Publicación
mensual del Oratorio. |
Núm. 166. MARZO. Año 1979 |
SUMARIO |
LA SAVIA empuja, otra res,
la vida de las plantas, |
y la Gracia la de los
cristianos. Volver a vivir. Re-- |
morir y re-vivir.
Renovarse y resucitar en todo el |
ser que se prepara a
estrenar vida. Lograríamos, en la |
Iglesia, cada uno y para
todos, ese personal renacimiento |
y transformación de todo
el ser si la fe que profesamos |
la entendiéramos no solo
como la afirmación de Dios en |
nuestra vida, sino como el
compromiso, por Dios, ante |
todo este mundo que
queremos transformar para él. |
SOY SACERDOTE |
VIOLENCIA, NO-VIOLENCIA |
DE LA «DECLARACIÓN DE
PUEBLA» |
EL MENSAJE DE JUAN
PABLO |
LA FE DE LOS PUEBLOS |
REYES, SACERDOTES Y
PROFETAS |
LA DIGNIDAD DEL HOMBRE |
1 (41) |
SOY SACERDOTE |
Toda mi vida es un milagro
raro; |
demostración de Dios en
barro y oro. |
Mi alma es una niña frente
a un toro. |
Mi corazón un niño con un
aro. |
Tengo tanto de mar cuanto
de faro. |
Soy un mendigo dueño de un
tesoro. |
Canto por no llorar, y
cuando lloro |
veo lo turbio dulcemente
claro. |
Hombre, loco, poeta...
todo eso |
que se suele decir, ¡y
sacerdote! |
crucificado en Dios a flor
de beso. |
Nombre no tengo, tengo
sólo mote. |
Y estoy perdiendo paz,
fama y palabra, |
para ganarme el cielo de
rebote |
A. Sánchez Torres, O. P. |
2 (42) |
VIOLENCIA, |
NO-VIOLENCIA |
PILATOS era escéptico de
la |
autenticidad de la realeza
de |
Cristo, cuando le fue
entrega- |
do sin armas; Napoleón se
burlaría |
del Papa que no posee
ejércitos; |
Stalin y Hitler
desafiarían a una |
Iglesia que no tiene
divisiones ar- |
madas... Y todos han
pasado, real- |
zando con sus sombras, las
verda- |
des que escarnecieron u
olvidaron. |
Pero Cristo sigue vivo en
su ver- |
dad, sin necesidad de
armas para |
guardarla ni de ejércitos
para im- |
ponerla. Y el grado de
pureza de |
la Iglesia se mide por el
de la fide- |
lidad a la Verdad inerme
del Evan- |
gelio de Cristo, y su
fuerza por la |
voz con que lo repite. |
La Iglesia no es violenta,
como |
los violentos de este
mundo; ni el |
de Dios es un reino como
los reinos |
de este mundo. ¿Qué
querían del |
Papa los que esperaban que
en |
América lanzara a los
sacerdotes a |
la "guerrilla"?
La "guerrilla" es |
también un poder, como lo
es la de- |
nunciada "violencia
institucionali- |
zada". Ninguna puede
dar la liber- |
tad al hombre, a ninguna
puede |
adherirse la Iglesia. Y no
ha de ha- |
cerlo para defenderse de
riesgos o |
compromisos, ante las
alternativas |
de exaltación o declive de
los par- |
tidos, sino precisamente
para ser |
fiel al compromiso de
decir a todos, |
algo que es más violento
que las |
armas y que transforma más
que |
las guerras: la Verdad del
Evange- |
lio. Falsa sería la
Iglesia que no se |
alineara y, encima,
permaneciera |
callada para defender su
imagen" |
mundana, de prestigios y
tácticas |
sugeridas de la vanidad
triunfante. |
Pero nadie puede decir que
la Igle- |
sia haya permanecido
silenciosa o |
despreocupada. Busca con
celo el |
modo de aplicar la verdad
de Cris- |
to a las situaciones
dramáticas del |
hombre. |
Ella no puede imponer por
las |
armas la verdad cristiana.
Perdería |
la razón por el uso del
medio ele- |
gido para imponerla. Ella
renuncia |
a las violencias de este
mundo. La |
violencia está en el
pensamiento, la |
espada es la Palabra y
ésta llega al |
corazón del hombre y
cambia la vi- |
da del hombre. |
Todas las técnicas, todas
las fuer- |
zas ordenadas a la
consecución de |
la más noble de las metas
humanas, |
no alcanza a la fuerza, ni
llega al |
valor insustituible de una
verdad, |
de la verdad que el hombre
nece- |
sita para descubrirse a sí
mismo, |
para descubrir a Dios y
para valo- |
rar su vida en libertad de
hijo de |
Dios. |
3 (43) |
La fuerza material es
medida de la |
pobreza y debilidad del
hombre. A |
ella acude desesperanzado
y redu- |
cido a cobardía cuando es
incapaz |
de pensar, de creer, de
hablar y de |
convencer. Exige más
violencia hu- |
mana esa no-violencia que
la brutal |
de amenazar, de herir o de
matar. |
Los que exigieran de la
Iglesia |
otra actitud y otra
acción, ni ha- |
brían entendido a
Sócrates, ni com- |
prendido a Cristo, ni
admirado a |
Gandhi. Les habrían
mirado, a lo |
sumo, irónicos y
escépticos, como |
Pilatos cuando miró a
Cristo y, |
viéndolo sin armas, sin
soldados y |
totalmente pacífico, le
dijo: «¿Y tú |
eres rey?». Pero Pilatos
no sabía lo |
que era la Verdad, ni le
interesaba. |
Sabía de fuerza, de
táctica, de intri- |
gas y de ascensos. Como
tantos que |
critican a la Iglesia,
cuando preci- |
samente se está esforzando
en acen- |
tuar su fidelidad al
estilo de Cristo. |
De la «Declaración de
Puebla» |
Nos preocupan las
angustias de todos los miembros del pueblo, cual- |
quiera que sea su
condición social: su soledad, sus problemas familia- |
res, su falta de sentido
de la vida... Más especialmente queremos com- |
partir hoy las que brotan
de su pobreza. Comprobamos, pues, como |
el más devastador flagelo
la situación de inhumana pobreza en que |
viven millones de
latinoamericanos expresada por ejemplo en salarios |
de hambre, de desempleo y
subempleo, desnutrición, mortalidad infan- |
til, falta de vivienda
adecuada, problemas de salud, inestabilidad laboral. |
Compartimos con nuestro
pueblo otras angustias que brotan de la falta |
de respeto a su dignidad
como ser humano, como «imagen y semejanza, |
de Dios» y sus derechos
inalienables como hijos de Dios. Países como |
los nuestros en donde con
frecuencia no se respetan derechos huma- |
nos fundamentales
―vida, salud, educación, vivienda, trabajo...— están |
en situación de permanente
violación de la dignidad de la persona. |
A esto se suman las
Angustias que han surgido por los abusos de poder, |
típicos de los regímenes
de fuerza, angustias por la represión sistemá- |
tica o selectiva,
acompañada de delación, violación de la vida privada, |
apremios
desproporcionados, torturas, exilios, angustias en tantas fa- |
milias por la desaparición
de sus seres queridos, de guiones no pueden |
tener noticia alguna.
Inseguridad total por detenciones sin órdenes ju- |
diciales. Angustias ante
una justicia sometida o atada. Angustias por la |
violencia de la guerrilla,
del terrorismo y de los secuestros realizados |
por extremistas de
distintos signos que igualmente gravan la conviven- |
cia social. La falta de
respeto a la dignidad del hombre se expresa tam- |
bién en muchos de nuestros
países en la ausencia de participación so- |
cial a diversos niveles.
De manera especial nos queremos referir a la |
sindicalización. En muchos
lugares la legislación laboral se aplica ar- |
bitrariamente o no se
tiene en cuenta. Sobre todo en los países donde |
existen regímenes de
fuerza se ve con malos ojos la organización |
de obreros, campesinos y
sectores populares, y se adoptan medidas |
represivas para impedirla.
Este tipo de control y de limitación de la |
Acción no acontece con las
agrupaciones patronales que pueden ejer- |
cer todo su poder para
asegurar sus intereses. |
4 (44) |
El mensaje de Juan Pablo
II |
El diario "LE
MONDE", tenido por el más prestigioso y |
objetivo de los periódicos
con rango internacional, dedi- |
caba, en primera página de
su edición del 30 de enero |
último, el siguiente
comentario al discurso inaugural de |
Juan Pablo II en la
Conferencia Episcopal de Puebla, |
que traducimos
íntegramente. |
EL MENSAJE de Juan Pablo
II |
lanzado en Puebla el 28 de |
enero, en la apertura de
la |
conferencia del episcopado
latino- |
americano, no carece de
garra ni |
de habilidad. Robusto en
sus con- |
vicciones, sabiamente
estructurado, |
su elocuencia es alta y
firme. Su |
lirismo no procede de una
efusión |
de sentimientos, sino de
una ampli- |
tud de miras que sólo
quiere pro- |
ceder de una fuente: el
Evangelio. |
Partiendo de la
fraternidad entre |
todos los obispos, de los
que es el |
primero, el Papa evita
cuidadosa- |
mente que parezca que da
directri- |
ces a los sucesores de los
Apóstoles |
(«éste es, dijo, el eco de
mis prin- |
cipales preocupaciones») y
luego |
adopta el tono de un padre
en la |
fe para elevarse
gradualmente al |
de un jefe profundamente
conscien- |
te de «su deber de
evangelizador |
de la humanidad entera»
¿Cómo |
definir con más fuerza y
amplitud |
la función papal, tal al
menos como |
la Iglesia la entiende
desde hace |
siglos y que se encuentra
hoy ob- |
jetada? |
Se encuentran en este
texto, aun- |
que no fuera más que por
su vo- |
cabulario, las fuentes
filosóficas y |
teológicas a que ha
recurrido, por |
ejemplo, un Santo Tomás de
Aqui- |
no, un Jacques Maritain, o
un |
Henri de Lubac. Juan Pablo
II es |
un humanista que cree en
una ver- |
dad objetiva y universal,
extra yen- |
do su fundamento y su
razón de |
ser en la Iglesia. |
La armonía de su
pensamiento po- |
see una coherencia
rigurosa, aun- |
que corre el riesgo de
descuidar el |
lado irracional de las
cosas. No se |
puede evangelizar
correctamente, |
afirma el Papa, más que si
se tiene |
una visión correcta del
Evangelio, |
es decir, en definitiva,
si se cree en |
la primacía de Pedro, si
se obedece |
a los sucesores de los
Apóstoles y si |
se reconoce el carácter
sagrado del |
sacerdocio. |
El mismo anacronismo a
propósi- |
to de la doctrina social
de la Iglesia, |
cuyo carácter
indispensable afirma, |
mientras que prácticamente
ha caí- |
do en desuso. Este Papa no
detesta |
remar contra la corriente. |
5 (45) |
Rechazando por igual
capitalismo |
y comunismo como dos
sistemas |
materialistas, busca la
delineación |
de una tercera vía, de la
que hay |
que decir que sólo queda
esbozada. |
Por otra parte es el papel
de la |
Iglesia elaborar tal
sistema político-- |
social? ¿Tiene los medios
para ello? |
Si la Iglesia «posee la
verdad sobre |
el hombre», como dice
textualmen- |
te el Papa, está
desprovista de ella |
cuando se trata de entrar
en el cam- |
po de las aplicaciones
concretas. La |
elaboración de una nueva
cristian- |
dad no es probable ni
deseable. |
Por el contrario, la
Iglesia puede |
emitir un juicio sobre la
integridad |
de la persona humana. Juan
Pablo |
II no se priva de ello y
denuncia los |
atentados a los derechos
fundamen- |
tales del hombre,
principalmente |
las torturas físicas y
psíquicas, en |
un continente en el que
son tan |
gravemente escarnecidos.
Cuando |
afirma, con una fórmula
original |
que «toda propiedad
privada está |
gravada con una hipoteca
social» y |
proclama la necesidad de
la ética |
cristiana para promover el
reino y |
la justicia, encuentra un
máximo |
de asentimiento. |
Una de las ideas-fuerza de
Juan |
Pablo II es que el
Evangelio no pue- |
de ser confundido con la
política. |
A sus ojos no podría haber
verda- |
dera teología de la
liberación más |
que si ésta parte de la
enseñanza de |
Jesucristo, pero no
utiliza después |
más que métodos conformes
con el |
Nuevo Testamento. |
Quizá habría sido más
convincente, |
más eficaz, si no hubiese
silenciado |
las deficiencias crónicas
de la Igle- |
sia, las tentaciones de
autoritaris- |
mo, las infracciones
respecto de las |
libertades esenciales de
los indivi- |
duos y de las sociedades. |
La Iglesia no es inocente.
Se engran- |
decería al reconocerlo,
porque es |
juzgada por sus actos más
bien que |
por sus palabras. |
Si la Iglesia se hace
presente en la defensa o en la |
promoción de la dignidad
del hombre, lo hace en la |
línea de su misión, que
aun siendo de carácter reli- |
gioso y no social o
político, no puede menos de con- |
siderar al hombre en la
integridad de su ser. |
En el centro del mensaje
del cual es depositaria y |
pregonera, la Iglesia
encuentra la inspiración para |
actuar en favor de la
fraternidad, de la justicia, de |
la paz, contra todas las
dominaciones, esclavitudes, |
discriminaciones,
violencias, atentados a la libertad |
religiosa y cuanto atenta
a la vida del hombre. |
Juan Pablo II, 28-1-1979 |
6 (46) |
LA FE |
DE LOS PUEBLOS |
ES admirable: mientras
como un |
Boabdil destronado el Sha
llo- |
ra un imperio perdido, la
fe de |
un pueblo musulmán se
yergue para |
exigir una justicia
temporal y para |
proclamar su sed de vida
eterna. |
Los satélites de los
grandes polos |
hegemónicos —¿opuestos o
com- |
puestos?— tratan de
matizar en |
posiciones que les
desmarquen de |
radicales servilismos
moscovitas o |
norteamericanos, mientras
que a la |
sola invocación de Alá,
Dios único |
y grande, las masas
inermes atien- |
den a la voz del ayatollah
Khomei- |
ny y hasta han muerto en
las calles |
de las ciudades iraníes,
conquista- |
das por los pobres. Los
políticos se |
preocupan pensando cómo
van a |
recuperar la intervención
de la |
mayor parte de riqueza
petrolífera |
del mundo, y qué deben
hacer con |
los clientes perdidos de
armas que |
ya no les quieren comprar. |
Más lejos, casi
contemporánea- |
mente, al otro lado del
mundo, el |
papa Juan Pablo II, abre
las sesio- |
nes de una asamblea
episcopal que |
tiene, ante sí, el
problema de la |
evangelización cristiana a
masas |
incontables de miserables
(un se- |
tenta por ciento, están
subalimen- |
tados; un cuarenta por
ciento, naci- |
dos irregularmente en o
fuera de la |
familia...), de explotados
por siste- |
mas de servilismo
económico capi- |
talista. Y los políticos
occidentales |
también se preocupan por
esta figu- |
ra blanca que ha crecido
en edad, |
en fortaleza y en fe en un
país |
donde la libertad
religiosa y los |
mismos derechos humanos se
esca- |
motean o conculcan bajo el
terror |
de una dictadura marxista.
Es ex- |
traño: el pueblo polaco,
sin ayudas |
ni desde el poder, ni
desde el lado |
del poder, ha crecido en
la fe y ha |
purificado su fe. Este
hombre blan- |
co que acaba de dar a la
Iglesia, va |
a América, a tierra de
pobres y, |
aunque los poderosos le
sonríen, |
temen sus pasos y expían
el sentido |
de sus palabras. El
presidente ame- |
ricano ha estado pendiente
de cada |
uno de sus actos, de cada
una de |
sus palabras: un hombre a
quien |
siguen las masas es
peligroso, según |
el gesto, según la palabra
que diga, |
especialmente cuando las
masas |
son de pobres y
desesperanzados, |
7 (47) |
que pueden poner en ese
hombre |
blanco toda su
esperanza... La CIA, |
ayudando y completando con
su |
acción y asesoramiento a
los go- |
biernos débiles del
subcontinente |
dependiente, ya se alarmó
a pro- |
pósito de la II
Conferencia Latino- |
americana de Medellín y,
desde |
entonces, sigue
especialmente ocu- |
pada al cuidado y
vigilancia de |
los más peligrosos obispos
y sacer- |
dotes progresistas
latinoamerica- |
nos: no teme que se hagan
guerri- |
lleros —eso ya les
descalificaría |
por sí mismos, como se
descalifi- |
caron de Cristo los
"zelotas"—, |
sino de que saquen
demasiadas |
consecuencias de las
verdades del |
Evangelio aplicables a la
situación |
miserable de aquellas
pobres tie- |
rras, en las que los
poderosos, sub- |
vencionan generosamente
los mé- |
todos para frenar la
natalidad, y |
escamotean los
presupuestos para |
la instrucción aun la
elemental: el |
que sabe piensa, el que
piensa es |
peligroso. |
Algunos hubieran querido
que el |
papa hubiese ido allí a
proclamar |
una "guerra
santa", para descalifi- |
car, por la proclamación
de la vio- |
lencia, el mismo
Evangelio. Y no: |
hay una violencia mayor
que la |
"guerrilla": no
está en los pactos |
El hombre, objeto de
cálculo, considerado bajo la cate- |
goría de la cantidad y, al
mismo tiempo, único e irrepe- |
tible, alguien eternamente
ideado y eternamente elegi- |
do: alguien llamado y
denominado por su nombre... |
Frente a otros tantos
humanismos, con frecuencia ce- |
rrados en una visión del
hombre estrictamente econó- |
mica, biológica o
psíquica, la Iglesia tiene el derecho y |
el deber de proclamar la
Verdad sobre el hombre, que |
ella recibió de su maestro
Jesucristo. Ojalá no impida |
hacerlo ninguna coacción
externa. Pero, sobre todo, |
ojalá no deje ella de
hacerlo por temores, o dudas, por |
haberse dejado contaminar
por otros humanismos, por |
falta de confianza en su
mensaje original. |
Esta verdad completa sobre
el ser humano constituye |
el fundamento de la
enseñanza social de la Iglesia, así |
como es la base de la
verdadera liberación. A la luz de |
esta verdad, no es el
hombre un ser sometido a los pro- |
cesos económicos o
políticos, sino que esos procesos |
están ordenados al hombre
y sometidos a él. |
Juan Pablo II, 28-1-1979 |
8 (48) |
con las estructuras de
poder, sino, |
en todo caso, como ha
recordado, en |
la estructura básica de la
sociedad, |
que es la familia; está en
la misión |
profética del sacerdocio,
como |
anunciador de la verdad
evangéli- |
ca a todos los hombres y
ajustada |
a las realidades de
injusticia donde |
el mismo hombre no se
respeta; está |
en la atención a la
juventud, en |
su instrucción y formación
para |
capacitarla para la vida. |
Cuando tanto se habla de
crisis |
de fe, en el mundo de
nuestros días, |
se dan dos ejemplos de
resonancia |
universal en los que, con
diferentes |
estilos, pero con la fe en
Dios como |
base, los pueblos se
levantan, y los |
poderosos temen por las
verdades |
que gritan. Los poderosos
cuentan |
dólares, barriles de
petróleo, jorna- |
les baratos no
protestados, y pien- |
san en su bienestar
creciente, refi- |
nado, exclusivo, aunque
sea a costa |
de los demás, que les
interesan no |
como hombres, sino como
unidades |
económicas. Los que
enarbolan la |
fe, claman por el hombre,
por el |
hombre entero: ni sólo el
temporal |
que ciñe la historia, ni
sólo el espi- |
ritual que espera el
cielo, sino en |
el que pasa por la tierra,
criatura |
de Dios, hijo de Dios,
miembro de |
la fraternidad universal,
con todo |
cuanto exige, de
inmediato, esa pro- |
clamación. Y los poderosos
tiem- |
blan y piensan si vale la
pena en- |
cender una guerra, si
sería rentable |
otro desastre universal,
para evitar |
que la Verdad entusiasme a
los po- |
bres y prosperen sus
exigencias. |
AUSENTES |
DE PUEBLA. |
No solamente dolorosas,
sino |
evidentemente
significativas |
son las ausencias de
cuatro |
obispos que deberían de
haber |
acudido a Puebla de los
Án- |
geles, para participar en
la III |
Conferencia Episcopal
Latino- |
americana. Se trata de los
dos |
obispos de Colombia,
Gerardo |
Valencia y Raúl Zambrano y |
del argentino Enrique
Ange- |
lelli, que murieron, cada
uno |
de ellos, en otros tantos
acci- |
dentes muy misteriosos, no
su- |
ficientemente aclarados
por |
las policías de los
respectivos |
países. El cuarto es el
obispo |
de Paraguay, Ramón
Bogarín, |
que murió de un ataque al
co- |
razón veinte días después
de |
haber sido detenido, en
Rio- |
bamba, junto con otros
dieci- |
séis obispos. Es de
señalar que |
los cuatro obispos eran
apa- |
sionadamente defensores de |
los pobres y oprimidos. |
No bastan las denun- |
cias, hay que ser agen- |
tes de justicia. |
Juan Pablo II |
9 (49) |
Reyes, |
Sacerdotes |
y Profetas |
PUEBLO de reyes, pueblo
sacerdotal, pueblo de profetas, |
se ha llamado Israel. He
aquí las tres dimensiones y, |
también, las tres
instrumentalizaciones de la sacrali- |
dad: el orden y el dominio
para establecer lo santo, el |
rito y el sacrificio para
conjurar el mal y propiciar el bien, y |
el clamor de resonancia
eterna para la proclamación de la |
Verdad. Pero sin olvidar
que todo bien, todo orden, toda fuer- |
za, no lo es jamás si no
comienza por ser una verdad, si no |
parte de la autenticidad
genuina, esa que está sólo en el prin- |
cipio y en la conclusión,
que es alfa y omega de todos los ca- |
minos. Mientras el término
no se alcanza, somos buscadores |
de la Verdad, nunca
acabada de encontrar, pero ya centelle- |
ante de amaneceres, de
promesas, de esperanzas, desde que |
Cristo se ha presentado
como la Verdad de Dios, para que |
nos renovemos, nos
reconstruyamos en una "creación nueva |
de hijos de Dios". |
Los errores de Israel
respecto de Cristo, son los mismos |
errores del mundo respecto
de la Iglesia. El encargo esencial |
de Israel estaba en su
misión profética, de anuncio y de espe- |
ranza en una Alianza
superior con Dios; no estaba en su teo- |
10 (50) |
cracia, como nos
manifiesta abiertamente el capítulo VIII del |
primer libro de Samuel, a
pesar de la excepcional grandeza |
de David. No estaba
tampoco en su función sacerdotal, mera- |
mente simbólica: todo lo
que el símbolo les debiera haber |
recordado, se vino
estrepitosamente abajo cuando la realidad, |
Jesucristo, se les
presentó. Ese Ungido que no reconocieron |
era, cabalmente, el
anunciado por los profetas, el no manipu- |
lado por ningún poder —su
reino no era de este mundo, que |
no le era ajeno, pero que
lo sobrepasaba—, el no profanado |
por el fanatismo cultual
de los sacerdotes que lo acusaron de |
blasfemo —que, si hubiesen
creído en Moisés, también ha- |
brían creído en él—. Su
relación con lo santo les había hecho |
orgullosos del peor y más
sutil de los orgullos, el de "elegidos" |
de Dios, orgullosos
teológicos. |
El mundo nuevo, las
esperanzas Santas, el advenimiento |
del Reino de Dios,
universal y eterno, no estuvo ligado a las |
dinastías, santas o
pecadoras, de la institución real, ni se retu- |
vo aprisionado en la casta
de privilegio alguno en la guarda |
del Arca o en el acceso y
oficios del Templo. Todo esto que- |
daba, si acaso, como un
símbolo provisional indicador balbu- |
11 (51) |
ciente de otras realidades
magníficas que sólo los profetas |
anunciaban, en momentos de
exaltación o de angustia, por |
encima de las alternativas
contradictorias de un pueblo que |
guardaba la conciencia de
poseer un destino excepcional |
recibido de Dios, pero que
se debatía entre querer imitar los |
estilos de las
instituciones mundanas del poder, de la fuerza |
o de la riqueza, o bien se
encerraba aséptico y arrogante en |
el orgullo satisfecho del
prestigio de lo santo, convertido en |
objeto de posesión y en
exclusividad de casta. |
Y entonces eran los
profetas que alzaban la voz frente a |
las desviaciones que iban
tras los "absolutos ajenos", las divi- |
nidades extrañas, y los
que denunciaban la insinceridad ruti- |
naria del orgullo
sacerdotal, y encendían en el corazón del |
pueblo hogueras de
esperanza, más allá de la ambigüedad o el |
anquilosamiento, que eran
como decadencias de su vocación |
santa, iniciada en Abraham
y que debía llegar a constituir |
una familia universal de
hombres para Dios. |
Cuando vino Cristo no
fueron los reyes ni los sacerdotes; |
no fueron los poderes
"legítimos" ni las dignidades sacerdota- |
les de Israel quienes le
reconocieron; ni a ellos acudió para |
echar los cimientos de su
empresa salvadora, la Iglesia. Y si |
bien aceptó que se le
llamara "Rey", aclaró, enseguida, «que su |
reino no era como los de
este mundo». Y si fue Sacerdote, no |
ingresó en la casta
sacerdotal. |
Él entronca con el mayor
de los profetas del Antiguo |
Testamento, el Bautista, y
los resume todos, como "gran pro- |
feta" porque todos
habían hablado de él, y habían preparado |
su llegada. Sus primeros
discípulos no fueron palaciegos ni |
servidores del Templo,
sino jóvenes esperanzados en las pro- |
mesas de Dios, ávidos de
una verdad que ahora él, Cristo, |
proclamaba. A eso vino, a
proclamar y a dar testimonio de la |
Verdad; esa era su misión
y esa misma misión confió, esen- |
cialmente, a los suyos, y
por eso es la misión esencial de la |
Iglesia. El reino y la
fuerza de Cristo está en el amor, que |
nada hay más fuerte, ni
que valga más que la misma vida del |
12 (52) |
hombre que el amor. El
sacer- |
docio fue su vida y su
muerte; |
con ella se rasga el
misterio |
de todo rito pasado y
ninguno |
tiene sentido ni valor si,
en |
adelante, no se refiere a
Cris- |
to. La Verdad es amor, no |
dominio; la Verdad es
profe- |
cía, no rito. La Verdad es
vida |
y la vida libertad de
hijos de |
Dios. |
Muchos quisieran una Igle- |
sia de reyes, una Iglesia
de |
poderes, como aquellos
isra- |
elitas a los que advertía
Sa- |
muel; otros la preferirían
me- |
ramente reducida al
ejercicio |
ritual estético y
simbólico de |
referencias distantes que
con- |
suelan y no comprometen a |
nada. Olvidan que la
Iglesia |
de hoy, como el verdadero |
Israel de ayer, es
esencial- |
mente profética. Que tiene |
verdades que decir, que ha
de |
ser libre para poder
decirlas, |
mientras se esfuerza en
"ha- |
cerlas" renovando y
comple- |
tando, en sus miembros, el |
misterio de la vida y
también |
de la muerte de Cristo. A
su |
entorno se le tienden
tenta- |
ciones como el diablo a
Cris- |
to: para que adore el
mundo |
y, a cambio, «el mundo le |
De la "DECLARACIÓN DE
PUEBLA. |
Es urgente liberar a unos
del |
ídolo del poder
absolutizado |
para lograr una
convivencia |
social en justicia y
libertad. En |
efecto, para que los
pueblos |
latinoamericanos puedan
cum- |
plir la misión que les
asigna la |
historia como pueblos
jóvenes, |
ricos en tradiciones y
cultura, |
necesitan de un orden
político |
respetuoso de la dignidad
del |
hombre, que asegure la
con- |
cordia y la paz en el
interior de |
la comunidad civil y en
sus re- |
laciones con las demás
comu- |
nidades. Entre todas las
aspi- |
raciones de nuestros
pueblos |
sobresalen: |
• La igualdad de todos los |
ciudadanos, que tienen el
dere- |
cho y el deber de
participar en |
el destino de la sociedad,
con |
igualdad de oportunidades, |
contribuyendo a las cargas
dis- |
tribuidas equitativamente
y |
obedeciendo las leyes
legiti- |
mas establecidas. |
• El ejercicio de sus
liberta- |
des. amparadas en
institucio- |
nes fundamentales que
asegu- |
ren el bien común,
respetando |
los derechos fundamentales
de |
las personas y
Asociaciones. |
• La legítima
autodetermina- |
ción de nuestros pueblos
que |
les permita organizarse
según |
su propio genio y la
marcha de |
su historia y cooperar en
un |
nuevo orden Internacional. |
• La posibilidad de
restable- |
cer la justicia, no sólo
teórica y |
formalmente reconocida,
sino |
llevada eficazmente a la
prácti- |
ca por instituciones
adecuadas |
Y realmente vigentes. |
También el hedonismo se ha |
constituido en algo
absoluto en |
nuestro continente.
Liberarse |
de este ídolo del placer y
del |
consumismo es también un
im- |
perativo de la enseñanza
social |
cristiana. |
13 (53) |
dará», para que le
divierta —le enajene― o le distraiga de |
males con milagros, para
que se exhiba como espectáculo... |
El espíritu mundano sigue
preguntándose, como Pilatos, «qué |
es la Verdad», pero no la
oye, todavía, de Cristo. Y la Iglesia, |
como Cristo, camina por el
mundo diciendo esa Verdad que |
le debe hacer libre.
Verdad muchas veces temida. Una Iglesia |
solamente poderosa, una
Iglesia solamente ritualista, no ten- |
dría apenas dificultades
con nadie, salvo la envidia de riquezas. |
Pero una Iglesia
profética, es temida, como Cristo fue temido, |
salvo por los que le oían
con esperanza. |
No es la realeza lo
esencial, no es el sacerdocio lo esencial. |
Hay que recordarlo cuando
algunos piden a la Iglesia lo |
que no puede ser y no
reciben lo que precisamente les debe |
dar: la Verdad de Dios
para hacer libres a los hombres. No |
reyes, ni sacerdocio
pagano o paganizado, sino profetas santos. I |
Conferencias |
cuaresmales |
Días 2, 3 y 4 de abril: |
• PARA SEÑORAS, a las 4,30 |
de la tarde. |
• PARA TODOS, a las 8,30
de |
la tarde. |
14 (54) |
documento: |
DESDE CHILE: |
LA DIGNIDAD DEL HOMBRE, |
LOS DESAPARECIDOS... |
LA Conferencia de Puebla
ha convertido Latinoamérica en el centro de |
la Iglesia; es sin duda el
continente de mayor vitalidad evangélica. El |
hecho de que aquí demos un
par de documentos redactados el pasado |
noviembre en Santiago de
Chile, no quiere decir que sólo allí haya graves pro- |
blemas para los hombres y
para la misión de la Iglesia. Un autor francés acaba |
de publicar un libro con
un elocuente diseño en la cubierta: un Cristo clavado, |
no en una cruz, sino en la
tierra ancha y larga, de océano a océano y desde |
las Antillas a Tierra de
Fuego. El libro se llama "LE SANG ET L'ESPOIR" y |
su autor es Charles
Antoine, editado por Le Centurion, en París. |
Pero no es sólo allá en
América; también en otras partes, sólo que allí ahora |
recobra conciencia y se
agudiza el clamor de los pobres, y la Iglesia se presenta, |
desde el Evangelio, como
única alternativa a los materialismos, establecidos o mili- |
tantes. |
Viajar a América hoy es
fácil; pero se corre el riesgo de ver sólo los magníficos |
aeropuertos o las zonas
residenciales, o de tratar sólo con los privilegiados y colabo- |
radores del poder
establecido, que tienen los mejores empleos y no el peligro de ser |
despedidos, que habitan
las mejores viviendas y no yacen hacinados en el cinturón |
Vergonzoso de las ciudades
o en las chozas campestres: América es también esa |
población marginada que
representa su setenta por ciento de subalimentados, de |
analfabetos, de
miserables. |
Por otra parte, el
Evangelio no puede ofrecer soluciones políticas o económicas |
que resuelvan técnicamente
los problemas planteados, pero el simple hecho de su |
anuncio choca con las
injusticias y las denuncia urgiendo su remedio. |
Chile es sólo un ejemplo,
oportuno de recordar cuando hace poco ―el pasado |
diez de diciembre―
el VICARIATO DE LA SOLIDARIDAD de Santiago acaba de |
recibir el Premio anual de
las Naciones Unidas por «su lucha y valentía en favor |
de los derechos humanos».
Pero es preciso decir qué es ese Vicariato de la Soli- |
daridad. |
15 (55) |
Su origen se remonta
inmediatamente después del golpe de Estado dado por |
Pinochet, en septiembre de
1973. Las Iglesias católica, protestante y ortodoxa anun- |
ciaban la creación de un
Comité ecuménico para la paz, el cual, ante la dura repre- |
sión del nuevo régimen, se
proponía los siguientes objetivos: primero, asegurar la |
defensa legal de los
obreros que habían sido despedidos por represalia política, y, |
segundo, asegurar la
asistencia legal gratuita a los numerosos prisioneros políticos, |
rin distinción de matices.
El copresidente católico de este comité era el obispo |
auxiliar del arzobispo de
Santiago, cardenal Silva Henriquez. Las dificultades co- |
menzaron a los pocos
meses, cuando en mayo de 1974 se publicaba, en México, un |
informe detallado sobre
las torturas a las que eran sometidos los prisioneros chi- |
lenos. Y, al tiempo que se
impedía el regreso de uno de los copresidentes del Comité |
a Chile, el General
Pinochet imponía la disolución de dicho Comité ecuménico, si |
bien el cardenal Silva
Henriquez respondía inmediatamente que las actividades del |
disuelto comité las
continuarían los organismos eclesiásticos. Y así, entre amenazas, |
nació el VICARIATO DE LA
SOLIDARIDAD, que ha abierto más de 17.000 informes |
para socorrer
jurídicamente a obreros y prisioneros, además de muchas otras activi- |
dades de asistencia y
asesoramiento. En conjunto ha logrado mantener la esperanza, |
contra la imposición del
miedo que amenaza con quitar empleo, o echar de la vivien- |
da, conculcando derechos y
libertades, sin contar con el capítulo de prisioneros y |
desaparecidos. |
EI VICARIATO DE LA
SOLIDARIDAD, desafiando obstáculos y amenazas, ha |
tenido la osadía de
convocar y celebrar, el pasado mes de noviembre, en el recinto |
de la catedral de
Santiago, un symposium internacional sobre «La dignidad del hom- |
bre: sus derechos y
deberes en el mundo de hoy». Han asistido, además de centenares |
de chilenos de todos los
sectores, Théodor van Bove, representante personal de Kurt |
Waldheim, secretario
general de la ONU: Niail Mc Dermott, secretario general de la |
Comisión internacional de
juristas; Martin Ennals, secretario general de Amnesty |
international: el cardenal
Arns, de Sao Paulo (Brasil); mons. Heckel, de la Comisión |
pontificia «Justicia y
Paz», etc. |
El symposium finalizó con
un documento, cuya parte más concreta reproducimos |
a continuación: |
a) Un número creciente de
países, aunque miembros de la |
ONU, violan de manera
directa y sistemática, los derechos ele- |
mentales de la persona
humana. |
b) Muchos gobiernos han
impuesto sistemas que relativizan |
el valor de la persona, en
los cuales las "razones de Estado" cons- |
tituyen un pretexto
suficiente para ejercitar formas muy diversas |
de violencia
institucionalizada. |
c) En muchos países en vía
de desarrollo, en América Latina, |
África y Asia, sucesivos
golpes de Estado dan origen, en la mayor |
parte de los casos, a
cruentas masacres que dividen el pueblo en |
amigos y enemigos,
victoriosos y vencidos, e imponen una racio- |
16 (56) |
nalidad de guerra para la
cual el primer fin constituye la elimi- |
nación del adversario,
prescindiendo de todas las normas éticas y |
legales. |
d) En estos regímenes se
establecen sistemas represivos por |
medio de leyes de
excepción, con ausencia de derechos civiles y |
políticos, violación
generalizada de las constituciones y de las |
declaraciones
internacionales sobre los derechos humanos. |
e) En apoyo de tales
regímenes existen claros intereses eco- |
nómicos, nacionales, que
tienen por fin sólo el propio incremen- |
to, extraños por completo
a las exigencias fundamentales de los |
pobres. |
f) La adopción, por parte
de tales Estados, de una ideología |
oficial con la
consiguiente subordinación de los conceptos éticos y |
jurídicos a una doctrina
determinada, da origen a un intolerante |
dogmatismo ideológico que
se transforma en "razón de Estado". |
g) En este tipo de
regímenes operan frecuentemente servicios |
secretos y de policía,
dotados de poderes ilimitados y escudados |
en la inmunidad, que
alcanzan los peores excesos en materia de |
seguridad e integridad
física de las personas y que extienden el |
terror generalizado en la
población. |
h) Con la pretensión de
convertirlo en un método legítimo de |
afirmación política o
social, el terrorismo se convierte en una op- |
ción desde la cual, por
cada una de las partes, se cometen siempre |
con mayor frecuencia
graves atentados a los valores fundamenta- |
les, como la vida, la
libertad de las personas y la verdadera segu- |
ridad nacional. |
i) Es tan grande la
diferencia que existe entre naciones ricas |
y naciones pobres que está
amenazada la posibilidad de alcanzar |
la propia dignidad de
persona a los que son pobres. En los países |
donde la mayoría de la
población es analfabeta e insuficiente- |
mente educada, donde las
posibilidades de trabajo son limitadas, |
donde no existe fácil
acceso a los servicios médicos y educacio- |
nales, donde la
preocupación primaria es todavía la del hambre, |
el disfrute de los demás
derechos humanos resulta prácticamente |
ilusorio. |
j) La carrera de
armamentos de las naciones, grandes y peque- |
ras, es un atentado contra
la paz y un motivo de grave escándalo |
porque en ella se
invierten enormes cantidades de dinero que se |
deberían destinar a poner
remedio a las condiciones miserables de |
grandes sectores de la
humanidad. |
17 (57) |
Pero los obispos de Chile,
por su cuenta, quince días antes de que se celebrara |
este symposium sobre los
derechos humanos, habían denunciado la desaparición de |
más de 600 prisioneros, de
los cuales nadie había dado razón en Chile, y que «habían |
muerto, muchos de ellos, o
todos ellos, al margen de toda ley». La declaración e con- |
tenía en los siguientes
términos: |
Movidos por una exigencia
evangélica, el Comité permanente |
del episcopado ha
examinado una vez más, el problema de los |
detenidos-desaparecidos y
declara cuanto sigue: |
1. En diversas
oportunidades nos hemos dirigido a los repre- |
sentantes del gobierno
sobre el problema de los desaparecidos. Las |
respuestas obtenidas hasta
ahora no han sido satisfactorias. |
2. Las personas llamadas
detenidos-desaparecidos, que alcan- |
zan varios cientos, por
los antecedentes reunidos y presentados al |
gobierno, a excepción de
algunos casos, han de considerarse dete- |
nidas por los servicios de
seguridad del gobierno. |
3. Hemos hecho cuanto
dependía de nosotros para que llegara |
a establecerse la verdad
sobre este dramático problema. Hemos |
puesto en manos de la
autoridad los antecedentes que estaban en |
nuestro poder, tanto los
proporcionados por los mismos familiares |
como los reunidos en el
curso del proceso judicial. Hemos señala- |
do muchos "caminos
serios" a la "explicación" del gobierno. |
Desgraciadamente hemos
llegado a la conclusión de que el |
gobierno no llevará a cabo
ninguna investigación que permita |
establecer la realidad de
cada caso y las responsabilidades corres- |
pondientes. |
4. Lamentamos tener que
decir que hemos llegado también |
a la convicción de que
muchos, por no decir todos los detenidos-- |
desaparecidos, han muerto,
al margen de toda ley. |
No podemos hacer nada más.
Esperamos que los familiares |
de los desaparecidos y la
opinión pública lo comprenderán. Co- |
Se requiere una Iglesia
que testimonie, proclame, celebre, actúe el |
Evangelio con justicia,
amor, pobreza: una Iglesia en un proceso |
dinámico, permanente, de
evangelización de tal forma que todo lo |
cultural, lo político, lo
económico, lo social, sea leído y discernido |
n partir del Evangelio. |
Card. Lorscheider |
18 (58) |
rresponde al gobierno y,
no a la Iglesia, el dar solución a este |
problema. |
5. Con todo, no podemos
permanecer silenciosos ante este |
hecho. Hemos de decir que
el mandamiento de "no matar" conti- |
núa siendo el fundamento
de toda civilización y, naturalmente, |
de todo humanismo
cristiano. |
Ningún fin puede
justificar el uso de medios ilícitos. Matar a |
un hombre, al margen de
toda ley, es un delito del cual protesta- |
mos en nombre de Dios,
Creador y Padre de todos los hombres. |
6. Suplicamos, no
solamente a nuestras autoridades, sino a |
todos los chilenos, que
renuncien definitivamente a toda violencia |
sobre las personas, a la
tortura, al terrorismo, al desprecio de la |
vida humana. La violencia
engendra violencia. La paz se consigue |
únicamente con
instrumentos de paz. |
7. Sabemos que no es fácil
conformarse con la muerte de los |
seres queridos, y menos
todavía cuando han sido víctimas de una |
violencia injusta. Que es
difícil perdonar y apagar en el ánimo |
los sentimientos de rencor
y venganza. |
Nosotros, sin embargo, que
hemos estado y continuamos es- |
tando al lado de los
familiares de los desaparecidos, a lo largo |
de su calvario, les
pedimos, en nombre de Jesucristo y del pueblo |
chileno, que perdonen de
corazón, que se abstengan de la venganza |
y que, en su afán de
querer conocer la verdad, se limiten a los |
procedimientos judiciales
—incluso dándose cuenta de las limi- |
taciones que tienen―
y medidas que no estén inspiradas en la |
violencia. |
Se lo pedimos por el bien
de Chile y para que llegue el día en |
que podamos construir una
patria justa y fraternal. |
8. El señor ministro del
interior nos ha asegurado que, mien- |
tras siga en el cargo, los
derechos humanos no serán conculcados. |
Sabemos, sin embargo, que,
en menor escala y en forma ocasional, |
se siguen violando estos
derechos. Denunciaremos cada caso que |
llegue a nuestro
conocimiento. Confiamos que el gobierno tomará |
las medidas necesarias
para prevenir los abusos y para reprimirlos, |
si continúan
produciéndose. Se lo exigimos en nombre de Dios que |
sus representantes
invocan. |
9. Solamente nos mueve el
deseo de la paz. Pero reafirmamos |
una vez más que, para que
haya paz, ha de haber verdad, ha de |
haber justicia, ha de
haber respeto y amor fraterno para todos, sin |
excepción. |
El Comité permanente de la
Conferencia episcopal de Chile, |
Santiago, 9 de noviembre
de 1978. |
19 (59) |
Deben llamarse por su
nombre: |
todas las injusticias, |
toda discriminación, |
toda violencia contra el
cuerpo del hombre, |
contra su espíritu, |
contra su conciencia |
y contra sus convicciones. |
Juan Pablo II, |
20.2.1979 |
LAUS |
Director: Ramón Mas
Cassanelles - Edita e imprime: Congregación del Oratorio |
Placeta de S. Felipe Neri,
1 - Apartado 182 - Albacete - D.L. AB 103/62 - 3. 3. 79 |
20 (60) |
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