Publicación
mensual del Oratorio. |
Núm. 161. OCTUBRE. Año
1978 |
SUMARIO |
EL MUNDO mira a Roma,
donde el efímero pontifi- |
cado de Juan Pablo I deja
otra vez vacante la silla |
de Pedro, tras la muerte
de Pablo VI. Pero nada |
ha sido inútil ni
desgraciado. La Iglesia no mide tiempo |
ni pesa cantidades, y
recoge el tesoro de las palabras y los |
gestos ―pocos o
muchos, de los últimos pastores mientras |
espera el gozo seguro de
otra bendición de la Providencia, |
de otras manos que recojan
el cayado y continúen el ca- |
mino con toda la grey
expectante. |
JUAN PABLO... |
EL PAPA DESEADO |
JUAN PABLO I |
EL PRIMER
"ANGELUS" DE JUAN PABLO |
LA IGLESIA QUE SONRÍE |
IR A MISA EL DOMINGO |
1 (101) |
JUAN PABLO....II |
COMO el rocío que se hace
luz |
efímera sobre las hojas y
80- |
bre las flores, para
saludar la |
claridad amaneciente, y se
pierde, |
minúsculo, en la
vaporosidad del |
aire que irrumpe en las
puertas de |
la jornada, así la corta
vida y la |
humilde muerte del papa
Juan Pa- |
blo I se nos va en la
fugacidad de- |
clinante del verano,
apenas iniciado |
el gesto de su presencia
luminosa |
por el camino, en el sitio
de Pedro. |
Nos hubiera gustado saber
lo que |
este hombre bueno guardaba
en su |
corazón de cristiano para
una Igle- |
sia santa, para un mundo
mejor, pa- |
ra los hombres, para los
jóvenes de |
nuestro tiempo inquieto y,
a la vez, |
cansado, cuando angustias
y espe- |
ranzas se contradicen, y
grito y |
canción, y gemido de dolor
e him- |
no de esperanza abigarran,
ensorde- |
ciéndolo, el rumor de la
vida. El |
papa Luciani, ahora que
acababa |
de recibir, en su fe de
cristiano, la |
cualificación de hermano
mayor de |
todos, hubiera podido
legítimamen- |
te decirnos, más
explícitos, sus pro- |
yectos, descubrirnos en
detalle sus |
pensamientos, empujarnos
con su |
autoridad por el camino
del gozo y |
de la libertad salvadora
del Evan- |
gelio. Pero sólo un gesto,
un ade- |
mán, una palabra, una
bendición y |
una sonrisa... Y, abajo,
entre los |
hombres, los ojos
abiertos, el cora- |
zón en las manos y el
aplauso del |
pueblo como el canto del
agua que |
salta limpia, libre y
clara, gozosa |
y esperanzada. Y se ha
ido, sin |
acabarnos de revelar el
tesoro que |
guardaba... |
Humanamente saltan las
palabras |
de desolación, quebranto,
desgra- |
cia; pero los cristianos
sabemos que |
ni siquiera la muerte es
un fracaso |
ni rompimiento, aunque los
cálcu- |
los de los hombres se
dirigen a su- |
plir o amaestrar, vestida
de precau- |
ciones excesivamente
aseguradoras, |
la desnudez amorosa de los
desig- |
nios de la Providencia que
nos fuer- |
za a proyectar con
desprendimiento |
y a juzgar con más pureza,
no sola- |
mente las obras de los
hombres, sino |
las mismas obras de Dios
cuando en |
ellas intervenimos los
hombres. |
El papa Luciani, Juan
Pablo I, ha |
muerto, para que, todo lo
que espe- |
rábamos después de Pablo
VI, sea |
más puro, más bueno, mas
grande. |
No se ha perdido nada. Uno
siem- |
bra ―cada uno
siembra, todos siembran...― |
y otro recoge. Cuando un |
papa muere ―Ratti,
Pacelli, Ronca- |
lli, Montini,
Luciani...― es como si |
una rama del árbol de la
Iglesia se |
desgajara; pero no se
pierde a la |
deriva del naufragio
pagano de la |
muerte, sino que se hace
remo que |
suma impulsos a la nave de
Pedro, |
y el mástil crece,
mientras escribe, |
llevado de la mano de
Dios, la tra- |
yectoria ágil, intrépida,
purificada, |
del crecimiento de Cristo
en el mun- |
do, sobre la superficie
inmensa del |
tiempo, en la Historia. |
Juan Pablo I y Juan Pablo
II. Y |
Pedro y Cristo. |
2 (102) |
El Papa deseado |
RESULTABA sorprendente que
al paso que se pretendía una mayor |
y más acusada simplicidad,
la solemnidad, estilizada por una acti- |
tud de pureza
despreocupada por el resultado, se convertía en |
más grandiosa, más
comprensible y más participada: aquella caja |
de madera de ciprés sin
pintar, sin Adorno alguno, lisa, sola, sobre el pavi- |
mento enlosado de la
enorme plaza de san Pedro, en el funeral de Pablo |
VI, tenía más grandeza que
todas las pompas fúnebres, que miles de |
lámparas consteladas, que
montañas de flores de recuerdo... Y el aplauso |
espontáneo de la multitud
congregada, como rumor de cascada que recoge |
y guarda el abrazo inmenso
de la magnífica columnata berniniana, valían |
más que todos los himnos
espirituales, que todas las músicas fúnebres que |
los hombres pudieran
dedicar para decir "adiós" desde la frontera de los |
sentidos que nos separan
de la inmortalidad, Al Padre común que se recoge |
en el seno de Dios, donde
nos espera para «estar siempre con Cristo» en la |
paz, en la vida que no
acaba en el amor. |
Pero con sentido diverso,
no de separación, sino de encuentro y pro- |
mesa de compañía en otra
etapa del camino de la Iglesia, también la sen- |
cillez estallaba en la
espontaneidad de protocolizada de un hombre son- |
riente dispuesto a
prescindir de grandezas significativas de simbologías |
distanciadoras, que habla
del papado como si se mirara al espejo con |
la conciencia de cada
oyente en la propia alma, que no le gustará usar |
tiara, que no se sentará
en un trono, que dirá a los que le han elegido: |
«¡Que Dios os perdone!...»
pero que aceptará el cargo y la carga para po- |
derles servir, para servir
a Dios, para servir a la Iglesia, para servir a todos |
los hombres. Nadie hubiera
imaginado que el "adiós" se repitiera tan pronto |
en el mismo lugar, un mes
más tarde, uniendo, casi, encuentro y despedida. |
Sin nostalgias miramos el
porvenir y se reaviva el deseo, todavía pre- |
sentes las ideas que las
mentes do claras mostraban al mundo para decir |
le, seguramente, lo mismo
que todos anhelaban, convertido en deseo y en |
oración casi universal. |
Pocos días antes del
conclave, los teólogos más conspicuos del mundo |
entero ―Albergo, de
Bolonia: Chenu, Congar, Geffré, de Paris: Greeley, de |
3 (103) |
Chicago; Greinacher, Küng,
de Tubinga. Grootears, de Lovaina: Gutiérrez, de |
Lima: Schillebeeckx, de
Nimega en Holanda― habían proclamado cuál sería |
a su juicio, el Papa que
necesitaba nuestro tiempo, y querían: |
UN HOMBRE ABIERTO AL
MUNDO, al mundo tal como es, con sus glo- |
rias y sus miserias,
respetuoso con la tradición, pero atento a las críticas |
Actuales, a los signos de
los tiempos, a la evolución de las actitudes huma- |
nas, que hable a los
hombres de un modo que le puedan entender, que irr- |
adie humanidad... |
UN GUÍA ESPIRITUAL,
apoyado él mismo en la verdad, en la since- |
ridad, que tenga valentía
para fortalecer a los demás, más allá de esti- |
mular con simples
consejos, pero sin caer en el autoritarismo, de modo |
que su autoridad personal,
objetiva y carismática supere lo meramente |
formalístico, oficial o
institucional. Garantizador de la libertad en la Igle- |
sia, en la que ejerce su
autoridad más bien por inspiración que por |
imposiciones, más por
razones que por decretos, más por la búsqueda del |
consenso en el diálogo que
por decisiones aisladas. |
UN AUTÉNTICO PASTOR, no
sólo y primariamente de Roma, sino |
universal, que sirve a los
hombres antes que a las instituciones. Libre |
de todo culto personal,
libre de ansiedades... No un doctrinario defensor |
de viejos bastiones sino
más bien un pionero pastoral para una reno- |
vación de la presentación
y de la práctica del mensaje del Evangelio en la |
Iglesia. |
UN SINCERO COMPAÑERO DE
LOS OBISPOS, más como hermano |
de ellos, que como patrón
a los que ellos sirven: que el Sínodo deviniera |
más decisivo, en vez de
permanecer como órgano meramente consultivo: |
aceptación de la
diversidad de naciones y mentalidades, las diferencias |
entre jóvenes y ancianos y
entre hombres y mujeres: también que en la |
Curia no solamente
tuvieran representación los teólogos de corte tradicio- |
nalista sino. Además, los
representativos de la teología católica contem- |
poránea. |
UN MEDIADOR ECUMÉNICO, de
modo que se entienda el primado del |
oficio de Pedro como una
primacía de servicio en medio de la entera Cris- |
tiandad, un oficio que ha
de ser continuamente renovado según el espíritu |
del Evangelio y ejercicio
con responsabilidad y libertad cristiana; debe pro- |
mover el diálogo y la
cooperación con las demás Iglesias cristianas, remo- |
ver obstáculos...también
tomar con seriedad la relación de la Iglesia con |
los judíos, el Islam, las
demás religiones... |
UN CRISTIANO GENUINO, lo
cual no impone inmediatamente que ser |
un santo o un genio: caben
las limitaciones y defectos humanos, pero un |
cristiano genuino quiere
decir un hombre que en la palabra y en sus con- |
vicciones es guiado por el
Evangelio de Jesucristo tomado como una decisi- |
va norma de vida. |
Naturalmente, damos
solamente un resumen de los criterios que los teó- |
logos ofrecían, con
independencia de la nacionalidad del candidato, en vis- |
tas al bien y futuro de la
Iglesia. |
A cada uno nos corresponde
pedir, rogar y merecer que el nuevo papi |
responda a los deseos del
mundo, de los cristianos y de la Iglesia. |
4 (104) |
JUAN PABLO I: |
no tan inesperado, |
no tan conservador, |
no tan socialista |
ES tan cierto que el
anuncio de |
lo seguramente esperado
deja |
de ser "noticia"
(no es ningu- |
na noticia decir en
domingo que el |
día siguiente será
lunes...), que el |
mismo material
informativo, exce- |
sivamente
profesionalizado, tiende |
a ser tratado o manipulado
―inclu- |
so sin tendenciosidad
maliciosa― |
exagerando los detalles
que pueden |
suscitar mayor sorpresa;
lo sorpren- |
dente y lo novedoso be
influyen y |
así la avidez de la
curiosidad ―su- |
perficial, perezosa para
las profun- |
dizaciones, se siente
satisfecha, |
siquiera momentáneamente,
en el |
consumo de las noticias
que espe- |
ra, o busca o necesita
para salir de |
sí misma. |
Decimos esto a propósito
de la |
elección de Juan Pablo I
que, para |
algunos y quizás también
para mu- |
chos, fue inesperada y
sorprendente |
cuando, en realidad, no
sólo gené- |
ricamente respondía
equilibrada- |
mente al conjunto de las
tendencias |
dominantes en la Iglesia
actual, |
profusamente señaladas
desde to- |
das las vertientes de la
información |
profana y religiosa, sino
que, ade- |
más, figuraba entre esa
docena |
larga de "grandes
nombres" de |
cardenales
"papables", aunque no |
estuviese entre los
primeros: y |
figuraba, en los
comentarios, como |
una alternativa hacia la
síntesis de |
las posiciones más
destacadas. En |
este sentido había sido el
diario |
genovés "Il
lavoro" que, reuniendo |
datos y buscando el
equilibrio |
deseado, situaba, en
cuarto lugar, |
como probable eligendo, al
carde- |
nal Luciani. En la prensa
italiana |
—"Il Popolo",
"La Repubblica", "Il |
Corriere della
Sera"...— también |
había figurado entre los
catorce |
cardenales que tenían más
proba- |
bilidades. La gran prensa
interna- |
cional —"Le
Monde" francés, la |
revista "Time"
americana...― no |
5 (105) |
citaba entre los probables
al car- |
denal Luciani, pero tal
vez haya |
que pensar que, en
Francia, la fi- |
gura del cardenal Villot,
verdade- |
ramente
"papable" pero no extin- |
guido aún el recuerdo al
fondo del |
cisma de Avignon, y en
América, |
la posición hegemónica de
los USA, |
no les permitía la
intuición impar- |
cial, víctimas,
respectivamente, del |
prejuicio de la
"grandeur" y de |
la contradicción del
hegemonismo |
mundial. |
En España, sin embargo,
como |
en Italia, sí que había
circulado el |
nombre del cardenal
Luciani: los |
diarios "El
País", "Pueblo", "Ya". |
"La Vanguardia",
"ABC" e incluso |
"El Alcázar"
hacen conjeturas y |
publican —"Ya"—
una biografía; |
la revista "Cuadernos
para el Diá- |
logo" en una de las
cinco fotogra- |
fías de los
"papables" aunque todos |
ellos lo presentaban como
una fi- |
gura relativamente
conservadora, |
dentro de la Iglesia
italiana, pero |
capaz de conjugar las
diversas op- |
ciones que el conclave
trataría de |
armonizar. |
Hay que despejar el mito
de la |
sorpresa, por lo tanto. |
Pero en España, todavía
más que |
HUELGA DE GASOLINERAS |
El derecho de huelga es
más antiguo en Italia |
que en España. En cierta
ocasión, el cardenal |
Luciani, tenía anunciada
una visita a una pa- |
rroquia no muy alejada del
centro de Venecia, |
pero fue advertido de que
no se disponía de |
gasolina para la ida en
coche y, al mismo |
tiempo, el párroco
telefoneaba Al cardenal |
para establecer la
anulación del acto y anun- |
ciarlo al pueblo. No
obstante, el cardenal in- |
sistió en que haría la
visita y dijo al párroco |
que no se preocupara, que
acudía a tiempo, |
para todo lo establecido. |
Efectivamente, el cardenal
Acudió... montado |
en bicicleta, y fue
recibido con aplausos de |
alegría por todos los
fieles. |
6 (106) |
en Italia y en la misma
Francia, |
tras las primeras
alabanzas de ri- |
tual, de corrección y de
rutina en |
unos casos, y de devoción
implícita |
en otros, aparecieron
algunas ma- |
nifestaciones de recelo en
relación |
con el supuesto
conservadurismo de |
Juan Pablo I. Sería
lamentable que |
también sobre este aspecto
se cul- |
tivara el mito y se
establecieran |
preconceptos y sospechas.
Bastaría |
darse cuenta de la
espontaneidad y |
sencillez con que rompió,
inmedia- |
tamente, con ciertos
formalismos |
tradicionales, para
rebatir cual- |
quier afirmación
categórica de con- |
servadurismo. Y bastaría
recordar |
que algo parecido se dijo
inmedia- |
tamente después de la
elección de |
Juan XXIII a quien
ciertamente, |
su formación tradicional
no impi- |
dió —como bien lo hizo
notar en |
el prólogo del
"Diario del Alma" |
el padre Giulio
Bevilacqua, amigo |
y compañero del papa
Roncalli— |
iniciar las más audaces
renova- |
ciones en la Iglesia de
nuestro siglo. |
Lo que importa es que sea
en ver- |
dad un hombre de Dios con
el ba- |
gaje cultural y la lucidez
sensata |
que acompañen su camino de
fe |
como pastor de los que
también |
creen. |
En una reciente entrevista
al |
cardenal Suenens le
objetaban que |
el papa Juan Pablo I no
tenía ex- |
periencia de la Curia
romana y, |
así, cómo podría completar
la re- |
forma iniciada por sus dos
inme- |
diatos predecesores,
especialmente |
por Pablo VI; pero el
cardenal bel- |
ga respondió:
«Probablemente será |
mejor que no haya sido
antes cu- |
rial para que pueda
reformar la |
Curia». |
Otro mito informativo en
torno |
a Juan Pablo I era el de
su padre |
socialista. En cuanto a la
simple |
valoración del socialismo
un cris- |
tiano puede perfectamente
repetir |
las palabras que el mismo
Papa |
acababa de pronunciar a
alguien |
que aludía a los
antecedentes de su |
padre: «¡Qué pena que el
socialis- |
mo haya mezclado el
ateísmo en |
sus programas! ¡Qué tendrá
que ver |
la lucha por la justicia
con el ma- |
terialismo sin Dios!» |
En otra ocasión había
dicho: |
«¡He heredado de mi padre
una |
desconfianza frente a
cierto capi- |
talismo que ha sido la
fuente de |
tantos sufrimientos, de
tantas in- |
justicias y de tantas
luchas fratri- |
cidas...!» Y el hermano
del Papa, aclaraba |
a un periodista: «Nuestra
familia |
era una familia de
profunda tradi- |
ción católica. Es verdad
que mi |
padre, emigrado en
Alemania a la |
edad de doce años, en
busca de |
trabajo, se afilió a
sindicatos y a |
la socialdemocracia. Pero
aquel |
partido no había sido
nunca anti- |
clerical; lo es, en todo
caso, el |
socialismo italiano. La
realidad es |
que yo siempre había visto
a mi |
padre creyente y
practicante. En |
mi casa rezábamos todos,
todos los |
días, y asistíamos a Misa.
Mi padre |
no se opuso a que mi
hermano |
7 (107) |
Albino estudiara para
sacerdote y |
le costeó la carrera». |
No debía ser, en fin, tan
remota |
o imprevista su elección
cuando, |
en el mismo día, cerca de
las ocho |
de la tarde, más de media
hora |
antes de que la despistada
Televi- |
sión Española
interrumpiera (?) |
sus programas para dar la
noticia, |
en Roma,
"L'Osservatore Romano" |
sacaba a la calle, húmeda
de tinta, |
una edición
extraordinaria, de sus |
ocho grandes páginas, dos
de las |
cuales estaban dedicadas,
además |
de la noticia de la
elección, a una |
amplia biografía —por
supuesto |
preparada y compuesta,
como otras |
probables, de
antemano― bajo el |
título: «El don de la
claridad, el |
carisma de la
simplicidad», y para |
subrayar la continuidad
con el |
pontificado de Pablo VI,
reproducía |
la homilía del cardenal
Luciani |
pronunciada en el Congreso
euca- |
rístico de Pescara, en la
que se ma- |
nifiesta en la línea del
pensamien- |
to del papa Montini. |
Llevaba razón,
seguramente, v |
acertó en su pronóstico,
el "Comité |
americano para la elección
en |
sable de un Papa" (en
América se |
hacen "comités"
para todo...), cuan: |
do había dicho en Roma:
«Se busca |
un hombre que sepa
sonreír, Dara |
hacerlo Papa». |
Desaparecido el papa
Luciani, si- |
gue abierto el mismo
deseo, y ojalá |
este optimismo cristiano
sobresalga, |
una vez más, por encima de
cual- |
quier apresurado y trivial
sensacio- |
nalismo alimentador del
consumis- |
mo informativo. |
Dios es "Madre" |
Juan Pablo I comentaba el
pasaje de Isaías del cap. 49, 14-15: «Y Sion |
ha dicho: Dios me ha
abandonado; mi Señor se ha olvidado de mí. ¿Es |
que una madre puede
olvidarse de su hijo?... Pero aunque esto pudiera |
ser, yo, tu Dios, jamás me
olvidaría de ti». |
Y Juan Pablo, desde la
ventana donde se asomaba a la hora del Án- |
gelus para decir unas
palabras de saludo a los fieles que le aguardaban |
desde la plaza de san
Pedro, añadió: «Dios es Madre, Dios es más Madre |
que las madres.... |
Abajo, interrumpiendo sus
palabras, espontáneamente las mujeres se |
pusieron a aplaudir al
Papa; los diarios del mundo, cuando daban la |
noticia, añadían que las
feministas de todas partes se alegraban de oir |
esta voz de la Iglesia. |
Pero este pensamiento
estaba ya en la Biblia, lo habían enarbolado |
los Profetas, lo habían
comentado e ilustrado los santos Padres... Sólo |
después, los "hombres
fuertes" comenzaron a olvidarlo con su visión |
unilateral y masculinista
del mundo, y de un Dios como si mundo. Dios |
es Padre, Dios es Madre, y
más que padre y que madre. |
8 (108) |
El primer
"Ángelus" |
de Juan Pablo I |
Ayer por la mañana, fui a
la Sixtina a votar |
tranquilamente. Nunca
había imaginado lo que iba a |
suceder. Apenas comenzó el
peligro para mí, los dos |
compañeros que tenía al
lado me susurraron palabras |
de ánimo. Uno me dijo:
«Ánimo, si el Señor da un peso, |
dará también las fuerzas
para llevarlo». Y el otro com- |
pañero: «No tenga miedo,
en el mundo entero hay mu- |
cha gente que reza por el
nuevo Papa" |
Luego, al lle- |
gar el momento he
aceptado. |
Después vino la cuestión
del nombre, porque tam- |
bién preguntan qué nombre
se quiere tomar y yo había |
pensado poco en ello. Hice
este razonamiento: «El papa |
Juan quiso consagrarme
obispo él personalmente aquí |
en la Basílica de san
Pedro. Después, aunque indigna- |
mente, en Venecia le
sucedí en la cátedra de san Mar- |
cos, en esa Venecia que
aún está completamente llena |
del papa Juan. Lo
recuerdan los gondoleros, las religio- |
sas, todos. Pero el papa
Pablo no sólo me ha hecho car- |
denal, sino que unos meses
antes, sobre el estrado de |
la Plaza de san Marcos, me
hizo ponerme completa- |
mente sonrojado ante
veinte mil personas, porque se |
quitó la estola y me la
puso sobre las espaldas. Jamás |
me he puesto tan colorado.
Por otra parte, en quince |
años de Pontificado, este
Papa ha demostrado no sólo |
a mí, sino a todo el
mundo, cómo se ama, cómo se |
sirve y cómo se trabaja y
sufre por la Iglesia de Cristo. |
Por estas razones dije:
«Me llamaré Juan Pablo». |
Entendámonos, yo no tengo
la "sapientia cordis" |
del papa Juan, ni tampoco
la preparación y la cultura |
del papa Pablo, pero estoy
en su puesto, debo tratar |
de servir a la Iglesia.
Espero que me ayudaréis con |
vuestras plegarias. |
JUAN-PABLO I, 27.8.78 |
9 (109) |
La Iglesia que sonríe |
LARGAS semanas nos ha
acompañado san Mateo, desde |
el sermón de las
Bienaventuranzas, la predicación del Reino, |
su misterio a través de
las parábolas, que dibujan la futura |
Iglesia, con sus apóstoles
y Pedro que se adelanta en la fe y |
que el Señor bendice y
pone por fundamento... |
Cuando moría Pablo VI, si
las lecturas diarias y dominica- |
les de la misa no nos
habían resbalado por la mente, estábamos |
preparados, desde la
Palabra, para entender el Calvario y el |
Tabor de Pablo VI y para
—enseguida― abrirnos a la esperan- |
za en el andar de la
Iglesia. Porque en ninguna institución el lu- |
to se transforma tan
rápidamente en gozo y la muerte en signo |
de resurrección, como en
la Iglesia. En su continuado andar el |
cayado de un pastor pasa a
las manos de otro, para una etapa |
más, que resume y
multiplica el impulso de la precedente an- |
dadura. |
En el caminar de la
Iglesia por el mundo, el gesto renova- |
dor de Juan XXIII y la
herencia tremenda de Pablo VI, con- |
vergen en Juan-Pablo I,
que sonríe a los caminos del futuro que |
la Providencia gobierna.
Consumidos los últimos años de la |
generosa vida de Pablo VI,
aunque los cansancios no apagaran |
la luz de sus palabras ni
el ejemplo de sus gestos, el mundo en- |
tero estaba a la
expectativa de una alegría que cambiara en |
optimismo la
"mestizia", la aflicción de las críticas y las dificul- |
tades de un mundo y una
época chirriante de cambios y trans- |
10 (110) |
formaciones... Y las
amplias cristaleras de la "loggia" de san |
Pedro se abrían, con
rapidez sorprendente, para derramar so- |
bre el mundo la imagen
sonriente de Juan-Pablo I, casi sin más |
programa que su mismo
nombre, ni más discurso que su sonri- |
sa fugaz, como la luz que
huye. |
Esa misma sonrisa que la
muerte, avara de luz, ha eclipsa- |
do, pero que ha de
reaparecer magnificada en el rostro inmar- |
cesible de la Iglesia, que
no se cansa, ni envejece, ni muere. |
Como sol que renace la
Iglesia renueva sus esperanzas. |
Aunque la formemos
hombres, no ocurre en ella como en los |
reinos de este mundo: aquí
las sucesiones no son "reacciones" |
sino desarrollo, camino y
continuidad; en los reinos del mun- |
do, las dinastías y los
relevos en el poder, traumatizan la histo- |
ria de las sociedades, en
la Iglesia ―salvo que los hombres la |
salpiquen con sus
mediaciones e intereses terrenos— es siem- |
pre un renacer sereno y
pacífico, prometedor de cosechas de |
bien universal; en los
reinos de los hombres se discuten o se |
intentan proteger derechos
o intereses contingentes, en la Igle- |
sia se construye el Reino
de Dios, que no descuida, pero que |
trasciende lo creado. Los
reinos del mundo acaban con el |
mundo y acaba, cada uno,
antes de que acabe el mundo: el |
dinero los corrompe y la
envidia y la violencia los manchan. |
Los reinos del mundo
quieren reducir, a su misma condición, |
el propio Reino de Dios y,
en segmentos o partes aisladas de |
11 (111) |
su historia, consigue
falsificaciones pasajeras y asustar con |
el esporádico zarandeo de
la duda; pero la Iglesia, a pesar de |
todo, no acaba en ninguna
época, ni desaparece con ninguna |
dinastía, ni cierra
ninguna frontera: sigue, renace, se rejuvene- |
ce a cada paso, porque va
más allá de la Historia: más allá del |
mundo, de los hombres y
del tiempo. |
Por eso puede sonreír
siempre. |
«Caro Pinocchio...» |
Cuando ya era patriarca de
Venecia, el actual pontífice Juan Pablo I. publicó una serie |
de cartas a personajes
clásicos, cuya referencia le servía de apoyo para deponer, con sen- |
cillez y de modo directo,
sus ideas cristianas. Traducimos un fragmento de una de las más |
célebres, dedicada a
Pinocho: personaje de ficción que todos los niños y adolescentes ita- |
lianos conocen
perfectamente. |
EN tu camino hacia la
indepen- |
dencia, como casi todos
los jó- |
venes que rondan la edad
de |
17 a 20 años, tropezarás
tal vez tam- |
bién tú, querido Pinocho,
con el duro |
escollo de la fe.
Respirarás objecio- |
nes antirreligiosas con la
facilidad |
inconsciente con que se
respira el |
aire, en la escuela, en la
fábrica, en |
el cine... Si tu fe es
como un montón |
de buen trigo, se te
avalanchará un |
ejército de ratones a
comérselo. Si |
es un vestido, cien manos
se alar- |
garán a rompértelo a
tirones. Si es |
como una casa, picos y
azadones la |
desmantelarán. Será
necesario que |
sepas defenderte: de la
fe, en la ac- |
tualidad, podrás conservar
sólo lo |
que sepas defender. |
Para muchas objeciones hay
una |
respuesta persuasiva. Para
otras, en |
cambio, todavía no se ha
encontra- |
do una explicación
exhaustiva. |
¿Qué hacer? ¡No abandonar
la fe! |
Recuerda que Newman decía:
«Diez |
mil dificultades no llegan
a formar |
una sola duda». |
Y no te olvides de estas
dos cosas: |
Primero: hemos de tener en
esti- |
ma todo lo que tenemos por
cierto, |
a pesar de que no sea la
certísima |
que dan las matemáticas.
Que han |
existido Napoleón, César,
Carlo- |
magno no es cierto como la
ecua- |
ción 2 más 2 igual 4, pero
es cierto |
de certeza humana,
histórica. En |
este mismo modo es cierto
que ha |
existido Cristo, y que los
Apóstoles |
lo vieron muerto y luego
resucitado. |
Segundo: el hombre tiene
nece- |
sidad del sentido del
misterio. «No |
existe nada de lo cual lo
sepamos |
todos, decía Pascal. Sé
muchas co- |
sas de mí pero no todo; no
sé, con |
precisión, qué es mi vida,
mi misma |
inteligencia, el grado de
salud que |
(continúa en la pág. 18) |
12 (112) |
documento: |
IR A MISA |
EL DOMINGO |
En las siguientes líneas
traducimos los párrafos más destacados de un |
folleto publicado por la
Abadía de Montserrat, en su colección «L'Espiga» |
y que ha escrito Pere Puig
i Mirosa, a guisa de reflexión y respuesta a la |
corriente más o menos
generalizada, especialmente entre los jóvenes, que |
cuestiona la preceptiva
asistencia dominical a la celebración de la Eucaristía. |
De un tiempo a esta parte,
más de una vez, se ha re- |
petido este eslogan: «Si
no te viene en gusto no es preciso |
que vayas a misa el
domingo». Puede ser que incluso haya |
sacerdotes que lo
prediquen abiertamente. Tampoco es |
nuevo oír a jóvenes que
dicen: «No voy a misa porque la |
misa no me dice nada»,
«porque me aburro», «porque no |
me gusta», «porque no
quiero hacer comedia»... Parece |
una cuestión de sinceridad
y, bajo este aspecto, la juventud |
en masa deja de asistir a
misa. El abandono se ha propa- |
gado como una epidemia,
con la angustia consiguiente de |
muchas personas
responsables: padres, educadores, sacer- |
dotes. |
Las causas |
del abandono |
Pero el descenso de la
práctica dominical no es de |
ahora. Hace años que,
tanto en el campo como en la ciu- |
dad, abunda la gente que
abandona habitualmente la misa |
festiva. Varios factores
concurren en el fenómeno: el des- |
censo del sentido
religioso, la secularización, el ansia de |
Independencia, el egoísmo,
el comodismo, la complejidad |
de la vida, el sentido que
se da al "fin de semana", la |
13 (113) |
inmigración... Del examen
honesto de cada uno de estos |
factores se llega a la
conclusión de que no todos ellos |
significan descuido o mala
voluntad: para el trabajador |
rendido por la fatiga del
trabajo semanal, para el inmi- |
grante no aclimatado en el
nuevo ambiente, para mucha |
gente que tiene su domingo
acaparado por servicios o tra- |
bajo, la práctica
dominical no resulta fácil; sin hablar de |
las personas enfermas o
delicadas, de los ancianos o de |
los que viven lejos de
alguna iglesia. |
La sinceridad |
Lo nuevo, actualmente, es
que el abandono de la misa |
festiva se produce también
en el seno de las familias tra- |
dicionalmente practicantes
y, como afirman, por razones |
de sinceridad. |
¿Qué yace bajo la
apariencia de este fenómeno? Si |
dejamos de lado los abusos
inevitables, creemos que, en |
conjunto, es un síntoma
que revela el tránsito de una si- |
tuación legalista, y en
ocasiones farisaica, a una situación |
que quiere ser honrada y
auténtica. |
Pedagogía de |
la obligación |
Sin olvidar el esfuerzo
digno de alabanza del incesan- |
te adoctrinamiento
catequístico y, en especial, del Movi- |
miento Litúrgico que, a lo
largo de todo este siglo, ha tra- |
bajado tenazmente para
dignificar la celebración de la |
misa y hacerla
comprensible al pueblo que se interesaba, |
la instrucción ordinaria
ha resultado insuficiente, porque |
no se ha superado, en
líneas generales, la idea de que, ir |
a misa el domingo, era
simplemente un precepto de la |
Iglesia. |
Resultados y |
contradicciones |
De ello se han derivado, o
se derivan todavía, diversos |
inconvenientes: un
cristianismo fundado en la casuística |
moral y en el miedo; una
asistencia a misa frecuentemente |
pasiva y superficial, sin
frutos de vida; un fomento de se- |
guridades que se refugian
en el mínimo moral, con el afán |
de esquivar el pecado
grave; mala conciencia, incluso a |
veces entre personas que
estarían justificadas para no |
asistir a misa, debido a
reales dificultades físicas o mora- |
les que se lo impiden; la
falsa idea de que "ser un buen |
cristiano" se
identifica con el hecho de asistir a misa, de |
tal modo que los que no
asisten ―con frecuencia pobres |
14 (114) |
y trabajadores, gentes que
soportan el peso más duro en |
la sociedad― no
pueden considerarse practicantes ni, por |
lo tanto, buenos
cristianos, y, en cambio, los ricos y ha- |
cendados sí. Situación que
oculta una verdadera injusticia |
Y que contradice
directamente las bienaventuranzas del |
reino. |
Las recientes |
reformas |
De otra parte ―y la
dificultad viene de lejos hasta |
que no se ha llegado a las
recientes reformas, la misa re- |
sultaba ininteligible y se
hacia forzosamente pesada. |
Con el Concilio y las
subsiguientes reformas hemos |
pasado a unas
celebraciones que, en general, resultan más |
ágiles, más participadas,
más festivas, más inteligibles y |
más fructuosas, gracias a
la introducción de la lengua y |
del canto del pueblo en la
liturgia. |
Al mismo tiempo, el ansia
de autenticidad ha desper- |
tado en muchos un sentido
de responsabilidad más atento. |
Y esta responsabilidad
conduce a la crítica sana de algu- |
nas misas todavía
rutinarias o barrocas o inadaptadas, |
sea por el contenido de
las homilías o las plegarias... Un |
hecho todavía más
importante lo ha constituido el poner |
en evidencia el mal de
fondo: el legalismo y sus conse- |
cuencias. |
Para decirlo claramente:
si el abandono del precepto |
dominical indica, por lo
común, un descenso de la vida |
cristiana, es preciso
declarar, por otra parte, que la simple |
asistencia a la misa con
la finalidad de cumplir el precepto |
no es garantía absoluta de
vitalidad cristiana. Es indis- |
cutible que se da el caso
de personas no practicantes que |
han aceptado un compromiso
de vida en favor de los de |
mus; del mismo modo que es
evidente que existen prac- |
ticantes no comprometidos
y de vida egoísta. Ante tal |
constatación cabe esta
pregunta: ¿quiénes están más cerca |
del Evangelio? |
Es precisamente esta
constatación ―no el capricho |
sistemáticamente
contestatario―, lo que hace que muchos |
jóvenes dejen la misa con
el pretexto de que la Eucaristía |
del domingo es un
ritualismo sin consistencia, que fomenta |
la evasión ante los
deberes que impone la vida de cada |
día. Y es que la sola
pedagogía de la obligación lleva |
solamente al miedo al
pecado y al fomento de la auto-- |
15 (115) |
satisfacción del deber
cumplido, pero no al compromiso |
evangélico. |
Es preciso, por lo tanto,
redescubrir la Eucaristía en |
sus dimensiones propias,
como signo y motor de vida |
cristiana. |
Un enfoque |
más evangélico: |
Será preciso Insistir, con
preferencia, no ya sobre el |
precepto, sino sobre las
motivaciones del precepto. Aquí |
las resumimos: |
día del Señor |
1) El domingo en el día
del Señor. Es la conmemo- |
ración de su triunfo
pascual. Jesucristo resucitado vive |
en medio de nosotros y nos
salva. Su triunfo sobre la |
muerte es también el
triunfo sobre nuestra miseria. La |
Eucaristía actualiza esta
Pascua y la presencia del Señor |
entre nosotros. Es preciso
participar en esta Eucaristía |
si, mínimamente, queremos
corresponder al amor primero |
de nuestro Dios y Señor. |
día del hombre |
2) El domingo es, también,
el día del hombre. |
Como Jesus lo decía de la
fiesta de los judíos: «El sábado |
(domingo cristiano) es
para el hombre». El hombre puede, |
tiene derecho a la fiesta,
a descansar del trabajo fatigoso, |
a rehacer su salud
corporal y psíquica, a estrechar los |
lazos familiares y
sociales, a enriquecer culturalmente su |
espíritu; tiene más tiempo
para rogar y para dedicar a |
Dios. Es preciso, pues,
que salga del vértigo de cada día |
y que restaure su cuerpo y
su espíritu, individual y colec- |
tivamente. Se le ofrece
esta oportunidad en el encuentro |
dominical. |
día de la Iglesia |
3) El domingo es el día
eclesial por excelencia. |
Los cristianos se alegran
y hacer fiesta, porque Cristo en |
su muerte y su
resurrección los ha salvado. Y lo celebran |
reuniéndose en torno a la
mesa de Cristo, la misma que |
les ha preparado mientras
les dice: «Tomad y comed». |
El domingo es el día en
que, reunidos en asamblea, |
adquieren conciencia viva
del hecho que, en Cristo, somos |
una gran familia que
tenemos a Dios por Padre. La |
Palabra de Dios nos
ilumina, nos conforta y nos respon- |
16 (116) |
sabiliza; luego tomamos el
Cuerpo de nuestro Salvador, |
mientras celebramos «el
memorial» de su muerte y su |
resurrección, hasta que
vuelvas al final de los tiempos, |
cuando esta familia habrá
llegado «a la plenitud de |
edad», como dice san
Pablo. |
Si estas motivaciones las
hacemos nuestras, tendre- |
mos necesidad de
integrarnos en la asamblea dominical |
del Señor, será un gozo
formar parte de ella ―y dolor |
las veces que una
dificultad nos impida asistir― y se |
traducirá en un compromiso
de vida cristiana sin el cual |
la Eucaristía sería nada
más que una mera evasión o, si se |
quiere, un pasatiempo. |
Cuando faltan estas
convicciones, es que todavía se |
permanece en un estado de
inmadurez, fluctuante, pro- |
pensos a dejarse arrastrar
por el viento que sopla más |
fuerte y se cae, en
general, del lado en que nos esclaviza |
más fácilmente el egoísmo
o el capricho. |
El precepto |
Pero, ¿y el precepto? |
El precepto subsiste
todavía, como un estímulo externo |
para la inmadurez en la
vida cristiana, para todos aque- |
llos que tienen necesidad
de una ley que les ayude a |
andar. El cristiano
maduro, en cambio, no tiene necesidad |
del precepto y prescinde
prácticamente de él: prescinde |
no porque lo desprecie o
se haya abolido, sino porque no |
se mueve por el peso de la
ley externa o por el miedo al |
castigo, sino más bien por
el amor y por el convencimien- |
to y gusto de las
motivaciones expuestas. El precepto le |
sobra. Le sería tan
absurdo como si, en la vida física, el |
Estado impusiera la
obligación de comer bajo pena de |
multa o cárcel. |
El que ama no necesita ley
externa, porque tiene una |
exigencia interna que le
lleva a hacer infinitamente más |
de lo que prescribe una
lista completa de deberes. |
La historia |
Con esta libertad
interior, que dicta el amor de Cristo, |
vivían las primeras
generaciones cristianas. San Lucas |
nos dice que «tomaban
parte asiduamente en las ense- |
ñanzas de los apóstoles,
en la fracción del Pan (Euca- |
ristía) y en las
plegarias. Y tomaban el alimento con |
17 (117) |
alegría y simplicidad de
corazón» (Hechos, 2, 42-46). La |
«fracción del Pan» no era
impuesta como un deber. Se |
reunían el domingo para
rememorar y renovar la expe- |
riencia pascual de las
apariciones del Señor muerto y re- |
sucitado. Sólo cuando
comenzó a decaer la visión festiva |
del domingo se introduce
como un deber la asistencia a la |
asamblea dominical. |
Nada sin la |
conversión |
Con todo lo expuesto no
hemos constatado, todavía, a |
determinadas dificultades.
Si el precepto subsiste, ¿es de |
todo punto indispensable
cumplirlo, quiérase o no? |
Dejando de un lado las
situaciones de imposibilidad, |
hay otros casos en los
que, un mínimo de honradez, hace |
obligatoria la abstención.
Veamos algunos importantes. |
La caridad |
Dice Jesús: «Si presentas
tu ofrenda en el altar y allí |
te acuerdas que tu hermano
tiene algo contra ti, deja allí |
la ofrenda ante el altar y
corre antes a hacer las paces |
con tu hermano, y después
vuelve y presenta tu ofrenda» |
(Mateo 5, 23-24). La
Iglesia ha entendido siempre este pa- |
saje en el sentido de que,
antes de participar en la Euca- |
(viene de la pág. 12) |
gozo, etc. ¿Cómo puedo,
pues, pre- |
tender comprender y saber
todo lo |
que se refiere a Dios? |
Pero las objeciones más
frecuen- |
tes las oiréis referidas a
la Iglesia. |
Tal vez te pueda servir
una anéc- |
dota referida a
Pitigrilli. Es ésta: en |
Londres, en el Hyde Park,
un pre- |
dicador al aire libre
sufre repetidas |
interrupciones por parte
de un in- |
dividuo mal aseado, sucio,
despei- |
nado, que dice: «Hace ya
veinte si- |
glos que existe la Iglesia
y todavía |
el mundo está lleno de
ladrones, |
adúlteros y asesinos».
«Lleváis ra- |
zón, responde sin
inmutarse el pre- |
dicador, y, además hace
dos millo- |
nes de siglos que existe
el agua en |
el mundo y daos cuenta en
qué es- |
tado tenéis vuestro
cuello». |
En otras palabras: ha
habido pa- |
pas malos, obispos malos,
sacerdo- |
tes malos y católicos
malos. Pero |
esto, ¿qué significa? ¿Que
ha sido |
aplicado el Evangelio? No,
sino que |
significa lo contrario:
que el Evan- |
gelio no ha sido aplicado. |
Querido Pinocho, sobre los
jóve- |
nes como tú existen dos
frases fa- |
mosas que te las quiero
decir. La |
primera que te recomiendo
es de |
Lacordaire: «¡Tened un
criterio y |
hacedlo valer!» La segunda
es de |
Clemenceau y,
sinceramente, no te |
la recomiendo: «No tiene
ideas, pe- |
ro las defiende
ardorosamente». |
18 (118) |
ristía, es indispensable
una sincera reconciliación con el |
hermano. El que no se
quiera reconciliar no puede par- |
ticipar en ella. Es un
precepto divino, que prevalece sobre |
el precepto de la Iglesia
de asistencia a la misa dominical. |
Habrá que distinguir
sinceramente y sin hipocresías entre |
verdadera voluntad de
perdonar y sentimiento: la Euca- |
ristía ayudará a llevar el
sentimiento a la voluntad. |
La Justicia |
Algo parecido dice san
Pablo respecto a los ricos que |
oprimen a sus hermanos
pobres. Lo dice a propósito de los |
ágapes fraternos que
acompañaban la celebración de la |
Eucaristía en los primeros
tiempos. A veces se ponía en |
evidencia la división
injusta entre ricos y pobres: «En los |
ágapes cada uno se
adelanta a tomar la propia cena, y |
mientras uno queda con
hambre, otro se embriaga... ¿Es |
que tomáis a la ligera a
la Iglesia de Dios y queréis con- |
fundir y humillar a los
que no tienen nada?» (1 Cor. 11, |
21-22). La Eucaristía es
signo del Cuerpo de Cristo: de su |
cuerpo físico y también de
su cuerpo místico, que son |
todos los fieles, unidos
en comunión de fe y de caridad. |
Si la comunidad está
profundamente dividida por una |
injusticia que hace
imposible la caridad, la Eucaristía se |
convierte, parcialmente,
en una mentira. |
Es preciso una sincera
conversión antes de acercarse |
a la Eucaristía. El que no
quiera vivir como cristiano no |
tiene derecho a integrarse
en la asamblea. |
Huelga decir que el que no
cree tampoco tiene derecho |
a la asamblea eucarística,
porque introduce una división |
más profunda en el Cuerpo
de Cristo: no es cristiano. |
Es preciso |
ir a Misa |
Resumiendo: ¿es preciso ir
a misa el domingo? |
Sí, es preciso: si se
quiere ser fiel a Cristo y si se quiere |
agradecer su amor; si se
quiere sentir el gozo de ser cristia- |
no y se quiere vivir con
plenitud la comunión eclesial; si |
se quiere vivir según las
exigencias de la fe y de la vida |
cristiana. Y también,
naturalmente, si se quiere cumplir |
un precepto de la Iglesia. |
Pero, el que no quiera
vivir como cristiano..., es |
mejor real y honestamente,
que no haga comedia. Que se |
abstenga; que antes se
convierta, como dice el Evangelio: |
«El Reino de Dios está
cerca, convertíos y creed en la bue- |
na nueva» (Marcos 1, 15). |
19 (119) |
gente |
joven |
del Oratorio |
TODOS LOS DOMINGOS |
A LA UNA MENOS CUARTO: |
FORMACION |
CRISTIANA |
DE |
GENTE JOVEN |
DE 9 A 16 AÑOS |
LAUS |
Director: Ramón Mas
Cassanelles - Edita e imprime: Congregación del Oratorio |
Placeta de S. Felipe Neri,
1 - Apartado 182 - Albacete - D. L. AB 103/62 - 22.5.70 |
20 (120) |
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