Publicación mensual del Oratorio.
Núm. 166. MARZO. Año 1979
SUMARIO
LA SAVIA empuja, otra res, la vida de las plantas,
y la Gracia la de los cristianos. Volver a vivir. Re--
morir y re-vivir. Renovarse y resucitar en todo el
ser que se prepara a estrenar vida. Lograríamos, en la
Iglesia, cada uno y para todos, ese personal renacimiento
y transformación de todo el ser si la fe que profesamos
la entendiéramos no solo como la afirmación de Dios en
nuestra vida, sino como el compromiso, por Dios, ante
todo este mundo que queremos transformar para él.
SOY SACERDOTE
VIOLENCIA, NO-VIOLENCIA
DE LA «DECLARACIÓN DE PUEBLA»
EL MENSAJE DE JUAN PABLO 
LA FE DE LOS PUEBLOS
REYES, SACERDOTES Y PROFETAS
LA DIGNIDAD DEL HOMBRE
1 (41)
SOY SACERDOTE
Toda mi vida es un milagro raro;
demostración de Dios en barro y oro.
Mi alma es una niña frente a un toro.
Mi corazón un niño con un aro.
Tengo tanto de mar cuanto de faro.
Soy un mendigo dueño de un tesoro.
Canto por no llorar, y cuando lloro
veo lo turbio dulcemente claro.
Hombre, loco, poeta... todo eso
que se suele decir, ¡y sacerdote!
crucificado en Dios a flor de beso.
Nombre no tengo, tengo sólo mote.
Y estoy perdiendo paz, fama y palabra,
para ganarme el cielo de rebote
A. Sánchez Torres, O. P.
2 (42)
VIOLENCIA,
NO-VIOLENCIA
PILATOS era escéptico de la
autenticidad de la realeza de
Cristo, cuando le fue entrega-
do sin armas; Napoleón se burlaría
del Papa que no posee ejércitos;
Stalin y Hitler desafiarían a una
Iglesia que no tiene divisiones ar-
madas... Y todos han pasado, real-
zando con sus sombras, las verda-
des que escarnecieron u olvidaron.
Pero Cristo sigue vivo en su ver-
dad, sin necesidad de armas para
guardarla ni de ejércitos para im-
ponerla. Y el grado de pureza de
la Iglesia se mide por el de la fide-
lidad a la Verdad inerme del Evan-
gelio de Cristo, y su fuerza por la
voz con que lo repite.
La Iglesia no es violenta, como
los violentos de este mundo; ni el
de Dios es un reino como los reinos
de este mundo. ¿Qué querían del
Papa los que esperaban que en
América lanzara a los sacerdotes a
la "guerrilla"? La "guerrilla" es
también un poder, como lo es la de-
nunciada "violencia institucionali-
zada". Ninguna puede dar la liber-
tad al hombre, a ninguna puede
adherirse la Iglesia. Y no ha de ha-
cerlo para defenderse de riesgos o
compromisos, ante las alternativas
de exaltación o declive de los par-
tidos, sino precisamente para ser
fiel al compromiso de decir a todos,
algo que es más violento que las
armas y que transforma más que
las guerras: la Verdad del Evange-
lio. Falsa sería la Iglesia que no se
alineara y, encima, permaneciera
callada para defender su imagen"
mundana, de prestigios y tácticas
sugeridas de la vanidad triunfante.
Pero nadie puede decir que la Igle-
sia haya permanecido silenciosa o
despreocupada. Busca con celo el
modo de aplicar la verdad de Cris-
to a las situaciones dramáticas del
hombre.
Ella no puede imponer por las
armas la verdad cristiana. Perdería
la razón por el uso del medio ele-
gido para imponerla. Ella renuncia
a las violencias de este mundo. La
violencia está en el pensamiento, la
espada es la Palabra y ésta llega al
corazón del hombre y cambia la vi-
da del hombre.
Todas las técnicas, todas las fuer-
zas ordenadas a la consecución de
la más noble de las metas humanas,
no alcanza a la fuerza, ni llega al
valor insustituible de una verdad,
de la verdad que el hombre nece-
sita para descubrirse a sí mismo,
para descubrir a Dios y para valo-
rar su vida en libertad de hijo de
Dios.
3 (43)
La fuerza material es medida de la
pobreza y debilidad del hombre. A
ella acude desesperanzado y redu-
cido a cobardía cuando es incapaz
de pensar, de creer, de hablar y de
convencer. Exige más violencia hu-
mana esa no-violencia que la brutal
de amenazar, de herir o de matar.
Los que exigieran de la Iglesia
otra actitud y otra acción, ni ha-
brían entendido a Sócrates, ni com-
prendido a Cristo, ni admirado a
Gandhi. Les habrían mirado, a lo
sumo, irónicos y escépticos, como
Pilatos cuando miró a Cristo y,
viéndolo sin armas, sin soldados y
totalmente pacífico, le dijo: «¿Y tú
eres rey?». Pero Pilatos no sabía lo
que era la Verdad, ni le interesaba.
Sabía de fuerza, de táctica, de intri-
gas y de ascensos. Como tantos que
critican a la Iglesia, cuando preci-
samente se está esforzando en acen-
tuar su fidelidad al estilo de Cristo.
De la «Declaración de Puebla»
Nos preocupan las angustias de todos los miembros del pueblo, cual-
quiera que sea su condición social: su soledad, sus problemas familia-
res, su falta de sentido de la vida... Más especialmente queremos com-
partir hoy las que brotan de su pobreza. Comprobamos, pues, como
el más devastador flagelo la situación de inhumana pobreza en que
viven millones de latinoamericanos expresada por ejemplo en salarios
de hambre, de desempleo y subempleo, desnutrición, mortalidad infan-
til, falta de vivienda adecuada, problemas de salud, inestabilidad laboral.
Compartimos con nuestro pueblo otras angustias que brotan de la falta
de respeto a su dignidad como ser humano, como «imagen y semejanza,
de Dios» y sus derechos inalienables como hijos de Dios. Países como
los nuestros en donde con frecuencia no se respetan derechos huma-
nos fundamentales ―vida, salud, educación, vivienda, trabajo...— están
en situación de permanente violación de la dignidad de la persona.
A esto se suman las Angustias que han surgido por los abusos de poder,
típicos de los regímenes de fuerza, angustias por la represión sistemá-
tica o selectiva, acompañada de delación, violación de la vida privada,
apremios desproporcionados, torturas, exilios, angustias en tantas fa-
milias por la desaparición de sus seres queridos, de guiones no pueden
tener noticia alguna. Inseguridad total por detenciones sin órdenes ju-
diciales. Angustias ante una justicia sometida o atada. Angustias por la
violencia de la guerrilla, del terrorismo y de los secuestros realizados
por extremistas de distintos signos que igualmente gravan la conviven-
cia social. La falta de respeto a la dignidad del hombre se expresa tam-
bién en muchos de nuestros países en la ausencia de participación so-
cial a diversos niveles. De manera especial nos queremos referir a la
sindicalización. En muchos lugares la legislación laboral se aplica ar-
bitrariamente o no se tiene en cuenta. Sobre todo en los países donde
existen regímenes de fuerza se ve con malos ojos la organización
de obreros, campesinos y sectores populares, y se adoptan medidas
represivas para impedirla. Este tipo de control y de limitación de la
Acción no acontece con las agrupaciones patronales que pueden ejer-
cer todo su poder para asegurar sus intereses.
4 (44)
El mensaje de Juan Pablo II
El diario "LE MONDE", tenido por el más prestigioso y
objetivo de los periódicos con rango internacional, dedi-
caba, en primera página de su edición del 30 de enero
último, el siguiente comentario al discurso inaugural de
Juan Pablo II en la Conferencia Episcopal de Puebla,
que traducimos íntegramente.
EL MENSAJE de Juan Pablo II
lanzado en Puebla el 28 de
enero, en la apertura de la
conferencia del episcopado latino-
americano, no carece de garra ni
de habilidad. Robusto en sus con-
vicciones, sabiamente estructurado,
su elocuencia es alta y firme. Su
lirismo no procede de una efusión
de sentimientos, sino de una ampli-
tud de miras que sólo quiere pro-
ceder de una fuente: el Evangelio.
Partiendo de la fraternidad entre
todos los obispos, de los que es el
primero, el Papa evita cuidadosa-
mente que parezca que da directri-
ces a los sucesores de los Apóstoles
(«éste es, dijo, el eco de mis prin-
cipales preocupaciones») y luego
adopta el tono de un padre en la
fe para elevarse gradualmente al
de un jefe profundamente conscien-
te de «su deber de evangelizador
de la humanidad entera» ¿Cómo
definir con más fuerza y amplitud
la función papal, tal al menos como
la Iglesia la entiende desde hace
siglos y que se encuentra hoy ob-
jetada?
Se encuentran en este texto, aun-
que no fuera más que por su vo-
cabulario, las fuentes filosóficas y
teológicas a que ha recurrido, por
ejemplo, un Santo Tomás de Aqui-
no, un Jacques Maritain, o un
Henri de Lubac. Juan Pablo II es
un humanista que cree en una ver-
dad objetiva y universal, extra yen-
do su fundamento y su razón de
ser en la Iglesia.
La armonía de su pensamiento po-
see una coherencia rigurosa, aun-
que corre el riesgo de descuidar el
lado irracional de las cosas. No se
puede evangelizar correctamente,
afirma el Papa, más que si se tiene
una visión correcta del Evangelio,
es decir, en definitiva, si se cree en
la primacía de Pedro, si se obedece
a los sucesores de los Apóstoles y si
se reconoce el carácter sagrado del
sacerdocio.
El mismo anacronismo a propósi-
to de la doctrina social de la Iglesia,
cuyo carácter indispensable afirma,
mientras que prácticamente ha caí-
do en desuso. Este Papa no detesta
remar contra la corriente.
5 (45)
Rechazando por igual capitalismo
y comunismo como dos sistemas
materialistas, busca la delineación
de una tercera vía, de la que hay
que decir que sólo queda esbozada.
Por otra parte es el papel de la
Iglesia elaborar tal sistema político--
social? ¿Tiene los medios para ello?
Si la Iglesia «posee la verdad sobre
el hombre», como dice textualmen-
te el Papa, está desprovista de ella
cuando se trata de entrar en el cam-
po de las aplicaciones concretas. La
elaboración de una nueva cristian-
dad no es probable ni deseable.
Por el contrario, la Iglesia puede
emitir un juicio sobre la integridad
de la persona humana. Juan Pablo
II no se priva de ello y denuncia los
atentados a los derechos fundamen-
tales del hombre, principalmente
las torturas físicas y psíquicas, en
un continente en el que son tan
gravemente escarnecidos. Cuando
afirma, con una fórmula original
que «toda propiedad privada está
gravada con una hipoteca social» y
proclama la necesidad de la ética
cristiana para promover el reino y
la justicia, encuentra un máximo
de asentimiento.
Una de las ideas-fuerza de Juan
Pablo II es que el Evangelio no pue-
de ser confundido con la política.
A sus ojos no podría haber verda-
dera teología de la liberación más
que si ésta parte de la enseñanza de
Jesucristo, pero no utiliza después
más que métodos conformes con el
Nuevo Testamento.
Quizá habría sido más convincente,
más eficaz, si no hubiese silenciado
las deficiencias crónicas de la Igle-
sia, las tentaciones de autoritaris-
mo, las infracciones respecto de las
libertades esenciales de los indivi-
duos y de las sociedades.
La Iglesia no es inocente. Se engran-
decería al reconocerlo, porque es
juzgada por sus actos más bien que
por sus palabras.
Si la Iglesia se hace presente en la defensa o en la
promoción de la dignidad del hombre, lo hace en la
línea de su misión, que aun siendo de carácter reli-
gioso y no social o político, no puede menos de con-
siderar al hombre en la integridad de su ser.
En el centro del mensaje del cual es depositaria y
pregonera, la Iglesia encuentra la inspiración para
actuar en favor de la fraternidad, de la justicia, de
la paz, contra todas las dominaciones, esclavitudes,
discriminaciones, violencias, atentados a la libertad
religiosa y cuanto atenta a la vida del hombre.
Juan Pablo II, 28-1-1979
6 (46)
LA FE
DE LOS PUEBLOS
ES admirable: mientras como un
Boabdil destronado el Sha llo-
ra un imperio perdido, la fe de
un pueblo musulmán se yergue para
exigir una justicia temporal y para
proclamar su sed de vida eterna.
Los satélites de los grandes polos
hegemónicos —¿opuestos o com-
puestos?— tratan de matizar en
posiciones que les desmarquen de
radicales servilismos moscovitas o
norteamericanos, mientras que a la
sola invocación de Alá, Dios único
y grande, las masas inermes atien-
den a la voz del ayatollah Khomei-
ny y hasta han muerto en las calles
de las ciudades iraníes, conquista-
das por los pobres. Los políticos se
preocupan pensando cómo van a
recuperar la intervención de la
mayor parte de riqueza petrolífera
del mundo, y qué deben hacer con
los clientes perdidos de armas que
ya no les quieren comprar.
Más lejos, casi contemporánea-
mente, al otro lado del mundo, el
papa Juan Pablo II, abre las sesio-
nes de una asamblea episcopal que
tiene, ante sí, el problema de la
evangelización cristiana a masas
incontables de miserables (un se-
tenta por ciento, están subalimen-
tados; un cuarenta por ciento, naci-
dos irregularmente en o fuera de la
familia...), de explotados por siste-
mas de servilismo económico capi-
talista. Y los políticos occidentales
también se preocupan por esta figu-
ra blanca que ha crecido en edad,
en fortaleza y en fe en un país
donde la libertad religiosa y los
mismos derechos humanos se esca-
motean o conculcan bajo el terror
de una dictadura marxista. Es ex-
traño: el pueblo polaco, sin ayudas
ni desde el poder, ni desde el lado
del poder, ha crecido en la fe y ha
purificado su fe. Este hombre blan-
co que acaba de dar a la Iglesia, va
a América, a tierra de pobres y,
aunque los poderosos le sonríen,
temen sus pasos y expían el sentido
de sus palabras. El presidente ame-
ricano ha estado pendiente de cada
uno de sus actos, de cada una de
sus palabras: un hombre a quien
siguen las masas es peligroso, según
el gesto, según la palabra que diga,
especialmente cuando las masas
son de pobres y desesperanzados,
7 (47)
que pueden poner en ese hombre
blanco toda su esperanza... La CIA,
ayudando y completando con su
acción y asesoramiento a los go-
biernos débiles del subcontinente
dependiente, ya se alarmó a pro-
pósito de la II Conferencia Latino-
americana de Medellín y, desde
entonces, sigue especialmente ocu-
pada al cuidado y vigilancia de
los más peligrosos obispos y sacer-
dotes progresistas latinoamerica-
nos: no teme que se hagan guerri-
lleros —eso ya les descalificaría
por sí mismos, como se descalifi-
caron de Cristo los "zelotas"—,
sino de que saquen demasiadas
consecuencias de las verdades del
Evangelio aplicables a la situación
miserable de aquellas pobres tie-
rras, en las que los poderosos, sub-
vencionan generosamente los mé-
todos para frenar la natalidad, y
escamotean los presupuestos para
la instrucción aun la elemental: el
que sabe piensa, el que piensa es
peligroso.
Algunos hubieran querido que el
papa hubiese ido allí a proclamar
una "guerra santa", para descalifi-
car, por la proclamación de la vio-
lencia, el mismo Evangelio. Y no:
hay una violencia mayor que la
"guerrilla": no está en los pactos
El hombre, objeto de cálculo, considerado bajo la cate-
goría de la cantidad y, al mismo tiempo, único e irrepe-
tible, alguien eternamente ideado y eternamente elegi-
do: alguien llamado y denominado por su nombre...
Frente a otros tantos humanismos, con frecuencia ce-
rrados en una visión del hombre estrictamente econó-
mica, biológica o psíquica, la Iglesia tiene el derecho y
el deber de proclamar la Verdad sobre el hombre, que
ella recibió de su maestro Jesucristo. Ojalá no impida
hacerlo ninguna coacción externa. Pero, sobre todo,
ojalá no deje ella de hacerlo por temores, o dudas, por
haberse dejado contaminar por otros humanismos, por
falta de confianza en su mensaje original.
Esta verdad completa sobre el ser humano constituye
el fundamento de la enseñanza social de la Iglesia, así
como es la base de la verdadera liberación. A la luz de
esta verdad, no es el hombre un ser sometido a los pro-
cesos económicos o políticos, sino que esos procesos
están ordenados al hombre y sometidos a él.
Juan Pablo II, 28-1-1979
8 (48)
con las estructuras de poder, sino,
en todo caso, como ha recordado, en
la estructura básica de la sociedad,
que es la familia; está en la misión
profética del sacerdocio, como
anunciador de la verdad evangéli-
ca a todos los hombres y ajustada
a las realidades de injusticia donde
el mismo hombre no se respeta; está
en la atención a la juventud, en
su instrucción y formación para
capacitarla para la vida.
Cuando tanto se habla de crisis
de fe, en el mundo de nuestros días,
se dan dos ejemplos de resonancia
universal en los que, con diferentes
estilos, pero con la fe en Dios como
base, los pueblos se levantan, y los
poderosos temen por las verdades
que gritan. Los poderosos cuentan
dólares, barriles de petróleo, jorna-
les baratos no protestados, y pien-
san en su bienestar creciente, refi-
nado, exclusivo, aunque sea a costa
de los demás, que les interesan no
como hombres, sino como unidades
económicas. Los que enarbolan la
fe, claman por el hombre, por el
hombre entero: ni sólo el temporal
que ciñe la historia, ni sólo el espi-
ritual que espera el cielo, sino en
el que pasa por la tierra, criatura
de Dios, hijo de Dios, miembro de
la fraternidad universal, con todo
cuanto exige, de inmediato, esa pro-
clamación. Y los poderosos tiem-
blan y piensan si vale la pena en-
cender una guerra, si sería rentable
otro desastre universal, para evitar
que la Verdad entusiasme a los po-
bres y prosperen sus exigencias.
AUSENTES
DE PUEBLA.
No solamente dolorosas, sino
evidentemente significativas
son las ausencias de cuatro
obispos que deberían de haber
acudido a Puebla de los Án-
geles, para participar en la III
Conferencia Episcopal Latino-
americana. Se trata de los dos
obispos de Colombia, Gerardo
Valencia y Raúl Zambrano y
del argentino Enrique Ange-
lelli, que murieron, cada uno
de ellos, en otros tantos acci-
dentes muy misteriosos, no su-
ficientemente aclarados por
las policías de los respectivos
países. El cuarto es el obispo
de Paraguay, Ramón Bogarín,
que murió de un ataque al co-
razón veinte días después de
haber sido detenido, en Rio-
bamba, junto con otros dieci-
séis obispos. Es de señalar que
los cuatro obispos eran apa-
sionadamente defensores de
los pobres y oprimidos.
No bastan las denun-
cias, hay que ser agen-
tes de justicia.
Juan Pablo II
9 (49)
Reyes,
Sacerdotes
y Profetas
PUEBLO de reyes, pueblo sacerdotal, pueblo de profetas,
se ha llamado Israel. He aquí las tres dimensiones y,
también, las tres instrumentalizaciones de la sacrali-
dad: el orden y el dominio para establecer lo santo, el
rito y el sacrificio para conjurar el mal y propiciar el bien, y
el clamor de resonancia eterna para la proclamación de la
Verdad. Pero sin olvidar que todo bien, todo orden, toda fuer-
za, no lo es jamás si no comienza por ser una verdad, si no
parte de la autenticidad genuina, esa que está sólo en el prin-
cipio y en la conclusión, que es alfa y omega de todos los ca-
minos. Mientras el término no se alcanza, somos buscadores
de la Verdad, nunca acabada de encontrar, pero ya centelle-
ante de amaneceres, de promesas, de esperanzas, desde que
Cristo se ha presentado como la Verdad de Dios, para que
nos renovemos, nos reconstruyamos en una "creación nueva
de hijos de Dios".
Los errores de Israel respecto de Cristo, son los mismos
errores del mundo respecto de la Iglesia. El encargo esencial
de Israel estaba en su misión profética, de anuncio y de espe-
ranza en una Alianza superior con Dios; no estaba en su teo-
10 (50)
cracia, como nos manifiesta abiertamente el capítulo VIII del
primer libro de Samuel, a pesar de la excepcional grandeza
de David. No estaba tampoco en su función sacerdotal, mera-
mente simbólica: todo lo que el símbolo les debiera haber
recordado, se vino estrepitosamente abajo cuando la realidad,
Jesucristo, se les presentó. Ese Ungido que no reconocieron
era, cabalmente, el anunciado por los profetas, el no manipu-
lado por ningún poder —su reino no era de este mundo, que
no le era ajeno, pero que lo sobrepasaba—, el no profanado
por el fanatismo cultual de los sacerdotes que lo acusaron de
blasfemo —que, si hubiesen creído en Moisés, también ha-
brían creído en él—. Su relación con lo santo les había hecho
orgullosos del peor y más sutil de los orgullos, el de "elegidos"
de Dios, orgullosos teológicos.
El mundo nuevo, las esperanzas Santas, el advenimiento
del Reino de Dios, universal y eterno, no estuvo ligado a las
dinastías, santas o pecadoras, de la institución real, ni se retu-
vo aprisionado en la casta de privilegio alguno en la guarda
del Arca o en el acceso y oficios del Templo. Todo esto que-
daba, si acaso, como un símbolo provisional indicador balbu-
11 (51)
ciente de otras realidades magníficas que sólo los profetas
anunciaban, en momentos de exaltación o de angustia, por
encima de las alternativas contradictorias de un pueblo que
guardaba la conciencia de poseer un destino excepcional
recibido de Dios, pero que se debatía entre querer imitar los
estilos de las instituciones mundanas del poder, de la fuerza
o de la riqueza, o bien se encerraba aséptico y arrogante en
el orgullo satisfecho del prestigio de lo santo, convertido en
objeto de posesión y en exclusividad de casta.
Y entonces eran los profetas que alzaban la voz frente a
las desviaciones que iban tras los "absolutos ajenos", las divi-
nidades extrañas, y los que denunciaban la insinceridad ruti-
naria del orgullo sacerdotal, y encendían en el corazón del
pueblo hogueras de esperanza, más allá de la ambigüedad o el
anquilosamiento, que eran como decadencias de su vocación
santa, iniciada en Abraham y que debía llegar a constituir
una familia universal de hombres para Dios.
Cuando vino Cristo no fueron los reyes ni los sacerdotes;
no fueron los poderes "legítimos" ni las dignidades sacerdota-
les de Israel quienes le reconocieron; ni a ellos acudió para
echar los cimientos de su empresa salvadora, la Iglesia. Y si
bien aceptó que se le llamara "Rey", aclaró, enseguida, «que su
reino no era como los de este mundo». Y si fue Sacerdote, no
ingresó en la casta sacerdotal.
Él entronca con el mayor de los profetas del Antiguo
Testamento, el Bautista, y los resume todos, como "gran pro-
feta" porque todos habían hablado de él, y habían preparado
su llegada. Sus primeros discípulos no fueron palaciegos ni
servidores del Templo, sino jóvenes esperanzados en las pro-
mesas de Dios, ávidos de una verdad que ahora él, Cristo,
proclamaba. A eso vino, a proclamar y a dar testimonio de la
Verdad; esa era su misión y esa misma misión confió, esen-
cialmente, a los suyos, y por eso es la misión esencial de la
Iglesia. El reino y la fuerza de Cristo está en el amor, que
nada hay más fuerte, ni que valga más que la misma vida del
12 (52)
hombre que el amor. El sacer-
docio fue su vida y su muerte;
con ella se rasga el misterio
de todo rito pasado y ninguno
tiene sentido ni valor si, en
adelante, no se refiere a Cris-
to. La Verdad es amor, no
dominio; la Verdad es profe-
cía, no rito. La Verdad es vida
y la vida libertad de hijos de
Dios.
Muchos quisieran una Igle-
sia de reyes, una Iglesia de
poderes, como aquellos isra-
elitas a los que advertía Sa-
muel; otros la preferirían me-
ramente reducida al ejercicio
ritual estético y simbólico de
referencias distantes que con-
suelan y no comprometen a
nada. Olvidan que la Iglesia
de hoy, como el verdadero
Israel de ayer, es esencial-
mente profética. Que tiene
verdades que decir, que ha de
ser libre para poder decirlas,
mientras se esfuerza en "ha-
cerlas" renovando y comple-
tando, en sus miembros, el
misterio de la vida y también
de la muerte de Cristo. A su
entorno se le tienden tenta-
ciones como el diablo a Cris-
to: para que adore el mundo
y, a cambio, «el mundo le
De la "DECLARACIÓN DE PUEBLA.
Es urgente liberar a unos del
ídolo del poder absolutizado
para lograr una convivencia
social en justicia y libertad. En
efecto, para que los pueblos
latinoamericanos puedan cum-
plir la misión que les asigna la
historia como pueblos jóvenes,
ricos en tradiciones y cultura,
necesitan de un orden político
respetuoso de la dignidad del
hombre, que asegure la con-
cordia y la paz en el interior de
la comunidad civil y en sus re-
laciones con las demás comu-
nidades. Entre todas las aspi-
raciones de nuestros pueblos
sobresalen:
• La igualdad de todos los
ciudadanos, que tienen el dere-
cho y el deber de participar en
el destino de la sociedad, con
igualdad de oportunidades,
contribuyendo a las cargas dis-
tribuidas equitativamente y
obedeciendo las leyes legiti-
mas establecidas.
• El ejercicio de sus liberta-
des. amparadas en institucio-
nes fundamentales que asegu-
ren el bien común, respetando
los derechos fundamentales de
las personas y Asociaciones.
• La legítima autodetermina-
ción de nuestros pueblos que
les permita organizarse según
su propio genio y la marcha de
su historia y cooperar en un
nuevo orden Internacional.
• La posibilidad de restable-
cer la justicia, no sólo teórica y
formalmente reconocida, sino
llevada eficazmente a la prácti-
ca por instituciones adecuadas
Y realmente vigentes.
También el hedonismo se ha
constituido en algo absoluto en
nuestro continente. Liberarse
de este ídolo del placer y del
consumismo es también un im-
perativo de la enseñanza social
cristiana.
13 (53)
dará», para que le divierta —le enajene― o le distraiga de
males con milagros, para que se exhiba como espectáculo...
El espíritu mundano sigue preguntándose, como Pilatos, «qué
es la Verdad», pero no la oye, todavía, de Cristo. Y la Iglesia,
como Cristo, camina por el mundo diciendo esa Verdad que
le debe hacer libre. Verdad muchas veces temida. Una Iglesia
solamente poderosa, una Iglesia solamente ritualista, no ten-
dría apenas dificultades con nadie, salvo la envidia de riquezas.
Pero una Iglesia profética, es temida, como Cristo fue temido,
salvo por los que le oían con esperanza.
No es la realeza lo esencial, no es el sacerdocio lo esencial.
Hay que recordarlo cuando algunos piden a la Iglesia lo
que no puede ser y no reciben lo que precisamente les debe
dar: la Verdad de Dios para hacer libres a los hombres. No
reyes, ni sacerdocio pagano o paganizado, sino profetas santos. I
Conferencias
cuaresmales
Días 2, 3 y 4 de abril:
• PARA SEÑORAS, a las 4,30
de la tarde.
• PARA TODOS, a las 8,30 de
la tarde.
14 (54)
documento:
DESDE CHILE:
LA DIGNIDAD DEL HOMBRE,
LOS DESAPARECIDOS...
LA Conferencia de Puebla ha convertido Latinoamérica en el centro de
la Iglesia; es sin duda el continente de mayor vitalidad evangélica. El
hecho de que aquí demos un par de documentos redactados el pasado
noviembre en Santiago de Chile, no quiere decir que sólo allí haya graves pro-
blemas para los hombres y para la misión de la Iglesia. Un autor francés acaba
de publicar un libro con un elocuente diseño en la cubierta: un Cristo clavado,
no en una cruz, sino en la tierra ancha y larga, de océano a océano y desde
las Antillas a Tierra de Fuego. El libro se llama "LE SANG ET L'ESPOIR" y
su autor es Charles Antoine, editado por Le Centurion, en París.
Pero no es sólo allá en América; también en otras partes, sólo que allí ahora
recobra conciencia y se agudiza el clamor de los pobres, y la Iglesia se presenta,
desde el Evangelio, como única alternativa a los materialismos, establecidos o mili-
tantes.
Viajar a América hoy es fácil; pero se corre el riesgo de ver sólo los magníficos
aeropuertos o las zonas residenciales, o de tratar sólo con los privilegiados y colabo-
radores del poder establecido, que tienen los mejores empleos y no el peligro de ser
despedidos, que habitan las mejores viviendas y no yacen hacinados en el cinturón
Vergonzoso de las ciudades o en las chozas campestres: América es también esa
población marginada que representa su setenta por ciento de subalimentados, de
analfabetos, de miserables.
Por otra parte, el Evangelio no puede ofrecer soluciones políticas o económicas
que resuelvan técnicamente los problemas planteados, pero el simple hecho de su
anuncio choca con las injusticias y las denuncia urgiendo su remedio.
Chile es sólo un ejemplo, oportuno de recordar cuando hace poco ―el pasado
diez de diciembre― el VICARIATO DE LA SOLIDARIDAD de Santiago acaba de
recibir el Premio anual de las Naciones Unidas por «su lucha y valentía en favor
de los derechos humanos». Pero es preciso decir qué es ese Vicariato de la Soli-
daridad.
15 (55)
Su origen se remonta inmediatamente después del golpe de Estado dado por
Pinochet, en septiembre de 1973. Las Iglesias católica, protestante y ortodoxa anun-
ciaban la creación de un Comité ecuménico para la paz, el cual, ante la dura repre-
sión del nuevo régimen, se proponía los siguientes objetivos: primero, asegurar la
defensa legal de los obreros que habían sido despedidos por represalia política, y,
segundo, asegurar la asistencia legal gratuita a los numerosos prisioneros políticos,
rin distinción de matices. El copresidente católico de este comité era el obispo
auxiliar del arzobispo de Santiago, cardenal Silva Henriquez. Las dificultades co-
menzaron a los pocos meses, cuando en mayo de 1974 se publicaba, en México, un
informe detallado sobre las torturas a las que eran sometidos los prisioneros chi-
lenos. Y, al tiempo que se impedía el regreso de uno de los copresidentes del Comité
a Chile, el General Pinochet imponía la disolución de dicho Comité ecuménico, si
bien el cardenal Silva Henriquez respondía inmediatamente que las actividades del
disuelto comité las continuarían los organismos eclesiásticos. Y así, entre amenazas,
nació el VICARIATO DE LA SOLIDARIDAD, que ha abierto más de 17.000 informes
para socorrer jurídicamente a obreros y prisioneros, además de muchas otras activi-
dades de asistencia y asesoramiento. En conjunto ha logrado mantener la esperanza,
contra la imposición del miedo que amenaza con quitar empleo, o echar de la vivien-
da, conculcando derechos y libertades, sin contar con el capítulo de prisioneros y
desaparecidos.
EI VICARIATO DE LA SOLIDARIDAD, desafiando obstáculos y amenazas, ha
tenido la osadía de convocar y celebrar, el pasado mes de noviembre, en el recinto
de la catedral de Santiago, un symposium internacional sobre «La dignidad del hom-
bre: sus derechos y deberes en el mundo de hoy». Han asistido, además de centenares
de chilenos de todos los sectores, Théodor van Bove, representante personal de Kurt
Waldheim, secretario general de la ONU: Niail Mc Dermott, secretario general de la
Comisión internacional de juristas; Martin Ennals, secretario general de Amnesty
international: el cardenal Arns, de Sao Paulo (Brasil); mons. Heckel, de la Comisión
pontificia «Justicia y Paz», etc.
El symposium finalizó con un documento, cuya parte más concreta reproducimos
a continuación:
a) Un número creciente de países, aunque miembros de la
ONU, violan de manera directa y sistemática, los derechos ele-
mentales de la persona humana.
b) Muchos gobiernos han impuesto sistemas que relativizan
el valor de la persona, en los cuales las "razones de Estado" cons-
tituyen un pretexto suficiente para ejercitar formas muy diversas
de violencia institucionalizada.
c) En muchos países en vía de desarrollo, en América Latina,
África y Asia, sucesivos golpes de Estado dan origen, en la mayor
parte de los casos, a cruentas masacres que dividen el pueblo en
amigos y enemigos, victoriosos y vencidos, e imponen una racio-
16 (56)
nalidad de guerra para la cual el primer fin constituye la elimi-
nación del adversario, prescindiendo de todas las normas éticas y
legales.
d) En estos regímenes se establecen sistemas represivos por
medio de leyes de excepción, con ausencia de derechos civiles y
políticos, violación generalizada de las constituciones y de las
declaraciones internacionales sobre los derechos humanos.
e) En apoyo de tales regímenes existen claros intereses eco-
nómicos, nacionales, que tienen por fin sólo el propio incremen-
to, extraños por completo a las exigencias fundamentales de los
pobres.
f) La adopción, por parte de tales Estados, de una ideología
oficial con la consiguiente subordinación de los conceptos éticos y
jurídicos a una doctrina determinada, da origen a un intolerante
dogmatismo ideológico que se transforma en "razón de Estado".
g) En este tipo de regímenes operan frecuentemente servicios
secretos y de policía, dotados de poderes ilimitados y escudados
en la inmunidad, que alcanzan los peores excesos en materia de
seguridad e integridad física de las personas y que extienden el
terror generalizado en la población.
h) Con la pretensión de convertirlo en un método legítimo de
afirmación política o social, el terrorismo se convierte en una op-
ción desde la cual, por cada una de las partes, se cometen siempre
con mayor frecuencia graves atentados a los valores fundamenta-
les, como la vida, la libertad de las personas y la verdadera segu-
ridad nacional.
i) Es tan grande la diferencia que existe entre naciones ricas
y naciones pobres que está amenazada la posibilidad de alcanzar
la propia dignidad de persona a los que son pobres. En los países
donde la mayoría de la población es analfabeta e insuficiente-
mente educada, donde las posibilidades de trabajo son limitadas,
donde no existe fácil acceso a los servicios médicos y educacio-
nales, donde la preocupación primaria es todavía la del hambre,
el disfrute de los demás derechos humanos resulta prácticamente
ilusorio.
j) La carrera de armamentos de las naciones, grandes y peque-
ras, es un atentado contra la paz y un motivo de grave escándalo
porque en ella se invierten enormes cantidades de dinero que se
deberían destinar a poner remedio a las condiciones miserables de
grandes sectores de la humanidad.
17 (57)
Pero los obispos de Chile, por su cuenta, quince días antes de que se celebrara
este symposium sobre los derechos humanos, habían denunciado la desaparición de
más de 600 prisioneros, de los cuales nadie había dado razón en Chile, y que «habían
muerto, muchos de ellos, o todos ellos, al margen de toda ley». La declaración e con-
tenía en los siguientes términos:
Movidos por una exigencia evangélica, el Comité permanente
del episcopado ha examinado una vez más, el problema de los
detenidos-desaparecidos y declara cuanto sigue:
1. En diversas oportunidades nos hemos dirigido a los repre-
sentantes del gobierno sobre el problema de los desaparecidos. Las
respuestas obtenidas hasta ahora no han sido satisfactorias.
2. Las personas llamadas detenidos-desaparecidos, que alcan-
zan varios cientos, por los antecedentes reunidos y presentados al
gobierno, a excepción de algunos casos, han de considerarse dete-
nidas por los servicios de seguridad del gobierno.
3. Hemos hecho cuanto dependía de nosotros para que llegara
a establecerse la verdad sobre este dramático problema. Hemos
puesto en manos de la autoridad los antecedentes que estaban en
nuestro poder, tanto los proporcionados por los mismos familiares
como los reunidos en el curso del proceso judicial. Hemos señala-
do muchos "caminos serios" a la "explicación" del gobierno.
Desgraciadamente hemos llegado a la conclusión de que el
gobierno no llevará a cabo ninguna investigación que permita
establecer la realidad de cada caso y las responsabilidades corres-
pondientes.
4. Lamentamos tener que decir que hemos llegado también
a la convicción de que muchos, por no decir todos los detenidos--
desaparecidos, han muerto, al margen de toda ley.
No podemos hacer nada más. Esperamos que los familiares
de los desaparecidos y la opinión pública lo comprenderán. Co-
Se requiere una Iglesia que testimonie, proclame, celebre, actúe el
Evangelio con justicia, amor, pobreza: una Iglesia en un proceso
dinámico, permanente, de evangelización de tal forma que todo lo
cultural, lo político, lo económico, lo social, sea leído y discernido
n partir del Evangelio.
Card. Lorscheider
18 (58)
rresponde al gobierno y, no a la Iglesia, el dar solución a este
problema.
5. Con todo, no podemos permanecer silenciosos ante este
hecho. Hemos de decir que el mandamiento de "no matar" conti-
núa siendo el fundamento de toda civilización y, naturalmente,
de todo humanismo cristiano.
Ningún fin puede justificar el uso de medios ilícitos. Matar a
un hombre, al margen de toda ley, es un delito del cual protesta-
mos en nombre de Dios, Creador y Padre de todos los hombres.
6. Suplicamos, no solamente a nuestras autoridades, sino a
todos los chilenos, que renuncien definitivamente a toda violencia
sobre las personas, a la tortura, al terrorismo, al desprecio de la
vida humana. La violencia engendra violencia. La paz se consigue
únicamente con instrumentos de paz.
7. Sabemos que no es fácil conformarse con la muerte de los
seres queridos, y menos todavía cuando han sido víctimas de una
violencia injusta. Que es difícil perdonar y apagar en el ánimo
los sentimientos de rencor y venganza.
Nosotros, sin embargo, que hemos estado y continuamos es-
tando al lado de los familiares de los desaparecidos, a lo largo
de su calvario, les pedimos, en nombre de Jesucristo y del pueblo
chileno, que perdonen de corazón, que se abstengan de la venganza
y que, en su afán de querer conocer la verdad, se limiten a los
procedimientos judiciales —incluso dándose cuenta de las limi-
taciones que tienen― y medidas que no estén inspiradas en la
violencia.
Se lo pedimos por el bien de Chile y para que llegue el día en
que podamos construir una patria justa y fraternal.
8. El señor ministro del interior nos ha asegurado que, mien-
tras siga en el cargo, los derechos humanos no serán conculcados.
Sabemos, sin embargo, que, en menor escala y en forma ocasional,
se siguen violando estos derechos. Denunciaremos cada caso que
llegue a nuestro conocimiento. Confiamos que el gobierno tomará
las medidas necesarias para prevenir los abusos y para reprimirlos,
si continúan produciéndose. Se lo exigimos en nombre de Dios que
sus representantes invocan.
9. Solamente nos mueve el deseo de la paz. Pero reafirmamos
una vez más que, para que haya paz, ha de haber verdad, ha de
haber justicia, ha de haber respeto y amor fraterno para todos, sin
excepción.
El Comité permanente de la Conferencia episcopal de Chile,
Santiago, 9 de noviembre de 1978.
19 (59)
Deben llamarse por su nombre:
todas las injusticias,
toda discriminación,
toda violencia contra el cuerpo del hombre,
contra su espíritu,
contra su conciencia
y contra sus convicciones.
Juan Pablo II,
20.2.1979
LAUS
Director: Ramón Mas Cassanelles - Edita e imprime: Congregación del Oratorio
Placeta de S. Felipe Neri, 1 - Apartado 182 - Albacete - D.L. AB 103/62 - 3. 3. 79
20 (60)