Publicación mensual del Oratorio.
Núm. 158. ABRIL. Año 1978
SUMARIO
ALABAR a Dios por sus obras y, en especial, por la
Resurrección de Cristo, su Hijo, nuestro hermano,
hombre, además, como nosotros... ¡Qué bien que
sea en primavera, cuando hasta los árboles vuelven
a levantar las ramas, como brazos en alto, para aplaudir
a Dios, en nombre de toda la creación!
EL COSMOS ES SU SANTUARIO
VIDA Y FE, MUERTE Y AMOR
OXFORD
TEILHARD DE CHARDIN
SEPULCROS Y CAMINOS
LA FORMACIÓN MORAL EN ESPAÑA
EL MATRIMONIO CIVIL
1 (57)
Tiempo de oración:
EL COSMOS ES SU SANTUARIO.
SALMO 150
Alabad al Señor en el cosmos
Su santuario
de un radio de 100.000 millones de años luz
Alabadle por las estrellas
y los espacios inter-estelares
alabadle por las galaxias
y los espacios inter-galáxicos
alabadle por los átomos
y los vacíos inter-atómicos
Alabadle con el violín y la flauta
y con el saxofón
alabadle con los clarines y el corno
con cornetas y trombones
con cornetines y trompetas
alabadle con violas y violoncelos
con pianos y pianolas
alabadle con blues y jazz
y con orquestas sinfónicas
con los espirituales de los negros
y la 50 de Beethoven
con guitarras y marimbas
alabadle con toca-discos
y cintas magnetofónicas.
Ernesto Cardenal
2 (58)
Vida y fe,
muerte y amor
COMO la primavera es el triunfo de la semilla que aceptó la humilla-
ción do caer en el surco cálido de humedades fecundantes, y que
ahora triunfa en flor de esperanza de cosecha sobre los campos,
que ya no olvidan de la tristeza de los fríos, de la dureza de los
hielos y del azote de los vientos invernales, así la Resurrección de
Cristo es, para los creyentes, la victoria sobre los temores y el miedo de
la muerte. La muerte ha sido derrotada, proclama san Pablo, y, sobre ella,
Cristo es el gran triunfador y nos asocia a su suerte.
Su triunfo en nuestra esperanza, sin posible decepción. Como la prima-
vera hermosea su promesa tendiendo sobre los campos la alfombro verde
del trigo que nace para que sobre ellos camine el sol y encienda en las
orillas las llamas de las flores en flecos do luz que se posa sobre aliagas y
retamas, hasta que la tierra se convierta en pan, en el ofertorio de la co-
secha dorada, en la plenitud de la vuelta a la vida que Dios bendice y el
hombre recoge.
Llamamos muerte a las pausas de la vida, mientras cunde el escalofrío
de la duda sobre los campos enjutos y helados. Pero la muerte, la verda-
dera muerte, no existe. No hay término, sino balanceo de pausa y cambio
A lo mejor. El que es Autor de la vida, no quita la vida, sino que la trans-
forma en más pura. La liturgia lo canta en la Eucaristía cuando recuerda
a los hermanos «que han pasado al Padre», cuando dice que «con la muerte,
la vida no se suprime, sino quo se transforma». Y los fieles, cada vez que
volvemos la mirada a la Pascua, mientras el Resucitado aparecido en
los caminos de la vida, unimos el pensamiento puesto en 61 al de todos
los que la fe mostró a Cristo o hizo hermanos nuestros, compartiendo
esperanzas.
3 (59)
No caminamos solos, ni nos acompañan solamente los que todavía tie-
nen manos para tendernos y ojos para mirar con nosotros los horizontes
abiertos de la andadura. En el silencio interior de la esperanza creciente
como luz de mañana sin nubes, nos sabemos y nos sentimos transparentes
para todos los que hemos amado, y el silencio del alma y de los sentidos no
es ayuno de consuelos reprimidos, sino fidelidad de un amor purificado y
pudor de valentía que nos hace fuertes para seguir andando y reconocer
―no en un "vía-crucis", sino en un "vía-lucis"― en todos los hombres la se-
mejanza, y por todos los caminos las huellas de Cristo.
Y no vamos a la muerte, aino que caminamos en la vida y hacia la vida.
Y por esto vale la pena seguir estando aquí: nos queda por hacer, hermo-
samente, todo lo que Cristo no terminó todo lo que no lograron acabar
los santos y el esfuerzo de cuantos nos han precedido en el mismo signo
de la fe.
Caminar en la vida es preparar el Reino de Dios. El Reino de Dios es el
trabajo para el triunfo del amor. Nada importan los remolinos ventoleros
que, a rachas, levanten fugaces nubes de polvo. Siguen abriéndose las flores,
porque ni la misma naturaleza se resigna n darnos, sin hermosura, lo que
necesitamos para vivir. Pero la gran hermosura de la vida, es que se puedan
vencer los miedos y que la verdad es pura porque es posible, porque es
necesario el amor. Es, el amor, lo único que no puede morir, porque triunfa
siempre sobre la muerte, porque es más fuerte que la muerte.
La fe es, sin duda, simple como la vida,
pero está estructurada como un organismo
vivo. La transmisión de la fe a través de
la vida y del testimonio ha de ir acom-
pañada, poco o mucho, tarde o temprano,
de palabra, de expresiones, de formulacio-
nes. Estas son la materia de un catecismo.
P. Ll. FONT
4 (60)
NEWMAN:
OXFORD
UN SIGLO atrás, por los tiem-
pos de Newman, la proverbial
claridad ateniense de Oxford
resplandecía en la pulcritud de los
muros de sus colegios universita-
rios y reverberaba nítidamente en
la tersura inmancillada de sus rec-
tángulos verdes que solamente the
graduates podían pisar. En la ac-
tualidad, Oxford, para recuperar el
aspecto de otros tiempos, necesita-
ría que le suprimieran el zumbido
de los autobuses que la transitan,
que se redujera el bullicio de sus
calles y, sobre todo, que lavaran la
epidermis de sus piedras venera-
bles, como se está haciendo con los
edificios monumentales de París, y
le arrancaran esa pátina oscura que
se le ha incrustado, en los últimos
decenios, como lava menuda caída
de las chimeneas asediantes, con
que la profana el contiguo barrio
industrial de Cowley.
Cambridge, su rival, ha tenido
mejor suerte: lo mismo que Oxford
ha sufrido el excesivo crecimiento
de su población estudiantil, y ha
sido asaltada, también por la inva-
sión turista, hasta perder buena
parte de su antigua sacralidad,
cuando era más difícil disociar lo
científico de lo religioso, y Oxford
y Cambridge eran más como una
universidad con algo de seminario,
o un seminario con mucho de uni-
versidad... Pero Cambridge, a dife-
rencia de Oxford, aún se mantiene
limpia, tersa, blanca, con sus cole-
gios y torres que emergen como
lirios de piedra en medio del verde
impoluto de los campos, en un am-
biente que, sin que pueda llamarse
claustral, es más recogido y más
silencioso que el de Oxford. De
todos modos, de Oxford y de Cam-
bridge, siguen diciendo los ingleses,
aún en nuestros días, que es allí,
en sus aulas clásicas y en sus ver-
des patios, y no en las cancillerías
ni en las trincheras, donde el Reino
Unido se apunta sus triunfos en
diplomacia y sus victorias en las
batallas del mundo. No faltará a
quien parezca enfática o anacróni-
ca tal expresión, pero es indudable
5 (61)
que las dos ciudades siguen siendo
los polos culturales de Inglaterra y
su forja de hombres verdaderamen-
te universitarios. Representan todo
un estilo cultural, humanístico, pa-
triótico e incluso religioso, dentro
del Anglicanismo, que es difícil ex-
plicar porque se contiene en algo
tan diluido y tan real como el am-
biente y la tradición.
Y Oxford fue la patria intelec-
tual de Newman, su Universidad.
Allí sería moldeado, humanizado y
hasta dulcificado: entraría adoles-
cente y se haría hombre, en el co-
razón y en las ideas; aprendería a
administrar sus fuerzas, a canalizar
ardores, y su amor a la verdad le
conquistaría una serenidad y una
valentía singular hasta elevarle a un
maravilloso señorío de inteligencia.
Existen en el mismo
Oxford tres lugares, sobre
todo, que son testigos per-
manentes de su paso: el
Trinity College, el Oriel y
la Saint Mary the Virgin's
Church, la iglesia de la
Universidad. Y más allá,
como un Belén de humil-
dad, posterior a la Jerusalén
oxoniana, está Littlemore,
relicario de la conversión
formal de Newman al Ca-
tolicismo, en 1845, veinti-
siete años después de su
llegada a Oxford.
Su ingreso en el Trinity
College tuvo lugar en 1818,
y comenzó estudiando Le-
yes por complacer a su
padre; pero pronto pudo apercibir-
se que no era este su camino, y
vino a confirmarlo el mal resultado
de unos exámenes, en los que, por
otra parte, sin dejar de admitir la
derrota, reconoce que no fue sin
batirse bien:
«Cuando muere un hombre en el
campo de batalla, después de haber
puesto en evidencia su valor, se le
honra como a un héroe; ¿no ha de
caber la misma gloria al que sucumbe
sobre el campo de batalla de una pelea
literaria?» (1)
Otras expresiones podríamos aña-
dir a éstas, en las que reacciona,
idealizando sus impulsos o sus im-
presiones, el alma adolescente de
Newman. Más tarde, él mismo, en
(1) Autobiographial Writings, cap. I.
6 (62)
una novela suya(1), describirá este
estado de ánimo. Se refiere a su hé-
roe que identifica, evidentemente,
consigo mismo, reproduciendo sus
recuerdos de veinte años atrás:
«Cuando él llegó a Oxford experi-
mentó un entusiasmo tan simple y
cálido casi como si hubiese sido un
chiquillo. Veneraba incluso los vesti-
dos y terciopelo del Pro (2); más aún,
el tricornio que precedía al predica-
dor tenía derecho a su atención de-
ferente. Sin ser él mismo un poeta,
estaba en la edad de la poesía, en la
dulce primavera, cuando el tiempo
es más hermoso que nunca, precisa-
mente porque es nuevo. La novedad
era una suerte de belleza para un
corazón tan abierto y alegre como
el suyo; no solamente porque era una
novedad, y ello ya constituía un en-
canto especial, sino porque, cuando
nosotros vemos las cosas por primera
vez, las contemplamos en medio de
una alegre confusión, que constituye
el principal elemento de la poesía. Al
paso y a medida que transcurre el
tiempo, que mentamos, clasificamos
y nombramos las cosas y que estable-
cemos opiniones, avanzamos hacia la
filosofía y la verdad, pero nos aleja-
mos de la poesía».
La inquietud religiosa invadía su
espíritu, y se sintió llamado a darle
cauce, primero en el campo de las
ideas y en seguida en la consagra-
ción de la vida. En 1820 conquista
el bachelor of arts, primer grado
universitario, y en 1822 es nombra-
do fellow (3) del Oriel College, con
lo cual y a pesar de su juventud,
salía de la obscuridad y se le abría
la perspectiva de la carrera teoló-
gica.
Era el 12 de abril, el día que tuvo
lugar este nombramiento, cuando
un emisario del provost (4) entró en
la habitación de John Henry New-
man para anunciarle su éxito y
consiguiente elección para el Oriel.
Sorprendió a Newman tocando el
violín. Sin interrumpir la ejecución
de la pieza que interpretaba, con-
testo sencillamente very well al des-
concertado emisario, que se hizo
cruces de tanta indiferencia; pero
apenas desapareció éste, Newman,
incapaz de contener por un mo-
mento más su grandísimo e intimo
gozo, abandonó en el mismo suelo
arco y violín, y más bien saltando
que bajando por la escalera, echó a
correr alborozado por la calle hasta
el Oriel College, donde le espera-
ban el provost y los fellows para
recibirle y felicitarle, evidentemen-
te complacidos.
Mientras esto ocurría, comenza-
ron a doblar las campanas, festi-
vamente, para anunciar a la Uni-
versidad que John Henry Newman
acababa de ser elegido fellow del
Oriel.
(1) Loss and gain, publicada en 1849.
(2) Abreviación usual entre los estudiantes, para
designer al proctor, encargado de la disciplina
extracolegial de la Universidad.
(2) Cargo universitario, susceptible de diferentes
funciones disciplinares o docentes. En tiempo
de Newman incluía las órdenes anglicanas y el
celibato,
(4) Del Iatín praepositus: en la Universidad, el en-
cargado de la dirección de un Colegio.
7 (63)
Todas las semanas en
vida nueva
―Una completa información de la Iglesia
en España y en el mundo
―Un estudio del problema de mayor ac-
tualidad ―Una visión cristiana del mundo político,
social, cultural y artístico
vida
nueva
Revista semanal de
información general
y religiosa
P.P.C. - E. Jardiel Poncela, 4
Apartado 19.049 - Madrid (16)
8 (64)
TEILHARD DE CHARDIN
EN EL LIMITE DE DOS CUESTIONES
A RESOLVER EN ESTE SIGLO:
• SOCIALIZACIÓN Y PERSONALIDAD,
• MARXISMO Y PSEUDO-DIOS
Ha llegado la hora de reaccionar contra un prejuicio ―sobre
todo imaginativo― hondamente enraizado en nuestros espíri-
tus: el que nos inclina a oponer entre sí como contradictorios,
pluralidad y unidad, individualidad y colectividad.
En todos los campos experimentales, la unión verdadera ―es
decir, la síntesis― no confunde, sino que distingue y diferen-
cia... Entre elementos humanos, por el hecho de la aparición
del pensamiento, se constituye un medio especial y nuevo, en
el seno del cual los individuos adquieren la facultad de asociar-
se y de reaccionar entre sí, no ya principalmente por la con-
servación y prolongación colectivas de la especie, sino para
el perfeccionamiento de una conciencia común. En semejante
medio, la diferenciación procedente de la unión puede actuar
sobre lo que cada elemento lleva en sí de más particular, de
más incomunicable: personalidad. La socialización, cuya hora
parece haber sonado para la humanidad, no significa en modo
alguno para la tierra el fin, sino más bien el comienzo de la
Era de la Persona.
Por todas las conversaciones que he podido sostener a lo largo
de mi vida con intelectuales comunistas, tengo la impresión de
que el ateísmo marxista no es absoluto, sino que rechaza tan
sólo una forma de Dios, "tipo extrínseco", rechaza a un Dios
"ex machina", cuya existencia rebajaría la dignidad del Univer-
so, y distendería los resortes del esfuerzo humano: un "Pseudo--
Dios", en definitiva, que nadie desea (empezando por los cris-
tianos) en el día de hoy.
9 (65)
Sepulcros
y caminos
NO HA HABIDO santos extáticos. Los santos han
sido todos caminantes. Ningún santo ha pensado
que tuviera un bien que guardar, sino una obra
que realizar. No se han ocultado del mundo, sino
que han ido al mundo. Cuando han mirado a Cristo
no se han sentido excluidos de la tierra, sino mandados a re-
petir el anuncio de su Evangelio a todos los hombres, en todas
partes.
Por falta de apertura y de sentido de universalidad los judí-
os contemporáneos a Cristo, no supieron comprenderle y no
quisieron aceptarle. Encerrados en la convicción de privilegia-
dos de Dios, no pudieron descubrir su vocación de levadura de
su Reino: de fermento que penetra, de sal que se disuelve, de
luz que se difunde, de agua viva que se derrama, de árbol que
crece multiplicado en ramas para cobijo de todos los hombres.
Los mismos discípulos del Señor, en la primera búsqueda
del Maestro derrotado en el fracaso del Calvario, ciertamente
amantes de Cristo, pero débiles todavía en la fe, van al sepul-
10 (66)
cro a llorar al Señor perdido, pero allí no encuentran entre
los muertos al que reina entre los vivos. Será lejos de la som-
bra de la muerte, será en la claridad de los amaneceres de
Galilea o entre los destellos de la luz al jugar con las crestas
de las aguas agitadas del lago, cuando volverán a verle, como
un sol de esperanzas inauditas.
Por esto, después de ellos, nosotros no podemos buscar el
fundamento de la fe en el recuerdo de su muerte, sino hacien-
do memoria de su vida. San Pedro, al inaugurar la predicación
de la Iglesia naciente, dirá: «Nosotros hemos convivido con él
y anunciamos su vuelta a la vida». Creer es volver a la vida,
es resucitar.
No somos, los cristianos, guardadores de sepulcros, ni cus-
todios de ningún muerto, ni siquiera depositarios de ningún
tesoro espiritual... No poseemos nada que se pueda encerrar,
ni caudal alguno que no se corrompa si se quiere detener: no
tenemos el misterio de lo oculto, sino la fuerza de la trascen-
dencia.
11 (67)
No son los sepulcros de la muerte, sino los caminos de la
vida; no somos estáticos, sino peregrinos. No podemos buscar
entre los muertos al que reina entre los vivos, porque es Dios
de vivos y no de muertos, porque no es el Dios del regreso y
de la represión, sino el Creador del progreso y el Señor de la
resurrección. No podemos encontrarle en la oscuridad trágica
de las tumbas, porque los sellos de las tumbas ya se han roto
y se nos hace encontradizo en la claridad del horizonte que
descubre el caminante. No es la noche de las dudas, de los
miedos, de los pecados, de las traiciones, sino el amanecer de
la gracia, de la esperanza, del perdón: es un mundo nuevo,
sorprendente, que ningún corazón viejo podrá jamás com-
prender, porque no caben las nostalgias de los paraísos perdi-
dos, ni de glorias malogradas, ni sirven de nada la paciencia
del avariento o el cálculo del ambicioso, ni el llegar oportuno
del astuto y aprovechado, ni valen las cuidadas estrategias
de las apariencias para salvar prestigios... cuando Cristo sale
al encuentro de los limpios de corazón por los caminos de
la vida.
Es también ahí donde está la Iglesia, donde los hombres
se apiñan, ardiente el corazón porque entienden la voz de
Cristo, cuando Cristo les dice que anden todavía hasta más
lejos, hasta la Galilea de los gentiles y que allí, donde conflu-
yen judíos y extraños, se les volverá a aparecer.
La Iglesia, la figura de la Iglesia, no es el ángel blanco sen-
tado al borde del sepulcro, aunque anuncie a Cristo resucita-
do. La figura de la Iglesia que se inicia está en el grupo de las
mujeres que encuentran a Cristo en el camino, y en el grupo
de discípulos que luego, en otras partes —y nunca solos―
vuelven a ver al Señor resucitado.
Y fue a partir de estos encuentros que se aventaron las
cenizas del rescoldo de la fe de su corazón limpio de amigos
del Señor, y se hicieron llama que recorrería todos los cami-
nos del mundo.
12 (68)
documento:
LA FORMACIÓN
MORAL
EN ESPAÑA
DE 1939 A 1975
En los medios intelectuales españoles es bien conocida la figura del Doc-
tor Manuel Benzo Mestre y algunas generaciones de universitarios se han
beneficiado de sus lecciones, por otra parte bien sintetizadas en dos manuales
―"Teología" el primero, "Moral" el segundo― publicados por "Ediciones
Cristiandad" y destinados a ellos. Pero además su pluma ha acudido con opor-
tunidad a las columnas de los periódicos para dilucidar cuestiones actuales
clarificando conceptos, con seguridad de doctrina, comprensión de la realidad
y agudeza aperturista. El texto que reproducimos a continuación es un frag-
mento de un trabajo que, con el título con que encabezamos estas líneas, ha
sido publicado en la Revista Internacional de Teología "CONCILIUM", de
Diciembre de 1977 (núm. 130).
INFLUENCIA SOCIAL
DE LA IGLESIA
EN ESPANA
Este breve estudio intenta sintetizar lo que ha sido la
formación moral predominante en la España de 1939 a
1975. Pero conviene señalar desde el principio que cual-
quier situación histórica depende de antecedentes que la
explican, al menos en parte; y no se mantiene homogénea
a través de treinta y seis años. A grandes trazos, los ante-
cedentes de este período, en el aspecto que aquí nos impor-
ta, pueden resumirse así: desde la Alta Edad Media, la
Iglesia ha tenido en España una enorme y continua in-
fluencia social, apareciendo, como institución, estrecha-
13 (69)
mente vinculada a las clases dominantes, aunque parle
del clero rural y algunas órdenes religiosas hayan dado
ejemplos admirables de identificación con los humildes.
EL "CATOLICISMO
SOCIAL"
Esta influencia de la Iglesia no fue disminuida por la
revolución liberal, que en nuestro país sólo tuvo brotes
limitados y esporádicos. Desde esa situación, la Iglesia
española ha de enfrentarse con la revolución industrial,
que en nuestro país se produce más tarde que en la mayor
parle de Europa, es decir, a finales del siglo XIX. Su reac-
ción más general es la incomprensión: su actividad pasto-
ral sigue dedicada exclusivamente al mundo rural y al
de las clases media y alta, ignorando el nacimiento del
proletariado. A principios de siglo surge el primer intento
de "catolicismo social", inspirado en las enseñanzas pont-
ificias de la época, y protagonizado principalmente, desde
perspectivas que hoy consideramos muy conservadoras,
por la Asociación Católica de Propagandistas, fundada
en 1908, y cuyo primer presidente fue el entonces abogado
y periodista seglar, y luego sacerdote, obispo y cardenal,
Angel Herrera. Pero el intento de evangelizar el mundo
obrero "desde dentro" sólo surgirá hacia 1945 con la fun-
dación de los movimientos de la Acción Católica obrera,
que serían truncados, en plena vitalidad, en 1966, por los
obispos españoles de entonces, temerosos de los incipientes
roces con los gobiernos de Franco. Algo más tarde se
inician las limitadas experiencias de parroquias espe-
cíficamente orientadas a los barrios proletarios y de los
sacerdotes obreros.
EL ANTI-CLERICALISMO
Esta secular vinculación de la Iglesia a las clases
dominantes ha engendrado en el pueblo español un hondo
resentimiento anticlerical que se manifiesta desde muy
antiguo en cuentos, refranes y canciones populares, com-
patible, por otra parte, con una sincera fe católica. Sólo
desde finales del siglo pasado, los partidos liberales y
obreros utilizarán sistemáticamente ese anticlericalismo
latente como fuerza política, dándole ya un claro sentido
antirreligioso.
ERROR POLITICO
DE LA II REPUBLICA
La llegada de la Segunda República en 1931 fue reci-
bida, en general, con repugnancia por el alto clero y con
simpatía por buena parte del clero modesto. Pero los
republicanos cometieron el grave error político de no apo-
14 (70)
yar esa simpatía, atacando indiscriminadamente toda
manifestación religiosa: la masiva quema de iglesias y
conventos un mes después de la proclamación de la
República, la prohibición de la actividad docente a los
religiosos, la supresión del presupuesto de culto y clero,
la disolución de los jesuitas, la expulsión del conservador
primado cardenal Segura, el establecimiento del divorcio…
produjeron una amplia reacción religiosa rápidamente
capitalizada por los partidos políticos de derecha. Junto
con este enfrentamiento con el sentimiento religioso, vivo
en muchos españoles, los republicanos trataron de limitar,
sin suficiente fuerza para ello, los privilegios del gran
capital y algunos intereses de las fuerzas armadas. Ello,
unido a la incapacidad del régimen para mantener el
orden público, provocó la guerra civil. La sublevación
franquista fue bien recibida por la mayoría del episcopa-
do, el clero y los católicos españoles, con la principal
excepción de los nacionalistas vascos.
ERRORES HUMANOS
EN LA IGLESIA
Resumen: A lo largo de su historia, la Iglesia católica
como institución humana (y, por supuesto, las otras Igle-
sias y las otras religiones) ha recaído machaconamente
en un mismo error, de desastrosas consecuencias pastora-
les a la larga: dejarse comprar la adhesión más o menos
explícita a un régimen o a un partido político a cambio de
ciertas seguridades, ayudas y facilidades para su tarea
evangelizadora. La mecánica de los acontecimientos ha
sido siempre la misma: después de un período de persecu-
ciones o, al menos, dificultades originadas por determina-
do grupo en el poder, la Iglesia, fatigada y entorpecida,
ha visto que otro grupo político, adversario del anterior,
ofrecía, a trueque de su apoyo para triunfar, proporcionarle
tranquilidad y medios materiales para ejercer su apostola-
do. Yuna y otra vez, con constancia digna de mejor causa,
la jerarquía, el clero y la comunidad católica en general
se han visto cogidos en la trampa: han aceptado, con un
suspiro de alivio, el ofrecimiento; y después de la victoria
de sus patrocinados se han puesto a la tarea de reconstruir
sus filas maltrechas, han edificado iglesias y seminarios,
han aumentado el número de clérigos y religiosos... y han
cerrado los ojos a los defectos e injusticias de los nuevos
gobernantes. Pero como éstos han exigido una aprobación >
15 (71)
incondicional de todas sus decisiones, la situación acaba
por hacerse insostenible: la Iglesia intenta, tímidamente
en un principio y más enérgicamente al ter rechazada
esa tentativa inicial, una crítica de los males de la situa-
ción, desvinculándose de una tutela opresiva. Lo cual, a su
vez, provoca la indignación de sus protectores-controlado-
res, que se sienten defraudados y traicionados. Y entonces
surge un nuevo salvador: otra agrupación política, deseosa
de reemplazar el sistema imperante, le promete ur mayor
reconocimiento de su autonomía y un mayor apoyo a su
quehacer. Y el círculo vicioso recomienza.
ORIGEN
DEL INFLUJO
POLITICO
Después de tres siglos de persecuciones, Constantino
ofrece la paz a esos cristianos que tan numerosos e influ-
yentes se han hecho en el Imperio. Y la Iglesia, salvo
honrosas excepciones, cierra los ojos a las atrocidades del
emperador y de sus sucesores. Algo semejante ocurre cor-
la invasión de los bárbaros: después de verse en peligro de
INSTITUTO ESPAÑOL DE TEOLOGÍA A DISTANCIA
Plaza Ramales. 2. Madrid - 13
SABER de Dios
SABER SER cristiano
SABER HACER en la Iglesia
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directamente al Instituto para más amplia información.
16 (72)
ser ahogada en el torrente pagano y arriano, la Iglesia
recibe con tanta alegría las sucesivas conversiones de los
distintos soberanos, que no toma demasiado en cuenta sus
crímenes, libertinajes y exacciones.
Durante la Edad Media, la situación es distinta: no es
ya que la Iglesia se apoye en los poderes de este mundo,
sino que ella misma se convierte en el mayor de los pode-
res feudales. Tal situación desemboca en la ruptura de la
cristiandad con el Cisma de Oriente y la Reforma pro-
testante.
Reformadores y católicos se identifican con los sobera-
nos respectivos para luchar entre sí en las atroces guerras
de religión que devastan Europa, y para establecer los
funestos tribunales contra desviaciones de la ortodoxia, al
servicio simultáneamente de la defensa del Estado y de la
mal entendida defensa de la Iglesia.
Frente a la Ilustración y a la revolución, la Iglesia, en
general durante los siglos XVIII y XIX, se muestra parti-
daria de las monarquías absolutas y de las políticas más
conservadoras, con la consecuencia de que el proletariado,
nuevo protagonista de la vida social, nazca y crezca como
adversario de ella.
LECCIÓN QUE
SE DESPRENDE
La moraleja de este simplificado esquema me parece
que debe ser el de que la comunidad cristiana acepte que
ella, como su Fundador, no está para ser servida, sino para
servir; no para defender sus derechos, sino para defender
los derechos del hombre (entre los que se cuenta el de pro-
fesar la religión que su conciencia elija); que no debe
poner su confianza en las promesas humanas, no siempre
desinteresadas, sino en el amor de Dios y en la capacidad
de atracción del ideal de Jesus.
Y desde el punto de vista de la pedagogía ético-religio-
sa, la experiencia española de estos años demuestra que
una excesiva presión ideológica sobre los jóvenes provoca
reacciones de signo contradictorio: son incontables los
casos de familias configuradas de acuerdo con el esquema
del autoritarismo religioso antes descrito, cuyos hijos fi-
guran actualmente en grupos de ideología radicalmente
opuesta en todos los sentidos a la que trataron de incul-
carles sus padres.
17 (73)
EL MATRIMONIO CIVIL
DE HIJOS
DE PADRES CATÓLICOS
Orientaciones del Secretariado de Pastoral
Familiar de Barcelona.
El Secretariado Diocesano de Pastoral Familiar de Barcelona edita unas
hojas tituladas "Problemática viva", en lengua catalana, sobre diversos aspec-
tos de la realidad actual de la familia desde una perspectiva cristiana. Resu-
mimos hoy el contenido de un reciente número, dedicado al matrimonio civil
de hijos de padres cristianos.
EL HECHO, como es sabido, es
cada día más frecuente. El
número de matrimonios civi-
les de hijos de padres creyentes ha
pasado en Barcelona ciudad del
0,77 por ciento (año 1967) al 7,07 por
ciento (año 1977) de los matrimo-
nios. Este hecho puede resultar do-
loroso, porque la legislación civil
actual pide a los bautizados un cier-
to rechazo de la fe; no es extraño,
pues, que los padres cristianos se
entristezcan en estas circunstancias.
Por esto vale la pena ofrecer unos
cauces de reflexión.
CAUCES DE REFLEXIÓN
• El matrimonio civil, institucio-
nalización del amor entre un hom-
bre y una mujer, es un auténtico
valor humano y tiene un verdadero
sentido por sí mismo, es un paso po-
sitivo en el crecimiento del amor
de la pareja. La institucionaliza-
ción del amor no es un puro forma-
lismo, sino una exigencia de la na-
turaleza social del hombre. Por esto
merece profundo respeto y estima
aunque, para los creyentes, le falte
la dimensión trascendental que da
la fe.
18 (74)
• No hay duda de que conviene
que los padres asistan al casamien-
to civil de sus hijos, se alegren de
su amor, los acompañen en este
momento de gozo, porque las per-
sonas, y mucho más los hijos, que,
siguiendo sinceramente su concien-
cia, no participan de los sacramen-
tos, no por esto han de perder nues-
tro sincero aprecio y consideración.
• Tal como decíamos al comien-
zo, la legislación vigente exige, pa-
ra casarse por lo civil, un rechazo
de la fe, que puede no responder a
la convicción íntima de los contra-
yentes. Esta situación perjudica, sin
duda, tanto al campo civil como al
religioso y debería revisarse urgen-
temente.
• Cuando los hijos declaran que
se casan por la Iglesia sólo para no
disgustar a los padres, éstos han de
evitar toda suerte de presiones in-
justas y coacciones morales, e indi-
carles que no conviene que reali-
cen un rito que para ellos no tiene
ningún sentido. Igualmente cuando
los hijos tienen ya decidido casarse
sólo por lo civil, será bueno que los
padres los acompañen con una acti-
tud de respeto total a la libertad
religiosa de sus hijos.
• Esta actitud de respeto a la li-
bertad religiosa no se puede con-
fundir con la indiferencia, sino que
los padres, aceptando la decisión de
sus hijos, han de manifestar, más
con su conducta que con las pala-
bras, su fe vivida y operante. Una
defensa puramente verbal de la fe y
que no se procura vivir con cohe-
rencia es un auténtico contrasenti-
do y un antisigno.
• A veces, ante este rechazo de la
fe, hay padres que temen por la sal-
vación de sus hijos; en este caso hay
que recordar que los caminos de
Dios son inescrutables, y que la fe
puede ser reencontrada, o puede ser
descubierta, si se está ante un testi-
monio de cristianismo más que si
se impone indebidamente la cele-
bración de un rito que, en estas cir-
cunstancias, sería un "cumplimien-
to" forzado.
• A nivel eclesial hay que tomar
conciencia de que la descristianiza-
ción va extendiéndose. Esto quiere
decir que no podemos mantener
una pastoral de conservación y de
"cristiandad", sino que hay que
buscar una verdadera pastoral mi-
sionera. Sin menospreciar ninguna
de las funciones pastorales de la
Iglesia, hoy conviene acentuar y
dar prioridad a la dimensión evan-
gelizadora.
• Por otra parte, también tendría-
mos que preguntarnos: ¿Por qué los
jóvenes abandonan la Iglesia? ¿Qué
imagen damos de la comunidad de
fe?
19 (75)
LA RESURRECCIÓN.
JESÚS es el hombre en el que la historia ha
alcanzado, anticipadamente, su término, y el que
nos ofrece compartir la glorificación de su huma-
nidad.
Este hecho histórico tiene, para nosotros los
creyentes, una consecuencia, una prolongación
visible: la santidad. Los santos nos muestran un
hombre que ya participa de la Resurrección de
Cristo.
Y todavía más sencillamente cada uno de nos-
otros, si hemos vivido mínimamente de la fe, he-
mos conocido algo de esa muerte y esa resurrec-
ción.
Creemos que la verdad es Alguien, que el amor
es Alguien, y que todos los que aman y creen
en Él, participan de Su vida y participan de Su
eternidad.
Louis Evely
LAUS
Director: Ramón Mas Cassanelles - Edita e imprime: Congregación del Oratorio
Placeta de S. Felipe Neri, 1 - Apartado 182 - Albacete - D. LAB 103/62 - 21.4.78
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