Publicación
mensual del Oratorio. |
Núm. 168. MAYO. Año 1979 |
SUMARIO |
LA IGLESIA surgió de un
grupo de amigos aglutina- |
dos en torno a Cristo. La
amistad se convirtió en |
fraternidad y ésta en
familia de Dios, la Iglesia. |
Dentro de la Iglesia
―familia de familias, pueblo de pue- |
blos y naciones y pueblo
de Dios― todos los movimientos |
que la han desarrollado o
rejuvenecido, han pasado por |
el mismo proceso: una
amistad, una comunidad de her- |
manos, una familia... Con
gozos y esperanzas, con abne- |
gaciones y sacrificios, y
a veces con pruebas, como ocurrió |
en la originalidad
cristiana y como se repite en la totali- |
dad de la historia de la
Iglesia, todavía peregrinando |
hacia el Padre. El
Oratorio es uno de estos movimientos, |
que tuvo su origen en un
pequeño grupo de amigos reuni- |
dos en torno a san Felipe
Neri, hace cuatro siglos, en |
Roma, y que se ha ido
reproduciendo en otras partes, |
también en Albacete. |
ÚLTIMA MEDITACIÓN |
LA MISIÓN DE SAN FELIPE
NERI |
LA PREDICACIÓN Y SAN
FELIPE |
EL ESCUDO DEL ORATORIO |
SAVONAROLA |
1 (81) |
Tiempo de oración |
ÚLTIMA MEDITACIÓN |
DE GIROLAMO SAVONAROLA,
DESDE LA CARCEL SOBRE EL SALMO 50, |
POCO ANTES DE MORIR EN LA
HOGUERA. |
No atribuyas a temeridad,
Señor, que yo desee enseñar a los pecado- |
res tus caminos. Si me das
el gozo de la salvación y me sostienes con |
espíritu magnánimo, si me
dejas libre, enseñaré tus caminos a los pe- |
cadores. ¿Acaso es difícil
esto para li que puedes suscitar de las pie- |
dras hijos de Abraham?,
(Mt 3, 9). Ningún mal puede ser obstáculo |
para ti, si quieres
hacerlo, porque «donde abundó el pecado sobrea- |
bundará la gracia» (Rm 5,
20)... |
En un momento, Señor, a
Pablo, de perseguidor lo hiciste predicador, |
tan santo y tan grande que
trabajó más que todos los demás apóstoles. |
¡Oh maravilla de poder!
Si, de un pecador, quieres hacer un predica- |
dor, ¿quién te lo puede
impedir? ¿Quién te resistirá? ¿Quién puede |
atreverse a exigirte
explicaciones, Tú, que haces todo lo que te pro- |
pones, dondequiera que
sea, «en el cielo y en la tierra, en el mar y en |
el fondo de los océanos?»
(Ps 134, 6). |
No se achaque, pues, a
arrogancia mía si quiero mostrar tus caminos |
a los pecadores. Yo sé que
no puedo ofrecerte nada que más agrade a |
los ojos de tu amor que
este sacrificio, el mejor de todos y para mi |
mismo, el más útil. Si
transformas mi ser humano, enseñaré a los pe- |
cadores tus caminos. No
los caminos de Aristóteles o de Platón, ni la |
complejidad de los
silogismos, ni los dogmas de la filosofía, ni las |
hinchadas palabras de los
retóricos, ni la astucia de los negocios del |
mundo, ni los caminos de
la vanidad que llevan a la muerte, sino tus |
caminos y los caminos de
tus preceptos. No un sólo camino, sino mu- |
chos caminos, porque son
muchos tus preceptos, aunque todos van a |
parar en uno solo, que es
el de la caridad... |
Yo enseñaré tus caminos a
los pecadores, a cada uno según su con- |
dición y capacidad. Y
volverán a ti los que te han abandonado, |
(Ps 50, 15), porque no me
predicaré a mí mismo, sino a Cristo crucifi- |
cado. Y no volvieron para
pronunciar mi alabanza, sino la tuya. Aban- |
donarán sus caminos y
vendrán a los tuyos, avanzando por ellos has- |
ta llegar a ti. |
2 (82) |
LA MISIÓN DE SAN FELIPE
NERI |
por John Henry Newman |
SAN FELIPE, cuya misión
alcanzó al |
papa, a los cardenales, a
los nobles, |
a los filósofos, literatos
y artistas, |
comenzó adoctrinando a los
pobres |
que se encontraban en el
portal de las |
iglesias romanas. Durante
años, ésta fue |
su ocupación, aunque muy
pronto añadió |
a este trabajo otro de la
misma especie: |
comenzó a recorrer plazas,
negocios, co- |
mercios y escuelas
«hablando de cosas |
espirituales con toda
clase de personas |
con mucha seriedad y
convicción». Y so- |
liendo concluir con esta
expresión: Bien, |
hermanos míos, ¿cuándo nos
decidiremos |
a servir a Dios? |
Roma estaba sumida, en
aquel momen- |
to, en un estado muy
diverso del que |
había conocido poco antes,
en tiempos de |
Savonarola. La justicia
divina la había |
herido unos años antes de
que llegara |
allí Felipe, si bien
aquella dolorosa justi- |
cia sólo había sido como
el preludio de |
grandes misericordias. |
Alemanes y españoles
habían asediado |
la Ciudad Eterna, la
habían tomado y sa- |
queado cometiendo excesos
y ultrajes tan |
terribles hasta poderse
decir que supera- |
ban a los padecidos por la
invasión de |
los bárbaros, los sufridos
por las tropas |
nominalmente cristianas de
Carlos V. Los |
daños externos de su
esplendor no han |
sido reparados hasta
ahora, pues sus igle- |
sias fueron arruinadas y
desfiguradas, sus |
conventos depredados sus
cardenales, |
sacerdotes, religiosos y
monjas tratados |
del modo más indigno y
muchos asesina- |
dos. Se cometieron
innumerables sacrile- |
gios. El pueblo pensaba
que todo ello era |
el cumplimiento de las
predicciones de |
ruina proferidas por
Savonarola. Pero |
ci medio de tantas
miserias se manifestó |
la gracia de Dios, y la
población culpable |
respiró finalmente. |
Primeramente fue san
Cayetano, que |
había sido perseguido por
la soldadesca, |
que comenzó a exhortar a
la oración y a |
la penitencia: después fue
el influjo de la |
predicación de san
Ignacio. Finalmente |
vino san Felipe, pero,
según su estilo |
característico, «como un
rumor suave de |
aire renovador». Sus
palabras, decían, |
eran como el rocío sobre
la yerba reseca. |
Tal como he dicho, comenzó
con los |
pobres, después fue a por
los negociantes |
y propietarios, los
cajeros de los bancos, |
y también a por los
vagabundos en los |
lugares de encuentro
público. Animado |
por sus primeros éxitos,
se dirigió no sólo |
hacia los indiferentes,
sino también a los |
de vida más depravada y
supo ganarlos, |
también, para Dios. |
Su caridad le llevó al
peligro de situa- |
ciones escabrosas, pero
supo defender su |
virtud, al ser atacada,
rechazando victo- |
rioso las tentaciones que
le tendieron. |
Durante todo este tiempo
de apostola- |
do laical, visitó
hospitales donde fue so- |
lícito del bien físico de
los cuerpos lo |
mismo que de la salud de
las almas de |
los enfermos. |
Tal fue su vida, antes de
abandonar su |
retiro en las basílicas y
cementerios, y |
duró cerca de diez años.
Al finalizar este |
período se unió a una
pequeña comuni- |
dad de personas piadosas
que no supera- |
ban el número de quince,
que eran, se |
nos refiere, «sencillas y
pobres, pero lle- |
nas de espíritu y
devoción, que se esti- |
mulaban en el deseo de la
perfección cris- |
tiana con las palabras y
el ejemplo». |
3 (83) |
Felipe, aunque era todavía
laico, predi- |
caba, lo cual, por
resultar insólita, pro- |
vocaba la burla de jóvenes
disolutos que |
acudían a oírlo solo para
ridiculizarle: |
pero resultaba peligroso
acercarse a él: |
en cierta ocasión treinta
de estos se con- |
virtieron a la vez tras
uno de los sermo- |
nes de Felipe. |
Felipe, con los que le
seguían, se ocupó |
en atender a los
peregrinos que acudían |
a Roma ya los enfermos que
salían del |
hospital todavía
convalecientes. De este |
modo su labor se extendió
poco a poco, |
no sólo con los enfermos y
peregrinos |
que acudían a Roma de
diversas partes, |
sino también entre hebreos
y gentes que |
habían abandonado la
Iglesia y que eran |
recuperados por Felipe. |
Así pasó unos quince años,
en Roma, |
antes de recibir la
ordenación sacerdotal: |
luego, desde los 35 años,
ya sacerdote, |
hizo del ministerio de oír
confesiones |
una verdadera misión a lo
largo de otros |
15 años en los que, junto
con otras obras, |
ganó, para después de su
muerte, el titulo |
de Apóstol de Roma. |
LA PREDICACIÓN Y SAN
FELIPE |
SAN Felipe combatió tanto
la impreparación (a algunos les hacía |
escribir el sermón antes
de pronunciarlo) como la fatuidad y el |
exhibicionismo de los
primeros discípulos que tuvo en el Oratorio. |
A Manni, que predicaba de
memoria, le hizo repetir hasta seis veces |
un sermón demasiado
atildado. La primera vez el Santo no le dijo |
ninguno de sus defectos
(tal vez, no habría admitido la paternal co- |
rrección...), de modo que
la gente, cuando veían subir a Manni al |
púlpito se decían: «Este
Padre es el que sólo sabe un sermón». Pero |
Manni creía que la orden
del Santo obedecía a que el sermón era |
muy bueno... hasta que
cayó en la cuenta de lo contrario al llegar |
a la sexta vez, y entonces
el Santo le dijo que ya bastaba, una vez |
aprendida la lección. |
A Tarugi, en cierta
ocasión que hablaba enardecido del sufrimiento |
y de la santidad, con gran
aplomo y autoridad, lo interrumpió para |
decir a toda la gente que
«aquello eran sólo palabras, puesto que en |
el Oratorio todavía nadie
había verdaderamente sufrido ni siquiera |
dado una gota de sangre
por Cristo». |
Como dice uno de sus
biógrafos, san Felipe «concebía la palabra de |
Dios como un alimento,
como el pan cotidiano de las almas, y fue |
el primero en introducir
la costumbre de suministrarlo al pueblo |
cada día, e incluso varias
veces al día, e hizo que la predicación |
obedeciera a una línea de
sinceridad, de intimidad, de compenetra- |
ción entre orador y
auditorio». |
4 (84) |
El escudo |
del Oratorio |
NO se trata de hacer
disquisiciones heráldicas, sino simple- |
mente de explicar el
fundamento simbólico que justifica el |
conjunto ―por otra
parte poco complicado― de los ele- |
mentos integrantes del
escudo del Oratorio, desde antiguo, que, |
sobre campo azul, contiene
tres estrellas doradas de ocho pun- |
tas, un corazón llameante
en el centro y, envolviéndolo, dos |
lirios. Las distintas
Congregaciones del Oratorio que se han ido |
fundando a través de los
cuatro siglos de existencia de la obra |
de san Felipe, lo han
adoptado con algunas modificaciones que |
respondían, en cada caso,
al particular sentido de cada nueva |
Congregación oratoriana.
También, el Oratorio de Albacete, |
tiene su propio escudo.
Pero expliquemos el significado del ori- |
ginario. |
El punto de partida es el
escudo con |
campo azul y tres
estrellas doradas, |
propio de los Neri,
apellido ennoblecido |
por un antepasado de
nuestro Santo, su |
bisabuelo Giovanni Neri
(1), que fue |
notario del arzobispado de
Florencia, |
del de Fiesole y,
finalmente, por mucho |
tiempo, de la Signoria o
gobierno de la |
ciudad (2), lo cual le
llevó a intervenir |
en asuntos importantes de
interés públi- |
co. La función del
notariado, en Floren- |
cia, era considerada un
arte mayor y |
confería la cualificación
de nobleza a |
quien la ejercía. A partir
de este origen |
nobiliario, hay otros Neri
con cargos y |
misiones parejas a tal
rango; pero lo |
cierto es que, al llegar
al padre de nues- |
tro Santo, Francesco Neri,
el esplendor |
de tal nobleza familiar ha
decaído, pues |
aunque el padre de san
Felipe también |
(1) El apellido
"Neri" resultó de la abreviación de |
"Ranieri", que
es el que lleva el progenitor del |
citado Giovanni. |
(2) La estrella significa
la fe, la fidelidad, el ideal, |
la suerte. . . En nuestro
caso no hay duda que se |
refiere a la fusión
notarial o fedataria. Por lo |
menos en algunas
corporaciones notariales, de |
nuestro mismo tiempo, usan
en su sello oficial |
o escudo colegial, el
elemento estrella" y el |
lema de "nihil prius
fide". En el caso del Neri, |
encontramos tres estrellas
porque fueron tren |
las más importantes
funciones notariales ejer- |
cidas, a decir, la del
arzobispado de Florencia, |
Ta del arzobispado de
Fiesole y, finalmente, en |
la Signoria o gobierno de
la ciudad. |
5 (85) |
es notario y conserva
teóricamente el |
honor heredado y
profesional que le |
corresponde, son muchos
los que en |
Florencia ejercen esa
profesión en aque- |
lla época y pocos los que
pueden vivir |
holgadamente en ella, como
ocurre con |
los Neri. |
Es cierto que les queda al
linaje de |
los Neri, si no el honor
encopetado de |
una nobleza señorial, si
el de las vir- |
tudes cristianas de su
hogar intacha- |
ble, que tal vez el mundo
no estima |
tanto, pero que pueden
preparar el |
camino de un santo, como
es en el caso |
de Felipe. |
De todas formas, alguna
nostalgia se |
despertaría, de vez en
cuando, en el |
corazón del pobre notario
Francesco |
Neri, humillado por las
circunstancias |
de tiempos peores para su
familia, |
cuando los biógrafos nos
presentan el |
siguiente episodio, por lo
demás alec- |
cionador, precisamente a
propósito de |
escudos, linajes y
blasones. Ya sabemos |
que san Felipe,
adolescente, abandona- |
ba Florencia para
dirigirse a casa de |
unos tíos que tenía en san
Germán, en |
el reino de Nápoles, que
estaban en bue- |
na posición y querían
prohijarlo. Cuen- |
tan pues, que al
despedirse de Florencia, |
su padre le daba un
diploma con el ár- |
bol genealógico de los
Neri, seguramen- |
te para recordarle la
nobleza originaria |
y para que hiciera honor a
la misma |
con su conducta, ante lo
incierto de su |
futuro y el dolor de la
separación. El |
joven Felipe tomó el
documento que su |
padre le entregaba y lo
rompió en peda- |
zos mientras decía: «Padre
mío, vale |
mucho más tener el nombre
escrito en |
el libro de la vida
eterna». Esta expre- |
sión, más que un acto de
desprecio, |
contenía un propósito que
más adelan- |
te iba a confirmar la
santidad de su |
vida. |
Ya establecida la
Congregación por |
él fundada, los primeros
sucesores de |
san Felipe, al diseñar un
escudo para |
la divisa de la obra del
Santo, que se |
proponían continuar,
recuperaron el |
original de los Neri y le
añadieron dos |
elementos ―el
corazón y los lirios― |
que, de algún modo,
expresaban lo |
esencial de la fisonomía
espiritual de |
san Felipe: en primer
lugar el corazón, |
que sintiose poseído por
el fuego del |
La oración oficial de la
Iglesia es la obra maestra de la piedad |
católica: basta conocerla
para descubrir en ella el tipo perfecto |
de la vida espiritual más
elevada construida sobre la plenitud |
de Cristo. El gesto, la
palabra, el símbolo, son instrumentos (no |
fines en sí mismos)
magistrales e infalibles para expresar y |
para renovar en las almas
la obra salvífica de Cristo. Todo |
se adopta y amolda a este
fin: verdad, bondad, belleza, para |
dar a Cristo el dominio
que le pertenece por derecho de cre- |
ación y por derecho no
menos verdadero de rescate. |
Card. Giulio Bevilacqua,
C. O., |
en el prólogo a una obra
de Romano Guardini |
6 (86) |
Espíritu Santo, en un
impulso de cari- |
dad y gozo que mantuvo
toda su vida; |
en segundo lugar los
lirios, símbolo de |
la pureza y del ejemplo
que purifica |
—«¡somos en el mundo, el
perfume de |
Cristo!», decía san Pablo
(2 Cor 2, 15)― |
y, además, el lirio está
en el escudo de |
Florencia, que el Santo
siempre recordó |
y amó. |
En cuanto al escudo del
Oratorio de |
Albacete, quiere
representar una trilo- |
gía: Cristo (la cruz), la
virgen María |
(los lirios) y san Felipe
(las estrellas de |
los Neri); trilogía en
vuelta en un deseo |
de lo que dio forma a la
obra de Cristo, |
la Iglesia, de la
colaboración de María |
a la Redención, y de la
santidad de |
Felipe: es decir, el
aliento fecundante |
del Espíritu Santo,
característico del |
Oratorio. |
La costumbre de diseñar
escudos es |
antigua, pero tal como,
por medio de |
la heráldica, la conocemos
nosotros, no |
empezó hasta la edad
media, relacio- |
nada, seguramente, con la
conveniencia |
de poner señales de
identificación sobre |
los escudos de los
caballeros revestidos |
de armaduras. Luego pasó a
dinastías, |
linajes, gremios y
apellidos. Tratadistas |
franceses y alemanes
regularon de mo- |
do estricto un conjunto de
normas que |
se extendieron a toda
Europa y que |
subsisten todavía. Era en
el siglo XV y |
XVI cuando la heráldica
fue una moda |
que alcanzó a todos:
reyes, papas, no- |
bles y profesiones
distinguidas. Tenía |
también interés para
identificación de |
corporaciones civiles o
eclesiásticas y, |
por esto, no es extraño
que, si bien dán- |
dole un significado
simbólico solamente |
sobrenatural, también en
el Oratorio, |
como en otras partes, se
pensara en |
diseñar un escudo propio,
un distintivo |
más como recuerdo y
estímulo para |
imitar las virtudes y
seguir el ejemplo |
La Iglesia vive de la
oración: |
de su oración se puede |
conocer la medida de su |
estatura real, de su
capacidad |
para inserir el tiempo en
la |
eternidad, lo humano en lo |
divino. Nada revela mejor
el |
valor y la dignidad moral
de |
un culto que el género de |
plegaria que coloca en los |
labios de sus creyentes. A |
partir de la
multiplicidad, |
intensidad, elevación de
sus |
centros de oración se
puede |
desunir el acopio de las |
fuerzas de las cuales
dispone |
el cristianismo para
vencer |
los asaltos sincronizados
de |
los paganismos y de los |
ateísmos de derecha y de |
izquierda. Por esta razón, |
todo cuanto disminuye, |
desequilibra, amenaza o |
separa del tiempo y de la |
dedicación 4 la oración, |
consecuentemente
disminuye, |
separa, amenaza a la
propia |
religión. |
Card. Giulio Bevilacqua,
C. O., |
en Mondo moderno e Cristo |
del Santo, que para
ostentar noblezas |
insulsas. Pues entonces,
como ahora, |
siguen siendo verdad las
palabras del |
adolescente san Felipe:
que lo impor- |
tante no son los escudos,
ni las genea- |
logías de la tierra, sino
el hacer por |
atener el nombre escrito
en el libro de |
la vida.. |
7 (87) |
SAVONAROLA, |
precedente histórico de
san Felipe |
HAY un par de figuras,
entre las predilecciones de |
san Felipe, que llaman la
atención por la acepta- |
ción sin reservas que de
las mismas hace, a pesar |
I de la diferencia
temperamental que le distingue de |
ellas y, también, por el
hecho de que esas figuras se enfrenta- |
ron con el papa, mientras
que san Felipe, si bien no le falta- |
ron problemas
—¡precisamente con san Pío V! , su actitud |
no fue de discutir, sino
de paciencia, hasta que las envidias |
y calumnias cedieron a la
verdad y se abrió paso la justicia |
de su recta intención. Nos
referimos al dominicano Girolamo |
Savonarola, trágicamente
enfrentado con Alejandro VI, y al |
beato franciscano Jacopone
da Todi, en contraste con Boni- |
facio VIII. La poesía de
Jacopone da Todi da lugar a los |
célebres laudi musicados,
cantados en las reuniones de los |
seguidores de san Felipe,
y serán el precedente de los Ora- |
torios musicales,
invención afortunada que luego utilizarán |
formalmente los grandes
músicos a partir de los barrocos. |
Pero aquí nos vamos a
referir solamente a Girolamo Savona- |
rola. |
Todos los biógrafos de san
Felipe refieren el hecho de |
que él había añadido, de
propia mano, una aureola de santo |
a la estampa del retrato
del fraile dominicano de san Marco, y |
que, en medio de las
discusiones elevadas a la más alta instan- |
cia para obtener la
condenación de sus escritos, san Felipe |
lo defendía sin reserva
como santo y ortodoxo sin tacha. |
Esta fidelidad al buen
recuerdo de Savonarola nos la |
8 (88) |
aclara un poco la historia
de Florencia y lo que Felipe había |
aprendido de labios de su
propio padre. |
El célebre prior de san
Marco había conmovido la vida |
entera de Florencia desde
que puso el pie en la ciudad florida |
de la orilla del Arno, en
1482, hasta su muerte en la hoguera, |
acaecida dieciséis años
más tarde, tras ser excomulgado por |
un papa sacrílego,
Alejandro VI, el cual, según Machiavelli |
(Principe, cap. XVIII),
«no hizo ni pensó jamás en otra cosa |
que en engañar a los
hombres». Entre otras razones, alguna |
mella habría hecho el
resentimiento y el despecho en Alejan- |
dro VI, que había ofrecido
el cardenalato a fray Girolamo |
Savonarola si consentía en
ciertas gestiones políticas respecto |
a la rivalidad entre la
coalición papal y Carlos VIII de Fran- |
cia, que significaban,
prácticamente, la pérdida de la indepen- |
dencia de Florencia frente
a los Estados Pontificios. Savona- |
rola no se prestó a ello y
respondió con dignidad: «No quiero |
divisas rojas a no ser la
de la sangre misma del martirio». |
Respuesta que ya encerraba
un presentimiento porque, en |
efecto, la muerte le llegó
por causa del mismo que le hubiera |
vestido de rojo si, en vez
de mantenerse en su integridad de |
profeta, se hubiese
avenido al juego de la política. Esta digni- |
dad del fraile se hizo
patente, una vez más, en el momento de |
la ejecución cuando, el
legado papal, mientras le degradaba |
de su condición de
clérigo, le dijo: «Yo te separo de la Iglesia |
de Dios, de la militante y
de la triunfante». A lo que Savona- |
rola contestó con
serenidad, corrigiendo la evidente exagerada |
9 (89) |
maldición: «De la
militante podéis hacerlo, pero excluirme |
de la triunfante no
corresponde a vos». |
Fue quemado su cuerpo en
la Piazza della Signoria de |
Florencia, ante el pueblo
atónito. Recogidas sus cenizas, fueron |
esparcidas en las aguas
del Arno. Era el 23 de mayo de 1498. |
San Felipe Neri |
Diecisiete años más tarde,
el 21 |
de julio de 1515, nacería
san Feli- |
pe, en una casa de la otra
orilla |
del río ―Oltrearno,
en Costa san |
Giorgio―, desde una
colina abierta |
a la vista más hermosa de
la ciu- |
dad, extendida a la
derecha del |
río. Felipe, de niño,
acostumbraría |
su mirada a la
contemplación de |
su ciudad, tan cerca de
aquel lugar |
tranquilo e iluminado, que
le bas- |
taba cruzar el Ponte
Vecchio para |
penetrar en sus calles más
céntri- |
cas. Era el camino que,
recién na- |
cido, hicieron sus padres
con él en |
brazos para llevarlo hasta
el bap- |
tisterio de san Giovanni,
frente al |
Duomo, porque, como buenos
flo- |
rentinos, querían que
recibiera |
nombre cristiano en el
mismo lugar |
donde los hombres más
famosos y |
los más santos de sus
compatriotas |
habían sido bautizados. |
El padre de san Felipe
―Fran- |
cesco di Filippo da
Castelfranco―, |
que contaba veintiún años
cuando |
tuvo lugar el dramático
proceso de |
Savonarola, se habría
referido mu- |
chas veces a aquel suceso
en las |
conversaciones familiares,
durante |
la infancia y la
adolescencia de |
san Felipe. Por otra parte
era |
imposible no recordar
aquellos he- |
chos extraordinarios
avivados, a la |
vez, por la sucesión de
aconteci- |
mientos patentes a todos,
como fue, |
por ejemplo, la
restauración de la |
república en 1528
―Felipe tenía |
trece años en un intento
por |
evitar tanto el
envolvimiento polí- |
tico del poder papal como
el domi- |
nio, por otro lado, del
omnipotente |
yugo imperial que
pretendía some- |
ter toda Italia, incluida,
natural- |
mente, no sólo la
independiente |
Florencia sino también los
Estados |
del papa. Los florentinos
se apresu- |
raron a esculpir el nombre
de Jesu- |
cristo en el portal del
palacio de la |
Signoria―y que el
tiempo todavía |
no ha borrado, para
significar |
que no aceptaban más
dominio, |
sobre ellos mismos, que el
del Se- |
ñor. Una vez más Florencia
no se |
resignaba a ser manoseada
ni me- |
cida por intrigas de
familias pode- |
rosas que lo eran
solamente según |
el beneplácito extranjero
o la du- |
reza del despotismo que
ejercían |
(aunque excepcionalmente
hubie- |
ran dado algunos
gobernantes be- |
neméritos). |
San Felipe, adolescente,
pudo |
recoger los latidos de
aquel ideal |
ciudadano. Una democracia,
una |
Grecia cristianizada se
auspiciaba |
10 (90) |
para aquel pueblo culto,
inteligente |
y refinado, cuna del arte
y del |
esplendor plástico y
literario que |
extendería más allá de sus
propios |
límites, tan concentrados,
y que |
luego se reconocería
universalmen- |
te con el nombre de
Renacimiento, |
en las ciencias, en las
letras y en |
las artes, en el campo
mismo de la |
vida y del hombre, todo
ello con- |
siderado no como un lujo
del pro- |
greso económico o de la
concentra- |
ción del poder, sino como
el logro |
de una madurez de la
civilidad |
―la
"civiltá"―, no solamente com- |
patible con el
Cristianismo, sino |
estimulado por la dignidad
y la |
libertad que reconoce y
defiende |
en el hombre cuando es
fiel al |
Evangelio. |
La gran desilusión |
Pero el resurgir de este
ideal |
duró poco. Expulsados los
Médicis |
de Florencia, seguirían
intrigando |
desde fuera. Además se
resignaban |
malamente al fracaso
cuando dos |
de ellos habían logrado
escalar el |
papado —León X (1513-1521)
y |
Clemente VII (1523-1534)—
en |
aquella época en la que la
silla de |
Pedro tenía con frecuencia
un as- |
pecto e importancia más
bien polí- |
tica que religiosa. A la
sazón Julio |
de Médicis, que había sido
carde- |
nal-arzobispo de Florencia
(1513-- |
1523), ocupaba el solio
pontificio |
con el nombre de Clemente
VII, y |
debía el encumbramiento
sin duda |
a su apellido medíceo, por
haber |
nacido (en dudosa
legitimidad) de |
Juan de Médicis, y por ser
primo |
del papa León X. Clemente
VII, |
hábil político, consumó la
desgra- |
cia de Florencia, al
ponerse de |
acuerdo con el emperador
Carlos |
V, con el que se
reconciliaba por |
la boda de sendos hijos:
Alejandro |
de Médicis que lo era del
prime- |
ro, según presumen los
historiado- |
res― y Margarita,
hija natural del |
emperador. |
Con escándalo de los
florentinos |
―y de los mismos
romanos―, |
cuando todavía era
reciente la tris- |
te fama del "Saqueo
de Roma" |
(1527) consumado por el
empera- |
dor, éste es coronado por
el papa |
en la catedral de Bolonia
(24 de |
febrero de 1530) y, seis
meses des- |
pués (12 de agosto), el
yerno del |
emperador, Alejandro de
Médicis, |
podía prepararse para ser
insedia- |
do como duque de
Florencia, por- |
que la ciudad capitulaba
ante la |
perentoria alternativa de
ser sa- |
queada o ceder al regreso
de los |
Médicis. |
Esta restauración,
impuesta por |
las armas extranjeras, no
represen- |
tó la paz prometida,
porque a ella |
siguió la dureza de la
represión |
sanguinaria y vengativa a
pesar de |
los pactos estipulados en
la rendi- |
ción, reducidos a
expresión de la |
hipocresía política del
tirano. El |
pueblo florentino veía,
atemoriza- |
do, cómo había sido
decidida su |
suerte entre la discusión
y la re- |
conciliación de dos
poderes que le |
eran ajenos; desplazado
por los |
grandes que daban trono a
los hijos |
11 (91) |
de su deshonor, soportaba
la gran |
desilusión de sus
esperanzas frus- |
tradas. |
Cuando todo esto sucedía,
san |
Felipe tenía quince años,
los sufi- |
cientes para comprender y
com- |
partir aquel dolor
colectivo. |
Adiós a Florencia |
No fueron estos hechos los
que |
decidieron la partida de
san Felipe |
hacia san Germán. Pero se
fue con |
estas impresiones, que
permanece- |
rían imborrables junto al
amor |
jamás extinguido por su
ciudad y |
al recuerdo de aquella
figura en |
quien se personificaban
las más |
legítimas aspiraciones de
indepen- |
dencia, de paz, y de
honestidad |
ciudadana: Savonarola. |
San Felipe abandonó
Florencia |
no antes de fines del año
1532 y no |
más tarde de 1533, cuando,
camino |
de san Germán, hacia la
casa de |
sus tíos, pasaría por
Roma, sin que |
se hubiese borrado
totalmente de |
la ciudad del Tíber las
huellas del |
saqueo de 1527, y cuando
todavía |
ocupaba su sede el papa
Clemente |
VII, que podía recordar
haberlo |
visto, siendo niño, en la
misma |
Florencia, de arzobispo.
Huellas y |
recuerdos de los poderosos
que no |
habían consentido la
realización |
de aquella "utopía
cristiana", dos |
veces intentada y siempre
fracasa- |
da inmerecidamente, en
aquella |
ciudad gentil y noble, de
sabios, |
artistas y santos, que
habían humi- |
llado los adoradores de
Marte y los |
codiciosos de poder. |
El padre de san Felipe,
cuentan |
los biógrafos, no podía
disimular |
su horror cada vez que la
palabra |
"excomunión" era
expresada de |
algún modo; sin duda
porque iba |
asociada a aquella
pesadilla, no |
totalmente extinguida, de
la mal- |
dición caída sobre aquel
fraile aus- |
tero y santo que deseaba
el bien |
de la ciudad y le ofrecía
un ideal |
que la purificara de sus
vicios; un |
ideal que la gente
sencilla y de co- |
razón franco aceptó con
entusias- |
mo (Bartolomeo della
Porta, Luca y |
Ambrogio della Robbia,
Boticelli, |
Michelangelo, Pico della
Mirándo- |
la...), aunque al herir y
dar muerte |
al pastor se dispersara el
rebaño. |
Savonarola |
no fue un político |
Evidentemente que
Savonarola |
no podía ser indiferente a
los po- |
líticos. Pero él mismo no
era un |
político, ni quiso serlo.
Los nego- |
cios políticos sólo le
interesaban de |
un modo accidental; es más
místico |
que político o, en todo
caso, meta- |
político. Intenta dar un
espíritu en |
medio de un estado de
corrupción |
instalada; él intenta dar
a Floren- |
cia un clima moral sin
intervenir |
directamente en los
negocios de |
No tengo miedo de nada si
tengo tiempo para orar.― San Felipe Neri |
|
12 (92) |
gobierno, en los que nunca
intervi- |
no salvo al ser requerido
para mi- |
siones de paz. Ya hemos
visto que |
ni siquiera el cardenalato
le hizo |
dudar de su posición
únicamente |
profética, fiel a un
esquema que |
mantuvo sin alteración
durante |
todos los años de su
predicación. |
Decía que las reformas
deben «co- |
menzar con las cosas
espirituales, |
que están por encima de
todas las |
materiales» y por esto
deben ser |
antepuestas y preferidas,
pues «to- |
do bien temporal debe
servir al |
bien moral y religioso
porque de |
él depende». Era contrario
a las |
discordias y divisiones
políticas y, |
del mismo modo que en sus
pre- |
dicaciones se veían
reflejadas las |
denuncias contra la
injusticia de |
la oligarquía medícea, no
dudaba |
tampoco en denunciar
públicamen- |
te los abusos que
cometieran los |
que se profesaban sus
partidarios, |
cuando se dejaban
arrastrar de ex- |
cesos justicieros, como en
el caso de |
las sentencias de muerte a
raíz de la |
conspiración combinada con
el ase- |
dio fracasado de Pedro de
Médicis. |
No eran, según él, las
estructuras |
temporales las que
salvaban a los |
hombres, sino los hombres
verda- |
deramente libres según
Cristo los |
que debían salvar las
estructuras. |
(Lo mismo que recordaría,
entre |
otros, el filósofo Jaime
Balmes en |
el siglo pasado). Añadía:
«Si habéis |
oído decir que las
ciudades no son |
gobernadas mediante
padrenues- |
tros, recordad que este es
el pre- |
cepto de los tiranos, de
los enemi- |
gos de Dios y de la cosa
pública, |
la regla para oprimir y no
para |
liberar y elevar una
ciudad». |
Savonarola era un profeta,
nada |
más que un profeta
desarmado. |
La situación de Florencia |
con Savonarola |
Políticamente, la
república de |
Florencia había perdido su
pureza |
con el advenimiento de los
Médi- |
cis, que imprimieron un
tono auto- |
crático a su política;
bajo la cober- |
tura de la prosperidad,
con ellos la |
demagogia sustituyó a la
democra- |
cia. La voz de Savonarola,
no como |
programa político, sino
como puri- |
ficación colectiva de las
costum- |
bres ciudadanas, si se
acomodaban |
a las enseñanzas del
Cristianismo, |
daría lugar a los intentos
de res- |
tauración democrática a
que nos |
acabamos de referir. |
Como observa Jean
Touchard, el |
carácter espiritual y
moralizante |
de la predicación de
Savonarola, |
desembocaba en
consecuencias uni- |
versales, por lo menos en
lo concer- |
niente a Italia. Porque si
en Flo- |
rencia comenzaba y
prosperaba la |
verdadera reforma, luego
se exten- |
dería fuera de la ciudad:
«Pueblo |
de Florencia, comenzaréis
la refor- |
ma de Italia entera y
extenderéis |
vuestras alas sobre el
mundo para |
propagar, a gran
distancia, la refor- |
ma de todos los pueblos».
No in- |
cluían estas palabras un
estímulo |
para una expansión
dominadora, |
sino ejemplar que,
evidentemente, |
13 (93) |
alarmaba a los poderes
autocráti- |
cos, pero que, en
realidad, se en- |
cuentra en la
profundización de la |
propia espiritualidad
cristiana, que |
no podía ser exclusiva de
los flo- |
rentinos, y que ha sido la
exhorta- |
ción constante del
Cristianismo. No |
es política cristiana,
sino conse- |
cuencia política del
Cristianismo. |
No es extraño que
participaran |
en estas mismas ideas
figuras huma- |
nistas como Marsilio
Ficino y Pico |
della Mirandola, sedientos
de uni- |
versalismo. |
Frente a las multitudes
que estu- |
vieron arrebatadamente
pendientes |
de él, tal vez no tuvo en
cuenta, |
desde el punto de vista
meramente |
humano, la veleidad de los
entu- |
siasmos populares, que si
le siguie- |
ron en tantas
manifestaciones apa- |
rentemente sinceras de
conversión |
colectiva y de adhesión
constante, |
luego, en una trágica
mezcla de |
miedo, indiferencia y
curiosidad |
estúpida, asistieron sin
protesta o |
aturdidos a su suplicio. |
Desde lejos había tenido
Savona- |
rola el presentimiento de
su sacrifi- |
cio y, si pudiéramos
entretenernos |
en el conjunto de todo su
papel |
como predicador
florentino, com- |
probaríamos sus esfuerzos
pacifi- |
cadores, su dolor cuando
no era |
comprendido su espíritu,
su celo |
por el bien espiritual de
los mismos |
que se le habían declarado
enemi- |
gos, y muchos detalles que
nos des- |
cubrirían las angustias de
su cora- |
zón en lucha con Dios, a
través de |
la oración, en la
sinceridad de un |
intento por ser lo más
fiel posible |
a la recta interpretación
espiritual |
de todo su proceder.
«Señor mío, |
te miro a ti, que eres la
primera |
verdad y quisiste morir
por la ver- |
dad, y triunfaste
muriendo; también |
yo estoy dispuesto a morir
por tu |
verdad», decía dos años
antes de |
su muerte ya presentida. Y
tam- |
bién: «Quisiera refugiarme
en un |
puerto y no encuentro el
camino; |
quisiera descansar y no
hallo lugar; |
quisiera permanecer en
silencio y |
no puedo, porque la
palabra de |
Dios está en mi corazón,
como un |
fuego que me consume si no
lo co- |
munico». Pedía,
repetidamente, que |
le dejaran tiempo para la
oración, |
porque sólo en ella podía
meditar |
lo que el Señor quería que
dijese. |
El catolicismo liberal del
siglo |
XIX ha querido ver, en
Savonaro- |
la, al hombre político,
paladín y |
mártir de la libertad y de
la demo- |
cracia; pero un análisis
atento de sus |
predicaciones, —
afortunadamente |
conservadas, porque las
escribía |
todas antes de
pronunciarlas―, de |
sus libros y de su
proceder, de- |
muestra que, los que tal
afirman, |
desconocen el sentido que
tenían |
las palabras
"democracia" y "liber- |
tad" para el famoso
dominico, y no |
tienen bastante en cuenta
todo el |
complejo histórico en que
tenía que |
moverse. Fue, sí, un gran
predica- |
dor, no más que un profeta
desar- |
mado que predicaba la
vuelta a |
Cristo en medio de un mar
de co- |
rrupciones. Fue incómodo a
los co- |
rrompidos y por esto
eliminado. |
14 (94) |
Savonarola y Machiavelli |
La muerte de Savonarola no
sólo |
pudo contemplarla el padre
de san |
Felipe: en la Piazza della
Signoria, |
a contemplar la hoguera
mortal |
estaría también otro
joven, Machia- |
velli, que contaba ya
veintinueve |
años, y que sacaría sus
consecuen- |
cias ante el fracaso del
fraile. «El |
príncipe, pensaría, será
admirado |
por su fuerza y no importa
tanto que |
sea amado como que sea
temido). |
Machiavelli no se apoyará
en la |
moral o en el bien, como
Savona- |
rola; sino en el éxito y
en la fuerza. |
Machiavelli sí fue un
político. |
Machiavelli fue el
inventor de |
esa fórmula peligrosamente
ambi- |
gua y, a veces diabólica:
el realismo |
político. Los medios no
importan |
demasiado con tal que
sirvan al fin |
en el realismo público del
"arte de |
lo posible". Admiraba
a los Borgia |
porque eran capaces de
éxito; en |
particular admiraba a
César Borgia |
y lo tiene en cuenta en su
Principe, |
a pesar de sus crímenes
―no ex- |
cluido el del marido de su
propia |
hermana Lucrecia―.
En realidad la |
utopía política de
Machiavelli era |
sustancialmente la de
Alejandro VI, |
inmoral o, por lo memos,
amoral. |
Frente al Principe, de
Machiavel- |
li, el Trattato sul
regimento di Fi- |
renze de Savonarola, cuya
conclu- |
sión es que son los
propios pueblos |
los que acaban reduciendo
el Esta- |
do a la medida que
merecen, será |
siempre, además de
realista, más |
válida y más honesta.
Savonarola |
veía la posibilidad de
autonomía |
de lo temporal si se
basaba en la |
reforma moral de
ciudadanos y go- |
bernantes, fundidos en el
deseo sin- |
cero del bien común, en la
concor- |
dia y en la verdadera
justicia; en |
cambio, Machiavelli
secularizaba lo |
temporal sin limitar,
cuando fuese |
políticamente necesario
(?), la ac- |
ción del príncipe «contra
su propia |
fe, contra las virtudes de
humani- |
dad y caridad y aun contra
la reli- |
gión» («supuesto que tenga
una», |
apostillará más tarde
Napoleón, |
cuando el libro de
Machiavelli cai- |
ga en sus manos y sus
principios |
en la avidez de su
filosofía política). |
De todos modos, aunque los
discí- |
pulos del político
florentino se ha- |
yan multiplicado a través
del tiem- |
po, la historia demuestra
que, pre- |
cisamente el
"machiavelismo" ha |
conducido a la ruina no
sólo del |
Estado sino también, uno
tras otro, |
la del príncipe que lo ha
regido. |
Frente a Machiavelli
observamos |
cómo Savonarola fue
siempre cons- |
tante en sus afirmaciones
y en su |
conducta; aquél, en
cambio, vivió |
en continua contradicción:
republi- |
cano perseguido durante el
domi- |
nio de los Médicis,
partidario de |
éstos cuando la república
se restau- |
raba, parecía la
encarnación de los |
contrastes de la sociedad
de su tiem- |
po, ora despreocupada
gozando del |
jolgorio que le
organizaban los Mé- |
dicis esplendorosos, ora
pietista y |
compungida ante la
predicación de |
de Savonarola. |
Sobre el regimiento de lo
tempo- |
15 (95) |
ral no podemos negar a
Machiavel- |
li el mérito de la
sinceridad, porque |
nos dice cómo son y cómo
proceden |
los que las manejan y, por
lo tanto, |
cómo ha de proceder el que
quiera, |
aquí mismo, un triunfo:
Savonarola, |
en cambio, no busca un
triunfo te- |
rreno como fin, porque
este fin no |
puede existir como bien
supremo. |
Exigiendo más, es más
realista: hay |
que hacer posible, cada
vez más, la |
verdad, el bien y la
justicia, por |
medio de una continua
conversión |
a Dios, sumo bien y suma
verdad. |
Para Machiavelli "lo
posible" es lo |
único bueno, justo y
verdadero en |
el orden terreno y no
subordina, su |
modo de entender este fin,
a ningún |
otro. Todas las
indagaciones de Ma- |
chiavelli por los caminos
de la his- |
toria y todas sus
experiencias de la |
vida política, no le
proporcionaron |
el consuelo de verse
reconocido |
en vida, por ningún
mérito, no obs- |
tante haber sido, sin
discusión, el |
mejor prosista del
Renacimiento |
italiano y de haber
deseado since- |
ramente, también él,
mejores días |
para Florencia y para
Italia. |
Savonarola, un reformador |
Girolamo Savonarola había
naci- |
do en Ferrara el 21 de
septiembre |
de 1452. Después de una
buena edu- |
cación humanística y
cristiana, de- |
cidió entrar en la orden
de santo |
Domingo, cuando estaba a
punto de |
cumplir los veintiséis
años. Más |
tarde (1482) fue
transferido a Flo- |
rencia, como profesor de
los estu- |
diantes de su misma orden. |
En Florencia, el convento
de san |
Marco era ya famoso por su
gran |
biblioteca, por sus
pinturas artísti- |
cas (Fra Angelico), y
considerado |
como un centro de ciencia
teológi- |
ca y humanística. Pero
Savonarola, |
a quien sus superiores ya
habían |
descubierto un talento
singular, im- |
presionaba a sus alumnos
por la |
especial importancia que
daba a la |
interpretación de la
Sagrada Escri- |
tura, superando, aun
conociéndolas |
y pudiéndolas discutir,
todas las su- |
tilezas neoplatónicas que
algunos |
gustaban mezclar como
exponente |
de erudición, incluso en
la predica- |
ción, salpicada de
alusiones a Pla- |
tón, Aristóteles e incluso
Ovidio. Es |
decir, estudio y
predicación sin in- |
fluencia alguna sobre la
vida, subs- |
tancialmente académica y,
por esto |
mismo, amparada y
subvencionada |
por los grandes señores.
Era una de- |
coración más del humanismo
puesto |
de moda. Savonarola, en
cambio, |
«cuando se ponía a
interpretar mís- |
ticamente la Sagrada
Escritura, sus |
conceptos no eran ideas
meramente |
humanas, sus expresiones
no eran |
producto del arte
retórico, sino |
efecto de un ser
superior». Mientras |
hablaba de los libros
santos todo |
el mundo estaba tan
absorto escu- |
chándole, que el silencio
era abso- |
luto y se podía percibir,
únicamen- |
te, su voz, por mucha que
fuese la |
afluencia de los
asistentes. Una sola |
cosa entristecía al
auditorio, y era |
el fin de la lección, pues
tanto era |
el placer que daba oírlo.
Y había |
razón para ello porque sus
enseñan- |
zas no eran de aquéllas
construidas |
16 (96) |
a base de frases
brillantes y de fá- |
bulas que sólo sirven para
el deleite |
del oído, o basada en
argumentos |
científicos y humanos que
pueden |
sólo hinchar la
inteligencia pero no |
alimentarla, sino que era
una doc- |
trina como bajada del
cielo, que |
elevaba la mente de los
hombres y |
les hacía descubrir la
excelencia |
del creador y, purificado
el corazón |
de pasiones humanas, les
encendía |
en amor a Dios. Así decía
uno de |
sus discípulos, Roberto
Ubaldini. |
Era una predicación nueva
que |
volvía a la genuinidad
evangélica. |
Una predicación que san
Felipe, en |
su Oratorio, impondría en
contra |
de la corriente ampulosa,
estéril y |
mundana que también
encontraría |
en Roma. |
Cuando fue elegido prior
de san |
Marco, empezó la reforma
del con- |
vento, dejando siempre en
libertad |
a sus hermanos de
comunidad, pa- |
ra que le siguieran en sus
ideas de |
reforma y vuelta estricta
a la auste- |
ridad primitiva; nadie fue
coaccio- |
nado y la mayoría le
secundaron, |
La ejemplaridad de la vida
de apos- |
tolado, oración y estudio
de los frai- |
les dominicos de san Marco
eran |
una fuerza moral que
respaldaba |
todo su influjo en la
ciudad. Nadie |
jamás dejó de reconocer la
integri- |
dad de la vida de
Savonarola, a pe- |
sar de lo que esto doliera
a sus ene- |
migos que, no pudiéndole
culpar de |
nada más, finalmente le
acusaron de |
orgulloso y sospechoso de
herejía. |
Pero, después de su
muerte, al ser |
examinada con todo rigor
la totali- |
dad de sus escritos por
una comi- |
sión teológica nombrada
por Pablo |
IV, hubo de reconocerse
oficialmen- |
te que nada había en sus
palabras de |
«herético o cismático».
Los domini- |
cos de la Minerva, en
Roma, espera- |
ban ansiosos y preocupados
el ve- |
redicto de la comisión
cuando san |
Felipe, reunido con ellos,
arrobado |
en éxtasis, anticipaba a
los asisten- |
tes que Savonarola quedaba
final- |
mente rehabilitado de
manera so- |
lemne. Esto ocurrió en
1558 y puso |
fin a especulaciones y
maledicen- |
cias, vertidas con
apariencia de |
buen celo, pero en
realidad inspira- |
das por la envidia. Penas
de las que |
san Felipe también había
tenido |
experiencia. |
En aquella época en que,
desde el |
papado hasta el más bajo
nivel de |
la Iglesia, todos los
cristianos tenían |
necesidad de reforma y
conversión, |
tanto para superar la
esclerosis de |
lo antiguo que se
desmoronaba y |
que no era reparable sin
un rejuve- |
necimiento interior basado
en la |
sinceridad evangélica,
como para |
ofrecer una interpretación
de nove- |
dad cristiana a un mundo
que ama- |
necía entre convulsiones
provoca- |
das por la gran variedad
de descu- |
brimientos que, dadas las
relativas |
dimensiones de la
humanidad, re- |
sultaban colosales, la
actitud de Sa- |
vonarola en Florencia, y
su intento |
de total renovación
cristiana, era |
natural que tropezase con
la oposi- |
ción de los que, apegados
a su pro- |
pia posición e intereses,
usaban el |
poder de que disponían
para asegu- |
rar su miope y perezosa
seguridad |
solamente terrena. |
17 (97) |
A pesar de lo cual es
preciso re- |
conocer que no todos los
que se |
opusieron al fraile de san
Marco, |
obraron de mala fe: la
ambigüedad |
religioso-temporal
acumulada a la |
figura histórica de la
Iglesia de |
aquellos tiempos, daba
sobrado pie |
para ello, y no todos eran
capaces |
de mirar más allá y
purificar su fe |
de las confusiones
externas que la |
obstaculizaban. Ni todos
los que le |
eran adictos comprendieron
bien |
y siempre su espíritu,
como suele |
ocurrir en los casos de
las adhesio- |
nes multitudinarias. Por
eso hay en |
la vida interior de
Savonarola una |
lucha espiritual entre la
soledad de |
su alma y Cristo, con todo
un cal- |
vario interior que nos lo
descubre y |
muestra profundamente
humano. |
Savonarola, como todo
reforma- |
dor, cuando invocaba el
regreso a |
la autenticidad primigenia
restau- |
radora, lo que hacía era
anticiparse |
a la misma evolución
histórica, em- |
pujándola con su ardor de
apóstol, |
acelerando la maduración
de los |
tiempos, que los mediocres
no podí- |
an entender, y que los
egoístas e ins- |
talados temían. |
La huella de Savonarola |
en san Felipe Neri |
Pero volvamos a aquellos
días de |
tristeza en que san Felipe
abandona |
Florencia, testigo y
participe de una |
gran desilusión de toda la
ciudad, |
discutida y puesta a
precio entre |
los dos grandes poderes
del mundo |
de aquel tiempo. Florencia
ya no |
puede ser libre. |
El recuerdo que de
Florencia se |
llevaba Felipe no era
feliz. Pero |
del mismo modo que aquel
fraile |
había amado a la Iglesia
hasta la |
misma muerte, un buen
cristiano |
no perdía la fe por los
malos ejem- |
plos de los pilares de su
apariencia |
institucionalizada. Felipe
amaba a |
la Iglesia que había amado
Savona- |
rola, y amaba la libertad
que había |
hecho grande, gloriosa y
culta su |
ciudad y que Savonarola
había pro- |
clamado y defendido.
Seguramente |
que estas impresiones
influyeron |
en la vida de Felipe que
no sólo |
busca la libertad frente a
las rique- |
zas que podían ofrecerle
sus tíos de |
san Germán, sino que,
cuando llega |
a Roma para quedarse para
siempre |
en la ciudad cabeza de la
Iglesia, |
elije pacíficamente un
modo libre y |
honesto de vivir, y su
sentido de la |
libertad cristiana le
lleva a una po- |
sición lo más alejada
posible de las |
instituciones, aunque
fuesen de la |
Iglesia y que, por eso,
duda mucho |
antes de hacerse
sacerdote. |
Finalmente, a los treinta
y cinco |
años se ordenó, en un
momento en |
que la Iglesia-institución
iba cam- |
biando, aunque no por ello
dejó de |
tener su parte de
dificultades, en |
especial durante los
primeros tiem- |
pos de su apostolado y del
Oratorio. |
Si bien ya se podían
considerar di- |
ficultades y persecuciones
inevita- |
bles en el curso de la
vida, dada la |
general mediocridad
humana. |
Cuando repasamos los
consejos |
que san Felipe daba
respecto a la |
forma de predicación en el
Orato- |
18 (98) |
rio, nos parece que
reproduce el |
estilo savonaroliano. Y lo
mismo |
cuando aconseja tener a
diario un |
caso de Sagrada Escritura
o de mo- |
ral, y cuando ama a la
juventud, |
para la cual Savonarola
pedía «ma- |
estros buenos, no sólo
buscadores |
de dinero» con su oficio. |
Savonarola escribía
tratados de |
filosofía, de Sagrada
Escritura, de |
moral, pero era, además,
buen poeta |
y músico también bueno,
pues des- |
de joven tocaba con
singular maes- |
tría el laúd y era capaz
de compo- |
ner. No hace falta
recordar que san |
Felipe también era poeta,
ni la im- |
portancia que él daba a la
música |
en el Oratorio: Aminuccia,
Palestri- |
na, Soto, hijos
espirituales de san |
Felipe, las composiciones
de los |
Laudi, la invención del
Oratorio |
musical, bastan
sobradamente a |
demostrarlo. |
Y el arte. Algunos han
querido |
presentar a Savonarola
como un |
iconoclasta; lo cual no es
cierto, co- |
mo podrían desmentirlo
Botticelli, |
Michelangelo, los hermanos
della |
Robbia, Bartolomeo della
Porta, y |
otros discípulos suyos,
también ar- |
tistas, aunque no tan
notables. Lo |
cual no quiere decir que
fuese par- |
tidario de la pornografía
ni del li- |
bertinaje en la vida de
los artistas. |
Las artes, junto con la
ciencia y la |
virtud, se cultivaban en
el conven- |
to de san Marco. Y existía
una ra- |
zón de persuasiva
congruencia: si |
Savonarola llegó a querer
Floren- |
cia, a pesar de ser
forastero, con |
una entrega tan radical,
tenía que |
hacerlo, forzosamente, a
través de |
un corazón de artista, sin
lo cual ni |
la habría llegado jamás a
compren- |
der ni podido amar: «O
Firenze, |
Firenze... Oh Florencia,
amada de |
Dios, no tengas miedo, no
tengas |
miedo ni temas: Dios
todopoderoso |
ahora y siempre quiere
para ti la |
libertad, si te mantienes
fiel a él, si |
guardas tu fe, si tu
corazón es fer- |
voroso, si pones tu
fortaleza en la |
paciencia». |
San Felipe, en Roma,
también, |
siendo forastero, acabó
amándola e |
identificándose con ella,
y no por |
consentir en las
corrupciones que |
encontró allí, arrugando
la faz de la |
Iglesia, sino esforzándose
en restau- |
rarla, para hacerla digna
de Cristo. |
No hay, entre san Felipe y
Sa- |
vonarola, una adecuación
tempera- |
mental, pero sí una misma
actitud |
frente al bien espiritual,
frente a los |
objetivos, hasta poder
establecer |
un paralelo convincente y
de algún |
modo consciente, por lo
que res- |
pecta a nuestro santo. |
Afortunadamente, la
Iglesia ne- |
cesitada de reforma, no
había de |
tardar en emprenderla. Si
Savona- |
rola hubiese nacido
cincuenta años |
más tarde, le hubiéramos
encontra- |
do al lado de san Felipe,
de san Ca- |
milo de Lelli, de san
Félix de Can- |
talizio, de san Carlos
Borromeo, de |
san Pío V... Pero, tal
vez, para que |
éstos y otros fueran
santos se nece- |
sitó la anticipación del
ejemplo, só- |
lo en apariencia
frustrado, del prior |
de san Marco, fra Girolamo
Savo- |
narola, que ellos pudieron
por lo |
menos en parte recoger y
hacer |
fructífero. |
19 (99) |
GOZOSAMENTE CELEBRAREMOS
LA |
FESTIVIDAD |
DE |
NUESTRO SANTO PADRE |
FELIPE NERI |
EL SÁBADO, DÍA 26 DE MAYO, |
EN LA MISA DE LAS 8 DE LA
TARDE |
LAUS |
Director: Ramón Mas
Cassanelles - Edita e imprime: Congregación del Oratorio |
Placeta de S. Felipe Neri,
1 - Apartado 182 - Albacete - D.L. AB 103/62 - 2. 5. 79 |
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