Publicación
mensual del Oratorio. |
Núm. 147. FEBRERO. Año
1977. |
SUMARIO |
NO HACE FALTA buscar la
sencillez de la vida ni |
la de las cosas: está ahí
y permanece en el mundo |
y en nosotros mismos
mientras no nos precipitemos |
a falsearlas o a mentir,
hablando o callando, |
actuando o inhibiéndonos.
La sencillez es la limpieza de |
la verdad de cada cosa, es
el camino corto de todo lo |
auténtico. Mientras nos
consta que Cristo eligió la senci- |
llez, nos empeñamos,
todavía, en complicar las verdades |
más elementales, sobre la
vida, sobre Dios y sobre nosotros |
mismos. |
DÍAS DE SAL Y DE CENIZAS |
UN PAR DE TÓRTOLAS |
NO BASTA SABER |
LAS COSAS, LAS VERDADES |
CAMPO DE AMOR |
VOLVER A NAZARET |
LAS TENTACIONES DEL
NEOCAPITALISMO |
PARA DESPUÉS DE LAS
GUERRAS |
1 (21) |
tiempo de orar: |
DÍAS DE SAL |
Y DE CENIZAS |
Señor, la gran rueda de
agua salobre |
gira veinticuatro veces en
la muerte y resurrección |
del mundo y siento crecer
un árbol de nieve |
de la soledad: cada día,
cada hora, |
el hombre está más solo
con su vida, con su muerte, |
con los nervios inútiles
como herramientas rotas, |
afanado en una absurda
labranza de átomos |
y de sueños. |
Señor, esperamos vanamente
en el infierno |
que está cautivo en el
círculo de vidrio de un reloj, |
la hebra del cordero
celeste: el milagro |
de una promesa, cuando ya
la edad |
es una plegaria
desesperada... |
Señor, ya todo fenece
inexorablemente: |
las flores en sus
estrechos vasos de gredas cocidas, |
el fierro, limado por el
aire hostil de la atmósfera, |
las generaciones de fieras
domésticas y salvajes, |
los árboles, destruidos
por nidos de fuego frío |
y todas las formas
dulcísimas de las artes, |
¿Entonces, Señor,
tendremos que morir, |
vestir la piel y el alma
con devoradores mantos |
de gusanos y polvo, antes |
de que el signo de
redención sea una linterna |
enraizada sobre los
números de aire árido |
de nuestros días de sal y
de cenizas? |
Enrique Volpe Massotti |
2 (22) |
Un par |
de tórtolas |
LA OFRENDA de los pobres
llevaron José y María al templo, cuando |
presentaron a Jesús. Los
hacendados ofrecían un cordero. |
Pero lo más ejemplar de su
comportamiento, no es, en primer lugar, |
la puntualidad en cumplir
lo que la Ley mandaba a los judíos respecto al |
ofrecimiento del
primogénito de cada familia, ni, por otro lado, la sencillez |
de aceptar, sin vergüenza,
su limpia pobreza. ¡Eran ricos de Dios! ¿Quién |
más se avendría a no
invocar la exención ante un deber que en verdad no |
les afectaba? |
La lección principal está
en ese querer ser como todo el mundo, en no |
separarse del resto del
pueblo y pasar como todos, estando donde están |
todos y cumpliendo como
todos, a pesar de no existir un deber real para |
ellos. |
Cristo estará siempre
entre el pueblo: será un ciudadano en Nazaret, un |
judío observante en la
Sinagoga, un predicador que «habla como nadie |
jamás ha hablado», aunque
sin arrogarse privilegios sobre los demás, sino |
el de hacer el bien, el de
la generosidad, el de dar el pan de sus palabras |
a los que le escuchan y el
milagro discreto de su poder a los que cura y |
consuela para hacerles
fuertes en la fe del Reino de Dios que establece, |
sin coerciones ni
fronteras, del que nadie excluye, del que sólo se separa |
el que lo rechaza. |
Ser y estar entre el
pueblo. Cuando tanto hablamos de secularidad, de |
las virtualidades dormidas
que yacen en el mundo y en todas las cosas |
mientras esperan el
milagro de un anuncio que las resucite para todo |
lo bueno que falta todavía
por hacer, el Cristo niño, joven, hombre y ve- |
cino de Nazaret, sin
ropaje ninguno de su misión de ungido y señalado |
por Dios, vive
sencillamente, alargando su mirada al tiempo, serenamente, |
de cuando dirá la primera
palabra a los primeros discípulos que le han de |
seguir. |
3 (23) |
Estar en el mundo con
sencillez y mirar hacia este bien que nos espera, |
como una fuerza dormida
que hay que despertar o más bien construir como |
Cristo lo haría en el
lugar de cada uno. |
Edificadores precipitados
y fantásticos, nos perdemos en la imaginación |
de lo que tal vez no
llegue a ocurrir, mientras nos dejamos mecer por el |
ensueño. Hay una realidad
cercana y humilde, gozosa y serena; hay un |
"estar" donde
debemos estar y ser lo que debemos ser con sencillez labo- |
riosa, como uno más entre
todos los hombres, sin aparentes protagonismos |
que den pábulo a la
vanidad o que entren en discusión con el éxito ajeno, |
y es éste el lugar donde
el bien surge, sin demasiada organización, que lo |
sofocaría. |
Desde esa sencillez, desde
esa —seguramente— pobreza de lo que somos |
y podemos, de lo que
sabemos y hacemos, en el mundo circunstanciado y |
personal de cada uno,
estamos donde Cristo no llegó a estar, pero estaría |
si fuera nuestro
contemporáneo o nuestro vecino. |
Con frecuencia sobran
afanes y sobran organizaciones en las que descar- |
gamos o a las que
remitimos la eficacia estadística de lo que denominamos, |
con las palabras recién
inventadas por la que sea última reestructuración |
puesta en moda, el bien o
el apostolado. Y nos olvidamos de la cotidianidad |
sencilla, sembrada de
gracias, como si desconfiáramos, como si la fe se |
desvaneciese y tuviera la
técnica que correr en su reemplazamiento. |
Un par de tórtolas, como
los humildes, si la ofrenda lleva todo lo que po- |
demos, será mejor que la
ofrenda mayor que no alcanzamos. |
Pero no sólo un par de
tórtolas. Cristo se ofreció a sí mismo. Así: no sólo |
la humildad de un acto,
sino toda nuestra capacidad, aquí, en ese bien toda- |
vía no etiquetado, en ese
bien que no parece "bien" porque no es aplaudido, |
oficializado, pero es
bien, puro, inmediato, sincero y eficaz como la levadu- |
ra, la luz y la sal. De la
vida, del pueblo, del lugar donde estoy. |
Esta Congregación del
Oratorio no recibe |
ninguna clase de paga o
subvención del |
Estado ni de ningún otro
organismo. |
4 (24) |
No basta saber |
EL SABER se hereda, el
saber se |
encuentra, el saber se
asimi- |
la. Saber, informarse,
pensar. |
Es imposible un mediano
desarro- |
llo personal sin esta
triple disposi- |
ción. |
Tanto si se trata de un
oficio, |
como de una carrera, es
indispen- |
sable saber, aprender,
estudiar, re- |
cibir de otros los
conocimientos |
primeros donde apoyar todo
ulte- |
rior descubrimiento. |
Pero no basta con querer
saber |
o aprender, como el
almacenista |
de conocimientos, o el
estudiante |
deformado, que
"compra" sabiduría |
para luego venderla más
cara, pro- |
fanando así el tráfico de
la verdad |
o del saber que
avariciosamente |
archiva, desvinculado de
cuanto le |
entorna en el mundo que le
en- |
vuelve. Si quiere ser
hombre nor- |
mal debe añadir una
asignatura |
que no se da en las
universidades: |
tendrá que mirar fuera,
informarse |
y enterarse del mundo, no
sólo de |
cómo es, sino de cómo
camina y |
de cómo debe caminar. Con
el es- |
fuerzo de todos, y con el
suyo. |
Pero ni estudiar es
saberse sólo |
los libros, ni estar
informados, mi- |
rar afuera. Hay que
pensar: hay que |
aportar la proyección del
propio |
afán de búsqueda
reflexiva, para |
recibir, meditar,
relacionar, dedu- |
cir y entender. Para luego
hacer, |
lúcida y generosamente. |
La ciencia, sin el propio
pensa- |
miento, es pedantería
fosilizada o |
vanidad inútil o egoísmo
decorado. |
Informarse sin
reflexionar, es |
curiosidad y
superficialismo nove- |
lero, sensualoide o
pueblerino. |
Hay que estudiar, aprender
y |
pensar: los libros o el
oficio. |
Sobran sabios, sobran
curiosos y |
faltan hombres. |
Queremos decir que faltan
hom- |
bres que sean sabios, que
el saber |
no les aleje de lo que el
mundo |
muestra cada día, que
aprendan de |
la presencia de cuanto les
circunda |
y se interesen por ella. Y
no como |
objeto de cálculo o de
egoísmo, sino |
como reto a su
generosidad, a su |
iniciativa, a su
compromiso. Saber, |
conocer, estar al
corriente de todo, |
pensar y comprometerse. |
Solamente así nos
acercaríamos, |
como comunidad humana, a
la flui- |
dez creciente de una vida
que es |
posible compartir, en todo
lo gran- |
de, bueno y bello que
contiene, si |
ni el egoísmo la cierra,
ni la vani- |
dad la distrae, ni la
ignorancia la |
5 (25) |
detiene, paralizándola en
la medio- |
cridad que se
autosatisface con las |
míseras variaciones
externas que |
nada hacen más allá de
asegurar la |
continuidad de lo vulgar y
decré- |
pito, a base de
improvisadas ficcio- |
nes que impiden cualquier
cambio |
o progreso, por falta de
verdadera |
sabiduría: el saber de la
vida. |
No importa tanto el grado
o la |
altura de este saber, como
la dispo- |
sición o actitud abierta a
lo que |
debería ser la auténtica
"sabidu- |
ría" de todo hombre,
verdadera- |
mente fiel: la síntesis
del saber que |
se recibe, del saber que
se descubre, |
del saber que se vive y
del saber |
que, generosamente, se
transmite. |
EL SUELDO DE |
LOS CURAS. |
Con este mismo título, la
revista VIDA NUEVA, ha ofrecido recientemente (en su número 1064) |
una colaboración de Carlos
Fernández Barrera, quien, con independencia de las razones históricas |
(expoliación de
Mendizábal) en que se apoye la justicia de una retribución (o, mejor,
restitución) |
por parte del Estado en
orden a atender el problema del sostenimiento material del clero, especial- |
mente rural, piensa que
esta clase de remedios solamente eficaces a corto plazo y en general mal |
vistos por el pueblo,
acabarán por desaparecer, dado que el problema económico se agudizará en |
el futuro, y de nada
valdrá seguir recordando a Mendizábal. |
¿Qué hacer entonces? Y
concluye sus razonamientos con estas discutibles, pero, en cualquier caso, |
interesantes palabras: |
«Aquí va mi voto para un
improbable referéndum. Si no hay dinero para |
pagar a los curas, ni
parece que lo vaya a haber, lo mejor es que no haya |
curas. Ya sé que no es una
solución original... Y si no hay curas, ¿qué es lo |
que habrá? Habrá
enfermeros, taxistas, barrenderos, administrativos, meta- |
lúrgicos, maestros y hasta
bancarios (que no banqueros) que serían también |
curas. Si profesión es lo
que da de comer, la suya sería una de las múltiples |
que existen; si es lo que
se profesa, serían cristianos con una dedicación |
especial. Con lo cual se
acabaría una casta que, pese a todos los esfuerzos |
por su purificación, sigue
teniendo mala prensa; la elección de los curas se |
haría desde las
comunidades y previa la demostración de una serie de cua- |
lidades; se terminaría con
la sospecha de que el oficio clerical se ejerce por |
un sueldo seguro y no
costoso de obtener; y sobre todo se habría dado con |
la vieja solución de Pablo
que, teniendo derecho a ser alimentado, siempre |
quiso trabajar con sus
manos y ganar su propio sustento». |
6 (26) |
Las cosas, |
las verdad |
CADA VEZ habrá menos
herede- |
ros. Las herencias se
dilapidan |
cuando se reciben
fácilmente y |
se usan al estímulo del
afán de la co- |
dicia afortunada. O se
pudren en la |
pereza del heredero,
cuando las guar- |
da. Esos son los destinos
de las heren- |
cias que pueden triturarse
en polvo o |
aventarse en cenizas de
rescoldo a |
extinguir. |
El Señor no era "el
Rico", sino "el |
Maestro". Antes que
dar nada, antes |
que dar cosas, hay que
enseñar "qué |
es" y "para que
lo que entregamos, |
con el fin de que no
tuerzan el uso los |
que lo reciben, para que
el abuso no |
les hiera y destruyan el
trozo de mun- |
do que les envuelve, o
pervivan sólo |
falsificados. |
Hay que comenzar haciendo
sabios, |
para que no les rompa ni
les haga da- |
ño lo que los mayores den
a los más |
jóvenes, y para que a
éstos las espe- |
ranzas no se les
conviertan en gloto- |
nería, o la ignorancia en
desprecio |
insolente, y el don les
haga ingratos, |
y la fuerza no ordenada
destructores. |
Es el ser, y no el tener;
es el saber, y |
no el parecer; es el
crear, y no el po- |
nerse; es el hacer, y no
el plagiar; es |
el amor y la generosidad,
y no la en- |
vidia y la ira. |
Cuando nos quejamos de los
jóve- |
nes, es que les hemos dado
más de lo |
que les hemos enseñado, o
que han |
recibido más de lo que han
aprendido. |
Más cosas que verdades. |
No hay que dar, sino
enseñar a |
crear. Y crear no es
perderse en la |
inquietud novelera que
sugiere la es- |
caparatería fácil,
quincallera y cam- |
biante del mundo: en
modas, ideas, |
estilos, métodos y —como
se dice— |
estructuras... Lo genuino
necesita po- |
cos adornos para ser
bueno; la verdad |
no precisa de adjetivos. |
Dar la verdad, decir la
verdad, ena- |
morar a los buscadores de
la verdad; |
querer hacer esta verdad
en el mundo, |
sin consumir envoltorios,
sin suplan- |
tarla con sucedáneos, sin
quedarse |
en lo simplemente
material, sin man- |
tener falsificaciones para
disimular el |
complejo de precariedad
decadente. |
No cosas, ni
cosificaciones, sino ver- |
dades y deseo de vivirlas
y de ense- |
ñarlas a vivir. |
El hombre ha nacido para
eso. Cuan- |
do es incapaz de ese
enamoramiento, |
o cuando en sí mismo
congela esa su |
vocación esencial, tampoco
puede |
apreciar lo que sirve de
soporte —co- |
sas materiales o valores
temporales— |
7 (27) |
a lo que es superior,
espiritual y tras- |
cendente, para sí mismo y
para los |
demás. Para el sabio no
hay nada so- |
lamente material; para el
necio hasta |
el espíritu es captado
sólo en reduc- |
ción sensualizada; hasta
la verdad ha |
de ser ideologizada; hasta
Dios es in- |
trascendente, o
simplemente estorba. |
Su dios pequeño —su
idolatría— son |
las cosas; o, tal vez, el
mismo Dios |
verdadero, pero
manipulado, reducido |
a una cosa más de este
mundo, acaso |
importante, pero que
apenas supera el |
resto de lo creado. |
El sentido mismo de la
vida evolu- |
ciona, imponiendo, poco a
poco, la re- |
latividad de todo lo que
es únicamente |
sensible, de todo lo que
pasa y se olvi- |
da. En cada hombre la vida
será lo |
que el hombre valga mucho
más que |
lo que el hombre tenga o
parezca. Las |
cosas valdrán,
relativamente, según lo |
que aprovechen en la
edificación del |
hombre, día a día,
generación tras ge- |
neración. Y ninguna
generación será |
malograda si cada una
cumple el es- |
fuerzo puro, inteligente y
generoso de |
transmitir más verdades
que cosas. |
LA DIGNIDAD HUMANA |
«Todo cuanto atenta contra
la vida, como homici- |
dios de cualquier clase,
genocidios, aborto, eutana- |
sia y el mismo suicidio
deliberado; todo cuanto |
viola la integridad de la
persona humana, como, por |
ejemplo, las mutilaciones,
las torturas morales o fí- |
sicas, los conatos
sistemáticos para dominar la- |
mente ajena; todo cuanto
ofenda la dignidad huma- |
na, como son las
condiciones infrahumanas de vida, |
las detenciones
arbitrarias, las deportaciones, la |
esclavitud, la
prostitución, la trata de blancas y de |
jóvenes; o las condiciones
laborales degradantes, |
que reducen al operario al
rango de mero instru- |
mento de lucro, sin
respeto a la libertad y a la res- |
ponsabilidad de la persona
humana; todas estas |
prácticas y otras
parecidas son en sí mismas infa- |
mantes, degradan la
civilización humana, deshonran |
más a sus autores que a
sus víctimas y son total- |
mente contrarias al honor
debido al Creador». |
Const. conciliar IGLESIA Y
MUNDO, n. 27 |
8 (28) |
Campo de amor |
Si me muero, |
que sepan que he vivido |
luchando por la vida y por
la paz. |
Apenas he podido con la
pluma; |
apláudanme el cantar. |
Si me muero, |
será porque he nacido |
para pasar el tiempo a los
de atrás. |
Confío en que entre todos
dejaremos |
al hombre en su lugar. |
Si me muero, |
ya sé que no veré |
naranjas de la China ni el
trigal; |
he levantado el rastro
—esto me basta—, |
otros acecharán. |
Si me muero, |
que no "me
mueran" antes |
de abriros el balcón de
par en par: |
un niño que es un niño
está mirándome |
el techo de cristal. |
Si me muero, |
que sepan que he nacido |
para pasar el tiempo a los
de atrás. |
Confío en que entre todos
dejaremos |
al hombre en su lugar. |
Blas de Otero |
9 (29) |
VOLVER A NAZARET |
COMO EL RICO que evoca su
estirpe y, en el origen |
de ella, ha de referirse a
su primer antepasado po- |
bre, pero glorioso porque
de sus abnegados esfuer- |
zos se generó una
descendencia a la que cupo mejor |
fortuna, hasta triunfar en
el mundo y merecer la fa- |
ma, así, algunas veces,
recordamos y hablamos de Nazaret y |
de la pobreza original, en
todos los sentidos, de Cristo y de la |
Iglesia primitiva. Aquello
ya pasó, y es glorioso porque, como |
de una semilla, surgió la
frondosidad del árbol que formamos |
los cristianos. |
Con el pensamiento
volvemos a menudo a Nazaret y nos |
consolamos pensando que
allí está la raíz de todo lo grande |
del Cristianismo; y lo
grande de ahora es la copa del árbol, y |
la copa somos nosotros. |
Somos de la estirpe
histórica de Cristo y de aquella Igle- |
sia incipiente, pura,
desprendida, fiel y perseguida, que luego |
conoció la paz y, desde
esa paz, cambió, dominándolo, todo el |
mundo conocido. |
Pero estas deducciones no
son totalmente correctas, por no |
decir incorrectas o
precipitadas. Aunque por error o por intere- |
sada manipulación, tantos
hayan querido usurpar el nombre del |
Cristianismo para
introducir y mantener dominios que nada |
tenían que ver con el
Evangelio del que «vino a servir y no a |
ser servido», y a enseñar
a sus discípulos que, en contra del |
espíritu del mundo, toda
grandeza para el Reino de los cielos |
consiste en ser servidor;
la opresión es de los mundanos. |
10 (80) |
Hemos de volver a Nazaret,
no sólo para alegrarnos de re- |
conocer allí la raíz de
"estar en el mundo" para todo el que, na- |
cido del espíritu para ser
hijo de Dios, aprenda a estar, también |
ahora, en el mundo de
nuestro tiempo, y ser y vivir aquí sin |
desmentir aquel primer
original testimonio del Hijo de Dios. |
No faltan los que, hasta
para el bien, hasta para el Evan- |
gelio, piensan que se
difunde como una propaganda, como |
un producto ideológico
para consumir desde el pensamiento |
de los hombres. Y, como
los mundanos triunfan en este mun- |
do en la medida en que
adquieren, concentran y monopolizan |
recursos y fortunas, y la
gente compra inevitablemente lo que |
se le anuncia, se hacen
propagandistas y no evangelizadores, |
edifican empresas y no
Iglesia, dan participación en negocios |
y se olvidan del don
divino de la gracia, organizan pero no |
aman, y se preparan
triunfos con la estrategia que place y |
sorprende a las personas
para las que hasta Dios ha de ser |
mundano porque creen que
sólo el éxito y el triunfo legitiman |
la bondad. En el mundo
ciertamente es verdad que se da la |
razón, generalmente, al
que tiene la fuerza, y el que quiera |
hacer valer su razón —a
veces harto discutible— ha de recu- |
rrir a la fuerza. |
Pero en el Evangelio no es
así. El Evangelio no renun- |
cia a tener razón ni busca
que no se le reconozca: donde ha- |
ya un hijo de la paz, será
recibido el mensajero de la paz; si |
no lo merecen, hay que
llevar el anuncio del bien y de la |
verdad a otra parte. |
11 (31) |
Es inimaginable un Cristo
que acuda a Herodes o recurra |
luego a Pilato, o una
Iglesia primigenia que se procure reco- |
mendaciones, a través de
los prefectos romanos o las gentes |
nobles bien instaladas,
para que puedan llegar los apóstoles |
al mismo césar a fin de
proponerle la obra redentora de la |
humanidad, anunciada por
los profetas y esperada desde tan- |
tos siglos. Mateo, el
judío empleado en la administración de |
hacienda romana, ha de
dejar su puesto para seguir a Jesús; |
los apóstoles pescadores
dejarán, al fin, su pequeña empresa |
pesquera familiar... Hay
una reluctancia por lo institucional, |
por lo empresarial, no
utilizado ni "a fin de bien". |
Cristo vive en Nazaret,
como un modesto artesano, con |
la exquisita agilidad que
da todo lo sencillo recoge un día sus |
herramientas y se pone a
andar caminos nada exóticos y lle- |
ga a los grupos de
población judía de entonces y les anuncia |
el Evangelio. |
Hay que volver a Nazaret,
no sólo con la imaginación y |
el sentimiento avivado por
el recuerdo, sino como reempren- |
diendo, continuando el
estilo de Cristo. Porque no se trata ya |
de que triunfen los
cristianos sobre todas las controversias |
que el mundo, ignorante o
malévolo, les prepare; no se trata ni |
de que triunfe la Iglesia
—que aquí, comparado con las corrup- |
ciones de lo demás que
sigue establecido, es algo hermoso, aun- |
que provisional—, sino que
se trata de que triunfe Cristo. |
Pero el triunfo de Cristo
no consiste en procurarle ad- |
heridos, sino conocedores
que lo reciban como una verdad |
vigente, no pasada.
Vigente en los principios y el aliento que |
informa la vida, y en los
medios y el estilo. La Iglesia no es |
una empresa, el
Cristianismo no es un partido, el apóstol no |
es un propagandista, el
Evangelio no es una ideología, el |
triunfo mundano que
encandila a los mediocres no es el Rei- |
no de Dios. |
En la copa del árbol está
todavía, solamente, Cristo glo- |
rioso. Gloria que no
podemos anticipar ni, menos, falsificar |
improvisándola; sino
volviendo siempre a Nazaret, para al- |
canzarla en su estilo,
junto a Cristo, prescindiendo del aplauso |
del mundo. |
12 (32) |
documento: |
LAS TENTACIONES |
DEL NEOCAPITALISMO |
UN ESCRITO DIRIGIDO |
A LA CONFERENCIA EPISCOPAL
ESI |
POR UN GRUPO DE
SACERDOTES. |
CON LAS FIRMAS de 49
sacerdotes, muy cualificados la mayor parte en |
los campos del pensamiento
teológico y de la actividad pastoral, se en- |
tregó a los obispos
durante la celebración de la Asamblea el siguiente |
texto, que ofrecemos en su
integridad: |
Profundamente preocupados
por la evolución de nues- |
tra sociedad hacia un
nuevo modo de convivencia, nos |
hemos reunido varios
sacerdotes, de la más diversa proce- |
dencia y dedicación
pastoral, con el fin de reflexionar |
sobre el futuro de la
Iglesia en nuestro país. |
Conscientes de nuestra
responsabilidad, les transmiti- |
mos con entera sencillez
el fruto de nuestra reflexión, ma- |
terializado en unas
conclusiones, con la esperanza de que |
les sirva en el desempeño
de la ardua tarea que tienen |
encomendada. Estas
conclusiones descansan en un trabajo |
más amplio, que también
ofrecemos a quienes deseen co- |
nocerlo. |
Nuestro futuro |
neocapitalismo |
Estimamos que, a corto
plazo, nuestra sociedad res- |
ponderá a las
características de una sociedad neocapita- |
lista de corte europeo,
con las matizaciones que nuestra |
tradición cultural y el
reciente pasado forzosamente in- |
troducirán. Esta sociedad
se muestra: económicamente, desigual, |
competitiva, fundada en el
interés privado; políticamente, |
democrático-burguesa con
ribetes autoritarios; socialmente, |
13 (33) |
conflictiva, sobre todo
por la lucha de clases y la exaspe- |
ración del problema
regional o de las nacionalidades; cul- |
turalmente, pluralista;
religiosamente, tendente a una se- |
cularización progresiva. |
El neocapitalismo ofrece
todas las características de |
un "sistema" y,
como todos los sistemas, tiende a una in- |
tegración de todos los
elementos que encierra, mediante la |
asignación de una función
a cada uno de ellos. También |
como todo sistema, el
neocapitalismo suscita la aparición |
de su
"contrario", y está atravesando por toda suerte de |
tensiones y de conflictos. |
El neocapitalismo dispone
de medios poderosísimos y |
eficaces en orden a la
integración que pretende: económi- |
cos, políticos y
culturales. Su utilización implica, de algu- |
na manera, la entrada en
la dinámica del sistema, una |
integración más o menos
lograda. |
En busca de una |
legitimación |
En la estructura del
neocapitalismo la Iglesia tiene un |
lugar asignado y está
llamada a desempeñar una función |
de legitimación del
sistema y de creación del tipo de hom- |
bre que este necesita.
Igualmente entra en los esquemas |
de la oposición para el
cumplimiento de las mismas fun- |
ciones en sentido
contrario. |
La legitimación
propiamente dicha se entiende en el |
sentido que
tradicionalmente le otorga la ciencia política. |
La creación de un tipo de
hombre adecuado al sistema se |
consigue mediante la
indoctrinación directa o indirecta. |
El precedente |
secularizador |
En una sociedad en que el
proceso de secularización |
viene ya de lejos y se
halla en un estadio avanzado, la |
legitimación religiosa ha
perdido importancia; no así en |
una sociedad como la
española, en que la Iglesia todavía |
goza de una fuerte
influencia en determinadas zonas o |
sectores de población. De
aquí que se puedan distinguir |
dos procedimientos para
alcanzar la legitimación deseada. |
La legitimación directa
solicita de la Iglesia un apoyo |
doctrinal explícito o la
realización de gestos suficiente- |
mente transparentes para
significar una aprobación. Así, |
por ejemplo, mediante la
publicación de ciertos documen- |
tos en que se otorga una
aprobación más o menos explícita, |
a las medidas de gobierno
o a los proyectos para el futuro; |
14 (84) |
así también de la
presencia calificada de la jerarquía en |
solemnes ceremonias de
claro sentido político. |
Para poner sor- |
dina a la "con- |
testación" de la |
Iglesia |
Una sociedad más
secularizada, al disponer de sus |
propios criterios de
legitimación desea únicamente evitar |
la
"contestación" de su legitimidad y la consiguiente |
carencia de
"consensus". Este objetivo se consigue median- |
te la
"privatización" del mensaje religioso; en nuestro |
caso, mediante la
reducción de la vida cristiana al ámbito |
de lo íntimo y su ausencia
de la vida pública. |
Creemos que en el futuro
se solicitarán de la Iglesia |
los dos tipos de
legitimación. Ello dependerá de algunas |
variables, entre las que
cuenta: el "talante religioso", de |
los gobernantes; la mayor
o menor aceptación de la legi- |
timación capitalista por
la población; lo que, a su vez, es |
función del acierto del
sistema en todos los órdenes. |
Se ofrecen |
compensaciones |
La sociedad neocapitalista
integradora debe ofrecer |
una compensación por la
función desempeñada por la |
Iglesia. Lo hace por la
oferta de medios ventajosos para |
la consecución de los
objetivos que la Iglesia se fija; pero |
su utilización, como ya se
ha dicho, implica un proceso |
de integración en el
sistema. Otro tanto habría que decir |
de la oposición. |
Los bienes económicos
constituyen la primera oferta |
del neocapitalismo, que en
esto sigue la línea del capi- |
talismo tradicional y su
propia naturaleza. Con ellos es |
posible la prosecución
eficaz de los objetivos, según un |
tipo de racionalidad que
pertenece también a la esencia |
del capitalismo. Aceptar
los medios económicos ofrecidos |
por el capitalismo es
tanto como aceptar la lógica propia |
del sistema. |
No es difícil prever una
política de ayuda económica |
a la Iglesia, el aumento
de haberes del clero, las subven- |
ciones a los centros de
enseñanza, etc., no constituyen más |
que los adelantos de la
"oferta" neocapitalista. |
Poder y privile- |
gios |
La participación en el
poder nunca llega hasta el |
punto de poder amenazar la
"cumbre" del mismo. Previ- |
siblemente adoptará dos
formas de acuerdo con las cir- |
cunstancias y la actitud
de la jerarquía eclesiástica: |
15 (35) |
a) La que puede conceder
un partido político, más o |
menos
"confesional", con el que se identificaría la "políti- |
ca" de la Iglesia a
través de su jerarquía; |
b) Otra, más difusa,
consistente en otorgar a la Iglesia |
determinados privilegios,
particularmente en el campo de |
la enseñanza o de los
medios de comunicación social. |
Todo ello en el disfrute
de una "libertad jurídica" |
garantizada en el
ordenamiento legal, que responde a |
una concepción de la
libertad y del hombre basada en los |
principios individualistas
del liberalismo. Libertad, "auto- |
nomía", como ausencia
de toda coacción exterior, que des- |
conoce el carácter
esencialmente comunitario del hombre. |
La hora de las |
tentaciones: |
Ante la gravedad de la
"oferta" neocapitalista, nuestra |
reflexión se ha centrado
en: las tentaciones de que puede |
ser víctima la Iglesia al
valorar los elementos positivos |
que encierra la oferta; en
el modelo de Iglesia y de socie- |
dad que su aceptación
entrañaría y, a nuestro entender, |
en la infidelidad que
supondría a Jesucristo y a la misión |
que le ha confiado. |
económicas |
La "tentación
económica" tiende a producir un modelo |
de Iglesia que concede
preferencia a lo institucional sobre |
el de "comunidad de
creyentes"; a privilegiar las "obras" |
en relación con la
evangelización directa y con la adhe- |
sión personal, libremente
consentida, de los cristianos al |
ofrecimiento de Jesús. No
queremos caer en un "utopismo" |
ingenuo, desconocedor de
las necesidades reales; pero |
tampoco queremos olvidar
la dimensión esencial, sana- |
mente utópica, de la
pobreza cristiana. |
¿Cómo hablar de
"Iglesia de los pobres" en una Iglesia |
rica? ¿Cómo evitar un
clasismo creciente en el seno de la |
Iglesia? ¿Cómo predicar a
un mundo consumista las exce- |
lencias de la pobreza
evangélica? ¿Cómo recordar con |
autenticidad la opresión
de los países subdesarrollados si |
disfrutamos de los bienes
que se les arrancan? ¿Cómo |
atender a la urgente
recomendación de san Juan cuando |
nos dice que los
cristianos deben vivir como Cristo vivió? |
La aplicación inmediata y
directa de las "tentaciones" |
de Jesús y de su actitud
al caso actual pecaría de sim- |
plista e implicaría un
error exegético. Pero, ¿cómo olvidar |
16 (36) |
su vida pobre, los medios
que empleó para la predicación |
de su mensaje? |
y políticas |
La "tentación del
poder" falsificaría la imagen de |
la Iglesia, que
difícilmente podría presentarse, de hecho, |
como sacramento de
salvación, de unidad y reconciliación. |
Situada entre los
privilegiados de este mundo, sus rela- |
ciones con él se
establecerían a nivel de poder y de diplo- |
macia; no a nivel de
evangelización testimonial. |
: La identificación con un
partido político, "protector |
de los derechos de la
Iglesia", haría caer a la Iglesia en |
el "partidismo"
y le llevaría a la "ideologización de la |
fe" para justificar
posiciones y actitudes sumamente |
discutibles, cuando no
rechazables. Lo mismo sucedería, |
aunque de forma más
difusa, con la aceptación de privi- |
legios hábilmente
"justificados", bajo pretexto de defender |
los derechos" de una
mayoría católica, identificada con |
el número de los
bautizados. |
Consecuencias: |
clientes en lugar- |
gar de fieles |
La consecuencia sería
mantener el esquema del nacio- |
nal-catolicismo y de la
Iglesia de cristiandad, superado |
aparentemente. La
preocupación por el número y la con- |
servación de la clientela
nos haría recaer en el cristianismo |
sociológico y en la
frustración de las esperanzas que en |
este momento legítimamente
se pueden concebir. |
y la privatiza- |
ción del mensa- |
je cristiano |
A través de un proceso
ineluctable, la Iglesia se vería |
progresivamente integrada
en el sistema y desempeñaría |
la función de legitimación
que éste le pide. Pero es fácil |
que, en algún momento,
esto se pretenda conseguir a tra- |
vés del
"neutralismo". de la Iglesia; de su reducción a la |
función cultual y
sacramental; de la privatización del |
mensaje cristiano de
salvación. |
El "neutralismo"
religioso se opone tan terminante- |
mente, a nuestro entender,
al mensaje de Jesús como el |
"partidismo" que
desconoce la libertad de los cristianos. |
Jesús no fue
"neutral", ni tampoco "partidista". Su men- |
saje salvador no se reduce
al ámbito de lo íntimo, de lo |
privado, sino que alcanza
al hombre en todas sus dimen- |
siones; también en la
dimensión comunitaria o social que |
le es esencial. |
17 (37) |
La neutralidad |
cómplice |
El "neutralismo"
supone la aceptación de un modelo de |
sociedad y la dejación de
la función crítica que la Iglesia |
de Jesús debe ejercer
respecto de todas las realidades mun- |
danas. La preferencia de
Jesús por los pobres y oprimidos; |
el carácter liberador de
su mensaje, que no se reduce a una |
liberación socio-política,
pero que la asume, se oponen a |
una pretendida neutralidad
que no sería, en expresión de |
Pío XII, más que una
neutralidad "cómplice". |
y la falsa unidad |
El neutralismo parece
favorecer la unidad de la Igle- |
sia, liberándola de luchas
intestinas, de la repercusión de |
los conflictos humanos en
su interior. Creemos que esta |
perspectiva de la unidad
falsea su verdadero planteamien- |
to cristiano y es causa de
una falsa imagen de la Iglesia. |
La unidad es un bien hacia
el que hay que caminar; pero, |
como todo lo cristiano,
tiene una dimensión escatológica |
que no es lícito
desconocer. |
La verdadera |
Iglesia también |
es "creyente" |
Jesús vino para
predicarnos un mensaje de salvación |
que es también un mensaje
de unidad y reconciliación. |
Pero su "unidad"
era productora de división entre marido |
y mujer, entre padres e
hijos. Jesús fue piedra de contra- |
dicción y escándalo y
aceptó libremente el procedimiento |
más original que jamás se
haya imaginado para conseguir |
la liberación: la muerte
en la cruz como preludio de la |
resurrección. La Iglesia,
también como institución, debe |
ser "creyente";
debe vivir su misión en esa seriedad del |
Crucificado. |
El momento histórico que
vivimos obligará a la Iglesia |
a hacer opciones ante el
futuro: es un momento cargado |
de esperanza y de temor;
de grave responsabilidad para |
todos nosotros que
podemos, de alguna manera, anular el |
soplo del Espíritu. |
Debe mostrar al |
mundo la juven- |
tud eterna de su |
Señor |
Tras siglos enteros en que
la Iglesia ha presentado ante |
el mundo moderno una
imagen falseada, que ha provocado |
la repulsa de los pobres y
oprimidos que deberían haber |
sido sus predilectos, la
fuerza del Espíritu que habita en |
ella ha conseguido
modificar esa imagen ante el pueblo |
que, entre respetuoso y
asombrado, contempla una nueva |
imagen familiar y querida.
¿Podrán las "tentaciones" del |
neocapitalismo segar este
brote de una Iglesia que comien- |
za a mostrar la juventud
eterna de su Señor? |
18 (38) |
Todas las semanas en |
vida nueva |
—Una completa información
de la Iglesia |
en España y en el mundo |
—Un estudio del problema
de mayor ac- |
tualidad Una visión
cristiana del mundo político, |
social, cultural y
artístico |
vida |
nueva |
Revista semanal de |
información general |
y religiosa |
P. P. C. - E. Jardiel
Poncela, 4 |
Apartado 19.049 - Madrid
(16) |
19 (39) |
Para después de las
guerras |
Una novedad que no fuera
capaz de echar fuera |
el pasado y todo lo que es
viejo, no sería una nove- |
dad pura, no sería la
auténtica novedad. |
La novedad auténtica tiene
el poder de acabar con |
la tragedia de los viejos
conflictos entre hombre y |
hombre, entre grupo y
grupo, y esto lo realiza tanto |
en el recuerdo o memoria
de las cosas, como en la |
realidad existencial. Y
tiene también el poder de |
romper las antiguas
maldiciones, las consecuencias |
de la culpa antigua, de la
culpa heredada de una |
generación a otra, la
culpa de las naciones, de las |
razas, de las clases, la
que se extiende del viejo |
i al nuevo continente. |
La novedad pura es capaz
de invalidar las maldi- |
ciones por las cuales la
culpa de un grupo—la culpa |
real y la del recuerdo—
engendra una permanente |
culpabilidad en otros
grupos. |
PAUL TILLICH |
(The Shaking of the
Foundations) |
LAUS |
Director: Ramón Mas
Cassanelles - Edita e imprime: Congregación del Oratorio |
Placeta de S. Felipe Neri,
1 - Apartado 182 - Albacete - D. L. AB 103/62 - 3.2.77 |
LAUS - PUBLICACION DEL
ORATORIO - APARTADO 182 - ALBACETE |
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