Publicación mensual del Oratorio.
Núm. 162. NOVIEMBRE. Año 1978
SUMARIO
Publicación mensual del Oratorio
Núm. 162
NOVIEMBRE
Año 1978
SUMARIO
UN PAPA nuevo, más bien que un nuevo Papa, va
a ser por su origen, por su carácter, por sus acti-
tudes, Karol Wojtyla. La Iglesia, con él, se reju-
venece y abre a nuestras esperanzas, mientras el mundo
entero lo recibe con simpatía y entusiasmo. ¡Ojalá los
cristianos ayudemos a convertir en realidad las esperan-
zas de la Iglesia y del mundo!
BLANQUERNA
LA VALENTÍA DE LA IGLESIA
EL PAPA WOJTYLA, PAPA NUEVO
DEJAD QUE LOS NIÑOS SE ACERQUEN A MÍ.
CREO EN LA SANTA IGLESIA
1 (121)
BLANQUERNA,
PAPA
LEGENDARIO
DE LLULL
CONCORDARON unánimes todos los
cardenales en elegir que Blan-
querna fuese creado Papa. Y to-
dos quisieron y dijeron en una
voz que el fuese Papa, y luego inmediata-
mente cantaron el Veni Creator Spiritus
y el "Te Deum laudamus", y tomaron a
Blanquerna para sentarlo en la silla apos-
tolical; pero Blanquerna no lo quiso, y
dijo estas palabras:
―Fama es por todo el mundo que el
Papa podría con sus hermanos los car-
denales ordenar y poner en buen estado
1 todo el mundo, si quisiese. Y como el
mundo ahora se halla en tan gran dis-
cordia y desorden, es cosa temerosa el
ser Papa, y en él es significada gran
culpa mientras no use de su poder en
ordenar el mundo, siguiendo su volun-
tad todo el poder que Dios le dio para
ordenarle. Y, como yo sea indigno de te-
ner poder tan grande, en cuanto me falta
el saber y el querer, por esto tan noble
y tan grande poder como es este poder
apostolical, no debe ser encomendado a
mi flaco saber y querer. Y, por tanto, yo
renuncio el poder apostolical y pido que
sea dada respuesta a las diez cuestiones
que yo he propuesto a esta corte.
Cuanto más fuertemente el obispo Blan-
querna se excusaba y renunciaba al pon-
tificado, con tanta mayor fuerza se movía
la voluntad de los cardenales a que el fue
se Papa, siendo condición de la elección
que aquellos que más fuertemente se ex-
cusan y renuncian, deben ser preferidos
en la elección, como se convenga en las
demás condiciones que corresponden al
hombre digno de ser elegido. Y por este
motivo, el obispo Blanquerna consintió
entonces en recibir el oficio papal, y dijo
estas palabras.
―En mí hay falta de saber y querer que
se iguale al poder apostolical. Si por vo-
sotros soy elegido Papa, os pido que me
ayudéis, como por igual querer y saber
usemos del poder que se me ha dado en
procurar que Dios sea conocido y amado,
y que su pueblo sea por el bienaventura-
do. Y si no lo hiciereis, me haréis grande
injuria y gran pecado. ―Todos los carde-
nales prometieron gustosamente al Papa
que le ayudarían en todo lo que era su
voluntad, según la libertad del saber y del
poder que Dios les había dado y según el
Cargo que Dios había sujetado su volun-
tad a servírsele. Y, de esta forma, el obis-
po Blanquerna fue elegido Papa.
RAMÓN LLULL.,
místico del s. XIII, traducción castellana del s. XVII revisada por Batllori y Caldentey.
2 (132)
La valentía
de la Iglesia
LA elección de Juan Pablo II
no ha sido un desafío al
mundo, ni un reto al comu-
nismo, ni un desprecio a los carde-
nales italianos, ni una maniobra
de la jerarquía pastoralista contra
la curia romana... Aunque corrie-
ran ríos de tinta y zumbieran las
rotativas, aunque resonaran las on-
das o destellaran imágenes manipu-
ladas para llamar, como sea, la
atención perezosa del consumidor
vulgar de noticias sensacionales, lo
bien cierto y lo que explica este su-
ceso sin duda notable en la historia
de la Iglesia de la que somos miem-
bros, e darnos cuenta de que la
Iglesia es valiente, y precisamente
fijándonos en la debilidad de los
hombre que la componemos, por-
que, en conjunto, en todo este even-
to, las aspiraciones, los deseos
manifestados por todo el mundo
expresados de forma genérica,
pero insistente, han encontrado
expresión en la elección obtenida.
Han sido valientes los cardenales,
valiente el pueblo de Dios y va-
liente el propio Papa.
La valentía del senado de la Iglesia
ha sido proclamada, inmediatamen-
te, sólo dos días después de su elec-
ción, por el Papa mismo, en el
curso de la audiencia concedida a
los cardenales, que les ha dicho
que «no sólo ha sido un acto de
confianza el llamar como obispo de
Roma a un no italiano, sino tam-
bién un acto de valentía». Él, para
decirlo, usaba una palabra italiana,
que significa valentía, pero que tie-
ne un sentido más preciso que la
fonéticamente equivalente de nues-
tro castellano; esta palabra es "co-
raggio" y en castellano "coraje".
Pero el significado italiano es más
preciso: es poner toda la fuerza en
el corazón y poner el corazón en
todas las fuerzas.
Por lo demás, les decía, es pro-
pia de lor cardenales la valentía,
in la cual carecería de sentido el
3 (123)
símbolo de la púrpura ―sangre―
que se les impone y que significa
el compromiso para confesar la fe
y servir a la Iglesia de Dios. Sacó
a la memoria el mártir inglés John
Fisher, quien mientras estaba en
prisión, poco antes de ser decapi-
tado, era creado cardenal por el
Papa. También hoy ha habido y
hay personas «a quienes ni les ha
sido, ni les es ahorrada la expe-
riencia de la cárcel, de los sufri-
mientos, de la humillación por
Cristo».
Valientes han sido los cardenales
también, una vez más, porque
cuando los reinos del mundo en
sus "crisis" se hacen larguísimas
en la búsqueda de hombres y solu-
ciones, el conclave ha dado ejem-
plo designando con serena diligen-
cia y en menos de dos días, a otro
sucesor de Pedro, que nos llega
con todas las apariencias de haber
sido una óptima elección.
Valiente, además, el pueblo de
Dios. No la multitud informe que
goza y busca los acontecimientos
de muertes dramáticas o los en-
cumbramientos o coronaciones tea-
trales como otra enajenación más,
sino esa gran masa de creyentes
que deseaba y pensaba en un ver-
dadero hombre de Dios, en un
hombre espiritual y no mojigato,
en un hombre sensato, claro d-
emente , pero con luz en los ojos y
fuego en el corazón. Deseo cultiva-
do en las aspiraciones más puras
del alma, traducido en oración in-
formal pero viva y constante, que
finalmente se ha alegrado y ha sen-
tido que tenía derecho al gozo por-
que ese Papa era "suyo" cuando
en las primeras imágenes, ha visto
que ponía el pie firme y la sereni-
dad humilde con el ardor y la cla-
ridad de la palabra segura, capaz
de dar confianza a los más pusilá-
nimes y de abrir nuevos caminos
a los generosos, para el bien de la
Iglesia y del mundo que, consciente
o inconscientemente, lo necesita.
Pero a la hora de la valentía del
pueblo de Dios, no podemos pasar
por alto a una porción importante
del mismo, del cual ha sido extra-
ído este Papa. Esta valentía ―este
"coraje": de juntar fuerza y cora-
zón― que merece allí, colectiva-
mente, en el conjunto de sus cris-
tianos, casi la investidura de una
púrpura colectiva, porque ha sido,
a través de su historia, mártir y
torturado, creyente católico y siem-
pre fiel a la Iglesia de Cristo. El Pa-
pa viene de Polonia, que siempre
fue fiel, aunque nunca tuvo un
Papa. Polonia es una llanura in-
mensa — "Polonia" quiere decir,
etimológicamente, y desde nuestras
tierras tenemos derecho a una leve
emoción..., quiere decir "los lla-
nos"― Llanura inmensa que solo
hacia el sur inicia suavemente su
elevación para asomarse a la ba-
laustrada de los Sudetes y de los
Cárpatos, como para volver un
poco el rostro de las brumas del
norte y de los helores de la tundra
4 (124)
inhóspita. Y la tierra sube
porque, de más allá, le vi-
no la fe, que ninguno de
los terribles asaltos sufri-
dos ha conmovido, lo
largo de su bella, dolorosa,
esforzada y milenaria his-
toria. Como ejemplo pró-
ximo a nuestra época, bas-
taría decir que en menos
de dos siglos, ha sido tro-
ceada y repartida cuatro
veces, hollada y escarne-
cida su cultura, relegados
sus sabios, silenciados sus
poetas, arrinconados sus
artistas y perseguidos sus
creyentes. Pero han segui-
do teniendo fuerzas en me-
dio del frio de la soledad y
de las amenazas de los cu-
chillos del odio, y del dolor
de los pies llagados por las
deportaciones (4.000.000 en
la última guerra mundial),
para mantener incólume su
fe y hoy mismo, a pesar de
los esfuerzos y la opresión
de una dictadura que ha
intentado de varios modos
erradicar la religión, casi la
totalidad de los polacos son
católicos, pero católicos no
de simple adscripción so-
ciológica, sino católicos
convencidos y practicantes,
entrenados, endurecidos en
las dificultades, discutidos
en su libertad de conciencia, pero
invictos en la fe. Ningún tirano
ve atrevería a hacerles mártires
porque lo serían todos. Esa fe les
abre a lo universal, más allá del
mar, más allá de la estepa, más
5 (125)
allá de los montes y de los már-
genes fronterizos impuestos... para
que el pensamiento de un Dios
de todos los hombres y una liber-
tad igualmente universal, les redi-
ma del exceso de la obcecación
nacional, y les haga puro el mis-
mo amor a la tierra, a "su" tierra,
hombres y cosas.
Curiosamente, este pueblo de
santos, de mártires y de valientes
en la fe: ese pueblo de trabajadores,
de artistas y de sabios, no había
tenido nunca un Papa. Por esto,
ahora, el que la Iglesia da al mun-
do, es una gracia y un regalo para
todos los cristianos, pero es, espe-
cialmente y además, un premio
para ellos, para Polonia, tierra de
llanos y llanura; tierra de fe, de
esperanza, de abnegación, de cons-
tancia y de valientes.
Finalmente, también el papa Juan
Pablo II ha sido valiente. Cuando
el mundo, sumido en las distraccio-
nes forzadas de las técnicas mate-
rialistas, siente sin saber expresar-
la, la soledad del corazón y habla
de socialismos, sociologías y socie-
dades para liberarse o protestar
del individualismo que le corroe y
del miedo que le paraliza, desespe-
rado de desconocer el sentido de
la vida; cuando ocurre todo esto,
vemos que la Iglesia se hace más
universal y, restañadas las heridas
de viejas divisiones, abre su mirada
y sus brazos a este mundo, necesi-
tado, problemático y difícil, pero
que es de Dios, y llama a un hom-
bre de mirada azul, sin artificios
de cristales, pero que no puede
disimular su sabiduría, acostum-
brado a hurgar en los libros y a
otear los horizontes, que ha pasado
penas y trabajos, que no ha tenido
ni ganas, ni medio, ni tiempo para
posturas aburguesadas ni ha pen-
sado jamás en rentas protectoras
ni grandezas humanas, y la Iglesia
lo sienta en la silla de Pedro. Y él
acepta: acepta porque es valiente,
como lo han sido los que le han
elegido y porque es de tierra de
valientes. Y acepta porque pone el
corazón en las fuerzas y pone todas
las fuerzas en el corazón para de-
cirnos, como a martillazos de amor
y de fe, que tiene miedo, pero que
se abre a Dios; son palabras como
el repicar del bronce en los cam-
panarios del cielo y en el corazón
de los hombres, cuando las dice
desde la balaustra donde pone las
manos, para que los arcos enormes
de piedras que de allí se abren, le
sean brazos más largos que acojan
fraternalmente a todos: «Hermanos,
hermanas, he tenido miedo, pero
me he dirigido al Espíritu... Y es-
tamos aquí para confesar nuestra
fe común... y también para reem-
prender el camino en la vida de
la historia y de la Iglesia, con la
ayuda de Dios y de todos voso-
tros».
Amémosle. Amémosle, sin mitos.
Caminemos con él, en la Iglesia,
por el mundo, con los hombres,
hacia Dios.
6 (126)
EL PAPA
WOJTYLA,
PAPA
NUEVO
LA historia de cada
hombre, la historia
de la humanidad, la
misma historia de la Igle-
sia, es una sucesión que
discurre a través del tiem-
po, influida por él, por los
hombres de cada época: lo que
podemos exigir en un momento
dado no puede ser incondicional-
mente válido para otra situación
temporal histórica. La que puede
ser sorpresa por tener en la sede
de Pedro a un Papa no italiano
entra en estas relativaciones que,
por lo demás, mantienen inalterado
el principio de la universalidad en
la sucesión del Sumo Pontífice.
Por esta misma razón es previ-
sible, para épocas futuras, otros sis-
temas de elección del mismo modo
que, el actual, no es parecido al
originario y a otros intermedios.
Pero hemos de dar gracias a Dios
del resultado actual en el que la
nota de universalidad resplandece
más que en elecciones anteriores.
Por motivos históricos hubo un
cierto nacionalismo remoto en la
práctica de la designación y repre-
sentatividad de la sede Vaticana.
Se dio un paso importante con Pio
XI por medio de la invención del
minúsculo Estado Vaticano, que
aseguraba la supranacionalidad del
Papado. Con Pío XII la nota de
internacionalidad de la Iglesia ad-
7 (127)
quiere una esplendorosa manifes-
tación, después de las grandes gue-
rras, en la memorable celebración
del Año Santo de 1950. Pero el que
marca un hito definitivo en la Igle-
sia de nuestros días, es Juan XXIII,
que quiere que la Iglesia pueda
hacerse entender al mundo de hoy:
convoca e inicia el Concilio y mul-
tiplica el nombramiento y la diver-
sidad de los cardenales, que llevan
al Sacro Colegio la representativi-
dad de todos los continentes. En
realidad recogía un intento no cul-
minado de Pío XII.
El papa Montini ―sucesor de
Pío XII a través de Juan XXIII―
entra en una Iglesia universalizada:
termina el Concilio y, con a cuestas
todo el peso de su aplicación, se
lanza a los caminos del mundo,
llevado de su sentido humano uni-
versal y del anhelo ecuménico, la-
tente desde los tiempos de Mercier
y los más lejanos de Newman y
León XIII, pero como descubierto
y acuciante desde el Concilio, por
Juan XXIII.
Pablo VI, con plena conciencia,
dedicará todas sus fuerzas a la tarea
heredada y, por ello, encontrará
las dificultades que le llegarán de
tres frentes: principalmente de
los tradicionalistas conservadores
―comparables a los judaizantes
que obstaculizaban al apóstol Pa-
blo y, como reacción impaciente
frente a la rémora tradicionalista,
las imprudencias progresistas, me-
nores en importancia que el cerri-
lismo tradicional. En medio, un
tercer elemento, constituido por
una porción indolente y numerosa,
de los que vieron en el Concilio
poco más que un recurso para re-
poner alguna modulación restaura-
dora en el cansino repertorio de
sus ideas desvitalizadas, esclero-
sadas.
La breve presencia de Juan
Pablo I no fue inútil, y ha sido a
través de su transparencia evangé-
lica que nos llega Juan Pablo II,
con esa visión nueva, refrescante y
sólida que parece dispuesto a su-
perar los últimos restos de las ba-
rreras que separan mundo de hoy
e Iglesia.
Juan Pablo II no llega sólo como
un "nuevo Papa", sino como un
Jóvenes:
sois el futuro del mundo,
sois la esperanza de la Iglesia
y sois mi esperanza.
Juan Pablo II.
22.10.1978
8 (128)
"Papa nuevo". Cierto que es la con-
sumación, sin rupturas, de etapas de
un camino que han preparado los
predecesores, y en cierto modo los
resume, pero es otro hito desde el
que se definirán nuevas actitudes
en la Iglesia por las que el Concilio
no solamente no sea discutido, sino
que deje de ser referencia tópica y
se lleve a todas sus consecuencias
y que el mundo pueda entender a
esa Iglesia que también se acerca
a él para darle la mano y respon-
der a las ansias más profundas de
este viejo mundo, que se ha hecho
de nuevo adolescente, cara a creci-
mientos en los que pide, sin saber,
que le comprendan y que le llenen
el espíritu.
Tenemos nuevo papa y papa
nuevo: heredero y renovador a la
vez; no hay rupturas sino consu-
mación de etapas en un mismo
camino que han preparado y dis-
puesto los predecesores. Es todo
un símbolo el gesto del Papa que,
al acercársele para la "obediencia"
el cardenal Wyszynski, el viejo
campeón de la libertad en Polonia,
se puso en pie él, el Papa, para
besar las manos del hermano ma-
yor, como lo haría el hijo con el
padre.
Abajo, en los ríos de las palabras,
los hombres discuten, barruntan,
deciden o suponen, pero ―dándose
o sin que se den cuenta― es Dios
el que gobierna, resume y realiza,
sin milagros ―no hace falta―, pe-
ro providencialmente, la nave de
Pedro.
Adolescentes.
El amor los madura de repente
y, adultos de improviso,
cogidos de la mano
caminan en tropel:
son corazones fluidos
von pájaros cazados,
perfiles de tiniebla
todavía.
Yo sé que dentro late,
del corazón indómito,
el pulso de este mundo.
Cogidos de la mano
se sientan en silencio
a la orilla del río
de la vida,
sobre un tronco de árbol
de la tierra. La luna
se mueve en un triángulo
de luces mortecinas.
Las brumas no se atreven
a alzarse todavía.
Crecen sus corazones
sobre el rio.
¿Será también así,
yo me pregunto,
cuando se alcen de nuevo
para seguir andando?
¿Será quizá la luz
entre las plantas
que les descubrirá
la hondura no sabida,
hasta el momento?
¿Lograréis соnѕеrvar
lo que en vosotros nace?
¿Separaréis por siempre el
bien del mal
KAROL WOJTYLA, 1958.
9 (129)
«Dejad que los niños
se acerquen a mí»
NINGÚN papa contemporáneo ha mostrado el do
minio magistral de la situación en la ceremonia inaugural
de su pontificado, como Juan Pablo II: dominio sorpren-
dente al dirigirse a un cuarto de millón de fieles en las
más de tres horas transcurridas desde el aplauso que sa-
ludó su presencia hasta que se despidió desde el balcón
diciendo: «Es la hora de ir a comer todos, y también el
papa».
Este es el comentario que hacía, al día siguiente, el diario
inglés "The Times". El vigor de este principio, la profunda
convicción de las palabras y la cordialidad patente de sus ges-
tos nos ponían a todos en contacto con la profundidad de sus
ideas compactas, llenas de coherencia intelectual y, al mismo
tiempo, de fácil conexión popular. Una homilía magnífica y
habló en once idiomas, entre ellos, como un abrazo que se ten-
día especialmente a los pueblos de la Europa oriental, en pola-
co, lituano, checo y ruso.
Concluidas las oraciones finales, el papa se entusiasma y
rompe el protocolo y ritual previsto para ir hacia las primeras
filas del pueblo y en particular hacia los polacos presentes alli
en un grupo de cerca de cuatro mil, y luego hacia la hilera de
autoridades. Pero hay una anécdota que nos llevaba visible.
10 (130)
mente a los días del
Evangelio: «Dejad que
los niños se acerquen
a mí, y no se lo im-
pidáis». y un niño se
aproximó al papa y
el papa al niño, y el
papa recibió sus flores
y el niño la caricia del
papa.
Y al final, antes de
volver a la basílica, el
papa Wojtyla, inventó
un nuevo rito: cogió
el báculo rematado en
cruz y, con gesto solem-
ne y vigoroso, con la
unción de un nuevo
Moisés, levantándolo,
dio la bendición, como
para decir, que era
Cristo quien bendecía y
no él.
11 (131)
Hermanos,
hermanas:
no tengáis miedo!
Hermanos y hermanas: no tengáis miedo
a acoger a Cristo y de aceptar su potestad:
ayudad al Papa y a todos los que quieren ser-
vir a Cristo.
En nuestro conocimiento y con la potestad
de Cristo, servid al hombre y a la humanidad
entera.
No tengáis miedo. Abrid, más todavía,
abrid de par en par las puertas a Cristo. Abrid
a su potestad salvadora los confines de los Es-
tados, tanto los sistemas económicos como los
políticos, los campos extensos de la cultura, de
la civilización y del desarrollo. No temáis:
Cristo conoce la intimidad del hombre. Sólo él
lo conoce.
El hombre actual, con frecuencia, no sabe
lo que lleva dentro, en lo profundo de su áni-
mo, de su corazón. Muchas veces se siente inse-
guro sobre el sentido de su vida en este mundo.
Se siente invadido por la duda que se transfor-
ma en desesperación. Permitid pues ―os lo rue-
go, os lo imploro con humildad y confianza―,
permitid que Cristo hable al hombre de hoy. Só-
lo él tiene palabras de vida, sí, de vida eterna.
Juan Pablo II
12 (132)
documento:
CREO
EN LA
SANTA IGLESIA
Es frecuente oír opiniones que distinguen y hasta oponen la idea de la
Iglesia a la realidad de Jesucristo. Este se admite, pero se prescinde
de la Iglesia. Una sincera y serena observación de la relación que el
Evangelio establece entre Cristo y la Iglesia lleva, necesariamente, a no
poder prescindir de la Iglesia, si se cree totalmente en Jesucristo, ya no
poder creer en Jesucristo si se prescinde de la Iglesia. El cardenal León-Josef
Suenens, arzobispo de Malinas-Bruselas, en una carta pastoral del verano
último, afronta esta relación y ofrece criterios que pueden fortalecer la fe
de los creyentes y aclarar las concepciones de los que, sin fe, correrían el
riesgo de interpretar superficialmente todo el fenómeno religioso cristiano
manifestado a través del misterio de la Iglesia. Ofrecemos los fragmentos
principales.
Iglesia visible e
Iglesia invisible
La Iglesia de la que se habla espontáneamente y a la
que se hace referencia en la prensa, la radio, la TV, es
una Iglesia que se contempla en su estructura visible, co-
mo una sociedad humana, con sus cuadros y sus leyes; es
una realidad sociológica de contornos bien definidos.
Es una realidad histórica que posee una larga histo-
ria, con altos y bajos, de grandezas y de crisis, de santi-
dad y de miseria.
Pero una mirada sociológica o histórica de la Iglesia
es una mirada truncada, porque es parcial. La verdadera
13 (133)
Iglesia es, sin duda, una realidad visible, pero es, simul-
taneamente una realidad invisible. Aunque se trata de
hecho, de dos aspectos de una misma y única realidad.
Para ser fieles a la Iglesia, tal como Cristo la ha que-
rido, es imprescindible admitir y creer en el misterio de
la Iglesia que se sitio en el interior y alcanza hasta mus
allá de sus aspectos sociológico e histórico.
La Iglesia según
el Vaticano II
El Vaticano II, en la LUMEN GENTIUM, ha desta-
cado rigorosamente estos dos aspectos, el risible y el
espiritual, de la misma y única Iglesia.
Leamos de nuevo este pasaje: «Cristo, el único Me-
diador, instituyó y mantiene continuamente en la tierra
a su Iglesia santa, comunidad de fe, esperanza y raridad,
como un todo visible, comunicando mediante ella la ver-
dad y la gracia a todos. Mas la sociedad provista de sus
órganos jerárquicos y el Cuerpo místico de Cristo, la
asamblea visible y la comunidad espiritual, la Iglesias
terrestre y la Iglesia enriquecida con los bienes celestia-
les, no deben ser consideradas como dos casos distintas,
sino que más bien forman una realidad compleja que está
integrada de un elemento humano y otro divino. Por lo
cual, en virtud de una analogía que posee su valor, se la
compara con el misterio del Verbo encarnado. En efecto,
así como la naturaleza asumida por el verbo divino este
a su servicio como un órgano viniente de salvación que
le permanece inseparablemente unido, así también la
totalidad social que constituye la Iglesia está al servicio
del Espíritu de Cristo, que le da la vida, en vistas al creci-
miento del cuerpo (cf. Ef. 4, 16). Esta es la única Iglesia
de Cristo que en el Símbolo confesamos una, santa, cató-
lica y apostólica (LG, n.8)».
En lugar de considerar a la Iglesia a partir de noso-
tros mismos, a partir de los hombres que la componen a
lo largo de los tempos, es preciso mirarla con los ojos de
La fe, a partir de Jesucristo, que en quien ha querido y ha
fundado su Iglesia.
Esta Iglesia en para los creyentes, una presencia pri-
vilegiada de Jesucristo, el cual e completando en ella
aquí en la tierra, misteriosamente, lo que comenzó y le va
dando vida a través de veinte siglos.
14 (134)
Es un lugar privilegiado porque en el nosotros recibi-
mos en plenitud su palabra, su vida, su espíritu.
Pero antes de seguir adelante, analicemos que quiere
decir "lugar privilegiado".
La Iglesia como
lugar privilegiado
A los ojos de Dios, privilegio significa responsabilidad
mayor, misión nueva, mandamiento de llevar más lejos el
mensaje recibido, el tesoro confiado que no puede escon-
derse. Cuando Dios tiene una predilección, ese amor sig-
nifica que exige más. La más elevada manifestación de
predilección divina ―en María― transforma en espiritual,
para que pueda ser universal, su capacidad de madre. Del
mismo modo, cada cristiano consciente de su vocación
cristiana, deviene, con nuevo título, responsable de sus
hermanos.
Es en este sentido que decimos que la Iglesia es el lu-
gar privilegiado de nuestro encuentro con Dios.
En ella y por medio de ella nos da el Señor, en pleni-
tud, su palabra, su vida, su espíritu.
La Iglesia
como ministerio
de la Palabra
A ella le debemos, en primer lugar, la palabra de
Dios, tal como nos viene en la Sagrada Escritura.
El Nuevo Testamento nos transmite la historia de
Jesus, su vida, su predicación, sus sufrimientos, su muerte
y su resurrección. Pero esta historia no termina, sino que
tiene una continuación, porque lo que Jesucristo ha anun-
ciado, proclamado y vivido no pertenece solamente al
pasado: el Cristo de ayer es también el Cristo de hoy, es
nuestro contemporáneo.
La palabra de aquél de quien decían: «Jamás otro
hombre ha hablado como este hombre», no murió con él:
vibra todavía y atraviesa los siglos como una ola miste-
riosa, incontenible.
Esta palabra, viviente por siempre, es la que la Escri-
tura nos hace llegar como una resonancia, como un eco
de la misma pronunciada por Cristo, y no la tendríamos
sin la Iglesia que la recogió fielmente en el pasado y que,
con la misma fidelidad, nos la transmite, de generación
en generación.
15 (135)
Y, además, la Iglesia la interpreta, la aclara, la actua-
liza, nos la hace vivir. En cada Eucaristía que celebra, la
Iglesia nos invita a compartir esta palabra inspirada,
antes de invitarnos conjuntamente a compartir el pan de
vida.
Escritura
y Tradición
Sin la Tradición vita de la Iglesia, la Escritura esta-
ría relegada al capricho y al antojo del gusto de cada uno
y de las modas del tiempo. Seríamos como navegantes sin
mapa y sin brújula, dejados a la fuerza del viento.
La Tradición y la palabra son una misma cosa, consti-
tuyen una unidad. La Tradición nos transmite la palabra,
y la palabra, a la vez, aclara y orienta la Tradición. Su
trabazón interna, su recíproco influjo es vital.
Muy acertadamente se ha dicho que «la Escritura
no puede ser palabra de Dios si se separa y aísla de
la Iglesia; y que la Iglesia no sería la esposa de
Cristo si no hubiera recibido el don de la inteligencia
de la Palabra: estas dos fases de la vida de Dios entre
los hombres son aspectos de un mismo misterio. La Igle-
sia implica la Escritura, como la Escritura implica la
Iglesia». Así lo escribe Georges H. Tavard en uno de sus
libros.
La Iglesia como
ministerio de vida
Pero la Iglesia no es solamente el lugar donde resuena
la palabra de Jesus: es, también, el lugar donde el Señor
prosigue, prolonga y acaba su acción vivificadora.
Porque Jesús no solamente colma, con su presencia,
los treinta años de su vida: su acción atraviesa los siglos
Y perdurará hasta el fin de los tiempos.
El actúa para nosotros, ya no por medio de una pre-
sencia física, sino de una manera misteriosa por medio de
su acción sacramental, que está en el mismo corazón de
la vida de la Iglesia.
Los antiguos escritores de la Iglesia lo han repetido
con insistencia: no es el sacerdote el que bautiza, consa-
gra, absuelve y sana en el ministerio sacerdotal y por me-
dio de él: es Cristo quien nos sumerge en el agua bautis-
mal y nos asocia, para siempre, a su misterio de vida y
16 (136)
de muerte: es el que renueva para nosotros el "sacramento
pascual", como se dice en la liturgia del viernes de Pascua.
En la acción sacramental se contiene, oculta, la operación
de Cristo.
El lugar por excelencia, para ese encuentro con Cristo,
es la celebración eucarística, y los restantes sacramentos
se ordenan con respecto al de la Eucaristía.
Yo quisiera pediros que renovéis vuestra fe en este
misterio sagrado, pues está situado en el corazón de toda la
vitalidad cristiana. La Iglesia celebra la Eucaristía seguir
el mandamiento recibido del Maestro, pero la Eucaristía,
por su parte, hace a la Iglesia. Minimizar la realidad sa-
cramental eucarística equivaldría a comprometer el futu-
ro de la Iglesia. Nunca meditaremos bastante la descrip-
ción que, de la primera comunidad cristiana, se nos hace
en el libro de los Hechos de los Apóstoles (2, 42-46),
porque, normativa, e inspiradora, sirve para todos los
tiempos.
la Iglesia como
ministerio
del Espíritu Santo
Pero la Iglesia de nuestra fe, no es reunión de aquellos
que, personalmente o en comunidad, se profesan de Cristo
y se consagran a la evangelización y al servicio de los
hombres: sino que la Iglesia tiene una existencia y una
consistencia que precede y ultrapasa la pura adhesión
consciente de los creyentes en Jesucristo y en la comuni-
dad particular de la que son miembros. Ella es, al mismo
tiempo, la comunidad que constituimos conjuntamente
―la Iglesia somos nosotros, exclamamos― y el seno
que nos contiene, la comunidad materna que nos engendra
en la vida de Dios, en el Cristo y por el Espíritu.
La Iglesia de nuestra fe ha nacido santa. Su santidad
no se constituye como resultado de la adición de santos
que ella engendra, sino que la santidad le es propia, de
modo que no la hacemos santa los hombres, aunque fué-
ramos todos santos, sino que es ella, santa, que nos hace
manos a los fieles: ella tiene la santidad de Cristo y de su
Espíritu en ella.
Nuestra vocación cristiana consiste en ser fieles a la
gracia inicial del bautismo recibido y en traducirla pro-
gresivamente en nuestra vida.
17 (137)
Llamamiento
universal
a la santidad
Por esta razón el Vaticano II consagra, en la LUMEN
GENTIUM un capítulo entero al deber de santidad que
pesa sobre el cristiano.
Dice: «Es pues del todo evidente para todos los fieles,
de cualquier estado o condición, que están llamados
a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la
caridad, y esta santidad suscita un nivel de vida más
humano incluso en la sociedad terrena. En el logro de
esta perfección deben los fieles emplear las fuerzas reci-
bidas según la plenitud de Cristo, a fin de que siguiendo
sus huellas y hechos conformes a su imagen, obedeciendo
en todo a la voluntad del Padre, se entreguen con toda
su alma a la gloria de Dios y al servicio del prójimo. Así
la santidad del Pueblo de Dios producirá abundantes
frutos, como espléndidamente lo demuestra la historia de
la Iglesia con la vida de tantos santos» (LG, 40).
Conclusión
Como conclusión, quisiera invitaros a leer una vez
más, y a meditar el documento de base del Concilio, es
decir, la Constitución LUMEN GENTIUM, consagrada
a la naturaleza de la Iglesia. Se trata, en fin, de llevar
una vida plenamente cristiana. Pero esto supone reser-
varse en la vida privada, familiar y comunitaria un
lugar privilegiado para la oración que es la que nos
pone en comunión con Dios y se traduce en acción
fraterna. Que los fieles puedan comprender que el
cristianismo solamente puede ser vivido en plenitud si
permanece abierto a la palabra de Dios, a su vida y a su
espíritu.
Os aseguro que en su elección intervino clara-
mente la providencia de Dios. Lo afirmo porque
lo he vivido. Tengo la convicción de que será un
gran papa, de la talla de los que han regido la
Iglesia en los últimos cien años.
Narciso JUBANY,
Cardenal-arzobispo de Barcelona, a sus diocesanos, el 18 oct. 1978
18 (138)
Un Papa que viene del Este.
En números redondos los católi-
cos del mundo alcanzan la cifra de
700.000.000, de los cuales, algo más
del diez por ciento (concretamente
70.808.000) viven en países comu-
nistas, donde sufren por lo menos
fuertes reducciones en su libertad
O, incluso, abierta persecución.
Pero no es sólo el establecimien-
to concreto del Marxismo que
reprime la libertad y ataca la reli-
gión. En otras partes del mundo, y
especialmente en la América latina,
los fascismos y las partidocracias
autoritarias, dan también lugar a
las "iglesias del silencio" que su-
fren la represión como en los países
comunistas, agravada por la am-
bigüedad de gobernantes teórica-
mente creyentes y prácticamente
perseguidores de la fe, que desacre-
ditan y cuyas consecuencias no
aceptan.
El Papa que viene del Este, po-
drá comprender y trabajar por la
libertad en otras partes.
El nombre
del Papa.
Los que oyeran el anuncio de
la elección hecho, desde el balcón
de san Pedro, por el cardenal Fe-
lici, tras el "Habemus Papam!" tra-
dicional, pudieron apercibirse de
una cierta vacilación al pronun-
ciar el nombre de "Carolum Woj-
tyla" correspondiente al elegido.
Los signos del abecedario polaco
no se corresponden exactamente
al nuestro latino; la diferencia más
importante que para la correcta
pronunciación del apellido del Pa-
pa nos interesa, la representa la "I"
que debería llevar una raya ine-
xistente en nuestros signos, y que
le da el sonido de "u" latina "ou"
francesa, "w" inglesa...)
Resumiendo: el apellido "Woj-
tyla" consta de tres sílabas y es
una palabra llana, acentuada, por
lo tanto, en la penúltima, y cuya
pronunciación correcta sería, para
nosotros: "Voi-tí-ua".
Una última curiosidad que nos
puede resultar interesante en la
Mancha, tierra de horizontes sin
fin: el nombre de "Polonia" viene
de "Polsh", de cuya etimología se
deduce el significado de "llanura".
"los llanos"... Porque también Po-
lonia, en su mayor parte, es una
inmensa llanura.
19 (139)
gente
Joven
del Oratorio
TODOS LOS DOMINGOS
A LA UNA MENOS CUARTO:
FORMACION
CRISTIANA
DE
GENIE JOVEN
DE 9 A 16 AÑOS
LAUS
Director: Ramón Mas Cassanelles - Edita e imprime: Congregación del Oratorio
Placeta de S. Felipe Neri, 1 - Apartado 182 - Albacete - D. L. AB 103/62 - 22.5.70
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