Publicación
mensual del Oratorio. |
Núm. 150. MAYO. Año 1977 |
SUMARIO |
LA IGLESIA celebra las
fiestas de los Santos, no para |
alimentar el mito a que es
propenso remitirse el |
hombre elemental, sino
precisamente para ir des |
montándolo, de modo que,
esas figuras destacadas |
que nos recuerdan, al
reproducirlo, el rostro de Cristo pre- |
sente en su Iglesia, sean
cada vez menos una substitución |
de los héroes mitológicos
del paganismo, y nos introduz- |
camos en la realidad
sobrenatural de aquello que la fe, |
convertida en vida, pudo
lograr en los que de veras se han |
entregado al Evangelio y
puede, todavía, lograr en noso- |
tros si, como ellos, nos
abrimos a la Palabra del llama- |
miento definitivo al bien,
al Reino de Dios, sin búsqueda |
de prestigios que la
vanidad podría sugerir incluso en las |
apariencias de la misma
santidad, sin huidas enajenantes |
del deber inmediato de
hombres de esta tierra, aunque |
para el cielo. Como fueron
los santos: enamorados, realis- |
tas y sobrenaturales. |
PARA SER SANTOS |
EL ORATORIO |
SAN FELIPE NERI |
LA ORIGINALIDAD DEL
ORATORIO |
RASGOS ESENCIALES DEL
ORATORIO |
1 (81) |
PARA SER SANTOS |
Si me pedís lo que hay que
hacer para ser perfec- |
tos, os lo digo
inmediatamente, sin dudar: |
―no dejéis que la
pereza os retenga en cama ni |
un minuto más del señalado
para levantaros, |
―que vuestro primer
pensamiento sea para Dios; |
―id a su encuentro
en la Eucaristía; |
―haced bien vuestras
oraciones; |
―tomad el alimento
para mantener vuestras fuer- |
zas usadas para glorificar
a Dios; |
―no os disipéis; |
―higienizad la
mente; |
―un paréntesis, cada
atardecer, para el estudio |
y la meditación de Dios; |
―luego mirad, con
calma, vuestra conciencia, |
cada día; |
―acostaos a la hora
debida, para el descanso |
necesario. |
Esto basta para ser
perfectos. |
Estar pendientes de
grandes resultados como conse- |
cuencia de los esfuerzos
hechos con finalidad reli- |
giosa es algo tan natural
como inocente, y nos ocu- |
rre por la inexperiencia
de la clase de trabajo que |
debemos emprender, y que
tiene más de constancia |
que de heroicidad o cosa
extraordinaria: se trata de |
transformar el corazón y
la voluntad del hombre. |
Card. J. Henry Newman, C.
O. |
2 (82) |
El Oratorio |
Distante de cualquier
concepción estructural previa, de cualquier plan |
ni siquiera catequético,
fue la actuación de san Felipe, de la que se |
derivó el Oratorio. Ei
Oratorio, en la mente de san Felipe y en la rea- |
lidad histórica de su
origen, no surgió del apostolado de un grupo |
de clérigos dados a la
formación cristiana de una m9A o grupo más am- |
plio de seglares,
simpatizantes de san Felipe o parroquianos del Oratorio. |
Sucedió a la inversa que
de un grupo de seglares, amigos, hijos espiritua- |
les, seguidores y
entusiastas de san Felipe. Algunos se hicieron sacerdotes |
para colaborar en lo que
había resultado una obra o ―todavía más― un |
ambiente de encuentro con
el Padre de todos, surgido de la espontanei- |
dad de un apostolado más
bien informal, apoyado en la relación de amistad, |
cuyo centro era la
personalidad de san Felipe. |
Las leyes aún
eclesiásticas, los métodos aún espirituales, tenían poca |
cabida en el modo de hacer
de san Felipe. Y por eso pasó desapercibido en |
un principio y resultó
difícil de comprender más tarde y hasta fue combati- |
do y perseguido, porque
sólo podía reconocerse, en él, junto a una gran li- |
bertad en el proceder, la
afirmación y el influjo constante de una persona- |
lidad irreemplazable:
todos aquellos seguidores eran sus amigos y, de 18A |
Amistad, acaban un modo
nuevo y generoso de entregarse a Dios y vivir el |
cristianismo con alegría.
San Felipe sólo pudo ser acusado de personalista |
Y en efecto, no podía
negarse que se destacaba de los demás; pero la fuerza |
de su personalidad no
resultaba del desahogo de la vanidad que crea, por el |
Activismo, su propio
marco, sino que procedía del desarrollo de un corazón |
optimista y cristiano, que
contagiaba a los demás para el bien. Sin leyes, sin |
métodos, sin fórmulas. |
Algunos han entendido el
Oratorio como un pequeño grupo de clérigos |
especializados para
atender a una especie de consultorio espiritual de ur- |
gencias y problemas de la
conciencia. El pensamiento de san Felipe era más |
Amplio y más sencillo; si
bien se trataba de una simplicidad ―no dejadez, |
descuido, pereza
mental...― inteligente, un modo de hacer profundamente |
humano. IA ofrenda de una
Amistad y lealtad en el trato y acercamiento do |
Cristo, en el estudio de
su Palabra y en la transformación en vida de la ver- |
dad sobrenatural que se
descubría en la oración, en la espontaneidad del |
momento, en la oportunidad
del lugar, en la exigencia del amor, sin escrú- |
pulos ni artificios. |
3 (83) |
SAN FELIPE NERI, |
fundador de la |
CONGREGACIÓN DEL ORATORIO |
POR LAS CALLES de Roma,
allá |
por el año 1590, se veía
pasar a |
aquel hombre lleno de
bondad, |
de frente clara, barba
frondosa, |
alto, desgarbado, que se
movía |
con amplios gestos y reía
y ha- |
blaba con todo el mundo.
Se llamaba Feli- |
pe Neri. Nada le agrada
tanto como decir |
una agudeza, mezcla
chispeante de inteli- |
gencia, picardía
bondadosa, conocimiento |
de los hombres y optimismo
cristiano, |
que provoca la risa a
quien le oye, pero |
que, a flor de un nivel
que parece simple- |
mente humano, siempre
ofrece una sim- |
pática lección de las
cosas del espíritu y |
un irresistible estímulo
para el bien obrar. |
A veces se diría que se
propone no decir |
nada en serio. Pero no es
más que una |
forma de ejercer la
humildad; humildad |
y desenvoltura, mezcladas
de gentileza, |
que atraen infaliblemente
a las almas. |
Camina por las calles, más
bien de |
prisa: siempre le aguarda,
más cerca o |
más lejos, un deber de
caridad, de celo |
apostólico. De todas
maneras, si encuen- |
tra a un conocido, no deja
de saludarle |
y, en la mayoría de las
ocasiones, se une |
a él, deteniéndose, si le
sobra tiempo, o |
arrastrándolo a paso
largo, y riendo, |
mientras dice algo que
pueda ser bene- |
ficioso para el
acompañante, difícilmente |
indemne a la observación
del padre Feli- |
pe, que se fija en todo y
habla y mira al |
interlocutor, no se sabe
si en broma o |
leyendo en el alma lo que
Dios le revela. |
ALGO MÁS QUE "DON DE
GENTES" |
Siempre descubre algo de
que reírse y |
algo bueno que decir:
envuelve las sen- |
tencias serias con una
sonrisa y, cuando |
reprende, parece que
acaricia el corazón; |
pero no le gustan las
dulzonerías pseudo- |
piadosas. Es compasivo,
humano; sonríe |
siempre y, sin dejar de
hacerlo, alienta y |
empuja a todos en el
cumplimiento sen- |
cillo y abnegado del deber
de cada día y |
de cada instante. |
Tiene muchos adeptos,
porque todos |
4 (84) |
quieren ser amigos suyos.
Sus discípulos |
forman una alegre brigata,
que todos |
conocen en Roma. Diríase
que en ella |
solamente se busca el
jolgorio, y no pasa |
día sin que el padre
Felipe gaste una |
broma a alguien, o a
varios de los que |
se le acercan. Su continua
hilaridad de |
espíritu es comunicativa,
y el sentido |
del humor del cual nunca
se desprende, |
es el punto de confluencia
de la ternura |
con la ironía, del consejo
moral y de la |
broma, la encrucijada en
que, la libertad |
del espíritu cristiano,
estalla en alegría |
clara y limpia. |
UN MÍSTICO |
QUE NO LO PARECE |
Sin embargo, al mismo
tiempo, este |
personaje tan curioso y
tan desconcer- |
tante, es un hombre de
maravillosa |
pureza de espíritu y un
gran místico, a |
quien el cielo colma de
gracias visibles |
y de carismas
espirituales. Cuéntase que, |
el mismo Jesucristo, lo ha
marcado con |
una señal, en un
misterioso cara a cara |
del cual Felipe no habla
jamás; se dice |
que, en uno de sus largos
ratos de ora- |
ción, fue tal la
vehemencia de sus sus- |
piros, que se sentía
morir; sobre todo |
cuando, aun antes de ser
sacerdote, en |
vísperas de la fiesta del
Espíritu Santo, |
vio descender un globo de
fuego que le |
entró en el corazón,
hinchándolo hasta |
arquearle las costillas,
que cedieron a la |
turgencia milagrosa del
órgano dilatado, |
incapaz de contener la
inmensidad de su |
amor sobrenatural. La
dulce angustia de |
aquel momento pasará, pero
ya para |
siempre sentirá un calor
sobrenatural y |
unas palpitaciones
anunciadoras de los |
éxtasis que lucha por
evitar y que aca- |
barán por obligarle a
decir misa en su |
habitación, porque ya le
es imposible |
celebrarla sin esos
arrobamientos habi- |
tuales, que le confunden y
que, ni las |
bromas ni las agudezas, de
que es pro- |
digo su hablar, son
capaces de disimu- |
5 (85) |
lar mientras mezcla sus
sonrisas con |
lágrimas... |
APÓSTOL |
SIN MÉTODO |
Su deseo de hacer el bien,
no tiene |
límites, ni pretende fines
especiales, |
con tal que puedan
inscribirse en la |
órbita inmensa de la
caridad. No |
pretende apoyarse, ni
establecer una |
espiritualidad propia;
pero los que se |
acercan a él y siguen sus
consejos, se |
dan cuenta cómo se les
simplifica la |
vida espiritual, que cada
vez se parece |
más a la de los cristianos
de la primera |
generación de la Iglesia.
No inventa |
métodos, ni le preocupa
demasiado la |
organización, ni confía
mucho en los |
sistemas. Dice siempre
que, si le dejan |
tiempo para orar, no le
preocupa ni le |
asusta nada y se siente
con fuerzas |
para todo. Vive en una
época agitada, |
convulsa, cuando el
protestantismo |
ha causado profundas
heridas en el |
cuerpo de la Iglesia. No
faltan los que |
se preocupan organizando,
estudiando, |
planeando obras y
emprendiendo san- |
tas batallas para el
triunfo del bien: él |
aplaude y hasta ayuda
generosamente |
todas estas empresas; sin
embargo |
se apoya y confía en
motivos todavía |
más sobrenaturales y, por
lo tanto, |
más sencillos, más
universales, más |
duraderos. Oración,
sacramentos, li- |
turgia, caridad: eso es
todo y todo está |
en eso. |
CAMBLA A LOS HOMBRES |
Y CAMBIA ROMA |
Respeta la fisonomía
espiritual de |
cada alma, y conduce a
cada una según |
el particular modo de ser
de ella y lo |
especial que Dios le pide.
Acuden a |
su confesonario y recogen
lecciones |
santas, más bien breves;
pero siempre |
certeras, que les orientan
hacia el |
trato con Dios, por la
oración y los |
sacramentos, y al
ejercicio vital de la |
caridad. Y todo con
sinceridad, con |
alegría, con sencillez y
constancia que, |
poco a poco, transforma la
vida de la |
ciudad de Roma, porque
acuden a sus |
plantas los pobres y los
ricos, loa sen- |
cillos y los sabios, los
empleados, los |
criados, los médicos, los
hombres de |
leyes, los sacerdotes y
religiosos, los |
obispos, los cardenales y
el mismo |
Papa, en demanda de
oraciones y de |
luz. A veces no es preciso
que los |
penitentes abran su
corazón: el padre |
Felipe les adivina los
pecados, espe- |
cialmente aquellos que no
dirían o |
que se olvidaban... Si el
penitente le |
pregunta cómo ha podido
conocer las |
faltas y el estado del
alma, el padre |
Felipe responde con una
clara sonrisa |
y dice: «por el color de
tu pelo» y, |
dándole un tirón de
orejas, que sabe |
más a caricia que a
reprensión, le im- |
pone la penitencia y le
despide. |
Así era ese Felipe Neri,
que Floren- |
cia había visto nacer en
1515 ―año |
fasto en que santa Teresa
también ha- |
bía venido al mundo en
Ávila―, de una |
familia de la burguesía,
lindando con |
la nobleza, pero pobre;
que de pe- |
queño se había mostrado
tan encan- |
tador, hasta merecer el
sobrenombre |
de "Pippo buono"
―el buen Feli- |
pín―, y que a los
diecisiete años, en |
lugar de aprender los
secretos del |
negocio, junto a uno de
sus tíos, se |
había entregado
súbitamente al servi- |
cio de Cristo. |
COMENZÓ COMO |
APÓSTOL SEGLAR |
Durante años, viviendo a
la buena de |
Dios, durmiendo en los
pórticos de las |
iglesias si, después de
larga oración, |
6 (86) |
se le echaba encima la
poche, o en su |
cuarto pobrísimo y
limpísimo, que un |
amigo florentino le cedía
a cambio de |
cuidar de la instrucción
de sus hijos, |
había sido el joven Felipe
en Roma, |
uno de aquellos apóstoles
seglares, |
testimonios sencillos de
la palabra de |
Cristo, inconcebibles hoy
día, pero no |
tan extraños en aquellos
tiempos y en |
aquella Roma. En todos los
barrios, |
aun en los de peor fama,
predicaba al |
aire libre, a un auditorio
benévolo, y |
alcanzaba sorprendentes
conversio- |
nes. Hacía excursiones por
la campiña |
que rodea la Ciudad Santa
y se dete- |
nía largamente en los
lugares que fa- |
vorecían la oración, por
la vía Apia, o |
emprendía el peregrinaje a
las "siete |
iglesias", las más
santas y célebres |
basílicas de la ciudad. |
La Cofradía de la Caridad,
que en- |
tonces contaba con
miembros de todas |
las clases sociales, no
tenía servidor |
más abnegado, que este
raro seglar de |
labios llenos de Dios,
dispuesto siem- |
pre a ofrecerse al
prójimo. |
Poco a poco se constituye,
en torno |
suyo, un grupo de fieles,
reclutado |
entre aquellas gentes que
interpelaba |
por las calles, con el
grito famoso: «Y |
bien hermano, ¿no es hoy
que nos |
disponemos a practicar el
bien?» Es |
curioso ver cómo vivía
entregado total- |
mente a Dios, pero no se
le ocurría ha- |
cerse sacerdote, por más
que había |
seguido los estudios de
filosofía y de |
teología. Había estudiado
para mejor |
conocer a Dios, y poder
amarle más |
y poder hablar de él en
todo lugar y |
ocasión, sin embargo se
gozaba en su |
condición de seglar, que
le permitía |
penetrar en todas partes
donde se pu- |
diera hacer el bien,
llevando la luz de |
la verdad y el calor del
amor cristiano: |
calles, plazas, tiendas,
bancos, amigos |
por todos los sitios, a
los que el sa- |
cerdote habría retraído,
pero que, en |
cambio, recibían con
simpatía las pa- |
labras de Felipe y hasta
le seguían en |
sus buenas obras. |
EL PRINCIPIO |
DEL ORATORIO |
No obstante, el sacerdote
que le |
confesaba, Persiano Rosa,
mitad padre |
espiritual y mitad
compañero de sus |
hazañas, le convenció,
finalmente, de |
que su total consagración
al bien de |
las almas resultaría
híbrida sin el |
sacerdocio y, puesto que
preparación |
no le faltaba, en poco
tiempo se dispu- |
so para recibir las
órdenes sagradas. |
Tenía entonces, san
Felipe, treinta y |
cinco años. En su cuarto
de "san Giro- |
lamo della Caritá",
cuya iglesia servía |
junto con otros
sacerdotes, se reunían |
algunos de sus discípulos,
sin aire |
formal alguno para tratar
de las cosas |
de Dios, tomando tal vez,
al comenzar, |
un pasaje de un buen libro
y lanzán- |
dose en seguida al
comentario familiar |
y espontáneo, en el que
participan |
todos, si bien al
terminar, el padre |
Felipe resume y, si es
preciso, corrige |
y puntualiza en pocas
palabras lo más |
importante. |
Pronto el cuarto del Santo
fue inca- |
paz y se le unió la
habitación contigua; |
pero ni aun con el derribo
de un tabi- |
que se resolvía la
angostura del lugar, |
por lo cual tuvieron que
invadir el |
desván de la iglesia, al
que llamaron el |
Oratorio, porque era menos
que iglesia |
y más que cuarto... Allí,
mayor núme- |
ro de asistentes, pueden
participar en |
las reuniones, que
continúan conser- |
vando las mismas
características con |
que se iniciaron y
terminan con un |
poco de oración en común.
Más ade- |
lante se pasa a la
iglesia, buscando |
7 (87) |
un espacio mayor, sin
embargo sigue |
llamándose el Oratorio, no
ya por |
razón del lugar, sino de
las prácticas |
que integran las
originales reuniones. |
Los que a ellas asisten
son los hijos |
espirituales del padre
Felipe, los del |
Oratorio. Aun así siguen
los seglares |
participando en los
comentarios, que |
versan sobre la vida de
Cristo y de los |
Santos más imitables y
sobre la histo- |
ria de la Iglesia, en
especial de los |
primeros tiempos, sobre
las virtudes |
cristianas, y cabe también
la música, |
de la que Felipe es un
enamorado ori- |
ginal y exigente: no
quiere que siga la |
costumbre de cantar
melodías dulzo- |
nas y afeminadas en la
iglesia, aunque |
tal fuera el estilo de
entonces, y encar- |
ga a alguno de sus hijos
espirituales, |
que son músicos, la
composición de |
melodías en las que se
emparejen la |
unción religiosa, con la
sencillez y la |
dignidad artística. Esos
músicos son |
Palestrina, Aminucia,
Soto... Para oca- |
siones especiales, les
encarga composi- |
ciones más largas, pero no
tanto que su |
ejecución dure más de una
hora, en las |
que se glosa un paisaje
bíblico, o se |
escenifica un misterio
cristiano, dando |
lugar a las piezas
musicales conocidas |
con el nombre de
Oratorios, que luego |
cultivarán otros músicos,
también fa- |
mosos, como Bach, Haendel,
Perosi... |
CRECIMIENTO Y PRUEBAS |
Aquellas peregrinaciones y
visitas a |
lugares sagrados que, de
seglar, reali- |
zaba él solo, ahora las
repite acompa- |
ñado de esa pléyade de
asistentes al |
Oratorio, cada vez más
numerosos. |
No falta quien tilde a
Felipe de in- |
novador y que sospeche de
sus buenas |
intenciones; otros le
censuran porque |
prescinde de ciertos
formalismos tra- |
dicionales que considera
inactuales y |
accidentales y, por ello,
un obstáculo |
para su labor apostólica.
En especial le |
echan en cara el que
admita a seglares |
en los sermones que se
hacen en la |
iglesia, durante el
Oratorio: él contesta |
que está siempre presente
para evitar |
que se desvíe la sana
doctrina y para |
corregir si se errara, aun
cuando cuida |
que los que hablan no lo
hagan sin |
preparación, cuando no se
limitan a in- |
terrogar para aprender,
sino que expo- |
nen algún punto razonado
de doctrina |
o de la vida de Cristo y
de la Iglesia; |
dice que así la gente
entiende más, en |
especial si se evita que
los sermones |
sean demasiado largos,
para lo cual él |
ha decidido que los que se
predican |
allí tengan una cuarta
parte de la ex- |
tensión que habitualmente
se les con- |
cede en otros lugares. Las
acusaciones |
llegan al mismo Papa, por
boca de es- |
píritus mezquinos y
envidiosos se le |
presenta a Felipe una
dolorosa prueba, |
que supera con la gracia
de Dios, y que |
sirve para que pronto su
Obra prospe- |
re y acoja a muchas más
almas, hasta |
convertirse en el medio
principal que |
tiene la Providencia para
restaurar las |
costumbres y devolver el
esplendor de |
la virtud eclesiástica a
la corrompida |
sociedad romana de
aquellos tiempos. |
Obrando así, ¿pensaba
Felipe Neri |
crear una Orden?
Ciertamente no, y |
se habría sorprendido si
le hubiesen |
dicho que, sin saberlo,
fundaba una. |
Incluso hubiese
respondido, con su ri- |
sa abierta, que ya había
bastante con |
las antiguas, que estaban
en trance de |
reformarse, y con todas
las que habían |
sido creadas en los
últimos treinta |
años: los Teatinos, los
Barnabitas... y |
los Oblatos de Monseñor
Carlos Borro- |
meo, sin olvidar los más
activos de to- |
dos, los del padre
Ignacio, a los que su |
nuevo General conducía a
la gloria... |
No había necesidad de una
nueva Con- |
8 (88) |
gregación. Y, aunque no lo
había pre- |
tendido, tal va a ser el
resultado del |
espontáneo esfuerzo del
buen Santo. |
CONSOLIDACIÓN |
Entre todos los que
cotidianamente |
participan en los
ejercicios del Orato- |
rio, ha nacido una
hermandad. Algunos |
toman en ella un papel
relevante: el |
sastrecillo florentino
Parigi, que sirve |
durante treinta años a
Felipe en san |
Jerónimo; el antiguo
comerciante Cac- |
ciaguerra, que se ha
convertido en un |
místico exaltado; el
elegante Tarugi, |
camarero secreto del Papa
a quien sus |
bellas vestiduras de
terciopelo no le |
impiden mezclarse con la
fiel brigata; |
el rústico estudiante de
los Abruzzi, |
Baronio, que será cardenal
y un gran |
investigador. |
Desde ahora, el Oratorio
celebra sus |
reuniones en la nueva
iglesia, más vas- |
ta, de santa Maria in
Vallicella, y mul- |
titudes enteras solicitan
tomar parte en |
ellas. Pero el grupo que
dirige todo eso |
sigue siendo pequeño,
acaso no llegue |
a quince personas. Cierto
que, en otras |
partes, a pesar de las
dudas y resisten- |
cias del Santo, surgen
imitaciones de |
su apostolado. No
obstante, el sigue sin |
preocuparse de
organizarlo, confiando |
más en la espontaneidad
progresiva de |
los sucesos, impulsados
por el celo y |
la rectitud de intención,
que por el |
compromiso de las leyes.
Hasta 1575, |
por orden expresa del
Papa, no acepta |
Felipe que jurídicamente
su libre mo- |
vimiento se convierta en
una nueva |
Congregación. Pero será
una Congre- |
gación muy singular cuyos
miembros, |
sometidos a una regla
simple, vivirán |
en unión de plegaria y de
acción, don- |
de la observancia se
regiría más por |
al amor a la Casa y a los
hermanos que |
por una reglamentación
rígida. |
INFLUJO DEL ORATORIO |
Y con todo, este primer
Oratorio, |
tan original, tan poco
organizado, ejer- |
cerá una influencia
considerable y for- |
mará al servicio de la
Iglesia un grupo |
de selección para las
grandes luchas |
de su tiempo. La idea
proliferará, más |
que la institución misma:
tanto irra- |
diaba de ella el poder
espiritual. En el |
siguiente siglo la
recogerá en Francia |
el cardenal de Bérule,
para formar un |
Oratorio poderoso, sólido,
muy distin- |
to en sus apariencias,
pero muy próxi- |
mo en el espíritu, al del
sublime vaga- |
bundo de las calles de
Roma. En su |
tiempo y en su país, el
ejemplo del |
Oratorio actuó sobre el
clero: a esta |
«escuela de santidad y
alegría cristia- |
na», los clérigos de
Italia deben quizá |
ciertos rasgos
característicos de genti- |
leza y simplicidad que aún
conservan. |
En cuanto al Santo
fundador, reclui- |
do en su celda por la
enfermedad y la |
vejez, tendrá un fin digno
de su vida. |
Flaco, vuelto semejante a
un bello cirio |
o a un pergamino gastado,
estará siem- |
pre y hasta el fin,
abrasado por la mis- |
ma fiebre gozosa, por la
misma llama |
sobrenatural. A todos los
que acuden a |
visitarle, repetirá
incansablemente el |
precepto que ha hecho suyo
desde su |
adolescencia: «Vivir
siempre en Dios |
y morir a sí mismo...»
Después, en el |
momento que los médicos,
solemnes, |
anunciarán que su salud es
perfecta, y |
que octogenario, llegará a
nonagena- |
rio, un día, como si fuera
su última |
jugarreta, dulcemente
descansará en el |
Señor mientras ante los
escasos testi- |
gos de su tránsito, alza,
para bendecir, |
una mano muy pálida, y un
murmullo, |
apenas perceptible, fluye
de sus labios. |
Era la Festividad del
Corpus, el 26 de |
mayo de 1595. |
Daniel Rops, |
de la Academia Francesa |
9 (89) |
LA ORIGINALIDAD DEL
ORATORIO |
PODRÍAMOS afirmar muy bien |
que, la primera
originalidad |
del Oratorio, es
precisamente |
la de haberse iniciado sin |
intentar nada de lo que
ha- |
bitualmente se entiende
como una |
"fundación", San
Felipe ni siquiera |
había imaginado hacerse
sacerdote y, |
muy pasados los treinta
años, recibi- |
das ya las órdenes
sagradas, tampoco |
se puso a pensar, ni
remotamente, en |
entrar ni crear ninguna
orden o con- |
gregación, ni nada que se
le asemejase. |
De lo único que no cabe
duda alguna |
es de la sinceridad y
autenticidad de |
su cristianismo, asumido
en la cumbre |
de su adolescencia, una
vez abando- |
nada la oportunidad de
heredar a |
unos tíos suyos,
establecidos al sur de |
Roma, cerca de
Montecassino, en el |
reino de Nápoles. Y, como
hay que |
tener en cuenta la huella
de los do- |
minicos de san Marcos de
Florencia, |
inseparable del recuerdo y
de la sim- |
patía por Savonarola,
habrá que supo- |
ner que algún influjo
ejercerían en su |
espíritu y, tal vez, en la
orientación |
definitiva de su vida, los
monjes be- |
nedictinos de Montecassino
cuyo mo- |
nasterio, seguramente,
visitó más de |
una vez. Por lo demás,
todas las apa- |
riencias de su
comportamiento, desde |
que dejó a sus tíos y, al
regresar pre- |
sumiblemente hacia
Toscana, se detu- |
vo ―¡para
siempre!― en Roma, no nos |
permiten más que suponer
que su en- |
trega al apostolado, a la
piedad y vida |
de oración y a la Iglesia,
la concebía |
y practicaba al margen de
fórmulas o |
disciplinas u
organizaciones estableci- |
das o por establecer. |
El mismo hecho de
detenerse en |
Roma, sin proseguir el
camino de re- |
greso a Florencia, hay que
tomarlo |
como un hecho de
inspiración espon- |
tánea. |
Era un florentino |
Como de Florencia la
libertad, de |
la Roma de entonces podía
predicarse |
el poder. Florencia no
había sido po- |
derosa, a pesar de sus
talentos políti- |
cos, aunque si se había
hecho respetar |
al demostrar con sangre y
heroísmo |
cómo estimaba ella sus
derechos y |
10 (90) |
sus libertades. Roma, en
cambio, |
si era poderosa e
influyente ―a |
veces, también,
desafortunada- |
mente influida...―,
y acudían a |
ella, cuando no los mismos
re- |
yes y emperadores, por lo
me- |
nos sus embajadas,
presumiendo |
de cristianismo y
buscando, a tra- |
vés de mil manejos
diplomáticos |
a base de promesas o
presiones, |
o incluso amenazas y
guerras, |
una patente de
"cristianismo" |
que avalara la fe
blasonada, co- |
mo resorte político para
planes |
de dominio. Esta Roma,
conver- |
gencia de la política
europea, no |
podía interesar a san
Felipe que, |
como buen florentino,
contem- |
plaba como una grandeza
hinchada. |
Antes que escenario de
esta farragosa |
apariencia, Roma era y
debía ser el |
corazón de la Iglesia. |
Por otra parte, como
florentino sa- |
bía que su ciudad había
padecido |
mucho de la política de
los extraños, |
en el vaivén de las
rivalidades hege- |
mónicas europeas
―principalmente |
entre franceses y
españoles―, con en |
[foto: CARLO MARAFTA,
Palazzo Pitti, Firenze] |
medio el Papado, en
realidad a merced |
de soberanos políticos
"demasiado" |
cristianos. (Los restos de
pompa que |
todavía pueden
disgustarnos en el |
aparato de las ceremonias
papales, |
son el remanente del
contagio de las |
vanidades cortesanas
introducidas por |
el influjo de los reyes y
emperadores |
de entonces, cuando Papas,
cardenales |
y obispos eran hechura del
poder |
11 (91) |
político de turno que, en
cada lugar, |
"protegía" a la
Iglesia, y que no se |
hacía más conforme al
ideal de |
Cristo, sino que
presionaba todo lo |
posible para conformar la
Iglesia |
al poder político que les
convenía, |
haciéndola dócil, útil a
sus miras |
de oportunidad terrena;
daban o |
reconocían a la Iglesia un
"poder" |
para inmediatamente
domesticarlo |
y someterlo al suyo propio
de 90- |
beranos temporales). |
El sentido de la libertad |
Nada amaban tanto los
florenti- |
nos como la libertad. En
esta liber- |
tad habían creado obras
imperece- |
deras sus artistas,
escrito sus libros |
los literatos y progresado
artesanos |
y comerciantes, celosos
todos de la |
independencia de su
ciudad, culta, |
hermosa, laboriosa: tal
vez por ello, |
precisamente, envidiada,
luego so- |
metida y hasta depredada
por los |
que gastaban más en armas
que en |
libros, en vicios que en
cultivo de |
la belleza, o dados al
expolio más |
que a la laboriosa
creación. Y es |
que, después del esplendor
de la |
antigua Grecia clásica,
todavía no |
había ni ha habido ninguna
otra |
ciudad o pueblo de mayores
glorias |
literarias o de las artes
plásticas, |
ni de más agudas
intuiciones cien- |
tíficas, que los que
produjo, albergó |
y propagó la Florencia del
Renaci- |
miento. Allí la libertad
era creado- |
ra. Hombres eminentes,
artistas |
completos, nacidos o
criados en su |
cerco, educados por sus
maestros, |
pudieron asombrar al
mundo, y |
todavía no han sido
superados. |
Ningún escritor ni poeta
ha iguala- |
do a Dante; ningún
arquitecto, |
ningún escultor a Miguel
Ángel; |
ningún ceramista a los
Luca de la |
Robbia; ningún metalista
los bron- |
ces de Ghiberti o de
Donatello; nin- |
gún estilista el
'campanile' soberbio |
e ingrávido de Giotto; ni
los éxtasis |
luminosos de Fra Angelico
sobre |
las paredes del convento
de san |
Marcos... |
Todos ellos, y más, fueron
crea- |
dores porque eran libres.
Roma |
podía comprar arte, el
arte de log |
florentinos; pero no supo
crear el |
propio, como los
florentinos. Los |
florentinos embellecieron
Roma, |
sin empobrecerse ellos
mismos. |
La libertad |
de la pobreza |
La pobreza, como virtud
cristia- |
na, no es carencia ni
miseria, sino |
más bien selección. Gaudí
había |
dicho que la elegancia
solamente |
lo es cuando surge de la
pobreza; |
no del empacho de la
ostentación. |
Humanamente es pobre el
que ca- |
rece de lo necesario; pero
cristiana- |
mente es pobre el que sabe
prescin- |
dir, a tiempo y sin
tristeza, de lo |
innecesario que estorba al
espíritu, |
que empaña la
transparencia de lo |
auténtico. |
12 (92) |
San Felipe amó la pobreza
y la |
quiso para los suyos. La
ausencia |
de apoyos o de métodos, la
falta de |
organización, la aparente
imprevi- |
sión, no era en él
descuido o deja- |
dez perezosa que busca
farisaica |
justificación de pretextos
evangéli- |
cos, sino la consecuencia
de su con- |
fianza en lo único que
tiene algún |
valor, y por lo único que
merece |
descargarse de otras
preocupacio- |
nes que harían gravoso el
andar, |
que acortarían el vuelo de
los ide- |
ales, que convertirían en
humanas |
solamente, las empresas y
los pro- |
pósitos de bien que han de
ser cris- |
tianos. |
Pasó su juventud de seglar
en |
Roma, trabajando para
sostenerse, |
y no más; estudiando las
verdades |
sobre Dios; haciendo el
bien a todos |
sin llamar la atención de
nadie. Sin |
yugos, sin divisas, sin
compromi- |
sos, sin votos. |
Y seguiría siendo siempre
seglar, |
hasta más allá de los
treinta años, |
muy bien cumplidos. Ni
sacerdote, |
ni fraile, ni servidor de
prelados, |
ni secretario de
políticos. Ni "colo- |
cado", ni
recomendado, ni aprove- |
chado... como tantos que
pululaban |
en busca de medros,
prebendas o |
vida honorable y fácil.
Libre, sola- |
mente libre para hacer el
bien. |
Esta libertad para la
virtud la |
dejará como una tradición
irrenun- |
ciable a sus discípulos,
que nunca |
harán voto alguno y que, a
pesar |
de esa insólita
singularidad en cual- |
quier instituto de vida
evangélica, |
la Iglesia reconocerá y
protegerá, y |
luego otros imitarán. |
¿Por qué Roma? |
¿Por qué, de regreso de
san Ger- |
mán, donde dejaba un buen
porve- |
nir y una herencia, san
Felipe no |
siguió hasta Florencia, y
se detuvo |
en Roma? |
A pesar de todo, Roma era
el |
corazón de la Iglesia, y
ni todo en |
ella reflejaba tanta
corrupción co- |
mo había denunciado Lutero
y |
otros ‘novadores'. Y, en
todo caso, |
el mal de lo que se ama no
se cura |
abandonándolo. Hay una
presencia |
de amor, que está ahí
porque siem- |
pre espera, porque aguarda
el re- |
medio. Esa fe, cuando es
pura, |
personalmente
desinteresada, nun- |
ca sufre decepción. San
Felipe era |
un joven, un hombre de fe
que, con |
su corazón florentino,
amaba Roma |
por lo bueno que tenía,
que tuvo |
y que le faltaba por
tener. El quiso |
ser cristiano allí, donde
mártires y |
santos de siglos atrás
habían santi- |
ficado lo que la reciente
pompa se- |
cular profanaba. Él sería
cristiano |
allí, en Roma. |
Nunca más abandonó Roma. |
Cuando años adelante se
llegaría a |
la fundación del Oratorio,
éste ad- |
quiriría un carácter
marcadamente |
ciudadano, de modo que, al
estable- |
cerse el Oratorio en otras
ciudades, |
y a pesar de mantener
entre las |
13 (93) |
diversas casas ―o
"congregacio- |
nes"―
relaciones fraternas, cada |
una de ellas llegaría a
una identifi- |
cación con el lugar de
radicación, |
favorecida por la
autonomía y por |
la inmutada adscripción y
perma- |
nencia de los miembros que
inte- |
gran cada una de tales
comunidades |
autónomas. El Oratorio
sería, en |
cada lugar, una
institución ciuda- |
dana. Ello no como efecto
de crite- |
rios de dispersión
atomizante, sino |
para mejor y más generosa
colabo- |
ración, aportando su
especificidad a |
la tarea más amplia y
genérica de |
cada diócesis, en cuyo
marco se |
desenvuelve, y bajo la
garantía de |
ser un instituto
reconocido de "De- |
recho pontificio",
por la especial |
protección y vigilancia
que la Santa |
Sede ejerce sobre todo el
instituto, |
que adquiere, en conjunto,
la forma |
de una confederación de
casas au- |
tónomas. Cada ciudad es
otra Roma |
para los oratorianos que
en ella se |
hubieren establecido. |
Lo universal |
en san Felipe |
Apologizando su
florentinidad, |
insistiendo en su inmutada
perma- |
nencia romana, podría
parecer re- |
cortado el impulso
"católico", uni- |
versalizante que debe
acompañar |
todo auténtico
cristianismo, y, por |
lo tanto, el de nuestro
Santo. |
Pero cuando los remedios a
los |
males de la Iglesia se
buscaban en |
fórmulas de gran amplitud
táctica, |
la posición de Felipe,
frente a la |
Iglesia de su tiempo,
aparece, sin |
haberlo él pretendido como
una |
lección peculiarísima de
entender |
lo universal. Precisamente
uno de |
los males que entonces
aquejaban |
a la organización eclesial
era la |
excesiva confianza en los
apoyos y |
la efectividad terrena,
que sabemos |
siempre ambigua desde una
óptica |
evangélica. Felipe supo
conjugar lo |
que parecía opuesto, no
por tole- |
rancia táctica y recíproca
de crite- |
rios diferentes, de
espiritualidades |
diversas, sino como una
comple- |
mentariedad enriquecedora:
preci- |
samente porque nunca
renunció a |
su genuina florentinidad,
a su espí- |
ritu libre y democrático,
a su no |
rebuscado talante de buen
artista, |
a su agudo y benigno
realismo his- |
tórico, a la inteligente
ironía ante |
cualquier imperialismo, y
contri- |
buyó a restituir a la Roma
renacen- |
tista, el buen gusto de
las esencias |
cristianas, guardadas en
la palabra |
de Dios, en la necesidad
de abrirse |
libremente a la oración,
en el bien |
obrar frente a todas las
necesidades |
de los pobres o de los
ignorantes. |
Y supo poner en todo ello
la nece- |
saria sencillez y hasta la
elegancia |
y la simplicidad sincera,
culta y |
alegre de buen florentino,
muy en |
contraste con el énfasis
de cual- |
quier centralismo
sostenido por |
artificialidades o
imposiciones pre- |
carias. |
14 (94) |
Los romanos de noble
corazón le |
comprendieron y aceptaron
el men- |
saje de su vida; sin
pretender ser |
maestro de nadie, sin
publicar nin- |
gún método apostólico o
ascético |
especial, hizo escuela, y
la denomi- |
nación misma "del
Oratorio" devi- |
no el símbolo de una
manera libre |
pero fiel y perseverante
de dedicar- |
se a Dios sin dejar los
propios pues- |
tos, impregnando de
simpatía todo |
el gozo espiritual de ser
enamora- |
dos del Evangelio. Si
bien, inevita- |
blemente, antes de
alcanzar esta |
estilización del ser y el
hacer del |
Oratorio, pasó una larga
época emi- |
nentemente personal, en la
que san |
Felipe lo era todo, en la
iniciativa, |
en la dirección
espiritual, en el |
apostolado, en la escuela
de la ora- |
ción, y el cuarto de san
Felipe pri- |
mero, y la casa del
Oratorio des- |
pués, se convertían en
punto diario |
y constante de encuentro
entre "el |
Padre" y su creciente
discipulado. |
Tanto que, al fin, Roma
cambió la |
imagen de ciudad
profanizada a |
ciudad piadosa, donde
tenían menos |
que encontrar los
ambiciosos de |
prelaturas o los emisarios
de tempo- |
ralidades. Por eso san
Felipe, des- |
pués de su muerte, fue
proclamado |
patrón de la ciudad, y
sigue siéndolo |
con san Pedro y san Pablo,
los após- |
toles universales por
excelencia. |
No fue un subversivo |
No fue un subversivo en el
senti- |
do irracional que se puede
dar a |
ese concepto. Pero, desde
luego, su |
modo de hacer y entender
la vida |
cristiana se separaba y
contrastaba |
con el modo de entender el
cristia- |
nismo gran cantidad de
personas |
tenidas por fieles y hasta
por re- |
verenciables. El conservó,
toda la |
vida, algo más que
simpatía por |
aquel fraile de san
Marcos, de Flo- |
rencia, Jerónimo
Savonarola, que |
CONFERENCIA |
PARA LOS AMIGOS DEL
ORATORIO |
SAN FELIPE: SU ESPIRITU,
SU OBRA |
Por el P. Ramón Mas |
LUNES, 23 DE MAYO, A LAS
8,30 DE LA TARDE, |
EN LA SALA DEL ORATORIO
SECULAR |
15 (95) |
veneró siempre como a un
santo |
Savonarola, que no era
florentino |
de nacimiento, supo
comprender |
y amar el valor y las
virtudes de |
aquellos ciudadanos, y sí
fue una |
fuerte y terrible protesta
contra la |
opresión e inmoralidad
extraña. |
San Felipe no tenía el
temperamen- |
to de Savonarola, pero
admiraba su |
gesto y su muerte. La
situación, en |
Roma, para Felipe, era
distinta de |
la de Savonarola en
Florencia, si |
bien la coincidencia
resultaba de |
que ambos, cada uno en su
lugar, |
llegaban de otra parte.
Sin embargo |
se sentían comprometidos a
procla- |
mar y a hacer un bien a la
ciudad |
adoptada. Ese compromiso
de bien |
les daba ciudadanía y más
cuando |
era la fe la raíz del
impulso que les |
movía. |
No todo fue fácil en san
Felipe, |
pero nada le hizo
modificar sus |
propósitos. Al final, la
fundación |
de la Congregación del
Oratorio fue |
el resultado de una
imposición del |
Papa, Gregorio XIII, mejor
conven- |
cido que sus predecesores,
de la |
bondad y oportunidad de la
obra |
del Santo, y decidió la
"fundación" |
para que ya nadie más le
acusara |
de franco-tirador
apostólico, ni le |
fuera con denuncias de
supuestas |
clandestinidades o de
falsedades |
calumniosas, o como dejado
de la |
mano de la disciplina
eclesiástica, |
de la que se mostraban tan
celosos |
los que confundían la
misión de la |
Iglesia tomándola como un
imperio |
paralelo al temporal,
burocratiza- |
do, administrado,
controlado, como |
"los reinos de este
mundo". |
El crecimiento |
del Oratorio |
Una breve observación a lo
que |
podría llamarse la
expansión del |
Oratorio, suministra datos
que con- |
firman su originalidad,
mejor que |
disquisiciones ascéticas o
jurídicas. |
Es cierto que san Felipe
no se |
detuvo excesivamente a dar
impor- |
tancia o a dramatizar
sobre las di- |
ficultades, acusaciones y
persecu- |
ciones que hubo de padecer
de |
parte de los malévolos e
influyentes |
que querían acabar con él
y con su |
obra: llegó a tener que
comparecer |
ante el cardenal-vicario
del papa |
Pío V, y soportar la falsa
acusación |
de personalismo y
soberbia: se le |
reconocía que hacía el
bien, pero |
movido «por la ambición
personal |
y la soberbia propia», se
le dijo. |
Llegó a estar suspendido,
sin poder |
celebrar Misa, sin poder
reunirse |
con sus discípulos... |
Pero esto pasó al fin.
Aprobada |
y "legalizada"
por Gregorio XIII su |
obra, tras la
consolidación vino el |
interés de algunos en
imitarla en |
otras partes. San Felipe
no se opuso, |
pero con la salvedad, como
princi- |
pio, de que cada nuevo
Oratorio |
conservara su
independencia, lo |
mismo que ocurre con los
hijos de |
una familia cuando dejan
el hogar |
16 (96) |
paterno para constituir el
nuevo |
hogar propio y una nueva
familia: |
sigue el afecto,
entrañable, pero |
cada cual es responsable
de su casa |
y en su casa. |
Esta actitud le costó
discusiones |
y diferencias con san
Carlos Borro- |
meo, que quería le cediera
un pe- |
queño equipo de
oratorianos para |
cierta reorganización del
clero mi- |
lanés. A san Felipe se la
hacía difí- |
cil contrariar a un
cardenal de tan |
reconocido celo y tanto
prestigio, |
pero, al fin no cedió y le
dijo que |
él mismo buscara entre los
sacerdo- |
tes diocesanos los que le
pudieran |
servir para aquel
propósito. San |
Carlos, no de muy buen
gusto, hizo |
la fundación similar a la
de Felipe, |
pero con una nota que la
diferen- |
ciaba y que san Felipe no
admitió |
para los suyos: la
estrecha depen- |
dencia diocesana de modo
que el |
Obispo era el superior de
la comu- |
nidad. Algo perfectamente
admi- |
sible, pero que no entraba
en la- |
mente de nuestro Santo. |
Más adelante, en Francia,
en |
tiempos de Enrique IV, el
cardenal |
De Bérule quiso imitar el
Oratorio |
de san Felipe. Los
oratorianos no |
opusieron ningún reparo,
ni hubo |
roce alguno con el
virtuoso carde- |
nal francés, que fundó una
Con- |
gregación llamada
igualmente "del |
Oratorio de san Felipe
Neri", aun- |
que limitada al territorio
galo. Esta |
congregación tiene una
historia |
llena de frutos para la
Iglesia y |
para la cultura francesa y
con ella |
siempre han existido
fraternales |
lazos de afecto y leal
colaboración. |
Extendido por el mundo, el
Ora- |
torio, se ha caracterizado
por el |
ensamblamiento que le une
a cada |
uno de los lugares de su
radicación. |
Los votos, la autonomía |
La Iglesia, como dice el
salmista |
«se adorna con la
variedad» y, en |
ella, el Oratorio, como
institución, |
representa algo muy
especial que |
deriva, inequívocamente de
crite- |
rios contra los cuales san
Felipe |
jamás cedió: especialmente
en rela- |
ción con los votos
religiosos y con |
la autonomía de las casas
o "con- |
gregaciones". Son
características a |
las que no han faltado
aplausos |
mientras otros, por otra
parte, no |
han acabado nunca de
comprender, |
en especial si han partido
de esque- |
mas mentales
estandarizados, sin |
regresar a las formas de
vida evan- |
gélicas apostólicas y si
se han pre- |
cipitado en la
generalización de |
métodos acreditados con
razón por |
su eficacia, en particular
después |
de la Compañía de Jesús,
fundada |
por san Ignacio de Loyola,
e imi- |
tada, en mayor o menor
escala y |
con mejor o peor acierto
por los |
fundadores posteriores a
este vasco |
insigne. La misma
formación semi- |
narística, aún reciente,
conservaba |
rasgos evidentes de la
imitación |
jesuítica. |
17 (97) |
El Oratorio es mucho menos |
importante, pero sin duda
radi- |
calmente diferente, y no
lo han |
comprendido los que se han
acer- |
cado a analizarlo con el
prejuicio |
de tipicidades en sí
mismas exce- |
lentes para lo que eran,
pero no |
absolutamente
generalizables y, por |
consiguiente, discordantes
con el |
estilo, modo de ser y
originalidad |
oratorianas. |
Lo curioso es que, sin
despreciar |
jamás los méritos insignes
de las |
grandes órdenes
religiosas, la Igle- |
sia, gobernada por el
Espíritu más |
que por los hombres, ha
querido |
reconocer obras y modos de
apos- |
tolado y santificación
que, con ve- |
nir en realidad de
bastante antiguo, |
luego resultan
concordantes y hasta |
modélicas para la praxis
cristiana |
contemporánea, para el
sacerdocio |
y para el apostolado que
ahora lla- |
mamos "nuevo". |
San Felipe no admitió
jamás, ni |
para si ni para los suyos,
que se |
emitiera voto alguno en su
Congre- |
gación. El que sienta
necesitar el |
medio de los votos para
mejor obe- |
decer o hacerse santo,
vaya donde |
con tanto mérito los
profesan; a él |
le bastaba la sinceridad
fluyente de |
la virtud continua y
libremente |
practicada. No más, no
menos. |
La autonomía que, hasta
antes |
de la existencia del
Oratorio, sólo |
se daba en la clausura
monástica, |
el Oratorio la recoge para
el apos- |
tolado ministerial y
abierto. En ca- |
da casa, como en los
monasterios |
benedictinos, o como en
las "pro- |
vincias" de las
órdenes o congrega- |
ciones centralizadas que
nosotros |
llamamos 'Prepósito",
o simplemen- |
te 'Padre') es,
jurídicamente, "supe- |
rior mayor", como el
provincial de |
una Orden o de una
Congregación |
religiosa, o como el Abad
de un |
monasterio. Una Delegación
de la |
Santa Sede controla
periódicamen- |
te las gestiones, de modo
parecido |
a como existe para toda
parcela |
autónoma de la Iglesia, y
de acuer- |
do con las leyes
canónicas. |
Las predilecciones |
Tal vez, como los hijos
pequeños |
de la grande e inmensa
familia |
eclesiástica, el Oratorio
haya sido |
favorecido, a través de
sus cuatro |
siglos de existencia, de
numerosas |
atenciones y de pruebas de
amor y |
confianza, que no habría
atinado a |
esperar. La historia del
conjunto |
de los Oratorios demuestra
que sí |
ha podido hacer algún bien
a la |
Iglesia, a veces
precisamente por el |
modo peculiar de su
originalidad. |
No nos sentimos inútiles,
ni mejores |
que otros, sino
simplemente gozo- |
sos. Lo poco que entre
todos hemos |
podido hacer en la
preparación y |
en el mismo reciente
Concilio res- |
pecto a ecumenismo y a
liturgia, |
ya nos confortaría. |
18 (98) |
Por otra parte, los
últimos Papas |
han sido buenos amigos y
protecto- |
res del Oratorio: Pío XII,
en su |
infancia monaguillo del
Oratorio |
romano, cuando era
sacerdote y |
trabajaba en la Secretaría
de Esta- |
do, gozaba, como en un
descanso |
espiritual, yendo todas
las semanas |
a ejercer algún día el
sagrado mi- |
nisterio junto a los
Padres romanos, |
en el Oratorio. Juan
XXIII, estu- |
dioso y devotísimo de
Baronio, |
primer discípulo de san
Felipe, era |
amigo entrañable del
cardenal Be- |
vilacqua, del Oratorio de
Brescia. |
Y, en Brescia, el joven
Montini, |
conducido por Bevilacqua,
se en- |
trenaba en el apostolado y
descu- |
bría su vocación
sacerdotal que le |
llevaría al Papado, desde
el cual, |
con frecuencia, reclama
cerca aque- |
llos oratorianos más
venerables, |
compañeros de juventud y
de sus |
empresas apostólicas
iniciadas en |
el bullicio de aquel
Oratorio lom- |
bardo, para revivir la
amistad, la |
sencillez de la compañía,
como |
pretexto para el consejo,
la refle- |
xión y las esperanzas,
ante el bien |
que sigue quedando por
hacer... |
El Oratorio es pequeño, en
la |
Iglesia; pero nació del
Espíritu que |
da originalidad a todo,
que enri- |
quece toda variedad, que
"sopla |
donde quiere". El
mismo Espíritu |
que se posesionó del
corazón de |
san Felipe, para la
verdad, para el |
bien, para la belleza,
para la ale- |
gría, para la libertad... |
RASGOS ESENCIALES DEL
ORATORIO |
―Prevalencia de la
caridad sobre la ley. |
―Espíritu de fe y
oración, y de caridad y servicio, estimulado |
y alimentado por el
estudio familiar de la Palabra de Dios y |
el trato espiritual. |
―La Eucaristía como
centro de toda la vida. |
―Dedicación al bien
y al progreso de la Iglesia, por la pecu- |
liar vinculación del
Espíritu a su misterio. |
―Entrega a la
Congregación, de sus miembros, por la libre |
voluntad de permanecer
siempre en ella hasta la muerte. |
Sin votos, juramentos o
promesas. Libertad que concuerde |
al máximo con el espíritu
del Evangelio. |
―Su fuerza, como en
las primeras comunidades cristianas, |
debe consistir más en el
mutuo conocimiento, en el respeto |
y en el verdadero amor a
la convivencia familiar, que en la |
multitud de miembros. |
(De las Constituciones) |
19 (99) |
EL DIA |
26 DE MAYO |
LA IGLESIA UNIVERSAL |
CELEBRA |
LA FIESTA DE |
SAN |
FELIPE |
NERI |
FUNDADOR |
DE LA CONGREGACION |
DEL ORATORIO |
LAUS |
Director: Ramon Mas
Casanelles - Edita o imprime Congregación del Oratorio |
Placeta de S. Felipe Neri,
1 - Apartado 182 - Albacete - D. L. AB 108/62 - 1.5.77 |
20 (100) |
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