-
sotros, dicen en conjunto.
Y no sólo son las Iglesias. También
funcionan, aunque no sean tan nume-
rosos, los lobbies parlamentarios de
fuerte inspiración religiosa, formados
por grupos de acción ecuménica o
confesional cuya finalidad es presio-
nar las decisiones políticas, desde Wa-
shington, en compromiso con la fe en
Dios.
No cabe duda que el hecho de que
Jimmy Carter se haya presentado co-
mo un creyente sincero, influyó en
que fuese seleccionado para la candi-
datura a la presidencia y, en parte por
lo menos, que haya triunfado sobre
Gerald Ford. Que acierte, en sus deci-
siones políticas, a transformar la ten-
tación de triunfalismo por la de com-
promiso cristiano. Después de Cristo
ya no hay pueblos "elegidos"; sólo
una humanidad en espera de ser fra-
ternal, y sólo un deber para los cre-
yentes: prepararla para que sea fami-
lia de Dios.
RUSIA,
PUEBLO
DE DIOS
Es el testimonio del arzobispo
de Marsella, monseñor Roger E-
chegaray que, como se sabe, es
además presidente de la Confe-
rencia Episcopal de su país. El
artículo ha sido publicado en
francés en Hebdo TC, el 9 de
septiembre de 1976.
INTENTO hablar, aquí, solamente de
la Iglesia Ortodoxa, de la que he sido
huésped mimado en el curso de un
periplo de más de tres mil kilómetros.
Una Iglesia más bien reservada y púdica
en relación con su pasado, pero resuelta-
mente vuelta hacia el futuro.
Ha sido preciso que yo mismo tome su
historia como punto de referencia para
darme cuenta que su supervivencia de-
pende de un milagro permanente. ¿Nos
damos cuenta de que la Revolución de
1917 estalló en el mismo momento en que
la Iglesia, después de diez años de traba-
jar en su preparación, abría un concilio
lleno de promesas en orden a su necesa-
ria renovación?
El Estado, a través de sucesivas tenta-
tivas, ha intentado la liquidación total de
la Iglesia: en el año 1939 apenas existían
cuatro obispos en libertad, sobre más de
160 (casi todos mártires de la fe), algu-
nos cientos de sacerdotes (sobre 51.000),
todos los monasterios clausurados (un
13
total de 1.025) y ningún seminario abier-
to (sobre 57).
Después de una breve tregua o, más
bien, de una floración religiosa durante
la guerra y la postguerra, se olvida que
el período kruscheviano (de 1959 a 1964)
fue uno de los más nefastos ya que supu-
so el cierre de más de 10.000 iglesias
además de muchas otras exacciones man-
tenidas hasta nuestros días. Es penoso
ver, todavía hoy, la antigua catedral de
Nuestra Señora de Kazán, en Leningrado,
transformada en museo antirreligioso de
la especie más arcaica.
Cuando nos detenemos a pensar en la
Iglesia de nuestros días, conviene no per-
der de vista este panorama de "tierra
quemada" sobre la cual, obstinadamente,
aprovechando afanosamente pequeños
espacios de libertad, brotan de nuevo ar-
bustos tenaces de la fe como podrían
serlo plantas muy altas.
La vida de la Iglesia, despojada de sus
actividades incluso educativas (está
LAUS
se reparte gratuitamente
a los amigos del Oratorio
que lo solicitan
LAUS
Apartado 182
ALBACETE
prohibida cualquier enseñanza religiosa
a los menores de edad), se reduce y con-
centra en el culto. Pero hay que tener en
cuenta que no todo cristiano que ejerce
una función social se atreve abiertamen-
te a ser practicante y que, además, para
muchos, querer acercarse a la iglesia más
próxima equivale a una larga peregrina-
ción (por ejemplo, en Kiev, ciudad de dos
millones de habitantes, existen solamente
nueve iglesias ortodoxas, pero ninguna
en los nuevos barrios, como en el gran
conjunto de Darnitsa con sus 600.000
habitantes al otro lado de la ribera del
Dnieper).
Con frecuencia, el obispo o el sacerdo-
te oficiante me invitaba a hablar a estas
multitudes que rogaban y cantaban: nun-
ca sentí tanta avidez por las palabras
más evangélicas y menos literarias, y
comprendí mejor que nunca la plenitud
del «buscad primero el Reino de Dios...»
Lo que constituye la fortaleza de la
Iglesia es la serenidad de este "pueblo de
Dios" que renace incesantemente de las
cenizas y consigue marcar con su fe la
vida cotidiana infectada, más que en otra
parte, por el ateísmo militante. Nadie sos-
pecha la amplitud y la intensidad de la
vida religiosa en la URSS. Es, sin duda
alguna, el mayor volcán de la cristiandad;
un volcán que retumba, hoy, a través de
las voces patéticas de intelectuales o de
jóvenes que van en busca de un nuevo
"Padre Zósimo" de los Hermanos Kara-
mazov. De otro modo, ¿cómo sería posi-
ble que quinientos seminaristas anuales,
de vocación bien madura, no entendieran
estas llamadas públicas o clandestinas
que les empujan al servicio esperanzado
de una Iglesia perseguida, que ya ha dado
tantos santos y pensadores?
Sí, bienaventurada Iglesia donde el
Evangelio se recopia a mano, o se arran-
ca de los turistas, o se compra en el mer-
cado negro: ¿qué no se puede esperar de
esta Iglesia cuando volverá a caer sobre
su inmenso territorio la lava incandes-
cente y fecunda del volcán de su fe en
Dios Trinidad?
14
documento:
CODE
DEFENDER LA VIDA,
CONDICIÓN PARA LA PAZ
En la presentación del tema de la Jornada Mundial de la Paz para el año
1977, la Políglota Vaticana ha difundido un texto, cuya versión en castellano
ofrecemos resumidamente. En el tema propuesto por Pablo VI se establece la
relación entre la defensa de la vida y la necesidad de la paz.
ANTE LOS DESALIENTOS
Y FATALISMOS
PABLO VI nos apremia a todos con un grave inte-
rrogante: «¿Queremos de veras la paz?» ¿No esta-
mos más bien resignados a una sociedad y a una
civilización de las que está ausente la paz?
Ésta es la actitud de algunos, motivada por el des-
aliento ante los fracasos y el retorno a la barbarie; espe-
rando, a lo más, que las tormentas que se amontonan no
pasarán mientras ellos vivan.
Otros, al contrario, están persuadidos de que la gue-
rra es, científicamente, la ley ineludible y estructura de
la Historia. Entonces, se disponen fríamente a vivir en
medio de ella, como un factor integrado de la vida en
sociedad o, por lo menos, del cambio sin precedentes que
experimenta nuestra generación sacrificada.
Otros también —y éstos son quizá cristianos— no
esperan otra solución al desorden y a la inmoralidad que
reinan sobre el planeta, sino los grandes cataclismos anun-
ciados diariamente. Ven en ellos un justo castigo del
pecado colectivo de la Humanidad, su cruz y su única
salvación.
15
LA INHIBICIÓN BURGUE-
SA Y LA FALSA PAZ
Finalmente, otros, a la inversa, se adaptan gustosa-
mente a cualquier política o modelo de sociedad, con tal
que la vida continúe, sin plantearse muchos problemas
y, sobre todo, sin perjudicar sus intereses o su confort.
Evidentemente, aquí no nos ocupamos de este "desor-
den establecido", de esta falsa paz, sino de la verdadera
paz, de aquella que, más allá o más acá de la "no gue-
rra", laboriosamente, a través de los conflictos, extinguidos
o surgidos de nuevo, pone de manifiesto la búsqueda co-
mún de un conjunto de valores sociales, culturales, espiri-
tuales, hacia una mayor justicia, seguridad, solidaridad,
participación, creatividad, fraternidad.
Esta es la paz —si al menos creemos en ella, si la de-
seamos, si trabajamos por ella— que el Santo Padre pone
en relación con la vida dentro del tema de 1977.
LA VIDA, CONTENIDO DE
LA PAZ
La paz y la vida caminan juntas. Una y otra son
el signo de una sociedad lograda, el síntoma de su salud;
la prueba y la medida de su crecimiento; la razón, la ver-
dadera ley de la historia humana y de su salvación.
Una y otra se condicionan mutuamente. La paz
protege y desarrolla la vida; la vida ofrece a la paz su
contenido y sus "motivaciones".
La vida es el primero de los bienes; lo más precioso
que el hombre posee.
La palabra "vida" no se toma, en el tema de la
próxima Jornada, en su más amplia acepción, a saber, la
existencia temporal e inmortal del hombre; sino en el sen-
tido limitado de su vida física, o más bien, psicofísica.
Pues su conciencia, su libertad, su naturaleza espiritual
la sitúan radicalmente por encima de la vida animal de
la que, sin embargo, participa plenamente.
Defender la vida es, pues, respetar, proteger este ser
viviente "sui generis". En una palabra (por referirnos,
analógicamente, a lo que la Encíclica "Populorum Pro-
gressio" dice del desarrollo: «Promover todo el hombre y
todo en el hombre» ["Populorum Progressio", n. 14]) es
defender y promover, en esta persona humana «dotada de
una eminente dignidad» (GS., n. 26, 2), «todo viviente y
todo lo viviente».
16
Programa inmenso, pues incluye a la vez la totali-
dad de los hombres existentes y por nacer, tanto en su su-
ma aritmética como en su globalidad, y la integridad de
cada uno de ellos en su ser psicofísico.
¿Defender la vida? Sí, porque esta vida es, contradic-
toria y simultáneamente, apreciada, exaltada, buscada,
socorrida y, por otra parte, contestada, rechazada, herida
o suprimida. La solidaridad, nacional o internacional, se
manifiesta frecuentemente y por todas partes en el planeta,
con peligro de los salvadores, para curar un herido o eva-
cuar una población amenazada. Pero, los mismos aviones
empleados al servicio de la vida se transforman seguida-
mente, si hace falta, en aparatos de combate.
IMPERATIVOS DE LA PAZ
Sería larga la enumeración de los problemas actua-
les y acuciantes relativos a la vida humana. Pero
pueden agruparse, sumaria y un poco arbitrariamente,
en tres categorías, a las que poco más o menos corres-
ponden tres imperativos: defender la vida, cuidar la
vida, promover la vida.
DEFENDER LA VIDA HU-
MANA
En el primer grupo —defender— deben distinguirse,
primeramente, las agresiones que tienen por objeto (o
que de hecho entrañan) la muerte de millones de seres
humanos, adultos o por nacer.
En este campo surgen tres agresiones fundamentales
en sí mismas y en relación a la paz: la guerra, el aborto,
el hambre.
Sin la vida no hay paz: la paz es, ante todo y con
anterioridad, ausencia de muerte, de matanzas, de exter-
minios, de heridas, de destrucción. Perder la vida es per-
der la paz. Quitar la vida es quitar la paz. La vida tiene
los mismos enemigos que la paz.
LA INTEGRIDAD DE LA
PERSONA
Entre las agresiones que no causan la muerte (nor-
malmente), pero que «constituyen una violación de la in-
tegridad de la persona humana», el Concilio nombra «las
mutilaciones, la tortura física o moral, las coacciones psi-
cológicas; todo lo que es una ofensa a la dignidad y a
la integridad del hombre, como las condiciones de vida
17
infrahumanas, los encarcelamientos arbitrarios, las depor-
taciones, la esclavitud, la prostitución, el comercio de mu-
jeres y de jóvenes; o también las condiciones de trabajo
degradantes...»; «todas estas prácticas y otras semejantes
son verdaderamente infames. A la vez que corrompen la
civilización, deshonran más a sus autores que a sus vícti-
mas y son totalmente contrarias al honor debido al Crea-
dor» (GS., n. 27, 3).
Pablo VI repite y completa, poco después, este
diagnóstico y esta enumeración: «Violencia, represa-
lias, actos de terrorismo, torturas policiales, tráfico de
drogas, secuestro de personas...» (Audiencia general del
25 de marzo de 1970).
LAS TORTURAS
Pero el Papa condena, con fuerza particular, la
tortura: «Constituye para Nos un doloroso deber apelar
a la reflexión de los hombres de buena voluntad sobre
ciertos hechos que se ciernen hoy día sobre la escena del
mundo... Las torturas, por ejemplo. Se habla como de una
epidemia extendida en numerosas partes del mundo...
Estas torturas, es decir, los métodos policiales crueles e
inhumanos para arrancar confesiones de labios de los pri-
sioneros deben ser condenadas absolutamente. No son ad-
misibles..., ni siquiera bajo pretexto de ejercitar la justicia
y de defender el orden público... Hay que denunciarlas y
abolirlas. Son una ofensa no solamente a la integridad
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física, sino también a la dignidad de la persona humana.
Aplastan el sentido y la majestad de la justicia. Inspiran
sentimientos implacables y contagiosos de odio y de ven-
ganza...» (Audiencia general del 21 de octubre de 1970).
EL RÉGIMEN PENAL Y
CARCELARIO
Finalmente, ¿cómo no poner en entredicho otros gra-
ves ataques, en numerosos países, a la integridad de la
vida humana: el régimen penal y carcelario, juicios y
detenciones arbitrarias, procedimientos ilegales, encarcela-
mientos prolongados, malas condiciones alimenticias, sa-
nitarias y sociales de los detenidos y de sus familiares;
interrogatorios inhumanos, castigos corporales, lavados de
cerebros?
Mención particular debe reservarse a los hospitales
psiquiátricos y a todas las prácticas que atentan a la
desintegración psíquica del internado o de su asentimiento
al sistema que lo oprime.
Estos ataques físicos a la libertad se multiplican cruel-
mente en nuestros días: raptos, detención de personas como
rehenes, secuestros de aviones. Y, asimismo, la droga, el
alcohol, los estupefacientes, los medios deshumanizado-
res.
El lazo entre la paz y el respeto a la vida aparece
ahí en toda su claridad. Una sociedad, una nación,
¿puede vivir en paz cuando se mata o cuando se ataca a
sus "miembros pensantes," arrancándoles hasta su pensa-
miento, su voluntad y sus convicciones?
CUIDAR LA VIDA
Mucho habría que decir y que hacer, en el marco del
tema del año 1977, sobre la relación entre la paz y la vida
humana en este campo del "ministerio de la vida" (GS.,
51). La mayoría de los Estados modernos han creado un
Ministerio de la Salud. Luchar contra la enfermedad, au-
mentar la duración de la esperanza de la vida, velar por
la suerte de los minusválidos, pero sobre todo mejorar
constantemente la higiene, el medio ambiente humano, la
alimentación es, con toda seguridad, crear un clima de
serenidad y de paz. "Gaudium et Spes" precisa las prin-
cipales exigencias contemporáneas «de una vida verdade-
ramente humana» (GS., 26, 2).
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El pueblo chino.
El pueblo chino cree sin fanatismo en todo ser trascendente
y acoge todas las religiones con una sonrisa escéptica. Puede
practicarlas todas sin miedo a la contradicción, porque su
sentido de la armonía le hace ver en cada una de ellas un
camino, una verdad y una vida parciales. A su modo de
ver todas ellas barajan sus contenidos en un
mismo sincretismo religioso.
El espíritu chino ha aprendido recientemente de Occidente la
intolerancia religiosa, no precisamente a través
del cristianismo, sino del marxismo.
Desde hace un siglo, las humillaciones nacionales impuestas
por el Occidente dinámico y expansivo, los trastornos políti-
cos resultantes del derrumbamiento de las antiguas estructuras
sociales, las guerras y las derrotas, han dado lugar a que los
chinos dudasen de la eficacia de su prudencia y sabiduría y a
que se planteasen problemas a cerca de su destino. Ansían
ardientemente encontrar una fe, una luz y una verdad que les
guíe. Así han estado sucesivamente fascinados por la mística
nacionalista de una China fuerte, por la mística socialista de
un mecanismo liberador y por la mística comunista de una
sociedad en perspectiva, productiva, reconciliadora y feliz.
François Houang, del Oratorio
en AME CHINOISE ET CHRISTIANISME
LAUS
Director: Ramón Mas Cassanelles - Edita e imprime: Congregación del Oratorio
Placeta de S. Felipe Neri, 1 - Apartado 182 - Albacete - D. L. AB 103/62 - 10.1.77
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