Publicación mensual del Oratorio.
Núm. 147. FEBRERO. Año 1977.
SUMARIO
NO HACE FALTA buscar la sencillez de la vida ni
la de las cosas: está ahí y permanece en el mundo
y en nosotros mismos mientras no nos precipitemos
a falsearlas o a mentir, hablando o callando,
actuando o inhibiéndonos. La sencillez es la limpieza de
la verdad de cada cosa, es el camino corto de todo lo
auténtico. Mientras nos consta que Cristo eligió la senci-
llez, nos empeñamos, todavía, en complicar las verdades
más elementales, sobre la vida, sobre Dios y sobre nosotros
mismos.
DÍAS DE SAL Y DE CENIZAS
UN PAR DE TÓRTOLAS
NO BASTA SABER
LAS COSAS, LAS VERDADES
CAMPO DE AMOR
VOLVER A NAZARET
LAS TENTACIONES DEL NEOCAPITALISMO
PARA DESPUÉS DE LAS GUERRAS
1 (21)
tiempo de orar:
DÍAS DE SAL
Y DE CENIZAS
Señor, la gran rueda de agua salobre
gira veinticuatro veces en la muerte y resurrección
del mundo y siento crecer un árbol de nieve
de la soledad: cada día, cada hora,
el hombre está más solo con su vida, con su muerte,
con los nervios inútiles como herramientas rotas,
afanado en una absurda labranza de átomos
y de sueños.
Señor, esperamos vanamente en el infierno
que está cautivo en el círculo de vidrio de un reloj,
la hebra del cordero celeste: el milagro
de una promesa, cuando ya la edad
es una plegaria desesperada...
Señor, ya todo fenece inexorablemente:
las flores en sus estrechos vasos de gredas cocidas,
el fierro, limado por el aire hostil de la atmósfera,
las generaciones de fieras domésticas y salvajes,
los árboles, destruidos por nidos de fuego frío
y todas las formas dulcísimas de las artes,
¿Entonces, Señor, tendremos que morir,
vestir la piel y el alma con devoradores mantos
de gusanos y polvo, antes
de que el signo de redención sea una linterna
enraizada sobre los números de aire árido
de nuestros días de sal y de cenizas?
Enrique Volpe Massotti
2 (22)
Un par
de tórtolas
LA OFRENDA de los pobres llevaron José y María al templo, cuando
presentaron a Jesús. Los hacendados ofrecían un cordero.
Pero lo más ejemplar de su comportamiento, no es, en primer lugar,
la puntualidad en cumplir lo que la Ley mandaba a los judíos respecto al
ofrecimiento del primogénito de cada familia, ni, por otro lado, la sencillez
de aceptar, sin vergüenza, su limpia pobreza. ¡Eran ricos de Dios! ¿Quién
más se avendría a no invocar la exención ante un deber que en verdad no
les afectaba?
La lección principal está en ese querer ser como todo el mundo, en no
separarse del resto del pueblo y pasar como todos, estando donde están
todos y cumpliendo como todos, a pesar de no existir un deber real para
ellos.
Cristo estará siempre entre el pueblo: será un ciudadano en Nazaret, un
judío observante en la Sinagoga, un predicador que «habla como nadie
jamás ha hablado», aunque sin arrogarse privilegios sobre los demás, sino
el de hacer el bien, el de la generosidad, el de dar el pan de sus palabras
a los que le escuchan y el milagro discreto de su poder a los que cura y
consuela para hacerles fuertes en la fe del Reino de Dios que establece,
sin coerciones ni fronteras, del que nadie excluye, del que sólo se separa
el que lo rechaza.
Ser y estar entre el pueblo. Cuando tanto hablamos de secularidad, de
las virtualidades dormidas que yacen en el mundo y en todas las cosas
mientras esperan el milagro de un anuncio que las resucite para todo
lo bueno que falta todavía por hacer, el Cristo niño, joven, hombre y ve-
cino de Nazaret, sin ropaje ninguno de su misión de ungido y señalado
por Dios, vive sencillamente, alargando su mirada al tiempo, serenamente,
de cuando dirá la primera palabra a los primeros discípulos que le han de
seguir.
3 (23)
Estar en el mundo con sencillez y mirar hacia este bien que nos espera,
como una fuerza dormida que hay que despertar o más bien construir como
Cristo lo haría en el lugar de cada uno.
Edificadores precipitados y fantásticos, nos perdemos en la imaginación
de lo que tal vez no llegue a ocurrir, mientras nos dejamos mecer por el
ensueño. Hay una realidad cercana y humilde, gozosa y serena; hay un
"estar" donde debemos estar y ser lo que debemos ser con sencillez labo-
riosa, como uno más entre todos los hombres, sin aparentes protagonismos
que den pábulo a la vanidad o que entren en discusión con el éxito ajeno,
y es éste el lugar donde el bien surge, sin demasiada organización, que lo
sofocaría.
Desde esa sencillez, desde esa —seguramente— pobreza de lo que somos
y podemos, de lo que sabemos y hacemos, en el mundo circunstanciado y
personal de cada uno, estamos donde Cristo no llegó a estar, pero estaría
si fuera nuestro contemporáneo o nuestro vecino.
Con frecuencia sobran afanes y sobran organizaciones en las que descar-
gamos o a las que remitimos la eficacia estadística de lo que denominamos,
con las palabras recién inventadas por la que sea última reestructuración
puesta en moda, el bien o el apostolado. Y nos olvidamos de la cotidianidad
sencilla, sembrada de gracias, como si desconfiáramos, como si la fe se
desvaneciese y tuviera la técnica que correr en su reemplazamiento.
Un par de tórtolas, como los humildes, si la ofrenda lleva todo lo que po-
demos, será mejor que la ofrenda mayor que no alcanzamos.
Pero no sólo un par de tórtolas. Cristo se ofreció a sí mismo. Así: no sólo
la humildad de un acto, sino toda nuestra capacidad, aquí, en ese bien toda-
vía no etiquetado, en ese bien que no parece "bien" porque no es aplaudido,
oficializado, pero es bien, puro, inmediato, sincero y eficaz como la levadu-
ra, la luz y la sal. De la vida, del pueblo, del lugar donde estoy.
Esta Congregación del Oratorio no recibe
ninguna clase de paga o subvención del
Estado ni de ningún otro organismo.
4 (24)
No basta saber
EL SABER se hereda, el saber se
encuentra, el saber se asimi-
la. Saber, informarse, pensar.
Es imposible un mediano desarro-
llo personal sin esta triple disposi-
ción.
Tanto si se trata de un oficio,
como de una carrera, es indispen-
sable saber, aprender, estudiar, re-
cibir de otros los conocimientos
primeros donde apoyar todo ulte-
rior descubrimiento.
Pero no basta con querer saber
o aprender, como el almacenista
de conocimientos, o el estudiante
deformado, que "compra" sabiduría
para luego venderla más cara, pro-
fanando así el tráfico de la verdad
o del saber que avariciosamente
archiva, desvinculado de cuanto le
entorna en el mundo que le en-
vuelve. Si quiere ser hombre nor-
mal debe añadir una asignatura
que no se da en las universidades:
tendrá que mirar fuera, informarse
y enterarse del mundo, no sólo de
cómo es, sino de cómo camina y
de cómo debe caminar. Con el es-
fuerzo de todos, y con el suyo.
Pero ni estudiar es saberse sólo
los libros, ni estar informados, mi-
rar afuera. Hay que pensar: hay que
aportar la proyección del propio
afán de búsqueda reflexiva, para
recibir, meditar, relacionar, dedu-
cir y entender. Para luego hacer,
lúcida y generosamente.
La ciencia, sin el propio pensa-
miento, es pedantería fosilizada o
vanidad inútil o egoísmo decorado.
Informarse sin reflexionar, es
curiosidad y superficialismo nove-
lero, sensualoide o pueblerino.
Hay que estudiar, aprender y
pensar: los libros o el oficio.
Sobran sabios, sobran curiosos y
faltan hombres.
Queremos decir que faltan hom-
bres que sean sabios, que el saber
no les aleje de lo que el mundo
muestra cada día, que aprendan de
la presencia de cuanto les circunda
y se interesen por ella. Y no como
objeto de cálculo o de egoísmo, sino
como reto a su generosidad, a su
iniciativa, a su compromiso. Saber,
conocer, estar al corriente de todo,
pensar y comprometerse.
Solamente así nos acercaríamos,
como comunidad humana, a la flui-
dez creciente de una vida que es
posible compartir, en todo lo gran-
de, bueno y bello que contiene, si
ni el egoísmo la cierra, ni la vani-
dad la distrae, ni la ignorancia la
5 (25)
detiene, paralizándola en la medio-
cridad que se autosatisface con las
míseras variaciones externas que
nada hacen más allá de asegurar la
continuidad de lo vulgar y decré-
pito, a base de improvisadas ficcio-
nes que impiden cualquier cambio
o progreso, por falta de verdadera
sabiduría: el saber de la vida.
No importa tanto el grado o la
altura de este saber, como la dispo-
sición o actitud abierta a lo que
debería ser la auténtica "sabidu-
ría" de todo hombre, verdadera-
mente fiel: la síntesis del saber que
se recibe, del saber que se descubre,
del saber que se vive y del saber
que, generosamente, se transmite.
EL SUELDO DE
LOS CURAS.
Con este mismo título, la revista VIDA NUEVA, ha ofrecido recientemente (en su número 1064)
una colaboración de Carlos Fernández Barrera, quien, con independencia de las razones históricas
(expoliación de Mendizábal) en que se apoye la justicia de una retribución (o, mejor, restitución)
por parte del Estado en orden a atender el problema del sostenimiento material del clero, especial-
mente rural, piensa que esta clase de remedios solamente eficaces a corto plazo y en general mal
vistos por el pueblo, acabarán por desaparecer, dado que el problema económico se agudizará en
el futuro, y de nada valdrá seguir recordando a Mendizábal.
¿Qué hacer entonces? Y concluye sus razonamientos con estas discutibles, pero, en cualquier caso,
interesantes palabras:
«Aquí va mi voto para un improbable referéndum. Si no hay dinero para
pagar a los curas, ni parece que lo vaya a haber, lo mejor es que no haya
curas. Ya sé que no es una solución original... Y si no hay curas, ¿qué es lo
que habrá? Habrá enfermeros, taxistas, barrenderos, administrativos, meta-
lúrgicos, maestros y hasta bancarios (que no banqueros) que serían también
curas. Si profesión es lo que da de comer, la suya sería una de las múltiples
que existen; si es lo que se profesa, serían cristianos con una dedicación
especial. Con lo cual se acabaría una casta que, pese a todos los esfuerzos
por su purificación, sigue teniendo mala prensa; la elección de los curas se
haría desde las comunidades y previa la demostración de una serie de cua-
lidades; se terminaría con la sospecha de que el oficio clerical se ejerce por
un sueldo seguro y no costoso de obtener; y sobre todo se habría dado con
la vieja solución de Pablo que, teniendo derecho a ser alimentado, siempre
quiso trabajar con sus manos y ganar su propio sustento».
6 (26)
Las cosas,
las verdad
CADA VEZ habrá menos herede-
ros. Las herencias se dilapidan
cuando se reciben fácilmente y
se usan al estímulo del afán de la co-
dicia afortunada. O se pudren en la
pereza del heredero, cuando las guar-
da. Esos son los destinos de las heren-
cias que pueden triturarse en polvo o
aventarse en cenizas de rescoldo a
extinguir.
El Señor no era "el Rico", sino "el
Maestro". Antes que dar nada, antes
que dar cosas, hay que enseñar "qué
es" y "para que lo que entregamos,
con el fin de que no tuerzan el uso los
que lo reciben, para que el abuso no
les hiera y destruyan el trozo de mun-
do que les envuelve, o pervivan sólo
falsificados.
Hay que comenzar haciendo sabios,
para que no les rompa ni les haga da-
ño lo que los mayores den a los más
jóvenes, y para que a éstos las espe-
ranzas no se les conviertan en gloto-
nería, o la ignorancia en desprecio
insolente, y el don les haga ingratos,
y la fuerza no ordenada destructores.
Es el ser, y no el tener; es el saber, y
no el parecer; es el crear, y no el po-
nerse; es el hacer, y no el plagiar; es
el amor y la generosidad, y no la en-
vidia y la ira.
Cuando nos quejamos de los jóve-
nes, es que les hemos dado más de lo
que les hemos enseñado, o que han
recibido más de lo que han aprendido.
Más cosas que verdades.
No hay que dar, sino enseñar a
crear. Y crear no es perderse en la
inquietud novelera que sugiere la es-
caparatería fácil, quincallera y cam-
biante del mundo: en modas, ideas,
estilos, métodos y —como se dice—
estructuras... Lo genuino necesita po-
cos adornos para ser bueno; la verdad
no precisa de adjetivos.
Dar la verdad, decir la verdad, ena-
morar a los buscadores de la verdad;
querer hacer esta verdad en el mundo,
sin consumir envoltorios, sin suplan-
tarla con sucedáneos, sin quedarse
en lo simplemente material, sin man-
tener falsificaciones para disimular el
complejo de precariedad decadente.
No cosas, ni cosificaciones, sino ver-
dades y deseo de vivirlas y de ense-
ñarlas a vivir.
El hombre ha nacido para eso. Cuan-
do es incapaz de ese enamoramiento,
o cuando en sí mismo congela esa su
vocación esencial, tampoco puede
apreciar lo que sirve de soporte —co-
sas materiales o valores temporales—
7 (27)
a lo que es superior, espiritual y tras-
cendente, para sí mismo y para los
demás. Para el sabio no hay nada so-
lamente material; para el necio hasta
el espíritu es captado sólo en reduc-
ción sensualizada; hasta la verdad ha
de ser ideologizada; hasta Dios es in-
trascendente, o simplemente estorba.
Su dios pequeño —su idolatría— son
las cosas; o, tal vez, el mismo Dios
verdadero, pero manipulado, reducido
a una cosa más de este mundo, acaso
importante, pero que apenas supera el
resto de lo creado.
El sentido mismo de la vida evolu-
ciona, imponiendo, poco a poco, la re-
latividad de todo lo que es únicamente
sensible, de todo lo que pasa y se olvi-
da. En cada hombre la vida será lo
que el hombre valga mucho más que
lo que el hombre tenga o parezca. Las
cosas valdrán, relativamente, según lo
que aprovechen en la edificación del
hombre, día a día, generación tras ge-
neración. Y ninguna generación será
malograda si cada una cumple el es-
fuerzo puro, inteligente y generoso de
transmitir más verdades que cosas.
LA DIGNIDAD HUMANA
«Todo cuanto atenta contra la vida, como homici-
dios de cualquier clase, genocidios, aborto, eutana-
sia y el mismo suicidio deliberado; todo cuanto
viola la integridad de la persona humana, como, por
ejemplo, las mutilaciones, las torturas morales o fí-
sicas, los conatos sistemáticos para dominar la-
mente ajena; todo cuanto ofenda la dignidad huma-
na, como son las condiciones infrahumanas de vida,
las detenciones arbitrarias, las deportaciones, la
esclavitud, la prostitución, la trata de blancas y de
jóvenes; o las condiciones laborales degradantes,
que reducen al operario al rango de mero instru-
mento de lucro, sin respeto a la libertad y a la res-
ponsabilidad de la persona humana; todas estas
prácticas y otras parecidas son en sí mismas infa-
mantes, degradan la civilización humana, deshonran
más a sus autores que a sus víctimas y son total-
mente contrarias al honor debido al Creador».
Const. conciliar IGLESIA Y MUNDO, n. 27
8 (28)
Campo de amor
Si me muero,
que sepan que he vivido
luchando por la vida y por la paz.
Apenas he podido con la pluma;
apláudanme el cantar.
Si me muero,
será porque he nacido
para pasar el tiempo a los de atrás.
Confío en que entre todos dejaremos
al hombre en su lugar.
Si me muero,
ya sé que no veré
naranjas de la China ni el trigal;
he levantado el rastro —esto me basta—,
otros acecharán.
Si me muero,
que no "me mueran" antes
de abriros el balcón de par en par:
un niño que es un niño está mirándome
el techo de cristal.
Si me muero,
que sepan que he nacido
para pasar el tiempo a los de atrás.
Confío en que entre todos dejaremos
al hombre en su lugar.
Blas de Otero
9 (29)
VOLVER A NAZARET
COMO EL RICO que evoca su estirpe y, en el origen
de ella, ha de referirse a su primer antepasado po-
bre, pero glorioso porque de sus abnegados esfuer-
zos se generó una descendencia a la que cupo mejor
fortuna, hasta triunfar en el mundo y merecer la fa-
ma, así, algunas veces, recordamos y hablamos de Nazaret y
de la pobreza original, en todos los sentidos, de Cristo y de la
Iglesia primitiva. Aquello ya pasó, y es glorioso porque, como
de una semilla, surgió la frondosidad del árbol que formamos
los cristianos.
Con el pensamiento volvemos a menudo a Nazaret y nos
consolamos pensando que allí está la raíz de todo lo grande
del Cristianismo; y lo grande de ahora es la copa del árbol, y
la copa somos nosotros.
Somos de la estirpe histórica de Cristo y de aquella Igle-
sia incipiente, pura, desprendida, fiel y perseguida, que luego
conoció la paz y, desde esa paz, cambió, dominándolo, todo el
mundo conocido.
Pero estas deducciones no son totalmente correctas, por no
decir incorrectas o precipitadas. Aunque por error o por intere-
sada manipulación, tantos hayan querido usurpar el nombre del
Cristianismo para introducir y mantener dominios que nada
tenían que ver con el Evangelio del que «vino a servir y no a
ser servido», y a enseñar a sus discípulos que, en contra del
espíritu del mundo, toda grandeza para el Reino de los cielos
consiste en ser servidor; la opresión es de los mundanos.
10 (80)
Hemos de volver a Nazaret, no sólo para alegrarnos de re-
conocer allí la raíz de "estar en el mundo" para todo el que, na-
cido del espíritu para ser hijo de Dios, aprenda a estar, también
ahora, en el mundo de nuestro tiempo, y ser y vivir aquí sin
desmentir aquel primer original testimonio del Hijo de Dios.
No faltan los que, hasta para el bien, hasta para el Evan-
gelio, piensan que se difunde como una propaganda, como
un producto ideológico para consumir desde el pensamiento
de los hombres. Y, como los mundanos triunfan en este mun-
do en la medida en que adquieren, concentran y monopolizan
recursos y fortunas, y la gente compra inevitablemente lo que
se le anuncia, se hacen propagandistas y no evangelizadores,
edifican empresas y no Iglesia, dan participación en negocios
y se olvidan del don divino de la gracia, organizan pero no
aman, y se preparan triunfos con la estrategia que place y
sorprende a las personas para las que hasta Dios ha de ser
mundano porque creen que sólo el éxito y el triunfo legitiman
la bondad. En el mundo ciertamente es verdad que se da la
razón, generalmente, al que tiene la fuerza, y el que quiera
hacer valer su razón —a veces harto discutible— ha de recu-
rrir a la fuerza.
Pero en el Evangelio no es así. El Evangelio no renun-
cia a tener razón ni busca que no se le reconozca: donde ha-
ya un hijo de la paz, será recibido el mensajero de la paz; si
no lo merecen, hay que llevar el anuncio del bien y de la
verdad a otra parte.
11 (31)
Es inimaginable un Cristo que acuda a Herodes o recurra
luego a Pilato, o una Iglesia primigenia que se procure reco-
mendaciones, a través de los prefectos romanos o las gentes
nobles bien instaladas, para que puedan llegar los apóstoles
al mismo césar a fin de proponerle la obra redentora de la
humanidad, anunciada por los profetas y esperada desde tan-
tos siglos. Mateo, el judío empleado en la administración de
hacienda romana, ha de dejar su puesto para seguir a Jesús;
los apóstoles pescadores dejarán, al fin, su pequeña empresa
pesquera familiar... Hay una reluctancia por lo institucional,
por lo empresarial, no utilizado ni "a fin de bien".
Cristo vive en Nazaret, como un modesto artesano, con
la exquisita agilidad que da todo lo sencillo recoge un día sus
herramientas y se pone a andar caminos nada exóticos y lle-
ga a los grupos de población judía de entonces y les anuncia
el Evangelio.
Hay que volver a Nazaret, no sólo con la imaginación y
el sentimiento avivado por el recuerdo, sino como reempren-
diendo, continuando el estilo de Cristo. Porque no se trata ya
de que triunfen los cristianos sobre todas las controversias
que el mundo, ignorante o malévolo, les prepare; no se trata ni
de que triunfe la Iglesia —que aquí, comparado con las corrup-
ciones de lo demás que sigue establecido, es algo hermoso, aun-
que provisional—, sino que se trata de que triunfe Cristo.
Pero el triunfo de Cristo no consiste en procurarle ad-
heridos, sino conocedores que lo reciban como una verdad
vigente, no pasada. Vigente en los principios y el aliento que
informa la vida, y en los medios y el estilo. La Iglesia no es
una empresa, el Cristianismo no es un partido, el apóstol no
es un propagandista, el Evangelio no es una ideología, el
triunfo mundano que encandila a los mediocres no es el Rei-
no de Dios.
En la copa del árbol está todavía, solamente, Cristo glo-
rioso. Gloria que no podemos anticipar ni, menos, falsificar
improvisándola; sino volviendo siempre a Nazaret, para al-
canzarla en su estilo, junto a Cristo, prescindiendo del aplauso
del mundo.
12 (32)
documento:
LAS TENTACIONES
DEL NEOCAPITALISMO
UN ESCRITO DIRIGIDO
A LA CONFERENCIA EPISCOPAL ESI
POR UN GRUPO DE SACERDOTES.
CON LAS FIRMAS de 49 sacerdotes, muy cualificados la mayor parte en
los campos del pensamiento teológico y de la actividad pastoral, se en-
tregó a los obispos durante la celebración de la Asamblea el siguiente
texto, que ofrecemos en su integridad:
Profundamente preocupados por la evolución de nues-
tra sociedad hacia un nuevo modo de convivencia, nos
hemos reunido varios sacerdotes, de la más diversa proce-
dencia y dedicación pastoral, con el fin de reflexionar
sobre el futuro de la Iglesia en nuestro país.
Conscientes de nuestra responsabilidad, les transmiti-
mos con entera sencillez el fruto de nuestra reflexión, ma-
terializado en unas conclusiones, con la esperanza de que
les sirva en el desempeño de la ardua tarea que tienen
encomendada. Estas conclusiones descansan en un trabajo
más amplio, que también ofrecemos a quienes deseen co-
nocerlo.
Nuestro futuro
neocapitalismo
Estimamos que, a corto plazo, nuestra sociedad res-
ponderá a las características de una sociedad neocapita-
lista de corte europeo, con las matizaciones que nuestra
tradición cultural y el reciente pasado forzosamente in-
troducirán. Esta sociedad se muestra: económicamente, desigual,
competitiva, fundada en el interés privado; políticamente,
democrático-burguesa con ribetes autoritarios; socialmente,
13 (33)
conflictiva, sobre todo por la lucha de clases y la exaspe-
ración del problema regional o de las nacionalidades; cul-
turalmente, pluralista; religiosamente, tendente a una se-
cularización progresiva.
El neocapitalismo ofrece todas las características de
un "sistema" y, como todos los sistemas, tiende a una in-
tegración de todos los elementos que encierra, mediante la
asignación de una función a cada uno de ellos. También
como todo sistema, el neocapitalismo suscita la aparición
de su "contrario", y está atravesando por toda suerte de
tensiones y de conflictos.
El neocapitalismo dispone de medios poderosísimos y
eficaces en orden a la integración que pretende: económi-
cos, políticos y culturales. Su utilización implica, de algu-
na manera, la entrada en la dinámica del sistema, una
integración más o menos lograda.
En busca de una
legitimación
En la estructura del neocapitalismo la Iglesia tiene un
lugar asignado y está llamada a desempeñar una función
de legitimación del sistema y de creación del tipo de hom-
bre que este necesita. Igualmente entra en los esquemas
de la oposición para el cumplimiento de las mismas fun-
ciones en sentido contrario.
La legitimación propiamente dicha se entiende en el
sentido que tradicionalmente le otorga la ciencia política.
La creación de un tipo de hombre adecuado al sistema se
consigue mediante la indoctrinación directa o indirecta.
El precedente
secularizador
En una sociedad en que el proceso de secularización
viene ya de lejos y se halla en un estadio avanzado, la
legitimación religiosa ha perdido importancia; no así en
una sociedad como la española, en que la Iglesia todavía
goza de una fuerte influencia en determinadas zonas o
sectores de población. De aquí que se puedan distinguir
dos procedimientos para alcanzar la legitimación deseada.
La legitimación directa solicita de la Iglesia un apoyo
doctrinal explícito o la realización de gestos suficiente-
mente transparentes para significar una aprobación. Así,
por ejemplo, mediante la publicación de ciertos documen-
tos en que se otorga una aprobación más o menos explícita,
a las medidas de gobierno o a los proyectos para el futuro;
14 (84)
así también de la presencia calificada de la jerarquía en
solemnes ceremonias de claro sentido político.
Para poner sor-
dina a la "con-
testación" de la
Iglesia
Una sociedad más secularizada, al disponer de sus
propios criterios de legitimación desea únicamente evitar
la "contestación" de su legitimidad y la consiguiente
carencia de "consensus". Este objetivo se consigue median-
te la "privatización" del mensaje religioso; en nuestro
caso, mediante la reducción de la vida cristiana al ámbito
de lo íntimo y su ausencia de la vida pública.
Creemos que en el futuro se solicitarán de la Iglesia
los dos tipos de legitimación. Ello dependerá de algunas
variables, entre las que cuenta: el "talante religioso", de
los gobernantes; la mayor o menor aceptación de la legi-
timación capitalista por la población; lo que, a su vez, es
función del acierto del sistema en todos los órdenes.
Se ofrecen
compensaciones
La sociedad neocapitalista integradora debe ofrecer
una compensación por la función desempeñada por la
Iglesia. Lo hace por la oferta de medios ventajosos para
la consecución de los objetivos que la Iglesia se fija; pero
su utilización, como ya se ha dicho, implica un proceso
de integración en el sistema. Otro tanto habría que decir
de la oposición.
Los bienes económicos constituyen la primera oferta
del neocapitalismo, que en esto sigue la línea del capi-
talismo tradicional y su propia naturaleza. Con ellos es
posible la prosecución eficaz de los objetivos, según un
tipo de racionalidad que pertenece también a la esencia
del capitalismo. Aceptar los medios económicos ofrecidos
por el capitalismo es tanto como aceptar la lógica propia
del sistema.
No es difícil prever una política de ayuda económica
a la Iglesia, el aumento de haberes del clero, las subven-
ciones a los centros de enseñanza, etc., no constituyen más
que los adelantos de la "oferta" neocapitalista.
Poder y privile-
gios
La participación en el poder nunca llega hasta el
punto de poder amenazar la "cumbre" del mismo. Previ-
siblemente adoptará dos formas de acuerdo con las cir-
cunstancias y la actitud de la jerarquía eclesiástica:
15 (35)
a) La que puede conceder un partido político, más o
menos "confesional", con el que se identificaría la "políti-
ca" de la Iglesia a través de su jerarquía;
b) Otra, más difusa, consistente en otorgar a la Iglesia
determinados privilegios, particularmente en el campo de
la enseñanza o de los medios de comunicación social.
Todo ello en el disfrute de una "libertad jurídica"
garantizada en el ordenamiento legal, que responde a
una concepción de la libertad y del hombre basada en los
principios individualistas del liberalismo. Libertad, "auto-
nomía", como ausencia de toda coacción exterior, que des-
conoce el carácter esencialmente comunitario del hombre.
La hora de las
tentaciones:
Ante la gravedad de la "oferta" neocapitalista, nuestra
reflexión se ha centrado en: las tentaciones de que puede
ser víctima la Iglesia al valorar los elementos positivos
que encierra la oferta; en el modelo de Iglesia y de socie-
dad que su aceptación entrañaría y, a nuestro entender,
en la infidelidad que supondría a Jesucristo y a la misión
que le ha confiado.
económicas
La "tentación económica" tiende a producir un modelo
de Iglesia que concede preferencia a lo institucional sobre
el de "comunidad de creyentes"; a privilegiar las "obras"
en relación con la evangelización directa y con la adhe-
sión personal, libremente consentida, de los cristianos al
ofrecimiento de Jesús. No queremos caer en un "utopismo"
ingenuo, desconocedor de las necesidades reales; pero
tampoco queremos olvidar la dimensión esencial, sana-
mente utópica, de la pobreza cristiana.
¿Cómo hablar de "Iglesia de los pobres" en una Iglesia
rica? ¿Cómo evitar un clasismo creciente en el seno de la
Iglesia? ¿Cómo predicar a un mundo consumista las exce-
lencias de la pobreza evangélica? ¿Cómo recordar con
autenticidad la opresión de los países subdesarrollados si
disfrutamos de los bienes que se les arrancan? ¿Cómo
atender a la urgente recomendación de san Juan cuando
nos dice que los cristianos deben vivir como Cristo vivió?
La aplicación inmediata y directa de las "tentaciones"
de Jesús y de su actitud al caso actual pecaría de sim-
plista e implicaría un error exegético. Pero, ¿cómo olvidar
16 (36)
su vida pobre, los medios que empleó para la predicación
de su mensaje?
y políticas
La "tentación del poder" falsificaría la imagen de
la Iglesia, que difícilmente podría presentarse, de hecho,
como sacramento de salvación, de unidad y reconciliación.
Situada entre los privilegiados de este mundo, sus rela-
ciones con él se establecerían a nivel de poder y de diplo-
macia; no a nivel de evangelización testimonial.
: La identificación con un partido político, "protector
de los derechos de la Iglesia", haría caer a la Iglesia en
el "partidismo" y le llevaría a la "ideologización de la
fe" para justificar posiciones y actitudes sumamente
discutibles, cuando no rechazables. Lo mismo sucedería,
aunque de forma más difusa, con la aceptación de privi-
legios hábilmente "justificados", bajo pretexto de defender
los derechos" de una mayoría católica, identificada con
el número de los bautizados.
Consecuencias:
clientes en lugar-
gar de fieles
La consecuencia sería mantener el esquema del nacio-
nal-catolicismo y de la Iglesia de cristiandad, superado
aparentemente. La preocupación por el número y la con-
servación de la clientela nos haría recaer en el cristianismo
sociológico y en la frustración de las esperanzas que en
este momento legítimamente se pueden concebir.
y la privatiza-
ción del mensa-
je cristiano
A través de un proceso ineluctable, la Iglesia se vería
progresivamente integrada en el sistema y desempeñaría
la función de legitimación que éste le pide. Pero es fácil
que, en algún momento, esto se pretenda conseguir a tra-
vés del "neutralismo". de la Iglesia; de su reducción a la
función cultual y sacramental; de la privatización del
mensaje cristiano de salvación.
El "neutralismo" religioso se opone tan terminante-
mente, a nuestro entender, al mensaje de Jesús como el
"partidismo" que desconoce la libertad de los cristianos.
Jesús no fue "neutral", ni tampoco "partidista". Su men-
saje salvador no se reduce al ámbito de lo íntimo, de lo
privado, sino que alcanza al hombre en todas sus dimen-
siones; también en la dimensión comunitaria o social que
le es esencial.
17 (37)
La neutralidad
cómplice
El "neutralismo" supone la aceptación de un modelo de
sociedad y la dejación de la función crítica que la Iglesia
de Jesús debe ejercer respecto de todas las realidades mun-
danas. La preferencia de Jesús por los pobres y oprimidos;
el carácter liberador de su mensaje, que no se reduce a una
liberación socio-política, pero que la asume, se oponen a
una pretendida neutralidad que no sería, en expresión de
Pío XII, más que una neutralidad "cómplice".
y la falsa unidad
El neutralismo parece favorecer la unidad de la Igle-
sia, liberándola de luchas intestinas, de la repercusión de
los conflictos humanos en su interior. Creemos que esta
perspectiva de la unidad falsea su verdadero planteamien-
to cristiano y es causa de una falsa imagen de la Iglesia.
La unidad es un bien hacia el que hay que caminar; pero,
como todo lo cristiano, tiene una dimensión escatológica
que no es lícito desconocer.
La verdadera
Iglesia también
es "creyente"
Jesús vino para predicarnos un mensaje de salvación
que es también un mensaje de unidad y reconciliación.
Pero su "unidad" era productora de división entre marido
y mujer, entre padres e hijos. Jesús fue piedra de contra-
dicción y escándalo y aceptó libremente el procedimiento
más original que jamás se haya imaginado para conseguir
la liberación: la muerte en la cruz como preludio de la
resurrección. La Iglesia, también como institución, debe
ser "creyente"; debe vivir su misión en esa seriedad del
Crucificado.
El momento histórico que vivimos obligará a la Iglesia
a hacer opciones ante el futuro: es un momento cargado
de esperanza y de temor; de grave responsabilidad para
todos nosotros que podemos, de alguna manera, anular el
soplo del Espíritu.
Debe mostrar al
mundo la juven-
tud eterna de su
Señor
Tras siglos enteros en que la Iglesia ha presentado ante
el mundo moderno una imagen falseada, que ha provocado
la repulsa de los pobres y oprimidos que deberían haber
sido sus predilectos, la fuerza del Espíritu que habita en
ella ha conseguido modificar esa imagen ante el pueblo
que, entre respetuoso y asombrado, contempla una nueva
imagen familiar y querida. ¿Podrán las "tentaciones" del
neocapitalismo segar este brote de una Iglesia que comien-
za a mostrar la juventud eterna de su Señor?
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Todas las semanas en
vida nueva
—Una completa información de la Iglesia
en España y en el mundo
—Un estudio del problema de mayor ac-
tualidad Una visión cristiana del mundo político,
social, cultural y artístico
vida
nueva
Revista semanal de
información general
y religiosa
P. P. C. - E. Jardiel Poncela, 4
Apartado 19.049 - Madrid (16)
19 (39)
Para después de las guerras
Una novedad que no fuera capaz de echar fuera
el pasado y todo lo que es viejo, no sería una nove-
dad pura, no sería la auténtica novedad.
La novedad auténtica tiene el poder de acabar con
la tragedia de los viejos conflictos entre hombre y
hombre, entre grupo y grupo, y esto lo realiza tanto
en el recuerdo o memoria de las cosas, como en la
realidad existencial. Y tiene también el poder de
romper las antiguas maldiciones, las consecuencias
de la culpa antigua, de la culpa heredada de una
generación a otra, la culpa de las naciones, de las
razas, de las clases, la que se extiende del viejo
i al nuevo continente.
La novedad pura es capaz de invalidar las maldi-
ciones por las cuales la culpa de un grupo—la culpa
real y la del recuerdo— engendra una permanente
culpabilidad en otros grupos.
PAUL TILLICH
(The Shaking of the Foundations)
LAUS
Director: Ramón Mas Cassanelles - Edita e imprime: Congregación del Oratorio
Placeta de S. Felipe Neri, 1 - Apartado 182 - Albacete - D. L. AB 103/62 - 3.2.77
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