Publicación mensual del Oratorio.
Núm. 154. DICIEMBRE. Año 1977
SUMARIO
NAVIDAD de novedades, Navidad de esperanzas y de
incertidumbres, de fugacidad del gozo para aden-
trarnos en la presentida austeridad invernal, más
rigurosa, nos aparece, este año, que otras veces. Navidad,
no obstante, que, como todas las Navidades, nos lleva a
acercarnos a los personajes de la primero de este mundo,
para mirarlos y aprender de ellos a entrar y seguir por los
caminos humildes que Dios depara a los que quiere más
puros para que vean mejor, desde la misteriosa sencillez
de lo más santo, la aparición y la presencia de Dios entre
los hombres.
LA TÚNICA
EMMANUEL
PRIMERA CONVERSIÓN DE NEWMAN
NO ERA INVIERNO TODAVÍA
AMBIGÜEDAD NAVIDEÑA
"Y LA PALABRA..."
PARA UNA NUEVA ECONOMÍA MUNDIAL
1 (161)
LA TÚNICA
(Canción navideña, traducida por su mismo
autor, el P. Jaume Garcia i Estragués, C. O.)
La Madre de Dios
hila que te hilaba:
vestir quiere al Niño
que a luz Ella daba:
ángeles del Cielo
le traen la lana,
también oro fino,
oro, seda y plata.
La Madre de Dios
hila que te hilaba.
La Madre de Dios
cantaba, cantaba:
Un milagro fue
la túnica blanca:
crecía Jesús
y ella se alargaba;
siendo El ya mayor
aún puede llevarla.
La Madre de Dios
cantaba, cantaba.
La Madre de Dios
lloraba, lloraba...
Al pie de la Cruz
era sorteada
del Hijo muriente
la túnica sacra.
Los dados herían
de la Madre el alma.
La Madre de Dios
lloraba, lloraba...
¡Oh Madre de Dios,
vestidnos el alma
del divino amor
que toda os inflama!
2 (162)
Emmanuel
DIOS hizo el mundo e hizo el hombre. Y, luego. Dios se hizo hombre y
camino por los caminos del mundo.
No se conformó, después de hacerla, con contemplar la más
bella de sus obras. No le bastaba, como el escultor o como el artista, parar-
se a mirar y admirar la obra realizada. Enamorado y poderoso, la abraza
y la invade. No se confunde con ella para que, manteniéndola distinta de
él, la obra siga "siendo" y, mientras es y existe: pueda continuar amándola
y contemplándola.
Además, la mejor y la más bella de sus obras, la ha dotado de la con-
ciencia de saberse maravilla del poder divino y logro de la sabiduría y del
Amor de Dios, con luz de inteligencia y alas de libertad, para que pueda
descubrir a ese Dios que le acompaña y le invade. Emmanuel, el "Dios con
nosotros", además de saberse creada por él.
Los hombres podemos descubrir que Dios nos ama y podemos dar res-
puesta a este amor, con otro parecido al que Dios nos tiene, aunque más
humilde, pero igualmente maravilloso; 60mos hijos de Dios, Dios se muestra
en nosotros porque llevamos su semejanza y nos envuelve cálidamente su
amor: porque Cristo es nuestro hermano y caminamos junto a él hacia el
Padre mientras el mundo se va haciendo "reino de Dios", al paso que los
que todavía no le conocen a él pero ya nos conocen a nosotros pueden, A
través del testimonio de nuestra fe convertida en vida, llegar a conocerle,
porque recordamos «que dijo que el que recibe a vosotros y oree el anuncio
que le hacéis vosotros y hace caso de vosotros, a mí me recibe, en mi cree,
mis palabras guarda; y quien me ve desde la fe, ve al Padre, porque nadie
Va al Padre si no es por mí, y el Padre y yo, que somos una misma cosa,
moraremos en él».
Emmanuel. "Dios con nosotros", conociéndonos, conduciéndonos y
Amándonos desde dentro, para caminar con nosotros más estrechamente,
para que el ir a Dios sea "andar con Dios", para que el camino comience a
ser meta para que en la tierra se inicie el reino de los cielos, para que el
3 (163)
tiempo se estremezca al rozar con la eternidad, y el hombre se maraville
de llevar a Dios y todas las fuerzas se le transformen en amor.
Emmanuel, Dios que está ya con nosotros.
Feliz Navidad
con la gracia y la paz del Señor
para todos nuestros amigos y lectores
4 (164)
NEWMAN:
Primera conversión
de Newman
LA VIDA de los hombres es
siempre, en cierto modo, un
regreso a Dios. La fe inter-
viene y aviva la conciencia de ese
ir y volver a Dios, incesantemente,
hasta el definitivo logro de su po-
sesión eterna. Cuando los santos
―por ejemplo, san Felipe― hablan
de conversión, se refieren a ella
no como a una meta alcanzada,
sino como a un paso, bien dado y
sin desperdicio, hacia el fin donde
Dios nos espera. «La mano de Dios
no abandona a los suyos y los guía
por caminos que desconocen», de-
cía Newman teniendo en cuenta,
seguramente, la propia experiencia
del contacto de esa mano divina,
con que la Providencia nos condu-
ce, misteriosa pero sabiamente. Los
tratadistas de la vida de perfección
sobrenatural designan a estas suce-
sivas y progresivas conversiones,
de las que tiene necesidad toda
alma que se dirige a Dios, como
pasos a las vías o moradas o grados
de la vida espiritual.
Newman, del que poseemos, en
realidad, material suficiente para
seguirle en su itinerario espiritual,
se nos muestra con bastante cla-
ridad, por lo menos en los más
importantes de estos pasos o con-
versiones del alma. Un repaso
ligero sobre su copiosa obra nos
induciría, tal vez, a catalogarlo co-
mo historiador, como teólogo, como
poeta, como apologista, como pe-
dagogo y, según la mentalidad de
nuestros días, incluso como pe-
riodista; pero en ninguna de estas
categorías se nos daría entero, y él
mismo rehusaría verse clasificado
así. Newman es, por encima de to-
do, un convertido, un gran con-
vertido, un peregrino de la verdad,
un incansable buscador de la paz
que, hambriento y sediento de su
claridad, apenas saboreada en un
primer descubrimiento, el efluvio
recibido se le convierte en vivo es-
tímulo para una sucesiva y siempre
nueva búsqueda de Dios, ansioso de
conocerle más y de vivirle mejor.
5 (165)
Lo más glorioso y lo más doloroso
de la vida de Newman, se condensa
en esta palabra: conversión. Luz
y cruz, «por la cruz a la luz». Dolor
de crecimiento y gozo de haber cre-
cido. Caminar para ver y ver para
caminar. Fe para convertirse y
convertirse para crecer en la fe;
convertirse toda la vida, hasta la
«bienaventurada visión de paz»
que nimbó su alma, ya anciano, en
los umbrales de la eternidad.
Hay, en toda la trayectoria de
Newman, un fervor que se controla
y domina, pero que no cesa; una
prudencia que administra el empu-
je, es verdad, pero que no detiene
el esfuerzo, y una sinceridad pro-
funda, paciente y valiente que, aun
en las horas de fatiga, cuando la
prueba se hace dura, mantiene vi-
va la convicción de que puede con-
fiar en Dios y hasta de que siente
que Dios también confía en él. Una
perseverancia granítica, pero no
deshumanizada; una fidelidad al
estilo de Dios, un dinamismo sin
precipitación, una valentía sin arro-
gancia, una paciencia sin debilidad,
una sinceridad sin dureza, un entu-
siasmo sin estridencias inútiles, un
corazón delicado, con una capaci-
dad inmensa de sentir y de amar,
pero sin sentimentalismos, a la in-
glesa.
¿Cuándo, pues, tuvo lugar esta
primera conversión de Newman?
Él la llama "su" conversión y la
sitúa al final de su infancia, a los
quince años: «...my conversion
when I was fifteen». Pero deje-
mos, antes, que él mismo nos relate
sus pasos hasta este momento, el
primero, en su edad consciente, que
podemos llamar crucial.
John Henry Newman, sujeto de esta
memoria, nació en Old Broad Street,
en la ciudad de Londres, el 21 de fe-
brero de 1801, y fue bautizado en la
iglesia de St. Bernet Fink el 9 de abril
del mismo año. Su padre era un ban-
quero de Londres, oriundo del collado
de Cambrigde. Su madre descendía de
una familia protestante francesa que
había dejado Francia por este país al
ser revocado el Edicto de Nantes. Era
el mayor de seis hermanos, tres varo-
nes y tres mujeres, de los cuales sólo
sobrevive un hijo, él mismo (9 nov.
1881).
El primero de mayo de 1808, cuando
tenía siete años, fue llevado a una
escuela de 200 alumnos, que luego
fueron aumentando hasta 300, en Ea-
ling, cerca de Londres, dirigida por el
Rev. George Nicholas, doctor en letras,
de Wadham College. De niño, sentía
gusto por el estudio y aprendía rápi-
damente: el Dr. Nicholas, a quien llegó
a querer mucho, decía a menudo que
no había habido ningún alumno que
pasase por el colegio, desde la primera
clase a la última, tan aprisa como John
Newman. Aunque no era un niño pre-
coz, desde la edad de once años, em-
pezó a escribir composiciones origina-
les en prosa y en verso, y en la prosa
dio muestras de estar dotado de gran
sensibilidad y de cuidar diligentemen-
te el estilo. Dedicó a estos ejercicios
literarios y a la lectura de los libros
que caían en sus manos, gran parte
del tiempo de sus recreos; y sus com-
pañeros de clase recuerdan que nun-
ca, o casi nunca tomaba parte en los
juegos.
En Ealing pasó ocho años y medio, y
no fue trasladado a Winchester Colle-
ge porque ni su madre ni sus profeso-
res se decidieron a hacerlo, accedien-
do al deseo del interesado. Durante
el último semestre de su vida escolar,
desde agosto a diciembre de 1816,
prolongando accidentalmente su es-
tancia más que la de sus compañeros
de clase recibió el influjo de un hom-
bre excelente, el Rv. Walter Mayers,
de Pembroke College, de Oxford, uno
de los profesores de humanidades de
quien recibió profundas impresiones
religiosas, de carácter calvinista, que
fueron para él el comienzo de una
nueva vida...
6 (166)
«The beginning of a new
life...» Espigando en la Apología
vemos con qué entusiasmo le inun-
dó esta nueva vida, que también
llama "gran cambio", a great
change:
«Caí bajo la influencia de un credo
definido, y recibía en mi entendimien-
to impresiones de un dogma, las cua-
les, por la misericordia de Dios, nunca
más se han borrado ni obscurecido».
Bendice el recuerdo del Dr. Ma-
yers que fue, para él, «el medio
humano de este principio de fe
divina», que acrecentó con lecturas
calvinistas que confirmaron en su
conversión, persuadido de estar
destinado a la gloria eterna. Sin
embargo, dice:
No era invierno
todavía.
Tenía poco menos de treinta años y le faltaban sólo tres semanas
para ser ordenado de presbítero, cuando encontró a un amigo
sacerdote, ya mayor. Hablaron de la Iglesia, del mundo, de lo
que queda todavía por hacer para el reino de Dios y, en eso, le
dice el sacerdote maduro:
―¿Qué te parece si nos quitaran todas las cana y nos que-
maran todas las iglesias, y nos viéramos reducidos A no tener
nada do todo lo que nos envuelve y ampara, do todo lo que nos
sostiene y prestigia: cargos, hábitos, sueldos, limosnas, reve-
rencias, calificaciones espirituales, sugestiones y vanidades que
A veces llamamos apostolados, relevancias autocontemplativas
y magistrales, mitos personales, escalafones, burocracias, as-
censos para gremios de humildades fingidas, etc. y aún de
muchas cosas legítimas, y nos dijeran, como el mismo Señor a
galileos de hoy: «En, sois sacerdotes, salid a la calle, con y como
los demás hombres, y comenzad todo de nuevo?»
Al joven candidato al sacerdocio, que oía, se le iluminaron
los ojos y, mirando a la gente que transitaba cerca, respondió,
casi extático, al amigo mayor:
―¡Sería maravilloso!
Y se separaron sonriendo.
En la calle la gente caminaba deprisa. Atardecía. El cielo
ora obscuro y hacia frio; pero no importaba nada la lluvia que
comenzaba a caer. Era invierno sólo por fuera.
7 (167)
«No tengo conciencia de que esta
creencia me inclinare a ser descuida-
do en el servicio de Dios. La conserve
hasta los veintiún 2004; entonces se
fue disipando gradualmente, pero creo
que debió tener alguna influencia en
mis opiniones y (...) en aislarme de los
objetos que me rodeaban, en confir-
marme en la desconfianza de la reali-
dad de los fenómenos materiales y en
hacerme descansar en el pensamiento
de dos, y sólo dos, supremos y lumi-
nosos seres absolutamente evidentes
para mí: yo mismo y mi Creador, my-
self and my Creator».
Más abajo añade:
«Estoy obligado a mencionar, aun-
que lo hago con gran repugnancia,
otra profunda convicción que por este
tiempo, otoño de 1816, se apoderó de
mí; no puede haber equivocación res-
pecto al lecho, a saber, que era volun-
tad de Dios que yo debía permanecer
soltero toda la vida. Esta anticipación
que tomó arraigo en mi casi continua-
mente desde entonces, (...) estaba más
o menos unida en mi pensamiento, con
la noción de que la vocación de mi
vida requería este sacrificio que in-
cluía el celibato; por ejemplo, misio-
nes entre los paganos, a lo cual tuve
gran inclinación durante algunos años.
Esto fortificó el sentimiento de mi
separación del mundo visible».
Mucho más tarde escribirá en su
Diario:
(15 dic. 1858): «Oh Dios mío, tu gra-
cia me volvió al bien (...) a la edad
de quince años, y me dio lo que, por
tu continua asistencia, no he perdido
nunca. Tú cambiaste mi corazón y mi
mentalidad de entonces (...), me pare-
ce que aquellas oraciones estaban ins-
piradas, en gran parte, por una gran
generosidad, por una inmensa alegría,
ardor y ausencia de egoísmo».
Siente que el corazón se le hace
joven, y vuelve su mirada al santo
de la alegría, nuestro glorioso Pa-
dre, y le dice, mientras contempla
las primeras gracias recibidas, de-
seoso de nuevas:
«Oh Felipe, consígueme un poco de
tu fervor. Vivo más y más en el pasado
y con la esperanza de que el pasado
reviva en el porvenir».
Sí, el Señor le irá derramando
luces, disipando tinieblas, ex um-
bribus et imaginibus ad veri-
tatem, desde las sombras y las imá-
genes a la claridad esplendorosa de
la verdad.
Corrigenda
Es posible que nuestros lectores hayan advertido la falta de sentido que daba un error de la
línea doce, primera columna, de la página 8 (148), del mes pasado, en esta misma publica-
ción. Donde dice:
«un inesperado exceso de prudencia... »
debe decir:
«un inesperado exceso de franqueza... »
También en las líneas quince y dieciséis de la columna segunda, de la misma página, don-
de dice:
«revistas o simplemente culturales...»
debe decir:
«revistas cristianas o simplemente culturales...»
8 (168)
Ambigüedad navideña
SI el mundo ha rechazado la luz es «porque sus
obras son malas y prefieren las tinieblas», co-
mo escribe san Juan; pero es también porque
aquéllos que creían en la luz no la han amado. Sin
saberlo tal vez, o valiéndose de su complejidad, han
sido utilizados por la voluntad de poder de los im-
perios. La palabra de Dios ayudaba a Mammona.
Los millones de tapones de botellas de champán
que saltan esta noche en todos los rincones de Oc-
cidente, en honor de un pobrecillo nacido en Gali-
lea, hace mil novecientos... años, es un malentendido
que resume la historia cristiana. Hoy como en los
primeros días, el Reino de Dios se reduce a un poco
de fermento en la masa.
Casi todos los políticos que en el curso de la
historia han invocado al Niño de esta noche fueron
en realidad sus verdugos. En nombre suyo, los con-
quistadores del rey católico destruyeron razas ente-
ras. Los reyes cristianísimos no fueron tales sino
por ironía, y las manos que todavía ayer dejaban
caer sobre Hiroshima la bomba atómica, aniquilan-
do de un solo golpe doscientas mil creaturas de
Dios, eran manos Cristiana.
E incluso aquí, y hoy, en el momento en que
estoy escribiendo... Pero ¡para qué hablar! Cada
uno de nosotros sabe muy bien la parte que debe
asumir en todo lo que sucede, y que en democracia
no existen "irresponsabilidades"...
FRANCOIS MAURIAC,
en su "Journal"
9 (169)
«Y la Palabra... »
«Hablamos de la Palabra, que es la vida,
porque la vida se manifestó,
nosotros la vimos, damos testimonio
y os anunciamos la vida eterna ...»
(I Juan, 1, 1-2)
DESDE que san Juan dijo que "la Palabra se hizo car-
ne" todo sonido articulado por el hombre, dicho
mirando hacia fuera de sí mismo, como partiendo
para otros el pan de la propia verdad, es una comu-
nicación y una ofrenda de bien: lleva el agua pura
del manantial del pensamiento, en el vaso frágil de la voz.
Y la Palabra deviene santa si el pensamiento es limpio, si es
engendrado en la noche de la contemplación del espíritu ab-
sorto en Dios, como si en el camino hacia él cogiera las estre-
llas de la orilla del cielo, para desmenuzar en pétalos de luz,
la verdad del amor compartido con los hermanos. ¡Que her-
moso es el amor entre los hermanos!, dice, admirado el sal-
mista. Los hermanos son los hombres desde que Dios, que
ya era Padre de ellos, bajó para hacerse primer hermano
arquetípico, primogénito, entre todos.
e Dios, cuando quiso decir algo definitivo a sus criaturas,
se hizo hombre, cristalizó en la Historia, para ser su hito y
para superarla, pero sin ahogarse en ella, sin destruirse en
polvo de recuerdos que perece, sin reducirse a ningún dato,
sin perder nada, sino alcanzando un matiz sublime de expre-
sión candente, inteligible, ya, a toda mirada y a todo corazón
limpio de cualquier hombre hermano. La Palabra de Dios fue,
al fin, un Hombre, el Hombre.
Ya, en la creación, "había dicho y se hizo" el hombre;
pero en el origen el hombre permanecía ante él, como el
mundo. Ahora, en la Encarnación, se mete dentro de él, y anu-
da esa intersección misteriosa y, por ello mismo, inefable, del
10 (170)
Dios-Hombre, Jesucristo, el hombre-salvador, ungido por la
divinidad.
Por eso, desde Jesucristo, cuando hablamos a la luz de la
fe, toda palabra de hombre, toda palabra nuestra, deviene
santa, En el brindis del amor, la palabra es el vaso del pensa-
miento, la copa pura, la mano virgen que ostenta la verdad
encarnada en el gesto, iluminada en la voz. Y cada palabra
es como una madre que lleva un pensamiento en brazos,
como un hijo nacido en la pureza del alma, en las navidades
del corazón, y la levanta y ofrenda a los hermanos que la
oyen, mientras caminamos juntos.
Ya la palabra, aun simplemente humana, es más que hor-
ma de la idea, más que pie que deja la huella en el polvo o
en el barro del camino, más que concha que guarda la perla,
más que lámpara que ampara la llama.
No importa que también llamemos palabras a los dardos
del resentimiento guardados en la aljaba de las bocas tristes,
que visten de palabra las insinuaciones de la envidia, la
ostentación de la vanidad, los cálculos del egoísmo, las envol-
turas de la mentira, los disimulos farisaicos. Al fin caerán sus
sonidos como cáscaras huecas.
La palabra lo es cuando nace de la verdad; cuando es
vaso, signo y vestido de la verdad. La verdadera palabra
dice y contiene, anuncia y hace, es y lleva, resuena y vive,
proclama y enseña, señala y crece. La palabra es vida.
Y es santa, conjugadora del bien. Dios la ha dado al
hombre para que pueda, con ella, abrirse a los demás hom-
11 (171)
bres. Si el hombre tuviera solamente que tratar con Dios, no
la habría necesitado: él, entero, habría sido todo palabra y
respuesta única a su amor y, el pensamiento, libre como el
palomo fuera al palomar, se hubiera bastado para batir sus
alas en el ancho cielo de la contemplación espiritual de Dios
y volar altísimo.
Pero, para sus hermanos, el hombre, sin palabra, hubiera
sido como una tumba ambulante, inexpresiva y muda, o un
corazón frustrado para el amor. Los silencios son la muerte,
hijos de la muerte del corazón sin amor, que ya no tiene nada
que decir o, si algo dice, es para verter el escombro de lo que
se desecha o sobra o no interesa, en disimulo formal de la
miseria de amor. Por eso, son posibles las voces que no son
palabra, las risas que no son gozo, los gestos medidos que no
son afecto y las sonrisas puramente estratégicas, que sirven
para hacer como que se dice para que no conste que "no dicen"
pero que, realmente, no dicen nada a nada de un ideal, de un
amor.
La verdadera palabra es santa porque lleva y dice el
amor, y así nos es posible movernos en este universo de sím-
bolos –en el mundo, todo es signo, decía san Ireneo, donde
la Creación entera, y sobre todo el hombre, tiene el valor y
la calidad de lo que puede expresar y decir, de lo que puede
evocar y anunciar, de lo que puede descubrir y ofrecer, don-
de todo es convertible en amor, si lo hacemos, sabiamente,
signo de la misma vida. Porque todo es amor y gracia, todo
es bien y generosidad si alcanzamos darle su propia expre-
sión: si lo hacemos pensamiento y lo brindamos gozosamente
generosos y lo recibimos agradecidos
Cristo es la proclamación y la ofrenda de todo lo que
Dios ha pensado y querido del hombre y para el hombre. Es
su Palabra.
Más humildemente, también nosotros, semejantes a Dios,
pensamos y tenemos qué decir, y decimos con las palabras:
decimos y vivimos para Dios, y decimos y hacemos para los
hombres; contemplamos a Dios y amamos a los hombres. Por
eso san Juan puede concluir diciendo que «la Palabra es la
vida de los hombres».
12 (172)
documento:
PARA UNA NUEVA
ECONOMÍA
MUNDIAL
CON OCASIÓN de la apertura de las Jornadas Interdiocesanas de Arge-
lia, celebradas el presente año, y dedicadas al estudio de los problemas
que se plantean ante la exigencia de un nuevo orden económico inter-
nacional, el cardenal Léon-Etienne Duval, tuvo el discurso de apertura, que
publicaba La Documentation Catholique, el 15 de mayo, y del que traducimos
los párrafos más sustantivos. El cardenal dedicaba la primera parte de su
exposición a recordar el carácter imperioso de los compromisos de la fe, que
no permiten eludir ni el análisis de la situación presente, ni el deber de una
acción concertada para la creación de un mundo nuevo. Situación harto grave
por la realidad que pone al descubierto; pero también esperanzada por la
conciencia que de ella se tiene a nivel mundial. Y proseguía en sus principa-
les pasajes:
Todos estos motivos (de gravedad y de esperanza) nos
impulsar a actuar, a actuar vigorosamente, consciente-
mente, rápidamente, y por estas razones:
RAZONES PARA
ACTUAR
―Es, ante todo, el respeto a la persona humana. Bas-
taría que una sola persona fuese injustamente oprimida
para que existiera motivo más que suficiente para movili-
zar, en su favor, al resto de la humanidad, ya que cada
persona posee, ella sola, una dignidad superior a todo.
¿Qué es, pues, lo que ocurre cuando ya no se trata de
un solo individuo, sino de multitudes de nuestros seme-
jantes?
13 (173)
―Es, también, la destinación universal de todos los
bienes de la tierra. El Creador ha establecido que los
hombres los administren, no para una fruición egoísta,
sino para que sirvan a todos.
―Es una exigencia imperiosa de la fraternidad uni-
versal establecida por Dios como ley fundamental de la
humanidad. Si esta exigencia es hollada, la humanidad
se precipita en la propia ruina. Por esto la fraternidad
universal sería una tana expresión si pudiera aceptarse
que, junto a pueblos que abusan en su abundancia, existen
los que mueren de miseria o que son reducidos por la
opresión.
―Es, de modo parecido, una exigencia de nuestro des-
tino eterno. Si hemos sido llamados al gozo de una paz
sin fin en la casa de Dios, nuestra vida en la tierra ha de
ser la preparación y el anticipo de la futura. Al aceptar
el reino del egoísmo volveríamos la espalda a la ciudad
celestial. (Mt 25, 31-46).
Cristo ha elegido una vida en pobreza, no para ador-
mecer el egoísmo de los ricos, sino para exaltar a los hu-
mildes y rehabilitar a los pobres.
DOS GRANDES
TENTACIONES
EL CAPITALISMO
LIBERAL
A los creyentes les están acechando dos tentaciones
ante este planteamiento de la justicia internacional.
La primera es la del fatalismo. El fatalismo es hijo de
esta concepción materialista de la sociedad que tiene su
origen en el paganismo de la antigüedad y en el mecani-
cismo cartesiano: su elaboración más extendida es la for-
mulada por el capitalismo liberal. En el mundo, dicen, se
dan leyes económicas cuya observancia conduce a asegu-
rar el equilibrio de la humanidad. Lo cual, en principio,
puede sostenerse; pero la razón protesta, el corazón se
subleva, la fe lo contradice cuando tales leyes se conciben,
en primer lugar, para acaparar el placer que se obtiene
de las cosas, para adquirir mayores riquezas, y no, pri-
mordialmente, en función del bien de las personas. Una
tal concepción lleva a la opresión de los pueblos, a la
miseria. La historia ha demostrado la falsedad de que la
riqueza conduzca, de manera automática, a la promoción
de los pobres. Y es que un orden económico bien entendido
ha de ser pensado, ante todo, para el bien del hombre.
14 (174)
LA LUCHA FATAL
Y existe otra forma de fatalismo, consistente en pensar
que la lucha es el elemento esencial de todo progreso
político y social. La cuestión es delicada y hace falta
entenderla correctamente. Evidente que no podemos negar
la conflictividad, no solamente entre clases, sino también
entre pueblos, entre el mundo occidental y el tercer mun-
do. Pero esperar que, automáticamente, resulte de tales
luchas y conflictos el progreso de la humanidad, es lo
mismo que abandonar la suerte de los pueblos al instinto
y no a la razón... La máxima pagana de «si quieres la paz,
prepara la guerra, nunca fue, por desgracia, tan actual
como en nuestros días, disimulada con apariencias pseu-
do-científicas. Exige más valentía, y es más lúcido querer
construir la paz por medios pacíficos: ala paz por la paz»,
como decía san Agustín. Ello requiere una valentía en la
inteligencia que no se da fácilmente en nuestra época.
EL VERTIGO
DEL DESALIENTO
Un problema tan vasto, tan complejo, puede sobrecoger
incluso a personas bienintencionadas, sin recursos bas-
tantes para afrontarlo; pueden sentirse llevados por el
vértigo del desaliento ante el descenso progresivo que la
ayuda pública concede al desarrollo y ante la amplitud
de las mutaciones que es preciso llevar a cabo en el orden
económico mundial.
SE REQUIERE UNA
VOUINTAN POLÍTICA
Es evidente que la construcción de un nuevo orden eco-
nómico mundial puede ser el resultado, únicamente, de
una voluntad política, y de una voluntad política a escala
mundial.
Si es así, ¿dónde debe situarse y cómo se ha de concre-
tar la acción de la Iglesia, en unión con las demás comu-
nidades de creyentes?
Si de algo podemos sorprendernos, a estas alturas, es
de que los creyentes parecen haber olvidado que la acción
más eficaz, la más decisiva es la que se ejerce sobre las
conciencias individuales y colectivas. La verdadera histo-
ria de la humanidad es la que se inscribe en los corazo-
nes y en la transformación de las vidas.
Sin duda alguna, es preciso proceder a mutaciones de
orden jurídico. Pero tales mutaciones tendrán que ser
arrancadas de los poderes políticos, y solamente podrán
15 (175)
serlo en virtud de la fuerza de los movimientos de la
opinión pública, y la opinión publico depende, precisa-
mente ―cuando es auténtica― de las conciencias indi-
viduales y colectivas.
NO EL CLERICALISMO
Desconfiemos de cualquier forma de clericalismo. Cae-
ríamos en los defectos de esta tendencia si esperáramos
de la Iglesia una generalización de lo que se ha venido en
llamar su "acción de suplencia". No entra dentro de la
misión de la Iglesia suplir los organismos competentes
para el gobierno de los pueblos. Aceptarlo sería tanto
como desviar nuestra atención de lo que debe constituir
nuestra obligación estricta, de la que nadie puede dispen-
sarnos: que apunta al cambio de las mentalidades, a la
transformación profunda de las conciencias.
En este sentido, el campo de acción es inmenso:
DECLARACIÓN ACERCA DE LAUS.
En relación con el artículo 24 de la Ley 14/1966 de 19 de
marzo, de Prensa e Imprenta, se hace constar:
Que LAUS es una publicación que pertenece a la
Congregación del Oratorio de san Felipe Neri.
Que, al igual que las demás obras apostólicas del
Oratorio, se mantiene con las aportaciones espon-
táneas de los fieles y el trabajo de los miembros
de la Congregación.
Que el contenido propagandístico y de anuncios
que figura en la publicación es económicamente
desinteresado.
Que el P. Ramón Mas Cassanelles es el director
de la revista y autor de los artículos que van sin
referencia.
Agradecemos la constante simpatía y apoyo de cuantos
nos animan en nuestra tarea.
16 (176)
TRABAJO DE
INFORMACION
―Trabajo de información. Ello en primer lugar, porque
son muchas las personas que están implicadas de modo
inconsciente en procesos de egoísmo y de injusticia, que
no sólo les cierra a ellos la visión de la realidad, sino
que además preparan un futuro terrible a la humanidad.
Son numerosos los economistas y publicistas que se dedi-
can a iluminar a los espíritus desorientados o ignorantes,
pero se impone una acción más amplia, más concertada,
más generalizada.
TRABAJO DE
FORMACIÓN
―Trabajo de formación: nuestros contemporáneos, to-
mados en conjunto, ¿están en condiciones de asumir efec-
tivamente las propias responsabilidades en el plano de la
injusticia internacional? ¿tienen, como mínimo, la concien-
cia de esta responsabilidad? Ese es el mayor obstáculo: que
a la hora precisa para tener que ejercitar esta responsabi-
lidad, aparece, en muchos espíritus, como ausente la con-
ciencia que debiera impulsarla, como si fueran incapa-
ces para interesarse por algo más que el propio bienestar.
EL COMPROMISO
―Esfuerzo de compromiso. Es por medio de la acción
y en la acción que se transforman las conciencias. Por
otra parte, el compromiso para la justicia internacional
no queda ceñido a los Parlamentos u organismos de la
ONU: se ejerce en cualquier lugar donde se somete a
cuestión la dignidad de la persona humano. La causa
de la humanidad es la causa del hombre y el hombre no
existe en abstracto, sino que existe en José, en Pedro, en
Abderramán, en Abdelmaljid... En lo universal, el progre-
so concienciador de la humanidad está en función del
valor absoluto de la persona humana. Es la humanidad
entera la que está amenazada cuando, con la complicidad
más o menos afirmada de la multitud, una sola persona
es víctima de la injusticia y del desprecio. Por el contrario,
la entera humanidad se eleva ennoblecida, cuando una
sola persona ve respetada su dignidad y reconocidos sus
derechos.
ACCIÓN UNIVERSAL
―La acción de la justicia ha de ser universal en todos
sus aspectos:
―Ha de dirigirse a todos los hombres; lo cual significa
que debe tomar en consideración a cada persona en parti-
17 (177)
cular sin desestimar los actos más humildes en servicio
de los pobres, las acciones más sencillas.
―Ha de movilizar todas las fuerzas vivas, y a todos los
niveles de las responsabilidades sociales e internacionales.
―Ha de afectar activamente a todos los sectores en
donde esté en peligro la dignidad de la persona humana
y donde los derechos del hombre se vean amenazados
(emigrantes, marginados, pueblos privados de libertades
espirituales, estados de miseria sin voz para protestar,
víctimas de la discriminación racial, víctimas de la tor-
tura...) Todas las semanas en
vida nueva
―Una completa información de la Iglesia
en España y en el mundo
―Un estudio del problema de mayor ac-
tualidad – Una visión cristiana del mundo político,
social, cultural y artístico
vida nueva
Revista semanal de
información general
y religiosa
P.P.C. - E. Jardiel Poncela, 4
Apartado 19.049 - Madrid (16)
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―Ha de poner en obra todos los medios al servicio de
la iluminación de las conciencias y capaces de suscitar y
potenciar los movimientos de la opinión pública.
ACCIÓN DEL
TESTIMONIO
―Pero al mismo tiempo ha de ser, indispensablemente,
un testimonio: los hombres serán encauzados sólo en la
medida en que acepten cambiar su propia vida, o lo que
llamamos "conversión". Solamente, podrá establecerse
una mayor justicia en el mundo a partir de una modera-
ción real en el uso de los bienes materiales y alejándose
de la carrera desenfrenada hacia el crecimiento indefinido
y hacia un disfrute cada vez menos controlado.
LA MAYOR RIQUEZA.
LA PAZ
Pero es preciso recordar que el primer principio con que
se encabeza la Carta de la humanidad, es la bienaventu-
ranza de los pobres; recordar que la paz entre los hombres
es algo mucho más precioso que la riqueza egoístamente
poseída; recordar que el afán incontrolado de gozo condu-
ce a la ruina de la humanidad. En cambio, el testimonio de
los que, por amor a Cristo y a los hombres han elegido una
vida de pobreza real, de plegaria y de abnegación, aparece
como un signo de las realidades superiores, sin las que no
es posible una vida verdaderamente humana y un llama-
miento al amor y a la verdadera reconciliación universal.
PALABRAS DE ALIEN-
TO DE LA IGLESIA
En una tarea de tal exigencia, tenemos necesidad de
una palabra de esperanza, y esta palabra nos viene de la
Iglesia; tanto si se trata del Concilio Vaticano II (especial-
mente de la const. Gaudium et spes), como de las ense-
ñanzas de Juan XXIII y de Pablo VI, tenemos a nuestra
disposición un conjunto doctrinal abundantísimo que nos
permite entablar el diálogo con todos aquellos contempo-
ráneos nuestros que se afanan en la búsqueda de la justi-
cia en el mundo.
El Sínodo de 1971 precisaba: «La misión de predicar el
Evangelio, en nuestros días, requiere el compromiso de
trabajar por la liberación total de la persona, a partir de
su misma existencia terrena». ¿Podríamos decir, pues, que
carecemos de razones válidas para pensar que esta acción
en pro de la justicia, en el mismo nivel de la humanidad,
si se concierta por los cristianos unidos con todos los
hombres de recto corazón, no será el anuncio de una gran
luz para la entera familia de los pueblos?
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NAVIDAD
DE NUESTRO SEÑOR
JESUCRISTO
MISA
DE MEDIANOCHE
* * *
También en la noche de Año Nuevo,
Solemnidad de santa María
y Octava de Navidad
LAUS
Director Ramón Mas Casanelles. Edita e imprime: Congregación del Oratorio
Placeta de S. Felipe Neri. 1. Apartado 182. Albacete - D. L. AB 103/62. 15. 12. 77
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