Publicación mensual del Oratorio.
Núm. 167. ABRIL. Año 1979
SUMARIO
EL HOMBRE no es un ser destinado al absurdo, sino
a la trascendencia; hay un plan divino sobre él,
en el que interviene, además, su libertad. A partir
de ahí, es posible avanzar superando las aparentes con-
tradicciones. Esa gran contradicción que es el testimonio
y el fracaso de Cristo, su vida y su muerte, su humilla-
ción y su gloria, su amor y su dolor, son la garantía, el
anticipo que todo hombre tiene, si acepta la dialéctica de
lo sobrenatural, para ser definitivamente libre, redimido.
DEL LIBRO DEL AMIGO Y DEL AMADO,
de Ramón Llull
MUERTE Y VIDA
AMOR Y DOLOR
KIOSCO
MÁS VALE TROCAR..., de Juan del Encina
LIBERTAD DE FORMA PARA EL MATRIMONIO
EL CRISTIANISMO ES UNA SOCIEDAD
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DEL LIBRO DEL AMIGO Y DEL AMADO
Encontráronse el Amigo y el Amado, y dijo el
Amado al Amigo: —No hay necesidad de que me
hables; mas hazme señas con tus ojos, que son palabras
a mi corazón, que te dé lo que me pides.
Preguntó el Amado al Amigo: ―¿Sabes aún lo
que es amor? —Respondió el Amigo: ―Si no supiera
qué es amor, ¿sabría qué cosa es trabajo, tristeza y
dolor?
El Amigo dijo al Amado: —Tú que llenas el sol
de resplandor, llena mi corazón de amor.― Respon-
diole el Amado: ―A no estar tú lleno de amor, no
derramarían lágrimas tus ojos, ni tú habrías venido a
este lugar para ver a tu Amado.
Desobedeció el Amigo a su Amado, y lloró el
Amigo, y el Amado vino a morir con el vestido de su
Amigo, para que el amigo recobrase lo que había per-
dido, y diole mayor don que el que había perdido.
Veíase el Amigo apresar y atar, herir y matar
por amor de su Amado. Y los que le atormentaban
preguntábanle: —¿Adónde está tu Amado? —Respon-
dioles el Amigo: ―Helo aquí en la multiplicación de
mis amores y en la tolerancia que me da en mis tor-
mentos.
―Dime Amigo ―preguntó el Amado―: ¿tendrás
paciencia si te doblo tus dolencias? ―Sí ―respondió
el Amigo―, con tal que dobles mis amores.
Ramon Llull
s. XIII (trad. de Ovejero y Aguilar)
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Muerte
y vida
EL contraste entre muerte y vida, el problema del tiempo y la eternidad,
se resuelven, desde la fe, cuando, con palabras de Rahner, «la eterni-
dadm no es una manera incalculablemente larga de duración del puro
tiempo, sino una forma de la espiritualidad y libertad realizadas en el
tiempo, por lo cual solo puede comprenderse desde la recta inteligencia de
éstas. Un tiempo que por así decir, no perdura como arranque del espíritu y
de la libertad, no genera ninguna eternidad».
No vivimos para morir, sino que morimos pensando en la muerte de
Jesús, y sabemos que él «muere hacia la resurrección». Ni la muerte es un
término, ni la resurrección un comienzo de un nuevo periodo, sino la «defi-
nitividad permanente y salvada de su única vida singular». Sería dar un
falso sentido a la resurrección" en la que creemos los cristianos, tanto al
referirla a Cristo como a nosotros mismos, si la entendiéramos original-
mente representada por una revivificación física y material. El cuerpo, en
efecto, es algo que tenemos", pero la resurrección no nos devuelve, sino
que nos realiza en algo: en lo que "somos". Enfebrecido, el hombre egoísta,
consumista y posesivo. He pierde detrás de buscar el "tener", en vez do an-
helar afirmarse en el "ser". Le falta la pureza y la serenidad profunda del
espíritu para conseguir liberarse del miedo que le inspira recoger y poseer
seguridades que, al fin, le quitan la libertad, convertido en esclavo guarda-
dor de lo que le impide realizarse. La propia limitación le hace miedoso. V
el miedo egoísta, incapaz de verdadera abnegación, empobrecido en liber-
tad, ocupadas. A veces las pocas energías que le quedan, en mantener
apariencias falsamente espirituales con que disimular la íntima incapaci-
dad y esclavitud. Es decir, la falta de "ser", que es lo mismo que la falta de
libertad.
El hombre es libre, es "salvado" en Cristo cuando se olvida no sólo de
"parecer" sino de "tener", cuando supera la ficción de la envidia o del
resentimiento, cuando vence in dureza posesiva del egoísmo y tras in liber-
tad, empieza a "ser" 61 mismo, no solamente en el espíritu, pero si desde el
espíritu. A este hombre, aunque no es sólo espíritu, le llamamos "hombro
espiritual porque ha espiritualizado todo su ser, su vicio, su tiempo. Su
3 (63)
orientación hacia lo definitivo para lo cual ha sido creado y después de
creado, liberado, salvado, redimido en Cristo.
Superando dualismo platónicos ―ideas, cosas materiales― el hombre
He encuentra a si misino afirmado prototípicamente en la resurrección de
Cristo. La fe es una experiencia anticipada de Cristo resucitado en la vida
del cristiano. Por ello san Pablo afirma que la muerte ya no existe porque
Cristo In ha destruido con su resurrección.
El Cristianismo es una inserción en la vida de Cristo, en la vida defini-
tiva de Cristo que trasciende el tiempo: trascendencia que radicalmente se
inicia con la Gracia, que no se añade al ser, sino que transforma el ser en
cristiano. Una transformación vinculada y a imagen de Cristo: de Cristo
resucitado, pero de una resurrección que no añadía, sino que plenificaba
la enteridad de su vida, de esa vida que también fue dolorosa y "mortal**
porque era humana, humana como la nuestra, a la que tampoco se añade
o suprime nada, pero se transforma totalmente. Sufrir, morir, para el cris-
tiano, ya tiene sentido y valor: es un dolor y una muerte whacia la resurrec-
ción, hacia la plenitud gloriosa del "ser". Como en Cristo.
Jesucristo, cuando compareció como prisionero ante
el tribunal de Pilatos y fue preguntado por él acerca
de las acusaciones que le hacían los representantes
del Sanedrín, ¿no respondió acaso: «Yo para esto he
venido al mundo, para dar testimonio de la verdad»?
Con estas palabras pronunciadas ante el juez, en el
momento decisivo, era como si confirmase, una vez
más, la frase ya dicha anteriormente; «Conoced la
verdad y la verdad os hará libres». En el curso de
tantos siglos y de tantas generaciones, comenzando
por los Apóstoles, ¿no es acaso Jesucristo mismo el
que tantas veces ha comparecido junto a los hombres
juzgados a causa de la verdad? ¿Acaso cesa él de ser
portavoz y abogado del hombre que vive «en espíritu
y en verdad»? Del mismo que no cesa de serlo ante
el Padre, así lo es también con respecto
a la historia del hombre.
Juan Pablo II,
enc. «Redemptor hominis»
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AMOR Y DOLOR
RECORDAMOS, todavía, los
conciertos orfeónicos de Na-
vidad: entre los cantos que
resonaron en el ámbito de nuestro
templo, no podríamos olvidar «Joia
en el món» de Haendel y el popular
villancico manchego «Dime, niño,
de quién eres» con que nos obse-
quiaron los cantores castellonenses.
Y luego, en el concierto del Orfeón
de la Mancha, el inolvidable Más
vale trocar... de Juan del Encina.
Fue una liturgia de las voces, toda-
vía no extinguida, porque Navidad
nos prepara la Pascua y la letra
sostenida en la melodía, mantiene
su sentido cuando su resonancia,
como olas de sonido en el aire
de nuestra primavera, despide los
fríos de la muerte y amanece, en
los árboles y en el azul del cielo,
en la aurora del cielo: lo que en-
tonces nos servía de villancico, se
nos hace ahora, a través del drama
doloroso de la pasión de Cristo, sal-
mo aleluyático: la vida y la muerte
y la muerte y la vida conjugadas en
un canto pascual, con el sentido nue-
vo de un amor, también nuevo, a
Dios: de un amor que ya no muere
porque es vencedor de la muerte.
Sin Cristo, se sigue viviendo para
morir; con Cristo, después de Cristo,
se muere para vivir, porque el do-
lor purifica el amor, y la muerte
no extingue la vida, sino que la
""transforma" para un amor aún
más grande que ya debe comenzar
aquí.
Los santos de los primeros tiem-
pos así lo entendieron. Y cada vez
que en el mundo y la Iglesia se ha
producido una crisis, ese misterio
de poda invernal y de florecimien-
to de primavera, se ha manifestado
en los cristianos. Tal vez por eso,
el arte cristiano, cuando en formas
de belleza ha intentado vehicular
y expresar la hondura de esta ver-
dad, nos ha dado las síntesis lumi-
nosas de la poesía o las formas o
los colores de la plástica, nos ha
mostrado siempre, más que apoteo-
sis triunfales, el lamento de un
amor inefable o los lamentos de un
gran vía-crucis. Amor y dolor; y
dolor y hasta muerte, pero para
más alta vida, como en Cristo.
Así, en plena Edad Media, cuando
la rudeza de los hombres comienza
a vencerse hacia un redescubri-
miento de la vida para detenerse
en el amor y en la bondad y genti-
leza encantadora del afecto y del
enamoramiento humano, se redes-
cubre, a la vez, lo más humano del
5 (65)
Cristianismo, la Humanidad santa
de Cristo, y los grandes enamora-
dos de Cristo serán los santos de
aquellos tiempos: Francisco de Asís,
Catalina de Siena, Ramon Llull, Ja-
copone da Todi... Y mientras los
trovadores trenzarán palabras y las
revestirán de melodías para com-
placer a quienes aman, serán imita-
dos y hasta superados por los "tro-
vadores a lo divino", por los gran-
des místicos medievales, antes aún
de que surjan las excepcionales fi-
guras de Juan de la Cruz y Teresa
de Ávila, a los que precedieron y
hasta prepararon el camino.
Esta hora es también aquella en
que ha logrado su esplendor el can-
to gregoriano, vestidura alada de
las palabras para la oración, y pre-
supuesto para toda la música pos-
terior, profana o religiosa.
Juan del Encina, que da motivo
a estas líneas, no es poeta medieval,
aunque recoge influjos provenzales
e italianos que le hacen diestro
tanto para los temas profanos como
para los de vena religiosa y espiri-
tual. En los manuales se le reco-
noce más como «padre del teatro
español» que en otras de sus ver-
tientes: no puede decirse que fuese
un místico, si bien su vida andaba
a la búsqueda de Dios y a los cin-
cuenta años se ordenaba de sacer-
dote. Tal vez sí pueda y deba de-
cirse de él que era el mejor músico
español de su tiempo, y música,
lírica e ingenio puso en todo su
trabajo, que fue incesante y reco-
nocido. Coetáneo de los Reyes Ca-
tólicos, favorecido por los Duques
de Alba, apoyado por los Papas
Alejandro VI y León X, que reco-
nocían su talento musical tras lar-
gas permanencias en Roma, volvió
definitivamente a España después
de un viaje a Tierra Santa y ge
ordenó de sacerdote. Hay que si-
tuarlo entre los tipos característi-
cos del Renacimiento, tiempo de
grandezas para España, que conoce
igualmente una expansión de la
cultura y receptora del humanismo
renacentista italiano precedente.
Fácil versificador, conocedor de
los clásicos latinos, pero artista y
realista de las formas, con genio
musical y lenguaje cuidado pero
sencillo es, todavía, un tesoro a
medio descubrir por lo que se re-
fiere a su «Cancioneros, que bien
le hubiera valido para su fama aun
al margen de atribuirle la paterni-
La Iglesia no puede abandonar al hombre, cuya
"suerte", es decir, la elección, la llamada, el naci-
miento y la muerte, la salvación o la perdición, están
tan estrecha e indisolublemente unidas a Cristo.
Juan Pablo II,
enc. «Redemptor hominis»
6 (66)
dad, seguramente justa, del teatro
español o, incluso, de la "zarzuela"
española, como no duda en estimar
el maestro Asenjo Barbieri.
Después de él, propenso en lo re-
ligioso al juego del binomio "amor-
-dolor" los grandes místicos caste-
llanos estilizarán las formas, toda-
vía hoy no superadas. Pero del
mismo modo que, como en Juan
del Encina, hay que reconocer que
obedecen a la constante de la es-
piritualidad cristiana desde sus
mismos orígenes, también luego
comprobamos su pervivencia en
los poetas cuando, sin demasiado
artificio, se acercan a glosar el
misterio cristiano, como, por ejem-
plo, en los villancicos de Lope de
Vega («Las pajas del pesebre...»)
Igual que en uno de esos canta-
res sueltos, popularizados, como el
que las monjas de Beas cantaron a
san Juan de la Cruz, cuando llegó
a su locutorio, extenuado, profun-
damente afligido por penas, ingra-
titudes y persecuciones sufridas, sin
poder hablar apenas, y que dice así:
«Quien no sabe de penas
en este valle de dolores,
no sabe de cosas buenas,
ni ha gustado de amores,
que penas es el traje de amadores».
Es el tema que también encon-
traríamos en las escasas poesías que
nos dejó san Felipe Neri, salvadas
de las llamas a las que arrojó todos
sus papeles, no sólo por humildad,
sino también porque los demás no
habrían comprendido su lenguaje,
su sentido o sus motivos.
Los cristianos creemos en el
Cristo glorioso, resucitado y ven-
cedor de la muerte; pero siempre
hemos tenido conciencia de la con-
tingencia de todo lo que se mueve
en el tiempo y de la presencia del
dolor en todo lo que es limitado, a
la par que el anhelo hacia la pleni-
tud produce la tensión del esfuerzo
que sólo el amor, el enamoramiento
abierto al ideal, hace perseverante.
La Iglesia es esa gran empresa con-
tinuadora del hacer y del vivir de
Cristo. Pero este vivir de Cristo
no está en la contemplación y el
aplauso de la Redención como ges-
ta, sino como empresa a la que nos
unimos. Su cruz no era solamente
suya, sino de todos los suyos. Y
han habido momentos en la Historia
en los que los hombres, a pesar de
todos sus defectos, lo han entendi-
do bien así y, en parte, sus mismos
defectos, les convencían de la ne-
cesidad de no cejar en el ideal de
hermanarse en Cristo, para supe-
rarlos, finalmente... Un texto del
historiador E. Bagué nos sirve para
explicar uno de estos momentos:
«La fe y la vida se confunden en la
realidad viviente de la experiencia
práctica. Por eso la grandeza de
7 (67)
aquel siglo XIII, síntesis admirable
de todos los ideales que movieron
a los hombres de la Edad Media,
no consiste precisamente en haber
sido uno de los más fecundos del
pensamiento humano y uno de los
más armónicos y completos en la
realización de la vida colectiva,
sino en haber sabido considerarse
los hombres compañeros de Cristo
en el camino de la vida. Mercade-
res, artesanos, constructores, estu-
diantes, frailes, reyes y señores, to-
dos trabajaron bajo el impulso de
un superior ideal religioso, todos
tuvieron un patrono a través del
cual imitar a Cristo, modelo per-
fecto de toda la Humanidad. Unos,
como san Francisco, se aproxima-
ron a su modelo con tal perfección,
dentro de lo humano, que mereció
el nombre de otro Cristo (alter
Christus), otros se quedaron mucho
más atrás; otros se cansaron al
principio del camino; otros, en fin,
renunciaron a seguirlo, seducidos
por la riqueza, los placeres y las va-
nidades de este mundo. Pero todos
admitían que esto era necesario. Y
como no se puede seguir a Cristo
sin ayudarle a llevar su cruz, las
pinturas de la época nos ofrecen
un hermoso símbolo de esta con-
cepción cristiana de la vida y re-
presentan al Salvador avanzando
con la cruz a cuestas seguido de
papas, cardenales, obispos, clérigos,
magistrados, caballeros, artesanos,
mercaderes y hasta de un niño,
que ayudan a todos para soportar
su peso».
Seguir a Cristo, amarlo y sufrir
con él para mejor amarlo, para vi-
vir su vida. Al fin y al cabo, el arte,
la literatura, la música revelan al
hombre, traducen lo que lleva den-
tro, como individuo y como colecti-
vidad. Por eso, en la vida y en el
arte cristiano, se mantiene la cons-
tante del binomio "amor-dolor".
A mi entender una persona iluminada por la
religión, es aquella que se ha liberado, en la
medida de sus posibilidades, de la cadena for-
mada por sus propios deseos egoístas y que se
preocupa tan sólo por los pensamientos, senti-
mientos y aspiraciones a los cuales se adhiere
en base a su valor, que trasciende al individuo.
Albert Einstein
8 (68)
kiosco
De una entrevista al ayatollah Madari
Le pregunto: Marx ha dicho que la religión es el opio del
pueblo, ¿qué responde a esta pregunta?
«Respondo que Marx no estaba bien informado sobre la re-
ligión del Islam. Si la hubiese estudiado a fondo, habría
comprendido que el sistema económico propuesto por nosotros
es bastante mejor y funciona mejor que el suyo. Y si se en-
contrara. aquí, frente a los hechos de estos días, tendría
que admitir que ha sido precisamente la religión la que ha
levantado al pueblo contra el régimen que lo explotaba y a
restituirle su dignidad. Si esto es opio...»
Ettore Mo,
en CORRIERE DELLA SERA, 5.3.1979
La "pura espectacularidad"
Lo sagrado, lo arcano, lo profundo, lo íntimo, la síntesis
sujeto-objeto... no interesan. Sí, en cambio, lo inmediato,
los hechos, lo práctico. Interesa más la erudición que la
sabiduría, la práctica forense más que el derecho, la so-
ciología más que la filosofía social, la pastoral más que el
dogma o la moral. De este modo la superficialidad se apodera
de todo y favorece a las más espectaculares precocidades. En
tierras sin abonos surgen, por evidente generación espontá-
nea, generaciones nutridas de políticos espontáneos. De este
modo se multiplican los nuevos milagros, y de la ausencia de
metafísicos surgen pléyades de jovencísimos filósofos, que
llenan las salas inmensas de los congresos.
En tal situación lo que pasa a contar es la "pura espec-
tacularidad''. Datos estadísticos, "retórica-testimonio",
acusaciones proféticas... despiertan siempre el aplauso ho-
mogéneo y aséptico de los que tratan de curar sus graves in-
somnios.
Luis Vela,
en RAZÓN Y FE. febr. 1979
Educación
«Me siento impresionada por la enorme evidencia de la
necesidad de una renovada educación, de una continuada edu-
cación, como se dice, a través de toda la vida».
Mrs. Williams, Ministro de Educación de Inglaterra,
en THE DAILY TELEGRAPH, 6.3.1979
9 (69)
MAS VALE TROCAR
Más vale trocar
placer por dolores
que estar sin amores.
Donde es gradecido
es dulce morir,
bivir en olvido
aquél no es bivir;
mejor es sufrir
passión y dolores
que estar sin amores.
El que más penado
más goza de amor,
quel mucho cuydado
le quita el temor;
assí ques mejor
amar con dolores
que estar sin amores.
No tema tormento
quien ama con fe,
ni su pensamiento
sin causa no fue;
aviendo por qué
más valen dolores
que estar sin amores.
10 (70)
Es vida perdida
bivir sin amar
y más es que vida
saberla emplear;
mejor es penar
sufriendo dolores
que estar sin amores.
La muerte es vitoria
do bive aflición,
que espera aver gloria
quien sufre passión;
más vale presión
de tales dolores
que estar sin amores.
Amor que no pena
no pida plazer,
pues ya le condena
su poco querer;
mejor es perder
plazer por dolores
que estar sin amores.
JUAN DEL ENCINA,
siglo XVI
11 (71)
Libertad de forma
para el matrimonio
Muy pronto va a comenzar una fuerte discusión de una
ley sobre el matrimonio. Hay dos teorías: que todo matrimo-
nio sea, primeramente, civil y, si se quiere, completado luego
por el de la Iglesia; o bien que se pueda elegir entre una u
otra fórmula, con los mismos efectos civiles para ambas.
Ninguna de estas dos teorías es racional. La primera
obliga a casarse dos veces. En la segunda no se entiende que
papel tiene un juez, un cónsul o un comandante de buque
(como en las películas americanas). Nuestro país podría in-
ventar un sistema razonable: la autoridad civil que la ley
determine examina la situación legal de la pareja y, si proce-
de, otorga una autorización o licencia para casarse. Los novios
luego contraen matrimonio de la manera que más les plazca:
ante un ministro religioso, un ciudadano cualificado de algún
modo o, si tanto se empeñan, ante el alcalde, el juez o el
capitán de un barco. Este firma un acta del matrimonio cele-
brado, con dos testigos por ejemplo, y se lleva a registrar. El
ritual, el lugar y las circunstancias quedan a la elección de
los contrayentes. No se dan duplicidades discriminatorias ni
oficialidades innecesarias. Ni hace falta que los juzgados se
conviertan en "iglesias civiles".
J. Camps,
pastoralista.
VIERNES
SANTO
VIA-CRUCIS
a las 8 de In mañana
12 (72)
documento:
EL CRISTIANISMO
HA SIDO SIEMPRE
UNA SOCIEDAD
UNA de las mentes más claras de los años veinte y treinta de este siglo,
entre el clero catalán, era el docto Carles Cardó (1881-1959), canónigo
de Barcelona, teólogo, apologista, elegante y exacto en su magnifica
prosa, poeta, conferenciante, historiador y, por encima de todo, sacerdote y
hombre de Iglesia. Hace pocos años se le dedicó un homenaje póstumo, en
el que colaboraron una selección de amigos e intelectuales católicos, entre
los cuales también estaban Charles Journet, Jacques Leclerg, Jacques Mari-
tain, el presidente de Pax Romana Sugranyes de Franch, el padre Bartolomé
Xiberta, Ferran Soldevilla, José Luis Aranguren, el arzobispo Pont y Gol,
Trueta...
Nosotros traducimos, aquí, un fragmento de un trabajo aparecido en el
número de enero de 1926 de «La Paraula Cristiana» de Barcelona.
Cristianismo
y naturaleza
humana
Veinte siglos de existencia sin hacer marcha atrás,
sino creciendo continuamente en profundidad y en ex-
tensión, demuestran sobradamente que el Cristianismo
encaja perfectamente con la naturaleza humana. Y que
esta afinidad de espíritu no se reduce a una raza (como
sucede en el Budismo y en el Islamismo), sino que conec-
ta con el fondo común a todos los hombres, donde sólo
puede llegar la mano de Dios, lo demuestra el hecho
espléndido de su catolicidad, que permite la holgada
convivencia en su seno de comunidades pertenecientes
a cualquier raza, a cualquier nacionalidad, a cualquier
lengua. Pues, si el Cristianismo es el más social de todos
los fenómenos, por ser el mis específicamente humano →
13 (73)
(es el único que no presenta vestigio alguno ni ningún
precedente en los irracionales), el Cristianismo es esen-
cialmente social. Un Cristianismo individualista, un soli-
loquio con Dios, desentendido de toda disciplina colectiva,
de toda obediencia intelectual, de todo sacerdocio, es
todavía más absurdo que un nacionalismo exclusivo de
un individuo.
El Cristianismo,
Pueblo de Dios
El Cristianismo es el Pueblo de Dios. Este es el pen-
samiento constante de Jesucristo, puesto de manifiesto en
todas las páginas de los cuatro Evangelios, incluso en
aquellas que, como las de san Mateo, han sido sometidas
al contraste y comprobación de autenticidad por la más
exigente crítica racionalista. Cristo no propone su religión
como un cuerpo doctrinal y un código de preceptos diri-
gidos a cada uno de los hombres, sino como un espíritu
que aglutina a los hombres socialmente y los constituye
en IGLESIA, palabra griega que significa reunión. El
reino de Dios, para emplear la denominación predilecta
del Maestro, grávida ya de trascendencias sociales, se
compara a toda clase de sociedades: a la de las piedras
que forman una casa, a la de las ovejas que componen
un rebaño, a la que constituyen señor y siervos, y por fin,
a la más típicamente representativa: la familia.
La Familia
de Dios
Fue Jesús quien enseñó a los hombres la maravillosa
oración colectiva que comienza con estas palabras: «Pa-
dre nuestro... Una cena ―acto familiar por excelencia―
es también el acto principal de su culto, en el cual abrió
los tesoros de su corazón y estableció el Sacrificio de la
Ley Nueva. En el seno de esta familia, Jesús señala y
establece ya de antemano autoridades reforzadas con los
poderes más eminentes y a las cuales es debida toda
obediencia en el orden moral y en el intelectual: «Tu eres
Pedro (peira, piedra) y sobre esta piedra edificare mi
Iglesia y el poder de la muerte no prevalecerá sobre ella.
Y te daré las llaves (señal de poder) del reino de los
cielos y todo lo que atares en la tierra será atado en el
cielo, y todo lo que desatarás en la tierra será desalado en
el cielo» (Mt 16, 18-19). Este poder de alar y desatar mo-
ralmente ―justísima semejanza de la obligación moral―
es comunicado también a los Apóstoles (Jn 20, 23).
14 (74)
A la preparación de este pueblo escogido, que ha de
extenderse desde levante a poniente (Mt 28, 19), se diri-
gen todos los afanes de Jesús, todos los trabajos de su
predicación, todos los sufrimientos de su pasión; a su
implantación inicial sobre la tierra miran las palabras
que dirige, ya resucitado, a sus discípulos. En definitiva:
Jesucristo no hizo nada más que fundar una Iglesia.
La Iglesia
y los primeros
creyentes
Contraprueba magnífica de esta verdad fundamental
es la actitud del todo espontánea de los discípulos, ape-
nas el Maestro desaparece de la vista de los hombres. No
existe vacilación alguna a la decisión de formar una
comunidad, o mejor dicho, a continuar formando la mis-
ma comunidad que ya existía alrededor de Jesús. Ningu-
na vacilación, tampoco, en acatar la autoridad de los
Doce, al mismo tiempo que se les distingue llanamente
de los demás discípulos al paso que se reconoce la pri-
macía de Pedro sobre todos ellos, que es el que pronuncia
el primer discurso cristiano y preside aquella primera
asamblea eclesiástica en la que se elige a Matías, el cual
es aceptado como Apóstol, con igual autoridad que los
elegidos directamente por Jesús. Un cristiano solitario, en
aquellos tiempos, ni siquiera es concebible.
Una reunión
de hermanos
Esta conciencia de formar una familia divina era
tan fuerte entre los primeros creyentes, que entre ellos ni
siquiera se llamaban cristianos", sino "hermanos". San
Pablo dice a los tesalonicenses (I Tes 4, 9): «No hace
falta que os escriba sobre el amor de fraternidad, porque
bien habéis vosotros aprendido de Dios a amaros mutua-
mente». Este primer mandamiento de Jesus forzosamente
tenía que congregarlos en comunidades visibles y, si algún
peligro existía en la primitiva cristiandad, no era nunca
del lado del individualismo. La Iglesia pudo llegar a afec-
tar, en algunos lugares, una estructura colectivista; pero
jamás pudo parecer una organización liberal, legitimado-
ra del individualismo. Otro peligro amenazaba a aquella
cristiandad incipiente y habría podido disolverla si el
Espíritu no hubiese velado por ella: la reabsorción por el
judaísmo. No es preciso que aquí reproduzcamos la his-
toria de la controversia judaizante en la que san Pablo
15 (75)
La Iglesia
y los paganos
turo la parte principal, ni como desde un principio los
romanos confundieron cristianos con judíos (confusión
aclarada ya al principio de la persecución de Nerón):
basta recordar que la Iglesia nació como una evolución
de la Sinagoga, que fueron judíos sus primeros adheren-
tes y que muchos de ellos, sobre todo los provenientes de
la secta de los fariseos, querían montar un sincretismo
judeo-cristiano obligando a los fieles venidos de la genti-
lidad a todas las prácticas de la Ley mosaica, cuando no
les redaban incluso la entrada. Así el Cristianismo habría
terminado siendo una disidencia de la Sinagoga, siempre
en minoría y condenada a la desaparición, como ocurre
con casi todas las disidencias.
La dispersión
de los discípulos
El martirio de san Esteban fue el hecho que separó
definitivamente las dos religiones y convirtió el judaísmo
en el enemigo más encarnizado de la Luz nueva. Esta
persecución trajo como efecto la dispersión de los cristia-
nos por Fenicia y Chipre y hasta la ciudad de Antioquia,
donde predicaron con gran fruto Pablo y Bernabé y lu-
gar donde nació el nombre de "cristiano" para designar
a los discípulos de Jesús (Act 11, 20-26). Esto ocurría en
el año 12 de nuestra era.
Separada así del judaísmo, la nueva religión carecía
de todo aglutinante humano para poder conservar su
unidad orgánica: la raza, la lengua, la ley, eran más
bien elementos disgregadores. Todo hacia suponer que se
reduciría a una de tantas doctrinas predicadas por los
propagandistas (a las que alude Orígenes, «Contra Cel-
sum» III, 50) que era fácil encontrar en cualquier parte,
destinadas sólo a un momento de éxito para caer luego
en el olvido perpetuo.
Comunidades
y única
comunidad
Un cristianismo puramente "espiritual", como han
llegado a imaginar nuestros impacientes de toda discipli-
na religiosa, habría desembocado, inexorablemente, en
este fin. Sin embargo vemos, bien al contrario, como por
una especie de instinto se constituyen comunidades se-
paradas entre sí sólo por la distancia. A diferencia del
judaísmo que establecía diferentes sinagogas incluso den-
tro de una misma ciudad, la nueva Fe establecía en cada
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una una iglesia, que de la ciudad tomaba el nombre,
como sucede todavía en la actualidad.
Iglesia
"católica"
Pero el amor fraterno no conoce distancias materiales
y alcanza a los fieles de todo el mundo: todos se creen
integrados formando una sola familia por la profesión
de una misma fe recibida y sujeta a una misma autori-
dad. De donde vino, muy pronto, la generalización, que
es lo mismo que decir "catolización" del nombre: al con-
junto de iglesias se le llamó Iglesia, como se ve en las
cartas de san Pablo: en los saludos con que comienza
o cierra sus escritos, o en el cuerpo doctrinal de los mis-
mos. Por ej. en Rom 16,5; en el principio a los Tes.; en I
Cor 15, 9; etc.
Integración
de la
diversidad
El aglutinante que podía hacer una sola familia de
gentes de tan diferente y aun opuesta procedencia, era
la incorporación a Cristo, por medio del bautismo que
justificaba al fiel y le infundía el Espíritu de caridad. Así
se conjugaba aquel organismo universal, cuerpo místico
de Jesucristo, socialización del Verbo encarnado, colecti-
vidad unida más íntimamente que la que pueda originar
cualquier patria, o Estado, o Imperio político. En efecto,
ella ha sido la tónica que ha resistido los vendavales ideo-
lógicos, las revoluciones que hunden reinos, las transfor-
maciones que han destruido y creado patrias. La sociedad
cristiana es lo único que queda en el mundo de cuantas
cobijó el Imperio romano. Nosotros que somos muchos
―decía san Pablo: I Cor 12. 12-13— no formamos más
que un solo cuerpo en Cristo, y cada uno de nosotros
somos miembros uno del otro. Tal como el cuerpo es uno
y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuer-
po, a pesar de ser varios, no forman más que un solo
cuerpo, así es en Cristo. Porque todos nosotros hemos sido
bautizados en un solo Espíritu para formar un cuerpo,
tanto los judíos como los gentiles, tanto los esclavos como
los libres: todos hemos bebido de un mismo Espíritu.
Ciento cincuenta años después, Tertuliano ponía como
respuesta a estas mismas palabras de san Pablo: Somos
un cuerpo por la conciencia de la religión, por la unidad
de la disciplina, por la alianza en la misma esperanza.
(Apol. 30).
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Así se formó, social, es decir, católico desde el princi-
pio aquel Israel de Dios del que habla san Pablo al final
de su carta a los gálatas, aquella raza elegida, sacerdocio
real, nación santa, pueblo conquistado de Dios, como ca-
lificó a la Iglesia naciente su jefe risible san Pedro. Y
sus enemigos como tal la persiguieron. Jamos creyeron
los emperadores romanos que perseguían a lunáticos
solitarios, sino que siempre el aglutinante fortísimo que
iba formándose en el subsuelo espiritual e incluso mate-
rial ―símbolo y argumento al mismo tiempo― del Imperio.
La iglesia,
organismo
sobrenatural
Para vivir y actuar en este mundo ―mundo compues-
to, relativo y provisorio―, un ideal, cualquiera que sea,
ha de encararse en un organismo. Organismo del alma
humana es el cuerpo; organismo de la Patria es el Estado;
organismo de la Religión es la Iglesia. Como es imposible
en este mundo un alma separada del cuerpo, una Patria
sin Estado, (si no es con dolor y replegamiento y riesgo
de muerte), así es imposible una Religión sin Iglesia o al-
go equivalente. Una religión impone deberes individuales
y sociales, internos y externos, creencias, ritos, prácticas.
La regulación de todos estos elementos ha de ser una
función de autoridad, la cual, al tratarse de una religión
universal, debe organizarse jerárquicamente, lo cual en-
gendra inevitablemente el fenómeno del funcionarismo.
Sin este engranaje, una religión sería un sentimentalismo
vaporoso, un impulso sin camino, una tendencia sin norte.
Y Jesucristo conocía demasiado bien a la humanidad
para darle una esencia volátil que se evapora en frasco
abierto.
Ser cristiano no significa convertirse en una clase
determinada de hombre por un método determina-
do, sino que significa ser el hombre que Cristo crea
en nosotros. No es el acto religioso lo que hace que
el cristiano lo sea, sino su participación en el sufri-
miento de Dios (de Cristo, hombre-Dios)
en la vida del mundo.
Dietrich Bonhoeffer
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El Espíritu
y la Iglesia
Si el condicionamiento estructural impuesto por la
naturaleza humana llera consigo sus desventajas e impu-
rezas (lo cual es innegable), la actitud del hombre religio-
so no debe ser la de atacar el organismo debilitado por
parásitos del sentimiento religioso, para hacer imposible
su funcionamiento en el mundo de los hombres, sino hur-
gar en él atravesando el mal epidérmico, para superar la
anécdota pasajera y encontrar bajo la apariencia de for-
malismos externos y de defectos individuales, la incandes-
cencia del Espíritu que informa su Iglesia.
La perdurabilidad de la Iglesia no se debe a virtudes
humanas, sino a asistencia divina.
TRIDUO PASCUAL
JUEVES SANTO
Tarde, a las 8, MISA DE LA CENA DEL SE-
ÑOR. Podrá visitarse el Santísimo Sacra-
mento sólo hasta medianoche.
VIERNES SANTO
Mañana, a las 8, VÍA-CRUCIS por el Parque.
Tarde, a las 8. CELEBRACIÓN DE LA PA-
SIÓN DEL SEÑOR.
VIGILIA PASCUAL
Alas ll de la noche del sábado. La celebra-
ción pascual se completa participando en
la liturgia del DOMINGO.
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CONCIERTOS
DE PASCUA
EN LA IGLESIA DEL ORATORIO
Domingo día 15 de abril, a las 8 de la tarde
ORFEÓN
DE LA MANCHA
DIRECTOR: JULIO SORRIBES
Domingo día 22 de abril, a las 8 de la tarde
CORO DEL MAGISTERIO
Escuela Universitaria del Profesorado
de E. G. B. de Albacete
DIRECTOR: RAMÓN SANZ VADILLO
LAUS
Director: Ramón Mas Cassanelles - Edita e imprime: Congregación del Oratorio
Placeta de S. Felipe Neri, 1 - Apartado 182 - Albacete - D.L. AB 103/62 - 1. 4. 79
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