Publicación mensual del Oratorio.
Núm. 149. ABRIL. Año 1977.
SUMARIO
UN CIRIO pascual, una luz en el mundo para todos.
Limpieza de sinceridad de la vida renovada. Todos
los hombres no son todavía cristianos. Pero aún
antes de aupar para que los que no se han bautizado
o que permanecen lejos de la Iglesia, vengan o vuelvan a
ella, convendrá la renovación, la conversión de los que,
querámoslo o no, hemos de dar la imagen de Cristo a los
que todavía no lo conocer, o lo conocer mal. Y esto hemos
de desearlo, quererlo y hacerlo, porque es posible y es
necesario, para nuestra misma felicidad y la que buscan
y necesitan todos los hombres.
EVANGELISTA DE LA RESURRECCIÓN
QUIEN AMA Y QUIEN NOS AMA
EL ÉXTASIS NARCOTIZANTE
LA PRIMERA PIEDRA
MEDITACIÓN ANTE UN CRUCIFIJO
ROGER GARAUDY
SINCERIDAD CRISTIANA
1 (61)
tiempo de orar:
«Acuérdate de Jesucristo,
resucitado de entre los muertos».
(Me acuerdo muy bien de él.
A todas horas.
Me acuerdo de él, buscándolo
en toda cosa, en todos;
sintiéndome buscado por sus ojos gloriosamente humanos;
sintiéndome seguido, reclamado, juzgado,
por tantos ojos suyos, todavía terrenos).
«En él, nuestras penas...»
(La soledad innata, donde crezco
como un tallo de menta.
La soledad del mundo.
La Justicia llorada inútilmente.
El complejo indefinible que me envuelve en silencio
las raíces del alma más profundas,
abiertas sólo a Dios, como el océano...
La durísima cruz de esta esperanza
donde cuelgo seguro y desgarrado,
la infinita ternura que me abrasa
como un viejo rescoldo
de montañas nativas.
El amor nunca dado y nunca amado.
La impaciencia sin citas y sin puertos...)
«En él, nuestra Paz...»
(La Paz pedida siempre.
La Paz nunca lograda.
La extraña Paz divina que me lleva
como un barco crujiente y jubiloso.
La Paz de hoy, sangrándome de ella,
como una densa leche.
¡La violenta Paz de su Evangelio!)
«En él, la Esperanza, y en él la Salvación».
 (...Y entretanto celebro su Memoria,
a noche abierta, cada día...)
Mons. Pedro Casaldáliga
2 (62)
Evangelista
de la Resurrección
NO SABEMOS al otros, ni al tal vez la Virgen vieron antes que María
Magdalena al Maestro salido gloriosamente del sepulcro. En cual-
quier caso el Evangelio lo silencia. Por él conocemos solamente del
alborozo de esta mujer, la primera que vio al Resucitado y que corrió
A decirlo a los apóstoles, escépticos ante el anuncio que se les hacía. Los
misóginos de nuestros días volverían a perder la claridad del mensaje glo-
rioso que se les diera, porque seguirían desconfiando del mensajero: una
mujer...
El Evangelio está lleno de ironías, pero ironías divinas. Cuando estamos
todos de acuerdo que la misión esencial de la Iglesia ―podrían abreviarse
sacramentos, pero esta misión no podría suprimirse― es la de anunciar a
Cristo y, precisamente, Cristo resucitado resulta que el cometido lo entrena,
aún antes que ningún varón de entre los seguidores de Cristo, esta mujer
y ―para colmo― ante los mismos varones, a los que los siglos venideros
―también en el nuestro― se hará necesaria referencia cada vez que se quie-
ra argumentar en pro del requisito de masculinidad para la persona huma-
na admitida al ministerio sagrado.
Bien en cierto que en ello, con independencia del Influjo masculinista
que el mundo continúa a imponer, incluso a la Iglesia, se debe al reverente
celo por no errar en desviaciones de lo que se calcula haber sido la volun-
tad de Cristo. Podría haberse extendido a suponer que, para no desviarse
de lo que concretamente hizo Cristo al elegir sus Apóstoles, la condición
posterior para los candidatos al sagrado ministerio debía ser. Además de
la masculinidad, el pertenecer al pueblo judío. Afortunadamente, aunque el
cristianismo comenzó su difusión entre los judíos, el hecho de la diáspora
y el celo de Pablo por lo gentilidad hicieron relativamente fácil el sortear
este primer escollo.
La Iglesia, de todos modos, no ha sido nunca totalmente antifeminista,
ni en sus mismas estructuras humanas, porque enseguida supuso, hasta
en lo social, algún grado de liberación de la mujer, superando en ello, con
3 (63)
frecuencia, el relativo retraso de la mentalidad mundana al respecto. Y,
en el progreso liberador que realiza en el curso de los siglos, a pesar de
las vacilaciones que los Influjos de las presiones culturales mundanas le
suscitan, VA poco a poco adelantando hacia la meta de la total liberación
del hombre. En un momento dado de la Historia humana, puede parecer
rezagada o tal vez excesivamente conservadora pero esa actitud en reali-
dad es fruto de un sentido de profunda responsabilidad para no caer en
error. En cada momento la Iglesia es, en su desarrollo, no sólo lo que Dios
quiere, sino lo que los cristianos le dejamos que sea, puesto que la Iglesia
Homos todos los bautizados.
La Resurrección fue la victoria de Cristo y enseguida ―antes que de los
varones―, la victoria de la fe de las primeras mujeres cristianas. Pero es
que éstas habían mantenido esta fe encendida, sin que el viento de derrota
que soplaba en el Calvario apagara la llama de su fidelidad en el momento
en que los varones "todos, habían huido".
Tal vez por eso, porque lo esencial de la Iglesia había de ser la fe en
Cristo y en el anuncio salvador de su Resurrección, en los planes de Dios
tenía que caber esa divina ironía de que, una mujer fuese a proclamar el
anuncio gozoso a los huidos y escépticos, y fuese la primera entre todos
los que habían conocido al Señor, para que luego, cuando ellos presidie-
ran y decidieran ―«ha parecido a nosotros y al Espíritu Santo», diría san
Pedro...― y predicaran, un leve movimiento interior de vergüenza y de hu-
mildad, atemperara el sentimiento de sentirse los primeros "amigos" del
Señor quien, no sólo les amó y se entregó a la muerte, sino que, al fin, tam-
bién se les apareció.
Como también se aparece, al fin, en el cenáculo de cada corazón que
es capaz de hacer un simple acto de fe. La fe que en un principio ellos no
tuvieron: la fe que, con entusiasmo, les proclamó Maria Magdalena, la pri-
mera evangelizadora de Cristo Resucitado.
La Eucaristía no es un misterio contra la
razón, sino, en todo caso, contra la imagi-
nación; por eso ha de ser aceptado por la fe.
Card. J. H. NEWMAN, C. O.
4 (64)
Quien ama
y quien nos ama
EL HOMBRE es un pordiosero
de amor; pero también es un
corruptor de generosidades.
Busca quien le quiera aún antes de
dedicarse a querer a otros; espera
recibir y, mientras recibe, se preci-
pita ―ingenuo, glotón y tontilisto―
a contar las monedas de oro que se
le hacen luz en la mano, olvidán-
dose de levantar los ojos ―ni ver-
gonzosos por la pobreza confesada,
ni resentidos por la humillación de
esperar y pedir, ni altaneros por la
ingratitud del desprecio― para mi-
rar a quien le regala. El hombre
pordiosero de amor, cuando se ol-
vida de mirar, es que ha perdido
el gozo del alma, y que se le con-
gela la mirada en el prisma emer-
gente del egoísmo interior, radical.
Ya no ama, recoge; ya no piensa,
calcula. Ya no será el manantial,
sino el embalse donde se ahoga la
corriente de bien que de fuera le
llega y se le pega, como un añadido
que no se integra, pero que es ins-
trumentalizado para ocultar la ori-
ginal pobreza, disimulada en ropa-
jes de vanidad. La apariencia de
bien permanece, pero su sentido se
ha corrompido.
El hombre, un ser que busca ser
amado tanto como necesita amar y
que se desequilibra en su mismo
ser cuando el amor en él circula
en uno solo de los sentidos que se
funden en este circuito.
El egoísmo es el anti-amor, el
querer ser amado sin amar, y nos
viene principalmente del miedo,
de la inseguridad y hasta de la
ignorancia. Se acumula, se busca
recibir sin haber dado y sin querer
dar; nos arrimamos a las garantías
protectoras y echamos a los rivales
para aprovecharnos de sus con-
quistas e incorporarlas a nuestro
prestigio periclitante, porque tene-
mos miedo de no alcanzar, sin este
asalto, la falsa imagen que de nos-
otros nos hemos hecho para alejar
el complejo de la propia pobreza,
cuando la verdadera riqueza sería
amar.
Pero, ¿qué es el amor?, ¿quién
ama?, ¿quién es amado?
El sentimiento, el halago com-
placido, el aplauso esperado, nos
engañan muchas veces sobre el
amor. Sólo un esfuerzo limpio de
inteligencia nos puede depurar los
pensamientos sobre nosotros mis-
mos, sobre los demás y sobre lo
bueno que recibimos y lo bueno
que hemos de comunicar. De lo
contrario, la palabra amor circula-
5 (65)
rá sin impregnar de su realidad
ningún hombre que la pronuncie.
En el hombre el bien, todo bien,
comienza siempre en la inteligen-
cia. No se puede ser bueno, ni
entender el bien, ni hacer el bien,
sin pensar, sin querer pensar, sin
aprender a pensar, sin saber pensar.
Pensar mirando hacia dentro y mi-
rando hacia fuera, pero no desde la
escena, sino bajando a los caminos
y andándolos en fraternidad hu-
mana.
Ello sucederá cuando todos los
enamorados, todos los que en el
mundo están, dándose cuenta que
su vida solamente tiene sentido si
es prendida por el amor cristiano,
conviertan su actividad y sus rela-
ciones, no en carreras hacia la fa-
ma, no en luchas por el prestigio,
no en ambiciones de posesión, ni
en conquistas de poder o diseño
previo de discutibles aureolas que
la vanidad taimada prepara, sino
en la entrega sincera y gozosa de
uno mismo a la dinámica del bien.
Ser buenos y amar es ser hom-
bres y hacer hombres sinceros, jus-
tos, laboriosos, desprendidos y en-
tusiastas, puestos el corazón y la
mirada en Dios, con el ánimo y la
esperanza de cambiar el mundo.
¿Quién nos quiere?, ¿a quién que-
remos?
La respuesta podría estar el las
breves palabras de un escritor fran-
cés de nuestros días, en la primera
página de uno de sus libros, que
dedicaba, agradecido, a sus maes-
tros, cuyos nombres citaba, con
esta frase preliminar: «En recuerdo
de los que me han enseñado a pen-
sar y me han ayudado a amar».
Porque nos quiere el que piensa
y enseña a pensar y ama y nos abre
caminos para el amor. Y queremos
a quien damos ideas y ofrecemos
una tarea de bien.
Desmontar la estructura de la superstición como
instrumento político de opresiones... para que los
hombres no cedan a los engaños y confusiones, a
las mentiras y, sobre todo, al miedo y a la supers-
tición. Y para que no se dejen enmudecer, porque
la libertad de palabra siempre cerrará el paso a
sus ojos, a los adivinos y a los gurús y a los que
sólo apetecen el gobierno y de cuya apetencia
nace toda discordia civil y todo cisma religioso.
JOSÉ JIMÉNEZ LOZANO
6 (86)
EL ÉXTASIS
NARCOTIZANTE
HASTA cierto punto la técnica es
una extensión de la misma na-
turaleza: la técnica es creación
del hombre, con sus propias fuerzas
naturales, aplicándolas a la naturale-
za, logrando síntesis dinámicas que se
hacen instrumentalmente dóciles. ¿Pa-
ra qué?
Los medios que el hombre logra
dominar se le hacen por lo menos
ambivalentes y en ocasiones, contra-
dictorios, cuando vacila respecto a
los fines o es incapaz de darles el con-
tenido y cometido que, proporcional-
mente, les correspondería para no
estragar, exagerándolo, ningún senti-
do, ni postergar ninguna de las dimen-
siones humanas. "El hombre unidi-
mensional" de Marcuse, es un hombre
deformado. La técnica puede producir
deformaciones.
No ha faltado quien señale tales fa-
llos, en particular, respecto a uno de
los avances más decisivos de nuestra
época: los medios de comunicación,
más proclives, todavía, a producir un
éxtasis (Mac Luhan), a veces narcoti-
zante, en quienes reciben su mensaje
sin posibilidad de respuesta, que a es-
tablecer una real y fluida inter-comu-
nicación de masas.
Hace algún tiempo que Aranguren,
desde las páginas de la Revista de
Occidente, se refería a la relación del
"medio" con el consumo", pues DOB
movemos en una sociedad creciente-
mente consumista, en la cual, como
diría Roger Garaudy, lo que se llama
política de crecimiento es una política
que carece de otro objetivo que el de
permitir que la máquina siga funcio-
nando).
¿Qué se consume? Aranguren señala
un triple campo monopolizado por los
"media": información, publicidad, ocio.
En ellos, la frontera de lo que es noti-
cia y lo que es simple anuncio, queda
borrosa: igualmente, al querer ofrecer
lo que "gusta" (los puros valores de la
inteligencia pueden anunciarse a si
mismos muy pocas veces), la simbiosis
negocio-público convierte la informa-
ción en un mero subproducto para
uno y otro polo (empresas y público).
Con lo cual a lo que se llama "cultura
de masas" habrá que oponer algunos
reparos hasta reducirla a su realidad:
se trata de una cultura-ficción" encar-
gada de crear un "mundo feliz", pura-
mente ensoñado, mitológico... en el
cual la "imagen" es, paradójicamente,
más "real" que la realidad misma.
Responde a la sociedad tecnológica
que vivimos, en la que el ocio también
7 (67)
es material de consumo, pero no es-
pacio para la elevación cultural del
hombre, para su desarrollo y espiri-
tualización.
Estamos, diría la Constitución conci-
liar sobre la Iglesia y el mundo actual,
«en las nuevas formas de cultura ―cul-
tura de masas―, de las que nacen nue-
vos modos de sentir, actuar y descan-
sar», como agentes que promueven, o
deberían promover, la vida comuni-
taria, pero no acertamos todavía a
colmar de un contenido positivamente
elevador del hombre a quien se desti-
nan. El problema es ético, tal vez el
más grave de nuestro tiempo.
Unas recientes encuestas llevadas a
cabo en Francia, revelan que, unos
con otros, los ciudadanos de nuestro
país vecino, dedican cada uno más de
mil horas anuales cara al televisor
(más de dos horas diarias). En muchos
casos el éxtasis televisivo, encima de
eu carga de banalidades o enajenacio-
nes, colapsa o impide el diálogo fami-
liar precisamente en los momentos en
que las familias normales solían estar
reunidas alrededor de la mesa, en
conversación, tras una mañana, o una
jornada de trabajo o, para los más jó-
venes, pasada en la escuela.
Pero precisamente parece que son
éstos, los más jóvenes, y las personas
más ignorantes, las que más riesgos
van a padecer. En Estados Unidos, los
niños de siete a catorce años, pueden
Hay dos culturas, ambas insatisfactorias, en el
presente: la académica, que finalmente es patri-
monio de clase, una colección de saberes apa-
rentemente inútiles ―pero al fin útiles para
conseguir puestos y prebendas―, que está en
sus finales. Y la tecnológica, ese conjunto de
saberes que han transformado el mundo, direc-
tamente útiles, pero incapaces de
transformar la sociedad.
La cultura de mañana exige la extensión cul-
tural a todos, la participación activa de todos
en su creación y la transformación
de la cultura misma.
JOSÉ. L. LÓPEZ ARANGUREN
8 (68)
contemplar cerca de catorce mil muer-
tes (asesinatos, suicidios, accidentes) a
través de la tele". El cálculo se acaba
de hacer después de un estudio socio-
lógico llevado a cabo en la Universi-
dad de Utah. Dada la invasión de
filmes americanos en todas las televi-
siones de los países occidentales y ter-
cermundistas, el dato es extensible a
casi todas ellas.
Hace poco, de unos sondeos de la
UNESCO, se desprendía que los niños
de los países desarrollados (por lo tan-
to, niños "escolarizados') pasan prác-
ticamente un número de horas al año
ante la televisión igual al que están en
sus respectivas escuelas. Dicho sondeo
añadía el siguiente revelador detalle:
que mientras los niños de diez años se
desarrollan ante el televisor, después
de los trece años solamente permane-
cen ante la pequeña pantalla los niños
retrasados. A este dato, Roger Garaudy
añade esta observación: «lo que de-
muestra que la mayoría de los progra-
mas están al nivel intelectual de un
niño de once a doce años».
La conclusión no es alentadora: la
televisión da una imagen falsa y me-
diocre de la vida, que engaña, enajena
y desculturaliza al hombre.
Para el profesor Aranguren, las
respuestas morales positivas por ex-
celencia frente a la orientación que
dan a la vida humana contemporánea
los medios de comunicación de masas,
es el lenguaje y la comunicación di-
recta, y el carácter decisivo de la edu-
cación que ha de saberse servir de los
"media" sin dejarse arrastrar por el
estilo enajenador con que captar la
atención desprevenida o mediocre. Es-
ta educación ha de devolver a la vida
del hombre su sentido y la conciencia
de su responsable libertad.
Hay una aberración muy
común que recrimino
constantemente cuando
la oigo: La enseñanza
es muy buena cuando
las Universidades son
muy buenas", dicen
algunos, y no señor: la
educación debe
empezar por los
párvulos, o será un
desastre.
RAMÓN CARANDE
La baja de nivel en la
cultura superior es muy
grande, y ocurre en todos
los países. No hay que
alarmarse por estos
momentos de
desconcierto, no es
consecuencia de las ideas
políticas: en el fondo se
debe a la multiplicación
de la Humanidad.
ANTONIO TOVAR
9 (69)
La
primera
piedra
Dibujo de JUAN GRIS.
EN UNA OCASIÓN Cristo se refirió al lanzamiento de
"la primera piedra" cuando retó a los acusadores de
la mujer adúltera, para que iniciara el horrible castigo
el que de ellos "estuviera sin pecado". Ya sabemos
que, avergonzados, fueron yéndose uno a uno en si-
lencio: eran todos culpables.
Pero también sabemos que, aquel silencio impuesto por
misericordia, a plena luz del día, esperó la hora de la vengan-
za ―de todas las venganzas― para cumplirse al llegar las
primeras tinieblas de la noche del Jueves Santo. En Getsema-
ní la primera piedra no sería catapultada por la mano de nin-
gún inocente, sino por la que primero recogería la dureza del
pecado de todos, agrios de resentimiento.
10 (70)
Tampoco, en la noche de las miserias humanas, son los
justos los que lanzan las piedras, sino los pecadores, o los
enfermos de alma. Podríamos prescindir de las violencias que
parten de los silencios y de las durezas del alma, y nos asus-
taría prestar atención al cúmulo de las continuas e inútiles
violencias físicas, malévolas o vanas, desde el niño que ha
descubierto el gozo salvaje de matar un pájaro a chinazos o
romper el cristal de un farol, o herir el tronco o la rama de
un árbol, o ensuciar una pared con garabatos o insultos estú-
pidos, o estropear un jardín, o arrancar una flor..., nos aver-
gonzaríamos de la vergüenza no sentida de los padres descui-
dados de tanto adolescente gamberro y matonil, a quien
nadie ha enseñado a comenzar a ser hombre..., nos entriste-
cería ir recordando a tantos adultos bien vestidos pero mal
educados, que maltratan, desprecian o rompen lo que les es
ajeno, o se aprovechan de lo mal controlado, como si les fuera
indispensable la pequeña sal de la malicia, del vivalismo o de la
estupidez para iniciar, aunque se les quiebre a medio, la sonri-
sa de la estultet: única felicidad del imbécil o del frustrado.
11 (71)
Cristo fue víctima de esta imbecilidad, instrumentalizada
por los que dirigieron su persecución y dictaron su muerte.
Cristo recibió, antes de morir, los insultos, los golpes, las pie-
dras de los ignorantes que gozan del miserable privilegio de
afirmarse —que creen que se afirman, cuando empujan o
acosan o desprecian a los demás; de los que se sienten pode-
rosos sólo porque pueden amenazar al que ama la paz y el
bien que ellos, huecos de cualquier ideal, desprecian; de los
que se creen imprescindibles sólo porque su brutalidad con-
tenida "tolera" no derribar lo que otros edifican con esfuerzo
y bondad. Se sienten poderosos de un poder solamente nega-
tivo: la credencial de ese poder está en la mano que guarda la
piedra, siempre a punto de ser lanzada, despreocupadamen-
te, desde la culpa o desde la ignorancia resentida de tenerse
que reconocer; no desde la inocencia, porque ésta no es
jamás piedra dura, oscura y escondida, sino luz limpia, pa-
tente y generosa, y no busca la noche, porque la convierte
en día.
Un poeta salmantino, bañada el alma de las claridades
rústicas de sus campos sin nubes, se imaginó que las piedras
las lanzaban los inocentes contra los sayones que flagelaban
a Cristo. Pero no es así. En la vida, los más débiles, a veces
los mismos niños cuyos padres no les han enseñado las pri-
meras lecciones del respeto a lo creado y a lo ajeno, gustan
del descubrimiento de su fuerza o de su ridícula puntería,
rompiendo o destruyendo. Llegarán a mayores y, aunque a
ratos el artificio de los modales oculte sus malos instintos
jamás corregidos, seguirán siendo vergonzantemente violen-
tos y, si dan con Cristo en su camino, también le empujarán
o amenazarán o apedrearán o prenderán. Bastará a los más
cobardes, que otro les facilite soltar el ímpetu contenido lan-
zando "la primera piedra". Se sentirán valientes y fuertes, por
un momento, desbocándose en la fácil acometida contra lo
pacífico o lo más indefenso.
Cristo, por ignorantes o por malvados, todavía es apedre-
ado y traicionado y escarnecido y aprehendido y torturado y
crucificado. Le falta mucho todavía, al hombre, para limpiarse
de su burdez.
12 (72)
Meditación
ante un crucifijo
2000 años después
De José L. González Faus, publicada en la revista "Dichos
y Hechos" (núm. 3 de 1971). Es un ejemplo de ironía
cristiana, desde la posición de la fe, no envejecida del todo.
YA VES: en el fondo hemos
aprendido bien tu lección y
te perdonamos también nos-
otros. Y hasta te perdonamos con
tu misma generosidad excusante: no
sabías lo que te hacías, ¿verdad?
Ahora comprenderás que si hu-
bieses tenido quince años más todo
habría terminado bien. Habría sido
más fácil llegar a un acuerdo. Y
luego, hasta puede que Pilato te
hubiera concedido una audiencia y
hubiese designado un centurión
para que te guardara las espaldas.
Y, créenos, todo eso habría reper-
cutido en mayor bien de tu pueblo.
Pero en fin: ya pasó todo y será
mejor no volver a hablar de ello.
Sólo te reprochamos una cosa: que
no hicieras caso a los ancianos (Mt
15, 2; 26, 47. 57; 27, 1). Ellos sabían
mejor que tú que la madurez no
consiste en decir NO ante las cosas,
sino en justificarlas. Ellos ya sin-
tieron tener que promover tu con-
dena. Pero... ahora que ya han
pasado aquellas horas negras y el
tiempo ha podido suavizar muchas
asperezas, reconoce que tu actitud
facilitaba bien poco las cosas.
Si hubieses sido más prudente,
como te aconsejaban tus familiares
(Mc 3, 21; Jn 7, 3-5) ―ahora com-
prendes que te querían bien, ¿no?―,
habría podido evitarse el desenlace
y habrías tenido más tiempo y más
oportunidades para seguir predi-
cando al pueblo aquellas cosas tan
bonitas que predicabas (porque no-
sotros también sabemos apreciarlas,
¿ves?). Habrías podido hacer más
bien. Compréndelo: en la vida
siempre es necesario un poco de
flexibilidad. Hay que pactar, hay
que renunciar a lo ideal para salvar
lo posible.
Tú, en cambio..., ¡en buen lío nos
metiste! ¿No ves que los marxistas,
como ese tal Garaudy se aprove-
chan de tu imprudencia para hacer
13 (73)
panegíricos tuyos y decir que en ti
«el amor fue militante, subversivo»,
que por eso te crucificaron, que
«pusiste de manifiesto lo absurdo
de todas las sabidurías al demostrar
precisamente lo contrario del des-
tino inexorable: la libertad, la cre-
ación, la vida»?... ¡Por favor! Com-
prende que todo eso nos coloca en
una situación bien poco airosa, y
que luego nosotros nos las desea-
mos para ver de paliar los efectos
de tu idealismo inexperto.
Pero, en fin, ya te he dicho que
no tratamos de reprocharte nada.
De veras tendrías que creer que
nuestra disposición para un diálogo
es inmejorable y que estamos segu-
ros de que será posible llegar a un
acuerdo. Solamente deberías de
tener en cuenta que tenemos mu-
chos más años y más experiencia
que tú.
Sé razonable. Estanos seguros de
que ―ahora que los años te habrán
hecho reflexionar y nos darás la
razón― siempre será posible un
arreglo. Y sin duda que interpreta-
remos correctamente lo que tú
harías hoy ―que ya no eres tan
joven― si nos limitamos a hacer de
tu cruz una alhaja para nuestras
jerarquías o un adorno para nues-
tros dormitorios.
Déjanos hacer. Ya verás como es
para bien de todos.
Verdean ya los campos...
Verdean ya los campos y, si no se tuerce, tendremos
buena cosecha en las eras del próximo verano, Habrá
pan, que haya pan, por lo menos, para todos, y que no
sea caro...
España produce mucho trigo. No obstante, si reunié-
ramos toda la cosecha de un año que no fuese malo
―la cosecha de trigo de todos los campos de España―
llegaríamos, tal vez, a los seis millones de toneladas
de trigo. Pero no nos entusiasmemos demasiado con
la riqueza que el campo nos puede dar, porque, con
la espléndida cosecha de un solo año, en el mercado
de las guerras o de las violencias, solamente podría-
mos comprar dos bombarderos. Un bombardero paga-
do en trigo cuesta tres millones de toneladas de trigo,
y en todas partes se siguen comprando armas y bom-
barderos... a costa del pan, del pan de los más pobres.
Y nadie, o casi nadie protesta, de que se gaste más en
armas, que en pan o en libros.
14 (74)
documento:
ROGER GARAUDY
De una entrevista a Roger Garaudy, durante su reciente estancia en Barce-
realizada por Antoni Matabosch y publicada en "Vida Nueva".
―Señor Garaudy,
¿cuáles son sus
trabajos y
preocupaciones
actuales?
―Hace tres años me retiré como profesor de la Univer-
sidad para poder dedicarme con más intensidad a tres
actividades que hoy realmente me interesan. En primer
lugar, al diálogo entre civilizaciones; en este campo, en
febrero aparecerá un libro titulado "Para un diálogo de
civilizaciones. El Occidente es un accidente", y estoy pre-
parando una exposición que se titulará "Sin rostro de los
hombres y de Dios". Además, y sobre el mismo tema pre-
paro un mini-cassette y unos libros. Mi segunda actividad
es la formación y animación de los "grupos esperanza"
que han surgido en respuesta a mi llamada por una nueva
sociedad en mi último libro, "LE PROYECT ESPERAN-
CE" (trad. castellana: "UNA NUEVA CIVILIZACIÓN").
Finalmente, me interesa la fe; estoy preparando un libro,
que aparecerá dentro de unos meses, titulado "Mañana, la
fe", en el que intento dar una visión más completa de lo que
entiendo por actitud de fe, la cual no puede nunca confun-
dirse con la aceptación de una ideología dogmática, sino
que es una manera de vivir abierto a la trascendencia.
―A nuestros
lectores creo que
les puede
interesar
especialmente su
concepción sobre
las relaciones entre
marxismo y
cristianismo. Usted
hace profesión de fe
y de marxista. ¿Lo
cree compatible?
―No sólo compatible, sino complementario. Empiezo
por aclararle que no hablo ni de un cristianismo conser-
vador ni de un cristianismo dogmático. Entre éstos si que
hay incompatibilidad por ambas partes. Pienso que el
pensamiento del obispo Lefeubre difiere completamente
del verdadero cristianismo. En cambio, la obra de Chenu,
Congar, Rahner, o González Ruiz nos descubre la autono-
mía de los valores profanos y la continuidad entre la vida
cotidiana y la trascendencia. Estoy, además, muy intere-
sado por la teología de la liberación latinoamericana:
para ellos, la fe es un fermento de subversión del desorden
establecido; se trata de una teología que surge como refle-
xión a partir de la praxis a la luz de la fe.
15 (75)
―¿Y el marxismo?
―Para nada sirve un marxismo dogmático y anquilo-
sado. Para mí, y también para Marx, el marxismo es una
metodología de la acción histórica, es decir, un método
para analizar la realidad y descubrir las posibilidades
de cambiarla hacia un socialismo. Stalin lo dogmatizó,
estableciendo una serie de principios, leyes y normas
inamovibles, y todo dogmatismo lleva necesariamente a
la dictadura, porque en nombre de principios eternos se
intenta imponerlos a todo el mundo. Pienso también en
Althusser, que ha retrasado en quince años el avance del
pensamiento marxista y que, en el fondo, es un reaccio-
nario. Yo creo en la línea de Gramsci, de Ernst Bloch, del
socialismo con rostro humano de la Checoslovaquia de
Dubcek, que están en el mismo camino ideológico de los
actuales partidos comunistas italiano, español (tenemos
grandes coincidencias con mi amigo Carrillo) y catalán.
—¿Dónde ve la
complementariedad
entre marxismo y
cristianismo no
dogmáticos ni
conservadores?
―Ya he explicado en mi libro "Palabra de hombre"
que mi esperanza de militante no tendría ningún funda-
mento sin la fe, porque esta fe nos hace plenamente res-
ponsables de nuestra historia. La fe no es una manera de
explicar el mundo, no es una concepción del mundo o
una ideología, sino que la fe es el último fundamento de
la acción. Durante toda mi vida he intentado buscar el
fondo humano del cristianismo. He ido descubriendo, poco
a poco, las dimensiones de trascendencia de toda acción
creadora del hombre. Cada vez que nosotros somos capa-
ces de romper con nuestras rutinas, nuestras resignaciones,
nuestras alienaciones respecto al orden establecido, y
partiendo de ahí, somos creadores en las artes, en las
ciencias, en la revolución y en el amor; cada vez que
aportamos algo nuevo a lo humano, Cristo está vivo, la
creación de Dios se continua y perfecciona a través de
nosotros. La resurrección se realiza cada día. Lo que me
parece esencial es vivir de una forma tal que ya no exista
más para mi mismo y por mí mismo. Y esto es lo que nos
ha enseñado Jesús.
―Algunos dicen
que su forma de
entender la
trascendencia es
solamente un modo
de decir que el
hombre siempre se
puede superar a sí
mismo. ¿Ha habido
en su vida una
"conversión", un
encuentro afectivo y
relacional con un
Dios personal,
como, por ejemplo,
Maurice Clavel dice
haber tenido?
―¡No se puede encontrar a Dios como quien se topa
con una piedra! En mi vida no ha habido una "conver-
sión" en el sentido clásico de la palabra, sino una madu-
ración progresiva que, sin abandonar el marxismo, me ha
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hecho ver que en la fe cristiana puedo encontrar la res-
puesta más válida a mis interrogantes marxistas.
Para mí, la fe se coloca en el interior de una acción y
en la búsqueda de sus fundamentos y sus finalidades.
Como ya he dicho en una de mis conferencias aquí en
Barcelona, no me gusta emplear la palabra "Dios" y, en
cambio, prefiero referirme frecuentemente a Jesucristo. La
razón es porque no podemos decir ni conocer nada de Dios
si no es a través de lo que se nos ha revelado por medio
de la vida, la muerte y la resurrección de Jesucristo. Yo
creo firmemente en lo que dijo Barth de que «todo lo que
puedo decir de Dios es un hombre quien lo dice». Si yo
pretendo ser un funcionario del absoluto y hablar en
nombre de Dios, me transformo enseguida en un inquisi-
dor o en un estalinista.
―Pero ¿no le
parece que esta
concepción de la
religión es algo bien
distinto del
pensamiento de
Marx y Engels?
Ellos hablaron de la
religión como «opio
del pueblo».
―Esto tiene una explicación. La crítica que Marx hizo
de la religión era la propia de aquel período de la Santa
Alianza: fue una critica política e histórica, no filosófica,
contra una religión que era instrumento ideológico de
las clases dominantes. El padre de Marx, judío, tuvo que
hacerse católico por obligación y esto dejó rencor y huellas
en su hijo. En cuanto a Engels, debo recordar que tuvo
un gran aprecio por movimientos revolucionarios de algu-
nos cristianos como el de Thomas Münzer, en el siglo XVI.
Tanto Marx como Engels lo que quieren es luchar contra
el dogmatismo de cualquier especie. La trascendencia está
implícita en sus obras.
Para mí, existe una complementariedad entre marxismo
y cristianismo. Están en dos planos distintos, pero que se
necesitan el uno al otro. La liberación del hombre que
intenta el marxismo necesita de la interioridad, la inicia-
tiva, la trascendencia y el proyecto de esperanza que el
cristianismo aporta.
Completa y fascinante personalidad la de Roger Garaudy. Sus tesis, dignas
de tenerse en consideración. En privado es una persona de una gran humani-
dad, y que habla con facilidad de sus encuentros o enfrentamientos con los
grandes hombres de nuestro tiempo: De Gaulle, Malraux, Stalin, Togliatti,
Sartre. En sus conferencias descubrimos su gran formación humanista. Su
concepción de la vida y del mundo deben hacernos reflexionar a todos.
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TRIDUO PASCUAL
JUEVES SANTO
Tarde, a las 8, MISA DE LA CENA
DEL SEÑOR. - Podrá visitarse el
Santísimo Sacramento sólo hasta
medianoche de este día.
VIERNES SANTO
Mañana, a las 8, VIA-CRUCIS por
el Parque.
Tarde, a las 8, CELEBRACIÓN DE
LA PASIÓN DEL SENOR.
VIGILIA PASCUAL
A las ll de la noche del sábado. La
celebración pascual se completa
participando en la liturgia del DO-
MINGO.
18 (78)
Condicionamientos
sociológicos
frente a
sinceridad
cristiana
«POR MUY importante que
sea la tradición cristiana de
nuestro país, es preciso pro-
clamar con toda claridad ―y concre-
tarlo tanto en las leyes civiles como
en la práctica eclesial― que se puede
ser ciudadano con todos los derechos,
sin que para ello se deba pertenecer
a la Iglesia católica. Han de desapare-
cer todos los condicionamientos que
pueden llevar a personas no cristianas
a simular una adscripción o pertenen-
cia religiosa que no quieren».
Son éstas, palabras del cardenal
Jubany, arzobispo de Barcelona.
¡Cuánto acto religioso tomado, usa-
do en vano, por puro convenciona-
lismo, por ficción, por inercia 90-
ciológica, vacío totalmente o poco
memos, de su significación original
y verdadera!
¡Cuánto blasonar farisaicamente
de catolicismo, sin saber qué es la
Iglesia, más allá de su reducción
a un institucionalismo ideológico,
ya inservible por los mismos que
la han utilizado así!
¡Cuántos entierros y bodas, a los
que, si se les quita el sentido social,
de relación y cumplido humano,
nada o casi nada queda!
¡Cuántos actos religiosos, cuántas
celebraciones de misas, para cual-
quier cosa o motivo, oficial u ofi-
cioso, con ausencia espiritual de
los mismos que asisten físicamente
a tales actos a los que Dios y su
mensaje interesa bien poco, más
allá de sus individuales miras cul-
turales, políticas, profanas... a las
que ponen un acto sagrado como
pretexto para otras intenciones,
nobles o innobles!
¡Cuántas primeras comuniones,
que serán las últimas o penúltimas,
de niños que inconscientemente
se acercan a recibir la Eucaris-
tía, abandonados espiritualmente
como fieles por sus mismos padres
que, por inercia social, les llevan
o dejan que vayan a comulgar, no
por amor a Dios, sino por no con-
tradecir las presiones de amigos,
vecinos o parientes canturreadores
de la impertinencia del "todos lo
hacen"!
¿Cuándo seremos más sinceros,
más puros, más auténticos? ¿Cuándo
no será mal visto querer desterrar
el fariseísmo, o cuándo callarán los
fanáticos? ¿Cuándo querremos ser
más respetuosos con Dios y más
libres con los hombres?
19 (97)
Los filósofos, los historiadores, los guías del
pensamiento y de la vida, siempre falsifi-
carán el Cristianismo, si exclusivamente se
limitan a presentarlo como un simple medio
que se ofrece al hombre para realizar su
propia medida humana. Porque el Cristia-
nismo es la imposición esencial hecha al
hombre para ir más allá de sí mismo, para
salir de sí mismo, para entrar en el mundo
divino; de lo contrario el hombre resbala por
la pendiente degradante hacia las esferas
subhumanas del instinto y de la bestialidad.
Card. GIULIO BEVILACQUA, C. O.
LAUS
Director: Ramón Mas Casanelles - Edita e imprimo: Congregación del Oratorio
Placeta de S. Felipe Neri, 1 - Apartado 162 - Albacete - D. L. AB 108/62. 1.4.77
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